A continuación queremos compartir con nuestros lectores la hermosa homilía que pronunciara nuestro capellán, Rvdo. Milan Tisma Díaz, con ocasión de la Misa Solemne de clausura del II Congreso Summorum Pontificum, la que tuvo lugar el pasado sábado 6 de agosto de 2016, fiesta de la Transfiguración del Señor, en la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria. Sobre dicha Misa hemos publicado ya una crónica previa en esta bitácora.
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Sábado 6 de agosto del
año del Señor 2016.
Quincuagésimo aniversario
de la Asociación Litúrgica Magníficat.
Fiesta de la
Transfiguración del Señor
“Cuando
Cristo se manifieste seremos semejantes a Él, porque lo veremos según es”
(1 Jn.3,2)
(1 Jn.3,2)
Hermanos sacerdotes, querido
don Julio, directivos, fieles y amigos de nuestra asociación, estimados
invitados especiales, participantes del Congreso Summorum Pontificum 2016, fieles todos en Cristo.
Nuestro Señor Jesucristo
anunció claramente a sus apóstoles el camino de padecimientos y muerte que
habría de recorrer para reconciliar al género humano con su Padre celestial, y
al hacerlo, los exhortaba a que le siguieran por caminos de cruz y sacrificio.
Para confortar sus corazones y arrancar de ellos el escándalo de la cruz, aún
más, para mostrar que también en ellos y en la totalidad de la Iglesia se
manifestaría un día la luz de la gloria, Nuestro Señor reveló el esplendor de
su divinidad en la cumbre del Tabor, revistiendo su cuerpo de un extraordinario
resplandor. Lumen de lumine!
Santo Tomás de Aquino enseña
que para que una persona camine rectamente por una vía es preciso que conozca
antes, de algún modo, el fin al que se dirige: “como el arquero no lanza con
acierto la saeta si no mira primero al blanco al que la envía. Y esto es
necesario sobre todo cuando la vía es áspera y difícil y el camino laborioso […] Y
por esto fue conveniente que manifestase a sus discípulos la gloria de su
claridad, que es lo mismo que transfigurarse, pues en esta claridad transfigurará
a los suyos” (Suma Teológica, 3,q.45,a.1,c.).
Nuestra vida es un camino al
cielo. En el decir de San Alberto Hurtado, es un disparo a la eternidad. Pero
es una vía que pasa a través de la cruz y del sacrificio. Para que no nos
desalentemos y para que mantengamos viva la llama de la esperanza sobrenatural,
el Señor, ante testigos escogidos, nos enseña de acuerdo con la ley y los
profetas, que la pasión es el camino de la resurrección, que la cruz es el
camino obligado para entrar en la gloria y que por la cruz vamos a la luz: per crucem ad lucem!
En esta visión gloriosa y
radiante los apóstoles experimentaron un gozo incontenible que dejó honda huella en sus corazones. El recuerdo de
aquellos momentos junto al Señor, en la gloria del Tabor, fueron sin duda de
gran ayuda en las horas de dolor y contradicción. Esa alegría desbordante
provenía de la clara percepción del misterio de la luz y de la gloria divina,
del conocimiento del Dios vivo y verdadero y de la visión del camino seguro de
la salvación. Alegría análoga a la que percibe el creyente bien dispuesto en
contacto con la liturgia tradicional de la Iglesia, gozo indescriptible, sacro
estupor, admirada contemplación que en piadoso éxtasis hace exclamar al alma:
“Señor, qué bien estamos aquí” (Mt. 17, 4a).
Transfiguración del Señor
(S. XII, Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí)
Lo que ocurrió aquel día en
la cumbre del Tabor se realiza cada vez que se celebra el santo sacrificio:
nosotros, pobres mortales, vemos únicamente en el altar los simples accidentes,
mas con los ojos de la fe vemos a Cristo transfigurado, al Rey de la gloria y
sus misterios tremendos y fascinantes. Porque la sagrada liturgia no es un mero
objeto, es más bien un sujeto, es el propio Cristo santificando a sus fieles y
actualizando su acción redentora. Por esa acción santa y eficaz nosotros
quedamos incluidos en el estado de transfiguración de Cristo. La santa
Eucaristía es el sacramento de la transfiguración, es la semilla de nuestra
transfiguración. Por eso la síntesis de la obra de nuestra Asociación, el mejor
resumen de lo que ella es y obra, el compendio más acabado de estos cincuenta
años de servicio que hoy ponemos a los pies del altar como holocausto de suave y agradable
aroma en la presencia del Señor, es ésta: contribuimos a la obra que quiere
realizar Cristo a través de la liturgia de la Iglesia Católica: junto a la
glorificación de Dios tres veces santo procuramos la santificación de los
fieles, su incorporación a Cristo, su transfiguración espiritual en Cristo.
Desde este rincón de la
Iglesia trabajamos con ahínco y confianza segura para que los fieles, al
participar de la liturgia terrestre, rodeados de la luz de la gloria,
exultantes de gozo sobrenatural escuchen sin vacilación alguna la voz potente
del Padre: “Este es mi Hijo muy amado. Escuchad al que ha anunciado los
misterios de la ley y ha cantado la voz de los profetas. Escuchadle que ha
redimido al mundo con su sangre, ha atado al diablo y le ha arrancado sus
armas, ha roto la cédula de la condena y el pacto de la prevaricación. Escuchadle,
que abre el camino del cielo y por el suplicio de la cruz os prepara la escala
para subir al Reino (San León Magno, sermón 51).
Queridos amigos, subamos al
monte sagrado, entremos en la nube luminosa de la gloria, dejémonos
transfigurar por Cristo y que continuamente iluminados por la lex credendi y la lex orandi seamos conducidos a la lux operandi et vivendi.
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