lunes, 31 de agosto de 2020

Domingo XIII después de Pentecostés

Miniatura de Evangeliario de Ada
(Imagen: Wikicommons)

El texto del Evangelio de Domingo XIII después de Pentecostés es el siguiente (Lc. 17, 11-19):

 “En aquel tiempo, yendo Jesús a Jerusalén, pasaba por medio de Samaria y de Galilea. Y al entrar en una aldea, le salieron diez leprosos, los cuales se pararon lejos y alzaron la voz, diciendo: Jesús, Maestro, apiádate de nosotros. Él, al verlos, dijo: Id, y mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que, mientras iban, quedaron sanos. Y uno de ellos, cuando vio que había quedado limpio, volvió glorificando a Dios a grandes voces, y se postró en tierra a los pies de Jesús, dándole gracias; y éste era samaritano. Jesús dijo entonces: ¿Pero no son diez los curados? ¿Y los otros nueve dónde están? No ha habido quien volviese a dar gloria a Dios, sino este extranjero. Y le dijo: Levántate, vete, porque tu fe te ha salvado”.

***

Muy a menudo el comentario sobre este fragmento del Evangelio se centra en la ingratitud de nueve de los diez sanados. Pero San Agustín, escudriñando el contenido de este pasaje, se pregunta también sobre qué significa aquí la lepra. Y en Cuestiones sobre los Evangelios, libro II, 40, núm. 2, dice lo siguiente:

“Hay que indagar, pues, el significado de la lepra misma. Pues de los que la vieron desaparecer de su cuerpo no se dice que fueran sanados, sino limpiados. En efecto, la lepra es un problema de color, no de la salud o de la integridad de los sentidos o de los miembros. Por eso no es absurdo pensar en los leprosos como individuos que, al no poseer el conocimiento de la fe verdadera, profesan las diversas doctrinas del error. No son los que, al menos, ocultan su ignorancia, sino los que la sacan a la luz del día como si fuera una pericia consumada y hacen ostentación de empaque al hablar. Por supuesto que no hay ninguna doctrina, por falsa que sea, que no tenga algún retacillo de verdad. Según esto, la mezcla de verdad y mentira sin orden ni concierto en una disputa o en cualquier conversación humana, como dejándose ver en el color de un único cuerpo, significa la lepra que modifica y motea los cuerpos humanos igual que si se tratara de afeites de color naturales o procurados artificialmente. Estas personas son muy vitandas para la Iglesia. Tanto que, si es posible, han de interpelar a Cristo a grandes gritos desde una lejanía mayor, al igual que estos diez se pararon a distancia y levantaron la voz diciendo: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. Lo propio debe ocurrirles a ellos. No me consta que nadie recurriera al Señor en demanda de la salud corporal dándole el título de maestro. Por ello, me inclino a pensar que la lepra es signo de toda doctrina falsa que un maestro competente consigue eliminar”.

Sin tomar en cuenta la noción que, en su tiempo, se tenía de la lepra, como un problema “no de la salud o de la integridad de los sentidos o de los miembros” sino como algo que afecta solamente al color de la piel, fijémonos en que San Agustín la compara con la mezcla de verdad y error, tal como en la lepra la piel se mezcla con blanco y otros colores : “Según esto, la mezcla de verdad y mentira sin orden ni concierto en una disputa o en cualquier conversación humana, como dejándose ver en el color de un único cuerpo, significa la lepra”.

En los aciagos tiempos que vive la Iglesia, muchas verdades de la fe son presentadas a los fieles mezcladas con el error. Y ello se hace de modo muy sugerente y halagüeño, diciéndose aquello que, sin ser verdad, el pueblo quiere oír, contagiado como está por los influjos del mundo descristianizado en que vive. La enseñanza de los “doctores” de la Iglesia es, en este sentido, relativamente fácil de difundir también porque, como dice San Agustín, “no hay ninguna doctrina, por falsa que sea, que no tenga algún retacillo de verdad”. Amparados por la capa de este “retazo de verdad”, se inyecta al espíritu de los fieles los más graves errores.

Esos “maestros” contagiados de lepra son uno de los mayores peligros a que están expuestos hoy los fieles. Y por ello es absolutamente necesario que éstos reciban con un espíritu alerta y bien informado todo lo que se les enseña. Pero, ¡no es fácil informarse para poder discernir la paja del trigo, la verdad del error! ¡La pereza intelectual, por otra parte, abunda en una época en que se evita realizar cualquier esfuerzo de este tipo! Además, ¡cuán escasos son los lugares y oportunidades de adquirir una formación doctrinal segura para proteger la fe y hacerla crecer, como se pide en la Oración colecta de este domingo!

 Por eso, una de las mayores obras de caridad que se puede emprender es enseñar y difundir la verdad en materia de doctrina de fe y costumbres. Y por eso en dicha Oración colecta se pide también a Dios el aumento de la caridad. Ahora bien, aunque parezca que las cosas son difíciles, que no hay dónde recurrir, todo comienza por pedir, porque “quien pide recibe, quien busca halla y a quien llama se le abre” (Mt. 7, 8).                       

sábado, 29 de agosto de 2020

Una reciente Misa solemne en rito carmelita

Casi coincidiendo con la reciente Misa solemne celebrada según el rito lionés, el pasado domingo 19 de julio se celebró una Misa solemne conforme al rito carmelita en el Santuario Nacional de Nuestra Señora del Monte Carmelo, donde funciona la casa madre de la orden en Estados Unidos. La Misa fue el resultado de más de un año de investigación y colaboración, realizada con el permiso del R. P. Mario Esposito, OCarm, Prior Provincial de los Frailes Carmelitas de la Provincia de San Elías, como una actividad oficial del Año Vocacional. Para celebrarla adecuadamente, se consultó una cantidad de textos litúrgicos bajo la dirección del celebrante, el R.P. Lucian Beltzner, OCarm, quien celebró la Misa en su juventud. La investigación y el subsidio litúrgico fueron posibles gracias a la comunidad Laudate Omnes de San José, en Troy (Nueva York), la parroquia en que el R.P. Lucian Beltzner celebra corrientemente el rito tradicional carmelita. El R.P. Dpnald Kloster, de la diócesis de Bridgeport, ofició de diácono, y Mr. James Griffin lo hizo de subdiácono, habiendo también diseñado el folleto para esta Misa, que se puede consultar aquí.

Les ofrecemos a continuación una galería fotográfica de la Misa, donde se evidencia los aspectos en que el rito carmelita presenta diferencias con el rito romano. Sobre esas diferencias tratamos en una entrada anterior. Cumple destacar algunas particularidades rituales notables, que son típicas de los usos medievales de la Santa Misa latina: los acólitos visten albas completas y se paran frente al altar con el clero; cuando el sacerdote lee del Introito, el diácono y el subdiácono se situán a su lado, y no detrás; el subdiácono lleva el cáliz al altar mientras se canta el Gradual; como no hay maestro de ceremonias, en el Ofertorio es el subdiácono quien quita el Misal y lo devuelve a su lugar, y luego lava las manos del sacerdote, mientras el diácono continúa con la incensación. El resto de la Misa es esencialmente muy similar al rito romano tradicional.

Antes de la Misa se realizó una procesión, que incluyó una reliquia mayor, la mandíbula de San Simón Stock (1165-1265), a quien le fue dado el escapulario de la Virgen del Carmen, con el fin de llevar las reliquias de santos carmelitas a su lugar en el altar mayor.

Después de la procesión se cantó la letanía carmelita de los Santos. La Misa comenzó con el responsorio Veni Sancte Spiritus, seguido por el Asperges.

Oraciones carmelitas al pie del altar. El Confiteor carmelita invoca especialmente al profeta Elías, y es similar al dominicano.

Incensación del altar.


El celebrante lee los textos desde el Misal en la sede, mientras el subdiácono canta la Epístola.


Después de cantada la Epístola, se prepara el cáliz en la sede, sobre un corporal extendido encima de la falda del celebrante.

Imposición del incienso antes del Evangelio.


 
El diácono canta el Evangelio.

En esta Misa, la homilía fue pronunciada por el R.P. Nicholas Blackwell, OCarm.

Comienzo del Credo. Esta posición de los ministros en forma de cruz es la posición normal, a la cual vuelven constantemente durante la Misa.

Como en la mayoría de los usos medievales del rito romano, el celebrante extiende sus brazos en forma de cruz al Unde et memores.

Ecce Agnus Dei.

Distribución de la comunión.

Antes de la bendición final.

Ultimo Evangelio.

Los ministros litúrgicos y los carmelitas que asistieron en el coro.

Nota de la Redacción: Las fotografías y las descripciones han sido tomadas de la entrada publicada en New Liturgical Movement, con algunas adaptaciones de la redacción. Dicho sitio había publicado un poco antes una entrada con dos videos de la misma Misa aquí referida, donde se explica las diferencias que presenta el rito carmelita con el rito romano. También en Ceremonia y Rúrbica de la Iglesia española es posible encontrar videos sobre el desarrollo del rito carmelita y otros materiales. Finalmente, remitimos a la entrada publicada en esta bitácora sobre ese tema. 

miércoles, 19 de agosto de 2020

El iconostasio acústico de la liturgia occidental: latín, canto llano y silencio

Les ofrecemos hoy un nuevo artículo del Dr. Peter Kwasniewski, que interviene en una discusión suscitada respecto de la reforma de la liturgia oriental. El texto, inédito hasta el momento, ofrece parte de uno de los capítulos del nuevo libro de este autor, insistiendo en que el latín, la música litúrgica y el silencio sirven en la liturgia romana como un elemento de separación entre el sacerdote y los fieles, de modo semejante al iconostasio de la lityrgia oriental. 

El artículo fue publicado en New Liturgical Movement y ha sido traducido por la Redacción. Las imágenes son las que acompañan dicho artículo. 

***

El iconostasio acústico de la liturgia occidental: latín, canto llano y silencio

Peter Kwasniewski

La semana pasada, mi estimado colega en New Liturgical Movement, David Clayton, publicó un artículo en que se preguntaba si la reforma de la liturgia oriental, de acuerdo con las ideas de Schmemannian, podría contribuir con algo al rescate de la liturgia occidental de su situación actual. El artículo dio origen a una animada discusión. Quisiera hacer aquí una contribución algo más extensa a ella en forma de un extracto de mi último libro, Reclaiming Our Roman Catholic Birthright: The Genius and Timelessness of the Traditional Latin Mass (Angelico Press, 2020). Este extracto está tomado del capítulo 2 y no ha sido publicado hasta ahora en línea. Cualquiera sea la gran variedad de enfoques litúrgicos que existen en los ritos orientales actualmente, sostengo que, en lo que se refiere al rito romano en el período del Concilio Vaticano II, lo que actuó como común denominador del uso del vernáculo, de la introducción del estilo popular en la música, de la supresión del silencio y de la imposición del versus populum, fue una concepción racionalista y fantasiosamente arqueológica sobre la “accesibilidad”. Aquí presento argumentos en contra de los tres primeros elementos, ya que el ad orientem es un tema que ha sido tratado extensamente en otros lugares de New Liturgical Movement, y sobre el cual no hay desacuerdos importantes entre los liturgistas dignos de fe.

 ***

Si se visita una iglesia ortodoxa griega o católica bizantina, se encuentra uno con el iconostasio, o muro de íconos, situado entre la nave y el presbiterio, separando el “santo de los santos” del resto del espacio. El presbiterio representa la divina liturgia en la Jerusalén celestial, de la cual participamos “a distancia” mientras estamos todavía peregrinando en esta vida. En cambio, el clero puede entrar a través del iconostasio, e incluso ir hasta el altar, debido a que actúa in persona Christi, en la persona de Cristo, en cuanto Su representante: el clero es el mediador que ora por nosotros, llevando a Dios nuestras ofrendas y trayéndonos Sus dones.           

Durante cerca de 1500 años, la Iglesia de Occidente usó también separaciones simbólicas, que se dieron en una variedad de formas: se colgó cortinas de un baldaquino o frente al presbiterio; se pusieron gradas que subían hasta la plataforma elevada del altar, y se cantó los textos desde grandes estructuras de piedra; más tarde, se erigió en muchas iglesias góticas unas delicadas rejas de madera, coronadas por un Calvario (Jesús, María y Juan). Incluso si se podía ver a través de ellas a los ministros y seguir sus movimientos, se nos recordaba de este modo muchas verdades importantes: primero, que no nos encontramos ahora en el lugar donde estamos llamados a estar algún día; que estamos separados de Dios por la caída y por nuestros pecados; que tenemos gracias a Cristo (por medio del obrar de sus ministros visibles) la oportunidad de reconciliarnos y de comulgar; que Dios está igualmente “con nosotros” como Emmanuel, y más allá de nosotros como nuestro Santísimo y Trascendente Señor. Aunque es creador de todas las creaturas y aunque hay muchas señales que apuntan hacia Él, por su propia naturaleza Dios no es accesible a los sentidos humanos. Haciendo una referencia a las palabras de San Pablo en la Segunda Epístola a los Corintios, “miramos no a las cosas que se ven sino a las que no se ven; porque las cosas que se ven son transitorias, pero las que no se ven son eternas”, un monje benedictino escribe lo siguiente:

“Durante siglos no fue posible ver de cerca los misterios del altar. En algunos períodos, se cerraba las cortinas en los momentos más importantes de la Misa. Todavía hoy, en el transcurso del drama litúrgico, se dice la solemne oración de la consagración en el más bajo de los tonos -un susurro-. El ocultamiento, intrínseco de la Misa (mediante un iconostasio en el rito bizantino), fue común a todas las liturgias, de algún u otro modo, por muchos centenares de años, creando una atmósfera de misterio. En nuestra época, que exige ve para creer, Dios nos ofrece una oportunidad de redescubrir el misterio, el misterio de la invisible eficacia de la Misa (2 Cor 4, 18). Tenemos que confiar en un medicina invisible para nuestra salvación final”[1].

En la época de la autodenominada reforma, los protestantes objetaron que el laicado fuera excluido del culto por una casta clerical, que era la que cumplía realmente la tarea de la liturgia, mientras los fieles permanecían de pie, entregados a sus devociones privadas o a ociosas distracciones. Esto constituye una acusación injusta, como lo han demostrado los historiadores[2]; pero, en parte como respuesta al desafío protestante, y en parte debido a los nuevos ideales estéticos del barroco, la Iglesia de la Contrarreforma suprimió del presbiterio, en general, las barreras físicas mencionadas, de modo que el laicado pudiera tener una vista “sin obstáculos” de la liturgia.

Sin embargo, permaneció en pie un conjunto de separaciones más sutiles y, en mi opinión, igualmente saludables, a las que me agrada denominar “iconostasio acústico”, es decir, una separación que no vemos pero que oímos. Este iconostasio está compuesto de tres elementos: el latín, el canto gregoriano, y el silencio.

La orden que dio Poncio Pilato de que se pusiera en la cruz el título “Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos” en hebreo, griego y latín (Jn. 19, 19-20) sugirió a muchos Padres de la Iglesia que estas tres lenguas tenían un papel especial, como lo han tenido, incuestionablemente, en la historia de la salvación. Santo Tomás de Aquino observó que es apropiado que el rito romano de la Misa, que contiene la re-presentación de la Pasión de Cristo, emplee estas tres lenguas: el hebreo en palabras tales como allelulia, Sabaoth, hosanna y amen; griego en el Kyrie eleison, y latín en todo lo demás[3].

El latín cristiano de la Iglesia no es una lengua vernácula vulgar, sino un registro altamente estilizado y poético, incluso para la época en que mucha gente hablaba latín[4]. Y a medida que fueron pasando los siglos, ese latín adquirió el estatus de lengua sagrada, vale decir, una lengua reservada para el culto divino, en la que dejamos atrás lo cotidiano y ordinario, y entramos en la esfera del misterio[5]. Mediante el uso de una lengua hoy arcaica e inmutable, se nos saca fuera de nosotros mismos, de nuestro propio lugar, tiempo, cultura, sociedad, y se nos pone a los pies de la Cruz donde se realizó en lo esencial la salvación de la humanidad. Al contrario de nuestros cambiantes vernáculos, el latín es universal, no nos pertenece, sino que pertenece a todos y a nadie, es el mismo en todas partes y, sin embargo, sigue siendo extranjero, como Dios mismo, que está en todas partes pero que trasciende a toda la creación. En la medida en que hay algo de la Misa que se nos escapa, se nos recuerda con ello que jamás podremos comprender enteramente a Dios, porque ello significaría reducirlo a nuestro propio nivel. Como decía San Agustín: Si comprehendis, non est Deus, si puedes atraparlo con tu mente, no es Dios[6].

El canto gregoriano es el “ropaje” musical que reviste a los textos litúrgicos latinos o, mejor todavía, el cuerpo musical que el alma del rito se formó para sí misma durante su lenta gestación de muchos siglos. Con su insuperable variedad de melodías modales en su ritmo libre de metro, este canto -inmediatamente reconocible como música sagrada- indica que estamos en la presencia de Dios a fin de ofrecerle el incienso de nuestros labios y corazones. El papa León XIII dice: “En verdad, las melodías gregorianas fueron compuestas con mucha prudencia y sabiduría, a fin de dilucidar el significado de las palabras. Hay en ellas una gran fuerza y una maravillosa dulzura mezclada con la gravedad, todo lo cual estimula los sentimientos religiosos en el alma, y alimenta con benéficos pensamientos justo cuando se los necesita”[7]. No existe ningún otro tipo de música que se acerque, siquiera, al gregoriano en la “ultramundanidad” que exige la Misa[8].

El silencio: ¡cuánto podríamos decir de él sin encontrar las palabras adecuadas! “Sólo en Dios se aquieta mi alma, pues de Él viene mi salvación” (Ps. 62 [61], 1). Los profundos y prolongados silencios de la Misa tradicional son como oasis en que podemos encontrar refrigerio para nuestras almas: nos abren el tiempo y el espacio donde encontrar a Dios, que “es más interior a mí que lo más íntimo de mí, y más alto que lo más alto que hay en mí” (San Agustín)[9]. El silencio alienta una mirada, una escucha y una ponderación atentas, permite que las ceremonias más complejas del usus antiquior causen impresión en nosotros y encuadra nuestras palabras y cantos de modo que resuenen en la bóveda de nuestra alma. Una parte del porqué es tan agudo el silencio de la antigua Misa es que, en vez de serle impuesto por una extraña detención de la acción, resulta del desarrollo mismo de la acción litúrgica: el silencio no es un arbitrario “hagamos una pausa por un momento”, sino que es un ambiente saturado en que la oración ha asumido su debida prioridad. El silencio es una especie de postración espiritual de los sentidos y facultades humanos en los momentos más álgidos del Santo Sacrificio. Sin mirar en menos las acciones, cantos y demás cosas hermosas que podemos y debemos llevar a cabo en la liturgia, debemos reconocer que hay momentos en que, simplemente, quedamos mudos. Respetando esos momentos de mudez realzamos nuestra captación del inefable milagro que tiene lugar en el presbiterio, lo cual es precisamente el propósito del iconostasio acústico. 

El resto del capítulo 2, intitulado “The Genius of Christianity’s Oldest Rite”, analiza la orientación al oriente; densidad, complejidad y simultaneidad; textos fijos y acotados; el calendario litúrgico; el respeto eucarístico; la atmósfera solemne, y la trágica trayectoria del Movimiento Litúrgico, que está siendo actualmente borrada por la restauración del rito romano en su forma tridentina típica. El libro puede ordenarse a Amazon aquí.



[1] Norcia Newsletter, 30 de marzo de 2020. La medicina invisible, la gracia, se nos da verdaderamente mediante signos sensibles; pero el uso fructífero de estos signos depende de la fe en aquello que no puede ser visto.

[2] La obra de Eamon Duffy ha descartado, al menos para la Inglaterra pre-reforma, la manida visión de que la liturgia medieval era distante y remota y de que el laicado tenía muy poca idea de lo que estaba teniendo lugar. Véase The Stripping of the Altars: Traditional Religion in England 1400–1580 (New Haven/Londres, Yale University Press, 2a ed., 2005); The Voices of Morebath: Reformation and Rebellion in an English Village (New Haven/Londres, Yale University Press, ed. rev., 2003). Cfr. Monti, J., A Sense of the Sacred: Roman Catholic Worship in the Middle Ages (San Francisco: Ignatius Press, 2012).

[3] Véase In IV Sent., dist. 8, exp. textus (traducción completa aquí).

[4] Por lo que sabemos, la liturgia en Roma cambió del griego al latín en el siglo IV con el papa San Dámaso I (366-384). Henry Sire comenta: “Debemos advertir también que el espíritu del nuevo vernáculo fue todo lo contrario del empleado por los vulgarizadores de la década de 1960. Dámaso mismo fue un gran latinista, y se preocupó de escribir las oraciones de la liturgia en un estilo que cumpliera con los estándares de la tradición retórica romana. El Canon romano, cuyo texto, tal como lo tenemos, se formó en aquel período, se puede suponer compuesto por él. Lo mismo se puede decir de las Colectas que, como el Canon mismo, reflejan las finas cadencias de la prosa de estilo clásico. Algunas convenciones de las oraciones paganas, que datan de Virgilio y Homero, tienen su eco en las oraciones cristianas y, en su cuidado por dignificar la lengua del culto, Dámaso sustituye, a veces, un término cristiano conocido por una vieja palabra pagana. Su liturgia en latín es, pues, un alto vernáculo, que usa deliberadamente arcaísmos para expresar la santidad del culto. El resultado de su pericia artística hace sido proporcionarnos, en el rito tradicional de la Misa, una expresión distinguida de la última época de la cultura antigua” (Phoenix from the Ashes [Kettering, OH, Angelico Press, 2015], p. 266).

[5] Para una exposición excepcionalmente buena del latín del culto católico, véase Fiedrowicz, M., The Traditional Mass: History, Form, and Theology of the Classical Roman Rite (Brooklyn, NY, Angelico Press, 2020), pp. 153–178.

[6] Cf. Sermón 117, núm. 5: “Es de Dios que hablamos. ¿Por qué te maravillas si no comprendes? Porque si comprendes, no es Dios. Que haya una piadosa confesión de ignorancia más que una apresurada proclamación de conocimiento. Alcanzar a Dios por la mente, en cualquier grado, es una gran bendición; pero comprenderlo es totalmente imposible” (Schaff, P. [ed.], A Select Library of the Nicene and Post-Nicene Fathers, Series I, vol. 6: Saint Augustin [Nueva York, The Christian Literature Company, 1888, con varias reimpresiones], p. 459).

[7] Citado por Hourlier, J., Reflections on the Spirituality of Gregorian Chant (Brewster, MA, Paraclete Press, 1995), p. 27. Cfr. Fiedrowicz, The Traditional Mass, cit., pp. 78–89.

[8] Para un desarrollo más amplio de este tema, véase mi conferencia “Gregorian Chant: Perfect Music for the Sacred Liturgy”Rorate Caeli, 1° de febrero de 2020 (también en video en YouTube y en audio en SoundCloud). Cfr. mi artículo “Why chant will never die, but will rise again as Church recovers sacredness of her worship, LifeSite News, 21 de noviembre de 2019.

[9] O, como lo dice otra traducción, “Tú eras más íntimo a mí que lo más íntimo de mi corazón y más alto en mí que lo más alto de él”: Confessions (trad. de Frank Sheed, Indianapolis, Hackett, 2a ed., 2011), III, 6, 11, 44.

miércoles, 12 de agosto de 2020

Romano Guardini y Petrus Tschinkel sobre la reforma litúrgica

Les ofrecemos hoy un interesante artículo del Dr. Peter Kwasniewski referido a la opinión de dos de los autores que mayor influencia tuvieron en el Movimiento Litúrgico respecto de la reforma acometida tras el Concilio Vaticano II. Se trata de Puis Parsch y Romano Guardini. El primero de ellos murió una década antes de la finalización del Concilio, por lo que no pudo ver los cambios impuestos por la Sante Sede. Sin embargo, sus enseñanzas iban en una dirección completamente opuesta a la que tomaron las innovaciones. Guardini murió algunos años después, pero antes de que se promulgase el Misal reformado. Un cercano relata que, en sus conversaciones al respecto, calificaba la reforma litúrgica como una chapuza. 

El artículo fue publicado en New Liturgical Movement y ha sido traducido por la Redacción. Las imágenes son las que acompañan el artículo original. 

***

“¡Trabajo de gásfiter!”: Romano Guardini y Petrus Tschinkel sobre la reforma litúrgica

Peter Kwasniewski

El canónigo agustino Pius Parsch (1884-1954), de la Abadía de Losterneuburg, en las afueras de Viena, estuvo entre las luminarias más importantes y los partidarios más influyentes del Movimiento Litúrgico a mediados del siglo XX. Su obra clásica, The Church’s Year of Grace [Das Jahr des Heiles], tuvo muchas ediciones en Europa y dos ediciones en inglés en los Estados Unidos de Norteamérica. Aunque menudean en ella ejemplos de mala investigación y excesivo anticuarismo, propios del Movimiento Litúrgico original, este conjunto de varios volúmenes es considerado, en general, como un digno sucesor del Año Litúrgico de Dom Guéranger y de El Sacramentario del Cardenal Schuster, así como una fuente esencial para quien esté interesado seriamente en el rito romano tradicional. Romano Guardini (1885-1968), de la misma generación, contribuyó también con valiosos libros dirigidos a ayudar a los católicos a comprender mejor y a asimilar las riquezas de la tradición litúrgica, de los cuales uno es breve pero robusto, Sacred Signs [Von heiligen Zeichen].

Puis Parsch

Tanto Parsch como Guardini se permitieron experimentos no autorizados que parecen, retrospectivamente, anticipaciones del Novus Ordo, como la celebración versus populum y el uso del vernáculo. Algunos liturgistas posteriores se deleitan proclamando a ambos como predecesores de la nueva liturgia que surgió a fines de la década de 1960. Es, pues, importante, desde el punto de vista histórico, constatar que uno de los más cercanos y devotos estudiantes de Parsch, Petrus Tschinkel (1906-1995), no sintió entusiasmo alguno con los resultados finales de la reforma litúrgica, y narra, desde una experiencia de primera mano, cómo Guardini hablaba de ella de un modo sumamente peyorativo. 

Afortunadamente tenemos acceso a esta información gracias a una entrevista que realizó el Dr. Rupert Klötzl, de Una Voce Austria, al P. Tschinkel el 15 de abril de 1992, en Stift Klosterneuburg bei Wien. La entrevista fue grabada y transcrita (quienes estén interesados en alguna de estas modalidades pueden contactarme directamente).

Petrus Tschinkel (fotografía de 1958)

En cierto momento, el P. Tschinkel dice al Dr. Klötzl: 

“Pius Parsch, das kann ich sagen, wäre mit den Veränderungen der nachkonzilaren Ära in keiner Weise einverstanden gewesen. Das ist nicht das, was er gewollt hat. Jawohl—in der Muttersprache. Das ist aber alles. Aber nicht die Messe als Mysterium—als eine Wirklichkeit hic et nunc, jetzt und hier. Und die wundervollen Perikopen so gewählt, daß sie Mysterienbilder sind für das, was sich jetzt ereignet. Das war sein Anliegen”.

“Pius Parsch, puedo asegurarlo, no habría aprobado en modo alguno los cambios de la época posconciliar. No era eso lo que él había querido. Sí a la [liturgia] en vernáculo. Pero eso sería todo. Pero no [cambiar] la Misa en cuanto misterio, como una realidad hic et nunc, aquí y ahora. Y no hubiera cambiado, por lo que hay ahora, las maravillosas perícopas elegidas de manera que fueran 'imágenes del misterio'. Esa había sido su intención”.

Santa Gertrudis, la parroquia del P. Parsch



Un poco más adelante, el P. Tschinkel expresa su propio punto de vista, que concuerda, aparentemente, con Guardini:

“Und diese liturgischen Formen, nach dem Zweiten Vaticanum, ist ein reiner Leerlauf: nur Texte, Texte. Von einer inneren Haltung keine Spur, vom Mysterium auch nicht. Guardini, wenn Ihnen der Name etwas sagt, den ich sehr verehre. Ich habe, das ist viele Jahre her, da hat Guardini noch gelebt, einen Priester aus München auf Besuch gehabt in St. Gertrud, der wollte St. Gertrud studieren, und da habe ich ihm gesagt - das war gleich nach dem Konzil - ja, ich habe ihm gesagt, wissen Sie, wie Romano Guardini zu den neuen Texten steht? Da sagt er, ja, das kann ich Ihnen sagen. Ich komme sehr oft mit ihm zusammen, und wie er die neuen Texte bekommen hat, hat er sie lange angesehen, ... und dann hat er zu mir gesagt: Klempnerarbeit!”.

“Y esas formas litúrgicas, después el Concilio Vaticano II, no son sino un girar en banda: sólo textos y más textos. Ni rastro de disposición interior, ni rastro de misterio, tampoco. Guardini, si el nombre le dice a usted algo -yo lo adoro-, hace muchos años, cuando todavía estaba vivo, vino un sacerdote de Munich a visitar Santa Gertrudis, porque quería estudiar a Santa Gertrudis, y le dije -era justo después del Concilio-, sí, le dije: ¿sabe lo que Romano Guardini piensa de los nuevos textos [litúrgicos]? Me dijo: 'sí, se le aseguro. Muy a menudo me reúno con él, y cuando recibió los nuevos textos, se quedó mirándolos largo rato… y luego me dijo: ¡obra de gasfíteres!'”.

La palabra alemana Klempnerarbeit quiere decir trabajo realizado a la carrera, mal hecho, sin suficiente esmero, que termina en una chapuza. La referencia a un gásfiter falso que hace un trabajo mecánicamente sugiere que la reforma litúrgica fue enfocada como un arreglar, cortar, adaptar o soldar piezas de cañería más que como un trabajo sutil que hay que realizar en una realidad viva, lo cual requeriría santidad, discreción y conocimientos. Klempnerarbeit podría significar también, en este caso, falta de valor estético de las mal llamadas “reformas”. 


A continuación, el P. Tschinkel traduce la palabra alemana de Guardini al vienés coloquial:

“Ja, ich würde als Wiener sagen: Pfuscherarbeit. So ist das. Die Texte sind gewählt ohne irgend einen Zusammenhang mit dem Mysterium. Es war Pius Parsch sein Anliegen, dem Volk das Mysterium nahezubringen—jetzt und hier sich das ereignet durch die Realpräsenz Christi in der Eucharistie. Das ist Religionsunterricht. Ja, und dann muß ich sagen: In dem Punkt ist Lefebvre sicher ein Retter. Er wird eine Zukunft haben. Wäre nicht das erste Mal. Jeanne d’Arc wurde als Hexe verbrannt, später heilig gesprochen. Athanasius exkommuniziert—der große Kirchenlehrer”.

“Sí, como vienés, yo diría trabajo chapucero. Así es como es. Se ha elegido los textos sin ninguna relación con el misterio. La preocupación de Pius Parsch era hacer el misterio accesible al pueblo – lo que, aquí y ahora, está ocurriendo por la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía-. Eso es educación religiosa. Y sí, debo decirlo a continuación: en este aspecto Lefebvre es ciertamente un salvador, que tiene mucho futuro. No sería la primera vez que pasa. Juana de Arco fue quemada como bruja, y luego se la canonizó. Atanasio fue excomulgado, el gran maestro de la Iglesia”. 

Según un amigo mío de Viena, Pfuscherarbeit significa no sólo un trabajo descuidado, sino también un trabajo ilegal. El P. Guardini, en la medida que vio lo que estaba ocurriendo antes de su muerte en 1968, lo descalificó como Klempnerarbeit; el P. Tschinkel, heredero del P. Parsch, coincide en que la reforma de Bugnini es Pfuscherarbeit.


En aquella entrevista, el Dr. Klötzl menciona también al Dr. Erwin Hesse, quien desde 1946 a 1979 fue párroco de la (actual) iglesia Oratoriana de Viena, San Rochus. El P. Tschinkel habla de su afecto por el P. Hesse y de cómo coincide con él en apreciar la acción de Lefebvre en la preservación la liturgia tradicional y la doctrina. El P. Hesse, de hecho, dictó algunas clases para la FSSPX. Es importante darse cuenta de que estamos aquí en presencia de personas que estudiaron a Pius Parsch y lo siguieron y que, por decirlo de algún modo, son sus herederos.

Pienso que éste es el medio intelectual y espiritual desde el cual debiéramos entender que surgió Joseph Ratzinger, como se advierte en las elegíacas notas de su Prefacio al libro de Alcuin Reid intitulado The Organic Development of the Liturgy:

“El Movimiento Litúrgico había procurado, efectivamente,… enseñarnos a comprender la Liturgia como un tejido de la Tradicion que tomó una forma concreta, que no puede ser hecha pedazos, sino que tiene que ser vista y experimentada como un todo viviente. Quien quiera que, como yo, haya sido movido por esta percepción del Movimiento Litúrgico en la víspera del Concilio Vaticano II no puede sino contemplar, con profunda pena, las ruinas de aquellas mismas cosas que lo preocupaban”.

Quisiera agradecer al Mag. Theol. y Dr. Med. Rupert Klötzl, que realizó la entrevista con el P. Tschinkel y me envió su transcripción, por permitirme usar el material que he citado y las fotos. La entrevista completa, de 5.000 palabras, merece ser traducida (¿algún voluntario?).

Un artículo de periódioc de 1962, en que se ve al P. Tschinkel (con su nombre mal escrito) celebrando la Misa versus populum, pasatiempo favorito de los pseudo-anticuarios. Con la sabiduría del paso del tiempo, el P. Tschinkel lamentó, posteriormente, el apresuramiento con que algunas discutibles teorías se transformaron en premisas de los grandes cambios litúrgicos

sábado, 1 de agosto de 2020

Un recordatario sobre la comunión en la mano de Peter Kwasniewski

En los últimos días ha sido noticia en todo el mundo la decisión repentina de S.E.R. Eduardo Taussig, obispo de San Rafael (Argentina), de cerrar a fines de este año el seminario diocesano, arguyendo instrucciones precisas de la Santa Sede en ese sentido (véase aquí el comunicado de prensa al respecto). La razón de esta inexplicable medida ha sido la negativa de los sacerdotes del presbiterio de dicha diócesis de distribuir la comunión en la mano, como lo había ordenado el obispo invocando como fundamento la mayor salubridad que este mecanismo supone frente al tradicional. Mientras lleva el plazo señalado y se concreta el cierre del seminario, el rector ha sido reemplazado. 

Las reacción no se han hecho esperar. S.E.R. Carlo Maria Viganò ha enviado una carta a monseñor Taussig donde le expresa que se siente "confundido y herido" por la noticia, pidiendo por su conversión. En una breve carta, S.E.R. Héctor Aguer, arzobispo emérito de La Plata (Argentina), le reprocha también a monseñor Taussig la situación provocada por un lamentable error suyo. Hay que recordar que monseñor Aguer había publicado un artículo hace poco tiempo defendiendo la práctic tradicional de comulgar en la boca. Pese a las reacciones de apoyo surgidas desde todo el mundo, ayer monseñor Taussig ha enviado una amonestación canónica a tres sacerdotes, bajo apercibimiento de retirarles las licencias ministeriales, si persisten en distribuir la comunión en la boca. La situación en la diócesis argentina es complicada, por el gran número de fieles que reclaman recibir al Señor como siempre se ha hecho (véase aquí la manifiestación que tuvo lugar en el exterior del seminario). Como asociación, confíamos en que la situación pronto se solucione a favor de lo que siempre ha sido doctrina común de la Iglesia. Pedimos especialmente por los varios sacerdotes chilenos que sirven en esa diócesis de la provincia de Cuyo.  

Para contribuir con la defensa de este derecho de los fieles a recibir al Señor sacramentado de la forma que siempre se ha hecho, les ofrecemos hoy un breve texto del Dr. Peter Kwasniewskipublicado en su muro de Facebook. 

(Foto: Pinterest)

***

Sobre la comunión en la mano

Peter Kwasniewski 

En este tema de la comunión en la mano, ¿no se estará dejando de lado algunos puntos tan obvios como importantes? 

1. Las manos son más sucias que la boca. De otro modo, el Centre for Disease Control (CDC) [Centro para el control de la enfermedad] no estaría constantemente diciéndonos que no nos toquemos la cara. Rara vez las manos están limpias, razón por la cual tenemos que estar frecuentemente lavándolas. Nuestra boca está adentro de nosotros, por lo que no hay en ella más que lo que ya está en nuestro interior, no hay en ella nada de lo que está allá afuera en el mundo exterior, hasta que introducimos en ella alguna cosa. 

2. Además, la mano es símbolo del trabajo, en tanto que la boca es símbolo del habla, del pensamiento, del juicio y del amor. El Apocalipsis no dice que Jesús tenga una espada en la mano, sino que “De su boca sale una espada afilada” (19, 5). El Cantar de los Cantares no comienza “¡Tóqueme con sus manos!”, sino “¡Béseme con besos de su boca!”. 

3. Sobre la base en estas ideas surge el simbolismo de recibir en la boca respecto de tocar la hostia consagrada con la mano. Cuando a uno se le deposita comida en la mano, se trata de una distribución, y esa comida pasa a ser de propiedad de uno. Cuando, por el contrario, alguien nos alimenta en la boca, estamos en una situación pasiva: quien alimenta, da, y quien es alimentado, recibe, como en el caso de un niño pequeño y sus padres. Esta manera de alimentar conviene mejor a la alimentación divina, en que recibimos el Pan del cielo. 

4. Aunque en verdad todos los fieles, con el bautismo, participan del sacerdocio de Cristo, por el orden sagrado el sacerdote participa de dicho sacerdocio de un modo esencialmente diferente y más elevado, puesto que puede actuar “in persona Christi capitis”, en la persona de Cristo Cabeza de la Iglesia. Por eso es que corresponde que él se dé a sí mismo el alimento y que proceda, a continuación, a alimentar a los demás miembros de la Iglesia, tal como lo hizo Cristo con sus apóstoles en la Ultima Cena. 

5. Fue precisamente una internalización de estas verdades, hecha a través de muchos siglos, lo que, junto con muchísimas experiencias, tanto buenas como malas, movió a la Iglesia UNIVERSALMENTE a dar, en Oriente y en Occidente, la comunión exclusivamente en la boca. 

6. Por tanto, el abrupto retorno, en contra de esta milenaria tradición, a la comunión en la mano en la década de 1960, significó enviar un mensaje único: la Eucaristía y el sacerdocio no son, después de todo, cosas tan importantes. No hay que preocuparse de arrodillarse o inclinarse profundamente, no alterarse por estar siendo alimentados con el pan de los ángeles: se trata sólo de un símbolo de nuestra común pertenencia y de nuestra grandeza de bautizados. 

Se ha reemplazado un conjunto coherente de símbolos por otros que le son contrarios. ¿Es tan difícil darse cuenta de esto?

Cuando una imagen vale más que mil palabras