sábado, 8 de septiembre de 2018

La corrupción es mucho peor de lo que usted pueda imaginar


Ofrecemos a continuación a nuestros lectores una traducción de un nuevo artículo del Dr. Peter Kwasniewski, en la que expresa su opinión acerca de la crisis eclesial desencadenada a partir de los numerosos escándalos surgidos en varios países relacionados con los delitos y graves pecados cometidos por clérigos, especialmente en Estados Unidos y Chile.


El artículo fue publicado originalmente en el sitio OnePeterFive y la traducción es de la Redacción.

(Foto: OnePeterFive)

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La corrupción es mucho peor de lo que es posible imaginar

Peter Kwasniewski

Un observador de larga data del panorama eclesiástico moderno me ha escrito para darme a conocer su punto de vista sobre el significado, puesto en una perspectiva más amplia, del escándalo McCarrick. Le he pedido permiso para reproducir aquí sus reflexiones, que han sido ligeramente editadas para esta publicación.

La mayoría de los comentaristas no aciertan a comprender la verdadera naturaleza del problema.

El criminal círculo de “Nancy Boys” [Nota de la Redacción: "nancy" es un término coloquial en inglés para referirse a un hombre homosexual o afeminado] es el mismo que ha estado trabajando incansablemente, durante décadas, para zapar la integridad de la doctrina, la moral, los sacramentos y la liturgia de la Iglesia. Esos hombres -McCarrick, McElroy, Wuerl, O’Malley, Mahony, Cupich, Tobin, Farrell, Lynch, Weakland, Paglia, Madariaga, su adorable portavoz James Martin, Thomas Rosica y una excesivamente larga lista de otros, que incluye algunos que ya partieron a enfrentar su destino eterno, como Lyons, Boland, Brom-, son los mismos que han desestabilizado y adulterado la catequesis, la teología, la liturgia y especialmente, por cierto, la adhesión de la Iglesia a la inalterable ley moral, como pudimos ver en la debacle de Amoris Laetitia y todo lo que la rodeó y vino después. Tenemos que proceder, como en aquellos dibujos, a unir los puntos con un lápiz y no hacer como que nos escandalizamos cuando vemos, por ejemplo, los actuales intentos por “re-interpretar” Humanae Vitae que echan mano de una falsa enseñanza sobre la conciencia, o por terminar con el celibato de los clérigos, o por introducir mujeres diáconos.

Considerar los pecados de este círculo de conspiradores como solamente un recrudecimiento de los escándalos sexuales del pasado significaría perder de vista su verdadera enormidad. No se trata aquí sólo de hombres inmorales: se trata de apóstatas, que están tratando de rehacer la Iglesia para ajustarla a la imagen de su propia apostasía. La Iglesia ha sido masacrada en cámara lenta, frente a nuestros ojos, durante décadas, y hay pocos que tienen la capacidad de comenzar, siquiera, a admitir que tenemos ante nuestra vista a una Iglesia hecha añicos. Los “Nancy Boys” han llevado a cabo su campaña de demolición con un influjo imperial. No se trata de que en la Iglesia se hayan corrompido este aspecto o aquel: la putrefacción está hoy en todas partes. Es una corrupción de la que se alimenta el Círculo McCarrick, como gusanos dándose un festín con un cadáver. Por eso es que oír a gente de buena voluntad que dice que Bergoglio debiera nombrar una comisión que investigue para corregir las cosas es un desatino digno de Alicia en el País de las Maravillas. Es como poner a Núremberg bajo la supervisión de Himmler.

No nos hace falta que los obispos se entreguen a hacer pública penitencia (aunque ello sería una buena idea por el bien de sus almas, y debieran haberlo hecho hace tiempo); no necesitamos investigaciones episcopales; no nos hacen falta nuevos procedimientos y nuevas políticas. Todas estas cosas no son más que formas de quitarse la culpa de encima. Los problemas no se solucionan con que los obispos se golpeen el pecho y luego vuelvan a su acostumbrado no hacer nada frente a la evidente apostasía que existe en el corazón mismo de la Iglesia. Necesitamos identificar a los apóstatas, denunciarlos y deponerlos. Necesitamos reafirmar la fe Una, Santa, Católica y Apostólica. Para limpiar esta inmundicia hay que limpiar mucho más que el escándalo de la homosexualidad, con todos los horrores que lo acompañan: lo que debemos hacer es denunciar y rechazar la apostasía que han ido introduciendo en la Iglesia, durante décadas, los homosexuales y sus amigos.

Tómese un ejemplo, entre muchos: el de Rembert Weakland. Este individuo, que pagó medio millón de dólares a un ex-amante masculino en un juicio; que dijo que los reporteros de abusos sexuales “alaraqueaban”; que quiso desvirtuar las informaciones sobre tales abusos y pretendió convencer, en su autobiografía, que ignoraba que el abuso de niños fuera un crimen, este individuo es el mismo que trabajó en contra de la música sagrada tradicional (gregoriano y polifonía), pidiendo estilos modernos y bailes litúrgicos; que, según una fuente que residía en Roma en aquellos años, indujo al hesitante Pablo VI a promover el Novus Ordo Missae; que criticó el documento de la Sagrada Congregación de la Fe Dominus Iesus en que se reafirma el dogma católico de la necesidad de la fe en Cristo y de la pertenencia a la Iglesia para salvarse, y que devastó totalmente la histórica catedral de St. John the Evangelist en Milwaukee con una “ruinovación” (“wreckovation”) que no se puede describir sino como satánica. 

Es que se trata de un paquete redondo es lo que que la gente necesita, por sobre todas las cosas, comenzar a ver: la depravación moral, la herejía doctrinal, la devastación litúrgica. Todo va junto. Si alguien tiene el coraje de seguir cada una de estas pistas, se va a encontrar con que el ataque a una parte de la Iglesia, a un aspecto de su vida, a un componente de su tradición, está o estará muy pronto amarrado a ataques también a otros sectores. La verdadera “túnica inconsútil”[*] es el catolicismo tomado en conjunto: o se lo tiene entero, o no se lo tiene.

Vivir un vida devota -la vida de la gracia procurada por Cristo- no es una mera “opción” para el fiel católico, y mucho menos para el clero católico. Una vida devota es una solemne obligación que se tiene ante el Altísimo, ante la Iglesia, ante la propia conciencia. Quienes rechazan esa vida o la travisten, necesariamente han de caer en la apostasía. Y caer en ella es algo que nos ocurrirá a todos, no sólo a los homosexuales. 

La diferencia con los clérigos sodomitas es que éstos se convierten en apóstatas profesionales, para quienes no es suficiente no creer ellos mismos en los sacramentos, sino que tienen que impedir también que otros crean, y no dejarán de confundir y mutilar a la Iglesia sino cuando ésta les bendiga ese pecado suyo y muchos otros también. Para alcanzar esa finalidad, tienen que provocar el caos en cada uno de los aspectos de la Iglesia. Esto es lo que los fieles tienen que detener: olvidarse de la despreciable burocracia de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, con sus bien entrenados abogados y sus hábiles propagandistas. Comenzaremos a detener el desastre cuando llamemos por su nombre a lo que lo causa. McCarrick no sólo es un sodomita depredador, sino que es un apóstata. Y también son apóstatas todos sus “hermanos obispos” que sabían de su doble vida, no obstante lo cual se tomaban fotografías con él, riéndose con las vendas que echaban sobre los ojos de la gente: todos ésos que ahora filman vídeos sobre lo desafortunado que resulta todo esto, que es un desastre, que, saben qué, no es tan grande como se lo imagina la gente. Todos ellos son gerentes que usan autos de la empresa y que conducen, en una larga fila, hacia sus propias tumbas en el cementerio ecuménico.

Caspar David Friedrich, Abadía en el robledal (c. 1809, Alte Nationalgalerie, Berlín)

Uno se imaginaría que los obispos colaboracionistas habrían de pensarlo dos veces antes de salir de sus búnkers. Sin embargo, como lo demuestran los últimos tweets y vídeos, son curiosamente cínicos, lo que prueba que no han calibrado bien hasta qué punto sus “narrativas” (tal como las presentan) ya no convencen a nadie, y ya no son ni siquiera relevantes. La marea se está volviendo en contra de la privilegiada élite clerical y de sus lujosos estilos de vida color rosa.

No queda sino asombrarse de la impostada tenacidad de tantas disculpas en tantas partes, y de la ridícula extensión de sus intentos de escamotear problemas evidentes. ¿Tan ilusos se han vuelto los católicos, tan resistentes a la realidad, que aceptan cualquier cosa en vez de abrir los ojos para ver la ruina que tienen al frente? ¿Por qué a tantos de nosotros nos resulta difícil llamar las cosas por su nombre? La única solución será que rueden cabezas, que rueden largamente muchas cabezas. Hay que permitir que la mugre salga a la superficie, para permitir que entren el aire fresco y la luz.

La Iglesia católica está siendo remecida hasta en sus mismos fundamentos por el escándalo modernista de una apostasía de asombrosas proporciones. Estamos en territorio donde “2+2=5”, y el apologista “conservador” carece de respuestas, y de ahí el porqué de su insistencia en tratar el tema McCarrick como un escándalo sexual: semejante apologista se preocupa más de un episcopado mendaz, caótico e irresponsable que del diario asalto al depósito de la fe, según un patrón que existe desde que los obispos progresistas del Concilio Vaticano II, sembrando ambigüedades y verdades a medias en sus documentos y controlando su puesta por obra, especialmente en el ámbito litúrgico, nos han conducido derechamente al abismo de iniquidad y de herejía en el cual nos estamos cocinando. 

Sí: tenemos entre manos un problema colosal, pero no insuperable. El análisis aquí hecho parece no dar lugar a la esperanza, pero no soy, en lo personal, de aquellos que creen que la ruina final de la Iglesia está a la vuelta de la esquina. El papado puede ser reencauzado por un Papa digno. El episcopado puede ser fortalecido por ese Papa digno si emprende acciones para deponer y despojar obispos por todo el mundo y reemplazarlos por hombres que merezcan esos cargos. Se puede reformar los seminarios. Se puede restaurar la Misa de todos los tiempos. Se puede revivificar la educación católica. Se puede regenerar la catequesis (pero no, obviamente, con la última versión del Catecismo).

Se me podrá decir: “Todo ello, o cualquier aspecto de ello, sería un milagro, una montaña de milagros”. Yo respondo: Sí, así es. Los milagros sí ocurren, y los necesitamos hoy más que nunca antes. Para los hombres, es imposible; para Dios, nada es imposible, ni siquiera la reforma del papado, del episcopado, del colegio de cardenales.

La reforma comienza en el mismo lugar de siempre en la historia de la Iglesia a través de los siglos: con un laicado fiel, con sacerdotes y diáconos fieles, con fieles religiosos y religiosas, con fieles obispos, con hombres y mujeres absolutamente dedicados al Señor y a la Fe católica que Él nos ha entregado, en toda su integridad doctrinal, en su fuerza moral, en su plenitud litúrgica.

Yo quiero ser parte de la solución, no parte del problema. Y así debiera quererlo usted, y todo laico, religioso y clérigo a quien Dios, en su Providencia, haya puesto en este mundo precisamente en estos tiempos a fin de que seamos parte de la solución. Nadie necesita encerrarse en una oposición permanente o en un inmóvil desafío. Es hora de orar, como nunca antes, pidiendo la intervención divina y de trabajar con todas las fuerzas para preparar la venida del Señor. 

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[*] Nota de la Redacción: La tesis de la "túnica inconsútil" (seamless garment) fue avanzada en 1983 por el cardenal norteamericano Joseph Bernardin (1928-1996), quien sostenía que la protección de la vida humana en todas sus aristas no puede separarse en diversas causas y que la vida humana debía ser protegida como un todo "éticamente consistente", incluyendo en esa defensa única no sólo la lucha contra el aborto o la eutanasia, sino cuestiones relativas a la guerra moderna, la justicia social o la oposición de los católicos liberales a la pena de muerte. Esta tesis fue considerada por muchos católicos, tanto tradicionales como del espectro conservador, como una relativización de la lucha en contra del aborto, además de minar la doctrina tradicional de la Iglesia sobre la pena capital, al equipararla al aborto.

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Actualización [11 de abril de 2019]: Diversos medios han reproducido un texto que el S.S. el papa emérito Benedicto XVI escribió para el periódico alemán Klerusblatt, destinado a sacerdotes de las diócesis bávaras. El texto iba a ser publicado en Semana Santa, pero se filtró y fue publicado primero por el New York Post. En su ensayo, el Papa emérito reflexiona acerca de las posibles causas que explican la actual crisis de los abusos cometidos por clérigos en contra de menores, incluyendo un análisis del contexto histórico a partir de los años sesenta del siglo pasado, el cual, a juicio de Benedicto XVI, fue un clima propicio para que ocurrieran. Asimismo, avanza algunas propuestas de superación de dicha crisis.  La traducción castellana completa desde el original en alemán, obra del sitio Aciprensa, puede leerse aquí.

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