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miércoles, 19 de diciembre de 2018

Las órdenes mayores

En la Iglesia latina se hacía distinción entre órdenes mayores y menores. Las primeras correspondían a los primeros grados por los que debía pasar el seminarista en su camino hacia el sacerdocio después de haber sido incorporado al estado clerical por la tonsura: ostiario, exorcista, lector y acólito (véase aquí la entrada previa que le hemos dedicado a las ordenes menores). Después venía el subdiaconado, el diaconado y el sacerdocio, que era las llamadas órdenes mayores, o sagradas, puesto que quienes la sirven tienen inmediata referencia a lo que está consagrado (Santo Tomás de Aquino, Suplemento, q. XXXVII, a. 3). En Oriente, el subdiaconado se considera una orden menor e incluye tres de las otras órdenes menores latinas (portero, exorcista y acólito). 

 Ilustración del cursus honorum, con los distintos peldaños que van desde la tonsura al sacerdocio
(Ilustración: Modern Medievalism)

Santo Tomás decía que no hay nada tan divino como el objeto de los sacramentos del Orden y de la Eucaristía, porque ellos versan sobre el propio Jesucristo Nuestro Señor, uno aplicando a las almas los méritos de su redención en su propia persona y el otro actualizando ese sacrificio redentor hasta el final de los tiempos. De ahí que las órdenes mayores se relacionen con el ámbito de lo consagrado, vale decir, con lo que más inmediatamente se refiere al culto a Dios. El sacerdote pronuncia las palabras de la consagración para convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Está en contacto inmediato con el Cuerpo de Nuestro Señor, pues lo toca y lo da a las almas. El diácono ya se puede acercar al Santísimo Sacramento, hasta el punto de poder tocar el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo. El subdiácono vela particularmente por los vasos sagrados a prudente distancia. Quienes reciben estas tres órdenes mayores tienen, por consiguiente, poderes sobre las cosas sagradas, y deben tener un grado de pureza aún mayor que los que están en las demás órdenes, por lo que su recepción obliga a la continencia perfecta.

Dentro del orden sacerdotal cabe hacer una distinción entre los presbíteros y los obispos. Estos dos últimos y el diaconado reciben el nombre de  órdenes jerárquicos, porque son de origen divino y han recibido el ejercicio de la función de gobierno (Concilio de Trento, Sesión XXIII, canon 6, y LG 28). De hecho, el Concilio de Trento definió dogmáticamente que la jerarquía del orden era de institución divina y sólo incluía los tres primeros grados de las órdenes mayores, vale decir, el episcopado, el presbiterado y el diaconado (De sacramento ordinis, IV, 6); pero también declaró que los Padres habían admitido el subdiaconado entre los órdenes mayores porque era de institución eclesiástica y coadyuvaba a las otras (De sacramento ordinis, II). 

Todos los candidatos a las órdenes mayores debían presentarse a la iglesia con tonsura y en vestimenta clerical, llevando las vestimentas propias del orden al cual serán elevados y velas encendidas. Ellos son llamados por su nombre y cada candidato contesta “adsum”, para manifestar que está pronto a cumplir el ministerio al que es promovido por la Iglesia. Cuando se realiza una ordenación general, la tonsura es dada después del Introito o del Kyrie, las órdenes menores después del Gloria, el subdiaconado después de la Colecta, el diaconado después de la Epístola y el sacerdocio después del Aleluya o Tracto. 

Los ritos que enseguida se describen son aquellos que están previstos en los libros litúrgicos vigentes en 1962, que son los que se usan en la forma extraordinaria del rito romano. Ellos se aplicaban igualmente a todos los otros ritos latinos, puesto que ninguno tiene como propio el sacramento del orden. El Concilio Vaticano II quiso que se revisasen los ritos de las ordenaciones, tanto en lo referente a las ceremonias como a los textos (SC 76), por lo que ellos son hoy diferentes, aun cuando se conserva lo esencial. 

Órdenes sagradas (del libro The Catholic Altar BoyAppleton, Wisconsin, 1922) 
(Ilustración: Wikimedia Commons)

(1) El subdiaconado

En rigor, el subdiaconado es una orden menor, pues la función principal de quien la recibía era la de leer la Epístola durante la Misa y servir en el altar, así como purificar fuera de ella los lienzos y vasos sagrados. Nunca fue considerado un verdadero sacramento, como sí aquellos que confieren alguno de los grados del orden jerárquico, sino como un sacramental, aun cuando fue ganando prestigio por los votos de castidad que emiten los candidatos al momento de su ordenación. En la Iglesia oriental es el último de los grados de las órdenes menores después del acólito y el cantor. Por el contrario, desde el siglo XII la Iglesia latina consideró al subdiaconado como la primera de las órdenes mayores, por las obligaciones que implica en conexión directa con el Santo Sacrificio de la Misa. Desde entonces, el clérigo quedaba obligado a la continencia perpetua. 

 Subdiácono sosteniendo el Evangeliario

En 1972, el motu proprio Ministeria quedam de Pablo VI modificó la disciplina eclesiástica de la Iglesia latina. Ahí se prevé que, en adelante, las funciones desempeñadas por el subdiácono quedan confiadas al lector y al acólito (ahora configurados como ministerios laicales), de suerte que deja de existir para la Iglesia latina el orden mayor del subdiaconado (IV). El mismo documento permite que, en algunos sitios y a juicio de las conferencias episcopales, el acólito pueda ser llamado también subdiácono (IV). Así ocurre, por ejemplo, en el Oratorio de Londres, en la Comunidad de San Martín y en el Real Colegio del Corpus Christi en Valencia. Esa es la razón por la cual, según las respuestas dadas al respecto por la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, los únicos subdiáconos “substitutos” que pueden participar en una Misa solemne celebrada conforme a la forma extraordinaria son los seminaristas y los acólitos instituidos (cfr. Pontificia Comisión Ecclesia Dei, Respuestas de 7 de julio de 1993, Prot. núm. 24/92; 6 de noviembre de 2012, Prot. núm. 39/2011L; 15 de abril de 2013, Prot. núm. 39/2011L; y 14 de noviembre de 2018, Prot. núm. 39/2011L-ED).

Las ceremonias para la recepción del subdiaconado tenían lugar del siguiente modo:                                                                                           
Presentación. Aquellos que, habiendo recibido las órdenes menores, sean promovidos al subdiaconado, se deben presentar revestidos con alba y cíngulo y con un cirio encendido en la mano derecho, como muestra de la pureza de su vida. Los ordenandos se postran por tierra y el obispo les da tres veces la bendición. 

 Ordenación de subdiáconos para la FSSP en Denton, Nebraska (2006)
(Foto: FSSP)

Advertencia inicial. Desde el principio de la ordenación, el obispo advierte a los subdiáconos que se les impone la castidad perpetua, y que nadie puede ser admitido a esta orden sin tener la voluntad sincera de someterse al celibato (canon 132 del Código de Derecho Canónico de 1917). Hoy, dado que la incorporación al estado clerical se produce con la ordenación diaconal (canon 266 CIC), es desde momento que existe obligación grave de guardar continente perfecta y perpetua por el Reino de los Cielos (canon 277, § 1 CIC).

Letanías de los santos. Los ordenandos se postraban en el suelo, en señal de humildad y adoración, como hacían antiguamente los patriarcas y profetas. En ese momento, en unión con todos los elegidos del Cielo, se cantaban las Letanías de los santos, oración predilecta de la Iglesia, en la que se presentan a la Santísima Trinidad todos los méritos y trabajos del Hombre-Dios. Esta postración y letanías precedían igualmente al diaconado y sacerdocio.

Admonición. El obispo enumeraba las funciones del subdiácono. En la Misa solemne, el subdiácono tiene como función presentar la patena y el cáliz al diácono, verter el agua en el cáliz y cantar la Epístola. Además, está encargado de purificar los lienzos sagrados.

Entrega de los instrumentos propio de su ministerio. En la ceremonia de recepción del subdiaconado, el aspirante debía tocar con los dedos de su mano derecha el cáliz y la patena vacíos, mientras el obispo le decía: "Mirad misericordioso a este servidor tuyo, que ha sido escogido para subdiácono, y dadle a este servidor el Espíritu Santo, para que toque dignamente los vasos litúrgicos y cumpla tu voluntad". 

Conviene tener presente que hay algunas diferencias entre un subdiácono ordenado y un subdiácono "substituto" en lo que atañe a su servicio al altar. Durante la Santa Misa, el subdiácono ordenado porta la cruz procesional y el Evangeliario, lee la Epístola o la Profecía, añade agua al vino dentro del cáliz en el Ofertorio y, durante todo el Canon, se mantiene bajo las gradas del altar teniendo delante de sí la patena velada, para mostrar que él no es digno todavía de asistir al santo misterio del altar (véase aquí la explicación de este último rito). Por su parte, el subdiácono "sustituto" no vierte el agua en el cáliz durante el Ofertorio, sino que debe dejar al diácono hacerlo; no debe tocar el cáliz infra actionem ni cubrirlo con la palia, como tampoco descubrirlo; y después de la comunión no purifica el cáliz, correspondiendo al celebrante hacerlo, después de lo cual el subdiácono "substituto" lo cubre con el velo y la bolsa del corporal y lo lleva a la credencia.

Oración por los nuevos subdiáconos. El obispo pedía para los subdiáconos la gracia de que pudiesen cumplir bien sus funciones, así como los dones del Espíritu Santo, para que fuesen guardianes vigilantes del altar durante el sacrificio.

Imposición de los ornamentos sagrados. Como era considerada una orden mayor, con el subdiconado comenzaba el uso de los ornamentos litúrgicos propios. En su caso era la tunicela, similar o prácticamente igual a la dalmática del diácono, y el manípulo. Esta última era la insignia específica de su dignidad, y significaba que el subdiácono había expresado su deseo de no rechazar la dura tarea que se le había confiado en servicio de la Iglesia (non recuso laborem).

Entrega del Leccionario. Tras tomar con su mano derecha el Leccionario, el obispo le decía al subdiácono: "Recibe el libro de las Epístolas con el poder de leerlo para los vivos y los muertos". 

 El subdiácono lee la epístola durante una Misa solemne (der.)

Para que los subdiáconos elevasen regularmente su mente a Dios, la Iglesia les mandaba el rezo del breviario (canon 135 del Código de Derecho Canónico de 1917). Su nuevo estado exigía de ellos un profundo espíritu de fe y la práctica, no sólo de la pureza del cuerpo, sino también del corazón. Debido a los cambios experimentados en la disciplina canónica y eclesiástica después del Concilio Vaticano II, en la actualidad una persona ingresa al estado clerical cuando es ordenado diácono y queda incardinado en la Iglesia particular o en la prelatura personal para cuyo servicio fue promovido (canon 266 CIC). Desde entonces, el clérigo tiene la obligación de recitar todos los días la liturgia de las horas según sus libros litúrgicos propios y aprobados (canon 276 CIC). Respecto a la tonsura, las órdenes menores y el subdiaconado, el motu proprio Summorum Pontificum no introdujo ningún cambio en la disciplina del Código de Derecho Canónico de 1983. Esto significa que, en los institutos de vida consagrada y en las sociedades de vida apostólica que dependen de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, el profeso con votos perpetuos en un instituto religioso o incorporado definitivamente a una sociedad clerical de vida apostólica, queda incardinado como clérigo en ese instituto o sociedad al recibir el diaconado (artículo 30 de la instrucción Universae Ecclesiae). Sin embargo, está permitido que en los institutos de vida consagrada y en las sociedades de vida apostólica que dependen de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei y en aquellos donde se mantiene el uso de los libros litúrgicos de la forma extraordinaria se use el Pontificale Romanum de 1962 para conferir las órdenes menores y mayores (artículo 31 de la instrucción Universae Ecclesiae).

La pregunta que surge respecto de este estado de cosas es desde cuándo hay obligación de rezar el breviario, admitido que los clérigos tienen la facultad de usar el Breviarium Romanum en vigor en 1962 (artículo 9, § 3 del motu proprio Summorum Pontificum), el cual se recita integralmente en lengua latina (artículo 31 de la instrucción Universae Ecclesiae). De esta materia se ocupa la respuesta a la pregunta núm. 16 hecha por el Rvdo. Dawid Pietras, de la Diócesis de Zielona Góra-Gorzów (Polonia), a la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, la cual reproducíamos en la entrada respectiva y que ahora contextualizamos debidamente. Dice respectivamente esa pregunta (en negrita y cursiva) y su respuesta (en rojo y cursiva):

16. ¿Tienen los subdiáconos la obligación de recitar el breviario?
A través de la ley expresada en el Código de Derecho Canónico de 1983, se entiende bajo el concepto de clérigos a diáconos, sacerdotes y obispos (can. 1009, § 1 CIC). A la luz de la instrucción Universae Ecclesiae (núm. 27), debemos usar la disciplina contenida en el Código de Derecho Canónico de 1983. Entonces, ¿debe el asunto estar gobernado por las constituciones de una comunidad, que pueden obligar a un subdiácono a recitar el Breviarum Romanum?

Debe aplicarse el can. 1174 § 1 CIC ["La obligación de celebrar la liturgia de las horas, vincula a los clérigos según la norma del can. 276 § 2, 3; y a los miembros de los institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica, conforme a sus constituciones"].

El subdiaconado se conserva en las Iglesias orientales, donde se le llama hipodiácono (del griego ὑπόypo, bajo, y διάκονοςdiakonos, servidor). Su investidura litúrgica se compone del stijarion (equivalente a la tunicela) y el orarion (equivalente a la estola) en forma de cruz. Su función es asistir al obispo en el servicio litúrgico.  

 Subdiáconos alrededor de un obispo ortodoxo durante una procesión

(2) El diaconado

El diácono (del griego antiguo διάκονος, diákonos, que significa servidor) es el ministro del obispo o del sacerdote en el altar. Le corresponde cantar el Evangelio y puede ser autorizado a predicar. En algunos casos, es el ministro extraordinario del bautismo y de la comunión. El diácono debe procurar llevar una vida pura y predicar, tanto por sus ejemplos como por sus palabras, la llamada de Dios, siguiendo el ejemplo de San Esteban y San Lorenzo, ambos mártires. En un comienzo se trataba de un ministerio permanente, pero poco a poco fue evolucionando para convertirse en un estado transitorio previo al presbiterado. Hacia fines de la Edad Media, esta disciplina ya está totalmente extendida, con pocas excepciones (por ejemplo, San Francisco de Asís nunca recibió la ordenación presbiteral y permaneció como diácono hasta su muerte). 

La ordenación diaconal solía ocurrir al final del penúltimo año de estudios en el seminario, y todavía está prescrito que no se haga antes de haber completado cinco años de formación (canon 1032 CIC). Durante el último año, los seminaristas hacían sus principales preparativos para el sacerdocio: aprendían a rezar la Santa Misa, tenían clases de pastoral para conocer las dificultades de su ministerio, empezaban a predicar y llegaban incluso a administrar el sacramento del bautismo y a dar la comunión a los enfermos, además de los sacramentales. Eran los de mayor edad entre los seminaristas, y se constituían en modelo de los demás en la meta común de alcanzar la gracia de la participación en el sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo.

 Carlo Crivelli, San Esteban (1476)


La ceremonia de ordenación al diaconado era casi idéntica a la del subdiaconado, pero en ella sí hay imposición de manos por tratarse de un sacramento:    

Presentación de los candidatos. Los candidatos se presentaban revestidos con amito, alba, cíngulo, estola y manípulo, con la dalmática doblada en el brazo izquierdo y una vela en la mano derecha. El obispo preguntaba al archidiácono o arcediano, vale decir, el diácono principal de la catedral, si los que iban a ser promovidos al diaconado eran dignos para el oficio y luego invitaba al clero y al pueblo a mencionar cualquier objeción que pudiesen tener. 

 Admonición del obispo durante una ordenación diaconal tradicional en la catedral de Tolón (Francia)

Advertencia inicial. Después de una corta pausa, el obispo explicaba a los ordenandos los deberes y privilegios de un diácono, mientras ellos permanecían arrodillados.
                                                                                      
Letanías de los santos. Al terminar esa primera advertencia, los ordenandos se postraban y el obispo, junto con el clero, recitaban las Letanías de los santos y les impartía tres veces su bendición. 

Admonición a los ordenandos. Después de las letanías, se rezaban algunas otras plegarias en las que el obispo continuaba invocando la gracia de Dios para los candidatos.

Prefacio consagratorio. Venía entonces el canto de un corto prefacio, donde se expresaba la alegría de la Iglesia al ver la multiplicación de sus ministros. Éste contenía la fórmula de ordenación con la imposición de la mano derecha del obispo sobre la cabeza de cada uno de los ordenandos. Mientras que la materia consiste en la imposición de las manos, las palabras esenciales de la forma del sacramento del orden para el diácono eran: "Recibe la fortaleza del Espíritu Santo y para resistir al demonio y sus tentaciones, en el nombre del Señor". Luego, extendiendo su mano sobre todos los candidatos juntos, decía: "Te pedimos Señor, que envíes sobre ellos el Espíritu Santo con el cual sean fortalecidos para el desempeño lleno de fe de tu ministerio, por medio de la concesión de tus siete dones". 

Imposición de los ornamentos sagrados. Enseguida, el nuevo diácono recibía la dalmática como símbolo de su ministerio y la estola como insignia litúrgica, ambas acompañadas con la fórmula que expresaba su especial significado. 

 Imposición de los ornamentos sagrados durante una ordenación diaconal en Albenga (Italia)

Entrega del Evangeliario. Finalmente, el obispo hacía que todos los candidatos tocasen  el Evangeliario, diciéndoles: "Recibe el poder de leer el Evangelio en la Iglesia de Dios, a los vivos y a los muertos, en el nombre del Señor".  Vale la pena hacer notar que en el Decretum pro Armenis (1439) del papa Eugenio IV (1431-1447) la entrega del Evangeliario es mencionada como la "materia" del diaconado, puesto que se trata de un ministerio de la palabra de Cristo. 

Oración por los nuevos diáconos. Finalmente, se volvía a encomendar a Dios a los nuevos diáconos. 

En la Misa solemne, el diácono es el encargado de proclamar el Evangelio y puede predicar la homilía, dado que es por excelencia el ministro de la palabra. Durante la Misa de los fieles ayuda al preste, en particular en el Ofertorio vertiendo el vino en el cáliz y disponiendo la hostia sobre el corporal. Le corresponde comenzar el descenso del signo de la paz (él la recibe del preste, la da al subdiácono y así sucesivamente), distribuir la comunión y proclamar el envío con que concluye la Misa. 

El Concilio Vaticano II previó que se podía restablecer en adelante el diaconado como grado propio y permanente de la jerarquía eclesiástica (LG 29), y ese deseo fue cumplido a través del motu proprio Sacrum Diaconatus Ordinem del papa Pablo VI, dado el 18 de junio de 1967. Para el diácono permanente, el candidato idóneo es el hombre que es considerado probo por la comunidad, y que tiene entre sus virtudes el ser caritativo, respetuoso, misericordioso y servicial, pudiendo estar incluso casado. Es determinación del obispo exigir que sea casado y, en este caso, su mujer deberá conceder por escrito al obispo la aceptación para la ordenación de su marido (canon 1031, § 2 CIC). La edad mínima es de 25 años si es soltero y de 35 años si es casado (canon 1031, § 2 CIC). Un diácono casado que enviuda no puede volver a contraer matrimonio, pero sí puede optar a ser presbítero. Quien es ordenado diácono siendo soltero se compromete al celibato permanente. Los diáconos permanentes han de rezar aquella parte de la liturgia de las horas que determine la respectiva Conferencia Episcopal (canon 276, § 2, núm. 3 CIC). Posteriormente, el mismo Pablo VI reformó en general el sagrado orden del diaconado mediante la carta apostólica Ad Pascendum, de 15 de agosto de 1972.

(3) La ordenación sacerdotal

El presbítero (del griego antiguo πρεσβύτερος, presbuteros, que significa anciano) es el ministro del culto divino y, en especial, del mayor acto del culto católico, el Sacrificio Eucarístico. Por su ordenación, el sacerdote queda investido de una serie de facultades relacionadas con la salvación de las almas (celebrar Misa, perdonar los pecados, predicar, administrar los sacramentos, dirigir y cuidar al pueblo cristiano), cuyo ejercicio está reglamentado por la ley común de la Iglesia, por la jurisdicción del obispo y por el oficio o cargo de cada sacerdote. 

 Ordenandos en la catedral de Auxerre al comienzo de la ceremonia de ordenación sacerdotal
 (Foto: FSSP/ Catholic News Live)

En términos generales, la ceremonia de la ordenación sacerdotal era parecida a la de las otras órdenes sagradas, aunque más conmovedora y solemne. 

Presentación. Después del Aleluya o Tracto de la Misa, el arcediano convocaba a todos los que iban a recibir el sacerdocio. Los candidatos, vestidos con amito, alba, cíngulo, estola y manípulo, con la casulla doblada en el brazo izquierdo y una vela en la mano derecha, pasaban al frente y se arrodillaban alrededor del obispo. 

Primera admonición. El obispo preguntaba al arcediano, quien era aquí el representante de la Iglesia, si los candidatos eran dignos de ser admitidos al sacerdocio. Éste contestaba afirmativamente y su testimonio representaba el testimonio de idoneidad que en tiempos antiguos daba el clero y la gente. El obispo se dirigía, entonces, a la congregación e insistía sobre las razones por las cuales "los Padres decretaban que la gente también debía ser consultada", señalando a los fieles que, si alguien tenía algo que decir en prejuicio de los candidatos, debía pasar al frente y declararlo. El obispo describía enseguida la función del sacerdote e invitaba a los ordenandos a practicar las virtudes necesarias para su nuevo estado, recordándoles que en adelante serían sacerdotes de Jesucristo hasta la eternidad según el orden sagrado de Melquisedec. 

 Los ordinandos se postran mientras se rezan las letanías de los santos
(Foto: FSSP)

Letanías de los santos. El obispo se arrodillaba frente al altar, los ordenandos yacían postrados sobre la alfombra, y se cantaba o recitaba las Letanías de los santos. 

Imposición de las manos. Al concluir las letanías, los candidatos se levantaban, pasaban al frente y se arrodillaban en parejas frente al obispo. Éste imponía sus manos sobre la cabeza de cada ordenando, gesto que constituye la materia del sacramento del orden. Todos los sacerdotes que asistían a la ceremonia repetían, después del obispo, el mismo gesto. Mientras que los obispos y sacerdotes mantenían su mano derecha extendida, el obispo recitaba solo una oración, invitando a todos a orar a Dios pidiendo la bendición para los candidatos. 

 Imposición de las manos
(Foto: FSSP/ Catholic News Live)

Prefacio consagratorio. Después de la imposición de las manos seguía la Colecta y entonces el obispo recitaba el Prefacio, hacia el final del cual se encuentra la oración que encierra las palabras esenciales de la forma exigida para el sacramento del orden: "Da, te rogamos, Padre omni­potente, a estos siervos tuyos la dignidad del presbiterado; renueva en sus entrañas el Espíritu de santidad para que alcancen recibido de Ti, oh Dios, el cargo del segundo mérito y enseñen con el ejemplo de su conducta la reforma de las costumbres".

Imposición de los ornamentos sagrados. Enseguida, el obispo imponía a los sacerdotes recién consagrados los ornamentos sagrados que le son propios usando la fórmula apropiada: pasa la estola por detrás del cuello y la cruza sobre el pecho de cada uno (el diácono usa la estola en diagonal desde el hombro derecho) y lo viste con la casulla. Ésta se arreglaba para que colgase por delante, pero está doblada en su parte posterior (véase aquí el sentido de este rito). 

 Unción de las manos
(Foto: FSSP/ Catholic News Live)

Consagración de las manos. Luego de la imposición de los ornamentos, el obispo recitaba una oración invocando la bendición de Dios sobre los recién ordenados, y entonaba el Veni Creator, cuya primera estrofa se cantaba por todos de rodillas. Mientras este himno es cantado por el coro, aquél unge las manos de cada uno con el óleo de los catecúmenos, cubriéndose con el gremial. Después de haber sido ungidas con el Santo Crisma, las manos del nuevo sacerdote se atan con una lienzo sagrado llamada manutergio

Entrega de los instrumentos. Cada uno de los recién ordenados recibía un cáliz que contenía vino y agua, recubierto con la patena donde estaba depositada una hostia no consagrada. El obispo declaraba entonces a los nuevos sacerdotes que en adelante tenían el poder de celebrar la Santa Misa por los vivos y difuntos, uniéndose a Cristo en la actualización de su Santo Sacrificio hasta el fin de los tiempos. Comenzaba el Ofertorio. 

 Traditio instrumentorum
(Foto: FSSP/ Catholic News Live)

Parte sacrificial de la Misa. Cuando el obispo terminaba el Ofertorio de la Misa, se sentaba en el medio del presbiterio y frente al altar, donde cada uno de los ordenados le ofrecía una vela encendida. Los nuevos sacerdotes repetían la Misa con él, todos diciendo las palabras de consagración simultáneamente. En rigor, los nuevos sacerdotes ofrecían el sacrificio junto con el obispo, pero sólo éste seguía las ceremonias y pronunciaba todas las palabras en voz suficientemente audible para que los sacerdotes que concelebran con él lo pudiesen escuchar. Esta concelebración manifestaba apropiadamente la unidad del sacerdocio (recuérdese que el Concilio de Trento no señalaba al sacerdocio y el episcopado como órdenes sagrados distintos), y esa fue la razón por la cual el Concilio Vaticano II quiso ampliarla (SC 57), con los resultados que son por todos conocidos. 

Beso de la paz. Antes de la Comunión el obispo le daba el beso de la paz a uno de los recién ordenados, como símbolo de su nuevo estado. 

Poder de confesar. Después de la Comunión los sacerdotes se acercaban nuevamente al obispo y rezan el Credo de los Apóstoles. Éste les confiere el poder de confesar, usando las propias palabras con que Cristo se lo dio a sus discípulos. El obispo imponía las manos sobre cada uno de los recién ordenados y decía: "Reciban el Espíritu Santo, a quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados; y a quienes se los retengan, les quedan retenidos". Con todo, la facultad de confesar queda sujeta la obtención de la debida licencia por parte del ordinario de su incardinación o domicilio y que se ejerce sobre cualquier fiel, o del superior religioso respecto de los que están sujetos a él o moran en sus casas (cánones 966-976 CIC; véase aquí más detalles sobre la facultad de confesar).

Bendición consagratoria. Llegado este momento, se doblaba la casulla como símbolo de que los recién ordenados habían recibido la plenitud del sacerdocio. Los neo-sacerdotes hacían una promesa de obediencia al obispo y, habiendo recibido de éste el beso de despedida, regresaban a sus lugares. 

Al final de la Misa, los nuevos sacerdotes concedían sus primeras bendiciones. Los años de formación recibidos en el seminario alcanzaban su fin sagrado y la Iglesia de Dios ya podía contar con más ministros (siempre escasos) para su divina misión de salvar almas. Al día siguiente, el recién ordenado celebraba su primera Misa. 

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