domingo, 7 de octubre de 2018

Los laicos en las funciones litúrgicas

Tradicionalmente, el buen desarrollo de las celebraciones litúrgica forma parte de las atribuciones proprias del clero, vale decir, de aquellos de entre los fieles que se han consagrado de manera pública al servicio del culto divino. Como es un hecho que el clero falta en la gran mayoría de las iglesias, desde hace siglos existe la práctica de suplir esta ausencia confiando a algunos laicos el ejercicio de ciertas funciones ligadas con la liturgia.

Joaquín Fernández Cruzado, Misa mayor en una iglesia andaluza (1840), Museo de Bellas Artes de Bilbao
(Imagen: Wikiart)

Estas personas que cumplen funciones accesorias a la celebración litúrgica reciben diversos nombres según la tarea concreta que desempeñan, y visten de acuerdo con el cometido que desempeñan. Cumple recordar que el deseo del Concilio Vaticano II fue que, aparte de la distinción que deriva de la función litúrgica y del orden sagrado, y exceptuados los honores debidos a las autoridades civiles a tenor de las leyes litúrgicas, no debe hacerse acepción de personas o de clases sociales ni en las ceremonias ni en el ornato externo (SC 32), incluidos los laicos que desempeñan funciones como ministros.

Los monaguillos

En rigor, quienes ayudan al sacerdote y otros ministros sagrados durante la celebración litúrgica se denominan "servidores de altar", quedando el término monaguillo reservado para los niños que ayudan en Misa (esta palabra proviene de monacillo, influido por el antiguo mónago, "monje", y este del latín tardío monăchus). 

Como se ha dicho, el servicio durante la Misa corresponde de preferencia a los clérigos (en todos sus grados), pero también puede ser cumplido por laicos. Ante todo, debe tratarse de un persona que se haya incorporado a la Iglesia mediante el bautismo. Además, y según fue establecido por Benedicto XIV (1740-1758) en la Constitución Etsi pastoralis (1742), recogiendo una práctica que se remonta al epistolario del papa Gelasio I (492-496), ha de tratarse de un varón, pues sirviendo al altar realiza una función que es clerical por su propia naturaleza (véase lo dicho aquí al respecto). Con todo, la instrucción Redemptionis sacramentum (2004), apoyada en textos anteriores de la Sede Apostólica, señala que para "esta clase de servicio al altar pueden ser admitidas niñas o mujeres, según el juicio del Obispo diocesano y observando las normas establecidas" (núm. 47). Aunque el estado de gracia no es de por sí necesario para ejercer el servicio de la Misa, sí se debe estar en él cuando se desea comulgar.

José Benllure y Gil, Escolanets (1932), Museo de Bellas Artes de Valencia
(Foto: Wikipedia)

La vestimenta de los servidores del altar es la sotana (generalmente, roja para los niños y negra para los adultos) y la sobrepelliz, guardando de que todos los que asistentes, si no pueden vestir la misma, al menos conserven cierta uniformidad. Esta vestimenta responde al hecho de que ellos que reemplazan al acólito, vale decir, al último grado de las antiguas órdenes menores (las otras tres precedentes son el ostiario, el lector y el exorcista) y quien se ha conferido el poder espiritual de portar luces en el templo y de presentar el vino y el agua para la consagración. De ahí que usen prendas clericales, como la sotana (que se bendice el día de la vestidura del seminarista) y la sobrepelliz (con la que el obispo reviste al clérigo recién tonsurado). Por esta misma razón, los servidores del altar no tienen permitido cubrirse con la birreta y aún menos con el solideo. El uso de una esclavina sobre el sobrepelliz se puede tolerar allí donde sea costumbre. Como los detalles tienen su importancia, los servidores del altar han de cuidar que el calzado vaya en consonancia con el resto de su vestuario, evitando en lo posible las zapatillas deportivas, los chanclos y en general todo calzado en poca consonancia con el hábito talar (por cierto, el uso de zapatos con hebillas está reservado en exclusiva a los sacerdotes). Tratándose de una Misa rezada, se admite excepcionalmente que quien sirve al sacerdote vista de seglar, pero siempre de manera digna. 

Monaguillo con esclavina y cogulla

Los servidores del altar deben ocupar en el presbiterio un lugar discreto, sin que les sea permitido sentarse al lado del celebrante (como sí ocurre con el diácono y subdiácono), sino en algún sitio lateral que les permita desempeñar su cometido con facilidad y elegancia en los movimientos. Durante el curso de la celebración, deben cuidar de moverse despacio y evitando los desplazamientos durante las partes más importantes del la función (por ejemplo, el prefacio o el Padrenuestro en la Misa). Resulta aconsejable que estos ministros sagrados, especialmente cuando se trata de niños, reciban una catequesis conveniente, adaptada a su capacidad, sobre la importante tarea que cumplen ayudando en la celebración de los misterios sagrados. No se ha olvidar que del conjunto de estos niños, a lo largo de los siglos, ha surgido un número considerable de vocaciones a la vida consagrada.

Normalmente, la Misa rezada debe ser servida por un solo ministro. No obstante, se tolera el uso de dos cuando por cualquier motivo la Misa reviste una cierta solemnidad (por ejemplo, cuando se trata de una primera comunión, o una Misa de comunidad en un seminario). Para las Misas cantadas basta con dos ministros, pero nada impide que sean más. En las Misas solemnes y en las pontificales, el número de personas aumenta considerablemente. Dependiendo de la labor concreta que desempeñan, los servidores del altar reciben diversos nombres específicos. De esta forma, cabe identificar al ceremoniero, el turiferario, el ceroferario, los acólitos, el cruciferario y otros servidores ocasionales. El principio general es que no haya más ministros que los que sean estrictamente necesarios, para evitar sobrecargar la presencia de personas en el presbiterio que disminuya la importancia de la función sagrada. 

Felix von Ende, Ministranten beim Gebet (circa 1888)
(Foto: Wikipedia)

El ceremoniero tiene la función de cuidar el buen desarrollo de la liturgia. Está encargado de conocer las funciones que debe realizar cada uno de los asistente, incluido el preste o celebrante, de manera de advertir a cada cual sobre la correcta ejecución de los ritos. De ahí que este cargo sea cumplido generalmente por quien ha recibido alguna de las órdenes sagradas o bien por un laico especialmente instruido en la liturgia. La sotana morada está concedida expresamente por el Ceremonial de Obispos a los dos ceremonieros diocesanos titulares que ejercen su cometido en la catedral y acompañando al ordinario cuando convenga. Dentro de esta categoría, especial relevancia tiene el Maestro de Ceremonias Litúrgicas Pontificias

En España, el ceremoniero suele usar un puntero. Éste consiste en una vara fina y larga de metal y que se lleva con una cadena o cinta que permite colgarlo de la muñeca derecha, de manera que quien lo usa pueda tener las manos libres para cuando convenga asistir con la naveta, ayudar al celebrante en las incensaciones y genuflexiones, o hacer cualquier otro tipo de indicaciones a los demás ministros. Esto es especialmente acusado en una Misa cantada sin la presencia de otros ministros sagrados, donde el ceremoniero necesita tener las manos expeditas a menudo. Cuando ha de señalar un texto del misal al preste, con un movimiento elegante de la muñeca recibe el puntero y con él indica sobre la página correspondiente del libro que corresponde. 

El turiferario prepara y se ocupa del turíbulo o incensario antes y después de la Misa. Puede estar acompañado de otro sirviente más joven en aprendizaje, que lleva la naveta que contiene los granos de incienso. En España e Hispanoamérica existe el privilegio de que quien oficia de turiferario que no sea diácono. De esta manera, un acólito puede incensar al coro y a los ministros en la Misa solemne. Naturalmente, el diácono es quien inciensa al celebrante.

Zdzisław Jasiński, Palm Sunday Mass (1891)
(Foto: Wikipedia)

Los ceroferarios son siempre en número par. Su función es la de llevar los cirios a fin de acompañar al Santísimo Sacramento y la lectura del Evangelio, sea por el preste, sea por el diácono, y también estar arrodillados delante del altar durante la consagración y seguir al sacerdote que reparte la comunión. 

El crucífero tiene por cometido trasladar la cruz procesional cuando el clero ingresa a la iglesia y cuando vuelve a la sacristía, así como encabezar cualquier procesión. A su lado, uno por cada costado, caminan dos ceroferarios.  

Aunque en rigor su cometido dice relación con el poder espiritual de portar luces en el templo y de presentar el vino y el agua para la consagración, según ha quedado dicho, los acólitos pueden cumplir todos los servicios posibles dentro de una celebración litúrgica. Lo usual es que haya al menos dos. Su función es servir directamente al altar: llevar las ofrendas, acercar las vinajeras, verter el agua sobre las manos del celebrante durante el ofertorio, hacer sonar las campanillas durante la consagración, trasladar de un lado a otro del altar el misal (de lo cual se ocupa el ceremoniero, cuando lo hay), llevar los cirios que acompañan al sacerdote durante la procesión o durante la lectura del Evangelio, preocuparse de la vela que se encienda al momento de la consagración, etcétera. Merced a la Carta apostólica Ministeria quaedam (1972), el beato Pablo VI reformó la disciplina referida a la primera tonsura, las órdenes menores y el subdiaconado, los cuales fueron sustituidos por dos ministerios no vinculados al estado clerical (núm. III): el lectorado (núm. V) y el acolitado (núm. VI). El ministerio propio del acólito no tiene nada que ver con aquellas personas que cumplen funciones de servicio al altar, pues supone previa institución por parte del respectivo ordinario (núm. IX). 

Giacomo de Chirico, Il ministrante
(Foto: Wikipedia)

Asimismo, existen otras funciones que cumplir en ciertas ceremonias. Por ejemplo, la necesidad de trasladar el atril, de ocuparse del misal, de sostener las insignias de los ministros (la mitra y el báculo) o de la basílica (como ocurre con el conopeo), de realizar las lecturas, etcétera. De todas ellas se ocupan personas determinadas, vestidas igualmente con sotana negra y sobrepelliz, que usan vimpa cuando deben sostener el báculo o la mitra. 

Cumple tener presente que, según las respuestas dadas al respecto por la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, los únicos  subdiáconos “substitutos”que pueden participar en una Misa solemne celebrada conforme a la forma extraordinaria son los seminaristas y los acólitos instituidos (véase aquí). 

Los cantores

Los cantores son aquellas personas que acompañan con su canto la celebración litúrgica, cuyo conjunto se denomina coro o capilla musical. Pueden ser igualmente clérigos o seglares, y están a cargo de un director de canto. Su cometido comprende el asegurar la justa interpretación de las partes que le corresponden según géneros de canto, enriquecer aquel que puede realizar la asamblea con formas más nobles y complejas de ejecución coral, y crear espacios de descanso que fomenten la contemplación y la oración meditativa, cuidando de dar el colorido propio a cada una de las celebraciones del año litúrgico. 

Su vestimenta dependen de la posición donde se ubican para cumplir su cometido. Si lo hacen en el presbiterio, deben llevar sotana negra y sobrepelliz; si lo hacen en otro lugar, como el coro, no existe ningún atuendo especial previsto, pero suele emplearse ropa negra. 

La Schola Sainte Cecile durante la Misa celebrada en San Pedro del Vaticano en 2015
(Foto: Picssr)

Conviene advertir que los laicos, ni siquiera si visten con hábito de coro, tienen derecho al beso de la paz, ni a incensación o  aspersión particular, o a saludo, durante la celebración de la Santa Misa. 

El organista

El organista es el encargado de la interpretación de la interpretación de la música sagrada en el órgano. Éste es una parte importante de la celebración eucarística, por lo que ha de tener una clara visión de la estructura de la Santa Misa. Su misión es acompañar y ayudar a la mantener la acción litúrgica, realzando juntamente la Palabra de Dios y el curso del rito, sin que en ningún momento su tarea suponga dar un concierto sacro. Este peligro puede existir especialmente en las Misas rezadas y sin participación. 

El organista acompaña instrumentalmente al coro y la asamblea, y a veces hace de solista en el interior de la acción sagrada. Debe ayudar a sostener las voces, facilitar la participación de los fieles y hacer más profunda la unidad de la asamblea en torno al misterio que se celebra.

 El organista Didier Hennuyer durante una Misa en San Pedro del Vaticano

El órgano y los demás instrumentos deben callar en los siguientes momentos, pues ellos no pueden cubrir las voces ni dificultar la comprensión de los textos sagrados: (i) desde que el sacerdote ha llegado al altar hasta el ofertorio; (ii) desde los primeros versos del prefacio hasta el Sanctus inclusive; (iii) desde la consagración hasta el Padrenuestro; (iv) desde esta oración hasta el Agnus Dei inclusive; (v) durante la confesión previa a la comunión de los fieles, la postcomunión y la bendición final. 

El organista suele vestir como los cantores.  

El sacristán

El sacristán es la persona que tiene a su cargo ayudar al sacerdote en el servicio del altar y cuidar de los ornamentos y de la limpieza y aseo de la iglesia y la sacristía cuando no se celebra la Santa Misa. Puede vestir sotana negra y sobrepelliz. Constituye éste el servicio litúrgico que más visiblemente corresponde a los laicos. 

El sacristán debe ser una persona dotada de las cualidades humanas propias de quien tiene la tarea de recibir a todos los que se acercan a la iglesia y contar con conocimientos suficientes de liturgia, de las celebraciones y de su estructura, de los tiempos litúrgicos y de las fiestas, de los libros litúrgicos, etcétera, para ayudar al sacerdote. 

Un sacristán limpia la lámpara del sagrario
(Imagen: Jan Belozorovich)

Las funciones concretas del sacristán son las siguientes: (i) mantener en orden y buen estado los locales (sacristía, iglesia, presbiterio, capilla, salones anejos); (ii) abrir y cerrar la puerta de la iglesia en los momentos que corresponda; (iii) ocuparse del toque de las campanas cuando corresponda y de la música sacra; (iv) asegurarse de la limpieza y del buen uso de las cosas dedicadas al culto sagrado; (v) preparar todos los aspectos materiales que requiera la celebración; (vi) encargar a alguien que recoja la colecta durante el ofertorio; (vii) preocuparse del grupo de monaguillos que sirve las funciones litúrgicas; (viii) cuidar que en la sacristía exista un clima de paz y oración que ayude a la preparación espiritual del sacerdote y de los monaguillos; (ix) disponer los elementos accesorios que exija la celebración, como el asiento del sacerdote, la mesa de la credencia, un atril, etcétera. 

El bedel

El bedel es el encargado de velar por el orden material y por el buen comportamiento al interior de la iglesia durante la celebración de la Santa Misa o alguna otra función litúrgica. Con la cabeza descubierta, viste traje negro con paramentos morados, calzones, calcetas blancas, el que puede ser sustituido por un frac, y un medallón con las armas de la iglesia suspendido del cuello con una cadena. En la mano porta una férula terminada en plata, cuyo color varía según el lugar: es verde o morada en las catedrales, y negra en las demás iglesias. 

Bedel

Con el mismo atuendo del bedel, visten los laicos que participan de alguna procesión (por ejemplo, llevando una peana o cada una de las varillas del palio procesional). 

Procesión del Corpus Christi en Friburgo, Suiza

El macero

El macero tiene la función de abrir la marcha de los cortejos, las procesiones o la entrada de los clérigos a la iglesia. Viste un traje corto o bien una toga larga y de color negro, y lleva sobre los hombros una masa de metal con las armas de la iglesia. 

El macero preside una procesión  al interior del Real Colegio del Corpus Christi de Valencia

La presencia del macero (antiguamente denominado "rey de armas") es habitual en ciertas ceremonias seculares españolas. Tal nombre recibe el funcionario que encabeza las comitivas y está presente en los plenos de ayuntamientos y de otras corporaciones luciendo un tabardo, una gorra de terciopelo con una pluma y llevando en su mano una maza de plata. Su presencia simboliza el poder de la autoridad. Antiguamente antecedían los desfiles de los reyes, pero posteriormente su presencia se extendió a otras instituciones, bien por delegación real, bien por representación propia, como los ayuntamientos o el Congreso de los Diputados y el Senado. La maza que portan como símbolo en su día posiblemente constituyó un arma defensiva. 

Felipe de Borbón en el Congreso de los Diputados. Atrás, dos maceros

En Francia, el macero es sustituido por un "suizo" (suisse), que viste hábito militar con dos variaciones: tenida diaria (petit tenue) o tenida de ceremonia (grande tenue). La primera incluye bicornio, guerrera cruzada con un nudo sobre los hombros, pantalón, espada y bastón. El segundo comprende bicornio ornado con plumas, librea con charreteras, chaleco, calzón y calcetas blancas, tahalí, espada y alabarda. 

Suizo en tenido de ceremonia
(Foto: ICRRS)

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