sábado, 31 de octubre de 2015

Misa de Requiem por los fieles difuntos de la Asociación

Este lunes 2 de noviembre la Asociación de artes cristianas y litúrgica Magnificat celebrará una Misa de Réquiem por todos los fieles difuntos que han participado de una u otra forma en sus actividades en sus 49 años de existencia. Ella tendrá lugar a las 19.30 horas en la Iglesia de Nuestra Señora de la Victoria (Av. Bellavista 37, entre Pío Nono y Pinto Lagarrigue), donde cada domingo a mediodía se celebra la Santa Misa según la forma extraordinaria.

Giovanni Battista Crespi, Misa de San Gregorio por el sufragio de las almas del Purgatorio 
(catedral de San Víctor, Varese)

La liturgia de difuntos es la más hermosa y consoladora de todas las que celebra la Iglesia. La solemne conmemoración de todos los fieles difunto se debe a San Odilón (962-1049), cuarto abad del célebre monasterio benedictino de Cluny. Él fue quien la instituyó en 998 y mandó celebrarla cada 2 de noviembre. La influencia de aquella ilustre y poderosa congregación hizo que se adoptara bien pronto este uso en todo el mundo cristiano y en ese día fuese incluso fiesta de guardar. En España, Portugal y en Iberoamérica, Benedicto XIV había concedido a los sacerdotes celebrar tres Misas ese día, y el mismo privilegio fue extendido el 10 de agosto de 1915 por Benedicto XVI a todo el mundo. 

 Misa de Réquiem solemne por Ricardo III de Inglaterra 

viernes, 30 de octubre de 2015

El altar

La Misa es el centro del culto cristiano y el altar es el eje alrededor del cual gira toda la liturgia. Esto explica que el altar tenga un lugar preponderante dentro las cosas materiales dedicadas al culto, porque es el centro al que converge toda la fábrica de la iglesia y la sagrada mesa donde el sacerdote celebra el sacrificio eucarístico. De ahí que no sea resulte extraño que la Iglesia le tribute honores soberanos (por ejemplo, a través de las incensaciones o de los besos del sacerdote), como símbolo de Cristo, Piedra Viva de nuestra fe (1 Pe 2, 4; Ef 2, 20), e imagen de aquel altar celeste en que, según las visiones del Apocalipsis, Aquél sigue ejerciendo perpetuamente por nosotros las funciones de su eterno sacerdocio (Ap 8, 3-4 y 16, 7).

Con la paz de Constantino, el altar cristiano consolida tres características con la que se continúa distinguiendo: (i) abandona la madera y se construye preferentemente con materiales sólidos (piedra, mármol, metales preciosos); (ii) se fija de manera estable al suelo; y (iii) se asocia, por lo regular, a las reliquias de algún mártir o santo (reemplazadas después por tres hostias consagradas).


 Altar tradicional
(Trinità dei pellegrini, Roma)


La antigua disciplina de la Iglesia latina que asociaba a los mártires con el altar (Ap 6, 9), estuvo en vigor hasta la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II. Hasta entonces, para que se pudiera consagrar lícitamente debía poseer en la mesa un sepulcro, esto es, una pequeña hendidura con las reliquias de algunos santos, de las cuales por lo menos dos habían de ser mártires. Estas reliquias venera el sacerdote al subir al altar después del Confíteor, y otra vez al regresar al centro, terminado el Lavábo. Hoy se recomienda que esta costumbre se observe oportunamente, siempre que conste la autenticidad de las reliquias (canon 1237 del Código de Derecho Canónico; Instrucción General del Misal Romano, núm. 302).

Los altares se clasifican en fijos y móviles. Altar fijo es una sola piedra que constituye toda la mesa y va unida al suelo con columnas de piedra o con obra de mampostería. Altar portátil era originalmente un ara de piedra ornada con cinco cruces que se colocaba en el centro de la mesa donde se celebraba el sacrificio eucarístico, que debía de ser tan amplia que pudiera caber la hostia y la mayor parte del cáliz (Rubricarum Instructum, núm. 525). En la actualidad se entiende por tal aquel que se puede trasladar (canon 1235 del Código de Derecho Canónico), sin que sea necesario contar con ara Ambos altares deben estar igualmente consagrados (dedicado uno y bendecido el otro). La disciplina actual permite, empero, celebrar fuera de un lugar sagrado y sin que sea menester contar con un altar bendecido o consagrado. 


 Ejemplo moderno de altar móvil con ara (fotos: Rorate Caeli).

Por la propia destinación de las iglesias católicas y por ser el eje alrededor del cual gira la liturgia, el ideal es el único altar (Instrucción General del Misal Romano, núm. 303), y aquí reside la importancia arquitectónica y simbólica que se le tributa al altar mayor (cánones 1214 y 1235 del Código de Derecho Canónico). Este altar está situado al final de la nave de la iglesia y sobre un área llamada presbiterio. Desde este lugar se proclama la Palabra de Dios, y el sacerdote, el diácono y los demás ministros ejercen su ministerio particular. Se debe distinguir adecuadamente de la nave, bien sea por estar más elevado o cercado con una reja o barandilla, bien por su peculiar estructura y ornato. Ha de ser de tal amplitud que se pueda cómodamente realizar y presenciar la celebración de la Eucaristía.

El altar debe sobresalir del presbiterio y ocupar el lugar que sea de verdad el centro hacia el que espontáneamente converja la atención de toda la asamblea (Instrucción General del Misal Romano, núm. 295 y 299), para permitir que sea visto desde todos los lugares de la iglesia y no impida la participación activa de los fieles en el santo sacrificio. Generalmente está un poco elevado del suelo (al menos por una grada, tarima o plataforma que lo separe del plano y sobre el que se asienta la mesa, la cual recibe el nombre de predela), y unas gradas, por lo regular de número impar, conducen a él. Si no es así habitualmente, siquiera los días de fiesta la grada o tarima sobre la que se sitúa el celebrante debe estar cubierta con una alfombra. 


 Ejemplo de la disposición tradicional del presbiterio y del altar mayor

El altar mayor es siempre fijo, de suerte que se construye formando una sola pieza con el suelo y no puede moverse (canon 1235 del Código de Derecho Canónico), y ha de estar dedicado conforme con el ritual establecido en el Pontifical Romano (cánones 1217 y 1237 del Código de Derecho Canónico). Según la práctica tradicional de la Iglesia, este altar es de piedra natural, y además de un solo bloque, a menos que la Conferencia Episcopal haya aceptado que pueda emplearse otra materia digna y sólida (canon 1236 del Código de Derecho Canónico). Los pies o basamento para sostener la mesa pueden ser de cualquier material, con tal de que sea igualmente digno y sólido (canon 1236 del Código de Derecho Canónico).

Conviene que el altar mayor esté aislado y, cuando lo está, muchas veces suele estar cobijado por un baldaquino, una suerte templete de cuatro columnas y rematado por una cúpula o dosel plano erigido para resaltar su importancia. Este pabellón destinado a cubrir el altar empezó a utilizarse en el siglo IV y continuó usándose en las basílicas que imitan el estilo de las de Roma y en las bizantinas, probablemente por su conexión con las prácticas de la liturgia oriental. Cuando el altar se hallaba adosado, se sustituía el baldaquino por una especie de dosel de telas o de madera pintada, que desapareció cuando los retablos se hicieron de grandes dimensiones y ricos acabados decorativos, a veces incorporándose a su propia estructura como un relicto y con menores proporciones.


 Baldaquino (1623-1634) de la Basílica de San Pedro,
obra de Gian Lorenzo Bernini. 

Cuando el altar tenga una posición aislada, se puede celebrar la Misa cara al pueblo allí donde exista la autorización del ordinario o la actual distribución del presbiterio lo aconseje. A este respecto, la Sagrada Congregación de Ritos sólo prescribió que «en aquellas iglesias en que hay un solo altar no puede construirse éste de tal modo que el sacerdote celebre vuelto hacia el pueblo, sino que debe ponerse sobre el centro del mismo altar el sagrario para guardar la sagrada Eucaristía» (decreto de 1 de junio de 1957). Para la forma ordinaria, la Instrucción General del Misal Romano dispone la construcción de un altar mayor separado (núm. 299). Tratándose de iglesias ya construidas, cuando el altar antiguo esté situado de tal manera que vuelva difícil la participación del pueblo y no se pueda trasladar sin detrimento del valor artístico, se ha de disponer otro altar fijo artísticamente acabado y ritualmente dedicado; y realizarse las sagradas celebraciones sólo sobre él (Instrucción General del Misal Romano, núm. 303).

martes, 27 de octubre de 2015

El Cardenal Burke sobre la Relatio final del Sínodo de la Familia

Compartimos con nuestros lectores las impresiones preliminares del Cardenal Raymond Leo Burke sobre la Relatio final del Sínodo de la Familia, publicadas en el National Catholic Reporter

La traducción, con correcciones menores y destacados de la Redacción, es la proporcionada por el sitio Adelante la Fe.

 Su Emcia. Revma. Raymond Leo Cardenal Burke


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[Edward Pentin – ncregister.com] El Cardenal Raymond Burke, patrono de los Caballeros de Malta y ex prefecto de la Signatura Apostólica, ha compartido con Register su reacción inicial al reporte final del Sínodo de la Familia.

Se enfoca en los párrafos 84 a 86 de dicho documento, referidos a los divorciados vueltos a casar, declarando que esta sección es de “inmediata preocupación por su falta de claridad en un asunto fundamental de la fe: la indisolubilidad del vínculo matrimonial que la razón y la fe enseñan a todos los hombres”. También dice que la manera en que la cita de Familiaris Consortio está empleada es conducente a error (misleading).

Aquí está el comentario del Cardenal, seguido de una traducción española de los párrafos 84 al 86.

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 “El documento completo requiere de un estudio cuidadoso, a fin de entender exactamente qué es lo que los asesores le ofrecen al Romano Pontífice, de acuerdo con la naturaleza del Sínodo de Obispos, “en la preservación y aumento de la fe y de la moral así como en la observancia y fortalecimiento de la disciplina eclesiástica” (can. 342). La sección titulada “Discernimiento e Integración” (párrafos 84-86) es, de cualquier manera, de inmediata preocupación, por su falta de claridad en un asunto fundamental de la fe: la indisolubilidad del vínculo matrimonial que tanto la razón como la fe enseñan a todos los hombres.

Primero que nada, el término integración es un término mundano, el cual es teológicamente ambiguo. No veo cómo puede ser “la clave del acompañamiento pastoral de aquellos en uniones matrimoniales irregulares.” La clave interpretativa de su cuidado pastoral debe ser la comunión cimentada en la verdad del matrimonio en Cristo el cual debe ser honrado y practicado, incluso si una de las partes del matrimonio ha sido abandonada por medio del pecado de la otra parte. La gracia del Sacramento del Santo Matrimonio fortalece al cónyuge abandonado para vivir fielmente el vínculo matrimonial, permaneciendo en la búsqueda de la salvación del compañero que ha abandonado la unión matrimonial. He conocido, desde mi infancia, y sigo conociendo fieles católicos cuyos matrimonios, en cierta manera, han sido rotos, pero quienes creyendo en la gracia del Sacramento, permanecen viviendo en fidelidad a su matrimonio. Éstos buscan a la Iglesia para este acompañamiento que les ayuda a permanecer fieles a la verdad de Cristo en sus vidas.


Segundo, la cita extraída del núm. 84 de Familiaris Consortio conduce a error. En la época del Sínodo de Obispos de 1980 sobre la Familia, así como a través de la historia de la Iglesia, siempre ha existido presión para admitir el divorcio, debido a la dolorosa situación de aquellos en uniones irregulares, esto es, aquellos cuyas vidas no van de acuerdo con la verdad de Cristo sobre el matrimonio, como Él claramente lo anunció en el Evangelio (Mt 19, 3-12; Mc 10, 2-12). Mientras que en el núm. 84, el Papa San Juan Pablo II reconoce las diferentes situaciones de los que están viviendo en una unión irregular e insta a los pastores y a toda la comunidad para ayudarles como verdaderos hermanos y hermanas en Cristo por virtud del Bautismo, y concluye: “La Iglesia, no obstante, basándose en la Sagrada Escritura reafirma su práctica de no admitir a la Comunión Eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Entonces él recuerda la razón de ésta práctica: “por el hecho de que su estado y condición de vida objetivamente contradicen la unión de amor entre Cristo y la Iglesia la cual está significada y actualizada en la Eucaristía”. También hace notar adecuadamente el que una práctica diferente encausaría a los fieles “al error y a la confusión en lo que respecta a las enseñanzas de la Iglesia cerca de la indisolubilidad del matrimonio”.

Tercero, la cita del Catecismo de la Iglesia Católica (núm. 1735) en lo que se refiere a imputabilidad debe ser interpretado en términos de libertad “lo cual hace al hombre responsable de sus actos en la medida en que son voluntarios” (CCE, núm. 1734). La exclusión de los Sacramentos de aquellos en uniones matrimoniales irregulares no constituye un juicio sobre su responsabilidad en la ruptura del vínculo matrimonial al cual están unidos. Es más bien el reconocimiento objetivo del vínculo. La Declaración del Consejo Pontificio para los Documentos Legislativos del 24 de junio de 2000, la cual ha sido citada en completo acuerdo con la constante práctica y enseñanza de la Iglesia en la materia, citando el núm.84 de Familiaris Consortio. Esta Declaración también deja en claro la finalidad de la conversación con un sacerdote en el ámbito interno, esto es, en palabras de San Juan Pablo II, “una forma de vida que no es contraria a la indisolubilidad del matrimonio” (Familiaris Consortio, núm.84). La disciplina de la Iglesia proporciona asistencia pastoral permanente para aquellos en uniones irregulares que, “por motivos serios, -como, por ejemplo, la crianza de los hijos- no pueden cumplir la obligación de la separación” de modo que puedan vivir castamente en fidelidad a la verdad de Cristo (Familiaris Consortio, núm. 84).

 Giotto, Las Bodas de Caná (S. XIV)

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Discernimiento e Integración

El discernimiento y la integración

84. Los bautizados que están divorciados y vueltos a casar civilmente deben estar más integrados en las comunidades cristianas en los diversos modos posibles, evitando toda ocasión de escándalo. La lógica de la integración es la clave de su acompañamiento pastoral, para que no solo sepan que pertenecen al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, sino para que puedan tener una feliz y fecunda experiencia de ella. Son bautizados, son hermanos y hermanas, el Espíritu Santo derrama en ellos dones y carismas para el bien de todos.

Su participación puede expresarse en diversos servicios eclesiales: es necesario por ello discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas. Ellos no están y no deben sentirse excomulgados, y pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia, sintiéndola como una madre que los acoge siempre, los cuida con afecto y los alienta en el camino de la vida y del Evangelio.

Esta integración es necesaria también para el cuidado y la educación cristiana de sus hijos, que deben ser considerados los más importantes. Para la comunidad cristiana, cuidar a estas personas no es un debilitamiento de la propia fe y del testimonio acerca de la indisolubilidad matrimonial, sino que así la Iglesia expresa en este cuidado su caridad.

85. San Juan Pablo II ha ofrecido un criterio integral que permanece como la base para la valoración de estas situaciones: “Los pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las situaciones. En efecto, hay diferencia entre los que sinceramente se han esforzado por salvar el primer matrimonio y han sido abandonados del todo injustamente, y los que por culpa grave han destruido un matrimonio canónicamente válido. Finalmente están los que han contraído una segunda unión en vista a la educación de los hijos, y a veces están subjetivamente seguros en conciencia de que el precedente matrimonio, irreparablemente destruido, no había sido nunca válido” (Familiaris Consortio, 84). Es entonces tarea de los presbíteros acompañar a las personas interesadas en el camino del discernimiento según la enseñanza de la Iglesia y las orientaciones del Obispo. En este proceso será útil hacer un examen de conciencia, a través de momentos de reflexión y arrepentimiento.

Los divorciados vueltos a casar deberían preguntarse cómo se han comportado con sus hijos cuando la unión conyugal entró en crisis, si hubo intentos de reconciliación, cómo está la situación del compañero abandonado, qué consecuencia tiene la nueva relación sobre el resto de la familia y la comunidad de fieles, qué ejemplo ofrece a los jóvenes que se deben preparar para el matrimonio. Una sincera reflexión puede reforzar la confianza en la misericordia de Dios que no se le niega a ninguno.

Además, no se pueden negar que en algunas circunstancias “la imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas” (CCE, 1735) a causa de diversos condicionamientos. Como consecuencia, el juicio sobre una situación objetiva no debe llevar a un juicio sobre la “imputabilidad subjetiva” (Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, Declaración del 24 de junio de 2000, 2a).

En determinadas circunstancias las personas encuentran grandes dificultades para actuar de modo distinto. Por ello, mientras se sostiene una norma general, es necesario reconocer que la responsabilidad respecto a determinadas acciones o decisiones no es la misma en todos los casos. El discernimiento pastoral, teniendo en cuenta la conciencia rectamente formada por las personas, debe hacerse cargo de estas situaciones. También las consecuencias de los actos realizados no son necesariamente las mismas en todos los casos.

86. El recorrido de acompañamiento y discernimiento orienta a estos fieles a la toma de conciencia de su situación ante Dios. El coloquio con el sacerdote, en el fuero interno, concurre con la formación de un juicio correcto sobre lo que obstaculiza la posibilidad de una participación más plena en la vida de la Iglesia y sobre los pasos que pueden favorecerla y hacerla crecer. Dado que en la misma ley no hay gradualidad (FC, 34), este discernimiento no podrá nunca prescindir de las exigencias de la verdad y la caridad del Evangelio propuesta por la Iglesia. Para que esto suceda, deben garantizarse las necesarias condiciones de humildad, reserva, amor a la Iglesia y a su enseñanza, en la búsqueda sincera de la voluntad de Dios y en el deseo de alcanzar una respuesta más perfecta a ella.

 Jan van Eyck, Retrato de Giovanni Arnolfini y su mujer (1434)

[Traducido por Mauricio Monroy para Adelante la Fe

Actualización [2 de diciembre de 2015]: el Cardenal Burke ha rebatido recientemente en el National Catholic Register declaraciones engañosas del jesuita Antonio Spadaro en la edición de 28 de noviembre de la revista La Civiltà Cattolica sobre la 14a Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, específicamente en lo que se refiere al acceso de católicos divorciados y vueltos a casar civilmente a los sacramentos. Aquí puede leerse la traducción castellana que proporciona el sitio Secretum Meum Mihi.

Actualización [3 de enero de 2016]: pese a que el pasado Sínodo de la Familia no cambió la doctrina católica sobre el acceso a la comunión de los divorciados casados en segundas nupcias, lo cierto es que la campaña de desinformación ha sembrado la duda entre muchos fieles, incluso de buena voluntad. El sitio Secretum meum mihi trae la noticia de lo ocurrido en la diócesis de Bari (Italia), donde una persona en tales condiciones ha comenzando una polémica a través de los diarios porque el confesor al que acudió no quiso absolverlo al negarse a dejar a la mujer con la que convive desde hace doce años. Recomendable es la respuesta de monseñor Nicolà Bux al periódico, donde reitera la enseñanza tradicional de la Iglesia en esta materia. 

domingo, 25 de octubre de 2015

Un testimonio sobre la Misa tradicional


El Congreso Litúrgico Summorum Pontificum, que tuvo lugar el pasado mes de julio (una crónica del mismo se puede consultar aquí) contó no sólo con la asistencia de presbíteros y religiosos, sino que también de laicos interesados en profundizar el conocimiento y la vida de fe en torno a la Santa Misa de rito romano. Valga recordar que aun son pocos los lugares donde se ofrece la celebración de la denominada forma extraordinaria, por lo que este Congreso fue una gran oportunidad para su difusión a muchas personas que no tienen la oportunidad de acudir regularmente a los sacramentos según los libros litúrgicos vigentes al año 1962.

A continuación les ofrecemos el testimonio que preparó Cecilia González, de nacionalidad boliviana y asistente del Congreso, donde nos relata su experiencia en torno a la Misa tradicional. Sus reflexiones se dirigen primeramente a su vivencia de la fe católica, y recalcan aquella verdad tantas veces olvidada: que la Santa Misa es un perfecto culto latréutico a Dios y de excelente provecho para las almas.

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"Como tierra reseca te busqué"

Mi encuentro con la Misa tradicional



Desde mi nacimiento mis padres me criaron en la Iglesia Católica. Asistí a un colegio “católico” y pensé que eso era todo lo que había dentro de esta Iglesia. Con el paso de los años empecé a entender la Misa según la forma ordinaria, que es el único rito que se celebra en mi país.

Hace cinco años retorné definitivamente a casa, luego de mucha confusión, pruebas y renuncias. Mucho ayudó el ver el compromiso con la fe por parte de varias personas en Estados Unidos. Allí aprendí temas que no se tocan en las catequesis de preparación a los sacramentos en la ciudad donde vivo ahora.

En esta búsqueda empecé a cuestionar si el rito en el que yo nací y crecí era todo lo que había. En la lectura de distintos textos del Concilio Vaticano II, descubrí que varias cosas ahora se permitían y muchas de las que yo veía no estaban ni siquiera mencionadas allí. Un documento conecta a otro, y cuando fue el momento, empecé a leer sobre el rito que ahora llaman "extraordinario" o, como muchos le llaman despectivamente, "Misa en latín".

Ya en Estados Unidos me sorprendió ver muchas jóvenes usando el velo en Misa y Adoración Eucarística. Por ello, también leí sobre esta costumbre y llegó un día en que decidí que era mi turno. Poco a poco busqué incorporar a mi vida de oración un reto más (además de ampliar el tiempo) y empecé a aprender el rezo del Padre Nuestro y el Ave María en latín. Luego vinieron los videos de Misas celebradas por Santo Padre Pío de Pietrelcina y papa Pío XII. Es importante recordar que el Papa Benedicto XVI en el motu proprio Summorum Pontificum reitera la unidad del rito romano o latino, el cual se expresa en dos formas: la ordinaria y la extraordinaria. Sin embargo, muchos pasan por alto este documento.

Luego de esta revisión, fue evidente que mi curiosidad creció a un punto máximo. Empecé a preguntar y nadie en mi país celebraba este rito antiguo. Empecé a buscar en países vecinos, encontré algunos lugares donde quizás podría ir. Quise ir al encuentro sobre Liturgia Sacra en Nueva York, pero el tema económico y de tiempo no coincidían. Cuando me resigné a dejar esta inquietud, encontré un día el anuncio del congreso Summorun Pontificum en Chile.

Cuando revisé la factibilidad de asistir, todo dio positivo. ¿Entonces para qué esperar más?

El primer día donde hubo la celebración de Misa por la mañana, me fui directo al rito extraordinario. Un poco nerviosa porque aun no domino las posiciones y no tenía un misal. Al final, en caso de duda uno puede permanecer de rodillas y no hay problema. ¿La primera impresión de la Misa rezada? Yo y el otro asistente a la Misa no “participábamos” de manera activa. Y sí, uno pasa de rodillas más tiempo que en la Misa normal, pero las horas frente al Santísimo ya me dieron entrenamiento para estar en esta posición.

El segundo día fui primero a la Misa de rito ordinario en latín (las lecturas se realizan en español). Esto me dio la posibilidad de simplemente observar la celebración del rito extraordinario. Descubrí con cuidado muchas cosas que leí cuando preparé alguna catequesis sobre Liturgia, cuando hablé sobre el sacramento de la Eucaristía, las que no me cuadraban en el rito que celebran en mi ciudad. De cerca, y con la posibilidad de observar y casi escuchar el susurro del sacerdote en la celebración, pude ir comprendiendo este sacrificio incruento en el altar. Todos los gestos, el cuidado, el respeto, la solemnidad tanto del sacerdote como del monaguillo eran para mi impresionantes.

Ese segundo día, en horas de la tarde se celebró la Misa cantada. La primera Misa cantada en mi vida. Me conmovió ver a las demás mujeres y niñas con el velo, pensando para mi misma que ahora sí no soy la “rara”. En el motu propio del Santo papa Pío X Tra Le Sollecitudini se menciona que la música está al servicio del culto, razón por la que no puede ser la protagonista de una Misa. En este caso, desde el canto de entrada, el Gloria, el Kyrie, el canto de la comunión y hasta el final, la música no incomodó ni protagonizó; al contrario, acompañó en lo solemne de la celebración.


En esta celebración, fue más evidente algo que es muy importante en el rito ordinario: la participación activa del quien asiste a la Misa. En ésta pasé mucho tiempo de rodillas, en oración en mi corazón, observando algo extraordinario, donde ni yo ni mis hermanos reunidos en el templo teníamos que ser los protagonistas. El incienso se usa de manera constante, y si bien alguna vez pensé que este podría causarme alergia, uno reconoce que ese olor está asociado a algo fuera de este mundo. Entre lágrimas reconocí cómo este es el sacrificio de Jesús al Padre, por amor a los que en silencio estábamos presentes, y por amor a aquellos que esperamos algún día estén presentes. Esta presencia real de Jesús y su Corte Celestial fue evidente, de rodillas y mirando fijamente el altar, me sentía estremecer. Uno, que se reconoce pecador, se siente conmovido de poder estar allí presente, cada músculo tiembla de emoción y se conmueve con el santo Sacrificio de Jesús.

Comprendí a cabalidad por qué debo respeto a un sacerdote, pues esas manos, en el momento de la Misa, tocan a mi Señor. Comprendí muchas cosas más con mi mente, al mismo tiempo que mi corazón clamaba por dentro: ¡ESTE ES EL CULTO QUE TÚ TE MERECES, DIOS TODOPODEROSO! ¡A ti, el Honor y la Gloria por los siglos de los siglos! Creo que todos los salmos de alabanza de la Liturgia de las Horas brotaron desde lo más profundo de mi ser.



¡El momento de la Comunión fue realmente de gozo! Hace unos meses estuve meditando sobre este momento. El mismo Cristo resucitado ofreciéndome el alimento que mi alma necesita para la vida eterna. Realmente tiene sentido recitar el acto de contrición y repetir tres veces el “Señor, no soy digna de que entres en mi casa, pero una palabra Tuya bastará para salvarme”. Allí, de rodillas esperando mi turno para recibir a Cristo en tan humilde forma, mi corazón latía como cuando uno va enamorado al encuentro del Amado. Y en ese instante escuché: “Corpus Domini nostri Jesu Christi custodiat animam tuam in vitam aeternam. Amen” (“El Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo guarde tu alma para la vida eterna. Amen”).

¡Cuánta belleza! ¡Cuánta sacralidad y respeto! Si el problema es que mucha gente se queja porque consideran que la Misa es aburrida, es porque no han vivido esta celebración y definitivamente ignoran lo que acontece. Al final de la Misa, no pude evitar pensar que mucha gente jamás es preparada para asistir a ella y mucho menos tiene la oportunidad de conocer este rito como parte de la riqueza que preserva la Iglesia.


No pude evitar tampoco sentir mucha tristeza, porque estuve a la entrada del Cielo, y ahora me toca volver a una ciudad donde ni siquiera el rito ordinario se celebra con esmero. Del monte donde vi a mi Señor, al desierto donde la Misa es maltratada por complacer a los asistentes, por agradar al mundo. Muchos pensamientos más tuve luego de esta experiencia, pero ahora comprendo porqué la búsqueda, el prepararme… y es que a falta de una guía por parte de los sacerdotes, un católico debería prepararse a sí mismo. El rezo del Rosario, la Adoración Eucarística, la Confesión y la oración constante fueron creando en mi un espíritu dispuesto a la contemplación, razón por la cual pude vivir y sentirme en casa durante las Misas de rito extraordinario. Me bajé de mi comodidad y flojera, para buscar al Amado, al que sacia mi sed. Y cuanto amor derramó sobre mi, pequeña hijita suya.

Ruego a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y pido la intercesión y oración de los ángeles, santos y de nuestra Madre, para que más cristianos puedan conocer, educarse y tener la dicha que yo experimenté por breve tiempo.

Porque al final sólo cabe decir con el salmista: Judica me, Deus, et discerne causam meam de gente non sancta.


Cecilia González Paredes
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Nota de la Redacción: El presente testimonio se puede consultar también en el sitio Adelante la Fe, donde fue publicado antes con el consentimiento de la autora. 

Actualización [7 de agosto de 2016]: La Misa tradicional concita especialmente a muchos jóvenes alrededor del mundo, quienes se sienten atraídos por ella en su búsqueda de recuperar la sacralidad perdida. Durante la Jornada Mundial de la Juventud que tuvo lugar en Polonia, varios grupos ligados a la Misa de siempre participaron de las actividades y vivieron un encuentro de fe con toda la Iglesia. Dada la universalidad del latín, las diferencias idiomáticas desaparecen. Fue así como se conocieron dos jóvenes, él polaco y ella brasileña. Ambos habían coincidido en la pasada Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro. En ésta y tras asistir a la Misa tradicional, Szimon le pidió matrimonio a s u novia Jessica y el momento quedó inmortalizado en la foto que sigue. El hecho fue difundido por Radio Vaticano en español y, posteriormente, por otros medios. Véase aquí la noticia publicada en Religión en libertad.  

viernes, 23 de octubre de 2015

Valeroso testimonio de médico rumana en el Sínodo de la Familia


Como informa Lifesite News, la Dra. Anca-Maria Cernea, del Centro de Diagnóstico y Tratamiento Victor Babes y presidente de la Asociación de Médicos Católicos de Bucarest (Rumania), pronunció el pasado viernes 16 de octubre durante las sesiones del Sínodo de la Familia en Roma la ponencia que a continuación transcribimos para nuestros lectores.

Se trata de un valeroso testimonio de una mujer laica, en tiempos en que muchos obispos e incluso cardenales o bien callan sobre la Verdad que la Iglesia ha recibido el mandato de enseñar o, peor aún, propagan doctrinas incompatibles con la Fe Católica, especialmente en lo que respecta a los sacramentos y la familia, y que importan una completa rendición ante el espíritu del mundo. 


Es imposible no pensar en otras mujeres en la historia de la Iglesia, como Santa Catalina de Siena o Santa Juana de Arco, que han sido instrumento de Dios para recordarle a los hombres de Iglesia su deber, que no es otro que proclamar el Evangelio de Cristo y llamar al mundo a la conversión verdadera, promoviendo la santidad universal a la que nos urgía el Concilio Vaticano II (LG 41).



Dra. Anca-Maria Cernea

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Santidad, Padres Sinodales, hermanos, represento a la Asociación de Médicos Católicos de Bucarest.

Pertenezco a la Iglesia Católica rumana de rito griego.

Mi padre era un dirigente político cristiano que estuvo encarcelado durante diecisiete años por los comunistas. Aunque mis padres estaban comprometidos para casarse, no pudieron hacerlo hasta 17 años después.

Durante todos aquellos años, mi madre esperó a mi padre, sin saber siquiera si estaría aún vivo. Fueron heroicamente fieles a Dios y a su compromiso.

Su ejemplo demuestra que la gracia de Dios puede sobreponerse a unas circunstancias sociales terribles y a la pobreza material.


Los médicos católicos que defendemos la vida y la familia vemos que, ante todo, nos encontramos en una batalla espiritual.

La pobreza material y el consumismo no son la causa primera de la crisis de la familia.

La causa primera de la revolución sexual y cultural es ideológica. Nuestra Señora de Fátima dijo que los errores de Rusia se propagarían por todo el mundo.

Se hizo primero de forma violenta, con el marxismo clásico, matando a decenas de millones de personas.

Ahora se hace mediante el marxismo cultural. Hay una continuidad, desde la revolución sexual leninista, a través de Gramsci y de la Escuela de Frankfurt, hasta la actual ideología de los derechos homosexuales y de género.

El marxismo clásico pretendía rediseñar la sociedad adueñándose por medios violentos de la propiedad.

Ahora la revolución va más lejos: pretende redefinir la familia, la identidad sexual y la naturaleza humana.

Esta ideología se hace llamar progresista, pero no es otra cosa que la tentación de la serpiente antigua para que el hombre se haga el amo, reemplace a Dios y organice la salvación en este mundo.

 Miguel Ángel, Caída del Hombre, pecado original y expulsión del Paraíso terrenal 
(Capilla Sixtina, Roma)

Es un error de naturaleza religiosa; es gnosticismo.

Los pastores tienen la misión de reconocerlo y de alertar al rebaño de este peligro.


“Buscad, pues, primero el Reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura”.

La misión de la Iglesia es salvar almas. En este mundo el mal proviene del pecado. No de la disparidad de ingresos ni del “cambio climático”. La solución es clara: evangelización y conversión.

No reside en un dominio cada vez mayor por parte de las autoridades, ni en un gobierno mundial. Esos son hoy en día los agentes principales de la imposición del marxismo cultural, por medio del control de la natalidad, la salud reproductiva, los derechos de los homosexuales, la ideología de genero, etcétera.

Lo que el mundo necesita hoy en día no es que se limite la libertad, sino libertad verdadera, que es liberación del pecado y salvación.

Nuestra Iglesia estuvo prohibida durante la ocupación soviética. Pero ninguno de nuestros doce obispos traicionó la comunión con el Santo Padre. Nuestra Iglesia sobrevivió gracias a la determinación y el ejemplo de nuestros obispos, que resistieron en las cárceles y entre el terror.

 El Siervo de Dios Iuliu Hossu (1885-1970), obispo greco-católico rumano,
muerto en cautiverio y ejemplo de resistencia heroica por la Fe.

Nuestros prelados pidieron a los fieles que no siguieran al mundo ni cooperasen con los comunistas.

Ahora necesitamos que Roma le diga al mundo como Cristo: “Arrepentíos de vuestros pecados y volved a Dios, porque el Reino de los Cielos está cerca”.


No sólo nosotros los católicos laicos, sino también muchos cristianos ortodoxos están rezando fervorosamente por este Sínodo. Porque, como ellos dicen, si la Iglesia Católica se entrega al espíritu de este mundo, será muy difícil para todos los demás cristianos resistirlo.

[Traducción de Alex Bachmann, publicada en el sitio Adelante la Fe, con destacados y pequeñas correcciones de estilo de la Redacción]

Actualización [18 de noviembre de 2015]: La bitácora Wanderer Revisited ha publicado una entrevista a Anca María Cernea, donde se refuerzan las ideas expuestas en su intervención ante el Sínodo y ofrecidas en esta entrada. La versión original (en inglés) puede consultarse aquí. La traducción es de Jack Tollers.

martes, 20 de octubre de 2015

Preparación del sacerdote a la celebración de la Misa y posterior acción de gracias


Les presentamos a continuación, en la traducción de la Redacción, una nueva colaboración del Prof. Dr. Peter Kwasniewski, aparecida originalmente en el sitio New Liturgical Movement, cuyo original (en inglés) puede leerse aquí.  

En su artículo, el Prof. Kwasniewski invita a redescubrir la importancia de la preparación para la Santa Misa y la acción de gracias posterior a ella como fuentes de inmensos y abundantes frutos espirituales, materia de la cual habíamos tratado brevemente en una entrada anterior. Sus reflexiones se dirigen especialmente a sacerdotes y ministrantes, pero son también sin duda de inmenso provecho para los fieles. Todos, cada cual según su condición, estamos llamados a prepararnos para participar digna y devotamente del Sacrificio Eucarístico y a dar gracias luego de él a Nuestro Señor, quien se ofrece por nosotros cada vez sobre el altar.


Foto: New Liturgical Movement


Preparación del sacerdote a la celebración de la Misa y posterior acción de gracias

Peter Kwasniewski

Por la gracia de Dios, he sido católico toda mi vida y durante décadas he podido observar a muchos sacerdotes en el cumplimiento de sus deberes. Una de las diferencias más fascinantes que se da entre ellos es su actitud antes y después de la Misa. Me tomó mucho tiempo darme cuenta de cuán grande es el importe de tal actitud, sea para bien, sea para mal.

Tomemos como punto de partida unas maravillosas líneas del Código de Derecho Canónico. El canon 909 dice lo siguiente: “No deje el sacerdote de prepararse debidamente con la oración para celebrar el Sacrificio eucarístico, y dar gracias a Dios al terminar”.

Casi como si comentara este canon, el Obispo Marc Aillet ha escrito: “[Los ritos litúrgicos], al alejarnos del mundo profano y, por ende, de la tentación del inmanentismo, tienen la virtud de sumergirnos de improviso en el Misterio y abrirnos a lo Trascendente. En este sentido, es imposible exagerar la importancia del silencio que precede a la celebración litúrgica, ese atrio interior donde nos liberamos de las preocupaciones, por legítimas que sean, del mundo profano, para penetrar en el espacio y el tiempo sagrados en que Dios revela su Misterio. No se puede subrayar suficientemente la importancia del silencio en la liturgia a fin de abrirse el hombre más cabalmente a la acción de Dios. Ni se puede recalcar todo lo conveniente que resulta, para comprender el sentido interior de la misión que nos espera una vez vueltos al mundo, un momento de acción de gracias, esté o no integrado a la celebración”.

El espacio anterior a la Misa


Consideremos primeramente el espacio antes de la Misa. Shawn Tribe ha escrito en este sitio [Nota de la Redacción: se refiere al sitio New Liturgical Movement], hace ya varios años, un artículo que me impactó profundamente, un artículo que urgía a recuperar el espíritu de reverencia, de respeto y de quietud en la sacristía antes de la celebración de la Misa. Advertía que muchas sacristías ostentan un letrero que dice “SILENTIVM”, y recordaba la muy antigua costumbre de los sacerdotes de recitar, al revestirse con cada uno de los ornamentos, ciertas venerables plegarias en preparación para ofrecer el Santo Sacrificio [Nota de la Redacción: su texto ha sido mencionado en esta bitácora al repasar los distintos ornamentos con que se revista el sacerdote para celebrar la Santa Misa]. Antes de la Misa cantada, de la Misa Solemne o de otras funciones litúrgicas importantes, la multitud de los acólitos estará sumamente atareada, pero no hay razón alguna para que no estén silenciosamente atareados, aprendiendo a moverse, en preparación y anticipación, en una atmósfera de recogimiento, hablando en voz baja en su conversación sobre las cosas que deben preparar.

Sacerdote en la sacristía antes de la Misa
 (Foto: The Holy Mass)


Los sacerdotes más santos que he conocido (aunque la norma tiene excepciones) llegaban por lo general temprano a la sacristía, a fin de prepararse sin apresuramientos. Y he notado que recitan cuidadosamente las oraciones al revestirse y, una vez listos, esperan, a menudo con los ojos puestos en algún crucifijo en la pared, que los acólitos acaben de preparase. Cuando suena la campana, o el reloj da la hora, tales sacerdotes están listos para ponerse en movimiento con un “Procedamus in pace” en los labios. ¡Qué profunda onda expansiva”  produce en la sacristía y en todos los que trabajaban en ella, su actitud seria, calmada y recogida!


Compárese esto con el sacerdote que llega corriendo a último minuto, convertido en un torbellino: mira de un lado para otro, quizá dándole una rápida mirada al Ordo, procurando ganarle la carrera al reloj. Abre a toda prisa el armario y coge el alba y la casulla, casi sin tiempo para revestirse correctamente antes de salir caminando hacia la nave. ¿Dónde queda la “debida preparación” a que alude el canon 909 antes citado? ¿Se compenetran los acólitos de un verdadero espíritu de reverencia hacia esta acción, la más sagrada de todas las acciones? ¿Se dan verdaderamente cuenta de que el sacerdote está emprendiendo una acción divina de la que es, igual que ellos, absolutamente indigno, a la cual asistimos con temor y temblor? O piénsese en el otro caso, el del "Padre Bocina", cuya llegada advierten todos porque se lo puede oír hablando a voz en cuello en la sacristía, antes de la Misa, sobre el clima, o el fútbol, o algo que pasó en las noticias, o la tía enferma de alguien, o sobre cualquier “tema del día”. Podría ser incluso que estuviera dando órdenes sobre los preparativos de la liturgia, pero los modos de “generalísimo” son capaces de impedirle a cualquiera orar.


¿Se compenetran los acólitos de un verdadero espíritu de reverencia (...)?
(Ilustración: Servimus Unum Deum)



La verdad es bien simple: tanto el "Padre Bocina" como el "Reverendo Correcaminos" no son edificantes. Lo que necesitamos es un clero que, antes de la Misa, procure concienzudamente lograr un espíritu de recogimiento, de oración, de humildad y paz. Al fin y al cabo, ello no va en beneficio sólo de un lote desordenado y variopinto de acólitos o de fieles medio dormidos en los bancos, sino que en su propio beneficio, porque el éxito o la pérdida de su vocación se juegan en el modo como enfocan la realización del trabajo para el cual han sido elegidos. Digamos que el diablo nunca deja de prepararse para cualquier oscura tarea que se trae entre manos, y parece apuntar hacia aquéllos que se han olvidado de su propia dignidad. No debemos dejar de prepararnos para subir al monte del Señor en compañía de los ángeles.





El espacio después de la Misa

Volvámonos ahora a los momentos después de la Misa. Aunque mientras crecía en una parroquia estadounidense promedio de los años 1970 y 1980, no me tocó nunca conocer esta costumbre, comencé a fijarme, en la universidad y después, que los sacerdotes más conservadores o tradicionalistas, al volver a la sacristía, decían “Prosit” a los acólitos puestos de rodillas, y les daban la bendición. Se trata de una laudable costumbre que merece, sin duda, ser conservada donde quiera que exista, o ser recuperada si se la ha olvidado.

Pero, ¿qué debiera tener lugar a continuación? El mejor modo de responder esta pregunta es describir lo que hacía un sacerdote amigo mío, cuyo ejemplo en este aspecto fue todo lo luminoso que se puede ser. Después de dar la bendición a los acólitos, se quitaba calmadamente los paramentos (nada de bromas de sacristía y muy poco de “evaluación luego del partido”), e inmediatamente se dirigía a la iglesia, se arrodillaba a un costado, y oraba por varios minutos. A veces usaba las oraciones de acción de gracias del Missale Romanum, otras veces, no. Claramente no hacía esto para ser visto por la gente, pero la gente, a pesar de todo, lo advertía. Y así es como debiera ser. ¿Cómo podría el sacerdote que ha ofrecido el Santo Sacrificio de la Misa, el acto de adoración más sublime sobre la faz de la tierra, éxtasis de los ángeles, terror de los demonios, volver de inmediato al mundo profano, de la charla ligera, de los mensajes de texto o de voz o de los correos electrónicos, o salir a escape a hacer otras cosas (salvo el caso de una verdadera emergencia)?

 Bendición en la sacristía luego de la Misa.

El santo sacerdote a que acabo de referirme es el polo opuesto del otro que parece no poder escaparse suficientemente rápido apenas termina la Misa. Se esfuma del presbiterio o de la nave central (según haya sido la ruta de escape elegida), deja tirados los ornamentos y se escurre por la puerta antes de que uno alcance a decirle “Padre, ¿tiene un momento para confesarme?”. Para cualquier laico, esto es una experiencia desalentadora. A mí me enseñaron en la escuela primaria a quedarme un momento después de la Misa y hacer acción de gracias. ¿Por qué nuestro sacerdote, nuestro líder, no hace lo mismo? Siempre se ha dicho que el ejemplo es más elocuente que las palabras. 

Tenemos enseguida al sacerdote que piensa, obviamente, que el tiempo después de la Misa existe para hacer vida social, a veces muy larga, ya sea en el atrio o justo afuera de la puerta principal de la iglesia. No me parece que sea mala idea saludar a la gente, darle la mano y preguntarle “¿Cómo está su madre?” u otras cosas por el estilo. De hecho, los días domingo parecen ser una oportunidad especialmente apropiada para hacer ese tipo de contacto “horizontal” que debiera evitarse durante el Santo Sacrificio de la Misa. Sin embargo, cuando la bonhomía post-litúrgica adquiere tal entusiasmo y vigor que los fieles que tratan de orar en el templo pueden oír las risotadas y palmoteos que fluyen a raudales desde el atrio, o cuando la duración de la vida social impide al sacerdote hacer su acción de gracias, nos estamos enfrentando a una confusión del sentido de las prioridades.


Cuando hemos recibido al Señor en la Santa Comunión, Él está presente en nuestro interior, durante unos preciosos momentos, de modo real, verdadero, sustancial. Si estamos en estado de gracia (y no debiéramos comulgar si así no fuera), Él está siempre, espiritualmente, con nosotros. Pero no está siempre con nosotros del modo milagroso de su presencia física en la Eucaristía. Estos son momentos únicos, de una particular intimidad y amor, en que se vuelcan hacia afuera, con gran abundancia, nuestra alabanza a Dios y Sus favores, en que, sobre todo, nosotros estamos cobijados en Él y Él en nosotros. No desperdiciemos este don del Señor, y que ojalá el clero dé el ejemplo, vigoroso y sincero, de cómo regocijarnos y dar gracias. Recuerdo unas palabras atribuidas a San Pío X: “Sacerdote angelical, pueblo santo; sacerdote santo, pueblo bueno; sacerdote bueno, pueblo mediocre; sacerdote mediocre, pueblo bestial”.

Las ventajas del “Usus Antiquior

Como reflexión final, tengo cada vez más la impresión, a través de los años, de que uno de los grandes méritos del usus antiquior es que ya tiene incorporadas la preparación y la acción de gracias. Sí: es cierto que todavía hay un pequeño espacio para ambas cosas en el Novus Ordo, pero nada comparable al salmo 42, o al “Placeat” y al Ultimo Evangelio. Con ellos uno siente que ha decididamente comenzado y decididamente terminado. Hay una transición, psicológica y espiritualmente adecuada, desde el mundo profano al sagrado, y luego desde el sagrado al profano. Y, sin embargo, paradójicamente, es entre los sacerdotes que celebran según el usus antiquior que tiendo a encontrar el mayor recogimiento y espíritu de oración tanto antes como después de la Misa. Lo cual me hace pensar que es precisamente la reducción de los rituales de preparación y acción de gracias de la forma ordinaria lo que ha causado un efecto desangrante en los tiempos anteriores y posteriores a la liturgia.

 Oraciones al pie del altar.
(Foto: Introibo!)

He aquí la razón por la que debiéramos oponernos cerradamente a toda “reforma” del Missale Romanum de 1962 que tienda a abolir las oraciones al pie del altar y el Ultimo Evangelio. Aquellos que hablan del valor del Misal de 1965 –supuesta implementación de la Constitución conciliar Sacrosanctum Concilium como si fuera la realización de la legítima reforma litúrgica, no han reflexionado con suficiente cuidado acerca de por qué, en primer lugar, estas partes introductorias y conclusivas se hicieron tan populares y por qué fueron luego, bajo la influencia del Espíritu Santo, incorporadas en la liturgia.