Marta Letelier Llona (1914-1995)
fue hermana del primer presidente de nuestra Asociación, el compositor Alfonso Letelier Llona (1912-1994). Compartió todas las etapas de su vida en la
Hacienda de Aculeo alternándola con las misiones en el extranjero que debió
servir su marido, el embajador Enrique Bernstein Carabantes (1910-1990). La
hacienda, adquirida por sus abuelos en 1860, fue desarrollada por el empuje
empresarial de su padre, Miguel Letelier Espínola (1883-1965), destacado ingeniero
civil, agricultor y criador de caballos chilenos, quien se desempeñó como
Subsecretaria del Ministerio de Agricultura, Industria y Colonización del Presidente Arturo Alessandri Palma. Con su
marido, a quien acompañó en destinaciones en Brasil, Egipto, Austria, Francia,
Yugoslavia e Italia, primero como Ministro Consejero y después como Embajador, tuvo
tres hijos. Su vida estuvo dedicada a su familia y también a la ayuda de
organizaciones comunitarias en áreas urbanas y rurales de bajos ingresos, entre
las que cabe citar la Población San Gregorio y las Juntas de Vecinos de Paine y
Aculeo. En 1987, como testimonio a los
suyos, quiso dejar por escrito lo que fue la vida en una hacienda del
campo chileno que pasó a formar parte central de su vida durante buena parte de
un convulsionado siglo XX. El texto, editado bajo el título Aculeo, tierra de recuerdos, fue publicado por la Editorial Andrés Bello, a quien tanto debe la cultura de nuestro
país.
Alfonso Letelier Llona
Premio Nacional de Arte, mención música, 1968
Primer Presidente de la Asociación de Artes Cristianas y Litúrgicas Magnificat
Les ofrecemos ahora un fragmento de esa obra relativo a la situación religiosa en la Hacienda Aculeo, donde habla también del ejemplo de vida cristiana de su abuela Edelmira.
Conviene recordar que hacia allí se dirigía Emiliano Figueroa Larraín (1866-1931), Vicepresidente durante las fiestas del centenario y Presidente de la República entre 1925 y 1927, el sábado 16 de mayo de 1931 cuando sufrió el accidente de tránsito que le constó la vida. Ese día, el ex presidente había almorzado temprano en el Club de la Unión con algunos amigos, ya que estaba invitado al cumpleaños de doña Edelmira Espínola Letelier en la Hacienda Aculeo, donde solían coincidir políticos, obispos y artistas. De hecho, era común ver en sus salones a los pintores de la época, como Pedro Lira, Onofre Jarpa, Alfredo Helsby y Enrique Swinburn, quienes plasmaron los paisajes del lugar en sus obras. Terminado el almuerzo, Figueroa se subió a un Packard descapotable que conducía su amigo el doctor Manuel Torres Boonen. Algunas calles más abajo, en la esquina de Alameda con Gorbea, el automóvil donde viajaban fue impactado por un vehículo de alquiler. Figueroa murió a las 17.10 horas en la Asistencia Pública.
Doña Edelmira Espínola de Letelier
(Foto: MásDeco)
La primera iglesia que hizo
edificar la abuela, junto a la escuela, en 1897, había sido reducida a
escombros en el terremoto de 1906. Tan pronto como fue posible mi padre inició
la edificación de otra, que fue inaugurada en 1913. Es la que aún existe, sólo
que sin su torre, la cual se elevaba como una flecha, enmarcada a lo lejos en
el cerro de la Punta alta. Su pérdida se debió más que al temblor (con
características de terremoto) del año 1972, a la obstinación de la gente, que
dueña ya de sus propias decisiones por efecto de la Reforma Agraria, al ver la
torre realmente averiada temió que se viniera abajo, a pesas de los arreglos
que habrían podido hacerse.
La abuela quiso que la vida
religiosa en esa región fuera lo más activa posible. Tenía un capellán
permanente mantenido por la hacienda. Se sucedieron innumerables curas; santos
y notables unos, otros, menos. En todo caso, había misa diaria y se rezaba
novenas según el calendario de la iglesia. Principalmente se enseñaba el
catecismo y se atendían los sacramentos en una comunidad que puede haber
alcanzado a más de 500 habitantes. La misa se celebraba a las siete de la
mañana en verano y a las ocho en invierno. La abuela no dejó de asistir sino
cuando una enfermedad se lo impedía. Partía con su empleada, Flora Albornoz,
las dos de velo y misal. Tomaba el desayuno en el comedor; jamás se lo hizo
llevar a la cama. Flora dormía en la pieza contigua y que es hoy la
sala-escritorio de Juan Enrique.
Vista de las antiguas casas de la Hacienda Aculeo
[…]
Después de este largo paréntesis
vuelvo a lo que nuestra abuela hizo para promover la piedad y la vida cristiana
en Aculeo. Como construcción, lo más importante después de la iglesia fue la
reproducción de la Gruta de Lourdes.
Eligió el cerro Los Ratos y que hoy llamamos La Gruta. No pudo ser un
sitio más adecuado; sirve de fondo al camino principal que allí se divide: a la
derecha el que va a Rangue y Los Hornos; hacia la izquierda, a lo que era El
Vínculo (San Francisco, Cajón de las Islas, etcétera). Pero no sólo hizo colocar
artísticamente enclavada en las rocas la imagen de la Virgen de la Inmaculada
Concepción, sino que trazó a su alrededor un parque de pinos, castaño, olmos y
árboles de flor. En la plazoleta bajo la gruta, platabandas de rosas y otras
flores. Se hicieron caminos que, borrados por el descuido y los destrozos del
tiempo, aún subsisten. Para regar este parque se construyó más arriba un
estanque que recoge el agua sobrante de la canalización de la acequia del agua
potable, a la cual ya me he referido anteriormente. Para todos los niños
aculeguanos, la Gruta fue nuestro paseo favorito. El estanque siempre sombrío
por la frondosidad de los árboles, fue convertido por nuestra imaginación en un
sitio mágico. El cuento de “La rana encantada”, cuya lectura en el Tesoro de la Juventud tanto nos
deleitaba, no había podido suceder en otro lugar. Hasta la Gruta llegaba la
procesión que solemnemente se celebraba el 8 de diciembre, día de la Inmaculada
Concepción.
En la iglesia se rezaban las
novenas o “meses” que celebraba el calendario católico. Algunas de estas
devociones terminaban con solemnes procesiones, donde tomaba parte toda la
comunidad. El Santísimo era llevado bajo un importante y rico palio, y quienes
lo sostenían consideraban un honor el haber sido elegidos para este acto.
San José de Pintué, restaurada luego del terremoto de 2010 según su diseño original
(Foto: MásDeco)
La iglesia estaba dotada de
preciosos ornamentos traídos de Francia y España. Cálices, custodias,
candelabros y floreros realzaban la solemnidad del culto. No se descuidaba la
música. Aunque ahora yace olvidado y en pésimo estado, el órgano acompañaba las
ceremonias tocado por gente de buena voluntad que nunca faltaba y, a veces, por
artistas profesionales. Un coro formado entre los mismos campesinos cantaba la
misa gregoriana “de Angelis” y de Difuntos, hábito que se prolongó hasta mucho
después de fallecida la abuela. Quienes más contribuyeron a conservar esa
tradición musical fueron dos auténticos aculeguanos: Rosa Godoy y Julio Pérez,
que aprendieron a tocar el armonio y a
conducir los coros.
En la vida religiosa de Aculeo se
seguía la tradición, muy chilena, de traer en cierta época del año padres
misioneros. Se realizaba en otoño y las congregaciones más frecuentes eran los
Capuchinos o los del Corazón del María. La gente acudía con entusiasmo y
fervor. Muchos que poco o nada frecuentaban la iglesia durante el año, se
precipitaban durante las misiones a cumplir con todos los mandatos de la Fe.
Aunque había un capellán permanente, la gente prefería, parta la celebración de
un matrimonio y bautizos, la venida de los misioneros, que, con sus prédicas
sencillas o estruendosas, volvían al redila hasta a los más recalcitrantes.
Para nosotros —niños chicos—, la
época de misiones está poblada de recuerdos, unos terroríficos, otros sabrosos.
Lo primero, en razón de nuestras entradas a la iglesia durante alguna prédica
sobre los horrores del infierno o la fealdad de los pecados. Lo segundo, porque
en el parque, a la salida de la iglesia, estaban las “santeras”. Estas mujeres
colocaban mesones llenos de estampas religiosas a color, enmarcadas en
brillante lata, que nos parecían precisas; cruces grandes y chicas, rosarios;
además de cuetes, guatapiques, bolitas de cristal y dulces en vivos colores;
nueces con manjar blanco, galletas en forma de animales, etc., que engullíamos
con delicia.
Pero lo más inolvidable será la
visita del “cucurucho”. Aparecía al comenzar a volar las primeras hojas de
otoño, montado a caballo. En la cabeza un puntudo bonete del que pendía una
especie de túnica o poncho negro o morado. Parecía un personaje medieval. Nosotros
no sabíamos si huir aterrorizados o dejarnos dominar por su inmensa curiosidad.
Acabó por triunfar lo último, cuando se nos explicó que se trataba de piadosos “limosneros”
que recorrían los campos, con autorización eclesiástica, para pedir dinero y
ayuda para los pobres de alguna parroquia rural. Llevaba en lugar de árguenas
dos alcancías, y allí cada cual depositaba sus limosnas. El “cucurucho” partía
seguido de un enjambre de niños ofreciéndole manzanas, nueces o cocos, hasta que
el hombre se aventuraba en las aguas del estero con el caballo encabritado por
los gritos de la chiquillería.
Cucurucho
o Penitente de la Semana Santa, hacia 1860.
(Foto: Archivo del Museo Histórico
Nacional, tomada de Urbatorium)
detalle de un
dibujo de Melton Prior, publicado en
The Illustrated
London News del 16 de agosto de 1890
(imagen tomada de Urbatorium)
"El Cucurucho" ingresa a una casa causando terror, óleo de Manuel Antonio Caro
Reproducción del grabado aparecido en Chile Ilustrado, de Recaredo S. Tornero, 1872
(Imagen: Biblioteca Nacional Digital)
Reproducción del grabado aparecido en Chile Ilustrado, de Recaredo S. Tornero, 1872
(Imagen: Biblioteca Nacional Digital)
[…]
La abuela Edelmira no era sólo
una cristiana de rezos. Era inmensamente
generosa a pesar de su apariencia de severidad. Vivió en la época del
paternalismo. Pero siempre lo ejerció en forma oculta para que nadie se
sintiera humillado al pedir o recibir. Tenía permanentemente en su ropero
rimeros de zapatos nuevos, para grandes y chivos, ropas, etc., que entregaba
con mucha discreción a la gente que venía a pedir ayuda. Fue una gran
benefactora de la Congregación de los Salesianos, a quienes profesaba
admiración por su obra educacional. Todos los veranos venían cursos completos a
acampar en Aculeo, donde regalados con sandías, choclos y cuanto cosa la abuela
podía enviarles.
Vivió de la renta vitalicia que
le acordaron sus dos hijos a raíz de la partición de Aculeo, para que
dispusiera de ella con plena libertad. Pero
no hizo inversiones, fuera de su casa en Santiago. Vivió confortable y
dignamente, y tuvo su casa siempre abierta con elegancia y abundancia para sus
familiares y amigos; su único lujo fue dar y ayudar a instituciones y personas
necesitadas. Vivieron con ella sus dos hermanas: Julia, casada con Felipe
Casas, y Lidia, viuda de Noguera. De muchas de sus ayudas sólo se supo por las
cartas de pésame y agradecimientos que recibió mi padre a su muerte, ocurrida
en 1942, poco antes de cumplir cien años.
Nota de la Redacción: El texto está tomado de Letelier Llona, M., Aculeo, tierra de recuerdos, Santiago, Editorial Andrés Bello, 2ª ed.,
2006, pp. 41-47.
Actualización [4 de enero de 2018]: Urbatorivm, que ya había publicado hace algunos años una crónica sobre el personaje de Semana Santa denominado "cucurucho" (véase aquí dicha entrada), rescata un artículo del periodista Raúl Morales Álvarez publicado (con el seudónimo de Sherlock Holmes) en el Diario El Clarín de Santiago de Chile en 1967. En dicho artículo hay interesantes comentarios e información sobre el mentado "cucurucho" y la razón que pudo determinar el ocaso de la tradición.
****
Actualización [4 de enero de 2018]: Urbatorivm, que ya había publicado hace algunos años una crónica sobre el personaje de Semana Santa denominado "cucurucho" (véase aquí dicha entrada), rescata un artículo del periodista Raúl Morales Álvarez publicado (con el seudónimo de Sherlock Holmes) en el Diario El Clarín de Santiago de Chile en 1967. En dicho artículo hay interesantes comentarios e información sobre el mentado "cucurucho" y la razón que pudo determinar el ocaso de la tradición.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Política de comentarios: Todos los comentarios estarán sujetos a control previo y deben ser formulados de manera respetuosa. Aquellos que no cumplan con este requisito, especialmente cuando sean de índole grosera o injuriosa, no serán publicados por los administradores de esta bitácora. Quienes reincidan en esta conducta serán bloqueados definitivamente.