sábado, 31 de marzo de 2018

Simón de Cirene y Poncio Pilato

Los Evangelios no dan ningún indicio de si Poncio Pilato y Simón de Cirene se conocieron mutuamente o si tuvieron alguna relación personal. En todo caso, dudo que haya sido así. Sea como fuere, ambos son dos personajes que están en las antípodas de la actitud ante Jesús el viernes de su crucifixión. Mientras el gobernador, sabiendo que Cristo era inocente, ordenó su muerte por miedo a contrariar a los vociferantes de entonces, a los que gritaban a la salida del Pretorio, el cireneo fue forzado por los mismos soldados romanos a ayudar a Jesús a llevar su cruz. Uno, entonces, manda a Cristo a la cruz, el otro le presta su fuerza para sostenerla. El primero tenía poder para liberar a quien no tenía culpa, pero prefirió "lavarse las manos" (en un esfuerzo torpe por eximirse de responsabilidad) y optó por soltar a Barrabás; el cireneo, en cambio, probablemente tuvo que ensuciarse las suyas a fin de caminar hacia el Gólgota cargando con un peso ajeno a él.



La iniquidad de Poncio Pilato, entonces, consistió en renunciar a la justicia a fin de acatar la presión popular. El protagonismo de Simón de Cirene fue accidental: sometiéndose a la circunstancia, alivió, aunque fuera un poco, el doloroso Vía Crucis del Redentor. 

Nota de la Redacción: El texto y la imagen están tomados de la columna de Rodericus publicada en la sección "Día a día" de la edición El Mercurio de Santiago del viernes 30 de marzo de 2018, p. A3.

viernes, 30 de marzo de 2018

Viernes Santo

Uno de los cuadros más realistas y espiritualmente poderosos de la crucifixión lo constituye la parte central de Retablo de Isenheim, pintado a finales del siglo XV por el artista alemán Matthias Grünewald. Ahí aparece el cuerpo de Jesús plagado de úlceras y heridas, la cabeza cubierta por una brutal corona de espinas, las manos y pies atravesados no por clavos normales sino por enormes pinchos y, quizá lo más terrible, la boca abierta en agónico silencio. Al observador no se le esconde nada de esta muerte, la más horrible de todas.

El Retablo de Isenheim (Matthias  Grünewald, 1512-1516)

Museo de Unterlinden, Colmar, Francia

(Imagen: Wikicommons)

A la derecha de la figura de Jesús, Grünewald ha pintado, en elocuente anacronismo, a Juan el Bautista, el precursor del Mesías, quien indica que Cristo es el Cordero de Dios del modo más peculiar: en vez e señalar directamente al Señor, el brazo y la mano de Juan aparecen extrañamente retorcidos, como si tuviera que contorsionarse para hacerlo. Es para preguntarse si Grünewald sugería que nuestras deformadas expectativas sobre lo que constituye una vida gozosa y libre han de dar un giro copernicano para entender la asombrosa verdad revelada en Cristo crucificado.  

Nota de la Redacción: El texto está tomado de Barron, R., Catolicismo. Un viaje al corazón de la fe, trad. de Marciano Escutia, Madrid, Rialp, 2017, pp. 60-61.

martes, 27 de marzo de 2018

¿Cree usted que a Dios le importa?

Publicamos a continuación un artículo de opinión del Prof. Augusto Merino Medina, colaborador estable de esta bitácora, sobre las habituales objeciones que suele enfrentar quien llama la atención sobre la despreocupación por las rúbricas que suele reinar en la celebración de la liturgia reformada y la generalizada falta de sentido de lo sagrado y de reverencia.

 El autor
(Imagen: Vimeo.com)

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¿Cree usted que a Dios le importa?

Augusto Merino Medina

Es un hecho ampliamente reconocido que uno de los peores males que afligen a la liturgia reformada por Consilium, organismo encargado de traducir a la práctica la Constitucion Sacrosanctum Concilium (1963), del Concilio Vaticano II, es la pérdida del sentido de lo sagrado, especialmente en la celebracion de la Santa Misa. 

El rito nuevo, diseñado por Consilium, nació ya pesadamente lastrado con esa pérdida (la que se aprecia con sólo con compararlo con el milenario rito anterior); pero los abusos a que el nuevo rito dio lugar y que han crecido hasta proporciones increíbles, han terminado por transformar el principal acto de culto católico en poco más que una asamblea semanal de “hermanos” que se reúnen en un clima de fraternidad y distensión a realizar actividades vagamente religioso-morales. 

En ese clima, que es el que viven los pocos católicos practicantes que todavía van a Misa dominical, quienquiera que se preocupe de “detalles” y “rúbricas” de carácter “meramente protocolar” (como, por ejemplo, la necesidad del celebrante de revestirse con ornamentos apropiados, o de adoptar una postura digna, etcétera) es considerado como alguien que se pierde en nimiedades en vez de concentrarse en lo esencial: la escucha de la palabra de Dios, la oración, la práctica cálida de la hermandad en la “asamblea”, etcétera. He oído a un católico decir que “la única diferencia entre un liturgista y un talibán, es que con el talibán se puede llegar a un entendimiento”.

En la mentalidad de la “nueva” Iglesia, que celebra esta “nueva” Misa, se entiende, de un modo perfectamente racionalista, que a Dios no puede importarle el que sobre el altar haya dos o seis cirios, o que el crucifijo no esté puesto al medio sino en una esquina, de medio lado, o que el “presidente” emerja de la sacristía con una alba-casulla, que no le cubre bien la camiseta, en vez de con una casulla propiamente tal, con amito, estola, cíngulo y otros “detalles”. Dios “no se fija” en si la música que se toca en la Misa está acompañada por rasgueos de guitarra o por órgano; si los fieles comulgan recibiendo la hostia en la mano o en la lengua; si las lecturas son leídas a trastabillones por un fiel cualquiera a quien se le pide hacerlo en el momento en que entra a la iglesia o si son leídas con claridad por alguien que las ha practicado con anterioridad; si la comunión es distribuida por espontáneos de buena voluntad que ayudan al curita o por ministros consagrados. No: lo que importa es que la gente cante, que comulgue, que escuche la palabra de Dios.

Pero, ¿es verdad que a Dios no le importan esos “detalles” y “rúbricas”, que fueron observados, respetados y conservados como un tesoro a lo largo de dos mil años de existencia de la Iglesia por no menos de sesenta generaciones de católicos? La pregunta nos sitúa de inmediato en el resbaloso terreno de la comparación de la importancia del “fondo” y de las “formas”, de lo “principal” y de lo “accesorio” o, si todavía es posible recurrir al lenguaje escolástico de noble prosapia tomista, de lo “sustancial” y de lo “accidental”.

Soy consciente de estar planteando aquí un problema de la máxima importancia y de enorme complejidad, cuyo abordaje requeriría un tratado entero, precedido de la explicación de nociones de antropología filosófica y cultural, de sociología y de psicología colectiva. En estos aciagos momentos de la historia de la Iglesia y, en particular, de la liturgia, están surgiendo, gracias a Dios, quienes pueden emprender esa inmensa tarea. Aquí me limitaré a un par de reflexiones que creo importantes.

1. El estudio de los libros litúrgicos del Antiguo Testamento nos descubre que Dios se preocupó hasta de los más mínimos detalles del culto que le había de ser tributado, tanto en relación a los objetos que se debía usar (vestimentas, instrumentos, edificios, etcétera) como a las acciones que debía realizarse (modo de ofrecer los sacrificios, de ofrecer el incienso, palabras que debían pronunciarse, gestos, etcétera). Las instrucciones de Moisés sobre estos aspectos son detalladísimas y estrictas, como procedentes de quien había recibido la visión del modelo celestial de lo que había de realizarse en la liturgia terrena del pueblo elegido. Paralelamente, en el Nuevo Testamento hay también descripciones de la nueva liturgia celestial en el Apocalipsis, que nos da un criterio sobre el tipo de culto que ha de darse a Dios, y que nos describe un cielo que no se asemeja en nada a un jardín de delicias donde los bienaventurados se pasean relajadamente tomando el fresco en amigable compañía, sino que es escenario de un ceremonial magnífico, grandioso, sobrecogedor.

La revelación divina, pues, no nos deja suponer en absoluto, en ninguno de los dos grandes momentos en que ella se lleva a cabo, que a Dios no le importan en lo más mínimo las ceremonias o cómo se realicen.

Si queremos, por otra parte, referirnos a lo que la revelación nos dice por medio de la Palabra encarnada, advertiremos algo análogo. Con ser supuestamente Jesús todo lo “revolucionario” que a cierta teología populista le gusta afirmar, Él declaró que no había venido a abrogar la Ley sino a cumplirla hasta en el detalle, y que el que enseñara a los hombres a obrar de este modo sería grande en el Reino de los Cielos. El mismo purificó el templo de Jerusalén expulsando a latigazos a los comerciantes que se habían instalado en él a vender objetos de culto, indicando así qué tremendo respeto se debía observar entre sus paredes (se pregunta uno cuál hubiera sido su reacción ante el comportamiento “casual” de las “asambleas dominicales” en ciertas parroquias “progresistas” e “inclusivas”). 

Pero hay más. Jesús fue hombre que apreciaba debidamente las señales de respeto hacia su persona y la delicadeza en el trato que se le daba. En casa de Simón, cuando la pecadora derramó sobre los pies divinos aquel carísimo perfume, defendió el proceder de la mujer, quejándose (¡y eso que estaba de visita!) de que no le habían ofrecido agua para lavarse los pies, ni aromas para ponerse en el pelo. Y salió al paso de una de las objeciones más comunes en la actualidad a la esplendidez y decoro del culto: todo el dinero desperdiciado en aquel frasco de esencias roto en Su honor, se podría haber dado a los pobres (y se trataba, en efecto, de una gran suma, que hubiera alcanzado para muchas obras de misericordia y de ternura). Pues, bien, como nos los recuerda el Evangelio, la impactante respuesta al discípulo “con sensibilidad social” de su entorno, fue: “a los pobres los tendréis siempre con vosotros”. Cerró así, de un sopetón, la puerta a la pobretonería litúrgica (que no es lo mismo que la sobriedad y buen gusto), a la fealdad y desaliño en las cosas y los gestos. 

 Peter Paul Rubens, Festín en casa de Simón el Fariseo (circa 1618, Museo del Hermitage)

Durante mil novecientos sesenta años la Iglesia comprendió perfectamente lo que el Señor le había dicho, y dedicó al culto, con el tino que las circunstancias exigían (hubo casos en que se liquidó objetos litúrgicos valiosos para socorrer a casos humanos extremos), lo más rico, lo más hermoso, lo más preciado y lo más valioso de que podía echar mano. Resultado de ese espíritu, correctamente entendido, es el tesoro de grandiosos edificios de las iglesias, la belleza de los objetos de culto, el magnífico arte que, en todos los aspectos, se fue creando en torno a la Santa Misa, raíz y culminación de la vida cristiana (como ha dicho el Concilio Vaticano II, y no un “talibán litúrgico”). 

¿Puede quedar alguna duda de si a Dios le importan o no estas cosas?

2. Dios desea siempre el bien para todas sus criaturas. A todas las ama Dios porque son buenas, como salidas de sus manos. Y dice la Escritura que todo confluye para el bien de aquéllos a quienes El ama.

La liturgia romana milenaria expresa adecuadamente los misterios de la Fe, no porque los haga enteramente comprensibles, como es el ideal iluminista de la liturgia moderna, sino porque hace a los fieles entrar espiritualmente en ellos de un modo admirable por su eficacia. No podía ser de otro modo: desarrollada a lo largo de los siglos por monjes, papas y santos, surgió de un crecimiento orgánico de la comprensión de dichos misterios, como un producto de la intensa vida espiritual que le fue dando forma, como logro de un espléndido desarrollo de la teología cada vez más fina que le sirvió de apoyo. Sobre todo, como lo han afirmado Pío XII y otros papas, ella contó con la guía del Espíritu Santo y constituye, por tanto, un bien que beneficia inmensamente a los cristianos que el Señor ama.

En ese largo y secular desarrollo, pues, la liturgia romana de la Misa hizo de ella una obra de arte perfecta, en que cada símbolo, cada gesto, cada palabra, cada ornamento tienen un contenido riquísimo, que difícilmente un fiel puede llegar a agotar en la contemplacion. Esta es alimentada sin fin por esa creación espiritual sin paralelo en la historia del Occidente.

El haber un grupo de supuestos “expertos” metido mano en ella hasta el punto de destruirla, como lo lamentaban posteriormente algunos de ellos mismos cuando se dieron cuenta de lo que habían hecho, ha dañado el contenido comunicable a los fieles: quebradas las formas, se derraman los contenidos. Y así es como una liturgia “arruinada”, según los términos del jesuita Joseph Gelineau, que participó en el Consilium, ha llegado a desorientar y aun confundir e inducir a error a la fe de quienes asisten a ella.

Aunque la liturgia no tiene una finalidad pedagógica (como desearían los modernos), ella enseña, sin embargo, de un modo suave, casi invisible, formando el alma de los fieles y introduciendo en ellos las verdades de la fe no tanto por vía discursiva –aunque sí existe dicha vía- sino mediante la educación de la sensibilidad por lo sagrado y, concretamente, por la presencia en los actos de culto de la Santísima Trinidad. Una buena liturgia, hecha con apego a lo que la Tradición nos ha legado, configura bien el alma. Una mala liturgia, que aunque lleve la firma de un papa se aparta de la Tradición y es engendro de un variopinto grupo de sedicentes “expertos”, deforma el espíritu.

Y el Señor no desea que el alma de sus fieles sea deformada en lo que se refiere al verdadero culto que se le debe ni a la verdad que está a la base de éste. No desea, por tanto, una liturgia deformada y deformante. Desea, y así lo dijo, un culto en espíritu y verdad, haciendo lo que Él mismo nos enseño.

¿A Dios le importan o no, entonces, esos “detalles”, esas meras “rúbricas”, esas “formalidades”?  Démosle a Él mismo la palabra: “No ofrezcáis nada con defecto, pues no os sería aceptado” (Lev. 22, 20).                                                                                                                   

domingo, 25 de marzo de 2018

Las Misas gregorianas

La expresión “Misa gregoriana” no mienta la celebración conforme a la forma extraordinaria del rito romano, ni una misa acompañada por canto gregoriano, sino una realidad diversa. Con ese nombre se designa la serie de Misas que deben ser aplicadas por un difunto durante todo un mes (treinta días) sin interrupción, con la sola excepción del Viernes Santo. 

 San Gregorio Magno (miniatura del Registrum gregorii)

Estas Misas tienen su origen en un acontecimiento que San Gregorio Magno (540-604) refiere en sus Diálogos (IV, 55). Cuenta el gran Papa y Doctor de la Iglesia que, siendo todavía abad de un monasterio, antes de ser elevado al trono de Pedro (su elección se produjo en 590), había un monje llamado Justo, que ejercía con su permiso la medicina. En una ocasión había aceptado sin su permiso una moneda de tres escudos de oro, faltando gravemente así al voto de pobreza que le imponía la Regla. Después se arrepintió y tanto le dolió este pecado que enfermó y murió al poco tiempo, pero en paz con Dios. Sin embargo, San Gregorio, para inculcar en sus religiosos un gran horror a este pecado, lo hizo sepultar fuera de las tapias del cementerio, en un basural, donde también echó la moneda de oro, haciendo repetir a los religiosos durante el entierro las palabras de San Pedro a Simón el mago: “Que tu dinero perezca contigo” (Hch 8, 20). A los pocos días, San Gregorio pensó que quizá había sido demasiado fuerte en su castigo y encargó al ecónomo mandar decir treinta Misas seguidas, sin dejar de hacerlo ningún día, en sufragio por el alma del difunto. El ecónomo obedeció y el mismo día que terminaron de celebrar las treinta Misas, se apareció Justo a otro monje, Copioso, diciéndole que subía al Cielo, libre de las penas del Purgatorio, por las treinta Misas celebradas por él.

No han faltado autores que han buscado desacreditar esta práctica. Así, por ejemplo, se ha dicho que mediante el relato precedente San Gregorio probablemente sólo quiso enseñar la doctrina de los sufragios aplicados a los difuntos, y que fue la ingenua mentalidad medieval la que cargó el acento en la ininterrumpida sucesión de Misas. Pero la enseñanza permanente de la Iglesia ha sido que “la celebración de la Misa en sufragio de las almas de los propios difuntos es el modo cristiano de recordar y prolongar, en el Señor, la comunión con cuantos han cruzado ya el umbral de la muerte” (Directorio de piedad popular, núm. 255). Por eso, San Antonino de Florencia (1389-1489) sostuvo que, si las treinta Misas se dicen seguidas, el efecto es que las almas del Purgatorio perciben antes sus frutos que si ellas se dicen de manera espaciada. Porque no se debe olvidar que ya el Antiguo Testamento alaba la costumbre de orar por los muertos para que sean absueltos de sus pecado (2 Mac 12, 38-46).

 Ilustración de una Misa de Réquiem por A.W. Pugin

Como fuere, esta práctica piadosa se difundió con rapidez durante los siglos VIII y IX y pronto los fieles comenzaron a solicitar la celebración de treinta Misas, en forma consecutiva, con el fin de ayudar a sus difuntos a salir del Purgatorio. Esta devoción provino del hecho de que la Iglesia siempre ha enseñado que orar por los difuntos es una obra de misericordia y que, merced a la comunión de los santos, los fieles podemos ayudar a quienes nos han precedido en el tránsito hacia la otra vida mediante la oración, el sacrificio y, especialmente, por la Santa Misa, que aplica el propio sacrificio de Cristo.

Por cierto, la Iglesia se ha preocupado por disciplinar las condiciones requeridas para la celebración de las Misas gregorianas. La primera de ellas es que las Misas se celebren en forma continua, sin interrupción (con excepción del Viernes Santo) y que ellas se apliquen siempre por los mismos difuntos. La segunda condición es que la secuencia de Misas no requiere que todas ellas se celebraren por un mismo sacerdote, ni en un mismo altar, ni en menos memoria de San Gregorio. La única condición es que la intención de cada una de esas Misas sea pedir por el alma de un determinado difunto.

El Concilio Vaticano II trajo consigo importantes cambios en la liturgia y las Misas gregorianas no fueron la excepción. Si bien muchos fieles continuaron con la costumbre de orar por sus difuntos y las llamadas Ánimas del Purgatorio durante treinta días, en algunas partes las iglesias comenzaron a cerrar un día a la semana (generalmente, los lunes) para dar descanso al clero. Ante la falta de continuidad de la celebración de la secuencia, que se veía interrumpida cada semana, la tradición de las Misas gregorianas se fue perdiendo. Peor aún, en otros lugares despareció la importancia de ofrecer sufragios por los difuntos a tal grado que sus familiares se conformaron con pedir por ellos en pocas ocasiones (generalmente, en cuatro: el día de su sepultura, en el novenario de la muerte, al cumplirse un mes y un año del fallecimiento).

 Misa de Réquiem solemne ofrecida (2015) en una parroquia inglesa por el alma del Rey Ricardo III de Inglaterra

Con todo, en la forma ordinaria no ha desaparecido completamente la práctica de celebrar las Misas gregorianas. La Iglesia sólo ha mitigado la obligación de la celebración ininterrumpida, según la declaración Tricenario Gregoriano (24 de febrero de 1967). Si por un impedimento imprevisto (como una enfermedad) o por otra causa razonable (como la celebración de una Misa de funeral o de matrimonio), un sacerdote tuviere que interrumpir el treintanario, “éste mantiene por disposición de la Iglesia los frutos de sufragios a él atribuidos por la práctica de la Iglesia y la piedad de los fieles hasta el momento presente, pero con la condición de completar lo antes posible la celebración de las treinta Misas”.

Por cierto, dado que el sacerdote realiza una labor diaria, durante treinta días, por un único difunto, se le suele dar una cantidad de dinero, que recibe el nombre de estipendio. La familia colabora así con el servicio del sacerdote y, eventualmente, la comunidad religiosa a la que pertenece, dando una cantidad que suele estar fijada para evitar malentendidos. Si el sacerdote no emplea ese dinero en su propio sustento, lo destina a obras de caridad.

La piedad tradicional recomienda asimismo otras prácticas relacionadas con los difuntos (Directorio de piedad popular, núm. 260). Por ejemplo, los sufragios frecuentes mediante limosnas y otras obras de misericordia, ayunos, aplicación de indulgencias y sobre todo oraciones, como la recitación del salmo De profundis, de la breve fórmula Requiem aeternam, que suele acompañar con frecuencia al Ángelus, el santo Rosario, la bendición de la mesa familiar.

viernes, 23 de marzo de 2018

La fe de Alec Guinness y la reforma litúrgica

El actor británico Sir Alec Guinness (1914-2000) fue uno de los actores más legendarios del siglo XX y es recordado hasta el día de hoy por su aparición en numerosas películas a lo largo de su extensa carrera, especialmente El puente sobre el río Kwai o, para el público más joven, por su interpretación del personaje Obi Wan Kenobi en la trilogía original de La guerra de las galaxias. Sin embargo, una faceta del gran actor quizás más desconocida para el gran público fue su fe católica.

Sir Alec Guinness (retrato de Allan Warren, 1972)

Mientras sirvió durante la Segunda Guerra Mundial en la Royal Navy, Guinness albergó durante un tiempo el deseo de convertirse en ministro anglicano. En 1954, mientras se encontraba en la región francesa de Borgoña rodando la película Father Brown, inspirada en los relatos de Chesterton sobre el célebre sacerdote católico detective, Guinness, quien desempeñaba el papel protagónico y se encontraba vestido de sotana, fue abordado por un niño local durante un descanso, quien lo confundió con un sacerdote real. El actor no hablaba francés fluidamente y el niño, sin notar que no comprendía lo que decía, le habló animadamente, tomándole la mano mientras caminaban. El niño luego agitó su mano despidiéndose con un alegre “Au revoir, mon pere!”  y se alejó. La confianza y el afecto que aparentemente despertó el atuendo clerical en el niño dejó una impresión profunda en Guinness. Cuando su hijo de once años, Matthew, enfermó de poliomielitis, el actor visitó frecuentemente una iglesia católica para rezar, prometiéndole a Dios que, si el niño sanaba, daría su aquiescencia a que su hijo se hiciera católico, lo que ocurrió después a petición del niño. Luego de un tiempo, en 1956, Guinness se convirtió también al catolicismo. Un año después lo siguió su mujer, Merula, quien fue recibida en la Iglesia mientras Guinness se encontraba en Sri Lanka filmando El puente sobre el río Kwai, informándole a su marido solamente luego de la ceremonia.

La conversión de Guinness tuvo lugar poco después de la reforma litúrgica de la Semana Santa (1955), llevada a cabo durante el pontificado de Pío XII, la cual fue seguida en los tumultuosos años del posconcilio por la radical reforma litúrgica de Pablo VI, la que desembocó en el Novus Ordo Missae. Tal como le ocurrió a tantos otros conversos ingleses, como Evelyn Waugh o J.R.R. Tolkien (o, en cierta medida, también a Graham Greene), que habían encontrado en una Iglesia que atesoraba una Tradición inmutable refugio de un mundo moderno a la deriva, Guinness vería también con espíritu crítico cómo las autoridades religiosas desechaban todo lo que antes era santo, especialmente en el ámbito de la liturgia.  

Guinness en Father Brown (1954)
(Foto: CBS)

Sobre la reforma litúrgica se expresó así Guinness en su libro de memorias Blessings in Disguise:
Mucha agua ha corrido bajo los puentes del Tíber desde el pontificado de Pío XII, llevándose el esplendor y el misterio de Roma. Sé que lo esencial permanece firmemente asentado y considero a la Misa posconciliar más sencilla y en general mejor que la tridentina; pero la vanalidad y vulgaridad de las traducciones que han desplazado en la liturgia al sonoro latín y al poco de griego son de una cualidad de supermercado que resulta bastante inaceptable. Los apretones de mano y sonrisas embarazosas o muecas han reemplazado a las antiguas cortesías; arrodillarse ya no está de moda, como sí lo está hacer filas, y el tono general es más bien el de un programa de radio de la BBC para niños pequeños [...] [1].
Aunque impactado por las consecuencias de la reforma litúrgica, Guinness no perdió la esperanza que debe asistir a todo cristiano, especialmente en cuanto a la promesa de indefectibilidad de la Iglesia (Mt. 16, 18). Dirá así con un dejo de espléndida ironía inglesa:
La Iglesia ha probado que no está moribunda. Siento que todo estará bien, en todo orden de cosas, en tanto el Dios que se adora sea el Dios de Todos los Tiempos, pasados y por venir, y no el Ídolo de la Modernidad, tan venerado por tantos de nuestros obispos,sacerdotes y monjas en minifaldas [2].

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Notas: 

[1] Guinness, A., Blessings in Disguise, Londres, Hamish Hamilton, 1985, p. 45. Traducción de la cita desde el original inglés de la Redacción.

[2] Ibíd.

miércoles, 21 de marzo de 2018

FIUV Position Paper 15: El leccionario de la forma extraordinaria

En una entrada anterior explicamos nuestro propósito de traducir los Position Papers sobre el misal de 1962 que desde hace algún tiempo viene preparando la Federación Internacional Una Voce, de la cual nuestra Asociación es capítulo chileno desde su creación en 1966. 

En esta ocasión les ofrecemos la traducción del Position Paper 15 y que versa sobre el leccionario que se utiliza en la forma extraordinaria, cuyo original en inglés puede consultarse aquí. Dicho texto fue preparado en el mes de noviembre de 2012. Para facilitar su lectura hemos agregado un título (Texto) para separar su contenido del resumen (Abstract) que lo precede. 


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El leccionario de la forma extraordinaria

Resumen

El leccionario de la forma extraordinaria es notablemente diferente del de la forma ordinaria. El primero tiene un ciclo de sólo un año para los domingos, un ciclo también de sólo un año para las fiestas, y un conjunto de lecturas para las ferias de Cuaresma. Con pocas excepciones, cada Misa tiene un Evangelio y una sola lectura adicional (además del “Último Evangelio”). En contraste, el leccionario de la forma ordinaria incluye una cantidad mucho mayor de lecturas, con un ciclo de tres años para los domingos y tres lecturas en cada domingo. El leccionario de 1962 tiene, no obstante, un gran valor: el ciclo dominical, en particular, es de gran antigüedad; las lecturas están vinculadas por el tema con las oraciones y versículos del propio de cada Misa, que a menudo se refieren a ellas; el ciclo de un solo año posibilita no solamente una gran familiaridad con las lecturas, sino que demás permite comentarios litúrgicos que son, en sí mismos, monumentos de la tradición dignos de conservarse. Con todo, sería posible ampliar para los fieles el rango de pasajes de la Escritura en la liturgia de la forma extraordinaria mediante el expediente de restaurar la práctica, abolida en 1960, de poner como Último Evangelio el Evangelio de un domingo o fiesta desplazados por la ocurrencia de una fiesta más importante y, sobre todo, de alentar la recitación del Oficio Divino, especialmente Maitines, por los fieles.

Los comentarios a este texto pueden enviarse a positio@fiuv.

 (Foto: Gloria TV)

Texto

1. Uno de los rasgos propios de la forma extraordinaria que la distinguen de la forma ordinaria, es el leccionario. Este consiste en un ciclo de sólo un año de lecturas, que contiene un trozo del Evangelio y de Epístola[1] para los domingos, las fiestas y las ferias de Cuaresma. En las ferias que no son de Cuaresma las lecturas (y las oraciones y versículos del Propio) son las del domingo precedente, a menos que se diga una Misa votiva. Existe un número mayor de lecturas en las Témporas[2] y en algunos otros días[3]. En contraste con esto, la forma ordinaria tiene un ciclo de lecturas de tres años para los domingos, para cada uno de los cuales contiene un Evangelio y dos más tomadas de otras partes, y se asigna lecturas a cada día del año.

El valor del leccionario de 1962.

2. La parte más antigua del leccionario de 1962 es el ciclo de Evangelios de los domingos, que coinciden en gran medida con los temas de los sermones del papa San Gregorio Magno, pronunciados entre 590 y 604. Con todo, este ciclo siguió desarrollándose, igual que las Epístolas dominicales, los ciclos de lecturas para las ferias de Cuaresma y otras ferias y el ciclo santoral, hasta el siglo IX[4], en que asumió la forma vigente todavía hoy[5].

3. La gran antigüedad del leccionario, junto con la continuidad de su uso, exigen respeto de nuestra parte. Primero, este leccionario refleja el pensamiento litúrgico y escritural de los Padres de la Iglesia. Segundo, ha sido el fundamento de la experiencia litúrgica y de la reflexión de innumerables generaciones de doctores, santos, intelectuales y artistas de la Iglesia Latina. Tercero, está estrechamente relacionado con los versículos de cada día, que a menudo se refieren a su texto y constituyen un comentario musical sobre éste. Cuarto, ha demostrado su valor espiritual, pastoral y desde muchas otras perspectivas, en un muy amplio espectro de circunstancias sociales y culturales, durante un muy largo periodo de tiempo, y es compartido por las liturgias históricas de anglicanos y luteranos[6].

4. El desarrollo del leccionario se ha dado de un modo tal que, aunque los Evangelios y Epístolas dominicales forman un conjunto muy claro[7], ambos conjuntos son mutuamente independientes. Así, no se nos presenta conexiones entre lecturas que dependen de las preferencias exegéticas de los intelectuales de una determinada época, sino una maduración más fundamental de los misterios de la salvación.

5. El tamaño limitado del leccionario permite a los fieles alcanzar una gran familiaridad con el ciclo, especialmente en un contexto de uso de los misales individuales y de los comentarios litúrgicos, que explican las partes y su conexión con el tiempo litúrgico, las oraciones del Propio y los versículos del día. La asociación de las fiestas y de determinados domingos con algunos Evangelios o Epístolas recuerda la práctica de las Iglesias orientales, en las que los domingos a menudo toman el nombre del Evangelio del día.

6. Los misales y comentarios recién mencionados, que se hacen posibles por un conjunto limitado de textos litúrgicos[8], son en sí mismos de gran valor en lo que se refiere al desarrollo de la espiritualidad de los fieles. Toda reforma que los hiciera obsoletos sería causa de la pérdida, para todos los efectos prácticos, de un enorme corpus de sabiduría litúrgica popular y de espiritualidad[9].

 Evangelio

Los ciclos feriales.

7. El leccionario de 1962 corresponde (con la excepción de algunas fiestas creadas recientemente) al del Misal romano de 1570. Este, a su vez, depende del Missale Romano-Seraphicum (el Misal franciscano) del siglo XIII, que no incluía lecturas para las ferias que no fueran de Cuaresma, tal como ellas se encuentran en libros romanos anteriores y en libros de otros ritos y usos. Los Misales galicanos con lecturas para las ferias fuera de Cuaresma continuaron en uso hasta la segunda mitad del siglo XIX[10]. Por regla general, había lecturas para algunos días de la semana -no todos- como lunes, miércoles y viernes, que incluían, por ejemplo, narraciones paralelas de la perícopa usada en el Evangelio del domingo.

8. El antiguo leccionario ferial no desplazaba las lecturas de las fiestas y, dada la gran proliferación del ciclo santoral en Roma y la creciente popularidad de las Misas votivas, es muy probable que los editores del Misal romano, desde el siglo XIII en adelante, hayan creído que no era necesario preocuparse de él: no tiene mucho sentido un ciclo de lecturas que casi no se usa. Sólo se podía evitar que el ciclo de lecturas de Cuaresma fuera tragado por las fiestas y Misas votivas dándosele una mayor prioridad litúrgica[11]. Es adecuado que en Cuaresma haya una relativa escasez de fiestas, y ello es un rasgo típico de los formularios de Misas feriales, que incluyen también versículos antiguos, complejos y profundamente bellos.

9. Esto apunta a la existencia de una gran dificultad en la expansión del leccionario mediante la creación de un ciclo ferial nuevo o la restauración de uno antiguo, que no pueden coexistir fácilmente con un ciclo santoral en plenitud, dotado de sus propias lecturas. Es por esto que el “leccionario alternativo” de 1966[12] y el leccionario del Misal de 1970 desplazan completamente las lecturas del ciclo santoral.

10. La pérdida del ciclo santoral sería un gran golpe para la expresión litúrgica del culto de los santos. Los santos más importantes tienen sus lecturas y otras partes propias, las que sirven como comentarios de su vida y obra. Los menos importantes usan el Común de los santos, que incluyen formularios de considerable antigüedad y valor devocional, y los formularios de grupos especiales de santos (doctores, abades, santas mujeres, etcétera) dan a sus fiestas un carácter propio[13].

11. Una reforma semejante significaría que las lecturas asignadas a las Misas votivas también tendrían que ceder su lugar a las lecturas de las ferias, lo que implicaría un golpe a las devociones a que ellas se refieren y cuya extensión ha sido alentada por los Papas a lo largo de los siglos. Tanto las fiestas de los santos como las Misas votivas, cuando se las celebrara, tendrían lecturas que fácilmente podrían resultar inadecuadas, creando una problemática tensión en la liturgia[14].

12. Similares e insuperables problemas derivan de las oraciones y versículos de los Propios del ciclo santoral y de las Misas votivas, que, si sobreviven, no tendrán relación alguna, en cuanto al tema o contexto, con las lecturas, a menos que sea por una mera casualidad.

El Oficio Divino.

13. Sacrosanctum Concilium pidió que se ofreciera una lectura más “abundante” de las Escrituras a los fieles [15]. Una forma de cumplir con esto que estuviera en perfecta armonía con la liturgia ya existente sería alentar un uso más extenso del Oficio, especialmente de Maitines. De hecho, Sacrosanctum Concilium urge a hacerlo[16], lo mismo que el Código de Derecho Canónico [17].

14. Las lecturas de la liturgia tienen siempre tanto una función latréutica como una dogmática. La primera función tiene más énfasis en la Misa, y la segunda, en el Oficio. El ceremonial asociado con las lecturas en la Misa nos llevan a verlas como una especial ofrenda a Dios, que podríamos llamar “incienso verbal” [18]. En cambio, debido a que el Oficio Divino es primariamente una oración, se enfatiza la función didáctica de las lecturas como, por ejemplo, en la lectura en los Maitines de comentarios de los Padres de la Iglesia sobre los pasajes de la Escritura que se han leído.

15. Además, la conexión entre los Maitines y la liturgia eucarística, especialmente en domingos y fiestas, los hace un complemento ideal de la Misa del día. En realidad, los Maitines pueden ser considerados como una preparación para la Misa[19].

16. No hace mucho tiempo atrás, para los fieles no era poco común ir a la iglesia dos veces en día domingo, para asistir a Vísperas y a Misa. Alguna vez los Maitines fueron extensamente celebrados en las parroquias[20]. Hoy es quizá más fácil pensar en el uso privado del Oficio por parte de los laicos, aunque alguna celebración pública en ciertas ocasiones serviría para animar dicho uso. El gran éxito de la “Liga del Oficio Divino” en la promoción (en privado y en vernáculo) del Oficio entre los laicos, a mediados del siglo XX, ha sentado un importante precedente.

 Jean-Baptiste Corot, Monje de blanco, sentado, leyendo (detalle)

Conclusión.

17. El papel de la Escritura en la liturgia no se limita al leccionario. Tantos los Propios como el Ordinario de la forma extraordinaria usan abundantemente los salmos[21], y hay muchas citas y referencias a las Escrituras a lo largo de la Misa[22]. No se puede sostener que la Misa de 1962 carece de una dimensión escritural, como tampoco es el caso de los demás sacramentos y sacramentales de los libros litúrgicos de 1962[23].

18. El antiguo ciclo de un año de lecturas, especialmente para los domingos, tiene un valor sin igual en la exposición del pensamiento de los Padres latinos, en armonía con el tiempo litúrgico y las fiestas, lo que permite a los fieles alcanzar la mayor familiaridad con el ciclo, especialmente a la luz de la prolongada tradición de los comentarios litúrgicos, en conexión con las oraciones del Propio y los cantos del día.

19. Hasta el decreto Novum Rubricarum (1960)[24], cuando una fiesta o domingo quedaba suprimido por una fiesta de mayor importancia que caía en ese mismo día, el Último Evangelio no estaba tomado de los primeros versículos del Evangelio de San Juan, sino que se leía el Evangelio de la fiesta o domingo suprimidos[25]. Dada la importancia del ciclo dominical, la restauración de esta antigua práctica parecería muy apropiada, y sería una modesta forma de ampliar los trozos del Evangelio que se lee a los fieles.

20. Lo más importante, sin embargo, es que la riqueza de las Escrituras ya están presentes en el contexto litúrgico del Oficio, especialmente en los Maitines. Más importante que reformar sería alentar a los fieles a participar de las riquezas ya existentes en la liturgia: tal fue el principio que guió a los miembros más cautos del Movimiento Litúrgico, ejemplificados por el Rvdo. William Busch (1882-1971), uno de los líderes de la “Liga del Oficio Divino”, cuyas palabras vienen bien a la situación actual: “No debiéramos cambiar apresuradamente lo que estamos recién haciendo revivir. Démonos tiempo para aprender lo que es la liturgia, y después estaremos en situación de juzgar qué adaptaciones a las circunstancias modernas son deseables, las que quizá no son tan numerosas como nos imaginamos al principio […]”[26] .

 Sacra del Último Evangelio

El leccionario del Misal de 1962: Apéndices.

Apéndice A:
 Textos de la Escritura que están en el leccionario de 1962 y que se omiten en el leccionario de 1969.

Mediante el empleo de ciclos de varios años, los creadores del leccionario de 1969 aspiraban a incluir en la liturgia una cantidad muy superior de textos de las Escrituras. Es interesante advertir que, a pesar de esto, ciertos pasajes del Evangelio que son familiares para quienes asisten los domingos a la forma extraordinaria no están incluidos en ninguno de los ciclos dominicales del leccionario de 1969.

En algunos casos, el leccionario de 1969 incluye una versión diferente de alguna perícopa seleccionada por el leccionario antiguo. En otros casos no se incluye ningún pasaje paralelo. Vale la pena hacer un listado de los dos casos: el segundo está en negrita, y cuando esto ocurre, se dice si el pasaje no está en el ciclo semanal de 1969[27].

San Mateo:

6, 16-21: “Ayuno: cuando ayunéis” “No acumuléis tesoros en la tierra” (los versículos 19-21 se omiten en el ciclo semanal forma ordinaria).

8, 1-13: el leproso sanado; el sirviente del centurión (se usan los relatos de San Marcos y San Lucas, respectivamente).

8, 23-27: La tempestad calmada (se usa el relato de San Marcos).

26, 1-13: El complot de Caifás; la unción con rico perfume (se usa el texto de San Marcos).

20, 16b: “porque muchos son los llamados y pocos los escogidos” (omitido en el Evangelio del domingo 25 del Tiempo Ordinario, que se detiene en el versículo 16a; el versículo paralelo de Mt 22, 14 es opcional en el domingo 28 del Tiempo Ordinario). 

San Marcos:

16, 14: “Después Jesús se apareció a los Once mientras estaban comiendo y les reprochó su incredulidad y su dureza de corazón porque no creyeron a los que lo habían visto resucitado” (sólo en San Marcos).

San Lucas:

8, 4-15: parábola del sembrador (se usa el relato de San Mateo).

11, 14-23: “pero si es con el dedo de Dios que arrojo los demonios” (se usa el relato de San Marcos).

8, 24-26 El regreso del espíritu inmundo (también se corta el pasaje correspondiente en San Mateo) (omitido también en el ciclo semanal de la forma ordinaria).

11, 27-28 “Bienaventurado el vientre que te llevó” (sólo en San Lucas).

14, 15-24:  El banquete y los invitados que rehúsan acudir (se usa el texto de San Mateo).

18, 31-34: El Hijo del Hombre será entregado (cortado tanto en San Mateo como en San Marcos) (omitido también en el ciclo semanal de la forma ordinaria).

18, 35-43: Curación del ciego de Jericó (se usa el relato de San Marcos).

21, 29-33: La higuera (se usa el relato de San Marcos).

San Juan:

6, 59: “Esto lo dijo mientras enseñaba en la sinagoga de Cafarnaúm” (sólo en San Juan).

8, 46-59: “eres un samaritano, un poseído…” “Abraham vio mi día y se regocijó. Antes de Abraham, Yo soy” (sólo en San Juan) (omitido en el ciclo semanal de la forma ordinaria).

14, 30-31:“El príncipe de este mundo ya llega…” “Yo hago puntualmente lo que mi Padre me mandó” (sólo en San Juan) (omitido en el ciclo semanal de la forma ordinaria).

16, 1-4: “Os expulsarán de las sinagogas” (sólo en San Juan) (omitido en el ciclo semanal de la forma ordinaria).

16, 5-11: “Ninguno de vosotros me pregunta, ¿Adónde vas?... porque el príncipe de este mundo ya ha sido condenado” (sólo en San Juan).

16, 16-22: “¿Qué quiere decir: todavía un poco y no me veréis, y todavía otro poco y me veréis?”… “Vosotros ahora tenéis tristeza… y se alegrará vuestro corazón” (sólo en San Juan).

16, 23-30: “Pedid y recibiréis… vuestro Padre os ama… Ahora hablas claramente…ya llega la hora en que os dispersaréis” (solo en San Juan).

Se podría hacer una lista mucho más larga con los pasajes que son opcionales en el leccionario de 1969 y con los versículos omitidos de la lectura de las Epístolas[28]. Un ejemplo especialmente impactante de los últimos es el pasaje de la primera Epístola a los Corintios (11, 27-29) que previene contra la recepción indigna de la comunión, que en el leccionario de 1962 se lee tanto en Jueves Santo como en Corpus Christi, pero que en el leccionario de 1969 no se encuentra en parte alguna.

Esta lista demuestra que, incluso dentro del contexto restringido de la exposición de los fieles a las Sagradas Escrituras, el reemplazo del leccionario de 1962 por el de 1969 significó tanto pérdidas como ganancias. Yendo más al fondo, ilustra la diferencia de espíritu que hay entre los dos leccionarios: el leccionario antiguo selecciona pasajes sobre la base de otros principios, y enfatiza de muchas maneras aquello que el nuevo leccionario quiere desenfatizar[29].

Esto destaca la idea general de que cada leccionario forma parte de su respectivo Misal, y refleja su espíritu y preocupaciones[30].

Apéndice B: 
Relación entre el leccionario y los versículos.

Un aspecto importante analizado en el cuerpo de este texto al considerarse reformas o extensiones del leccionario de la forma extraordinaria, es la estrecha relación entre las lecturas de un determinado formulario de Misa y los otros Propios, especialmente los versículos. Los formularios de Misa en la forma extraordinaria no presentan un tema único y obvio: como se ha hecho notar, el ciclo de las Epístolas dominicales es independiente del ciclo de los Evangelios dominicales, y los varios Propios están demasiado centrados en su función litúrgica -como versículos procesionales, la oración secreta que introduce la Oblación, etcétera- como para dar la impresión de un grupo unificado, didáctico. Sin embargo, contienen muchas referencias cruzadas y a menudo pueden servir como comentarios mutuos.

Esto se puede ver con particular claridad cuando los versículos toman su texto de algunas de las lecturas[31]. Aunque la mayor parte de los versículos se toman de los salmos, hay frecuentes excepciones que se inspiran en las lecturas del día. Una revisión breve del ciclo dominical muestra que en seis oportunidades la antífona de la Comunión está tomada del Evangelio del día: el primero y segundo domingos después de Epifanía, el domingo de Ramos, el segundo domingo después de Pascua, y el tercero y decimocuarto domingos después de Pentecostés. La Comunión en Pentecostés se toma de la Epístola (Hechos de los Apóstoles). El Alleluya se toma del Evangelio del quinto domingo después de Pascua. Estas referencias cruzadas, sean o no citas, son todavía más frecuentes en los formularios de las fiestas y de Témporas. Hay conexiones similares entre el Evangelio del domingo y las antífonas de Laudes y Vísperas.

Una relación más sutil y generalizada describe el gran erudito musical alemán Dom Dominic Johner referente al Gradual y al Alleluia: “La Iglesia usó estos versículos como forma de imprimir en el corazón de los fieles las lecciones inculcadas por la Epístola y de hacerlos más fácilmente susceptibles en preparación del Evangelio. Tanto el clero como los laicos debieran, sin más, ser capaces de dedicarse enteramente a la contemplación del versículo y de su contenido” [32].

Si se toma en cuenta todo esto, sería imposible cambiar sustancialmente el leccionario de la forma extraordinaria sin comprometer seriamente la coherencia e integridad del Misal.




[1] La selección de pasajes no se limita enteramente a las Epístolas, sino que incluye algunos de los Hechos de los Apóstoles, del Apocalipsis y del Antiguo Testamento.

[2] El miércoles de Témporas tiene una lectura adicional; los sábados de Témporas tienen un total de cinco lecturas extras. Las Témporas se celebran cuatro veces en el año (en el Misal de 1962 se puede celebrar una versión más breve) [Nota de la Redacción: véase la entrada que dedicamos aquí a las Témporas].

[3] La Vigilia Pascual tiene un gran número de lecturas (especialmente en la forma que tenía antes de la reforma de 1955); el Domingo de Ramos tiene un Evangelio adicional (y, antes de 1955, una lectura más) como parte de la bendición de los ramos. En la celebración de los fieles difuntos (2 de noviembre) y en el día de Navidad se permite a los sacerdotes celebrar tres Misas, cada una de las cuales tiene sus propias lecturas y Propios.

[4] De las fuentes manuscritas del leccionario romano, la más antigua y valiosa es el MS de Würzburg (Universitätsbibliotek, codex M.p.th.f.62, ed. Morin, Rev.bén. 27 (1910), pp. 41-74 y 28 (1911), pp. 296-330), una colección de 16 folios escrito probablemente por una mano inglesa hacia el año 700 (posiblemente de fines del siglo VII). La lista de Epístolas representa probablemente el uso romano de la segunda mitad del siglo VII; la lista de Evangelios parece ser posterior. Hay un gran conjunto de Evangelios para el ciclo santoral, pero menos Epístolas, lo que sugiere cierto grado de fluidez o de libre elección. Pareciera que se dan ciertas Epístolas para algunas ocasiones (similares pasajes de, por ejemplo, San Pablo, que no se podría interpretar como destinados a ser lecturas adicionales). Hay una provisión para demasiados domingos de Epifanía y para muy pocos después de Pentecostés. Se dan lecturas para una, dos o tres ferias en determinadas semanas. Hacia el siglo IX se las proporciona para el número correcto de domingos; hay un conjunto completo de lecturas para las ferias de Cuaresma (el jueves había sido no-litúrgico hasta el papa San Gregorio II, + 731); también un Común de Santos formal; una separación de los ciclos temporal y de Santos, y un sistema profundamente revisado de lecturas feriales para fuera de Cuaresma. También hacia esta época existe un cierto grado de diferenciación entre los libros romanos y los galicanos.

[5] Se excluye las fiestas posteriores celebradas en domingo, como el Domingo de la Santísima Trinidad y la fiesta de la Sagrada Familia.

[6] El leccionario del Book of Common Prayer se basa en el del Misal de Sarum, que es esencialmente idéntico al romano. El leccionario luterano se basa en el del Misal romano. El valor ecuménico del antiguo ciclo de un año hizo meditar seriamente a los arquitectos del leccionario de 1970: véase Annibale Bugnini The Reform of the Liturgy 1948-1975 (Collegeville, MN:,The Liturgical Press, 1990), pp. 415-416.

[7] Esto es especialmente evidente en Adviento y Cuaresma. El tiempo después de Pentecostés es, obviamente, menos temático, pero aun así se puede discernir un esquema. De él escribió Pius Parsch: “Desde el punto de vista del contenido, el [...] ciclo podría perfectamente dividirse en tres grupos. El primero pone énfasis en los milagros de curación. Se relaciona las narraciones de los milagros de Cristo, pero estas narraciones no tienen por objetivo principal nuestra instrucción, sino más bien el indicar la acción de la gracia de Dios en la Misa. Tal fue, también el propósito último y la finalidad del Señor al obrar los milagros […] Un segundo grupo tiende a usar descripciones contrastantes, como el Reino de Dios enfrentado al reino de este mundo. Ellas […] se hallan especialmente en las Misas desde el séptimo al decimocuarto domingos después de Pentecostés. […] La piedad antigua a menudo empleaba este método pedagógico […] La tercera clase, que se concentra en la parusía, corresponde a los domingos desde el decimoquinto hasta el último del año. Estas Misas son excepcionales por la variedad de su tono y la profundidad de su doctrina”.

[8] Los Misales con sólo los textos para los domingos y fiestas importantes pueden ser auténticamente “de bolsillo”. Los Misales de niños que no tienen la versión latina de algunos o de todos los textos pueden ser verdaderamente muy pequeños.

[9] A Dom Prosper Guéranger, Abad de Solesmes, se debe L’Anée Liturgique, escrito en francés y publicado en 15 volúmenes entre 1841 y 1844 (publicado en inglés como The Liturgical Year en 1949; hay una reedición todavía en imprenta). El beato Ildefonso Schuster, Arzobispo de Milán, es autor del Liber Sacramentorum, en italiano, publicado en 5 volúmenes en 1919 (publicado en inglés como The Sacramentary en 1924). P. Pius Parsch escribió Das Jahr des Heiles, publicado en 3 volúmenes en 1923 (publicado en inglés como The Church’s Year of Grace en 1953). Estas obras, especialmente las de Guéranger y Parsch, fueron y siguen siendo ampliamente difundidas. El texto de L’Année Liturgique está disponible en la red, al menos parcialmente, en francés (véase aquí) y en inglés (véase aquí).

[10] Además de los Misales galicanos (o neogalicanos) usados en diversas diócesis en Francia, el Misal de Sarum, usado en las Islas Británicas hasta bien entrado el siglo XVI, incluía lecturas feriales; en Alemania se las encuentra hasta 1835 en el Misal de Münster.

[11] En el calendario de 1962 las ferias de Cuaresma son de tercera clase, en tanto que en el resto del año son de cuarta clase. Además, muchas fiestas que caen en Cuaresma son de un rango menor que si no cayeran en ella, y se hace de ellas sólo una conmemoración.

[12] El "Leccionario alternativo", publicado el 12 de marzo de 1966 para uso opcional, consiste en una serie de un año de Evangelios y de un ciclo de dos años de primeras lecturas para todos los días De Tempore del año litúrgico que no sean desplazadas por alguna fiesta de primera o de segunda clase. Así, el leccionario dejó lugares para ser ocupados por fiestas más importantes. Los ciclos dominical y santoral no fueron cambiados. Este leccionario fue dejado sin uso por el leccionario del Misal de 1970.

[13] Pius Parsch escribió comentarios para el Común de los Santos: The Church’ Year of Grace (edición inglesa, Collegeville, MN, The Litugical Press, 1962), vol. IV, pp. 372-412.

[14] También los otros Propios quedarían incluidos en esta tensión, sea que fueren apropiados para la fiesta (y, por tanto, posiblemente no para las lecturas), como en el caso del experimento de 1966, sea que fueren fijos del ciclo de lecturas (y, por tanto, independientes de la fiesta), como en el Misal de 1970. El experto en liturgia László Dobsay comenta: “El sistema de tres años disolvió absolutamente la asociación entre el día litúrgico (y sus textos) y las perícopas asignadas. Esto es una pérdida tanto desde una perspectiva litúrgica como desde una perspectiva pastoral” (Dobsay, L., The Restoration and Organic Development of the Roman Rite, London, T&T Clarke, 2010, p. 143).      
 
[15] Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium (1963), núm. 51: “Los tesoros de la Biblia deben ser abiertos más generosamente, para que se dé al pueblo un alimento más rico en la mesa de la Palabra de Dios [más literalmente: “para que se prepare para los fieles una más rica mesa de la Palabra de Dios]. De este modo, se leerá a los fieles una porción más representativa [literalmente “una parte más excelente”] de la Sagrada Escritura a lo largo del número de años prescrito” (Quo ditior mensa verbi Dei paretur fidelibus, thesauri biblici largius aperiantur, ita ut, intra praestitutum annorum spatium, praestantior pars Scripturarum Sanctarum populo legatur).

[16] Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium (1963), núm. 85: “Por eso todos quienes prestan este servicio no sólo cumplen con un deber de la Iglesia, sino que también participan del más grande honor de la esposa de Cristo, porque al ofrecer estas alabanzas a Dios están ante el altar de Dios en nombre de la Iglesia, su madre” (Omnes proinde qui haec praestant, tum Ecclesiae officium explent, tum summum Sponsae Christi honorem participant, quia laudes Deo persolventes stant ante thronum Dei nomine Matris Ecclesiae).

[17] Código de Derecho Canónico (1983), canon 1174, § 2: “Otros [literalmente “el otro”, “ceteri”, es decir, todos los otros] fieles cristianos, de acuerdo con las circunstancias, son cordialmente invitados a participar en la liturgia de las horas como acción de la Iglesia” (Ad participandam liturgiam horarum, utpote actionem Ecclesiae, etiam veteri christifideles, pro adiunctis, enixe invitantur).

[18] Kwasniewski, P., “The Loss of Liturgical Riches in the Sanctoral Cycle”, The Latin Mass: A Journal of Catholic Culture and Tradition (Otoño de 2007), pp. 30-35: “La recitación del texto de la Escritura está decididamente subordinado a la encarnación del mensaje de la Escritura en los santos. Las lecturas sirven, en otras palabras, para enmarcar, adornar y traer a la luz el rostro de Cristo y el de todos quienes Lo imitan. El uso de la Escritura es icónico, no homilético. No se nos está enseñando sino convocando a adorar e inclinarnos ante estos misterios. Las lecturas deben servir como incienso verbal, no como información verbosa”.

[19] Véase el párrafo “Maitines” en The Catholic Encyclopedia (1971).

[20] “Una tradición que ha dejado su huella en el anglicanismo, en que los Maitines todavía se rezan en público. Estas prácticas fueron reintroducidas por Pius Parsch en su parroquia. La Oración de la Mañana se reza también por lo general antes de la Misa en las Iglesias orientales.                

[21] En especial, una parte del salmo 50 (Asperges me) o del 117 (el versículo Vidi aquam) al asperjarse a los fieles los domingos; el salmo 42 (Iudica me) en las oraciones al pie del altar, y parte del salmo 25 (Lavabo) en el lavatorio de manos.

[22] Para dar sólo un ejemplo, la oración Supra quae del Canon romano se refiere a los sacrificios de Abel (Genesis, 4,4), Abraham (Genesis 22,13) y Melquisedec (Genesis 14,18) en el Antiguo Testamento.

[23] Para dar un par de ejemplos, el Cántico de Zacarías se recita entero en los funerales, y el salmo Domini est terra (23) en la Presentación de las Mujeres (la bendición de una mujer después de haber dado a luz).

[24] Véase Sagrada Congregación de Ritos, Novum Rubricarum (1960), núm. 509.

[25] Así, antes de 1960, si una fiesta importante caía en domingo, de modo que no se decía la Misa de ese día, el Evangelio de esa domínica era leído, como Último Evangelio, en lugar de los primeros versículos del Evangelio de San Juan.

[26] Busch, W., “On Liturgical Reform”, Orate Fratres 11/8 (1936-1937), pp. 352-357, citado en Ried, p. 105. El P.  Busch trabajó en la traducción al inglés de las obras de Pius Parsch, y colaboró en la fundación de la “Liga del Oficio Divino”. Otro experto del Movimiento Litúrgico que distingue entre aprender a apreciar y reformar la liturgia, citado también por Reid, es el P. Hans Anscar Reinhold, que escribía en 1947: “El Movimiento Litúrgico moderno es obediente, ortodoxo y modesto. Lo primero que pide es que todos, nosotros mismos, celebremos la liturgia como está en los libros, de acuerdo con ellos. Auto reforma y perfección. En segundo lugar, esperamos que esto abra nuestros ojos a las sutilezas y redescubrimientos que han de transformar nuestro pensamiento para una mayor corrección dogmática, proporcionalidad y gozo. Lo tercero será ver la liturgia restaurada a su simplicidad y originalidad. Sólo en cuarto lugar nos postraremos a los pies del Santo Padre para pedirle reformas” (Reid, cit., pp. 141-142). [Nota de la Redacción: el texto original en inglés no indica la obra que se cita en esta nota. Suponemos que se trata de Reid, A., The Organic Development of the Liturgy: The Principles of Liturgical Reform and Their Relation to the Twentieth-Century Liturgical Movement Prior to the Second Vatican Council, San Francisco, Ignatius Press, 2ª ed., 2005].

[27] Agradecemos al bloguero “Counter Cultural Father” por su colaboración

[28] Un análisis más amplio es el de Cekada, A., Work of Human Hands: A Theological critique of the Mass of Paul VI (West Chester, OH, Philotea Press, 2010), pp. 269-272. La mención de este libro no implica acuerdo con las posiciones que él defiende.

[29] El sacerdote oratoriano y experto P. Jonathan Robinson, al criticar el ciclo de varios años del Misal de 1969, dice: “Creo que la diversidad, más que enriquecer al pueblo, tiende a confundirlo… Puede que esto se deba a que la selección, como lo han hecho notar otros, se hizo más sobre la base de satisfacer la sensibilidad de los expertos liturgistas que de los principios litúrgicos tradicionales” (The Mass and Modernity: walking to heaven backwards, San Francisco, Ignatius Press, 2005, p. 332).

[30] El P. Adrien Nocent, que colaboró en el leccionario de 1969, escribió que “estaba destinado, a largo plazo pero inevitablemente, a cambiar la mentalidad teológica y la espiritualidad misma del pueblo católico”. Cfr. "La Parole de Dieu et Vatican II", en Jounel, P./Kaczynski, K./Paqualette, G. (eds.), Liturgia, Opera Divina e Umana: studi sulla reforma liturgica (Roma, Edizioni Liturgiche, 1982), p. 136, citado en Cekada, Work of Human Handscit., p. 273.

[31] Las conexiones hechas ver más abajo son, por cierto, resultado de varios procesos históricos.

[32] Johner, D., Chants of the Vatican Gradual (edición inglesa, Collegeville, MN, St. John’s Abbey Press, 1940), p. 6 (la primera edición es de 1934, reimpreso en Lulu.com).