miércoles, 2 de enero de 2019

Tres momentos del preludio de la reforma litúrgica en Chile

En Chile, la primera Misa íntegramente en castellano se celebró el domingo 7 de junio de 1964, mucho antes que en otros países hispanohablantes. En España, por ejemplo, la primera Misa en vernáculo fue rezada el 10 de febrero de 1965 en el Aula Magna de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Sevilla por el canónigo Francisco Gil Delgado (véase aquí la noticia del periódico ABC), y el propio papa Pablo VI celebró por primera vez la Misa en italiano el 7 de marzo de 1965 en la Parroquia romana de Todos los Santos. A partir de ese momento, los cambios fueron irreversibles y se sucedieron vertiginosamente, yendo mucho más allá del deseo de los padres conciliares (SC 36 y 54), lo que explica el nacimiento de nuestra Asociación en una fecha tan temprana como el 7 de agosto de 1966 (véase aquíaquí y aquí el relato de nuestra historia al servicio de Dios y la promoción de la Misa de siempre en la Arquidiócesis de Santiago de Chile). Como fuere, los cambios ya habían comenzado a barruntarse desde mucho tiempo antes (véase aquí algunos ejemplos).

Pablo VI celebra una Misa rezada versum populum en la Plaza de San Pedro del Vaticano (1963)
Sin embargo, la modificación ritual que supuso pasar de un idioma a otro, uno sacro y el otro profano, estuvo acompañada de un ambiente general de cambios verdaderamente revolucionarios, el cual comenzó incluso antes del Concilio Vaticano II (1962-1965). De hecho, las primeras innovaciones oficiales provinieron del Directorio pastoral para la Santa Misa, aprobado por la Conferencia Episcopal Chilena en 1959 y publicado en 1960, donde aparecen recogidas las ideas del Movimiento Litúrgico por entonces imperante en el centro de Europa (Francia, Bélgica y Alemania). Dos años después, los cambios quedaron registrados en El cuerpo y la sangre, la única película que dirigió el P. Rafael Sánchez SJ, fundador del Instituto fílmico de la Pontificia Universidad Católica de Chile y uno de los pioneros del cine chileno, y cuyo argumento gira en torno a la celebración de la Santa Misa en una parroquia de Santiago y la vida cotidiana de los fieles que asisten a ella. Su exhibición coincidió con la aparición de la traducción castellana del Ritual romano hecha por el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y publicado con el título de Elenchus rituum ad instar «appendicis» ritualis romani ad usum Americae Latinae (Medellín, Typis Bedout, 1962). De interés resulta asimismo el Anuario de la Iglesia en Chile 1962-1963 (Santiago, Talleres Gráficos de la Universidad Católica, 1962), que da una idea de cuál era la situación por entonces, justo cuando había comenzado la primera sesión del Concilio Vaticano II (11 de octubre al 8 de diciembre de 1962). En 1964, y coincidiendo con la primera Misa rezada íntegramente en castellano, se estrenó La Misa a la chilena del compositor Vicente Bianchi, Premio Nacional de Artes Musicales 2016, la cual marcó un hito en la música religiosa nacional. 

Estos tres momentos sirven para entender el contexto en el que se produjo la reforma litúrgica en Chile, la que alcanzó su consumación con la Misa que semanalmente se celebraba en la Parroquia Universitaria de Santiago y con aquella improvisada durante la ocupación de la Catedral Metropolitana en 1968 por fieles que buscaban unir el cristianismo y la revolución socialista que resonaba en el continente haciéndose eco de lo ocurrido en Cuba. Después, sólo vendría el cierre del proceso con la entrada en vigor del Misal romano reformado (1970) y, por cierto, la preservación de la Misa de siempre gracias a la labor de Magnificat

Primer momento: El Directorio pastoral para la Santa Misa (1960)

En 1959, la Asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal de Chile aprobó un Directorio Pastoral para la Santa Misa, el que fue publicado al año siguiente y presentado en el marco de un Congreso litúrgico. Este trabajo era un signo del interés de los obispos chilenos en la formación litúrgica del clero justo cuando se daban los primeros pasos de la reforma litúrgica merced al grupo de trabajo constituido al interior de la Comisión de Ritos por el papa Pío XII en 1948, fruto del cual fue la reforma de la Semana Santa (1955), una instrucción sobre música sagrada y sagrada liturgia (1958) y un nuevo código de rúbricas para el Misal romano (1960), los cuales quedaron recogidos en la nueva edición típica del Misal romano promulgado por San Juan XXIII en 1962.


Por entonces, la Arquidiócesis de Santiago estaba confiada a monseñor Emilio Tagle Covarrubias (1907-1991), en calidad de administrador apostólico, quien había sido nombrado al fallecimiento del Cardenal José María Caro (1866-1958) tras casi veinte años a cargo de esta sede. Monseñor Tagle afirmó que el Directorio "representaba el aporte más valioso a la vida litúrgica de nuestra historia". La descripción de la celebración de la Misa que Sergio Tapia, autor de la "Crónica de liturgia" de la revista Teología y Vida, hace para justificar la publicación de este Directorio es notable en cuanto retrato del espíritu de la época y hace recordar el relato que Dom Bernard Botte OSB (1883-1980) hace al comienzo de sus memorias (Le mouvement liturgique. Témoignage et souvenirs, 1974):

"Escribo estas líneas recordando la celebración de la Misa que tantas veces hemos presenciado (o realizado): el celebrante por un lado, recitando sus oraciones en voz baja, y procediendo en forma rápida para no cansar a los fieles; éstos por otro lado, tratando de ver lo que sucede en el altar, del cual se sitúan a prudente distancia, o esperando con cierta impaciencia el fin del 'sacrificio'; una predicación que raras veces se refiere al misterio celebrado y sí, muchas veces, a cuestiones morales, económicas, políticas, cuando no es repetición indefinida de los mismos lugares comunes. En ocasiones el dichoso armonio (son muy escasos en Chile los órganos, y más escasos aún los buenos organistas) que no cesa de acompañarnos con su poco agradable sonido, o con un coro de piadosos fieles que solemniza la Misa con motetes en latín, o con cánticos cuya letra pone a seria prueba las convicciones teológicas de los fieles. Una comunión que se distribuye antes, durante o después, recibida en silencio por un puñado de fieles, y sin mayor conexión ni con el Sacrificio ni con la vida que deben realizar al otro lado de las puertas del templo. En el mejor de los casos, la Misa es celebrada en un marco individualista: cada fiel, con el misal (o un rosario) 'sigue' las diferentes partes, y, lógicamente, sólo pide silencio para rezar tranquilamente su Misa".

En una próxima entrada nos referiremos al detalle del contenido de este Directorio, que anticipa muchos de los cambios que vendrán y sigue la tendencia ya verificada en otros países. Por ejemplo, en él se da mayor cabida a la lengua vulgar en la celebración de la Misa, se permite que ella sea celebrada coram populum y que la lectura de la Epístola se haga desde el ambón, se introduce la figura de los lectores laicos y de un guía que va explicando el desarrollo de la Misa, se promueve la participación de los fieles con respuestas al sacerdote y con el canto, etcétera.Una influencia decisiva tendrá en los años siguientes monseñor Vicente Ahumada (1913-2003), a quien corresponderá llevar adelante los cambios litúrgicos del Concilio Vaticano II en la Conferencia Episcopal chilena y la Arquidiócesis de Santiago. 

El análisis del contenido del Directorio pastoral para la Santa Misa puede verse en esta entrada

Segundo momento: La película El Cuerpo y la Sangre (1962)

El cuerpo y la sangre es una película chilena de ficción, de temática religiosa, estrenada en 1962 (puede verse completa en el sitio del Archivo Fílmico de la Universidad Católica, y también en Youtube) y una de las películas más relevantes del llamado Nuevo Cine Chileno. Dirigida por Rafael Sánchez (1920-2006), su temática gira en torno a la Misa católica. Su director, sacerdote jesuita (luego secularizado), realizó estudios de cine en Canadá, EE.UU. y Buenos Aires, y fue fundador y primer director del Instituto Fílmico de la Universidad Católica de Santiago (1955) y pionero del cine chileno, ocupando luego el cargo de jefe del Departamento de Cine de la Escuela de Artes de la Comunicación de dicha casa de estudios, cargo en el que se desempeñó hasta el cierre de dicha facultad en 1973. El cuerpo y la sangre fue la única película de ficción dirigida por Sánchez, quien además realizó una treintena de documentales y contribuyó a la formación a varias generaciones de directores chilenos, desempeñándose además, a partir de 1980 y hasta 2001, como académico del Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

 Rafael Sánchez
(Foto: Memoria Chilena)

La película trata el misterio de la Santa Misa desarrollando un paralelo entre ella y la familia, con un énfasis de ciertos elementos simbólicos y la vida en conflicto, entrelazándose la liturgia con escenas de la vida cotidiana y familiar. De ahí su relación con diversas historias de dramas familiares, como la de dos padres separados con su hija tratando de unirlos, un padre solo trabajando para su hija adolescente y una madre moribunda con tres hijos pequeños enfrentando el ocaso de su vida. El papel del párroco es interpretado por el P. Josse van der Rest, jesuita belga asentado en Chile desde 1958 y colaborador del Hogar de Cristo, si bien sus parlamentos fueron doblados por Jaime Celedón. El lugar principal de filmación es la Parroquia de la Inmaculada Concepción de Vitacura, cuya construcción se inició en 1952

La película, que generó controversia al ser estrenada, contiene varios elementos que anticipan los cambios radicales en la liturgia que se adoptarían en Chile incluso antes de acabado el Concilio Vaticano II, dos años después, y tres años antes del Ordo de 1965, todo con una prisa vertiginosa que muchas veces se permitió modificar la Misa motu proprio, sin aguardar los cambios que vendrían desde Roma. Así, por ejemplo, en una escena (a partir de 28':35'') se puede ver un sacerdote (el P. van der Rest) celebrando la Misa versus populum y las oraciones al pie del altar, además de recitarse de modo dialogado con los fieles, son dichas en vernácula, al igual que otras partes del Ordo, también el Canon e incluso el relato de la Institución, así como las lecturas, lo cual no estaba permitido por el Directorio pastoral para la Santa Misa. Además, la película permite vislumbrar la teología detrás de la acción de los reformadores litúrgicos. Así, por ejemplo, en una escena (39':40'') hay un diálogo que destaca la concepción de la Misa como cena, lugar común omnipresente del período de la reforma litúrgica que muchas veces oscureció casi por completo para los ojos de los fieles la realidad de la Misa como sacrificio (interpretándose la referencia al misterio pascual de SC 47 en un sentido de convite fraterno y no de prefiguración del sacrificio de la cruz), y que después incluso quedaría recogida en la primera edición de la Instrucción General del Misal Romano, provocando el conocido Breve examen crítico sobre el Novus Ordo Missae remitido por los cardenales Ottaviani y Bacci al papa Pablo VI.


Afiche de la película
(Imagen: IMDB)


Tercer momento: La Misa a la chilena de Vicente Bianchi (compuesta en 1964 y estrenada en 1965)

La idea de la Misa a la chilena (la que puede escucharse interpretada íntegramente aquí) comenzó a gestarse en 1960, luego de que Vicente Bianchi (1920-2018) escuchara la Misa Luba y la Misa Bantú: "Los misioneros iban allá a concientizar sobre la religión desde Europa, y hacían cantar los rezos católicos con la música y ritmos propios de África. Yo pensaba por qué no se podría hacer en todos los países lo mismo" (Rodríguez, A., "Vicente Bianchi, sin premio nacional de Música", The Clinic, 28 de noviembre de 2010). Este mismo propósito de Bianchi puede encontrarse en otro compositor sudamericano, el argentino Ariel Ramírez (1921-2010), quien en 1964 estrenó su Misa criolla.


Vicente Bianchi (circa 1940)

En 1964, tras el Concilio Vaticano II, la Iglesia accedió a autorizar la celebración de la Misa en la lengua vernácula (SC 36 y 54) y permitió el canto religioso popular (SC 118), decisión que dio un respaldo definitivo al proyecto que Bianchi llevaba años madurando: "Quise en esos momentos brindar a mi patria, a la Iglesia y a su pueblo cristiano una obra de inspiración similar, pero bien chilena, sencilla, solemne, sin excesiva elaboración técnica y de fácil captación popular, y muy representativa de nuestra nacionalidad y devoción religiosa. Imposibilitó la tarea, en ese entonces, el hecho de que todos los textos de la Iglesia fueran en latín, pues la mezcla de esa lengua con los ritmos chilenos seguramente no habría resultado muy feliz" (Cuadernillo del disco Misa a la chilena y otros 6 temas chilenos, interpretada por el Coro Chile Canta, Santiago, EMI, 1991).

Durante el proceso de composición, Bianchi presentó sus avances en el internado del Patrocinio de San José, a cargo de los padres salesianos, recibiendo respuestas positivas de éstos. Asimismo, recibió consejos de Dom León Toloza OSB, director del Departamento de Música Sagrada de la Arquidiócesis (así como de otros sacerdotes de dicho departamento arquidiocesano), quien también colaboró con la composición de otras tres Misas compuestas por los compositores nacionales Juan Amenábar (su Misa Nova fue la primera Misa con texto castellano compuesta en Chile), Juan Lemann y Luis Merino, enmarcadas no en el ámbito popular, como es el caso de Bianchi, sino en la tradición gregoriana.

Junto a su amigo Jorge Inostroza (1919-1975), autor del mítico Adiós al Séptimo de línea, (1955), llevó la Misa terminada a un sacerdote salesiano amigo. Al tararearla al piano, este quedó tan entusiasmado que llamó a otros sacerdotes que escucharon gustosos las melodías. Fue entonces cuando llegó al Cardenal Raúl Silva Henríquez, a la sazón Arzobispo de Santiago, quien la recibió con entusiasmo y resolvió apoyar la iniciativa con fervor, incluso con una carta pública luego de que esta Misa se convirtiera en objeto de controversia pública a causa de su lenguaje musical y textual (Bianchi, V., "Vicente Bianchi está componiendo la música que Chile le cantará al Papa", El Mercurio, Santiago, 1° de julio de 1986, p. C10). Las voces más conservadoras calificaban como un auténtico escándalo el que una Misa -más encima, en castellano- finalizara con una cueca, en tiempos en que aún pesaba sobre ésta la idea de que se trataba de música "pecaminosa" o de que no había cabida para la guitarra dentro de una iglesia (Bianchi, V., "¡Cuando la música clásica era popular!", Suplemento Crónicas del Domingo, Diario Austral, Puerto Montt, 7 de junio de 1987, p. 7). 

En 1965, la obra terminada fue grabada por el sello EMI-Odeón y también fue difundida por la Radio Cooperativa. El Cardenal Silva Henríquez en persona participó de su estrenó en la Capilla Santa Adela de Maipú ese mismo año 1965. Poco después fue interpretada también en la parroquia Santa Marta de Ñuñoa, donde se ha seguido interpretando regularmente hasta hoy. Bianchi recibió, además del decidido apoyo de la jerarquía eclesiástica, aquel de elementos vinculados a la Democracia Cristiana, la que accedió al poder en 1964 junto con el presidente Eduardo Frei Montalva, apoyos que facilitaron la difusión de la obra. Desde su estreno, algunas de sus partes, como el Sanctus, se difundieron como composiciones habituales para la Misa dominical en localidades de todo el país, pasando a transformarse en parte del patrimonio religioso chileno.

 Carátula de la primera grabación de la Misa a la chilena (1965)

La Misa a la Chilena esta compuesta de cinco partes, las que respetan la estructura y, en general, el texto del ordinario de la Misa católica: Kyrie (estilo araucano o mapuchina), Gloria (refalosa y tonada), Credo (tonada rápida), Sanctus (aire chileno) y Agnus Dei (huayno o trote nortino), además de un "Aleluya" final (cueca). "Ella presenta los ritmos de la zona central de Chile, que a mi juicio son los más representativos de nuestra nacionalidad" (Cuadernillo del disco Misa a la chilena y otros 6 temas chilenos, interpretada por el Coro Chile Canta, Santiago, EMI, 1991). Traducida al inglés, al sueco y al alemán, la obra ha cosechado gran éxito también en el extranjero, y junto a la segunda Misa de Bianchi (Misa de la Cruz del Sur, 1970), basada en los diez ritmos más representativos de América Latina, ha sido publicada en varios países de Europa, como Italia, Suecia, Holanda, y también en Estados Unidos.

A partir de estas experiencias, posteriormente, en 1986, a Bianchi le fue encargada una obra para celebrar la visita del papa Juan Pablo II, la que tuvo lugar en abril del año siguiente.

Por primera vez, entonces, con la Misa a la chilena se oían los clásicos Kyrie, Gloria, Aleluya, Ofertorio, Credo, Sanctus y Agnus Dei en lengua vulgar y con melodías y ritmos propios de la cultura chilena, unidas a algunos recursos de la música docta, generando un producto con rasgos híbridos (lo cual no estuvo exento de críticas de folcloristas que denunciaban esta "falta de pureza" de la obra). Si bien desde tiempos indianos existía una tradición de canto religioso popular, especialmente el llamado "canto a lo divino" (el que, en sus orígenes, tenía vínculos con los esfuerzos misioneros y de catequización, como había ocurrido también en otras partes del mundo), existía hasta ese entonces una separación estricta entre dicha tradición y las funciones litúrgicas propiamente tales. A la larga, el abandono de dicha separación tuvo como consecuencia una inconveniente difuminación  de los límites entre lo sagrado y lo profano, generándose un mimetismo entre uno y otro ámbito, con la consiguiente pérdida de la solemnidad necesaria para el desarrollo de las funciones litúrgicas. Una crítica en este sentido provino del destacado compositor nacional y primer presidente de nuestra Asociación, don Alfonso Letelier Llona

Además de Bianchi, quien recibió el Premio Nacional de Artes Musicales el año 2016, justo dos años antes de su muerte, cabe consignar los esfuerzos de otros compositores chilenos por amalgamar la liturgia católica con la tradición musical popular chilena. Entre ellos se puede destacar a Raúl de Ramón (Misa chilena, 1965) y Ángel Parra (Oratorio para el pueblo, 1965). Algunos de los cantos de estos compositores se usan hasta hoy en la liturgia reformada que se celebra en el país.

Epílogo: la Pastoral Universitaria (1965) y la ocupación de la Catedral Metropolitana (1968)

Después de los tres momentos recién relatados vendrá la Misa organizada por la Pastoral Universitaria en la céntrica Iglesia de Santa Ana, que nació por iniciativa del Rvdo. Mariano Puga Concha a su regreso de Europa.  

Nacido en 1931 en el seno de una familia acomodada de Santiago, la vocación de Puga afloró mientras estudiaba la carrera de Arquitectura en la Pontificia Universidad Católica de Chile, cuando un compañero de curso le preguntó súbitamente qué esperaba para convertirse. Ante ese sorpresivo requerimiento, Puga le respondió preguntándole qué era lo que tenía que hacer. Su compañero concluyó con la frase que le cambiaría la vida: "Lee el Evangelio y tómatelo en serio". Pronto tuvo que hacer un trabajo para su carrera relacionado con las viviendas sociales. Su preparación lo condujo a él y algunos compañeros al humilde campamento de San Manuel (comuna de San Joaquín), en la ribera del Zanjón de la Aguada, donde entró en contacto con la extrema pobreza y pudo poner en práctica el llamado de Cristo de servir a los pobres. Tras un voluntariado cada vez más intenso y permanente ayudando a los más desposeídos, finalmente optó por abandonar sus estudios universitarios y dejar a su novia para ingresar al Seminario Diocesano de Santiago, donde fue ordenado sacerdote en 1959. Ese mismo año fue enviado a proseguir sus estudios en el recién creado Instituto Superior de Liturgia de París, dirigido por Dom Bernard Botte OSB, más tarde uno de los integrantes del Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia (véase aquí la anécdota que lo involucra a él y al P. Louis Bouyer C.O. respecto del origen de la Plegaria Eucarística II, la más usada en la Misa reformada). Desde ahí, Puga continuó sus estudios en Italia y Bélgica, obteniendo el grado de Doctor en Teología Moral, lo que le permitió a su regreso impartir clases de Teología en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Con el tiempo, su ministerio acabará en las antípodas e las aulas universitarias. 

Puga volvió a Chile en 1961. Ya de vuelta al país fue el organizador de la Pastoral Universitaria puesta en marcha con el auspicio del nuevo arzobispo de Santiago, S.E.R. Raúl Silva Henríquez, la que comenzó a funcionar en la histórica Iglesia de Santa Ana durante el año académico de 1962. Cada domingo llegaba hasta ahí Miguel Ángel Solar, un estudiante de Medicina que cinco años después ocupará el cargo de presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica de Chile (FEUC) por la Democracia Cristiana, junto con otros compañeros que ponían manos a la obra para transformar de manera radical el espacio sacro de la antigua iglesia. Colgaban un telón blanco frente al altar mayor, el cual cumplía la función de ser una expresión gráfica de los "signos de los tiempos": de un lado, la oscuridad del arte que imita al barroco hispanoamericano, las estatuas, los mármoles, la pesada arquitectura del siglo XIX; de otro, la luminosidad, la simplicidad, la pobreza de unos estudiantes que era el presente y futuro de la Iglesia chilena y latinoamericana que transitaba hacia la opción preferencial por los pobres, aquella anunciada en la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín (1968) y ratificada en la tercer versión realizada en Puebla (1979). 

Una vez puesto el telón, comenzaba el desplazamiento de caballetes y tablas de pino que se cubrían con lienzos, vasos, velas y misales para improvisar un altar exento. Más se seiscientos jóvenes esperaban en la nave la llegada del sacerdote. Con paso calmo, a las diez de la mañana hacía su ingreso Mariano Puga, quien con gestos impecables, apegados a la estética del culto católico y con la unción propia de un benedictino, celebraba la Santa Misa vuelto hacia los jóvenes y en castellano, preparando así el camino a un nuevo Ordo provisional que se promulgaría en 1965 siguiendo los deseos de los padres conciliares recogidos en la Constitución Sacrosanctum Concilium (1963). Sus sermones discurrían todavía sobre las cosas de Dios, como era el deseo del Concilio (SC 24 y 52). Faltaba un tiempo para que su discurso siguiese la manía sociológica y política que comenzaba a ponerse de moda en las cátedras y los púlpitos y que lo transformaría en una figura emblemática de los llamados "curas obreros", ejerciendo su ministerio en Pudahuel y la Población La Legua (comuna de San Joaquín). Por esos años, tales temas quedaban para después de la Misa, cuando los jóvenes se reunían en unas dependencias laterales de la iglesia que daban hacia la calle San Martín y que en otro tiempo habían albergado las caballerizas y cocheras para el coche del Santísimo que se llevaba a los enfermos. Ahí, entre los sándwiches de marraqueta y el café con que se rompía el ayuno, se discutía la nueva teología que comenzaba a germinar en el continente.  

El Rvdo. Marino Puga celebra la Misa en la Parroquia Universitaria. A su lado, arrodillado, Miguel Ángel Solar
(Fuente: Archivo fotográfico de El Mercurio, reproducida por Donoso Loero, Ma. T., Cristianos por el socialismo, Santiago, Gráfica Millantué Ltda., 4a ed., 1976, p. 20)

Tiempo después, cuando monseñor Silva Henríquez se enteró de la experimentación litúrgica que tenía lugar en la Iglesia de Santa Ana, citó a Puga y le preguntó: “¿Qué estás haciendo? Eso no está permitido”. Entonces éste le respondió: “Don Raúl, la diócesis me envío a Europa, para poder llevar el mensaje del Concilio Vaticano II a los estudiantes universitarios y lo primero que quieren los estudiantes es ir a una iglesia donde se hable la lengua de ellos… Yo sé que esto le va a causar problemas a usted, pero quédese callado, no cuente nada, porque los universitarios están felices”. Conmovido, el arzobispo le dio un apretón de manos y le dijo: “Ya sigue no más, sigue no más”.

Sin embargo, la mejor demostración de la consumación de los cambios que vivía la liturgia  como receptáculo del nuevo clima social fue la ocupación de la Catedral Metropolitana por parte de un grupo de jóvenes durante la jornada del 11 de agosto de 1968, acción que siguió con un año de diferencia a la vivida por la Casa Central de la Pontificia Universidad Católica de Chile bajo el impulso de la FEUC que dirigía el ya mencionado Miguel Ángel Solar. A las 4.00 de la madrugada un grupo ligado al movimiento Iglesia Joven ocupó el interior del templo, desplegando en el frontis del edificio un enorme lienzo con la consigna: "Por una Iglesia junto al pueblo y su lucha". El objetivo era hacer un llamado de atención al país sobre sus puntos de vista acerca de la Iglesia, sus autoridades y la situación que atravesaba Chile, los que coincidían con la naciente teología de la liberación.

Al interior de la Catedral se llevó a cabo una conferencia de prensa y posteriormente se improvisó una Misa, la que fue presidida por el Rvdo. Diego Palma, capellán de la Asociación Universitaria Católica, vestido sólo con alba y estola, y concelebrada por los Rvdos. Francisco García y Paulino Guzmán, ambos de la Parroquia San Luis Beltrán de Barrancas (Pudahuel). Para la Misa no se utilizó el magnífico altar mayor de plata repujada de la Catedral, sino que se situó una sencilla mesa en la nave del templo, rodeada de bancas. Se entornaron canciones con acompañamiento de guitarra, las cuales eran desconocidas para la mayoría de los fieles de la época. El sermón versó sobre la perícopa en la cual Jesús enseña que el hombre no puede acumular bienes materiales a cambio de perder su alma (Mt 16, 24-25) y la parábola del recaudador de impuestos que clama misericordia (Lc 18, 11-13). Después se improvisaron plegarias por parte de los asistentes, donde se pidió por la paz en Biafra (Argelia), la clase trabajadora explotada en América Latina, el término de la intervención estadounidense en Vietnam, por el pueblo uruguayo en su lucha, por los caídos en la liberación del imperialismo que asolaba América del Sur, y otros temas semejantes. La consagración se hizo con pan corriente y vino de mesa, y la comunión se repartió bajo ambas especies. Por la tarde, Ángel e Isabel Parra cantaron su Oratorio para el pueblo, bajo el púlpito barroco del cual pendían afiches del Che Guevara y Camilo Torres Restrepo. Al día siguiente, el Arzobispo de Santiago decretó la suspensión a divinis de los siete sacerdotes que participaron en la ocupación de la Catedral, entre ellos los tres celebrantes.






Distintos momentos de la Misa celebrada durante la ocupación de la Catedral Metropolitana
(Fuente: Archivo fotográfico de El Mercurio, reproducidas por Donoso, Cristianos por el socialismo, cit., p. 76)

Chile vivía la época que aparece retratada en la película Ya no basta con rezar (1972), del director Aldo Francia (1923-1996). Ella cuenta la historia de un sacerdote enfrentado a la pobreza y los desórdenes sociales originados durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964-1970). El protagonista, el Padre Jaime (Marcelo Romo), debe luchar constantemente entre su obediencia a la jerarquía de la Iglesia y sus deseos de tomar un papel más activo en la revolución obrera que se está planeando en el puerto de Valparaíso en 1967 (la película completa puede ser vista aquí).


Afiche de la película
(Imagen: Wikipedia)

Nota de la Redacción: La presente entrada ha sido preparada usando las siguientes fuentes de referencia: I. Sobre el Directorio pastoral para la Santa Misa(i) Conferencia Episcopal de Chile, Directorio pastoral para la Santa Misa, Santiago, Ediciones Universidad Católica, 1960; (ii) Comisión Nacional de Liturgia, Memoria y esperanza de la liturgia. A 50 años de la Sacrosanctum Concilium, Santiago de Chile, Librería Pastoral, 2013; (iii) Necrología de monseñor Vicente AhumadaII. Sobre El cuerpo y la sangre(i) biografía de Rafael Sánchez en Wikipedia; (ii) biografía de Rafael Sánchez en Memoria chilena; (iii) obituario de Rafael Sánchez en El cine es cortar;  (iv) entrada sobre la película en WikipediaIII. Sobre la Misa a la chilena(i) artículo sobre la Misa a la chilena en Memoria Chilena; (ii) Guerra Rojas, C., "Tradición, modernidad e hibridaciones: El caso de la Misa a la chilena de Vicente Bianchi", en  Torres, R. (ed.), Música popular en América Latina. Actas del II Congreso Latinoamericano IASPM International Association for the Study of Popular Music, Santiago de Chile, Dolmen Ediciones, 1999, pp. 341-356 (disponible aquí); (iii) Letelier Llona, A., "Música sacra y snobismo", Finis Terrae, núm. 47 (enero-febrero 1965), pp. 39-41. IV. Sobre la Misa de la Pastoral Universitaria y la ocupación de la Catedral Metropolitana: (i) Donoso Loero, Ma. T., Cristianos por el socialismo, Santiago, Gráfica Millantué Ltda., 4a ed., 1976; (ii); biografía de Mariano Puga Concha en Wikipedia; (iii) entrevista con Mariano Puga Concha en Iglesia de Santiago; (iv) Concha Oviedo, H., "La Iglesia Joven y la 'toma' de la Catedral de Santiago: 11 de agosto de 1968", Revista Historia de la Universidad de Concepción, vol. 7 (disponible aquí); (v) artículo sobre Iglesia Joven en Wikipedia; (vi) artículo sobre la película Ya no basta con rezar en Wikipedia; (vi) Reportaje sobre la investigación canónica contra Mariano Puga en The Clinic

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