domingo, 24 de abril de 2022

Circula entre los cardenales un memorándum sobre el próximo cónclave

El siguiente texto, publicado por Maximilien Bernard en Riposte Catholique y apoyado en un artículo de Sandro Magíster, uno de los más serios y respetados vaticanistas en la actualidad, puede constituir un balde de agua fría para muchos católicos, y quizá un escándalo para una mayoría de ellos que, desde hace al menos 170 años (desde el reinado de Pío IX) han estado acostumbrados a una exaltación y exorbitación de la figura del Papa que no se dio jamás en los siglos anteriores, desde la fundación misma de la Iglesia.

Porque, en efecto, en el catolicismo, y debido a la suprema importancia del papado en la constitución de la Iglesia por parte del Señor, siempre se diferenció lo que era el papado, de la figura del hombre concreto, del Papa específico que se sentaba en el trono de Pedro.  En cierto modo, lo que diferencia a un católico de todo otro tipo de cristiano (protestante, ortodoxo, anglicano, etcétera), es su afirmación de la importancia sustancial y real del papado, al cual se le reconoce un papel no meramente honorífico o figurativo (“primero entre iguales”), sino una posición jurídicamente superior y gubernativamente efectiva, por mucho que su poder no sea, ni haya sido jamás, absoluto dentro de la Iglesia, sino sometido a la Sagrada Tradición, que nos trae al presente las enseñanzas apostólicas desde el primer momento, como fuente de la divina revelación que ella es. Pero jamás el criterio católico pensó que no se podía criticar a la persona concreta de un Papa, hecho con circunspección y respeto.

Por eso, la crítica católica a las acciones del Papa son siempre una crítica a las obras de un hombre concreto, no a la institución del papado. Desde este punto de vista es no sólo perfectamente legítimo someter a crítica la bondad o maldad de las acciones de un Papa, así como las políticas y decisiones de gobierno que adopte, sino que ello es necesario e incluso un deber de todos los fieles, siempre que se haga con el respeto debido a la institución y a la investidura. 

A esto hay que agregar algo de máxima importancia, para captar adecuadamente el pensamiento católico de siempre: lo que se critica son las acciones de un determinado Papa, no su persona: si bien las acciones pueden ser, y deben ser, calificadas doctrinal y moralmente, ello no debe acarrear un juicio sobre la persona misma. Se critica acciones, no personas. El juicio de la bondad o maldad de una persona es algo que al católico le está prohibido por el Señor en términos tajantemente claros, que no admiten discusión: “No juzguéis, y no seréis juzgados” (Lc 6, 37). Sólo Dios conoce el fuero interno del ser humano, y sólo Él puede imputarle o no una determinada acción: “escrito está 'A mí la venganza, yo haré justicia, dice el Señor'” (Rm 12, 19).

Por lo tanto, abrir los ojos a la realidad de las acciones de un Papa y de sus colaboradores no puede significar la imputación de un pecado, ni siquiera del más leve. Pero, obviamente, si no pudiéramos juzgar la bondad o maldad de las acciones de cualquier hombre (incluido un Papa y, sobre todo, de un Papa) se haría imposible la vida moral tal como la concibe la Iglesia, y caeríamos, en el mejor de los casos, en la lenidad moral y, en el peor de los casos, en el relativismo moral, uno de los mayores males que afecta al mundo moderno. 

Dicho lo anterior, es de gran importancia que los católicos que aman a la Iglesia y al papado sean capaces de considerar, con gran sobriedad y moderación en lo humano, con recta doctrina y recta moral en lo propiamente religioso y con esperanza teologal y caridad en lo espiritual, las informaciones que hoy se tiene de lo que ocurre en el Vaticano. Y, a continuación, poner cada uno lo que está de su parte para que lo que está mal se corrija: lo principal será la oración por el Papa y quienes tienen en sus manos el gobierno de la Iglesia, y luego los demás medios espirituales que están al alcance de todo católico, como la mortificación y la penitencia, que agradan sobremanera al Señor y poseen la capacidad de obtener de Él lo que le pedimos.

(Foto: Magna carta)

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Circula entre los cardenales un memorándum sobre el próximo cónclave

Maximilien Bernard 

Un artículo de Sandro Magister hace un balance descarnado del pontificado de Francisco. Desde comienzos de la Cuaresma, los cardenales que erigirán al próximo Papa se transmiten unos a otros este memorándum. Su autor, que usa el pseudónimo de Demos, “pueblo” en griego, es desconocido, pero exhibe gran dominio de su tema. No se excluye que sea un cardenal.

Las comentadores de todas las escuelas, con la notable excepción del P. Antonio Spadaro, s.j., están de acuerdo en decir que este pontificado es desastroso desde varios puntos de vista, una verdadera catástrofe.

El Vaticano en la actualidad

1. El sucesor de San Pedro es la roca sobre la que está edificada la Iglesia, es fuente y fundamente de unidad en el mundo. Históricamente (según San Ireneo), el Papa y la Iglesia de Roma tienen un papel único en la preservación de la tradición apostólica, regla de la fe, y en el aseguramiento de que las Iglesias continúen enseñando lo que Cristo y los apóstoles mismos han enseñado. Antaño se decía: Roma locuta. Causa finita est [Habló Roma. La cuestión terminó]. Hoy se dice: Roma loquitur. Confusio augetur [Roma habla. La confusión aumenta].

(A) El sínodo alemán habla de homosexualidad, de mujeres sacerdotes, de la comunión a los divorciados. El papado calla.

(B) El cardenal Hollerich rechaza la enseñanza cristiana sobre la sexualidad. El papado calla. Lo cual es tanto más significativo cuanto que este cardenal es explícitamente herético: no usa ni claves ni alusiones. Si este cardenal siguiera adelante sin corrección de parte de Roma, ello constituiría una ruptura adicional y aun más profunda con la disciplina, con pocos precedentes en la historia -si es que hay alguno-. La Congregación para la Doctrina de la Fe debe actuar y hablar.

(C) Este silencio es más abrumador todavía porque contrasta con la persecución activa que se hace de los tradicionalistas y de las órdenes contemplativas. 

2. La dimensión cristocéntrica de la enseñanza se ha debilitado: Cristo es desplazado del centro. A veces, Roma misma parece confusa sobre la importancia de un monoteísmo estricto, y se refiere a veces a un cierto concepto de divinidad más amplio, que no es cabalmente panteísmo pero que se parece a una variante del panteísmo hindú.

(A) Pachamama es idolatría, aun si esto no haya sido, sin duda, la intención inicial.

(B) Las religiosas contemplativas son perseguidas, y hay actualmente iniciativas en curso para cambiar la enseñanza de los carismáticos.

(C) La herencia cristocéntrica de San Juan Pablo II en fe y moral es objeto de ataques sistemáticos. Una gran parte de los profesores del Instituto romano para la Familia han sido despedidos, y la mayor parte de los estudiantes se ha ido. La Academia para la Vida ha sido gravemente amagada, y algunos de sus miembros, por ejemplo, han hecho recientemente la apología del suicidio asistido. Ciertos miembros de las academias pontificias y algunos de sus oradores apoyan el aborto.

3. La falta de respeto a la ley en el Vaticano corre el riesgo de transformarse en un escándalo internacional. Estos problemas se han cristalizado por el actual procesamiento de diez personas acusadas de malversaciones financieras, pero el problema es anterior y más grande. 

(A) El Papa ha cambiado cuatro veces la ley en el transcurso del proceso, a fin de ayudar a la acusación. 

(B) El cardenal Becciu no ha sido tratado de manera justa, puesto que ha sido privado de sus funciones y despojado de su dignidad cardenalicia sin proceso de ningún tipo: no ha tenido derecho a un proceso justo, cuando todo el mundo tiene derecho a un proceso justo.

(C) Dado que el Papa es cabeza del Estado del Vaticano y es la fuente de toda autoridad legal, ha usado sus poderes para interferir en los procesos legales.

(D) El Papa gobierna a veces, e incluso a menudo, mediante decretos pontificios (motu proprio) que privan a los interesados de toda posibilidad de apelar.

(E) Numerosos miembros del personal, sobre todo sacerdotes, han sido expulsado sumariamente de la Curia vaticana, a menudo sin razón válida.

(F) Las escuchas telefónicas son cosa de todos los días. No sé exactamente con qué frecuencia son autorizadas.

(G) En el proceso inglés contra Torzi, el juez ha criticado duramente al procurador del Vaticano: son incompetentes o actúan por influjos, y se les impide revelar el cuadro completo. 

(H) La irrupción de la gendarmería vaticana, a las órdenes de M. Giani, en 2017, en las oficinas del auditor financiero Libero Milone, en territorio italiano, fue probablemente ilegal y ciertamente intimidante y violenta. Es posible que se haya fabricado pruebas contra Milone.

(Imagen del artículo original)

4. La situación financiera del Vaticano es grave. 

(A) Los últimos diez años, al menos, han sido casi todos deficitarios. Antes de la pandemia de Covid-19, este déficit giraba alrededor de 20 millones de euros al año. En los tres últimos años, se ha elevado a 30-35 millones al año. Los problemas datan de antes del papa Francisco y del papa Benedicto.

(B) El Vaticano enfrenta un importante déficit en sus fondos de pensiones. Hacia 2014, los expertos del COSEA estimaban que este déficit se elevaría a 800 millones de euros en 2030. Esto era antes del Covid-19.

(C) Se estima que el Vaticano ha perdido 217 millones de euros en el affaire del inmueble londinense de Sloane Avenue. En los años 80, el Vaticano se vio forzado a desembolsar 203 millones en la secuela del escándalo de la Banca Ambrosiana. La ineficacia y la corrupción de estos últimos 25-30 años han costado al Vaticano al menos 100 millones de euros adicionales, y sin duda mucho más todavía, quizá 150-200 millones.

(D) A pesar de la reciente decisión del Santo Padre, los procedimientos de inversión todavía no se han centralizado (como COSEA lo había recomendado en 2014 y como el Secretario para la Economía intentó hacer en 2015-2016), y se sigue ignorando los consejos de los expertos. Durante decenios, el Vaticano ha tenido tratos con financistas de pésima reputación, mantenidos al margen por todos los bancos respetables de Italia.

(E) La renta de las 5.261 propiedades del Vaticano sigue siendo escandalosamente baja. En 2019, antes del Covid-19, la renta media era de alrededor de 4.500 euros al año. En 2020 cayó a 2.900 euros por propiedad.

(F) La actitud cambiante del papa Francisco en las reformas financieras, que han logrado progresos incompletos aunque sustanciales en la lucha contra la criminalidad financiera, y que siguen tratando de corregir las cuentas (salvo en el Instituto para las Obras de Religión), sigue siendo un misterio y un enigma.   

En una primera época, el Santo Padre alentó vigorosamente las reformas. Con posterioridad, ha impedido la centralización de las inversiones, se ha opuesto a las reformas y a la mayoría de las tentativas de terminar con la corrupción, y apoyó al entonces arzobispo Becciu, quien era en esa época el centro de todo el establishment financiero del Vaticano. Pero luego, en 2020, el Papa se volvió contra Becciu y son, al cabo, no menos de 10 personas las que han sido inculpadas y perseguidas. En el pasado, los informes de infracción de la Autoridad de Información Finnciera raramente daban lugar a procedimientos penales.

Los auditores externos de PWC y de Cooper han sido despedidos, y el auditor general Libero Milone fue obligado a renunciar por acusaciones falsas en 2017. Todos ellos se habían acercado demasiado a la corrupción de la Secretaría de Estado. 

5. La influencia política del papa Francisco y del Vaticano son mínimas. Intelectualmente, el nivel de los escritos papales va en descenso en relación con los estándares de San Juan Pablo II y del papa Benedicto XVI. Las direcciones y las orientaciones políticas se limitan a menudo a lo “políticamente correcto”, pero ha habido graves fallas en la defensa de los derechos humanos en Venezuela, Hong Kong, China continental y actualmente, frente a la invasión rusa.

No hay ningún apoyo público a los fieles católicos de China que han sido regularmente víctimas de persecuciones debido a su lealtad hacia el papado, desde hace más de 70 años. Ningún apoyo público de Vaticano a la comunidad católica de Ucrania, sobre todo a los greco-católicos.

Estos problemas deberán ser reexaminados por el próximo Papa. El prestigio político del Vaticano está en su punto más bajo.

6. En otro ámbito, menos importante, la situación de los tradicionalistas tridentinos (católicos) debería ser regularizada.

En un nivel todavía más anecdótico, la celebración “individual” y en pequeños grupos de las Misas matinales en la Basílica de San Pedro, debiera ser nuevamente autorizada. Por ahora, esta gran basílica parece un desierto por las mañanas.

La crisis del Covid-19 ha disimulado el importante descenso de los peregrinos que asisten a las audiencias del Papa y a las Misas.

El Santo Padre goza de un débil apoyo entre los seminaristas y los sacerdotes jóvenes y existe una disociación generalizada en el seno de la Curia vaticana.

El próximo cónclave

1. El Colegio de Cardenales se ha debilitado por nombramientos excéntricos, y no se ha reunido desde el rechazo de las opiniones del cardenal Kasper durante el consistorio de 2014. Hay numerosos cardenales que no se conocen unos a otros, lo que añade una dimensión de imprevisibilidad adicional al próximo cónclave.

2. Desde el Concilio Vaticano II, las autoridades católicas han subestimado a menudo el poder hostil de la secularización, del mundo, de la carne y del diablo, sobre todo en Occidente, y han sobreestimado la influencia y el poder de la Iglesia católica.

Somos hoy más débiles que hace 50 años, y hay numerosos factores cuyo control se nos ha escapado, al menos a corto plazo, como la disminución del número de creyentes, la asistencia a Misa y la declinación o extinción de numerosas órdenes religiosas. 

3. El Papa no tiene por qué ser el mejor evangelizador del mundo, ni una fuerza política. El sucesor de Pedro, en tanto que jefe del colegio de obispos, que son también sucesores de los apóstoles, juega un papel fundamental en la unidad y la doctrina. El nuevo Papa deberá comprender que el secreto de la vitalidad cristiana y católica viene de la fidelidad a las enseñanzas de Cristo y a las prácticas católicas. No viene de la adaptación al mundo ni del dinero.

4. El primer trabajo del nuevo Papa consistirá en restaurar la normalidad, la claridad doctrinal en materia de fe y moral; en restaurar el respeto al derecho y la garantía de que el principal criterio para el nombramiento de los obispos será la aceptación de la tradición apostólica. La competencia y la cultura teológicas representan una ventaja y no un obstáculo para todos los obispos, y sobre todo para los arzobispos.

Tales son los fundamentos necesarios para vivir y predicar el Evangelio. 

5. Si las reuniones sinodales continuaran en todo el mundo, ello significaría malgastar mucho tiempo y dinero en detrimento de la evangelización y del servicio, más que un fortalecimiento de estas actividades esenciales.

Dar autoridad doctrinal a los sínodos nacionales o continentales sería un nuevo peligro para la unidad mundial de la Iglesia, supuesto que, por ejemplo, la Iglesia alemana adopta puntos de vista doctrinales que no son compartidos por las otras Iglesias y que no son compatibles con la tradición apostólica.

Si no viene de Roma una corrección de estas herejías, la Iglesia se verá reducida a una vaga federación de Iglesias locales, con visiones diferentes, probablemente más cercana a un modelo anglicano o protestante que a uno ortodoxo.

Una de las primeras prioridades del próximo Papa será eliminar y prevenir semejante desarrollo, tan peligroso para el porvenir, exigiendo unidad sobre lo esencial y no permitiendo diferencias doctrinales inaceptables. La moralidad de los actos homosexuales será uno de los puntos críticos.

6. Dado que el clero joven y los seminaristas son casi todos ortodoxos y, a veces, bastante conservadores, el nuevo Papa deberá estar consciente de los cambios sustanciales aportados al liderazgo de la Iglesia desde 2013, quizá sobre todo en América del Sur y América Central. Asistimos a un nuevo impulso en el despertar del protestantismo liberal en el seno de la Iglesia católica.

Es poco probable que el cisma venga de la izquierda, a la que generalmente le importan poco las cuestiones doctrinales. Hay más posibilidades de un cisma desde el ala derecha, lo que es siempre posible cuando se inflaman las cuestiones litúrgicas y no se las controla.

Unidad en lo esencial. Diversidad en lo secundario. Caridad en todo.

7. A pesar de su peligrosa declinación en Occidente, de su fragilidad intrínseca y de su inestabilidad en numerosos lugares, debería tomarse en serio la factibilidad de una visita apostólica a la orden de los jesuitas, quienes enfrentan una disminución numérica catastrófica, desde los 36.000 miembros durante el Concilio Vaticano II a menos de 16.000 en 2017 (con probablemente un 20-25% de ellos mayores de 75 años). En ciertos lugares, se asiste igualmente a una declinación moral catastrófica. 

La orden jesuita es muy centralizada y muy susceptible de reformas o de ruina, comenzando por su cabeza. El carisma y el aporte de los jesuitas ha sido y sigue siendo tan importante en la Iglesia que no se los debiera relegar a los libros de historia o reducirlos a una comunidad afro-asiática sin nada que hacer. 

8. Hay que preocuparse del declinar de los católicos y de la expansión del protestantismo en América del Sur. Casi no se habló de esto en el sínodo de la Amazonia. 

9. Hay claramente una gran cantidad de reformas que hacer en el Vaticano, pero ello no debiera ser el principal criterio de selección del próximo Papa.

El Vaticano no tiene deudas importantes, pero un déficit anual persistente terminará por conducirlo a la quiebra. Naturalmente, se tomará medidas para remediarlo, para separar al Vaticano de sus cómplices criminales y volver a poner orden en las cuentas. El Vaticano deberá dar pruebas de competencia y de integridad para atraer las donaciones importantes que ayudarán a resolver este problema.

A pesar del mejoramiento de los procedimientos financieros y de una mayor transparencia, las dificultades financieras persistentes van a seguir constituyendo un problema importante, aunque mucho menos importantes que las amenazas doctrinales y espirituales con que la Iglesia está enfrentada en el Viejo Mundo.

(Foto: Aciprensa)

domingo, 17 de abril de 2022

Sábado Santo

 Miniatura de Evangeliario de Ada
(Imagen: Wikicommons)

El texto del Evangelio de hoy es el siguiente (Mt 25, 1-7): 

Pasado el sábado, ya para alborear el día primero de la semana, vino María Magdalena, con la otra María, a ver el sepulcro. Y sobrevino un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, removió la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Era su aspecto como el relámpago, y su vestidura blanca como la nieve. De miedo de él temblaron los guardias y se quedaron como muertos. El ángel, dirigiéndose a las mujeres, dijo: No temáis vosotras, pues sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí, ha resucitado, según lo había dicho. Venid y ved el sitio donde fue puesto. Id luego y decid a sus discípulos que ha resucitado de entre los muertos y que os precede a Galilea; allí lo veréis. Es lo que tenía que deciros.

***

El Sábado Santo ha sido tradicionalmente dedicado por la Iglesia a la contemplación del gran silencio y del dolor de María. En las Escrituras, María habla sólo lo estrictamente necesario. Sus últimas palabras fueron “Haced lo que Él os diga”. Pero en su silencio meditaba todo lo que iba guardando en su corazón (Lc 2, 20).

Pero ¡qué explosión de silenciosas verdades y de emociones en este día silencioso! ¡Qué caridad la del Padre, que no dudó en entregar a su Hijo por nosotros! ¡Qué caridad la del Hijo, que, por nosotros, no dudó en arrastrar al sufrimiento a su misma Madre! Porque bien pudo la Providencia haberse llevado a la Virgen al cielo antes de la Pasión, para que no fuera testigo de aquellos atroces sufrimientos; pero Él que lo entregó todo por nosotros, no dudó en entregar también a su Madre, que contempló, en el más profundo silencio, el Magno Dolor que nos ha redimido de la Magna Culpa. Que no se diga que el dolor compartido es menor: ¡el dolor compartido es doblemente doloroso! Y ¡que haya quienes, en su incomprensible impiedad, no consientan en llamar Corredentora a quien sufrió, en silencio, el filo de la espada que Simeón profetizó que había de traspasarle el alma!

Si la teología puede vacilar entre aceptar que la Virgen murió para participar de la muerte de su Hijo y aceptar que no murió por estar libre del pecado de origen, no puede dudar aquí del dolor que Ella soportó al pie de la Cruz, porque está documentado y descrito con toda la dura sobriedad de los Evangelios. Y no estuvo ahí en el desvanecimiento y desmayo de quien pierde noción de lo que ocurre a su alrededor, sino que estuvo de pie (stabat iuxta crucem Jesu mater eius), estuvo firme de pie (stabat), al lado de la Cruz, mirando con intensa mirada cada rictus de ese rostro moribundo, cada lento y doloroso movimiento de ese cuerpo torturado, cada palabra que salía de esa boca. Y Jesús no sólo la arrastra tras de sí hasta ese momento atroz, sino que la entrega, literalmente, a Juan, y en éste, nos la entrega a nosotros. “Y habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). ¡Tanto amó Dios al mundo… tanto nos amó Jesús a nosotros!

Y luego, antes de llevarlo a la tumba, le entregaron el cuerpo exánime del Hijo. Pero una mujer no quiere sólo la piel y las vísceras entreabiertas por la lanza de aquel que llevó en el útero: ella lo quiere a Él con su cuerpo y su alma, quiere su presencia. Pero Él ya se ha ido. Ya no está ahí en esos despojos. Sin duda la Virgen creyó que el Señor, como lo había anunciado tantas veces, había de resucitar; pero esa fe no devaluó ni el dolor del Hijo que fue clavado al madero ni el de la Madre que tuvo en su falda el cuerpo muerto.

Pero no sufrió María un dolor desesperado, sin sentido, rabioso, nihilista y aborrecible, sino que su dolor fue un padecimiento con esperanza. Y en el silencio de este Sábado ella espera dolorosamente. Así como el dolor de la Pasión y de la Muerte se reactualiza sacramentalmente para ser ofrecido al Padre en sacrificio, así se reactualiza el dolor sacramental de la Madre Corredentora: ella, hoy, sufre y su dolor es también ofrecido. Pero sufre con esperanza, con sentido. Y por eso conviene aquí recordar que la esperanza es una virtud teologal y, aunque parece la más pequeña, la menor (así la llamaba Péguy en su vasto poema) es tan indispensable para nuestra salvación como las otras dos.

Hoy es el día del silencio, del dolor de María, y de la esperanza. En el salmo de Maitines de hoy se dice “Una cosa pido al Señor, y es lo que busco: habitar en la casa del Señor toda mi vida” (Sal 26, 4). Y más adelante, movido el salmista por la preciosa esperanza que Dios infunde en nuestra alma y que debemos cultivar día a día, dice “Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor” (Sal 26, 13-14).

Annibale Carracci, Santas Mujeres ante la tumba de Cristo, 1590, Museo del Hermitage (Rusia)
(Imagen: Wikipedia)

sábado, 16 de abril de 2022

Viernes Santo

Miniatura de Evangeliario de Ada
(Imagen: Wikicommons)

El texto del Evangelio de hoy es el siguiente (Jn 18, 1-40; 19, 1-42):

Prisión de Jesús

Diciendo esto, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró con sus discípulos. Judas, el que había de traicionarle, conocía el sitio, porque muchas veces concurría allí Jesús con sus discípulos. Judas, pues, tomando la cohorte y los alguaciles de los pontífices y fariseos, vino allí con linternas, y hachas, y armas. Conociendo Jesús todo lo que iba a sucederle, salió y les dijo: ¿A quién buscáis? Respondiéronle: A Jesús Nazareno. Él les dijo: Yo soy. Judas, el traidor, estaba con ellos. Así que les dijo: Yo soy, retrocedieron y cayeron en tierra. Otra vez les preguntó: ¿A quién buscáis? Ellos dijeron: A Jesús Nazareno. Respondió Jesús: Ya os dije que Yo soy; si, pues, me buscáis a mí, dejad ir a éstos. Para que se cumpliese la palabra que había dicho: De los que me diste no se perdió ninguno. Simón Pedro, que tenía una espada, la sacó e hirió a un siervo del pontífice, cortándole la oreja derecha. Este siervo se llamaba Malco. Pero Jesús dijo a Pedro: Mete la espada en la vaina; el cáliz que me dio mi Padre, ¿no he de beberlo? La guardia, pues, y el tribuno, y los alguaciles de los judíos se apoderaron de Jesús y le ataron. Y le condujeron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, pontífice aquel año.

Jesús en el palacio del Sumo Pontífice

Era Caifás el que había aconsejado a los judíos: “Conviene que un hombre muera por el pueblo”. Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del pontífice y entró al tiempo que Jesús en el atrio del pontífice, mientras que Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió, pues, el otro discípulo, conocido del pontífice, y habló a la portera e introdujo a Pedro. La portera dijo a Pedro: ¿Eres tú acaso de los discípulos de este hombre? Él dijo: No soy. Los siervos del pontífice y los alguaciles habían preparado un brasero, porque hacía frío, y se calentaban, y Pedro estaba también con ellos calentándose. El Sumo Sacerdote preguntó a Jesús sobre sus discípulos y sobre su doctrina. Respondióle Jesús: Yo públicamente he hablado al mundo; siempre enseñé en las sinagogas y en el templo, adonde concurren todos los judíos; nada hablé en secreto, ¿qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído qué es lo que Yo les he hablado; ellos deben saber lo que les he dicho. Habiendo dicho esto Jesús, uno de los ministros, que estaba a su lado, le dio una bofetada, diciendo: ¿Así respondes al Sumo Sacerdote? Jesús le contestó: Si hablé mal, muéstrame en qué, y si bien, ¿por qué me pegas? Anás le envió atado a Caifás, el Sumo Sacerdote. Entretanto, Simón Pedro estaba de pie calentándose, y le dijeron: ¿No eres tú también de sus discípulos? Negó él, y dijo: No soy. Díjole uno de los siervos del pontífice, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja: ¿No te he visto yo en el huerto con Él? Pedro negó de nuevo, y al instante cantó el gallo.

Jesús ante Pilato

Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era muy de mañana. Ellos no entraron en el pretorio por no contaminarse, para poder comer la Pascua. Salió, pues, Pilato fuera y dijo: ¿Qué acusación traéis contra este hombre? Ellos respondieron, diciéndole: Si no fuera malhechor, no te lo traeríamos. Díjoles Pilato: Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley. Le dijeron entonces los judíos: Es que a nosotros no nos es permitido dar muerte a nadie. Para que se cumpliese la palabra que Jesús había dicho, significando de qué muerte había de morir. Entró Pilato de nuevo en el pretorio, y, llamando a Jesús, le dijo: ¿Eres tú el rey de los judíos? Respondió Jesús: ¿Por tu cuenta dices eso o te lo han dicho otros de mí? Pilato contestó: ¿Soy yo judío por ventura? Tu nación y los pontífices te han entregado a mí, ¿qué has hecho? Jesús respondió: Mi reino no es de este mundo; si de este mundo fuera mi reino, mis ministros habrían luchado para que no fuese entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí. Le dijo entonces Pilato: ¿Luego tú eres rey? Respondió Jesús: Tú dices que soy rey. Yo para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad oye mi voz. Pilato le dijo: ¿Y qué es la verdad? Y dicho esto, de nuevo salió a los judíos y les dijo: Yo no hallo en éste ningún crimen. Hay entre vosotros costumbre de que os suelte a uno en la Pascua ¿Queréis, pues, que os suelte al rey de los judíos? Entonces de nuevo gritaron diciendo: ¡No a éste, sino a Barrabás! Era Barrabás un bandolero. Tomó entonces Pilato a Jesús y mandó azotarle. Y los soldados, tejiendo una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, le vistieron un manto de púrpura y, acercándose a Él, le decían: Salve, rey de los judíos, y le daban bofetadas. Otra vez salió fuera Pilato y les dijo: Aquí os lo traigo, para que veáis que no hallo en El ningún crimen. Salió, pues, Jesús fuera con la corona de espinas y el manto de púrpura, y Pilato les dijo: Ahí tenéis al hombre. Cuando le vieron los príncipes de los sacerdotes y sus satélites, gritaron diciendo: ¡Crucifícale, crucifícale! Díjoles Pilato: Tomadlo vosotros y crucificadlo, pues yo no hallo crimen en Él. Respondieron los judíos: Nosotros tenemos una ley, y, según la ley, debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios. Cuando Pilato oyó estas palabras, temió más, y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús: ¿De dónde eres tú? Jesús no le dio respuesta ninguna. Díjole entonces Pilato: ¿A mí no me respondes? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte? Respondióle Jesús: No tendrías ningún poder sobre mí si no te hubiera sido dado de lo alto; por esto el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado. Desde entonces Pilato buscaba librarle; pero los judíos gritaron diciéndole: Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey va contra el César. Pero los judíos gritaron diciéndole: Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey va contra el César. Cuando oyó Pilato estas palabras, sacó a Jesús fuera y se sentó en el tribunal, en el sitio llamado “lithóstrotos”, en hebreo “gabbatha.” Era el día de la Parasceve, preparación de la Pascua, alrededor de la hora sexta. Dijo a los judíos: Ahí tenéis a vuestro rey. Pero ellos gritaron: ¡Quita, quita! ¡Crucifícale! Díjoles Pilato: ¿A vuestro rey voy a crucificar? Contestaron los príncipes de los sacerdotes: Nosotros no tenemos más rey que el César. Entonces se lo entregó para que le crucificasen. 

La crucifixión 

Tomaron, pues, a Jesús; que, llevando su cruz, salió al sitio llamado Calvario, que en hebreo se dice “Gólgota”, donde le crucificaron, y con Él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en medio. Escribió Pilato un título y lo puso sobre la cruz; estaba escrito: Jesús Nazareno, rey de los judíos. Muchos de los judíos leyeron ese título, porque estaba cerca de la ciudad el sitio donde fue crucificado Jesús, y estaba escrito en hebreo, en latín y en griego. Dijeron, pues, a Pilato los príncipes de los sacerdotes de los judíos: No escribas rey de los judíos, sino que Él ha dicho: Soy rey de los judíos. Respondió Pilato: Lo escrito, escrito está. Los soldados, una vez que hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida toda desde arriba. Dijéronse, pues, unos a otros: No la rasguemos, sino echemos suertes sobre ella para ver a quién le toca, a fin de que se cumpliese la Escritura: “Dividiéronse mis vestidos y sobre mi túnica echaron suertes”. Es lo que hicieron los soldados. Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaban allí, dijo a la madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.

Muerte de Jesús

Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba ya consumado, para que se cumpliera la Escritura dijo: Tengo sed: Había allí un botijo lleno de vinagre. Fijaron en un venablo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando hubo gustado el vinagre, dijo Jesús: Todo está acabado, e inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos, como era el día de la Parasceve, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el día de sábado, por ser día grande aquel sábado, rogaron a Pilato que les rompiesen las piernas y los quitasen. Vinieron, pues, los soldados y rompieron las piernas al primero y al otro que estaba crucificado con Él; pero llegando a Jesús, como le vieron ya muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; él sabe que dice verdad, para que vosotros creáis; porque esto sucedió para que se cumpliese la Escritura: “No romperéis ni uno de sus huesos”. Y otra Escritura dice también: “Mirarán al que traspasaron”.

Sepultura de Jesús

Después de esto, rogó a Pilato José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque secreto por temor de los judíos, que le permitiese tomar el cuerpo de Jesús, y Pilato se lo permitió. Vino, pues, y tomó su cuerpo. Llegó Nicodemo, el mismo que había venido a Él de noche al principio, y trajo una mezcla de mirra y áloe, como unas cien libras. Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo fajaron con bandas y aromas, según es costumbre sepultar entre los judíos. Había cerca del sitio donde fue crucificado un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual nadie aún había sido depositado. Allí, a causa de la Parasceve de los judíos, por estar cerca el monumento, pusieron a Jesús.

El Greco, La Crucifixión, 1597-1600, Museo del Prado
(Imagen: Museo del Prado)

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En la narración de la Pasión según San Juan, que se lee en el oficio de hoy, los autores espirituales suelen destacar, entre las innumerables riquezas que sirven de fundamento a la contemplación, lo que se dice de San Pedro. “Iba Simón Pedro siguiendo a Jesús, con otro discípulo, conocido del Pontífice. Este otro discípulo entró con Jesús en el palacio del Pontífice”, y, como era amigo de la portera, le franqueó después la entrada a Pedro. En la narración de la Pasión que ofrece San Lucas, que se ha leído el Miércoles Santo, se dice que “Pedro le seguía de lejos”, y en el Evangelio de San Marcos, el evangelista más cercano a San Pedro, cuya narración leímos el Martes Santo, y que seguramente recogió los recuerdos de labios del propio Pedro, se dice que “Pedro le fue siguiendo a lo lejos, hasta dentro del palacio del Sumo Sacerdote”.

Detengámonos en este pasaje. Pedro siguió a Jesús, pero “de lejos”. El seguir de lejos a Jesús, sin comprometerse “exageradamente” con el Maestro (la exageración aquí ¿no es acaso posible? ¿no está la virtud en el medio, al cual suele llamarse aurea mediocritas?) lleva a menudo a negarlo, que es lo que Pedro terminó haciendo al poco rato. Este “seguir de lejos” es uno de los más graves peligros de la vida espiritual porque es, también, uno de los menos visibles (“¿acaso no vamos, después de todo, siguiendo a Jesús?”), pero acaba, cuando la prueba se hace dura y brutal, en la negación, que es lo que ocurrió a Pedro a poco de entrar en el patio del Pontífice.

Los autores espirituales suelen llamar tibieza a este “seguir de lejos”. Es decir, un creer y un amar, pero sin un verdadero ímpetu interior, sin una íntima pasión, dejándose siempre una vía de escape, por si acaso… Vía de escape que nuestra débil conciencia moral está siempre pronta a ofrecernos, en forma de justificaciones, de explicaciones que apelan a evitar la “exageración”, o a practicar el “discernimiento” que siempre encuentra excepciones, o a recurrir a discursos psicologizantes que nos recomiendan “dar rienda” para evitar el estrés, etc. A menudo se traduce la tibieza en un decir “Basta: es suficiente”. Pero decir “basta” en la vida espiritual, disminuyendo el tranco o deteniéndose, es retroceder. Lo dice nada menos que San Agustín. Así de simple: es perder lo ganado, es despreciar el bien que Dios nos ha concedido hasta ahora. Es un “volverse a las creaturas” para echarles otra mirada más, una mirada que añora, que echa de menos… y que instala la duda y debilita la voluntad, que el Señor nos ha ido fortaleciendo generosamente. 

Hay algunos grandes santos que han verdaderamente dado oídos a lo que dice el Señor: “mi yugo es suave, y mi carga ligera”. Y se han dado cuenta de que el Señor es verdaderamente nuestro Cireneo que, aún esa “carga ligera”, nos la hace todavía más fácil de llevar. Y han entonces tendido con máxima generosidad a la perfección, llegando a formular, como Santa Teresa de Ávila, el voto de hacer siempre lo que le pareciera más perfecto (o sea, de apartarse lo más radicalmente posible de ese “seguir de lejos” al Señor). Pero aun en la vida cotidiana del ser humano corriente, no necesariamente cristiano, se oye a cada instante el caso de madres que “lo dan todo por sus hijos” y, más todavía, sin un esfuerzo aparente. Es que el cariño es el gran Cireneo. Y Jesús, con el amor sobrenatural que nos comunica si “lo seguimos de cerca”, es el supremo Cireneo de la vida cristiana. 

Naturalmente, la autoexigencia, igual que la tibieza, puede ser una terrible enfermedad espiritual, sobre todo en naturalezas psicológicamente débiles, expuestas a caer en neurosis y obsesiones. Por eso resulta indispensable en la vida del alma contar con un director espiritual (lo que hoy suele denominarse, por la frenética huida de toda tradición, que es lo que impera, “acompañamiento espiritual”). Quizá se nos entenderá mejor si hablamos de un “gurú”, o si traemos a la mente la imagen de esos viejos “maestros” de las artes marciales que vemos en películas, quienes aconsejan, mirando desde afuera, nuestros esfuerzos, y nos guían con una crítica prudente y positiva, para evitar los excesos de una pasión religiosa desbocada (toda pasión es “desbocable”, y la religiosa no es una excepción).

Es aquí donde la Iglesia, en su milenaria sabiduría, ha hecho intervenir el tino y la medida, y ha propuesto siempre recurrir al consejo de quienes nos rodean (es lo que se conoce como “corrección fraterna”), pero especialmente al de quienes, entre ellos, son más experimentados y tienen más estudios. 

¿Cuán “lejos” es seguir a Jesús “de lejos”; cuán cerca es lo que se nos pide que le sigamos? Como en todo juicio, que versa siempre sobre una cuestión individual y específica, se requiere de un juez, un “director espiritual”, que nos ayude con su dictamen. Sin él, es difícil calibrar la proximidad o la lejanía de nuestro seguir a Jesús, de nuestra “imitación de Cristo”, en que se resume la práctica de la virtud sobrenatural.

Luis de Morales, La Piedad del Divino Morales, circa 1560, Museo del Ángel (Sevilla)
(Imagen: Gente de Paz)

Nota de la Redacción: Para la transcripción del relato de la Pasión según San Juan se ha utilizado la versión de la Biblia Nácar-Colunga, cuya traducción al castellano proviene de los textos originales en griego y hebreo. Los títulos para separar los distintos momentos vividos por Jesús entre la noche del Jueves Santo y la tarde del Viernes Santo están tomados del Misal diario y Vesperal de Dom Gaspar Lefebvre. 

viernes, 15 de abril de 2022

La estética del recogimiento en siete obras de arte

Les ofrecemos hoy, el día en que la Iglesia conmemora la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, un interesante reportaje publicado en Visión Informa, un periódico quincenal desarrollado por la Dirección de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica de Chile para contar a la comunidad las novedades que ocurren al interior de dicha casa de estudios. El número de esta quincena está dedicado a la Semana Semana, conocida también como Semana Mayor por su importancia dentro del Año litúrgico. Ahí se incluye el reportaje de la periodista Marcela Guzmán que compartimos, donde se hace un recorrido sobre el sentido cristiano del recogimiento a través del arte, invitándonos a meditar a partir de las obras elegidas.

El artículo ha sido adaptado al formato habitual de esta bitácora y también corregido en cuanto a su estilo, agregando algunas explicaciones y enlaces. Las imágenes proceden de Wikicommons, como también sucede en la versión original, salvo el primer ícono. 
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La estética del recogimiento en siete obras de arte

Marcela Guzmán

Entre las diversas expresiones artísticas religiosas destaca la rica iconografía en torno los diferentes episodios bíblicos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo que se evocan en Semana Santa. Artistas de todos los tiempos han dedicado parte importante de su obra a interpretar las escenas más significativas de la vida de Cristo, acentuando la dimensión mística y religiosa a través de la estética.

"Los tiempos litúrgicos como la Semana Santa se viven y se van construyendo en función de los relatos bíblicos del Nuevo Testamento. Allí se narran estos acontecimientos de la vida de Jesús que son el centro del ciclo pascual que abre un nuevo tiempo", señala Federico Aguirre, vicedecano de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

(Imagen: Pinterest)

En la historia del arte y también en la vida de la Iglesia "se han desarrollado imágenes con un fundamento muy fuerte en el hecho de que Dios se hizo hombre, con un rostro donde su imagen se muestra y se revela. Lo interesante es que estas imágenes van mostrando lo que dicen los relatos bíblicos de una manera mucho más directa, a través de la contemplación y, además, incorporan ciertos elementos que no están en los relatos, pero que forman parte de la tradición", señala el profesor Aguirre, que experto en teología del arte y pintura de íconos religiosos.

Hay que hacer una distinción importante entre aquellas imágenes religiosas y las imágenes de culto. Las representaciones artísticas, por ejemplo de Semana Santa, son descritas por el teólogo italiano Romano Guardini como las primeras. Es decir, “son imágenes de contenido religioso, pero que se mueven en el campo de la apreciación estética”, y son diferentes a aquellas imágenes de culto, explica Federico Aguirre. En cambio, las segundas “se reproducen y se reciben en el contexto del culto y de una comunidad creyente que ocupa la imagen como un instrumento para conectarse con lo sagrado. Por tanto, esta imagen tiene funciones y una forma de producirse que no necesariamente responden a los cánones de apreciación artística de cada época, como los íconos bizantinos”.

Entre las representaciones iconográficas que destacan dentro del ciclo pascual están, por ejemplo, la entrada de Jesús a Jerusalén, la Última Cena con los apóstoles, la coronación de espinas, y la Crucifixión, Muerte y Resurrección. A lo largo de la historia del arte son innumerables las obras que abordan estos tipos iconográficos, dándole una nueva dimensión al relato religioso de Semana Santa a través del arte. Ofrecemos aquí un recorrido por siete de ellas.

1. Entrada en Jerusalén, de Giotto di Bondone (1302-1305).

La capilla Scrovegni o capilla de la Arena en Padua, Italia, alberga en su interior uno de los más afamados conjuntos murales realizados en pleno Trecento italiano (siglo XIV). Compuesto entre los años 1302 y 1305, la Entrada en Jerusalén, de Giotto di Bodone (1267-1337), muestra a Jesús sobre un pollino–un símbolo de humildad– y a cuyos pies un hombre extiende su manto, que se quita para recibirlo. En el Domingo de Ramos, el Mesías es acompañado por sus discípulos y recibido con esperanza y alegría a su llegada a la ciudad santa, incluso por personas trepadas sobre los árboles para ver mejor la escena (Mt 21, 1-11; Mc 11, 1-11; Lc 19, 28-44; Jn 12, 12-19).

Giotto di Bondone, Entrada en Jerusalén (1302-1305)

2. La Última Cena, de Leonardo Da Vinci (1495-1498)

Este fresco del artista renacentista por antonomasia, Leonardo Da Vinci (1452-1519), fue realizado entre los años 1495 y 1498 en una de las paredes del refectorio del convento dominico de Santa Maria delle Grazie, en Milán, Italia.

Este mural representa la última comida que tuvo Jesús con sus apóstoles, celebrada la noche del Jueves Santo en Jerusalén, como conmemoración de la Pascua judía (Mt 26, 17–30; Mc 14, 12–26; Lc 22, 7–39; Jn 13, 1–17). Mide más de 4 metros de alto por casi 9 metros de ancho y fue encargado a Leonardo por el duque Ludovico Sforza. A diferencia de los frescos tradicionales, La Última Cena fue realizado con temple y óleo sobre capas de yeso. Por la maestría de Leonardo y la majestuosidad de la obra, este mural es considerado como una de las mejores obras pictóricas del mundo, como se comprueba con el gran número de visitas que recibe cada año. Fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1980.

Leonardo Da Vinci, La Última Cena, 1495-1498

3. La coronación de espinas, de Anthony Van Dyck (1620).

La escena de la coronación de espinas ha sido representada por artistas como El Bosco, Tiziano o Caravaggio. En este célebre óleo realizado por el pintor flamenco Anthony Van Dyck (1599-1641) cerca del año 1620, Jesús es vestido y coronado con espinas –con un dejo de burla– como el rey de los judíos. El cuadro que recrea los crudos acontecimientos que componen la Pasión de Jesús durante el Viernes Santo se encuentra en el Museo del Prado, en Madrid, desde 1839 y, a lo largo de su historia, estuvo en posesión de Rubens y Felipe IV.

Anthony van Dyck, La coronación de espinas, 1620

4. Cristo abrazando a la cruz, de El Greco

Esta fue una de las escenas ampliamente desarrolladas por los artistas de la sociedad toledana de la Contrarreforma, que la liturgia cristiana revive en el Vía Crucis (Mt 27, 31-33; Mc 15, 20-22,; Lc 23, 26-32; Jn 19, 16-18​). Doménikos Theotokópoulos (1541-1614), conocido por su apodo de El Greco, representa en esta obra del año 1580 a Jesús cargando la cruz con ojos lagrimosos, pero con serenidad, en su camino por el Calvario del Viernes Santo. El pintor cretense muestra una figura alargada de Jesús, donde los pliegues de su túnica están modelados con luz y color al estilo de la escuela veneciana. Cristo abrazando a la Cruz está actualmente en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (MOMA).

El Greco, Cristo abrazando la cruz, 1580

5. Cristo crucificado, de Diego de Velázquez (1632).

También custodiada por el Museo del Prado, en Madrid, esta pintura al óleo sobre lienzo del pintor español Diego de Velázquez (1599-1660) –considerado uno de los máximos exponentes del barroco español– entrega otra de las escenas cruciales de Semana Santa y punto cúlmine de la economía de la salvación: la Crucifixión. En Cristo crucificado (conocido también como Cristo de San Plácido, dado que en su origen estuvo situado el Convento de San Plácido de Madrid), obra realizada en el año 1632, su autor muestra a Jesús en un desnudo frontal sin más apoyo narrativo que su misma figura, captando con maestría la belleza y la expresión serena de Jesús crucificado. La atmósfera de la obra se ve realzada por la unión de la humana corporalidad del Mesías y su divinidad. Cabe recordar que, durante la Semana Santa, se leen los cuatro relatos de la Pasión ofrecidos por los Evangelistas: se comienza el Domingo de Ramos (II Domingo de Pasión) con la Pasión según San Mateo, se sigue el Martes Santo con la Pasión según San Marcos, se continúa el Miércoles Santo con la Pasión según San Lucas, y se concluye con el mediante la lectura de la Pasión según San Juan. 

Diego de Velásquez, Cristo crucificado, 1632

6. La piedad, de Miguel Ángel (1498-14998)

Esta magnífica obra escultórica representa el momento en el que una bella y piadosa Virgen María sostiene a Cristo, su Divino Hijo, ya muerto. Miguel Ángel Buonarotti (1475-1564) comenzó a trabajar en ella cuando tenía 24 años, escogiendo personalmente el bloque de mármol más apropiado para la obra, en las canteras de los Alpes Apuanos de la Toscana italiana. La Piedad del Vaticano, o simplemente Pietà, es un grupo escultórico realizado en mármol entre los años 1498 y 1499, y fue encargada al artista italiano por el cardenal de Saint Denis, Jean Bilhères de Lagraulas o de Villiers, embajador de la Corona francesa ante la Santa Sede, al que el artista conoció en Roma. En esta obra escultórica que representa una de las escenas del Viernes Santo y que hoy se encuentra en la primera capilla de la derecha de la Basílica de San Pedro del Vaticano, puede leerse "Miguel Ángel Buonarroti, florentino, lo hizo".

Miguel Ángel Buonarotti, La Piedad, 1498-1499

7. La resurrección de Cristo, de Rafael Sanzio

La resurrección de Cristo, del maestro renacentista Rafael Sanzio (1483-1520), es posiblemente una de las primeras obras de este artista florentino. Realizada entre los años 1499 y 1502 y en un pequeño formato de 52 cm. x 44 cm., la obra representa uno de los acontecimientos más importantes de la doctrina cristina y su teología: la resurrección de Jesús, que se conmemora en la Vigilia Pascual y el Domingo de Gloria. Según los textos del Nuevo Testamento, Jesús fue crucificado, muerto y puesto en un sepulcro excavado en piedra, resucitando al tercer día. El cuadro, donde Cristo resucitado sostiene un estandarte y se eleva por sobre cuatro soldados, se convirtió en una de las escenas pictóricas más representadas en el Renacimiento.

Rafael Sanzio, La resurrección de Cristo, 1499-1502

Jueves Santo

Miniatura de Evangeliario de Ada
(Imagen: Wikicommons)

El texto del Evangelio de hoy es el siguiente (Jn 13, 1-15):

“La víspera del día solemne de Pascua, sabiendo Jesús que era llegada la hora de su tránsito de este mundo al Padre, como hubiese amado a los suyos, que vivían en el mundo, los amó hasta el fin. Y así, acabada la cena, cuando ya el diablo había sugerido al corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, el designio de entregarle, Jesús, sabiendo que el Padre le había puesto todas las cosas en sus manos, y que como había venido de Dios a Dios volvía, levántase de la mesa y quítase sus vestidos, y habiendo tomado una toalla, se la ciñe. Echa después agua en una jofaina, y pónese a lavar los pies de los discípulos y a limpiarlos con la toalla que se había ceñido. Viene a Simón Pedro, y Pedro le dice: ¡Señor! ¿Tú lavarme a mí los pies? Respondióle Jesús, y le dijo: Lo que Yo hago tú no lo entiendes ahora, lo entenderás después. Dícele Pedro: ¡Jamás me lavarás Tú a mí los pies! Respondióle Jesús: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Dícele Simón Pedro: ¡Señor! No solamente los pies, sino las manos también y la cabeza. Jesús le dice: El que acaba de lavarse, no necesita lavarse más que los pies, estando como está limpio todo lo demás. Y en cuanto a vosotros, limpios estáis, mas no todos. Como sabía quién era el que la había de hacer traición, por eso dijo: No todos estáis limpios. Habiéndoles ya lavado los pies y tomando otra vez su vestido, puesto de nuevo a la mesa, les dijo: ¿Sabéis lo que acabo de hacer con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si Yo, que soy el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, debéis vosotros también lavaros los pies uno a otro. Ejemplo os he dado, para que así como Yo he hecho con vosotros, así lo hagáis también vosotros”.

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San Juan, cuyo Evangelio agrega cosas que los otros tres evangelistas, en su concisión, han omitido, trae esta espléndida escena, en que la impetuosidad de Pedro (“no sólo los pies, sino las manos también y la cabeza”) seguramente habrá causado hilaridad en los presentes, y en que, precisamente en el día de la institución de la Sagrada Eucaristía, pone en primer plano el tema de la purificación antes de acercarse a las cosas santas. En el rito mozárabe el Sacerdote, antes de proceder a distribuir la comunión a los fieles, proclama “¡Las cosas santas para los santos!”, y lo mismo sucede en otros antiguos ritos cristianos.

Por su parte, San Pablo, en un texto que, luego de la llamada “reforma” litúrgica de la década de 1960, ya no se lee más en su integridad en la liturgia católica, y que hoy se lee en la Epístola de la Misa (1 Co 11, 20-32), nos dice: “Examínese cada uno a sí mismo”. Jesús dice a sus discípulos: “Vosotros estáis limpios” y añade después: “mas no todos”. Del mismo modo nos dice el Apóstol que hay quienes se hacen reos del cuerpo y de la sangre del Señor. Temamos la muerte de éstos y examinémonos a nosotros mismos; examinemos nuestra conciencia antes de acercarnos a la Sagrada Mesa. El pecado mortal y el afecto al pecado, trocarían en veneno el alimento que da la vida al alma. Si debemos tener gran reverencia a la Mesa del Señor, para presentarnos a ella sin las manchas por las cuales pierde el alma toda semejanza con Dios y la entrega a los dardos terribles del diablo, debemos también, por respeto a la santidad divina que va a venir a nosotros, purificar hasta las más leves manchas, con las que pudiéramos ofenderla.

Hoy suele decirse, con engañosa condescendencia, incoherente con la escena que acabamos de contemplar, que “la Eucaristía no es para los santos sino para los pecadores”, y que es el alimento que éstos necesitan para salir del pecado. Sin duda la Eucaristía es tal alimento, y lo es para los pecadores: todos somos pecadores mientras dura nuestra vida sobre la tierra; pero ello no nos dispensa del examen de conciencia que, so pena de ser reos de muerte si lo omitimos, prescribe el Señor a través de San Pablo, ni de la limpieza que el propio Jesús nos enseña en este Evangelio. Hay algo de incoherente en esas largas filas que, amparadas por una falsa doctrina, se acercan al comulgatorio cuando se piensa en lo cortas, y aún muy cortas, que son las filas ante el confesonario. El ser pecadores y necesitar de la Eucaristía no nos exime de lavarnos los pies (“y las manos también y la cabeza”) para acercarnos dignamente a recibir el alimento que nos ayudará a salir de nuestra condición pecadora. Sí, vivimos en una condición pecadora; pero debemos pedir perdón por los pecados específicos y concretos que en ella cometemos antes de acercarnos al Santo de los Santos. Si fuera necesario otro episodio en que el Señor mismo nos previene sobre la necesidad de presentarnos dignamente ante Él, recordemos la parábola de las bodas en que el rey sale a saludar a los invitados y se encuentra con que uno de éstos se ha presentado sin estar adecuadamente vestido: se trata, recordemos, de invitados que han sido “obligados a entrar”; sin embargo, el rey dice al sujeto: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda? El enmudeció. Entonces el rey dijo a sus ministros: Atadle de pies y manos y arrojadle a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y crujir de dientes” (Mt 22, 11-13).

Antonio Arias Fernández, Jesucristo lavando los pies a San Pedro, 1670, Museo del Prado (España)
(Imagen: Museo del Prado)

domingo, 3 de abril de 2022

“¿Tentación de volver atrás?” La respuesta de Chesterton

Les ofrecemos la traducción de un artículo de Cristiana de Magistris aparecido en Corrispondenza Romana sobre el sentido que G. K. Chesterton (1874-1936) asignada, ya desde antes de convertirse al catolicismo, a la tradición. 

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“¿Tentación de volver atrás?” La respuesta de Chesterton

 Cristiana de Magistris 

Cuando en 1921, durante su viaje a los Estados Unidos, Chesterton fue invitado por el cardenal Gibbons a su casa, experimentó la sensación de estar en contacto con “el último eslabón de una cadena viva” que comenzaba con Pedro, el pescador. Tuvo así, aunque sin saberlo, la experiencia de la Tradición de la Iglesia, esa tradición, que después de su ingreso oficial a la Iglesia católica, consideró siempre como el baluarte del catolicismo frente al devenir del mundo.

Pero la idea de tradición es mucho más antigua en el pensamiento de Chesterton. La autoridad que el pasado tiene sobre el presente, que los muertos tienen sobre los vivos, vuelve como una constante melodía en sus escritos e incluso en sus novelas. Es con la razón, antes que con la fe, que descubrió Chesterton el valor de la tradición, aunque sin comprenderla todavía en el sentido eclesial del término. “El verdadero soldado combate no porque odia lo que tiene al frente, sino porque ama lo que tiene detrás”, había escrito en 1911. El hombre no puede prescindir de lo que lo ha precedido. En Lo que está mal en el mundo afirmaba: “Por alguna extraña razón, el hombre planta siempre sus árboles frutales en un cementerio. Sólo puede encontrar la vida entre los muertos. El hombre […] puede crear un futuro exuberante y ciclópeo solamente en la medida en que piensa en el pasado”.

Chesterton leyendo
(Foto: Loff.it)

Es, sin embargo, en Ortodoxia, su obra maestra escrita en 1908, donde Chesterton da una definición exacta de lo que considera “tradición”. Es la definición típica del genio de la paradoja, que no escatima su agudo humor en la descripción de la demarcación que separa, al mismo tiempo que une, a los vivos con los muertos: “La tradición -escribe- puede ser definida como una extensión de los derechos políticos. Tradición significa reconocer el derecho a voto a la más oscura de todas las clases, la de nuestros antepasados. Es la democracia de los muertos. La tradición rehúsa someterse a la pequeña y arrogante oligarquía de quienes, sólo por casualidad, andan todavía por la tierra. Todos los demócratas niegan que el hombre quede excluido de los derechos humanos generales por los accidentes del nacimiento; y bien: la tradición niega que el hombre quede excluido de semejantes derechos por el accidente de la muerte. Nos enseña la democracia a no desdeñar la opinión de un hombre honrado, así sea nuestro caballerizo; y la democracia debe también exigirnos que no desdeñemos la opinión de un hombre honrado, cuando ese hombre sea nuestro padre. Me es de todo punto imposible separar estas dos ideas: democracia, tradición. Me parece evidente que son una sola y misma idea. Tendremos a los muertos en nuestras asambleas. Los antiguos griegos votaban con piedras, y aquí se votará con piedras tumbales, lo cual es enteramente regular y oficial, puesto que la mayor parte de ellas estará marcada con una cruz, igual que las papeletas del voto”.   

Cuando escribía estas palabras, Chesterton no era todavía oficialmente católico, pero advertía con claridad cómo empezaba a mostrarse en su espíritu la tradición de la Iglesia. En Ortodoxia escribe también lo siguiente: “La Iglesia católica jamás eligió los senderos trillados, ni aceptó los lugares comunes: jamás fue respetable. Habría sido fácil aceptar el poder terrenal de los arrianos; habría sido fácil, en el calvinista siglo XVII, caer en el pozo sin fondo de la predestinación. Es fácil ser locos; es fácil ser herejes; es siempre fácil permitir que una época se ponga a la cabeza de cualquier cosa, y difícil conservar la cabeza; siempre es fácil ser modernistas, tal como es fácil ser snobs. Habría sido sencillo caer en alguna de las muchas trampas del error o del exceso que se han abierto, por diversas modas, por diversas sectas, a lo largo del camino histórico del Cristianismo. Es siempre fácil caer: hay una infinidad de lugares por donde uno puede caer, y hay sólo uno en que uno se puede apoyar. […] Pero haberlos evitado todos es la aventura que perturba; y en mi visión, el carro celeste vuela fulgurante a través de los siglos, mientras las necias herejías se revuelcan postradas, y la augusta verdad oscila, pero permanece en pie”.

El “carro celeste” es la Iglesia católica: ella es el único lugar en que uno se apoya para no caer. Chesterton admira la ortodoxia de la Iglesia, con la que ha evitado todas las múltiples desviaciones que han atravesado los siglos. En la novela La esfera y la cruz escribe: “El cristianismo no está nunca de moda porque es sano, y todas las modas son enfermedades […] La Iglesia parece estar siempre en la retaguardia del tiempo, aunque está en la vanguardia: ella espera que la última hoja haya contemplado el último atardecer. Ella tiene la clave de un vigor permanente”. Y explica la razón de ello: “La Iglesia -escribe- no puede permitirse flaquear en ciertas cosas, ni siquiera un poco, si ha de continuar su grande y riesgoso experimento de equilibrio inestable. Si permite que una idea pierda poder, alguna otra se volverá demasiado poderosa. El pastor cristiano no ha de guiar una grey de ovejas, sino una manada de búfalos, y de tigres, de ideales terribles y de devoradoras doctrinas, todas suficientemente fuertes como para transformarse en una falsa religión y devastar el mundo. No olvidemos que la Iglesia se afirmó específicamente debido a sus peligrosas ideas; ha sido una domadora de leones”. 

Una vez que se hizo oficialmente católico, Chesterton amó profundamente a la Iglesia católica especialmente en aquello por lo que ella desagradaba al mundo: su santa intransigencia, su benévolo rigor, su misericordiosa intolerancia. Por eso la pluma del escritor inglés tuvo siempre palabras especialmente afiladas contra cualquier desviación progresista. El progreso, el que es digno de ese nombre -sostenía- “no debe ser un continuo parricidio”, sino un continuo redescubrimiento de lo que nuestros padres construyeron y defendieron a lo largo de los siglos. También en Ortodoxia mostraba la diferencia que existe entre la honesta y debida búsqueda de la verdad y una pseudo-verdad que deriva de un ciego e inconducente progresismo: “Los cristianos dogmáticos procuraban construir el reino de la santidad, y buscaban, por ello, definir el concepto preciso de santidad. Pero nuestros teóricos de la educación tratan de instituir una libertad religiosa sin tratar de aclarar qué es religión y qué es libertad. Si los antiguos sacerdotes imponían una opinión a la gente, se preocupaban, al menos, de hacerla previamente lúcida. Sólo las masas modernas […] se pueden permitir seguir una doctrina sin siquiera definirla. Por estos motivos, y por muchos otros, hemos llegado a creer en la necesidad de volver a los fundamentos”.

Y eso fue lo que hizo, con una rara coherencia de vida y una rigurosa honestidad intelectual. En Lo que está mal en el mundo, el “neo-hipócrita” es aquel que se opone al dogma y a la ortodoxia: “La mente humana conoce dos cosas, y sólo dos: el dogma y el prejuicio. El Medioevo fue una edad racional, una época de doctrina. Nuestra época es, a lo más, una época poética, una edad del prejuicio”.

Shaw y Chesterton vistos por el pintor e ilustrador Roberto Berdía en Caras y caretas (Buenos Aires, 27 de abril de 1929)
(Imagen: La mañana)

He aquí por qué Chesterton invitaba continuamente a estar vigilantes ante las sugestiones de la mentalidad moderna, como dice expresamente en su obra El hombre común: “El mayor problema de aquello que se autodefine como mentalidad moderna, es el estar sobre rieles, nuestro hábito de estar satisfechos con ir por los rieles debido a que nos han dicho que son vías de cambio”. Pero se trata de una insidia doble, contenida tanto en los rieles como en el pretexto de los cambios. Usando la imagen de los rieles, Chesterton escribe: “[…] si comenzáramos seriamente a pensar en la idea de salirnos de los rieles, descubriríamos que aquello que vale para los trenes vale también para la verdad. Descubriremos que es, efectivamente, más difícil salirse de los rieles cuando el tren va velozmente que cuando avanza con lentitud. Descubriremos que la rapidez es rigidez […] y al cabo nadie dará el salto hacia la verdadera libertad intelectual, así como tampoco nadie saltaría desde un tren en movimiento […] esto me parece ser la señal distintiva de lo que en la edad moderna llamamos pensamiento progresista. El hombre moderno, atrapado en un tren que corre a vertiginosa velocidad hacia una meta desconocida, no tiene el coraje de salirse de los rieles del pensamiento trillado: soñando en una ilusoria libertad, permanece en realidad esclavo del pensamiento dominante, que le propone, día tras día, ilusorias y cambiantes quimeras”.

La única verdadera defensa ante este mal que empapa a la modernidad está en la inmutable tradición de la Iglesia Católica, que por su origen divino -declara Chesterton- “no puede moverse con los tiempos”. Por lo demás, agrega el escritor inglés, “no tenemos necesidad, como dicen los periódicos, de una Iglesia que se mueva con el mundo. De lo que tenemos necesidad es de una Iglesia que mueva al mundo”.

La idea que Chesterton tiene de la tradición es cósmica y supratemporal: envuelve al universo y reúne a todas las almas -por cuanto inadvertida- en todo tiempo y en todo lugar. Nadie puede escapar a su luz y al encanto siempre antiguo y siempre nuevo que el propio pasado ejerce sobre todo hombre, porque la “tradición no significa que los vivos están muertos, sino que los muertos están vivos”.

La provocación de Chesterton en relación con la inmortal “traditio Ecclesiae” es tremendamente actual e interpela a la conciencia de todos los miembros de la Iglesia, incluso de aquellos que viven en Roma, después de que el Rin ha desembocado en el Tíber.