Corresponde
mencionar ahora el velo humeral, paño
de hombros o, simplemente, humeral. Se trata de un trozo de tela de aproximadamente dos metros de largo por
cincuenta centímetros de ancho que el sacerdote usa sobre los hombros y
espalda, generalmente sujeto con un broche, y con el que cubre sus manos para
portar respetuosamente el Santísimo Sacramento y ciertos objetos sagrados
dignos de veneración, como acaece con algunas reliquias insignes o imágenes de
la Virgen, cuando bendice con ellos o los lleva en procesión.
S.S. el Papa Francisco revestido con el velo
humeral para la bendición con el Santísimo
(Foto: AP)
En las Misas pontificales, los acólitos suelen
vestir una especie particular de humeral, uno para llevar la mitra (en la Forma Extraordinaria, como en su momento se señalará, se usan dos mitras distintas
según el momento de la celebración) y otro para portar el báculo. El color del
humeral depende del uso que se le dé. Generalmente suele ser blanco o dorado, y
ricamente bordado; pero los hay de todos los colores litúrgicos (Rubricarum
Instructum, núm. 117). Para la
bendición y las procesiones con el Santísimo Sacramento, el humeral sólo puede
ser blanco, aunque éstas tengan lugar después de vísperas y el sacerdote lleve
capa pluvial del color del día. Esta norma es absoluta y permanece también en
la Forma Ordinaria, sea que la bendición se imparta con la custodia o sólo con
el copón (Ritual de la Sagrada Comunión y el culto
del Misterio Eucarístico fuera de la Misa, de 21 de junio de 1973, núm. 92).
En la Forma Extraordinaria hay una ceremonia que puede llamar la atención a quien asiste
por primera vez a una Misa solemne, y que consiste en la velación de la patena
con el humeral a partir del ofertorio por parte del subdiácono. Los simbolistas
han visto en esta enigmática ceremonia una figura del Antiguo Testamento, que
contenía velado el misterio de la Redención y de la consumación de la Ley y
Profetas, que sólo se alcanza con la venida de Cristo (Mt. 5, 17). Sin embargo,
su origen histórico parece encontrarse en la antigua práctica de las ofrendas
al templo. Los fieles, en efecto, presentaban panes que los subdiáconos
recogían en unas vasijas denominadas «patenas» (patĕne). Reservada
la parte necesaria para la consagración, los diáconos llevaban lo restante a la
sacristía, para ser repartido a los pobres; luego regresaban con las patenas
envueltas en paños, para que sirviesen en la distribución de la Eucaristía.
Velación de la patena por el subdiácono (izq.)
con el velo humeral durante la Missa cantata
El entonces joven sacerdote Joseph Ratzinger velando la patena
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