La vestidura exterior propia de los sacerdotes, que se pone sobre todos los demás ornamentos durante la celebración de la Santa Misa, es la casulla o planeta (Instrucción General del Misal Romano,
núm. 337).
Los nombres con que se designa a este ornamento vienen de los términos
latinos paenula o casula,
que significan tienda, dado que la casulla es de tela (elegida siempre entre aquellas más valiosas) y originalmente tenía una
forma holgada, cónica y envolvente, que cubría casi totalmente a quien la
vestía, dejando sólo una abertura para sacar la cabeza. Para aligerar la
incomodidad que suponía este diseño, especialmente cuando ella estaba confeccionada en una tela pesada o de rica decoración, los ministros asistentes ayudaban al
sacerdote, sosteniendo la casulla cuando éste había de alzar mucho los brazos,
como en la incensación y en la elevación. De ese gesto ha quedado la costumbre
de levantar la casulla por detrás en el momento de la elevación de las especies
consagradas.
Casulla de San Wolfgango de Ratisbona, circa 1050, reconstruida en el S. XV,
Museo Catedralicio de Ratisbona. Foto: New Liturgical Movement
Museo Catedralicio de Ratisbona. Foto: New Liturgical Movement
A fin de evitar esta molestia, se fue recortando la tela por los
lados, permitiendo una mayor agilidad en los movimientos del celebrante. Se
llegó así a una forma similar a una campana, sin que el largo de la casulla
sufriera alteraciones. Es el caso de las casullas de rombo, llamadas a veces góticas, que conservan una forma artística y digna a la vez, dejando ya suficientemente libre el movimiento de los brazos. Los cambios prosiguieron en lo relativo a la extensión
de la casulla, pues se buscaba que ésta no sobrepasase las rodillas del
sacerdote. Hacia el siglo XVI, la casulla adopta la forma que hoy identificamos
con el modelo romano o francés, que sólo cubren el tronco y algo de las extremidades
inferiores, pero nunca los brazos, los que quedaban completamente libres. El
recorte llegó a extremos como las casullas de corte alemán o español, llamadas
«de guitarra» o «de funda de violín», tan cómodas para el celebrante como
alejadas de su forma originaria y de la majestad exigida por el servicio divino.
Durante el Movimiento Litúrgico,
este influjo estético fue fuertemente contestado. A partir de entonces
se procuró la vuelta y revalorización de la forma primitiva, aunque su uso sólo
estaba permitido si mediaba autorización de la Santa Sede, como fue
señalado en sendos decretos de 1863 y 1925. En 1927, la Sagrada Congregación de Ritos permitió el uso de casullas de forma gótica. A partir de 1957 bastó con la
autorización del ordinario del lugar para regular la forma de este ornamento litúrgico, evitando en cualquier caso que se introdujeran novedades arbitrarias e inoportunas. Tras el Concilio Vaticano II, la forma
gótica fue la más aceptada como gesto visible de una liturgia renovada también
en sus aspectos materiales, y se permitió que las Conferencias Episcopales
propusieran a la Sede Apostólica las adaptaciones que
considerasen oportunas en cuanto a la forma que debían adoptar las vestiduras
sagradas (Instrucción General del Misal Romano, núm. 342).
Espiritualmente, y dado que se viste sobre los hombros del preste, la casulla recuerda el suave yugo de la ley del Señor.
Por eso, el sacerdote se reviste con ella diciendo: «Señor, que has
dicho: “Mi yugo es suave y mi carga ligera”, haz que lo lleve de tal modo, que
consiga tu gracia. Amén». Esta
oración recuerda las palabras de Jesús, que nos invita a llevar su yugo y a
aprender de Él, que es «manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29). Llevar el
yugo del Señor, recordaba el papa Benedicto XVI, significa ante todo estar
dispuestos a seguir el ejemplo que nos ha trazado quien es Camino, Verdad y
Vida (Jn 14, 6). «De Él debemos aprender la mansedumbre y la humildad, la
humildad de Dios que se manifiesta al hacerse hombre» (Homilía de la Santa Misa
Crismal, jueves 5 de abril de 2007). Con idéntica orientación teológica,
la casulla busca representar el vestido de púrpura puesto a Jesús cuando
fue sometido al escarnio de ser considerado un falso rey, en recuerdo de la
humildad con que el sacerdote debe servir su ministerio. También, dado que se pone sobre los demás vestidos del celebrante, se ha considerado la casulla como un símbolo de caridad (1 Pe 4, 8).
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