La sotana es una vestidura talar de mangas largas y abrochada generalmente de arriba abajo, cuyo nombre proviene del latín subtana, o subtanea, de subtus, que significa debajo. Hoy es conocida como la vestimenta más característica que usan los eclesiásticos y los legos que sirven en las funciones de iglesia (sacristanes, coristas y monaguillos). En una época fue empleada también por los estudiantes de las universidades, de donde quedan como relicto las togas propias del traje académico.
El actor Fernandel interpretando a Don Camilo
Antecedentes históricos
Originalmente, los miembros del clero vestían las mismas ropas que los laicos, cuya indumentaria se componía de túnica y manto. Las pinturas de las catacumbas muestran que en un principio en nada se diferenciaba el vestido de los ministros de culto de los que simples fieles que asistían, y así continúo durante siglos, incluso después de la paz constantiniana. Por eso, cuando en las Galias se introdujo alguna forma particular para el traje eclesiástico, tal novedad extraña fue censurada por el papa Celestino I (422-432), porque el clérigo debe distinguirse ciertamente de los demás, pero por su doctrina y no por sus vestidos. Se comprende, en cambio, que los ministros usasen en el culto trajes mejores por reverencia a los sagrados misterios y en atención a la comunidad cristiana, como atestiguan una serie de fuentes de la época. Ese es el origen de las vestiduras sagradas.
Sin embargo, a partir del siglo VI, cuando los laicos comenzaron a abandonar las túnicas largas y anchas de los antiguos romanos para adoptar los vestidos coros y estrechos de los bárbaros, la Iglesia prescribió que el clero continuase usando por decencia un traje largo que fuese a la vez serio, simple y austero como las antiguas vestimentas. El primer documento en esta materia data de 572 y proviene del Concilio de Braga. Entre el siglo VI y el VIII, los testimonios escritos muestran que el uso de la vestidura clerical se convirtió paulatinamente en obligatorio. Al principio, los colores no estaban unificados, existiendo muchos y diversas tonalidades. El color negro fue el que finalmente predominó por una razón esencial: se trata de un color que expresa solemnidad y seriedad. Frente a la opción del negro, el blanco hubiera podido también predominar dado que es el color de la lana sin tintes, pero tenía un problema: cualquier mancha se ve con facilidad. Y, aunque se lave una y otra vez, el uso deja restos de las antiguas manchas. Por eso el blanco se reservó para las funciones litúrgicas desde el principio, y para la vida ordinaria el negro acabó prevaleciendo, sobre todo en el clero secular. Como fuere, las dos tendencias que hoy día existen entre los que prefieren vestir a semejanza de los laicos y los que prefieren vestir como clérigos, son dos tendencias que las encontramos no ya desde la Edad Media, sino que es posible rastrearla desde la Edad Antigua. Desde que el hábito eclesiástico se hizo obligatorio, encontramos a sacerdotes y aun obispos que han vestido como laicos, en más o en menos ocasiones.
Desde el siglo XI, el traje eclesiástico sufrió las modificaciones en su forma y color que le dieron la fisonomía con que hoy la conocemos. En un comienzo, el hábito eclesiástico era una túnica sin botones semejante a aquellas de la antigua Roma. Muy a menudo estaba acompañada con cinturón de cuero con hebilla que la ceñía al cuerpo y facilitaba los movimientos de quien la vestía. Los botones que recorren la sotana de arriba abajo, predominaron a partir del siglo XIV y XV. Donde sí hubo diferencias geográficas fue en el corte de la sotana, pudiendo distinguirse un modelo romano, galicano e hispano.
Hasta el siglo XIV, en la vestidura clerical no existía el alzacuellos. Pero a partir de entonces, las camisas comenzaron a dejar ver su parte superior por encima del hábito. Al principio, sobresalía el cuello de la camisa blanca sin solapas. Después, cuando ya hubo solapas como las actuales, éstas o sobresalían verticales (cerradas por un botón) más allá de donde acaba el hábito, o bien caían hacia abajo por encima del hábito. Las solapas que caían sobre el hábito evolucionaron hasta el siglo XVII tomando una forma amplia y redoblada que cae sobre la sotana. Comenzó enseguida el proceso inverso, reduciéndose en los siglos posteriores. En Francia se conservó un recuerdo de esas solapas más anchas en la forma llamada rabat, con los dos apéndices rectangulares pendientes sobre el pecho. Las solapas verticales evolucionaron hasta formar el alzacuellos. El alzacuellos se formó como prenda aparte, porque era mucho más fácil lavar la parte del cuello si ésta era una prenda independiente. Cabe recordar que, en otras épocas, las camisas no se lavaban diariamente y un clérigo humilde poseía pocas camisas. Un párroco de pueblo del siglo XVII podría tener cuatro camisas y una sola sotana. Un clérigo de baja posición no tenía tres o cuatro sotanas, sino uno sola que se remendaba las veces que hiciera falta. De ahí la necesidad de contar con piezas que pudieran cambiarse o alternarse con mayor facilidad.
San Juan Bautista de la Salle con el rabat blanco que forma parte del hábito
tradicional del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas por él fundado.
Retrato de Édouard Manet de un clérigo con el rabat
Aunque el uso del hábito eclesiástico ha sido habitual desde el siglo VII , ya se ha dicho que siempre ha habido clérigos que han deseado vestir de un modo secular. Aunque normalmente estos casos han sido excepcionales, siempre ha existido el deseo de secularizar el hábito eclesiástico. Por ejemplo, hay testimonios desde el siglo XVII reprobando el uso de sotanas cortas que llegaban sólo hasta la rodilla. Esta lucha entre la secularización del hábito eclesiástico y el mantenimiento del estilo eclesiástico por encima de toda moda mundana, también se puede rastrear en toda época. Incluso en la Edad Media hay obispos que vestían más como caballeros que como prelados, lo que en dio paso en los siglos siguientes al llamado hábito corto o de abate que Pío IX sustituyó en 1851 por el que desde entonces se conoce como hábito piano. En dicha indumentaria, la parte superior era igual que la de la sotana, con su alzacuellos o su babero. Pero la sotana había sido sustituida por una especie de chaleco que llegaba sólo hasta la cintura, a partir de la cual eran visibles unos calzones cortos que acababan en calzas negras. Encima del chaleco, se llevaba una casaca. Este hábito corto fue desapareciendo paulatinamente durante el siglo XIX.
Ilustración de un clérigo de hábito corto
Retrato de un obispo llevando el hábito corto
(New Liturgical Movement)
Así pues, desde inicios del siglo XX se generalizó el uso exclusivo del traje talar, salvo en los países anglosajones donde se adoptó la levita o la sotanilla, que en hacia mediados del siglo se transformó en traje de caballero con peto negro o plastrón y alzacuello entero a la vista. Este es el origen del clériman (también escrito clergyman), que se popularizó por todo el mundo a partir de la década de 1960. En algunos casos, el uso del clériman se impuso debidos a las persecuciones que sufría la Iglesia.
S.E.R. Emanuel Palomar Azpeita, Obispo de Tepic, Mexico, regresa al país en 1929 acompañado de 27 sacerdotes de su presbiterio. Al igual que muchos otros eclesiásticos, habían sido deportados por el gobierno mexicano en 1926 y vivieron en el exilio por tres años en la ciudad estadounidense de Los Ángeles
Quizá el hecho que desencadenó la preponderancia del clériman fue la orden dada el 29 de junio de 1962 por S.E.R. Maurice Feltin, arzobispo de París, para que los sacerdotes de su diócesis dejasen de usar la sotana en condiciones normales. Fue el primer prelado del mundo en hacerlo. Su decisión no se presentó como doctrinal o moral, sino pastoral. Paulatinamente, el uso del traje eclesiástico comenzó a desparecer, experimentándose en los últimos años una creciente reaparición.
Modelos de clergyman en un catálogo de vestimenta eclesiástica de 1966
La disciplina actual
Tanto el Código de Derecho Canónico de 1917 como el de 1983 imponen a los clérigos la obligación de vestir un traje eclesiástico digno, según las normas dadas por la Conferencia Episcopal respectiva y por las costumbres del país (cánones 136 y 284, respectivamente). Esta norma no se aplica, empero, a los diáconos permanentes (canon 288 CIC).
En el caso de Chile, la Legislación complementaria de la Conferencia Episcopal al Código de Derecho Canónico (4ª ed., 2006), establece la siguiente disposición:
Exhortamos a los clérigos a acoger con fidelidad lo dispuesto por el Código de Derecho Canónico en lo que se refiere al traje eclesiástico (canon 284). Es conveniente que a la disposición interior corresponda un signo externo como es el traje. Por eso, establecemos como hábito eclesiástico en nuestro país:
- la sotana o el traje llamado “clergyman” o la camisa negra o gris con cuello romano, al menos para los actos oficiales.
- un traje sencillo y digno, con una cruz en la solapa, para el uso diario.
Por su parte, la Congregación para los clero aprobó en 2013 una nueva edición del Directorio para el ministerio y vida de los presbíteros, donde se dedica un apartado a la importancia y obligatoriedad del traje eclesiástico. Dice el núm. 61 de dicho documento:
En una sociedad secularizada y tendencialmente materialista, donde tienden a desaparecer incluso los signos externos de las realidades sagradas y sobrenaturales, se siente particularmente la necesidad de que el presbítero —hombre de Dios, dispensador de Sus misterios— sea reconocible a los ojos de la comunidad, también por el vestido que lleva, como signo inequívoco de su dedicación y de la identidad de quien desempeña un ministerio público. El presbítero debe ser reconocible sobre todo, por su comportamiento, pero también por un modo de vestir, que ponga de manifiesto de modo inmediatamente perceptible por todo fiel, más aún, por todo hombre, su identidad y su presencia a Dios y a la Iglesia.
El hábito talar es el signo exterior de una realidad interior: «de hecho, el sacerdote ya no se pertenece a sí mismo, sino que, por el carácter sacramental recibido (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 1563 y 1582), es “propiedad” de Dios. Este “ser de Otro” deben poder reconocerlo todos, gracias a un testimonio límpido. […] En el modo de pensar, de hablar, de juzgar los hechos del mundo, de servir y de amar, de relacionarse con las personas, incluso en el hábito, el sacerdote debe sacar fuerza profética de su pertenencia sacramental, de su ser profundo».
Por esta razón, el sacerdote, como el diácono transeúnte, debe:
a) llevar o el hábito talar o «un traje eclesiástico decoroso, según las normas establecidas por la Conferencia Episcopal y según las legitimas costumbres locales». El traje, cuando es distinto del talar, debe ser diverso de la manera de vestir de los laicos y conforme a la dignidad y sacralidad de su ministerio; la forma y el color deben ser establecidos por la Conferencia Episcopal, siempre en armonía con las disposiciones de derecho universal;
b) por su incoherencia con el espíritu de tal disciplina, las praxis contrarias no se pueden considerar legítimas costumbres y deben ser removidas por la autoridad competente.
Exceptuando las situaciones del todo excepcionales, el no usar el traje eclesiástico por parte del clérigo puede manifestar un escaso sentido de la propia identidad de pastor, enteramente dedicado al servicio de la Iglesia.
Además, el hábito talar —también en la forma, el color y la dignidad— es especialmente oportuno, porque distingue claramente a los sacerdotes de los laicos y da a entender mejor el carácter sagrado de su ministerio, recordando al mismo presbítero que es siempre y en todo momento sacerdote, ordenado para servir, para enseñar, para guiar y para santificar las almas, principalmente mediante la celebración de los sacramentos y la predicación de la Palabra de Dios. Vestir el hábito clerical sirve asimismo como salvaguardia de la pobreza y la castidad.
El núm. 66 de la versión anterior de 1994 fue objeto de una Nota explicativa del Consejo Pontificio para la interpretación de los Textos Legislativos. En ella, después de aclarar que este artículo tiene la categoría de un decreto general ejecutorio y, por consiguiente, obliga jurídicamente, se dan los criterios de interpretación del canon 284 CIC a la luz del núm. 66 del citado Directorio. En efecto, dicho número:
a) Recuerda, también con reenvíos a recientes enseñanzas del Magisterio pontificio en la materia, el fundamento doctrinal y las razones pastorales del uso del traje eclesiástico por parte de los ministros sagrados, como está prescrito en el can. 284;
b) determina más concretamente el modo de ejecución de tal ley universal sobre el uso del traje eclesiástico, y así: «cuando no es el talar, debe ser diverso de la manera de vestir de los laicos, y conforme a la dignidad y a la sacralidad del ministerio. La forma y el color deben ser establecidos por la Conferencia Episcopal, siempre en armonía con las disposiciones del derecho universal».
c) solicita, con una categórica declaración, la observancia y recta aplicación de la disciplina sobre el traje eclesiástico: «por su incoherencia con el espíritu de tal disciplina, las praxis contrarias no se pueden considerar costumbres legítimas y deben ser removidas por la competente autoridad».
Dado que la nueva versión del Directorio es sustancialmente idéntica, se debe aplicar el mismo razonamiento a ella.
Poco a poco, como señalábamos en las actualizaciones de esta entrada, los sacerdotes más jóvenes vuelven a usar la sotana como distintivo de su ministerio.
El color de la sotana
Hasta el siglo XIII, la Iglesia no se ocupaba de reglar el color de las vestimentas eclesiásticas. Fue el Concilio de Letrán (1215) quien reservó a los obispos los colores rojo y verde, dejando al clero inferior los colores menos brillantes: blanco, negro y violeta. Fue así como se popularizó el azul como el color habitual entre el clero regular, mientras que desde el siglo XIV el púrpura quedó reservado a los cardenales y desde el siglo XVI el violeta para los obispos. A finales de ese siglo, entonces, quedaron fijados los colores de la sotana que hoy reconocemos.
En la actualidad, es sabido que el color de la sotana varía según la jerarquía eclesiástica. Ella es negra para los sacerdotes y clérigos inferiores; violeta para los obispos, excepto en los días de penitencia y fuera de sus diócesis, cuando visten igualmente sotana negra; roja para los cardenales, quienes la visten de violeta en las mismas ocasiones en que los obispos la llevan negra; y blanca para el Papa. Con todo, en las zonas tropicales y ecuatoriales donde hay mayor calor (parte de Hispanoamérica, casi toda África y La India), las sotanas para el clero, incluyendo las de obispos y cardenales, son blancas.
El Cardenal Bertone con sotana blanca tropical con los ribetes cardenalicios
en un acto en Santo Domingo (República Dominicana)
El simbolismo de la sotana
El simbolismo de la sotana se manifiesta tanto en su forma como en su color.
Por su amplitud, ella simboliza la grandeza de la caridad sacerdotal, mientras que su extensión expresa a la vez la perseverancia en el bien y la crucifixión, muerte y sepultura de la carne con Jesucristo.
Por su color, la sotana marca el estado de quien la viste. El negro significa la humildad de espíritu, la penitencia y el desprecio del mundo. El violeta y el rojo expresan un rango superior y simbolizan al mismo tiempo el coraje en los combates del Señor, dado que el rojo es el color del martirio. El blanco, color de la luz, el gozo y la paz, se reserva al Romano Pontífice como el ejemplo más elevado de la humanidad regenerada por Cristo. De igual forma, el color blanco del alzacuellos simboliza la pureza del alma.
En fin, como decía el Rvdo. Jaime Tovar Patrón, vestir de sotana tiene siete virtudes: 1°. El recurso constante de que se es sacerdote; 2°. La presencia de la sobrenatural en el mundo; 3°. La utilidad que ella reporta a los fieles; 4°. La preservación de muchos peligros; 5°. La ayuda desinteresada a los demás; 6°. La moderación en el vestir; y 7°. El ejemplo de obediencia al espíritu y legislación de la Iglesia. La explicación de cada una de ellas puede verse aquí y aquí.
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Actualización [27 de marzo de 2017]: Religión en libertad ha publicado un reportaje sobre el Rvdo. Lawrence Carney, quien recorre las calles del estado de Misuri (Estados Unidos de América) vestido con sotana y teja, llevando un crucifijo en una mano y un rosario en la otra para "pescar almas", como a él le gusta decir. De hecho, cuenta que recorrió el Camino de Santiago vestido así y que eso le permitió hablar con más de mil personas, quienes se acercaban para pedirle consejo. Su sueño es establecer algún día los Canónigos Regulares de San Martín de Tours, una comunidad religiosa basada en la forma de vida que actualmente lleva. Sería una comunidad semi-contemplativa, basada en la regla de San Agustín y una “mezcla entre monje y apóstol”. Oración y Misa por la mañana y por las tardes los monjes de dos en dos saldrían a la calle para llevar la Iglesia a las periferias existenciales. Mientras tanto, el Rvdo. Carney atiende a como capellán a una orden de religiosas tradicionales, las benedictinas de María, Reina de los Apóstoles. Todos los días visita la comunidad, celebra con ellas la Santa Misa de siempre, confiesa a las religiosas que se lo piden y les ofrece una guía espiritual. Por las tardes realiza su misión por las calles, evangelizando con su impronta sacerdotal.
Actualización [19 de mayo y 2 de junio de 2017]: Según informa Adelante la fe, S.E.R. Aristide Gonsallo, obispo de Porto Novo en Benín, ha emitido un decreto obligando a todos los eclesiásticos de su diócesis a llevar la sotana como traje eclesiástico normal. Cabe recordar que en ese mismo país está situada la diócesis de Natitingou, donde S.E.R. Pascal N'koué erigió la Parroquia personal de San Juan Bautista para la atención pastoral de sus fieles de acuerdo a la forma extraordinaria (véase aquí la referencia de ésta y las demás parroquias personales erigidas en el mundo). De este obispo, quien en 2014 fue elevado por el papa Francisco a titular de la arquidiócesis de Parakou, hemos hablado ya en una entrada anterior, pues está dotado de una gran sensibilidad litúrgica. Así lo demuestra, por ejemplo, el elogioso informe enviado a la Pontificia Comisión Ecclesia Dei en 2010 en cumplimiento del motu proprio Summorum Pontificum, dando cuenta de la celebración de la Misa de siempre en su antigua diócesis de Natitingou (véase aquí la noticia de ese informe).
Actualización [7 de julio de 2017]: El sitio Messa in latino ha publicado una entrada referida a que el uso de la sotana puede y deber ser una forma de oración para el sacerdote. El texto está tomado de la carta enviada a un seminarista que tomaba la sotana por un amigo unos años mayor, quien contaba su experiencia vistiendo el traje talar.
Actualización [29 de agosto de 2018]: El sitio Aciprensa recoge el asombroso testimonio de un joven sacerdote norteamericano, quien, a la luz de las reacciones negativas que podría causar el uso del alzacuellos, se sintió tentado de quitárselo y prescindir de él. Sin embargo, antes de hacerlo, un encuentro fortuito e inesperado le hizo comprender el profundo efecto evangelizador que puede tener el que los ministros de Dios sean reconocibles de inmediato por los fieles. En este caso, se jugaba incluso la salvación eterna de un hombre.
Actualización [29 de julio de 2019]: Religión en libertad ha publicado un artículo a partir del reportaje aparecido en Le Parisien, un medio generalista francés, sobre el regreso de la sotana dentro de los sacerdotes de ese país. Se trata de un fenómeno que supera el ámbito del tradicionalismo, cada vez más numeroso en Francia, como testimonian las ordenaciones y el incremento en los centros de Misa. De hecho, la venta de sotanas en una tienda de indumentaria clerical ha aumentado casi en un 50% durante los últimos diez años. Las razones son muchas, pero hay coincidencia en que la sotana es la ropa de trabajo del sacerdote y constituye un poderoso elemento de evangelización.
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