martes, 30 de julio de 2019

Resistir cuando la concelebración se vuelve obligatoria

Les ofrecemos hoy un artículo del Dr. Peter Kwasniewski, conocido en esta bitácora, sobre la obligatoriedad que se ha impuesto en algunos lugares a los sacerdotes de concelebrar, en desmedro de la Misa privada. Tal instrucción es contraria al derecho vigente y gravemente dañina de la espiritualidad sacerdotal, dado que el valor de cada Misa es infinito, incluso si no hay ningún otro fiel presente. Al respecto, puede revisarse lo que dijimos en esta entrada sobre los aspectos a tener en cuenta cuando se celebra una Misa privada, sin asistencia de ningún fiel.  

La versión original del artículo fue publicada en New Liturgical Movement. La traducción que ahora ofrecemos pertenece a la Redacción.  

***

La creciente amenaza de las concelebraciones coercitivas

Peter Kwasniewski

Últimamente algunos sacerdotes me han contado que, en sus comunidades religiosas, en algunas escuelas o casas de formación y en algunas parroquias, así como en otras situaciones, se está intensificando una campaña para prohibir a los sacerdotes celebrar su propia Misa diaria, en las ocasiones en que no tienen obligación de celebrar el Santo Sacrificio con una congregación o para ella, y para forzarlos a concelebrar con sus colegas. La primera vez que se oyó acerca de esto fue en julio de 2017, cuando un documento que circuló en Roma trató de intimidar al clero a fin de que concelebrara, pasando a llevar con ello sus derechos canónicos. El inimitable P. Humwicke hizo algunos extensos comentarios sobre este y otros temas relacionados en una serie titulada “Concelebration in the Roman Colleges” [“Concelebración en los Colegios Romanos”].

Está claro que los modernistas y progresistas están enfurecidos y complotan contra el que los sacerdotes jóvenes se dirijan a los altares laterales a “decir Misa”, o contra el hecho de que los vicarios parroquiales monten dignos altares en su habitación para sus días de descanso, o contra los sacerdotes que, con curiosa coherencia, se ausentan de los “jamborees sacramentales” que pasan, en ocasiones especiales, por ser una Misa Crismal. Es que modernistas y progresistas comienzan a ver palabras escritas en la pared: ya llegan los tiempos en que se comenzará a considerar a la Tradición como una amenaza en serio, y en que toda benevolencia, real o simulada, será dejada de lado. Porque, en verdad, de lo que se trata es de una amenaza al castillo de naipes posconciliar con que muchos han sustituido a la Iglesia de Cristo, sólida como roca, y a su doctrina y liturgia perennes.


La generación más vieja, que todavía chapotea y petardea en un lago de refrescos Kool-Aid[1], quiere obstaculizar la recuperación de las Misas privadas[2], sobre todo porque estas Misas se celebran muy frecuentemente según el usus antiquior [Nota de la Redacción: Véase lo dicho sobre esta clase de Misas en esta entrada]. Con esta obstaculización se cometen simultáneamente dos delitos canónicos: uno, contra el Código deDerecho Canónico, y otro contra el motu proprio Summorum Pontificum y sus aplicaciones autorizadas en Universae Ecclesiae.

Permítasenos, pues, ser todo lo claros que podemos ser: no se puede forzar a un sacerdote a concelebrar, ni siquiera se puede disponer que debiera hacerlo “como norma general”. Menos, todavía, se puede excluir el usus antiquior de la Misa privada de un sacerdote -es decir, cuando éste no tiene el encargo de celebrar Misa en público con fieles-[3].

1. El canon 902 garantiza el derecho de todo sacerdote de celebrar individualmente, con la única condición de que quien celebre la Misa individualmente no lo haga en la misma iglesia u oratorio en que otra concelebración esté teniendo lugar (Nota bene: algunas traducciones al inglés dicen sencillamente “en que otra celebración esté teniendo lugar”, pero el latín es claro: non vero eo tempore, quo in eadem ecclesia aut oratorio concelebratio habetur). Por tanto, celebrar varias Misas simultáneas en los altares laterales está plenamente permitido incluso según el Código de Derecho Canónico de 1983.

2. El canon 904 recomienda que los sacerdotes celebren diariamente la Misa “ya que, incluso si los fieles no pueden estar presentes, se trata del acto de Cristo y de la Iglesia en que los sacerdotes cumplen su principal encargo [munus]”. La traducción inglesa estándar del Código de 1983 traduce munus como “función” en este canon, traducción que no es muy feliz.

3. El canon 906 prohíbe que un sacerdote celebre la Misa “sin la participación de al menos un fiel”, excepto “por alguna causa justa y razonable”. Queda claro, del contexto, que el cumplimiento de la recomendación del Canon 904, vale decir, la recomendación de que los sacerdotes celebren diariamente la Misa, es una causa justa y razonable.

4. Estas interpretaciones canónicas están bien apoyadas por el núm. 31 de la encíclica Ecclesia de Eucharistia, de Juan Pablo II, que dice, entre otras cosas:

“Si la Eucaristía es el centro y culminación de la vida de la Iglesia, es también el centro y culminación del ministerio sacerdotal. Por esta razón repito, con el corazón lleno de gratitud a nuestro Señor Jesucristo, que la Eucaristía 'es la razón de ser principal y central del sacramento del sacerdocio, que entró en vigencia en el momento de la institución de la Eucaristía'. […] Podemos comprender, pues, cuán importante es para la vida espiritual del sacerdote, como también para el bien de la Iglesia y del mundo, que los sacerdotes sigan la recomendación del Concilio de celebrar la Eucaristía diariamente: 'porque aun si los fieles no pueden estar presentes, ella es un acto de Cristo y de la Iglesia'. De este modo los sacerdotes podrán contrarrestar las diarias tensiones que conducen a una pérdida de foco, y encontrarán en el Sacrificio Eucarístico -verdadero centro de su vida y ministerio- la fuerza espiritual que necesitan para cumplir sus diversas responsabilidades pastorales. Su actividad diaria será, así, verdaderamente Eucarística”.

5. Se apoyan también en el núm. 80 de la Exhortación apostólica post-sinodal Sacramentum Caritatis de Benedicto XVI:

“La forma eucarística de la vida cristiana se advierte, de un modo muy especial, en el sacerdocio. La espiritualidad sacerdotal es intrínsecamente eucarística. […] Una intensa vida espiritual le hará posible [al sacerdote] entrar más profundamente en comunión con el Señor y dejarse poseer por el amor de Dios, siendo testigo de ese amor en todo tiempo, aun en el más oscuro y difícil. Con esta finalidad, me uno a los Padres Sinodales para recomendar 'la celebración diaria de la Misa, aun cuando los fieles no estén presentes' (Propositio, núm. 38). Esta recomendación es coherente con el valor objetivamente infinito de cada celebración de la Eucaristía, y es motivada por los frutos espirituales exclusivos producidos por la Misa. Si se la celebra de un modo lleno de fe y atento, la Misa es formativa en el más profundo sentido del término, ya que apoya la configuración del sacerdote con Cristo y fortalece su vocación”.

Estos dos documentos magisteriales renuevan la recomendación de la celebración diaria de la Misa incuso si no hay fieles presentes. Por cierto, es importante tener constantemente presente que la Misa jamás se celebra “en soledad”, porque siempre está presente la participación de los coros de los ángeles y la comunión de los santos.

6. En relación con la Misa de Pablo VI, la Instrucción General del Misal Romano contiene rúbricas para la celebración de la Misa cuando está presente sólo un ministro (núm. 252-272) y para su celebración sin la participación de un ministro (núm. 254). No tendría sentido formular esas rúbricas si no se considerara esta situación como de ocurrencia normal en la vida de los sacerdotes.

(Foto: Pinterest)

Los sacerdotes que sean víctimas del intento de excluir la Misa privada o de la exigencia de concelebrar deben resistir citando -y si es necesario, repetidamente y por escrito-[4] las normas del Derecho de la Iglesia, tal como las hemos resumido más arriba, omitiendo el atribuir motivaciones o el rencor, dejando el juicio de los corazones entregado a Dios Todopoderoso. Puesto que sabemos que hay hombres malvados en cargos elevados, en algunas ocasiones esta auto-defensa desencadenará enfrentamientos mayores. Estos no son nunca cosa agradable, pero pueden ser ocasión para una muy necesaria clarificación de cuáles son los límites de la autoridad y de la obediencia, e incluso momentos de gracia para discernir si una determinada situación pastoral o una determinada comunidad son sostenibles a largo plazo.

Una gran cantidad de hombres buenos situados en cargos elevados han dado este consejo: sean fuertes y defiendan sus derechos: esto vir, esto sacerdos Christi. Nadie tiene derecho a contradecir la ley universal. Mientras esa legislación se mantenga vigente, y mientras ninguna ley haya expresamente establecido excepciones, la ley universal es obligatoria para todos, sin excepción. Tal ha sido siempre el espíritu de la Iglesia.



[1] Nota del Traductor: Los refrescos Kool-Aid, inventados en la década de 1920, se hacen sobre la base de polvos saborizados a los que se agrega agua.

[2] Estoy consciente de las limitaciones de la expresión “Misa privada”, especialmente porque toda Misa es un acto social y público por su esencia misma, pero sigue siendo una expresión útil, cuyo significado todos captan con facilidad.

[3] La reciente carta del Gran Maestre de los Caballeros de Malta viola también los derechos del clero y de los laicos [Nota de la Redacción: Véase aquí el comunicado de la Federación Internacional Una Voce al respecto].

[4] Los matones rara vez quieren dejar nada por escrito, porque saben o intuyen que si escriben sus exigencias, pueden ser desafiados canónicamente y derrotados y avergonzados. Así pues, una defensa clave consiste en insistir que toda exigencia o requerimiento sea puesto por escrito, para que se sepa con certeza qué es lo que se está exigiendo y por qué. Si no lo hacen, puede uno entonces alegar que no entendió lo que pedían o que no se dieron razones suficientes o que se tienen dudas de conciencia sobre la validez de la petición, etcétera.

jueves, 25 de julio de 2019

Cómo la liturgia encarna la Tradición

Les ofrecemos a continuación la traducción de un excelente artículo del Dr. Peter Kwasniewski, habitual colaborador de esta bitácora, sobre la liturgia como concretización primordial de la Tradición. Si bien el texto fue escrito y publicado en 2015, no ha perdido su actualidad en razón de la materia que aborda. El propósito del autor es mostrar cómo la liturgia es un modo de encarnar y descubrir la Tradición, una de las fuentes de la Revelación, puesto que ella representa las formas rituales con las cuales la Iglesia eleva su oración a Dios y actualiza el Sacrificio Redentor de Cristo, además de aplicar las gracias de ahí emanan.

El artículo fue publicado originalmente en New Liturgical Movement y ha sido traducido por la Redacción. Las fotografías son las que acompañan al artículo original.

 El Cardenal Walter Brandmüller besa el Evangeliario durante la Misa solemne

***


La liturgia, concretización primordial de la Tradición

Peter Kwasniewski

En la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación Dei Verbum, el Concilio Vaticano II enseña lo siguiente acerca de la relación entre la Escritura y la Tradición:

“Existe una estrecha conexión y comunicación entre la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura, porque ambas, manando de la misma fuente divina, confluyen, en cierto modo, en una unidad y tienden hacia el mismo fin. Porque la Sagrada Escritura es la Palabra de Dios en cuanto está consignada por escrito bajo la inspiración del Espíritu divino, y la Sagrada Tradición toma la Palabra de Dios confiada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles y la transmite a sus sucesores en toda su pureza, de modo que, conducidos por la luz del Espíritu de verdad, puedan, al proclamarla, preservar esa Palabra fielmente, explicarla y hacerla más ampliamente conocida. Por consiguiente, no sólo en la Sagrada Escritura encuentra la Iglesia la certeza sobre todo lo que ha sido revelado. Así pues, tanto la Sagrada Escritura como la Sagrada Tradición deben ser aceptadas y veneradas con igual sentido de lealtad y veneración. La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen el sagrado depósito de la Palabra de Dios, que ha sido confiado a la Iglesia”[1].

Cuando hablamos de la Escritura está claro (o suficientemente claro) que nos referimos a los contenidos de la Biblia, el canon de los escritos establecido por la Iglesia.  Pero cuando hablamos de Tradición, ¿a qué nos referimos, exactamente? ¿Dónde -para decirlo de modo más concreto- nos encontramos con la Tradición, o nos topamos con ella? ¿Cuándo es que estamos en su presencia? ¿Cómo sabemos que se trata de la “Sagrada Tradición” – ¡que el Concilio dice que es parte de la Palabra misma de Dios!- y no de meras “tradiciones humanas”, que pueden tanto ser como no ser de Cristo, el Señor?  

Dom Mark Kirby, Prior del Monasterio de Nuestra Señora del Cenáculo, en Irlanda, habla de “la antiquísima ley que fundamenta y moldea tanto la doctrina como la vida moral católicas: Lex orandi, lex credendi, lex vivendi[2]. Esto es un modo vigoroso de decir “la ley de la oración” (cómo oramos) moldea la “ley de la fe” (cómo creemos), la que, a su vez, da forma a la “ley del vivir” (cómo realmente conducimos nuestras vidas).

LEX ORANDI

Dom Mark comenta lo siguiente sobre el primero de estos componentes:

“La lex orandi es la puesta por obra de la sagrada liturgia, y está compuesta no sólo de textos, sino de todo el conjunto de signos sagrados, gestos y ritos por los que, mediante el sacerdocio de Jesucristo, los hombres se santifican y Dios es glorificado. La sagrada liturgia misma -que es el Santo Sacrificio de la Misa, los otros sacramentos, el Oficio Divino y los varios ritos y sacramentales que encontramos en los libros litúrgicos oficiales de la Iglesia- es la theologia prima de la Iglesia… La teología primordial de la Iglesia no es algo inventado por hombres eruditos, sino que se encuentra en el dato de la liturgia, que es el órgano primordial de la auténtica tradición de la Iglesia”.

Esta conclusión resuena en la elocuente declaración del P. Louis Bouyer:

“Es en la celebración de los misterios de la liturgia, y en toda la vida nueva, mística y comunal que fluye de ella, que la Iglesia conserva en unidad la conciencia, perpetua y perpetuamente viva, del depósito inmutable de la fe que se le ha encargado”.

Más sucintamente, Pío XI declara: 

La liturgia es el órgano principal del Magisterio ordinario de la Iglesia[3].

Un escritor anónimo contemporáneo deduce las implicaciones de este especial estatus:

“La liturgia es el manantial o fuente primaria de nuestro conocimiento de la Revelación… Es el contexto ordinario, normal, en que los fieles cristianos se encuentran con las divinas realidades de un modo tal que participan de ellas contemplando y orando. Las encíclicas y los concilios cumplen el propósito primario y didáctico de informar al intelecto de las verdades individuales de la fe, algo que es necesario para la vida cristiana. Pero la liturgia hace lo mismo y aun más. La liturgia es el lugar en que la formación del intelecto produce su fruto, la fe hecha vida. La liturgia es la fe puesta en práctica. Es el lugar en que los cristianos reciben la revelación, creen en ella y obran de acuerdo con esa fe mediante la adoración directa de su Creador… La liturgia es, también, un medio a través del cual la Revelación es comunicada. En realidad, como ya dijimos, es el contexto definitivo y primordial en que, para los cristianos, tiene lugar esta comunicación y recepción, debido precisamente a que es el acto central del culto cristiano. El culto es el principal acto de la religión: todos los demás actos son vanos a menos que estén dirigido hacia el acto de culto”[4].

Debido a esta íntima conexión entre el modo cómo oramos, lo que creemos y cómo nos conducimos en nuestra vida, es que los santos siempre han exhibido un amor ardiente por la liturgia y todo lo que se relaciona con ella: las frases y gestos de ésta han llenado su imaginación, y han experimentado un sentimiento de temor reverencial y de humildad frente a esta sagrada herencia, y han aconsejado prudencia al intervenir en ella. Un sabio benedictino de nuestros tiempos, Dom Bernard Capelle (1884-1961), al cual se le pidió, por una comisión vaticana, expresar su opinión sobre la reforma litúrgica, escribió en 1949:

“No debe cambiarse nada a menos que se trate de algún caso de necesidad indispensable. Esta es una sapientísima norma, porque la liturgia es verdaderamente un testamento y un documento sagrado -no tanto escrito como vivo- de la Tradición, que debe tratarse como un locus de teología y una purísima fuente de piedad y de espíritu cristiano”[5].

También podemos comenzar aquí a ver la conexión entre lo que he argumentado sobre el Apocalipsis (la centralidad cósmica del culto y la liturgia celestial de la Iglesia triunfante, paradigma para la Iglesia militante en la tierra) y lo que aprendemos en el libro Los signos sagrados, de Romano Guardini, acerca del lenguaje de los símbolos, mediante los cuales llegamos a comprender a Dios y a relacionarnos con Él, y por los cuales expresamos lo que es más interior y más elevado de nosotros mismos.

Reuniendo las ideas precedentes, Dom Daniel Augustine Oppenheimer nos muestra las exigencias éticas y espirituales que la sagrada liturgia hace al creyente:

“Antes que nada… el antecedente primordial es la humildad frente a la fuente misma. Ya está en acción el principio ascético de la fe, que entiende que la traditio litúrgica no es 'un viejo pedazo de tela', para usar la famosa expresión del cardenal Ottaviani, disponible para libres imaginaciones o cortes arbitrarios o remodelaciones. Los textos, gestos, signos, símbolos, música, todo el conjunto de la cultura litúrgica, todo eso posee una cohesión, un sentido, una profundidad y un carácter interiores. La liturgia merece reverencia en sí misma porque es santa y es la fuente principal de la Revelación”[6].



LEX CREDENDI Y LEX VIVENDI

Refiriéndose ahora al segundo y al tercer miembro de la “antiquísima ley”, Dom Mark escribe:

“La lex credendi es la articulación de lo que ya está dado, contemplado y celebrado en la lex orandi. La doctrina de la Iglesia emerge, con toda su brillante pureza -con el veritatis splendor- del manantial de su liturgia. La doctrina de la Iglesia, su theologia secunda, es fruto de su experiencia litúrgica. […] La lex vivendi es la vida moral católica, una vida animada por las virtudes teologales, una vida de obediencia a los mandamientos divinos, caracterizada por las virtudes cardinales, iluminada por las Bienaventuranzas, enriquecida por los Siete Dones del Espíritu Santo, y desplegada en los Doce Frutos del Espíritu Santo. La lex vivendi se refiere a todo lo que enseña a los hombres a vivir rectamente, a todas las cuestiones éticas y sociales, y a la búsqueda de aquella santidad que, ya ahora, contemplamos en los santos que la Iglesia nos presenta”.

El orden en que están puestos estos tres elementos no es en absoluto algo accidental: como hemos visto, la liturgia nos entrega la fe que profesamos o, en otras palabras, profesamos nuestra fe en y a través de la liturgia. El culto divino, en la forma en que nos ha sido legado por los apóstoles y sus sucesores, es lo primero, llena nuestras mentes y corazones, y nos muestra el camino; a continuación, en segundo lugar, viene la articulación teológica y la explicación de la fe, como internalización de lo que hacemos cuando celebramos los sagrados misterios -y reflexionamos sobre ellos-. Una vez que nos hemos vuelto en oración hacia el Dios viviente, que es Alfa y Omega, el Primero y el Último, reconociéndole la primacía que se le debe (la lex orandi), y una vez que hemos recibido de sus labios la verdad, dándole a ésta primacía en nuestras almas (lex credendi), ya podemos recibir nuestras “instrucciones para el camino” para nuestra vida en el mundo, para el cumplimiento de lo que es recto en el amor virtuoso de nosotros mismos y de nuestros vecinos (la lex vivendi). Dom Mark expresa bellamente este orden:

“La restauración de la doctrina católica a toda su belleza y riqueza, y la consiguiente recuperación de la disciplina católica como algo que sana y da vida, comenzarán con la restauración de la sagrada liturgia”.

Otro escritor, que escribe con pseudónimo, nos ofrece una vigorosa meditación sobre el super-realismo de la liturgia que, porque realmente contiene lo que representa, nos pone en contacto directo, inmediato, con las realidades últimas:

“La liturgia no sólo nos enseña la fe y nos transmite la gracia, sino que revive y renueva en el tiempo los sagrados misterios de Cristo para los fieles. Al hacerlo, nos encontramos con Cristo, los ángeles y los santos, y logramos un atisbo de la superior realidad espiritual del Señor mientras vivimos en la tierra, haciendo borrosas las líneas que separan lo eterno de lo temporal. Nos vamos de la liturgia y de la 'cena espiritual' de Cristo habiendo no sólo aprendido lo que creemos, sino también cómo creer cuando Él vuelva al mundo, fuera del templo… ¿Cómo nos orientamos hacia Dios y no hacia el pecado? ¿Cómo vemos el mundo y Dios como Él desea que veamos? Es la liturgia la que nos muestra cómo, además de ser el espacio para los sacramentos en que el Espíritu Santo actúa y hace inmediatamente accesible para el fiel la obra de Cristo… El propósito de la liturgia, especialmente durante los grandes tiempos del año, es unir a los fieles con Dios para que puedan conocerlo y salvar sus almas. Dios los une a Sí mismo y con su nueva Jerusalén, la Iglesia, y con su Cuerpo, también la Iglesia”[7].
         



[1] Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Dei Verbum (1965), núm. 9.

[2] Todas las citas de Dom Mark están tomadas de su artículo “Liturgy, Doctrine, and Discipline: the Right Order”. Véase también el artículo de Joyce Little, “Lex Orandi, Lex Credendi:Many Young Catholics Find Liturgy Incomprehensible and Irrelevant. Is it?”.

[3] Citado por el cardenal George Pell en The Translation of Liturgical Texts (y por muchos otros autores).

[5] Citado en el excelente artículo de Pawel Milcareck Balance instead of Harmony.

[6] Dom Daniel Augustine Oppenheimer, Asceticism and Tradition.

lunes, 22 de julio de 2019

In memoriam S.E.R. Juan Rodolfo Laise OFMCap

S.E.R. Juan Rodolfo Laise OFMCap, obispo emérito de San Luis y decano del episcopado argentino, murió esta mañana a los 93 años de edad en la casa de reposo San Padre Pío, en San Giovanni Rotondo (Italia), donde residía desde hace diecisiete años tras renunciar por edad al gobierno pastoral de dicha diócesis argentina. Está siendo velado en el santuario  de Santa María de las Gracias de esa localidad italiana, donde mañana tendrán lugar sus exequias a las 16.30 horas. La diócesis de San Luis recordará a su pastor con una Misa a las 19.00  horas presidida por S.E.R. Pedro Daniel Martínez Perea.

Monseñor Laise nació en la ciudad de Buenos Aires el 22 de febrero de 1926. Hizo la profesión solemne en la Orden Franciscana de los Frailes Menores Capuchinos el 13 de marzo de 1949, y fue ordenado sacerdote en la capilla de colegio Euskal Echea de Llavallol, provincia de Buenos Aires, el 4 de septiembre de ese año por monseñor Miguel de Andrea, obispo titular de Temnos. 


El 5 de abril de 1971, el papa Pablo VI lo eligió obispo titular de Giomnio y coadjutor con derecho de sucesión de la diócesis de San Luis. Fue ordenado obispo el 29 de mayo de 1971 en la capilla del colegio Euskal Echea, por monseñor Juan Carlos Aramburu, arzobispo coadjutor de Buenos Aires, y los obispos co-consagrantes monseñor Antonio José Plaza, arzobispo de La Plata, y monseñor Raúl Francisco Primatesta, arzobispo de Córdoba. El 6 de julio de 1971 se convirtió en el cuarto obispo de San Luis, diócesis que había sido creada en  1934 por el papa Pío XI, sucediendo a monseñor Carlos María Cafferata. 

Gobernó pastoralmente esa diócesis por casi 30 años, hasta el 6 de junio de 2001, cuando San Juan Pablo II le aceptó la renuncia que había presentado por haber alcanzado la edad máxima de 75 años prevista por el derecho canónico. Fue sucedido por monseñor Jorge Luis Lona, quien gobernó entre 2001 y 2011. El lema episcopal que eligió para su ministerio era Fideliter (Fielmente), actitud que testimonió con su vida consagrada a Dios.

Radicado en Italia, sus años jubilares los pasó en el Santuario de San Giovanni Rotondo, conocido por ser el convento donde vivió durante toda su vida San Pío de Pietralcina. Ahí cada día servía uno de los cuatro turnos de confesiones dispuestos para atender a los numerosos peregrinos que llegan hasta ese lugar. En dicho santuario estuvo en actividad hasta último momento, cuando sufrió la descompensación que acabó en su muerte: a las 6.00 de la mañana celebrada la Misa de siempre, y después confesaba en tres idiomas, hacía conferencia y atendía a los peregrinos. 


Entre sus muchas obras, destaca especialmente el libro Comunión en la mano. Documentos e historia, publicado originalmente en 1997, donde expone la reverencia que cada fiel debe dar al Santísimo Sacramento al comulgar. Con pruebas incontestables, concluye que la única forma de manifestar sinceramente con la palabra y con los hechos la fe en la presencia eucarística del Señor es el recibir al comunión en la boca, directamente de manos del sacerdote. De hecho, en su diócesis estaba prohibido comulgar de otra forma. La cuarta edición de este muy recomendable libro (Buenos Aires, Vórtice, 2005) puede ser descargada desde aquí. El libro ha sido traducido también a otros idiomas. 

La Asociación Litúrgica Magnificat ofrece sufragios por el descanso de su alma. 

Requiem aeternam dona ei Domine.
Et lux perpetua luceat ei.
Requiescat in pace.

***

Actualización [5 de agosto de 2019]: En Infocatólica y Peregrino de lo absoluto se ha publicado un muy recomendable artículo de María Virginia Olivera de Gristelli dedicado al recientemente fallecido a monseñor Juan Rodolfo Laise. Como el título lo indica, se trata de una necrología "sin omisiones inconvenientes", parar demostrar que el obispo argentino sólo temía a Dios, y no a los hombres, de suerte que no acomodaba su actuar (como lamentablemente ocurre con muchos otros, incluido quienes presumían hasta hace poco de dar doctrina segura) a lo que resultaba conveniente en un determinado momento. El artículo recorre los tres grandes momentos o cruces que vivió monseñor Laise: su turbulenta consagración episcopal, su combate por la dignidad de Jesús Sacramentado y su fidelidad sin adulteraciones a la doctrina perenne de la Iglesia. 

jueves, 11 de julio de 2019

FIUV Position Paper 22: Las mantillas para mujeres en la forma extraordinaria

En una entrada anterior explicamos nuestro propósito de traducir los Position Papers sobre el Misal de 1962 que desde hace algún tiempo viene preparando la Federación Internacional Una Voce, de la cual nuestra Asociación es capítulo chileno desde su creación en 1966. 

En esta ocasión les ofrecemos la traducción del Position Paper 22 y que versa sobre el uso de mantillas para mujeres en la forma extraordinaria, cuyo original en inglés puede consultarse aquí. Dicho texto fue preparado en el mes de diciembre de 2014. Para facilitar su lectura hemos agregado un título (Texto) para separar su contenido del resumen (Abstract) que lo precede. 


***

Las mantillas para mujeres en la forma extraordinaria

Resumen

La costumbre apostólica de cubrirse las mujeres la cabeza sigue siendo observada por muchos católicos adeptos a la forma extraordinaria. San Pablo estableció que las mujeres se cubrieran la cabeza y que los hombres se la descubrieran, y lo explicó en términos de su analogía de la relación entre el novio y la novia, y entre Cristo y la Iglesia. Como lo enseña San Juan Pablo II, los miembros femeninos de la Iglesia la representan de un modo especial: representan a la novia, cubierta por un velo como símbolo de obediencia y de sacralidad. En los Apéndices se examina, por una parte, el argumento de que la costumbre de la Iglesia primitiva se tomó de otras culturas y, por otra parte, la experiencia actual de las mujeres de recuperar la tradición de cubrirse la cabeza.

Los comentarios a este texto pueden enviarse a positio@fiuv.

 (Foto: Liturgy Guy)

Texto

Introducción 

1. La costumbre de las mujeres de cubrirse la cabeza, y de los hombres de descubrírsela, según lo dispone el Código de Derecho Canónico de 1917 (canon 1262, 2)[1], es una tradición apostólica subrayada por San Pablo[2]. Esta tradición se respeta en las Iglesias orientales y por muchos de quienes adhieren a la forma extraordinaria del rito romano. En el contexto cultural occidental, el cubrirse la cabeza puede consistir en el uso de sombreros, pañuelos, capuchas o mantillas (chapel veils)[3]. Aunque el Código de 1983 no se refiere a este punto[4], la tradición ha sido descrita por el cardenal Raymond Leo Burke, prefecto entonces de la Signatura Apostólica, como algo que “se espera” en las celebraciones de la Forma Extraordinaria[5]. En el motu proprio Summorum Pontificum, Benedicto XVI cita la Instrucción General del Misal Romano: Desde tiempo inmemorial, y también para el futuro, es necesario mantener el principio según el cual, 'cada Iglesia particular debe concordar con la Iglesia Universal, no sólo en cuanto a la doctrina de la fe y los signos sacramentales sino también en cuanto a los usos universales aceptados por la tradición apostólica y continua. Éstos han de observarse no sólo para evitar errores, sino también para transmitir la integridad de la fe y para que la ley de la oración de la Iglesia se corresponda a su ley de la fe'[6].

A la luz de lo anterior, parecería que conservar la tradición es no sólo muy coherente con la antigua liturgia, sino también laudable por sí mismo, como expresión de fidelidad a una tradición apostólica. Este documento aspira a proporcionar racionalidad a esta práctica, que es casi totalmente desconocida en la forma ordinaria.

San Pablo sobre la complementariedad de los sexos.

2. La explicación que da San Pablo de la práctica por él ordenada, gira en tono a la complementariedad de los sexos[7]: “Pero quisiera que sepáis que la cabeza de todo hombre es Cristo, y la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza de Cristo es Dios. Todo hombre que reza o profetiza con la cabeza cubierta, deshonra su cabeza, y toda mujer que reza o profetiza con la cabeza descubierta, deshonra su cabeza […] El hombre, en efecto, no debe cubrirse la cabeza, puesto que es imagen y gloria de Dios; la mujer, en cambio, es gloria del hombre”[8].

3. Este pasaje debe leerse en conjunto con la descripción de San Pablo de la relación matrimonial en su carta a los Efesios: “Que las mujeres se sujeten a sus maridos como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo, del cual él es el salvador. Pues como la Iglesia está sujeta a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo”[9].

4. La autoridad de Cristo sobre la Iglesia, de la cual es una analogía la autoridad del marido sobre su mujer, sugiere otra analogía, la de la relación de la cabeza con el cuerpo. La mujer, que es el “cuerpo” de la familia y, por analogía, del cuerpo de la Iglesia, se relaciona con la idea de la Santísima Virgen como el ícono, la imagen, de la Iglesia, en palabras de san Ambrosio[10], citadas en Lumen Gentium[11] y reiteradas por San Juan Pablo II en Mulieris Dignitatem[12]. Además, siendo la mujer la novia de su marido, la Iglesia, como novia, se representa como mujer. San Juan Pablo II enseña: “La dimensión esponsal, que es parte importante de toda vida consagrada, tiene una especial significación para las mujeres, que encuentran en ella su identidad femenina y, por así decirlo, descubren el especial genio de su relación con el Señor”[13].

5. Resumiendo esta larga tradición, Manfred Hauke escribe, habiéndose referido a la Santísima Virgen como “arquetipo de la “Madre Iglesia”[14]“De un modo analógico, por tanto, las mujeres también son representaciones y encarnaciones de la Iglesia. En contraste con los hombres y con el sacerdocio varonil, simbolizan una realidad con la que ellas mismas son idénticas”[15].

6. En resumen, el cubrirse las mujeres la cabeza en la iglesia es una afirmación simbólica tanto de la complementariedad de los sexos en el matrimonio, como de la subordinación de la Iglesia a Cristo. La Iglesia, representada por los miembros femeninos de la congregación, borra su propia gloria -la natural belleza de la cabeza- para dar gloria a Dios. Las cabezas descubiertas de los varones de la congregación son una afirmación de la autoridad de Cristo, a la cual los hombres, como miembros de la Iglesia, están, ellos mismos, subordinados.

 (Foto: One Peter Five)

El velamiento y lo sagrado.

7. El modo como San Pablo entiende el significado del velamiento queda indicado en un pasaje posterior de la Primera Carta a los Corintios, que vuelve a la analogía de la Iglesia como cuerpo: “A los miembros del cuerpo que parecen más viles, los rodeamos de mayor honor, y a los indecorosos los tratamos con mayor decoro”[16].

Aunque el velamiento de la cabeza simboliza el estar sujeto a autoridad -San Pablo escribe que la mujer “debe mostrar sobre su cabeza la señal de sumisión” (I Cor 11, 10)[17]-, el velamiento es, con todo, una forma de dar honor a lo que se vela. La Iglesia, representada por la mujer, se vela por subordinada y por santa: la novia sin mancha de Cristo[18].

8. El velamiento de lo sagrado es cosa muy familiar a los que adhieren a la antigua tradición litúrgica latina. Aunque esconder una cosa -y también velarla, en cierto sentido- atrae la atención hacia ella, subraya también su importancia. Así, de modo obvio, el Santísimo Sacramento es velado en el ciborio dentro del tabernáculo, y el uso del velo del cáliz es otro ejemplo[19]. La Iglesia, como novia, es velada para subrayar no sólo su sumisión a Cristo sino también su pureza y santidad.

9. En el Occidente moderno, tal como en otras culturas, este simbolismo continúa en uso, especialmente en la ceremonia del matrimonio. El velamiento indica la reserva de la novia y, al mismo tiempo, su pureza y belleza. El velamiento como indicación de lo sagrado es enfatizado por Alice von Hildebrand[20], y este modo de entenderlo se encuentra también en el mundo islámico[21]. En cambio, el desnudamiento simboliza embarazo, vergüenza o degradación: exhibir algo es deshonrarlo o avergonzarlo[22].

El cubrirse la cabeza y los hombres.

10. Desde una perspectiva intercultural, la práctica de los varones cristianos de descubrirse la cabeza en la iglesia es mucho más sorprendente que la de las mujeres de cubrírsela. El hecho de que hombres y mujeres en el Occidente ya no usen normalmente sombreros u otras formas de cubrirse la cabeza oscurece el hecho de que, al entrar a una iglesia, eran los hombres quienes necesitaban sacarse el sombrero durante la mayor parte de la historia cristiana, y no eran las mujeres quienes necesitaban cubrírsela, puesto que ya la llevaban cubierta.

11. Una cuestión relacionada, que vale la pena mencionar, es que, en tanto que los protestantes por lo general siguieron las instrucciones de San Pablo sobre cubrirse la cabeza hasta el siglo XX[23] (y todavía lo hace una minoría), el notable contraste en la práctica fue que, al rechazar la categoría teológica de edificio consagrado, los varones protestantes no se descubrían la cabeza en la iglesia, a menos que, en un determinado momento, estuvieran orando[24].

La importancia moderna del velamiento.

12. La continuación de esta tradición apostólica en Occidente, aunque sea sólo en el contexto de la forma extraordinaria, es un valioso vínculo con la Iglesia primitiva y una señal de solidaridad con las Iglesias orientales[25]. Como dice la Instrucción Il Padre, incomprensibile“Por razones históricas y culturales, [estas últimas] han mantenido una más directa continuidad con la atmósfera espiritual de los orígenes cristianos, una característica que es, cada vez con mayor frecuencia, considerada, incluso por el Occidente, no como señal de estancamiento y retroceso sino de preciosa fidelidad a las fuentes de la salvación”[26].

La fidelidad de las Iglesias orientales, y de los que adhieren a la forma extraordinaria en la Iglesia latina, puede ser un signo y un aliento para toda la Iglesia, tal como la fidelidad a la tradición de los recabitas fue un signo para Israel, en tiempos del profeta Jeremías[27].

13. En Occidente, la naturaleza contra-cultural de la tradición amplifica el poder de ésta, en cuanto testimonio de la Tradición y de la sacralidad del contexto en que se la observa[28].

14. En relación con las sociedades no cristianas que han conservado o redescubierto el uso de cubrirse la cabeza de distintas formas, la práctica tradicional católica ofrece un puente para un genuino diálogo. Fue en el contexto de una iniciativa de usar vestidos “modestos y respetuosos” en los lugares de culto de todas las religiones en Sri Lanka que se puso en vigencia, nuevamente, el cubrirse la cabeza las mujeres en la catedral de Santa Lucía, de Colombo, en 2011[29].

15. En toda Europa, como también en los países tradicionalmente islámicos, ha llegado a ser común la vista de las mujeres[30] con velo en público, y la crítica islámica de las mujeres occidentales de que carecen de reserva y, por tanto, de dignidad, es cosa común. El velamiento de las mujeres católicas en la iglesia es una indicación, aunque sea pequeña, de que las preocupaciones de los críticos islámicos de Occidente no son totalmente incomprensibles para los católicos, y de que no aprobamos la pérdida de la dignidad femenina y, en el fondo, la pérdida del sentido de la sacralidad femenina que ha sido resultado de la Revolución Sexual. 


Apéndice A: 

El cubrimiento de la cabeza en el contexto cultural de San Pablo.

Se hace un abundante uso del argumento según el cual la práctica de la Iglesia primitiva, en relación con el cubrimiento de la cabeza, refleja un contexto cultural más amplio, y se lo entiende por lo general como modo de socavar la autoridad de la norma de San Pablo: tal práctica es desechada, por ejemplo, en la Instrucción de 1976 de la Congregación de la Doctrina de la Fe Inter insigniores, como un simple “hecho cultural”[31]. El problema de este punto de vista, con todo, es identificar alguna cultura con que los primeros cristianos hayan estado en contacto y que siguiera la práctica descrita en el capítulo 11 de la Primera Carta a los Corintios.

Las pinturas de los sacrificios paganos, así como las referencias literarias, dejan en claro que la costumbre romana era que la persona, de cualquier sexo, se cubriera la cabeza al ofrecer un sacrificio con, por ejemplo, una parte de la toga. No parece que los observadores, o quienes iban en la procesión del sacrificio, hicieran lo mismo, aunque a menudo se los pinta usando guirnaldas. Hay que recordar que los sacrificios (incluidas las libaciones) eran realizadas no sólo por los sacerdotes en los templos, sino también, diariamente, en un contexto doméstico.

Cuando consideramos las pinturas, no menos numerosas, de los sacrificios paganos cultuales en el contexto cultural griego, es evidente que no se usaba cubrirse la cabeza, aunque las guirnaldas, para ambos sexos, se muestran frecuentemente.

En ninguno de estos dos casos podemos encontrar precedentes sobre la insistencia de que las mujeres se cubran la cabeza en el ámbito del culto y de que los hombres se la descubran.

En cuanto a la práctica judía, la costumbre tradicional, continuada todavía hoy por los judíos ortodoxos, y universal hasta el siglo XX, es que los hombres se cubran la cabeza e incluso que usen una doble cubierta de cabeza[32]. El yarmulke (o kippah: un gorro para cabeza) se usa durante todo el día por hombre y niños[33], y se usa un tallit (chal para orar), además del yarmulke, durante las oraciones, especialmente el Shema, por los hombres casados[34].

Las mujeres no tienen obligación de usar estas cubiertas[35], y por ello es considerado tradicionalmente inapropiado que lo hagan. Las mujeres casadas están obligadas a cubrirse la cabeza por una cuestión de modestia[36], pero ello no está relacionado con momentos de oración o con algún específico paramento ritual[37].

Es imposible aclarar definitivamente qué se observaba en el siglo I, pero parece claro que entonces, como para los judíos de siglos posteriores, las cubiertas de cabeza, con significado ritual, se asociaban más de cerca con hombres que con mujeres.

Estaba mandado que los sacerdotes que oficiaban en el culto del Templo usaran una mitra o turbante de lino, y el Sumo Sacerdote tenía, en la suya, un adorno adicional de oro[38]. Moisés[39] y Elías[40] se cubrían con un velo en presencia de lo Divino. Las referencias de las Escrituras al velamiento de las mujeres, como Rebeca cuando ve por primera vez a su prometido[41], y la amada en el Cantar de lo Cantares[42], se encuentran fuera de un contexto específicamente religioso.

La Midrash se refiere a los hombres en cuanto al cubrimiento de la cabeza en el contexto de la oración: Mordechai[43], Nakdimon ben Gurion[44] y en general los Rabbis y Sabios[45]. El último punto se refleja en la referencia a las filacterias y flecos de los fariseos en Mateo 23, 5, y en la imagen de Moisés envuelto totalmente en un tallit, entre los murales de una sinagoga del siglo III en Dura Europos.

En conclusión, lo que impacta en la costumbre de los primeros cristianos es el contraste en la práctica de hombres y mujeres. Tal cosa no se encuentra, en este contexto, en las prácticas paganas de la época, y la costumbre judía tendía en una dirección derechamente contraria a la cristiana. Parece perverso, a la luz de esto, insistir en que la costumbre cristiana simplemente reflejaba una norma cultural muy extendida y en que, por tanto, la explicación teológica de San Pablo es una mera racionalización. Por el contrario, todo apunta a que la práctica cristiana fue diferente de la de las culturas que la rodeaban, y que fue nueva y deliberadamente elegida.

Si hiciera falta alguna otra explicación, más allá de lo que dice San Pablo, lo natural sería relacionarla con la diferenciación consciente de las prácticas ajenas, característica del propio judaísmo, por el principio “no caminéis por sus sendas”[46]. Otros ejemplos de diferenciación cristiana de la práctica judía incluiría la dirección en que se hacía oración[47], los días de ayuno semanal[48], y la supresión de los días festivos judíos[49]. Esta diferenciación tiene, en sí misma, una duradera significación teológica, y no una meramente cultural, y nos ha transmitido la mezcla de continuidad y discontinuidad que caracteriza la relación entre judaísmo y cristianismo.

Apéndice B: 

El testimonio actual de las mujeres jóvenes sobre el velamiento.

El uso de cubrirse las mujeres la cabeza en la iglesia, especialmente en la forma extraordinaria del rito romano, ha dado lugar a muchas discusiones y a muchas explicaciones en blogs y videos, y se puede encontrar defensas de él en Internet[50]. La tendencia es a focalizarse en la experiencia de las mujeres jóvenes que han adoptado el uso de cubrirse la cabeza en la iglesia, generalmente con mantillas de encaje o velos (chapel veils). La conexión simbólica con la naturaleza marital o esponsal de las mujeres es a menudo subrayada en estas explicaciones, cosa que se enfatiza por la conexión entre la mantilla y el velo tradicional de las novias, todavía muy popular. Se formula también una cantidad de argumentos, que no se encuentran en este Position Paper, los cuales vale la pena tomar en cuenta, por su relación específica con el contexto cultural en que esas mujeres se hallan.

El uso de cubrirse la cabeza es una señal fuertemente contra-cultural en una mujer moderna de Occidente, y ello es especialmente el caso cuando se usa una mantilla, ya que hoy se identifica esto con algo que es específicamente religioso. La presencia en Misa de mujeres con mantilla es, por tanto, un testimonio muy efectivo de la sacralidad de la Misa y de la Presencia Real del Señor en el Santísimo Sacramento. Este testimonio es más poderoso que en situaciones culturales en que las mujeres usan la misma forma de cubrirse la cabeza también en otros lugares, además de la iglesia.

Se trata también de un efectivo testimonio de la fidelidad a la Tradición de quien sigue esta costumbre, de un desechar preferencias personales y presiones de la moda contemporánea en aras de la inmemorial sabiduría de la Iglesia.

En términos de moda, hoy se pone énfasis en que las mujeres usen el pelo suelto, y su conexión con las nociones modernas de belleza y sexualidad subraya la significación de cubrirse la cabeza. Todo esto se conecta con la idea, que se expresa a veces, de que las mujeres que se cubren la cabeza en la iglesia distraen menos a los hombres.

Muchas mujeres dan también testimonio de que la mantilla las ayuda a librarse de las distracciones durante la Misa, y crea y fomenta una sensación de privacidad. El acto de cubrirse la cabeza al entrar a la iglesia, igual que el de santiguarse con agua bendita, puede también ayudar a centrar la mente en la sacralidad del edificio, en la presencia del Santísimo Sacramento y en la liturgia.

De este modo las mujeres que recuperan la tradición de cubrirse la cabeza responden a las palabas de Benedicto XVI: “La palabra griega para conversión significa 'pensar de nuevo', repensar el modo de vivir personal y colectivo; permitir que Dios entre en los criterios de la vida; no juzgar solamente por las opiniones corrientes. Por tanto, convertirse significa no vivir como viven todos los demás; no hacer lo que hacen todos; no sentirse justificados en las acciones dudosas, ambiguas o malas sólo porque los demás las cometen; empezar a ver la propia vida con los ojos de Dios, buscando, de este modo, lo que es bueno, aunque sea incómodo; ni buscar el juicio de la mayoría de los hombres sino la justicia de Dios. En otras palabras: apuntar a un nuevo estilo de vida, a una nueva vida”[51].

 (Foto: One Peter Five)




[1] Canon 1262, 2 del Código de Derecho Canónico de 1917: “Los hombres, en la iglesia o fuera de ella, cuando asisten a los sagrados ritos, deberán tener la cabeza descubierta, a menos que las costumbres aprobadas de un pueblo o las circunstancias peculiares del caso prescriban otra cosa. En cambio, las mujeres deberán cubrirse la cabeza y vestir modestamente, especialmente cuando se acerquen a la mesa del Señor” (Viri in ecclesia vel extra ecclesiam, dum sacris ritibus assistunt, nudo capite sint, nisi aliud ferant probati populorum mores aut peculiaria rerum adiuncta; mulieres autem, capite cooperto et modeste vestitae, maxime cum ad mensam Dominicam accedunt”).

[2] I Cor 11, 1-16.

[3] La práctica en la forma extraordinaria varía entre diversos países y al interior de ellos. En aquellos lugares donde se prescribió en la década de 1960  el uso de la mantilla o velo (chapel veil) específicamente para la iglesia, ha resultado más fácil restaurarlo que en el caso de los sombreros, que han dejado de estar de moda en casi todos los ámbitos.

[4] El cumplimiento de la obligación ya es dejado de lado por la Congregación para la Doctrina de la Fe en la Instrucción Inter insigniores, de 1976: “Otra objeción se basa en el carácter transitorio que se alega hoy que tienen algunas de las prescripciones de San Pablo sobre las mujeres, y en las dificultades que algunos aspectos de esa enseñanza suscitan en relación con esto. Pero se debe advertir que esas normas, probablemente inspiradas en las costumbres del período, se refieren sólo a prácticas disciplinares de menor importancia, tales como la obligación que se impone a las mujeres de usar un velo en la cabeza (I Cor 11, 2-16). Tales exigencias no tienen ya un valor normativo. Sin embargo, la prohibición del Apóstol de que las mujeres hablen en las asambleas (I Cor 14, 34-35) es de una naturaleza distinta, y los exégetas definen su significado del siguiente modo: Pablo de ninguna forma se opone al derecho, que reconoce en otras partes pertenecer a las mujeres, de profetizar en la asamblea (I Cor 11, 15), sino que la prohibición se refiere solamente a la función oficial de enseñar en la asamblea cristiana. Para San Pablo esta prescripción se vincula con el plan divino de la creación (I Cor 11, 7; Gen 2, 18-24), y sería difícil ver en ella la expresión de un hecho cultural”. La cuestión de que velar a las mujeres en oración se “inspira en las costumbres de la época” es tratada aquí más adelante.

[5] En una carta privada, de fecha 4 de abril de 2011, disponible aquí (consultada el 15 de octubre de 2014).

[6] Benedicto XVI, Motu proprio Summorum Pontificum (2007): “Ab immemorabili tempore sicut etiam in futurum, principium servandum est 'iuxta quod unaquaeque Ecclesia particularis concordare debet cum universali Ecclesia non solum quoad fidei doctrinam et signa sacramentalia, sed etiam quoad usus universaliter acceptos ab apostolica et continua traditione, qui servandi sunt non solum ut errores vitentur, verum etiam ad fidei integritatem tradendam, quia Ecclesiae lex orandi eius legi credendi respondet'. La cita interna es de la Instrucción General del Misal Romano (2002), núm. 397. Cfr. Pontificia Comisión Ecclesia Dei, Instrucción Universae Ecclesiae (2011):En relación con las normas disciplinarias relacionadas con la celebración, se aplica la disciplina eclesiástica contenida en el Código de Derecho Canónico de 1983” (núm. 27); Además, en su carácter de ley especial, el motu proprio Summorum Pontificum deroga las disposiciones legales relacionadas con los sagrados ritos promulgadas desde 1962 en adelante e incompatibles con las rúbricas de los nuevos libros litúrgicos vigentes en 1962” (núm. 28). (27. Quoad regulas disciplinares ad celebrationem formae extraordinariae pertinentes, applicetur disciplina ecclesiastica Codicis Iuris Canonici anno 1983 promulgati. 28. Praeterea, cum sane de lege speciali agitur, quoad materiam propriam, Litterae Apostolicae Summorum Pontificum derogant omnibus legibus liturgicis, sacrorum rituum propriis, exinde ab anno 1962 promulgatis, et cum rubricis librorum liturgicorum anni 1962 non congruentibus” ).

[8]  I Cor 11, 3-4, 6: Volo autem vos scire quod omnis viri caput Christus est caput autem mulieris vir caput vero Christi Deus. Omnis vir orans aut prophetans velato capite deturpat caput suum [...] Vir quidem non debet velare caput quoniam imago et gloria est Dei mulier autem gloria viri est”.

[9] Ef 5, 22-24: “Mulieres viris suis subditae sint sicut Domino, quoniam vir caput est mulieris sicut Christus caput est ecclesiae; ipse salvator corporis sed ut ecclesia subiecta est Christo. Ita et mulieres viris suis in omnibus”. La palabra griega “kephale” usada en estos pasajes se emplea por los Padres para significar tanto “cabeza” como “señor”.

[10] San Ambrosio, Expos. Lc. II, 7: PL 15, 1555.

[11] Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium (1964), núm. 63.

[12] Juan Pablo II, Carta apostólica Mulieris Dignitatem (1988), núm. 27: “Mariam Nazarethanam Ecclesiae esse 'figuram'. Cfr. San Juan Pablo II, Encíclica Redemptoris Mater (1987), núm. 44: María es un “modelo y figura de la Iglesia” (exemplar ac typus Ecclesiae).

[13] Juan Pablo II, Exhortación apostólica Vita consecrata (1996), núm. 34: Hac in sponsali ratione quae praecipua est omnis consecratae vitae, mulier, propriam quasi indolem detegens suae cum Domino coniunctionis, se reperit ipsa”. Esto se podría traducir más literalmente: “En esta forma esponsal de pensar, que es la consideración más importante de toda vida consagrada, la mujer, descubriendo el -por decirlo así- particular carácter de su unión con el Señor, se encuentra a sí misma”.

[14] Hauke, M., Women in the Priesthood? A systematic analysis in the light of the Order of Creation and Redemption (San Francisco CA, Ignatius Press, 1986), p. 322.

[15] Hauke, Women in the Priesthood?, cit., p. 324 (énfasis en el original).

[16] 1 Cor 12, 23: “Et quae putamus ignobiliora membra esse corporis his honorem abundantiorem circumdamus et quae inhonesta sunt nostra abundantiorem honestatem habent”.

[17]debet mulier potestatem habere supra caput”.

[18] Ef 5, 22: “porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo, del cual él es el salvador” (Quoniam vir caput est mulieris sicut Christus caput est ecclesiae ipse salvator corporis). Cf. II Cor 11, 2: “os he desposado con un solo esposo para presentaros a Cristo como a una virgen casta” (Despondi enim vos uni viro virginem castam exhibere Christo”); y Rom 7, 3-4.

[19] Otro ejemplo de la Escritura es el velamiento de Moisés para esconder al pueblo el brillo de su rostro, después de hablar con el Señor (Ex 34, 33 y ss.).

[20] Von Hildebrand, A., Man and Woman: a Divine invention (Ave Maria FL, Sapientia Press, 2010), p. 41 y passim.

[21] La etnógrafa Fadwa El Guindi comenta que, aunque la palabra “modestia” ha sido apropiada por las mujeres musulmanas en Occidente para expresar su finalidad al velarse, una fórmula más adecuada sería “santidad-reserva-respeto”. El Guindi, F., Veil. Modesty, Privacy, Resistance (Oxford UK, Berg Publishers, 1999), p. 82. Y advierte el velamiento de la Ka’ba, el más santo de los lugares del mundo musulmán y centro de la peregrinación Haj (p. 95).

[22] En la tradición bíblica, esto es muy notable en Nm 5, 18, cuando el velo de una mujer sospechosa de adulterio es retirado por el sacerdote. Cfr. asimismo Ct 5, 7. En el Islam, en cuanto vestido de una mujer respetable, el velo a menudo se hace más elaborado para mujeres de estatus más alto, y más simple o inexistente para mujeres de un estatus más bajo, y a veces se lo prohíbe para estas últimas. Véase Guindi, Veil, cit., p. 104.

[23] La Iglesia de Inglaterra abolió formalmente en 1942 el requisito de que las mujeres se cubran la cabeza al aproximarse a la comunión (canon 18 de los Canons Ecclesiastical of the Church of England).

[24] Se ponían, por ejemplo, el sombrero para oír el sermón, y se los puede ver en muchas pinturas del siglo XVII visitando hermosas iglesias con el sombrero puesto. Quitarse el sombrero al aproximarse a la puerta de la iglesia podía incluso ser visto, en el anglicanismo, como señal de mentalidad católica.

[25] Juan Pablo II, Carta apostólica Orientale Lumen (1995), núm. 8: “Hoy a menudo nos sentimos prisioneros del presente. Es como si el hombre hubiera perdido su percepción de pertenecer a una historia que lo precede y lo sigue. Este esfuerzo para situarse entre el pasado y el futuro, con un corazón agradecido por los beneficios recibidos y por los que se espera, se ve particularmente en las Iglesias orientales, con un nítido sentido de la continuidad, que toma el nombre de Tradición y de expectación escatológica” (“Captivos hodie saepius nos temporis praesentis esse sentimus: quasi si notionem homo amiserit sese esse particulam alicuius historiae praecedentis et subsequentis. Huic magno labori, quo contendit quis ut se inter praeteritum collocet futurumque tempus cum grato sane animo tam de acceptis quam de donis postmodum accipiendis, clarum praestant Orientales Ecclesiae sensum continuationis, quae sibi Traditionis atque eschatologicae exspectationis nomina sumit”).

[26] Congregación para las Iglesias orientales, Instrucción Il Padre, incomprensibile (1996), núm. 9.

[27] Véase Jr 35.

[29] “La catedral de Colombo exige a las mujeres usar velo durante la Misa”: leyenda de una foto en una información de UCA News, 20 de enero de 2011. La historia añadía: “La Asociación Nacional de Laicos Católicos” (CNAL) en Sri Lanka ha respaldado el llamado a personas de todas las religiones a vestirse con modestia en los lugares de culto […] En un llamado a los fieles, Victor Silva, secretario de CNAL, advirtió 'con gran tristeza y desaliento la lamentable tendencia entre ciertos laicos católicos a vestirse en una manera inmodesta y muy irrespetuosa cuando participan de las celebraciones litúrgicas, con escasa atención al sentido de lo sagrado' […] El gobierno de Sri Lanka ha establecido un panel de diferentes religiones para que prepare un código de vestimentas para los lugares de culto” (consultada el 21 de octubre de 2014).

[30] El velamiento en el Islam se asocia especialmente con las mujeres, aunque cubiertas para la cabeza se usan por ambos sexos, y no es del todo desconocido el velamiento de la cara entre los hombres.

[31] Citado en contexto, supra, nota 3.

[32] Esto es sostenido por los ultra-ortodoxos, con un sombrero sobre el yarmulke y, durante las oraciones, con un tallit sobre él.

[33] Comúnmente a partir de los tres años.

[34] Esto se relaciona con los mandamientos de Dt 22, 12 y Nm 15, 37-38. Este último texto forma parte del Shema, que hace especialmente apropiado el uso del tallit. El tallit grande se relaciona con el tallit pequeño, que se usa debajo de la camisa, que no cubre la cabeza y se lleva durante todo el día. Además de esto, los hombres casados usan el tallit grande sobre la cabeza al rezar el Shema. El Shema se dice durante la oración de la mañana y de la tarde.

[35] En cuanto un mandamiento ligado al tiempo (puesto que no se aplica a la noche), obliga sólo a los hombres. Este principio interpretativo general se encuentra en época tan temprana como el siglo I: “Todos los mandamientos positivos que se vinculan con el tiempo obligan a los hombres, pero las mujeres están exentas. Y todos los mandamientos positivos que no están vinculados al tiempo, se aplican a hombres y mujeres, todos quedan obligados. Y todos los mandamientos negativos, estén o no vinculados al tiempo, se aplican a hombres y mujeres, todos están obligados” (Mishnah Kiddushin 1, 7).

[36] La cubierta puede tener la forma de una peluca (sheitel) entre los judíos ortodoxos en público.

[37] Aunque la exigencia de modestia es naturalmente mayor en un contexto religioso.

[38] Ex 28, 4 y 36-37. Cfr. Ex 39, 26 y 30; Lev 16, 4 39; Ex 34, 33 y ss.
[39] Ex 34, 33 y ss.

[40] I Re 19, 13.

[41] Gn 24, 6.

[42] Ct 4, 1. Véase también los pasajes ya mencionados sobre quitarse lo que cubre la cabeza: Nm 5, 18 y Ct 5, 7.

[43] Mid. Rab. Lv 23, 6.

[44] Véase The Fathers According to Rabbi Nathan [‘Abot deRabbi Natan] (trad. de Juday Goldin, New Haven, Yale University Press, 1995), p. 45.

[45] Mid. Rab. Ec 2, 15; 4, 1. Los ejemplos de Midrash son analizados por Hegg, T., “Should I remove my Kippah? AJewish perspective of 1 Corinthians 11:2-16” (2001) [consultado el 29 de octubre de 2014].

[46] Pr 1, 15.

[47] La oración cristiana se orientaba hacia el Monte de los Olivos y posteriormente al Oriente, en vez de al Templo. Véase Lang, U. M., Turning towards the Lord (San Francisco CA, Ignatius Press, 2004), pp 37-38.

[48] De la piadosa práctica judía de ayunar lunes y jueves (véase Lc 18, 121), todavía observada por los judíos askenazi, a la práctica de ayunar en miércoles y viernes (aunque un breve ayuno en viernes se encuentra también en la tradición judía: véase Talmud Pesachim 99 b).

[49] Véase Ga 4, 10.

[50] Se puede encontrar ejemplos de videos aquí, aquí y aquí (consultados el 21 de octubre de 2014). Se puede encontrar muchos más si se usa los términos apropiados en los sitios de videos compartidos.

[51] Ratzinger, J., Discurso a los catequistas y profesores de religión. Jubileo de los Catequistas, 12 de diciembre de 2000.