El Venerable Francisco Valdés Subercaseux (1908-1982) nace en el seno de una familia profundamente católica (entre sus hermanos se cuenta Gabriel, destacado político de la Democracia Cristiana chilena). Con 17 años viaja con sus padres a Europa, donde descubre el llamado de Dios. En Roma ingresa al Pontificio Colegio Pío Latino Americano. En 1929 recibe el grado de Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Gregoriana. Al año siguiente ingresa a la orden de los Hermanos Menores Capuchinos en Baviera, convirtiéndose con su primera profesión de votos (1931) en el primer capuchino chileno. Recibe la formación en Alemania e Italia. Obtiene el grado de doctor en teología y, luego de su profesión religiosa perpetua y solemne el 2 de febrero de 1934, es ordenado sacerdote en Venecia el 17 de marzo del mismo año.
En 1935 es enviado de regreso a Chile como misionero en el Vicariato Apostólico de la Araucanía (actualmente, Diócesis de Villarrica). Fue párroco y misionero en Pucón entre los años 1943 y 1956. Solía recorrer a pie largas distancias por llanos y cordilleras, destacándose por su cercanía con el pueblo mapuche. En 1955 el papa Pío XII crea la Diócesis de Osorno, nombrando a fray Francisco como obispo de ésta, siendo consagrado obispo el 16 de septiembre de 1956 en la iglesia del Sagrado Corazón de Providencia (Santiago). Entre 1962 y 1965 participó en las cuatro sesiones del Concilio Vaticano II. En 1977 inaugura la nueva Catedral de San Mateo de Osorno, que reemplazó a la anterior destruida por el terremoto de Valdivia en 1960.
A los dos meses de celebrar su jubileo de 25 años de episcopado, se le detecta un cáncer incurable. Monseñor Valdés pide pasar sus últimos días con sus hermanos capuchinos en la Araucanía, donde había iniciado su trabajo misionero. Muere el 4 de enero de 1982 en el Hospital San Francisco de Pucón. En el momento de su muerte manifestó: “Ofrezco mi vida por el Papa, por la Iglesia, por la diócesis de Osorno, por los pobres, por la paz entre Chile y Argentina (en aquél tiempo en medio de un conflicto limítrofe), y por el triunfo del amor”. Sus restos reposan en la cripta de la Catedral de Osorno. En 1998 se inició su proceso de beatificación, y con fecha 7 de noviembre de 2014 ha sido declarado Venerable por el Papa Francisco.
Además de su obra como párroco en Pucón, misionero de la Araucanía y Obispo de Osorno, monseñor Valdés realizó una profunda labor en el campo de la música sagrada. Proveniente de una familia de artistas (fuera de la familia Llona Valdés, de la que enseguida se hablará, tenían parentesco político con los hermanos Sylvia y Gastón Soublette Asmusssen), y siendo él un hombre de evidentes cualidades como pintor, dibujante y músico, amante de la Iglesia y de su inmenso y profundo patrimonio musical y artístico, no escatimó esfuerzos en cultivar, enseñar y fomentar la verdadera música sagrada.
Corrían los convulsionados años de la década de 1960. Lamentablemente, la Iglesia no se vio libre de la convulsión mundial al punto que, en un dramático discurso, el beato Pablo VI llegó a decir que el humo de Satanás había entrado en ella. Monseñor Valdés participó en las cuatro etapas del Concilio Vaticano II (1962-1965). Sus más cercanos colaboradores y familiares atestiguan haberlo visto llorar en medio de tanta agitación y confusión. Su espíritu contemplativo, expresión de su amor por la paz y la belleza terrena, reflejo de la Suma Belleza, se estremecía al ver cómo se despojaba a la Iglesia, entre otras cosas, de uno de sus tesoros, bienes, ofrendas y apostolados más grandes: la música sagrada y litúrgica, siendo reemplazada por música popular, a menudo irrespetuosa y siempre inepta para la Santa Misa y otras celebraciones sagradas.
Su preocupación fue en crecida, hasta que en 1966, siendo presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia, publicó el libro Concilio y música sagrada, compendio de las enseñanzas de la Iglesia en materia de música litúrgica y guía para el correcto desempeño y desarrollo de este ministerio, el que fue prologado por su cuñado, Alfonso Letelier Llona (1912-1994), primer Presidente de nuestra Asociación. Lamentablemente, el prurito de la novedad pudo más y se hizo caso omiso de sus enseñanzas (que no eran otras que las de la Iglesia, reflejadas en los propios textos conciliares y en la contemporénea instrucción Musica Sacra de 1967). El libro nunca más se volvió a editar y ningún otro obispo ha vuelto a emprender algún trabajo similar. Tampoco se ha conocido ningún tipo de directriz o guía en esta materia por parte de la Conferencia Episcopal chilena o de algún obispo en particular, habiendo casi desaparecido la música sagrada de las iglesias.
La historia de este obispo chileno, que pronto podría ser venerado en los altares, está estrechamente ligada con los orígenes de nuestra Asociación. Corría el año 1966 y nuestra actual Presidente, el Dr. Julio Retamal Favereau, hacía esfuerzos para conseguir la celebración habitual de una Misa que conservara las antiguas formas litúrgicas de la Iglesia, cuando en ella todo parecía novedad, provocación y creatividad. Pese a los intentos, las primeras aproximaciones resultaron infructuosas. Sin embargo, ese grupo, compuesto entre otros por Carlos José Larraín, Laurence Azaïs y Patricio Garreaud, no se desanimó y comenzó a ensayar la Misa según el Kyriale VIII (conocida popularmente como de Angelis) en la casa del entonces joven historiador que era Julio Retamal. Como Dios no abandona a los que para Él trabajan, los contactos con la familia Valdés Subercaseaux fueron muy fructíferos, pues doña Margarita Valdés (1915-1999), mujer de don Alfonso Letelier, fue un gran apoyo para la naciente agrupación conformada para defender la Misa tradicional en Santiago de Chile (la que por entonces no tenía el nombre que recibió desde 1969) y logró un permiso de parte de su hermano, Monseñor Francisco Valdés, quien estaba encargado de la comisión de música sacra dentro de la Conferencia Episcopal chilena. Desde entonces, nuestra Asociación contó con una autorización oficial para celebrar la Santa Misa con cantos en latín, aunque sin precisión del rito en que ella debía oficiarse. En otro lugar ya hemos contado cómo los celebrantes poco a poco, casi sin darse cuenta, volvieron a cantar la Misa con que por siglos la Iglesia ha renovado el Santo Sacrificio de Cristo.
En 1935 es enviado de regreso a Chile como misionero en el Vicariato Apostólico de la Araucanía (actualmente, Diócesis de Villarrica). Fue párroco y misionero en Pucón entre los años 1943 y 1956. Solía recorrer a pie largas distancias por llanos y cordilleras, destacándose por su cercanía con el pueblo mapuche. En 1955 el papa Pío XII crea la Diócesis de Osorno, nombrando a fray Francisco como obispo de ésta, siendo consagrado obispo el 16 de septiembre de 1956 en la iglesia del Sagrado Corazón de Providencia (Santiago). Entre 1962 y 1965 participó en las cuatro sesiones del Concilio Vaticano II. En 1977 inaugura la nueva Catedral de San Mateo de Osorno, que reemplazó a la anterior destruida por el terremoto de Valdivia en 1960.
Mons. Francisco Valdés Subercaseaux
A los dos meses de celebrar su jubileo de 25 años de episcopado, se le detecta un cáncer incurable. Monseñor Valdés pide pasar sus últimos días con sus hermanos capuchinos en la Araucanía, donde había iniciado su trabajo misionero. Muere el 4 de enero de 1982 en el Hospital San Francisco de Pucón. En el momento de su muerte manifestó: “Ofrezco mi vida por el Papa, por la Iglesia, por la diócesis de Osorno, por los pobres, por la paz entre Chile y Argentina (en aquél tiempo en medio de un conflicto limítrofe), y por el triunfo del amor”. Sus restos reposan en la cripta de la Catedral de Osorno. En 1998 se inició su proceso de beatificación, y con fecha 7 de noviembre de 2014 ha sido declarado Venerable por el Papa Francisco.
Además de su obra como párroco en Pucón, misionero de la Araucanía y Obispo de Osorno, monseñor Valdés realizó una profunda labor en el campo de la música sagrada. Proveniente de una familia de artistas (fuera de la familia Llona Valdés, de la que enseguida se hablará, tenían parentesco político con los hermanos Sylvia y Gastón Soublette Asmusssen), y siendo él un hombre de evidentes cualidades como pintor, dibujante y músico, amante de la Iglesia y de su inmenso y profundo patrimonio musical y artístico, no escatimó esfuerzos en cultivar, enseñar y fomentar la verdadera música sagrada.
Corrían los convulsionados años de la década de 1960. Lamentablemente, la Iglesia no se vio libre de la convulsión mundial al punto que, en un dramático discurso, el beato Pablo VI llegó a decir que el humo de Satanás había entrado en ella. Monseñor Valdés participó en las cuatro etapas del Concilio Vaticano II (1962-1965). Sus más cercanos colaboradores y familiares atestiguan haberlo visto llorar en medio de tanta agitación y confusión. Su espíritu contemplativo, expresión de su amor por la paz y la belleza terrena, reflejo de la Suma Belleza, se estremecía al ver cómo se despojaba a la Iglesia, entre otras cosas, de uno de sus tesoros, bienes, ofrendas y apostolados más grandes: la música sagrada y litúrgica, siendo reemplazada por música popular, a menudo irrespetuosa y siempre inepta para la Santa Misa y otras celebraciones sagradas.
(Foto: Iglesia.cl)
Su preocupación fue en crecida, hasta que en 1966, siendo presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia, publicó el libro Concilio y música sagrada, compendio de las enseñanzas de la Iglesia en materia de música litúrgica y guía para el correcto desempeño y desarrollo de este ministerio, el que fue prologado por su cuñado, Alfonso Letelier Llona (1912-1994), primer Presidente de nuestra Asociación. Lamentablemente, el prurito de la novedad pudo más y se hizo caso omiso de sus enseñanzas (que no eran otras que las de la Iglesia, reflejadas en los propios textos conciliares y en la contemporénea instrucción Musica Sacra de 1967). El libro nunca más se volvió a editar y ningún otro obispo ha vuelto a emprender algún trabajo similar. Tampoco se ha conocido ningún tipo de directriz o guía en esta materia por parte de la Conferencia Episcopal chilena o de algún obispo en particular, habiendo casi desaparecido la música sagrada de las iglesias.
La historia de este obispo chileno, que pronto podría ser venerado en los altares, está estrechamente ligada con los orígenes de nuestra Asociación. Corría el año 1966 y nuestra actual Presidente, el Dr. Julio Retamal Favereau, hacía esfuerzos para conseguir la celebración habitual de una Misa que conservara las antiguas formas litúrgicas de la Iglesia, cuando en ella todo parecía novedad, provocación y creatividad. Pese a los intentos, las primeras aproximaciones resultaron infructuosas. Sin embargo, ese grupo, compuesto entre otros por Carlos José Larraín, Laurence Azaïs y Patricio Garreaud, no se desanimó y comenzó a ensayar la Misa según el Kyriale VIII (conocida popularmente como de Angelis) en la casa del entonces joven historiador que era Julio Retamal. Como Dios no abandona a los que para Él trabajan, los contactos con la familia Valdés Subercaseaux fueron muy fructíferos, pues doña Margarita Valdés (1915-1999), mujer de don Alfonso Letelier, fue un gran apoyo para la naciente agrupación conformada para defender la Misa tradicional en Santiago de Chile (la que por entonces no tenía el nombre que recibió desde 1969) y logró un permiso de parte de su hermano, Monseñor Francisco Valdés, quien estaba encargado de la comisión de música sacra dentro de la Conferencia Episcopal chilena. Desde entonces, nuestra Asociación contó con una autorización oficial para celebrar la Santa Misa con cantos en latín, aunque sin precisión del rito en que ella debía oficiarse. En otro lugar ya hemos contado cómo los celebrantes poco a poco, casi sin darse cuenta, volvieron a cantar la Misa con que por siglos la Iglesia ha renovado el Santo Sacrificio de Cristo.
Este permiso fue un elemento determinante para conseguir una iglesia y poder celebrar la primera Misa. Tras un recorrido por varios templos de la ciudad buscando uno adecuado, puesto que ya por entonces había comenzado la fiebre iconoclasta en muchos de ellos, nuestra naciente Asociación dio con la iglesia del Monasterio de las Clarisas de la Victoria, llamadas también de Nueva Fundación, en calle Bellavista, casi frente a la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, comuna de Recoleta. Fue allí donde se pudo celebrar la Santa Misa el domingo 7 de agosto de 1966. Ese día fue el comienzo de las celebraciones litúrgicas de lo que hoy es Magnificat, siempre abiertas al público. Como hemos narrado en otra ocasión, esa primera Misa fue oficiada por el P. Miguel Contardo S.J, actuando dos hermanos maristas de acólitos, y nuestro grupo vocal de coro. Aquel día en la nave no había más de 10 ó 12 personas, entre los cuales se encontraba la familia Allamand Zavala, incluyendo a Andrés, actual senador por Santiago, que a la sazón era un niño de diez años.
Monseñor Valdés Subercaseaux (3ero de izq. a der.) en 1956
Como muestra de la especial preocupación por la música litúrgica que tuvo monseñor Valdés, queremos compartir con ustedes lo que el propio obispo dejó dicho respecto de esta materia en sus cartas, reproducidas parcialmente por su hermana Margarita (familiarmente conocida como Maiga) en el libro que le dedicó hace ya más de dos décadas.
Poco tiempo después de la última etapa del Concilio Vaticano II, monseñor Valdés escribió su libro Concilio y música sagrada. Como era un profundo conocedor de la liturgia y hombre de gran cultura musical, el episcopado nacional lo nombró presidente de la comisión de música sagrada.
Con este libro se propuso iniciar una profunda y definitiva renovación de esta importante rama de culto divino, tan descuidado últimamente en nuestro país, y además sacudir la indiferencia e ignorancia, para que las iglesias chilenas cuidaran sus órganos, instrumentos que yacen, en su mayoría, en lamentable estado de abandono y destrucción.
(Foto: Para la mayor gloria de Dios)
En carta al presidente de la comisión episcopal de liturgia, monseñor Manuel Larraín, le dice:
“El querer introducir el folklore chileno en la iglesia como música litúrgica, es una innovación que nada tiene que ver con las indicaciones conciliares de la reforma litúrgica. En efecto, allí se habla de la adaptación de las tradiciones populares que se entiende pertenecen al campo religioso, como sucede en los pueblos primitivos. El pueblo chileno tiene formado su sentido religioso con muy distintas fuentes que el folklore popular. Nada hay de tradición indígena religiosa, a no ser las que hay en los santuarios de La Tirana y Andacollo, y alguna que otra muy localizada. Junto con el idioma español se formó en Chile la tradición religiosa traída por los misioneros españoles, que dio forma al alma popular con sus manifestaciones a través de los cánticos populares religiosos, conservados sobre todo en los campos. Son éstos los que había que fomentar, aumentar y corregir. Pero no caer en la lamentable confusión de géneros musicales pretendidos por estos innovadores tan faltos de sentido común y que se creen garantidos por la autoridad de la Iglesia y dueños del porvenir del culto sagrado.
“No se necesita ser sociólogo ni teólogo para prever que tal clase de pastoral litúrgica, lejos de ser misionera, o de elevar el alma o de llegar a encauzar el culto con la debida seriedad y eficacia, sólo logrará, bajo el brillo fugaz propio del sensacionalismo estéril, desprestigiar a la Iglesia ante los marginados y desintegrar el edificio litúrgico para lo que han vivido en diversos niveles.
“Aunque no pertenezco a ninguna comisión litúrgica, iría contra mi conciencia si dejara de protestar ante este abuso y de advertir el peligro que se insinúa […]
“Estoy totalmente en desacuerdo con dar aprobación a esta clase de creaciones musicales para la Iglesia como estuvo San Pío X contra la música profana introducida en la Iglesia en el siglo pasado, la que prescribió con energía”.
Encuentro de Mons. Valdés con San Juan Pablo II
(Foto: Iglesia.cl)
En carta a su hermana Maiga, de septiembre de 1963, le dice:
“He recibido una invitación para ir a Colombia, a un encuentro de musicólogos y dirigentes de música sagrada. No voy a ir porque ya he salido mucho este año, pero van un diácono (que será ordenado sacerdote por el Papa) y un sacerdote de Osorno. Por otra parte, los programas que se han presentado para elaborar insisten en músicas autóctonas, folklóricas y populares como elementos que se han de introducir en la liturgia.
“Esto se debe, naturalmente, a las masas indígenas latinoamericanas, mayoritarias en no pocos países, que han de acercarse a la verdad cristiana por vehículos más fáciles que una forma europea.
“Naturalmente no es el caso de Chile. Les enviaré una carta para explicarles nuestra posición, y un ejemplar de mi libro”.
En otra carta a su hermana Maiga escribe:
“Yo quisiera que me ayudaras, tal vez en octubre, a dar un pequeño curso de música sagrada en Osorno, para nuestros modestos dirigentes de parroquias y colegios, de carácter diocesano. Ojalá vinieses por dos semanas, y te servirá de descanso y variación”.
El 12 de julio de 1967 escribe a su hermana Maiga:
“A Miguel [Letelier] hay que felicitarlo porque su labor está abriendo un camino muy duro y significativo. El hecho de que la Iglesia haya estado llena durante su concierto de órgano es un óptimo auspicio para que se vayan poniendo al día los órganos santiaguinos. Por mi parte mandé publicar en el Boletín Litúrgico unas normas de música sagrada, con la recomendación de enviar alumnos iniciados en música al Conservatorio Nacional.
Miguel Letelier
(Foto: Radio U. de Chile)
“Iré a Santiago a fines de mes para una reunión episcopal y planificaremos las jornadas de música sagrada de las que te hablé.
“Entretanto estoy juntando la nómina y direcciones de los representantes diocesanos de la música en todo el país, para invitarlos. Pienso hacer estas jornadas en las “Damas Inglesas” (Englische Fräulein) en la Florida”.
El encuentro se hizo en octubre de ese año, en el convento indicado.
Fueron tres días interesantes y muy provechosos. Se estudió el origen e historia de la música sagrada, desde la música hebrea de la sinagoga, pasando por la música gregoriana, la polifónica y la música barroca de Bach y Händel, hasta nuestros días. Profesores de canto e impostación de la voz demostraron la técnica del canto y la respiración.
El coro del director Waldo Aránguiz [1926-2007] hizo escuchar magníficas versiones de canto gregoriano y polifónico. Monseñor Valdés explicó, por fin, los decretos del Concilio para la liturgia y la música sagrada.
Dos años más tarde, en vista de que en ese campo se está nadando en contra de la corriente, en enero de 1969 escribe a su hermana Maiga:
“Es lo mejor, y, por ahora, lo único que se puede hacer es preparar gente formada desde el principio. Con lo que ahora anda en boga no hay nada que hacer musicalmente, y la reconstrucción va a ser lenta”.
El 11 de diciembre de 1980 escribe a su cuñado el músico Alfonso Letelier:
“Me vine pensando en la carta circular que te propuse para difundir en ambientes de obispado y superiores religiosos todo lo referente al órgano. Te adjunto los textos pertinentes del Concilio. Tengo esperanza que algo se va a adelantar con una medida como ésta, firmada ojalá por una serie de organistas y por el directorio”.
Cita los párrafos 112, 114, 116 y 120 de la Constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia.
(Foto: periodistadigital.com)
Cita los párrafos 112, 114, 116 y 120 de la Constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia.
112. La tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable, que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente porque el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la Liturgia solemne.
En efecto, el canto sagrado ha sido ensalzado tanto por la Sagrada Escritura, como por los Santos Padres, los Romanos Pontífices, los cuales, en los últimos tiempos, empezando por San Pío X, han expuesto con mayor precisión la función ministerial de la música sacra en el servicio divino.
La música sacra, por consiguiente, será tanto más santa cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica, ya sea expresando con mayor delicadeza la oración o fomentando la unanimidad, ya sea enriqueciendo la mayor solemnidad los ritos sagrados. Además, la Iglesia aprueba y admite en el culto divino todas las formas de arte auténtico que estén adornadas de las debidas cualidades.
[...]
114. Consérvese y cultívese con sumo cuidado el tesoro de la música sacra. Foméntense diligentemente las "Scholae cantorum", sobre todo en las iglesias catedrales. Los Obispos y demás pastores de almas procuren cuidadosamente que en cualquier acción sagrada con canto, toda la comunidad de los fieles pueda aportar la participación activa que le corresponde, a tenor de los artículos 28 y 30.
116. La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas.
Los demás géneros de música sacra, y en particular la polifonía, de ninguna manera han de excluirse en la celebración de los oficios divinos, con tal que respondan al espíritu de la acción litúrgica a tenor del artículo 30.
120. Téngase en gran estima en la Iglesia latina el órgano de tubos, como instrumento musical tradicional, cuyo sonido puede aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas y levantar poderosamente las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales.
En el culto divino se pueden admitir otros instrumentos, a juicio y con el consentimiento de la autoridad eclesiástica territorial competente, a tenor de los arts. 22 § 2; 37 y 40, siempre que sean aptos o puedan adaptarse al uso sagrado, convengan a la dignidad del templo y contribuyan realmente a la edificación de los fieles.
Hasta aquí la transcripción de las cartas. Monseñor Valdés vivió consagrado y entregado a la voluntad de Dios sin restricciones. Amó a Dios, a la Iglesia y a sus hermanos más que a sí mismo, hasta el olvido más absoluto de su persona. En su lecho de muerte dijo: “Ofrezco mi vida por el Papa, por la Iglesia, por la diócesis de Osorno, por los pobres, por la paz entre Chile y Argentina y por el triunfo del Amor.” Encomendémonos, pues, a Monseñor Valdés para que siga intercediendo por la Iglesia, especialmente por nuestra Iglesia chilena y por el restablecimiento litúrgico y de la música sagrada.
En efecto, el canto sagrado ha sido ensalzado tanto por la Sagrada Escritura, como por los Santos Padres, los Romanos Pontífices, los cuales, en los últimos tiempos, empezando por San Pío X, han expuesto con mayor precisión la función ministerial de la música sacra en el servicio divino.
La música sacra, por consiguiente, será tanto más santa cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica, ya sea expresando con mayor delicadeza la oración o fomentando la unanimidad, ya sea enriqueciendo la mayor solemnidad los ritos sagrados. Además, la Iglesia aprueba y admite en el culto divino todas las formas de arte auténtico que estén adornadas de las debidas cualidades.
Sesión del Concilio Vaticano II
(Foto: Catholic Homeschool Australia)
[...]
114. Consérvese y cultívese con sumo cuidado el tesoro de la música sacra. Foméntense diligentemente las "Scholae cantorum", sobre todo en las iglesias catedrales. Los Obispos y demás pastores de almas procuren cuidadosamente que en cualquier acción sagrada con canto, toda la comunidad de los fieles pueda aportar la participación activa que le corresponde, a tenor de los artículos 28 y 30.
116. La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas.
Los demás géneros de música sacra, y en particular la polifonía, de ninguna manera han de excluirse en la celebración de los oficios divinos, con tal que respondan al espíritu de la acción litúrgica a tenor del artículo 30.
120. Téngase en gran estima en la Iglesia latina el órgano de tubos, como instrumento musical tradicional, cuyo sonido puede aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas y levantar poderosamente las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales.
En el culto divino se pueden admitir otros instrumentos, a juicio y con el consentimiento de la autoridad eclesiástica territorial competente, a tenor de los arts. 22 § 2; 37 y 40, siempre que sean aptos o puedan adaptarse al uso sagrado, convengan a la dignidad del templo y contribuyan realmente a la edificación de los fieles.
Hasta aquí la transcripción de las cartas. Monseñor Valdés vivió consagrado y entregado a la voluntad de Dios sin restricciones. Amó a Dios, a la Iglesia y a sus hermanos más que a sí mismo, hasta el olvido más absoluto de su persona. En su lecho de muerte dijo: “Ofrezco mi vida por el Papa, por la Iglesia, por la diócesis de Osorno, por los pobres, por la paz entre Chile y Argentina y por el triunfo del Amor.” Encomendémonos, pues, a Monseñor Valdés para que siga intercediendo por la Iglesia, especialmente por nuestra Iglesia chilena y por el restablecimiento litúrgico y de la música sagrada.
Nota de la Redacción: El texto aquí transcrito ha sido tomado de Valdés Subercaseaux, M., Fray Francisco Valdés Subercaseaux. Misionero de la Araucanía y Primer Obispo de Osorno, Santiago, Editorial Andrés Bello, 1985, pp. 103-105. La biografía inicial es una adaptación abreviada del artículo sobre Mons. Valdés Subercaseaux en la versión castellana de Wikipedia, y las referencias sobre su fuerte vínculo con la música sagrada están tomadas, con adaptaciones, de la entrada dedicada en Música litúrgica con ocasión del centenario de su nacimiento.
Lamentablemente, este excelente artículo omite mencionar que Mons. Valdés es Venerable Siervo de Dios, paso previo, con más el de un milagro aprobado por la Iglesia, al de ser declarado beato, toda vez que el decreto que declara la heroicidad de sus virtudes fue promulgado por la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos el 7 de noviembre de 2014, habiéndose iniciado el proceso de su beatificación en 1998.
ResponderBorrarValdría mucho la pena que consigne esta relevante información.
Agradecemos su comentario. Sin embargo, el hecho que menciona está referido en el párrafo tercero del artículo, donde hacia el final se dice que en 2014 fue declarado venerable. Esperamos que el proceso continúe y pronto contemos con un nuevo santo chileno.
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