sábado, 30 de marzo de 2019

La Santa Misa en tiempos de guerra (III)

Ofrecemos a continuación a nuestros lectores una tercera entrega de la serie fotográfica sobre la Santa Misa en tiempos de guerra (las primeras dos entradas pueden verse aquí y aquí; por su parte, una entrada especial sobre la Santa Misa a lo largo de toda la Guerra de Vietnam puede verse aquí). 

Con esta serie queremos mostrar ante todo cómo en la liturgia tradicional existe siempre, incluso en las circunstancias más extraordinarias y difíciles, un esfuerzo por celebrar devota, digna y decorosamente el Santo Sacrificio del Altar, sin importar la escasez de los medios disponibles. ¡Cuánta diferencia con la llamada forma ordinaria del rito romano, donde lo habitual es la celebración descuidada e irreverente!


Lucien Simon, La Misa del soldado muerto (1920), baptisterio de la Iglesia de Nuestra Señora del Trabajo, París
(Imagen: Catholicvs)

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Misa en Polonia durante la Primera Guerra Mundial (1914)

El subteniente Pape dice la Santa Misa para el 262° Regimiento del Ejército francés (1915)
Misa del 29° Regimiento de Artillería francés entre Oostduinkerke y Nieuport

Soldados austríacos reciben la Bendición con el Santísimo en la Galitzia polaca (New York Times, 23 de mayo de 1915)

Las tropas alemanas asisten a Misa en la catedral belga de Anvers (New York Times, 21 de marzo de 1915)

  Misa para las tropas francesas (New York Times, 14 de febrero de 1915)

  Misa en el frente francés durante la Primera Guerra Mundial

  Bendición de estandartes polacos en el bosque de Beaulieu, departamento de Aube (Francia)

  Prisioneros austro-húngaros asisten a la Santa Misa en un campamento de prisioneros de guerra (1917)

 Soldados franceses asisten a Misa antes de la batalla (1916)

  Soldados franceses escuchan Misa en una capilla de trinchera (New York Times, 25 de febrero de 1917)

 Misa en el frente francés

  Capellán predica en una iglesia convertida en hospital de campaña

 Misa para las tropas italianas en el frente ítalo-austríaco en el Tirol (New York Times, 27 de febrero de 1916)

  Misa celebrada para los prisioneros de guerra austríacos (1916)

 Misa en el frente italiano (1917)

  Un sacerdote (probablemente el R.P. Paul Doncœur, s.j.) celebra Misa en un altar esculpido en las canteras de Confrécourt, utilizadas como refugio por las tropas francesas durante la Primera Guerra Mundial

 Misa celebrada en 1918 en la catedral de Amiens, cuyos muros fueron cubiertos con sacos para protegerlos de los bombardeos de artillería

El párroco de Vejer de la Frontera, agregado al Regimiento de Infantería de Cádiz, dice Misa el 15 de agosto de 1936 con ocasión del cambio de la bandera  tricolor de la República por la roja y gualda española en la ciudad de Cádiz. 

Capellán italiano celebra la Santa Misa durante la campaña rusa de la Segunda Guerra Mundial

 Misa en Omaha Beach durante el Desembarco de Normandía

Distribución de la Comunión durante la Santa Misa celebrada en Omaha Beach el 25 de junio de 1944. Nótese el armonio portátil

La misma Misa de la foto anterior desde otro ángulo. Al fondo, las cruces del cementerio provisional

Distribución de la Comunión durante la Misa celebrada en Omaha Beach el 12 de junio de 1944

La misma Misa de la foto anterior, desde otro ángulo. Aquí se aprecia que como altar fue utilizado un jeep

Santa Misa en Normandía en 1944 luego del desembarco aliado

Un capellán distribuye la Santa Comunión como viático durante el Desembarco de Normandía

Santa Misa celebrada en un buque de transporte de tropas camino de Normandía

 Weymouth, Inglaterra: el Pbro. Edward J. Waters imparte la bendición final de la Misa a las tropas que desembarcarán en Normandía en las primeras oleadas de desembarco

Misa a bordo del USS Ancon el 3 de junio de 1944. Esta embarcación sirvió como buque insignia durante el Desembarco de Normandía

miércoles, 27 de marzo de 2019

La Comisión de Cardenales de 1986

Hoy queremos recordar el trabajo de la Comisión de cardenales creada en 1986 para estudiar la situación de la Misa tradicional, sobre la cual no se dio a conocer información oficial ni resultados escritos de su trabajo. La información que ha transcendido muestra que ya en esa época, antes de las consagraciones efectuadas por monseñor Lefebvre en 1988, existía consenso en la Curia sobre la necesidad de dar mayor amplitud a la celebración conforme a los libros litúrgicos vigentes en 1962 y que las directrices que se proponían al respecto para reformar el régimen de indulto por entonces vigente era muy similares a las que después iría configurando la desaparecida Pontificia Comisión Ecclesia Dei a través de sus respuestas privadas, como aquella que tradujimos en esta entrada.  

(Foto: KNA/Kath.ch)

Dicha Comisión es el resultado del cambio producido en la década de 1980 en torno a la Misa de siempre. Hace casi un cuarto de siglo, la Sagrada Congregación para el Culto Divino dictó una instrucción que contenía un indulto para usar el Misal Romano según la edición típica de 1962 según el parecer del obispo diocesano (Prot. núm. 686/84). Conocido como Quattuor Abhinc Annos por las primeras palabras de su texto latino ("Hace cuatro años...") y fechado 3 de octubre de 1984, esa instrucción facultaba al obispo del lugar para que autorizase a los sacerdotes y fieles que así lo solicitasen expresamente a celebrar la Santa Misa conforme al rito anterior a la reforma litúrgica posconciliar, siempre que se cumpliesen determinados requisitos. De esta manera, se ampliaba la concesión del decreto de 5 de noviembre de 1971 (llamado His Holiness) con el que Pablo VI había autorizado a la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales para seguir celebrando el rito de siempre con las reformas de 1965 ante la solicitud de un nutrido grupo de intelectuales, entre ellos la escritora Agatha Christie (de ahí que se le conozca informalmente este documento como "el indulto de Agatha Christie"; véase aquí la entrada dedicada a él). 

El primer requisito para acceder a este régimen de excepción era que constase públicamente, sin ambigüedad alguna, que el sacerdote y los respectivos fieles no ponían en duda de ninguna manera la legitimidad y exactitud doctrinal del Misal Romano promulgado por el papa Pablo VI en 1970. Este punto ha perdurado en la legislación actual (Instrucción Universae Ecclesiae, artículo 17).

La segunda exigencia atañía a que la celebración sólo servía para los grupos que la habían solicitado, quienes debían celebrar la Misa en las iglesias y oratorios señalados por el obispo diocesano, quedando excluidas las iglesias parroquiales, a no ser que el propio obispo lo permitiese para casos extraordinarios. De igual manera, la celebración había de realizarse en los días y condiciones fijados por el obispo de forma habitual o para cada caso. Esto cambia desde 2007 con el motu proprio Summorum Pontificum, que permite la celebración en cualquier lugar y cualquier día de la semana, aunque hay quienes han entendido que los domingos y fiestas sólo puede celebrarse una Misa según la forma extraordinaria (cfr. artículo 5, § 2).

El tercer requisito era que la celebración se hiciese según el Misal en vigor en 1962 y en lengua latina, debiendo evitarse cualquier tipo de mezcla entre los ritos y textos de ambos misales. Esta separación entre ambas formas del rito romano es recogida después por la Instrucción Universae Ecclesia (artículo 24). 

(Foto: Katholisch.de)

Finalmente, la instrucción preveía que cada obispo había de informar a la Congregación para el Culto Divino sobre las concesiones otorgadas y, al terminar el primer año de vigencia, debía presentar una relación sobre el resultado de su aplicación. En paralelo, monseñor Augustin Paul Mayer, a la sazón Pro-Prefecto de la Sagrada Congregación para el Culto Divino (asumió como prefecto el 25 de mayo de 1985), pidió al Dr. Eric de Saventhem, presidente de la Federación Internacional Una Voce, que efectuase una encuesta de alcance mundial acerca de la implementación práctica que había tenido el indulto. La investigación duró varios meses y el resultado final fue tan convincente que el Cardenal Mayer obtuvo el permiso del Papa para convocar una Comisión de Cardenales, a la que se le encomendó evaluar el indulto y sugerir enmiendas. El primero en hablar de la idea de esa comisión fue el propio Dr. de Saventhem, quien la mencionó durante una conferencia dada en Düsseldorf ese mismo año 1984.  Hecha la convocatoria, se solicitó a éste que presentara sus propuestas de nuevas reglas para el uso del Misal de 1962, lo que hizo tras consultar al Consejo de la Federación.  

Fue así como en diciembre de 1986 el papa Juan Pablo II instruyó la creación de una comisión integrada por nueve cardenales que formaban parte de la Curia para examinar el estatuto legal de la Misa de siempre a partir de las pocas informaciones recibidas y del completo reporte presentado por la Federación Internacional Una Voce. Ella estaba integrada por los cardenales Agostino Casaroli (Secretario de Estado), Bernardin Gantin (Prefecto de la Congregación para los Obispos), Paul Augustin Mayer (Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos), Antonio Innocenti (Prefecto de la Congregación para el Clero), Silvio Oddi (Camarlengo del Colegio Cardenalicio), Pietro Palazzini (Prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos), Joseph Ratzinger (Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe), Alfons Maria Stickler (Prefecto de la Biblioteca Apostólica Vaticana) y Jozef Tomko (Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos). En una entrevista, el Cardenal Darío Castrillón Hoyos mencionaba a los cardenales Edouard Gagnon (Presidente del Pontificio Consejo para la Familia) y William Wakefield Baum (Prefecto de la Congregación para la Educación Católica) como miembros de dicha Comisión, sin incluir a Oddi, Palazzini y Tomko, aunque es poco probable que lo hayan sido por sus encargos específicos y la materia de estudio a la que ella debía abocarse (véase la referencia a la composición primeramente señalada aquí y aquí). Al parecer, esta Comisión tuvo una única sesión. La verdad es que, además del Cardenal Castrillón, las únicas referencias que existen a su funcionamiento provienen del Dr. Eric de Saventhem, quien la mencionó en la carta dirigida en 1994 al Cardenal Giovanni Battista Re, y del Cardenal Stickler, uno de sus integrantes, que aludió a la reunión de 1986 en una conferencia impartida en Estados Unidos. 

En concreto, el trabajo de los cardenales debía abocarse al examen de dos preguntas: la primera de ellas era si el papa Pablo VI había autorizado a los obispos para prohibir la celebración de la Misa tradicional, mientras que la segunda decía relación con si cualquier sacerdote gozaba del derecho de celebrar esa Misa, tanto en público como en privado, sin restricción de ninguna especie, incluso contra la voluntad de su Ordinario. La Comisión determinó casi por unanimidad (8 de 9 cardenales) que el papa Pablo VI nunca concedió a los obispos la autoridad para prohibir a un sacerdote celebrar la Santa Misa según el Misal codificado por San Pío V, pues la disciplina de los ritos estaba reservado a la Sede Apostólica. Y eso, pese a que el propio Papa había declarado en el consistorio del 24 de mayo de 1976, poco antes de las ordenaciones sacerdotes en el seminario de Écône respecto de las cuales monseñor Lefebvre había recibido una monición de no llevarlas a efecto, que "[e]l nuevo Ordo ha sido promulgado para que se sustituya el antiguo". Respecto a la segunda cuestión, la comisión sí fue unánime en declarar que a los sacerdotes no se les puede obligar a celebrar el rito de la Misa reformada, por lo que los obispos no tienen competencia para prohibir o imponer restricciones a la celebración del usus antiquior, ya sea en público o en privado.

Tras una época de dura persecución, que siempre vuelve a reaparecer
(recuérdese, por ejemplo, que en 2017 S.E.R. Mons. Klaus Dick, obispo auxiliar emérito de Colonia, había señalado con crudeza en una entrevista que, "en la práctica, la aversión contra la forma del viejo rito es tan fuerte, que no se permite que se lo celebre"), la Santa Sede reconocía el derecho de cualquier sacerdote a celebrar la Misa tradicional, y esto se confirmaba por el hecho de que, cada vez que alguno era injustamente suspendidos por su obispo por ese motivo, la Sede Apostólica anulaba siempre la pena si el caso había sido objeto de recurso. Aunque no había claridad al respecto, esto era una prueba más de que no eran los sacerdotes quienes desobedecían cuando celebraban la Misa tradicional, sino que eran los obispos los que al impedirlo se situaban fuera del derecho canónico y litúrgico, configurándose un verdadero abuso de poder (véase lo dicho al respecto en esta entrada). De ahí que las penas infligidas a los sacerdotes por celebrar la Misa tridentina fuesen nulas e inválidas, como se establecía ya en la Constitución apostólica Quo primum tempore (1570).

 (Foto: Dom Radio)

Además, la Comisión se ocupó del indulto de 1984 y de los resultados que había significado su aplicación para la Iglesia universal.De forma también unánime, su conclusión fue que, en la práctica, el régimen del indulto había demostrado ser poco útil, y la razón era que las condiciones fijadas en la instrucción Quattuor abhinc annos para autorizar la celebración de la Misa de siempre eran "demasiado restrictivas y debían ser mitigadas" (Carta del Cardenal Mayer a los obispos norteamericanos, de 20 de marzo de 1991, Prot. núm. 500/90). Esto llevó a la Comisión a sugerir algunas recomendaciones detalladas para que el Papa dictase una nueva reglamentación sobre la liturgia tradicional, con el propósito de reafirmar y aclarar a los obispos que la verdadera voluntad del Santo Padre no consistía negativamente en una concesión de tolerancia, sino más bien, positivamente, en una verdadera y precisa iniciativa pastoral tomada no para calmar las reacciones a los abusos litúrgicos, sino para recomponer la disensión en el Pueblo de Dios y favorecer la reconciliación pastoral entre los fieles.

Por diversas razones, especialmente por las presiones de algunas conferencias episcopales, este nuevo documento nunca se dictó durante el largo pontificado de Juan Pablo II y hubo que esperar hasta 2007, cuando su sucesor promulgó el motu proprio Summorum Pontificum que dio plena ciudadanía (ahora sin dudas jurídicas) para el uso de la desde entonces denominada "forma extraordinaria" del rito romano. 

El contenido de las recomendaciones hechas por la Comisión de Cardenales se puede resumir de la siguiente forma y en ellas están reflejadas no pocas de las sugerencias hechas por la Federación Internacional Una Voce a través de su presidente: 

1. En todas las ceremonias del rito romano se ha dar el debido honor el honor a la lengua latina. Por consiguiente, los obispos deben asegurarse de que en los domingos y días feriales se celebre al menos una Misa latina en cada una de las localidades importantes de la diócesis. Con todo, y por razones pastorales, las lecturas pueden ser proclamadas también en la lengua vernácula.

2. Para sus Misas privadas, todo sacerdote pueden usar el latín sin ninguna restricción. De hecho, los cardenales recordaban que el papa Pablo VI había dicho que, de por sí, el sacerdote en privado había de decir la Misa reformada en latín, ya que la concesión hecha para el uso de las lenguas vernáculas era sólo de orden pastoral, para permitir a los fieles comprender los contenidos del rito y, de ese modo, participar mejor, lo que no ocurre en las celebraciones sin pueblo.

3. En las Misas celebradas en latín, con o sin pueblo, el celebrante tiene derecho a elegir libremente entre el Misal de Pablo VI (1970) y el de Juan XXIII (1962).


 (Foto: Katholisch.de)

4. Si el celebrante elige el Misal reformado, debe observar las rúbricas que le son propias. 

5. Si el celebrante elige el Misal de Juan XXIII, está obligado a ceñirse a las rúbricas de ese Misal, pero se permite que pueda (i) usar el idioma latino o el vernáculo para las lecturas, y  (ii) hacer uso de los prefacios y oraciones adicionales del Propio de la Misa contenida en el Misal reformado, quedando obligado a introducir la Oración universal.

Cumple recodar que el uso pastoral del vernáculo para las lecturas fue conservado tanto en Summorum Pontificum (artículo 6°) como en la instrucción Universae Ecclesia (artículo 26), siempre que se empleen traducciones aprobadas por la Sede apostólica (véase aquí lo dicho al respecto, así como la respuesta de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei traducida en esta entrada, y también aquí y aquí lo escrito por el Dr. Peter Kwasniewski). Como después quedó refrendado con esos documentos, la Comisión expresó sus dudas cuanto al uso facultativo del leccionario reformado, puesto que se temía la confusión que podía producirse a causa de la no perfecta correspondencia al calendario de los dos Misales. Por su parte, el uso de los prefacios y la inclusión de la Oración universal fue algo que más tarde llegó a sugerir la Pontificia Comisión Ecclesia Dei (véase aquí)

6. El calendario litúrgico para las fiestas será el del Misal elegido por el celebrante.

El punto también quedó zanjado por la instrucción Universae Ecclesia (artículo 26), frente a lo que fue el criterio de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei entre 1988 y 2007 (véase aquí). Como ha quedado dicho, ya la Comisión de Cardenales había hecho presente su reserva respecto del uso del leccionario reformado para la Misa tradicional por la falta de exacta correspondencia en los calendarios.

sábado, 23 de marzo de 2019

La liturgia y los aplausos

Quienes hayan asistido habitual u ocasionalmente a la liturgia reformada de modo inevitable se han visto enfrentados al modo descuidado y falto de sacralidad en el que habitualmente ésta es celebrada, y a la centralidad del Hombre en ella, en desmedro de Dios. Una manifestación particularmente chocante de esto es el aplauso dentro de la liturgia.

Queremos compartir primeramente una breve reflexión de Joseph Ratzinger/Benedicto XVI sobre este punto, en el que explica no sólo por qué el aplauso no tiene ningún lugar en la liturgia, sino de qué modo la desnaturaliza. En segundo término, les ofrecemos un decidor registro fílmico del papa Juan XXIII, quien, al ser recibido en Ostia durante el Cuarto Domingo de Cuaresma de 1963, reprende en su característico modo afectuoso y desenfadado a los fieles, entre ellos muchos clérigos y religiosas, que lo reciben en la iglesia con gritos y aplausos. Esto recuerda aquella frase de San Pío X, quien decía a los fieles que visitaban San Pedro del Vaticano que no se podía aplaudir al siervo en la casa de su Señor ("non si applaude il servo nella casa del padrone").


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 «Cuando se aplauda por la obra humana dentro de la liturgia, nos encontramos ante un signo claro de que se ha perdido totalmente la esencia de la liturgia, y ha sido sustituida por una especie de entretenimiento de inspiración religiosa. Este tipo de atracción no dura mucho; en el mercado de las ofertas de tiempo libre, que siempre incorpora formas de lo religioso para incitar la curiosidad del público, es imposible hacer la competencia. Yo mismo he asistido a una celebración en la que el acto penitencial se sustituyó por una representación de danza que, como es obvio, concluyó con un gran aplauso. ¿Podríamos alejarnos más de lo que es realmente la penitencia?

La liturgia sólo podrá atraer a las personas si no se mira a sí misma, sino a Dios; si se Le permite estar presente en ella y actuar. Entonces ocurre lo que es verdaderamente extraordinario, lo que no admite competencia, y las personas sienten que aquí ocurre algo más que un aprovechamiento del tiempo libre».

Ratzinger, J., El espíritu de la liturgia. Una introducción (trad. de Raquel Canas, Madrid, Ediciones Cristiandad, 5a ed., 2007, pp. 241-242). 

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 «Estoy muy contento de haber llegado hasta aquí. Pero, si he de expresar un deseo, éste sería que en la iglesia no gritéis ni aplaudáis, y ni siquiera saludéis al Papa, porque Templum Dei, templum Dei ["El templo de Dios es el templo de Dios"]. Así que, si vosotros estáis contentos de encontraros aquí, en esta hermosa iglesia, ¡imaginaos si no está contento el Papa de ver a sus hijos! Pero, recién llegado para estar con ellos, nos les aplaude en la cara. ¡Y quien está ante vosotros es el sucesor de San Pedro!» 

miércoles, 20 de marzo de 2019

Un profético discurso del primer presidente de la Federación Una Voce

En la entrada que dedicamos al Dr. Eric de Saventhem, primer presidente de la Federación Internacional Una Voce, de la cual nuestra asociación es capítulo chileno desde su fundación en 1966, hacíamos referencia al discurso que éste pronunció el año en que comenzó a regir el rito de la Misa reformada y que el tiempo ha demostrado ser una profecía de lo ha ocurrido en estas casi cinco décadas de vigencia. Los "frutos del Concilio", ostensibles para cualquiera que mire la situación de la Iglesia con una mirada no cegada por la ideología o la candidez forzada, muestran la actualidad de esas palabras que debieran ser lectura obligada para cualquiera que quiera entender las raíces de la crisis que hoy remece la barca de Pedro. El Dr. de Saventhem enuncia puntos de acción concretos (aquí destacados en negrilla) para los capítulos de Una Voce, los que no han perdido ni un ápice de su oportunidad y pueden ser aplicados con gran provecho por cualquier coetus fidelium formado en torno a la Misa de siempre.

El discurso fue pronunciado el 13 de junio de 1970 y estaba dirigido a los miembros de la Federación Internacional Una Voce reunidos en la ciudad de Nueva York con ocasión de la primera asamblea general. El original en inglés puede ser consultado aquí seguido de un colofón de 2014 escrito por James Bogle (Una Voce Australia), entonces presidente de la Federación, que también se ha ofrece en esta versión al español. La traducción pertenece a la Redacción.  

 Dr. Eric de Saventhem

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Como la mayoría de ustedes sabe, Una Voce ha pasado por un tiempo de prueba. La promulgación del nuevo Ordo Missae nos enfrentó a lo que se está convirtiendo rápidamente en el problema número uno del católico leal: ¿cómo combinar la sumisión filial al Santo Padre con la crítica respetuosa pero abierta de algunos de sus actos?

En asuntos tan delicados, la primera necesidad es ser precisos tanto en nuestro pensamiento como en nuestras palabras. Cuando los delegados de las catorce asociaciones federadas de Una Voce se reunieron en Zúrich en febrero, decidieron por unanimidad que la Federación debería esforzarse por obtener la conservación de la Misa tridentina "como uno de los ritos reconocidos en la vida litúrgica de la Iglesia universal". Pero esto no equivalía a una condena del nuevo Ordo. Que sea "para" el rito tridentino de la Misa no significa que estamos "en contra" del nuevo Ordinario de la Misa en el sentido de un rechazo absoluto hacia ella. Así como no estábamos "en contra" de la lengua vernácula cuando abogábamos por "la conservación del latín litúrgico".

En la Iglesia siempre ha existido una pluralidad de ritos reconocidos y de lenguajes litúrgicos. Pero ese "pluralismo", para usar la palabra moderna, surgió del "respeto a la Tradición": así, el mismo San Pío V, cuando introdujo el Misal romano uniforme después del Concilio de Trento, confirmó específicamente la legitimidad de otros ritos de venerable origen y uso. Permítanme, en este punto, recordarles que la santa unificación de los ritos de la Misa que se logró con el Misal de San Pío V fue llevada a cabo por el Papa a petición expresa de los obispos reunidos en el Concilio. Por lo tanto, no fue un acto de la Curia o de desprecio romano por la individualidad legítima de la expresión litúrgica. Los propios obispos pidieron a Roma que prescribiera un rito uniforme para toda la Iglesia latina porque habían descubierto que, en el plano diocesano o incluso sinodal, era imposible detener o incluso reducir la proliferación de textos no autorizados para la celebración de los sacramentos.

Simplemente estamos presenciando una repetición, tanto de la proliferación de textos no autorizados como de la incapacidad episcopal para enfrentarlos. Quizá también podamos ver una repetición de ese acto de sabiduría que, hace más de 400 años, hizo que los obispos le pidieran al Papa que redactara y promulgara "a perpetuidad" el ritual uniforme de la Misa que fue sancionado en 1570 y que ha traído consigo una inmensa bendición a la Iglesia.

El pluralismo de hoy es de otra índole: es la consigna y el grito de guerra de aquellos que quieren dejar de lado la Tradición. Por eso, en medio de una nueva proliferación de ritos y textos litúrgicos, asistimos a la supresión práctica del único rito que de manera perfecta consagra el tesoro más sublime de la Iglesia, el santo misterio de la Misa.

Hasta ahora, la supresión se logra solo de facto y no de iure. De hecho, sería impensable que el viejo Ordo Missae haya sido prohibido oficialmente. Para justificar esto, uno tendría que argumentar que de alguna manera ese rito fue "incorrecto" o "malo", ya sea doctrinal o pastoralmente. Demostrar cualquiera de esos calificativos sería equivalente a negar que la Iglesia es guiada por el Espíritu Santo. Por lo tanto, es inadmisible incluso sugerir que el viejo Ordo podría ser abrogado.

Pero la supresión de facto es, sin embargo, lo suficientemente real, y debemos luchar contra ella con todos los medios a nuestra disposición. Un argumento es, por supuesto, el mismo "pluralismo" que los reformadores invocan constantemente: a menos que abarque la existencia continua del antiguo rito, uno al lado del otro, el "pluralismo" en la liturgia se expone inmediatamente como pura hipocresía, un leve velo tanto del desprecio por la Tradición como del arrogante sesgo anti-romano de las jerarquías nacionales y sus comisiones litúrgicas.

Valga recordar que las tres nuevas plegarias eucarísticas, o cánones, se introdujeron, no en lugar de, sino además, del antiguo canon romano, el que fue expresamente confirmado e incluso se le otorgó un lugar de honor (en el papel) para las Misas celebradas los domingos. Por lo tanto, es perfectamente legítimo y razonable pedir que el nuevo Ordo Missae se ofrezca, de la misma manera, como una forma adicional y alternativa de celebrar la Misa, y no como un reemplazo absoluto del antiguo rito de San Pío V.

 7 de marzo de 1965: Pablo VI celebra la primera Misa en italiano
(Foto: Combonianum)

En cuanto al nuevo Ordo, como todos ustedes saben, se ha convertido en objeto de críticas fuertes, generalizadas y extremadamente convincentes. Esto se aplica al orden y las oraciones de la Misa en sí, y a la llamada Institutio generalis u "Ordenación general del Misal romano". La crítica se refiere a los textos latinos oficiales y, en muchos países aún más fuertemente, a sus traducciones vernáculas. Se ha hecho evidente que los textos reflejan algunas de las nuevas tendencias teológicas que inspiraron el notorio "Catecismo holandés" y que Roma misma ha condenado. Esto ocurre incluso cuando estas tendencias no se reflejaban en las palabras utilizadas en el nuevo Ordo o en la Institutio generalis, sino que se hayan inequívocamente en el contexto y, más particularmente, en los efectos psicológicos a los que apunta claramente el nuevo rito. Por estas razones, Una Voce, al igual que muchos otros, se ha sentido con el derecho, y no obligada, a criticar al nuevo Ordo, de la misma manera que hemos criticado anteotros aspectos de la reforma post-conciliar.

¿Está mal esta crítica? ¿Es impropia porque proviene de aquellos que se consideran a sí mismos como católicos leales y como hijos fieles del Santo Padre? Después de todo, el nuevo Missale Romanum fue promulgado por el pontífice reinante, por lo que se debe estar seguro de que él considera que no sólo está libre de errores, sino que también de tendencias y ambigüedades potencialmente peligrosas, y que estima su introducción como algo necesario para el mayor bien de la Iglesia. Veamos este problema por un momento. Veamos qué sucedió con los documentos recientes más importantes de la guía papal para la Iglesia en asuntos de fe, moral y liturgia.

Recuerdése Mediator Dei, con sus imperiosas exhortaciones contra las aberraciones litúrgicas que se han convertido en práctica cotidiana. Recuerdése la Veterum Sapientia de Juan XXIII, con sus graves advertencias para salvaguardar el uso del latín, particularmente en la liturgia y los seminarios. Recuérdese Mysterium Fidei, con su clara condena de algunas nuevas interpretaciones sobre el misterio de la transubstanciación. Recuérdese la Constitución Sacrosanctum Concilium promulgada por el papa Pablo VI, con su decisiva orientación sobre la conservación del latín como idioma principal de la liturgia y su permiso cuidadosamente circunscrito para el uso de la lengua vernácula en ciertas partes de la Misa. Recuérdese el "Credo del Pueblo de Dios", con su reafirmación de todas las verdades esenciales del catolicismo y con su advertencia implícita contra cualquier doctrina que empobrezca o falsifique el Depositum Fidei. Recuérdese, más recientemente, el Decreto Memoriale Domini, que desaprueba formalmente la práctica de la comunión en la mano. Y todos ustedes están demasiado familiarizados con las advertencias semanales del Santo Padre contra las innumerables formas de sutil subversión desde adentro, desde los cardenales hasta los vicarios enardecidos, desde los llamados "teólogos eminentes" hasta los irresponsables periodistas calificados como "católicos".

Los últimos veinte años nos han dado muchos ejemplos de Papas reinantes que expresan su clara e inequívoca desaprobación de ciertas ideas, ciertas tendencias, ciertas prácticas, ciertas sugerencias y actitudes que se han manifestado dentro de la Iglesia. Casi todos han sido ignorados por completo, por laicos, por sacerdotes, por obispos y cardenales, y de hecho, en la cima misma, donde más de un pontífice reinante ha ido en contra de los precisos preceptos de sus predecesores inmediatos.

 Ludolf Bakhuizen, Cristo en la tormenta en el Mar de Galilea (1695, Indianapolis Museum of Art)

Después de esta digresión, permítanme volver a Una Voce y sus dos preocupaciones principales: el latín, con el canto gregoriano, y la Misa tridentina.

Es totalmente erróneo etiquetarnos como reaccionarios, como personas que se aferran tercamente a los caminos de ayer, cuyas mentes están cerradas a una reforma necesaria y beneficiosa, o cuyos conceptos personalizados de oración litúrgica reflejan el individualismo de una época pasada. Por el contrario, nuestra insistencia en que en la liturgia deberíamos usar un lenguaje específico y un determinado estilo música, y que para la Misa deberíamos seguir utilizando un rito cuya inspiración es teológica más que sociológica, hierática más que comunitaria, constituye en realidad un acto de "contestación" con miras al futuro.

Se trata de una contestación contra una noción empobrecida de lo que es la liturgia. La liturgia es mucho que el "diálogo entre Dios y su gente". Es la representación ordenada jerárquicamente de lo sagrado en la realidad profana. La liturgia es, de hecho, una acción sagrada. Como tal, es esencialmente escritural. Afirmar que la liturgia se ha convertido en "más escritural" gracias a lecturas más y más variadas de la Biblia y al uso liberal de los Salmos para los cantos antifonales y responsoriales, es engañoso cuando al mismo tiempo ella está siendo despojada de la mayoría de las palabras y los gestos y accesorios que denotan la sacralidad de la acción y que transmiten esa sacralidad a los participantes y provocan una respuesta de sus corazones en lugar de sus cabezas.

Esta contestación se dirige también contra un concepto empobrecido del sacerdocio. Simplemente pregúntense esto: ¿la "crisis del sacerdocio" habría ocurrido y asumido las dimensiones aterradoras que presenciamos cada día, si el sacerdote hubiera sido el "ministro del altar" (en lugar de la gente), actuando "in persona Christi", en lugar de ser un mero "presidente de una asamblea"? Y el latín, sólo porque ha sido durante tanto tiempo un lenguaje reservado para el uso eclesiástico y particularmente para el uso en la liturgia, dio expresión tangible al carácter esencialmente supra-natural del sacramento. De todos modos, tenemos pocos medios para manifestar nuestros sentidos, es decir, los oídos, los ojos, la nariz, la boca y el tacto, la diferencia esencial entre una acción sagrada y una profana. El latín, la vestimenta, el incienso, la oblea de la Hostia, la indicación de que los pulgares e índices del sacerdote se unan después de la consagración, la prohibición de que los laicos toquen los vasos sagrados o las especies consagradas; todo esto era necesario y, en la mayoría de los casos, constituían medios elegidos espontáneamente, manifestando esa diferencia esencial. Y debido a esto, dieron un propósito y una dignidad únicos al sacerdote que celebra y a su auto-elegido aislamiento en el celibato, otro "signo" de la distinción esencial entre el sacerdocio "ministerial" del ministro ordenado para el servicio del altar, y el sacerdocio común de todos los católicos bautizados. Eliminar los "signos" siempre afecta lo que significan, y es por esto que las recientes reformas litúrgicas se encuentran entre las principales causas de la crisis del sacerdocio.

 Misa Novus Ordo

Ante todo esto: ¿qué podemos, qué debemos hacer?

Sobre todo: debemos ganar nuevos miembros para Una Voce. No por un número mayor, sino para fortalecer nuestra resolución mutua y abordar más eficazmente las numerosas tareas que nos esperan. ¿Cuáles son estas tareas?

Primero: preservar entre nosotros y difundir más allá de este círculo limitado la familiaridad con el latín litúrgico. Esto es requerido por el propio Concilio. Los textos litúrgicos latinos deben entenderse, y para eso no hay que convertirte en un "erudito". Es otra virtud de este invaluable lenguaje "muerto" que, en la forma en que nos ha llegado como el latín de la Iglesia, es un lenguaje fácil, infinitamente más fácil que la mayoría de los idiomas modernos. Y si incluso estos se pueden dominar razonablemente bien en unos pocos meses para un entendimiento básico, entonces eso vale a fortiori para el latín eclesiástico. El conocimiento básico del propio lenguaje de la Iglesia da un sentido atemporal a nuestro sentido de pertenencia y proporciona un vínculo particular con los grandes santos del pasado. Incluso si hacemos poco uso de nuestro conocimiento fuera de la liturgia, el hecho de estar familiarizados con la Iglesia en latín fortalecerá nuestro "sensus ecclesiae". Y, dado que los sacerdotes están hoy en día tan ansiosos por emular a los laicos, nuestro interés por el latín puede incluso traerlo de vuelta a los seminarios. Así que aquí hay algo que sus capítulos pueden y deben hacer: organizar cursos para el latín eclesiástico, con especial énfasis en los textos litúrgicos.

No se piense, sin embargo, que el latín en la liturgia debe ser entendido por todos antes de que pueda recuperar el lugar que le corresponde. El énfasis prevaleciente en la comprensión racional de cada palabra hablada en el altar o ambón es otro de esos empobrecimientos que cuestionamos. Pero nos corresponde a nosotros hacer el esfuerzo adicional de aprender el latín de la Iglesia, no sólo para poder transmitir a nuestros hijos el mínimo de conocimiento lingüístico que anteriormente formaba parte de su instrucción religiosa ordinaria.

En segundo lugar: el canto gregoriano debe ser practicado. Si no se puede hacer esto en la iglesia, entonces hay que crear una sociedad coral. Cuando sea demasiado difícil, el capítulo podría celebrar reuniones periódicas en las que se reproduzcan algunos registros de canto gregoriano, de modo que los oídos de los miembros, y los de sus hijos, o de los amigos a los que se pueda llevar con mayor facilidad a este tipo de encuentro que a una reunión formal de Una Voce, permanezcan familiarizados con su belleza, y de ese modo guarden sintonía con su calidad única de oración.

 (Foto: Regina Magazine)

En tercer lugar: los miembros de Una Voce deben estar razonablemente bien formados en la doctrina de la Iglesia sobre asuntos litúrgicos y deben conocer el patrón básico de la historia litúrgica. Muy a menudo nos quedamos indefensos, por mera falta de conocimientos básicos, cuando discutimos con otros católicos o con sacerdotes que han leído los últimos libros. Los capítulos deben organizar grupos de estudio y conferencias, y la sede debe difundir el conocimiento básico a través de su boletín informativo, y debe proporcionar a los capítulos una biografía seleccionada para el uso de líderes de grupo o de los miembros individuales.

En cuarto lugar, y esto es lo más importante: llegar a los jóvenes. Sin saberlo todavía, necesitan desesperadamente una liturgia que sea más rica en contenido y expresión que el mero "diálogo" (del cual obtienen más que suficiente en todas las demás esferas de la vida de la Iglesia), mero entretenimiento o incluso catequesis, más rica que la unión o un ejercicio de entrenamiento en "sensibilidad" (o deberíamos decir "insensibilidad"). Necesitan la atmósfera de abstinencia, de recuerdo, del verdadero "laus Dei", que es totalmente diferente de alabar descaradamente al "Señor del Universo" a través de las hazañas o el progreso del hombre. Necesitan el encuentro, de hecho, la confrontación con el "signo de contradicción", re-presentado todos los días en el "Mysterium Tremendum" de la Santa Misa.

Vendrá un renacimiento: el ascetismo y la adoración, como la fuente de la total dedicación directa a Cristo, volverán. Se formarán cofradías de sacerdotes, entregadas al celibato y a una vida intensa de oración y meditación. Los religiosos se reagruparán en casas de "estricta observancia". Surgirá una nueva forma de "Movimiento litúrgico", dirigida por jóvenes sacerdotes y que atraerá principalmente a jóvenes, en protesta contra las liturgias planas, prosaicas, filisteas o delirantes que pronto crecerán y finalmente sofocarán incluso los ritos recientemente revisados.

Es de vital importancia que estos nuevos sacerdotes y religiosos, estos nuevos jóvenes con corazones ardientes, encuentren, aunque sólo sea en un rincón de la mansión de la Iglesia, el tesoro de una liturgia verdaderamente sagrada que todavía brilla suavemente en la noche. Y es nuestra tarea, ya que se nos ha dado la gracia de apreciar el valor de este patrimonio, preservarlo de la destrucción, de ser enterrado, despreciado y, por tanto, perdido para siempre. Es nuestro deber mantenerlo vivo: por nuestro propio vínculo afectivo, por nuestro apoyo a los sacerdotes que lo hacen brillar en nuestras iglesias, por nuestro apostolado en todos los niveles de persuasión.

Que Dios nos dé valor, sabiduría y perseverancia, y que fortalezca y profundice ahora más que nunca antes nuestro amor por la Iglesia y por Ella, a quien el Santo Padre proclamó solemnemente Mater ecclesiae: María, la Santísima Madre de Dios y nuestra Santísima Reina y Madre.

 Eric de Saventhem y su mujer Elisabeth, nacida von Plettenberg
(Foto: FIUV)

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Estas palabras del presidente han demostrado ser proféticas. Como sabemos ahora, el movimiento para la preservación y la celebración de los ritos antiguos y tradicionales de la Iglesia católica es un movimiento que concita mayoritariamente a los jóvenes.

También hemos visto en nuestro tiempo un florecimiento de sociedades sacerdotales y religiosas dedicadas a celebrar los ritos antiguos de la Iglesia con devoción, cuidado y amor.

Sobre todo, las palabras proféticas del fundador se cumplieron con la promulgación para la Iglesia universal, por parte del papa Benedicto XVI, el 14 de septiembre de 2007, Fiesta de la  Exaltación de la Santa Cruz, del motu proprio Summorum Pontificum, que declara abiertamente lo que Dr. Saventhem ya había comprendido: que los ritos de siempre nunca habían sido abrogados (numquam abrogatam).

Es apropiado recordar la inmensa cantidad de trabajo que el Dr. de Saventhem y su mujer dedicaron para ayudar a restablecer el lugar de los ritos tradicionales en la Iglesia, que vieron su fruto en ese motu proprio. Su trabajo, y el de la Federación, contribuyeron también a la creación del entorno en el que éste se emitió.

No olvidemos nunca al Dr. de Saventhem y su mujer, Elizabeth, en nuestras oraciones.

James Bogle
Agosto de 2014