viernes, 21 de agosto de 2015

El manípulo

En la forma extraordinaria hay una última insignia litúrgica con el que se revisten los ministros sagrados: el manípulo. El sacerdote (y también el diácono y el subdiácono en las Misas solemnes) lleva fija sobre el antebrazo izquierdo una faja de tela de la misma hechura de la estola, pero más corta, sujeta por medio de un fiador o de unas cintas sobre la manga del alba. En Rubricarum instructum (1960) sólo existe una indicación sobre el manípulo, y se refiere a su incompatibilidad con la capa pluvial o con la vestimenta del sacerdote cuando realiza bendiciones sobre el altar (núm. 136). Así ocurre, por ejemplo, en la liturgia de tinieblas del Viernes Santo (Rubricarum instructum, núm. 135, letra f). En la Forma Ordinaria este ornamento no se utiliza y no existe ninguna mención a él en la Instrucción General del Misal Romano. Sin embargo, D. Mauro Gagliardi, consultor de la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, es del parecer que este ornamento jamás fue abrogado por la reforma litúrgica y que bien podría ser utilizado todavía («Liturgical Vestments and the Vesting Prayers», 18 de diciembre de 2009). Conviene recordar que la Segunda Instrucción para la aplicación de la Constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia Tres ahhinc annos (1967) sólo previno que podía eliminarse el manípulo, sin ordenarlo imperativamente. 


Existen dudas sobre el origen del manípulo. Algunos piensan que procede de un trozo de lienzo que antiguamente llevaban los cónsules y que agitaban en el aire para ordenar la salida en las carreras de circo y también como objeto de etiqueta. Litúrgicamente, esta costumbre continúo observándose mediante el uso de un fino pañuelo que portaban los diáconos romanos durante la Misa, cuya función era más de decoro que para fines prácticos. Otros autores creen que su empleo obedecía a una razón funcional: el manípulo era un sencillo pañuelo con el que los ministros se limpiaban el sudor y enjugaban sus lágrimas durante la Misa y, además, con el que el subdiácono purificaba los vasos sagrados. De acuerdo a esta explicación, el manípulo recuerda el pañuelo (mappa y su diminutivo mappula) que usaban los romanos para el aseo de las manos y la boca después de cada comida, y también el que utilizaban las damas de sociedad para enjugarse el sudor. Sea cual fuere su origen, el uso del manípulo se institucionalizó hacia el siglo XII como parte de los ornamentos propios del orden sagrado de la Iglesia latina, ya que hasta ese momento su uso se circunscribía casi exclusivamente a Roma.

El manípulo, que ha de ser del color litúrgico del día, debe tener en su centro, que viene encima mismo del brazo, una cruz que ha de besar el que lo lleva, tanto antes de ponérselo como al momento de quitárselo. Ordinariamente también suele colocarse una cruz a cada extremo, aunque no está propiamente mandado. Espiritualmente, este ornamento recuerda que las buenas obras, los trabajos y el dolor ofrecidos a Dios serán espléndidamente recompensados. La oración que el sacerdote pronuncia al ponérselo es: «Merezca, Señor, llevar el manípulo del llanto y del dolor, para poder recibir con alegría el premio de mis trabajos». En el recuerdo de la Pasión, el manípulo representa las ataduras con que fueron ceñidas las manos de Nuestro Señor al ser azotado.


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