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lunes, 9 de mayo de 2022

"La verdadera obediencia en la Iglesia", nuevo libro de Peter Kwasniewski

Acaba de aparecer la traducción al castellano de un nuevo libro del Dr. Peter Kwasniewski, cuyos trabajos solemos publicar en esta bitácora. El libro se llama La verdadera obediencia en la Iglesia y aborda un tema crucial para el catolicismo de hoy. De momento, puede ser adquirido a través de Amazon y Amazon (España).

Como se explica en la contraportada, la obra parte de la perplejidad de muchos fieles. En el motu proprio Summorum Pontificum (2007), el papa Benedicto XVI afirmó el sostenido crecimiento y la perpetua validez de la Misa de siempre, insistiendo en que “lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser de improviso totalmente prohibido o incluso perjudicial.” Sin embargo, con la publicación del motu proprio Traditionis Custodes (2021), su sucesor ha declarado precisamente lo opuesto, enviando ondas de choque a través de la Iglesia llamando a la restricción, y a la eventual supresión, de la más bella y venerable forma de culto, y la única que experimenta el crecimiento más dramático y apasionado. Ante una situación como ésta, ¿qué es lo debe hacer un católico consciente?

El libro del Dr. Peter Kwasniewski ofrece una exposición esencial sobre la cuestión de la obediencia en la Iglesia: de dónde procede, y cómo debe entenderse y vivirse correcta y prudentemente. Explora los lineamientos de Santo Tomás de Aquino sobre la materia: cuál es la obediencia necesaria para la salvación y cuándo es legal o ilegal. ¿Puede haber situaciones donde las estructuras usuales de obediencia se transformen en impedimentos o bien, en facilitadores de la misión de la Iglesia y del bien de las almas? ¿Se han dado casos en la historia de la Iglesia donde los sacerdotes fieles han ejercido su ministerio violando las normas canónigas ordinarias? ¿Cómo debe responder el clero si se les prohíbe la Misa de siempre o si ésta fuera declarada como “abrogada”? Una lectura imprescindible. 

Cumple recordar que el primer libro aparecido en castellano de este autor fue traducido gracias al apoyo de la Asociación Litúrgica Magnificat. Resurgimiento en medio de la crisis también se puede comprar a través de Amazon y Amazon (España)

domingo, 6 de febrero de 2022

El advenimiento del Rey: Por qué la Epístola se lee hacia el este y el Evangelio hacia el norte

Les ofrecemos hoy un artículo del Dr. Peter Kwasniewski sobre el sentido que tiene en la Misa tradicional la lectura del Evangelio hacia el norte. Dicha proclamación tiene un profundo significado espiritual, pues no se trata de repetir simplemente el libro sagrado. 

El artículo original fue publicado en el número 12 de la Revista Gregorius Magnus, correspondiente al invierno de 2021, que edita la Federación Internacional Una Voce. La traducción proviene de una colaboradora que la ha remitido a la Redacción. 

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El advenimiento del Rey: Por qué la Epístola se lee hacia el este y el Evangelio hacia el norte

Peter Kwasniewski

En una Misa Solemne -la forma más antigua y completa del rito romano, con sacerdote, diácono y subdiácono- el subdiácono canta la Epístola en el lado derecho del presbiterio, claramente de pie ad orientem, es decir, hacia la pared oriental ante la cual está montado el altar. En otras palabras, la canta de espaldas a la gente. Esto podría parecernos extraño, si pensamos que la lectura es sólo una lectura en beneficio de la asamblea. A continuación, después de los cantos entre las lecturas, el diácono, el subdiácono y los acólitos forman una pequeña procesión hasta el lugar donde se cantará el Evangelio, y el diácono lo proclama mirando hacia el norte, en el lado izquierdo de la iglesia, de cara a la pared izquierda. También esto podría parecernos extraño, porque es evidente que no se dirige al pueblo en absoluto. En ambos casos, es evidente que "algo pasa". Si el ceremonial exige esto, no es al azar sino por una razón.

En una Misa rezada o en una Missa cantata, donde sólo hay un sacerdote sin sus ministros habituales, el diácono y el subdiácono, encontramos una especie de versión "abreviada" o "modificada" de la misma práctica.

Podemos decir, por razones históricas, litúrgicas y teológicas, que la proclamación de las lecturas en la Misa tiene tres propósitos. En primer lugar, las lecturas son instructivas para los fieles. Las lecturas del Misal tradicional se eligieron, en primer término, por su contenido moral, dogmático y eucarístico universal, y por su relación con santos individuales o clases de santos. Las lecturas presentan grandes ejemplos de virtud y preparan a los fieles para la comunión con el Señor en la adoración y en el banquete celestial.

En segundo lugar, las lecturas son en sí mismas una ofrenda de adoración a Dios Todopoderoso: se proclaman para su gloria y honor, y para obtener su bendición. El clero canta las palabras divinas en presencia de su Autor como parte de la logikē latreia o culto racional/verbal que debemos a nuestro Creador y Redentor. Estas palabras hacen presente la alianza con Dios, son una puesta en práctica de su significado en el contexto sacramental para el que fueron concebidas, una recitación agradecida y humilde bajo la mirada de Dios de las verdades que ha prometido. Esto está muy en consonancia con la forma de orar a Dios que se recoge en la Escritura: "Acuérdate, Señor, de las promesas que has pronunciado"; no es que Él vaya a olvidar, sino que quiere que no olvidemos Sus promesas, y quiere, con amor, que se las hagamos cumplir, por así decirlo. El estilo solemne y formal de la lectura, que se dirige hacia otro lugar distinto de las personas inmediatamente presentes, deja claro que estamos reconociendo que el Dios al que estos textos mencionan está realmente aquí en medio de nosotros, o más bien, venimos ante su presencia con acción de gracias. Las lecturas se convierten así en dones que, habiendo sido puestos en nuestras manos por Dios, le devolvemos y se los ofrecemos a Él, al igual que hacemos con el pan y el vino. O para usar una metáfora diferente, las lecturas son una forma de incienso verbal con el que elevamos nuestras manos a sus mandamientos, como dice el gran canto del Ofertorio: Meditabor in mandatis tuis, quae dilexi valde: et levabo manus meas ad mandata tua quae dilexi ("Meditaré en tus mandatos, que he amado mucho; y alzaré mis manos hacia tus mandatos, que he amado", Sal 118, 47-48). 

Cuando tomamos en serio la visión tradicional de la inspiración divina de la Escritura, podemos ver claramente que el cuidado amoroso, los actos de reverencia tributados a la Palabra de Dios en la primera parte de la Misa –todo, desde rezar para que uno sea digno de decir su contenido, acompañar el libro con velas, hacer la señal de la cruz sobre él, incensarlo, besarlo, y cantar las lecturas con tonos de canto dignos y penetrantes– se parece mucho al culto que se rinde a la cruz en la Misa de los Presantificados del Viernes Santo, o a la veneración que se da a los iconos bizantinos: en cierto modo, entramos en contacto con Dios mismo. Él es la verdad que se hace presente cuando se proclama la lectura: no es un recuerdo pasado sino un poder actual que lleva a la conversión y la iluminación. La Escritura no es por cierto la Presencia Real de la Sagrada Eucaristía, pero es divina de una manera en que ninguna otra palabra humana lo es. Por eso tiene tanto sentido el rico ceremonial en el que el antiguo rito romano envuelve la lectura o el canto de la Palabra de Dios: la liturgia quiere acentuar el hecho de que, en este escenario, la palabra sobre el papel, la palabra que flota en el aire, es superior a nuestras mentes, determinante de nuestras voluntades. En resumen: es Dios, en modo verbal, y entramos en su presencia verbal con signos de veneración. Le glorificamos mediante la proclamación litúrgica de su Revelación.

Pero, ¿no hay algo que va contra la intuición en la idea de que el canto de las lecturas en la Misa es un acto de adoración dirigido a Dios? Después de todo, parece evidente que la razón por la que se leen las Escrituras en la Misa es para educar a la asamblea. Pero no es tan simple como una opción binaria de sí o no. La liturgia romana tradicional ha tendido a lo largo de los siglos, a convertir todo en una oración dirigida a Dios, como si no hubiera lugar en la liturgia para algo que sea exclusivamente "para el pueblo".

Un gran ejemplo de esta tendencia puede verse en cómo se recita o canta el Credo. Todos sabemos que el Credo es una confesión de fe, cuyo contenido consiste básicamente en una lista de dogmas sostenidos por los cristianos. No tiene características evidentes de ser una oración dirigida a Dios; no se dirige a Dios en absoluto. Más bien parece un signo de ortodoxia con el que significamos nuestra fe, expresada en dogmas. Sin embargo, en el usus antiquior el sacerdote recita el Credo ad orientem en el altar mayor, inclinando la cabeza al pronunciar el nombre de Jesús y las palabras adoratur et conglorificatur en honor del Espíritu Santo, haciendo una genuflexión en Et incarnatus est, y haciendo la señal de la cruz en Et vitam venturi saeculi, concluyendo con un "Amén" y un beso al altar. De este modo, la profesión de ortodoxia se ha convertido en una oración a Dios Uno y Trino, una manera de comulgar con Aquél que ha revelado graciosamente sus misterios al hombre, y en respuesta a cuya misericordiosa auto-revelación respondemos con la obediencia de nuestros labios y nuestras mentes a su verdad objetiva.

Toda la liturgia es para Dios, y de hecho su mayor valor educativo consiste justamente en comunicar al pueblo la primacía y la ultimidad de Dios, que Él es el Alfa y la Omega de todos nuestros actos exteriores e interiores, incluido el acto de escuchar las lecturas y comprenderlas. En cierto sentido, las lecturas se ofrecen a Dios para que nosotros nos ofrezcamos a Él en nuestra comprensión de la Palabra y en los afectos que ésta suscita. Por eso no importa tanto si se capta o no inmediatamente el sentido de cada palabra; lo que importa mucho más es ver que esta Palabra es divina, santa, celestial, que estamos pisando tierra santa. La comprensión verbal puede seguir a su debido tiempo, pero nunca captaremos bien la Palabra si antes no la veneramos como divina y adoramos al Dios del que emana y en cuya presencia cobra vida.

Canto del Evangelio por el diácono en una Misa solemne

Martin Mosebach escribe sobre cómo la proclamación litúrgica de las lecturas en general, y del Evangelio en particular, no son meras declaraciones de textos, sino formas de hacer presente a Cristo en la Iglesia. Cito de su libro The Heresy of Formlessness [La herejía de lo informe]:


La lectura del Evangelio es mucho más que un "anuncio": es una de las formas en que Cristo se hace presente. La Iglesia siempre ha entendido que es una bendición, un sacramental, que remite de los pecados, como afirma el "Per evangelica dicta deleantur nostra delicta" ["Por las palabras del Evangelio sean borrados mis pecados"] que evoca el Misereatur que sigue al Confiteor. El carácter sacramental del Evangelio, que perdona efectivamente los pecados, es, por cierto, el argumento decisivo para su lectura en lengua sagrada. Los signos litúrgicos de la procesión ponen de manifiesto este carácter. La liturgia ha tomado del ceremonial de la corte de los emperadores paganos el lenguaje simbólico en presencia del soberano supremo: velas, que precedían al emperador, y el turíbulo. [...] Las lecturas no son simplemente una "proclamación", sino sobre todo la creación de una presencia.1 

Por lo tanto, si el acto de la lectura litúrgica trae a Cristo vivo en medio de la Iglesia –incluso podría llamarse una cuasi-transubstanciación del texto en una presencia– las lecturas mismas deben ser preparadas y pronunciadas con tanto cuidado, amor y devoción como las propias palabras de la consagración. 

El uso del latín demuestra, sin necesidad de ninguna explicación, que la liturgia no pertenece al ámbito cotidiano de las revistas y los periódicos, ni siquiera de las conferencias académicas o los estudios bíblicos protestantes, como el uso de una lengua vernácula moderna sugiere inevitablemente por un proceso de asociación. Tanto por su ropaje latino como por sus melodías gregorianas, se trata la Palabra de Dios como algo santo, imponente, especial, en un plano diferente a cualquier otra palabra.

Ofrecer la oración hacia el este es una de las costumbres más antiguas y universales del cristianismo.2 En el año 375, San Basilio de Cesarea, uno de los más grandes Padres de la Iglesia, habla de la costumbre apostólica de "volverse hacia Oriente en la oración [eucarística]"3. Esta práctica encontró inspiración y confirmación en los pasajes de la Escritura que llaman a Cristo "Oriente" o dicen que asciende a Oriente, o que vendrá de Oriente, como escuchamos en el Evangelio del último domingo después de Pentecostés, donde Jesús dice de sí mismo, en Mt 24, 27: "Porque como el relámpago sale del oriente y brilla hasta el poniente, así será la venida del Hijo del Hombre". El profeta Malaquías llama a Cristo "sol de justicia" (3, 20), como San Juan llama a Dios "Luz" (1 Jn 1, 5). En una homilía sobre por qué el libro del Levítico habla de "rociar al oriente", el gran escritor patrístico Orígenes comenta:


Esto os invita a mirar siempre "hacia el oriente" de donde surge para vosotros "el Sol de la Justicia", de donde nace una luz para vosotros; para que nunca "caminéis en las tinieblas" y que ese último día no os atrape en las tinieblas; que la noche y la niebla de la ignorancia no os sorprendan, sino que siempre os encuentren en la luz del conocimiento [...]4.

Como nos enseña el Evangelio de San Juan, el lugar del verdadero culto es Cristo crucificado y resucitado, que como hombre es el camino a la casa del Padre, y como Dios es el destino. Así que miramos hacia el este no porque nos refiramos a un "lugar sagrado" concreto en la tierra, como Jerusalén o La Meca, sino porque nos dirigimos a quien es el templo en su cuerpo, Cristo Nuestro Señor, y nos dirigimos con Él al Padre que está por encima de todo (cf. Ef 4, 6). El oriente opera como símbolo cósmico y bíblico de Cristo mismo, de su gobierno sobre nosotros, de su regreso en gloria y de su reino celestial que anhelamos con esperanza.

Lectura del Evangelio en la Misa rezada

Así, cuando la Epístola se proclama ad orientem, nos hace volver a Dios y al cielo en espíritu, al Oriente y a la Luz, insinuando que nuestra vida de cristianos creyentes –nuestras inteligencias, nuestras voluntades– se orienta fuera de nosotros mismos, lejos de la carne, lejos de los modos de pensar y actuar exclusivamente humanos; conformamos nuestra mente a la mente de Cristo, volvemos nuestro rostro a su rostro. La individualidad del lector se ve reducida; no vemos su rostro; está en lugar de los Apóstoles y los profetas, que tienen la precedencia. La palabra apostólica o profética nos guía hacia el reino, que obtenemos adhiriendo fielmente a la enseñanza divina. Como dice el Cardenal Sarah: "La orientación exterior nos lleva a la orientación interior que simboliza"5.

Habiendo dicho todo esto en elogio de la adoración hacia el este (y eso incluye la lectura o el canto de la Epístola), a estas alturas deberíamos estar absolutamente desconcertados y profundamente confundidos en lo que respecta al Evangelio. Pareciera que, dado el simbolismo mencionado, el Evangelio, sobre todo, debe hacerse ad orientem, ¡pero se hace mirando hacia el norte! ¿Cómo puede ser?

Aquí, queridos amigos, es donde la liturgia nos sorprende tomando una nueva dirección. Pero tiene mucho sentido si nos detenemos a pensar en ello. Si el Evangelio es la presencia verbal de Cristo por excelencia y el sacerdote o diácono que lo proclama está, en ese momento, actuando in persona Christi, entonces no tendría sentido que el lector del Evangelio mirara ad orientem, hacia Cristo, el Oriente. Sería como decir que Cristo está hablando consigo mismo. Más bien, en el Evangelio Cristo se dirige al mundo, es decir, a las naciones, a los gentiles, a toda la creación, a la que hay que predicar el Evangelio para que se convierta, sea bendecida, santificada y salvada. Por lo tanto, en el desarrollo histórico del rito romano, el Evangelio terminó por cantarse mirando hacia el norte, porque el norte era el símbolo del mundo pagano no convertido que debía ser evangelizado. Se podría decir que el norte representa el último grado de impiedad del mundo, hundido en la mala noticia del pecado original y la maldad humana cada vez mayor. Es el mundo sin la buena noticia, que espera, que anhela el Evangelio, pero que también se opone a él. Esto explica la formación romana, casi militar, de los ceroferarios, del turiferario, del subdiácono y del diácono: marchan hacia el extremo norte de la iglesia, como si fueran a establecer una fortaleza en la frontera del enemigo. El Evangelio es una luz para exponer y derrotar el mal que se ha apoderado de la creación buena de Dios. “Según una antigua tradición, el norte representa el reino oscuro donde la luz del Evangelio aún no ha brillado. Leemos el Evangelio hacia el norte para representar la misión de la Iglesia hacia los no evangelizados”.6

Los textos del Antiguo Testamento relacionan especialmente el norte con el mal, ya sea con los imperios paganos de los grandes enemigos de Israel, Asiria y Babilonia, o con el propio Israel adúltero que rompe la alianza (que está al norte de Jerusalén). En Jeremías leemos: "Del norte se difundirá el mal sobre todos los habitantes de la tierra, pues he aquí que voy a llamar a todas las tribus de los reinos del norte" (1, 14); "Pues se deja ver un azote que viene del norte, una gran calamidad" (6, 1). Como si estuviera redactando una rúbrica litúrgica, el profeta Jeremías sale al paso y dice: "Anda, pues, y grita estas palabras hacia el norte, y di: Conviértete, apóstata Israel –oráculo del Señor–, no os miraré con rostro airado; porque soy piadoso, –oráculo del Señor–; no guardo rencor para siempre" (3, 12). Este profeta pone una nota de esperanza al decir que Dios traerá de "la tierra del norte [...] al ciego y al cojo, a la mujer que está encinta como a aquélla que da a luz", y los conducirá "con misericordia [...] a corrientes de agua" (es decir, mediante el bautismo) (Je 31, 8-9). Por su parte, el profeta Isaías pone en boca de Babilonia, potente símbolo del mal, estas palabras: "Me sentaré en el monte de la asamblea, en lo más recóndito del septentrión" (14, 13-14; cf. 41, 25).7 Tan fuerte era la equiparación del "norte" con el "mal" que, después del Concilio de Trento, se permitió la construcción de iglesias, con autorización episcopal, en cualquier dirección excepto hacia el norte.8

Pero hay razones aún más profundas para la aversión bíblica al norte. En The Ancient Cosmological Roots of Facing North for the Gospel, el Dr. Jeremy Holmes, estudioso de las Escrituras, argumenta lo siguiente: Los antiguos no conocían el norte magnético; encontraban el norte mirando al cielo, donde las constelaciones giran alrededor de la estrella polar:

 

En el lapso de unos 26.000 años, una línea trazada a través del eje de la Tierra describe un círculo completo en el cielo y, a lo largo del camino, varias estrellas se convierten en la "estrella polar" o del norte, es decir, en la estrella alineada con el eje de la Tierra. Hoy en día, la estrella que indica el norte es Polaris, pero hace 4.000 años la estrella del norte era Thuban, situada en una constelación completamente diferente. Los egipcios construían sus templos de modo tal que Thuban fuera visible a través de una puerta en un lado concreto. Si uno sale por la noche y encuentra a Thuban en el cielo, estará viendo la estrella polar tal y como la habrá conocido Abraham cuando Dios lo llamó en el año 2000 a.C. aproximadamente.

Holmes señala que todas las constelaciones conocidas del cielo nocturno, que los griegos no inventaron sino que recibieron, están dispuestas alrededor de Thuban, por lo que las civilizaciones que por primera vez las nombraron debieron ser la sumeria y la babilónica. Pero ¿qué es Thuban? Es una palabra árabe que designa la constelación de la que forma parte: Dragón.

 

Para los antiguos babilonios (nuestros testigos más cercanos de la tradición sumeria original), la constelación de Dragón era Tiamat, el mar. Según la historia, Tiamat era la madre de todos los dioses, pero luego se volvió contra ellos en forma de serpiente e intentó comérselos a todos [...] Para los antiguos griegos, Dragón tenía un papel paralelo. Al igual que Tiamat se volvió contra Marduk y compañía, los griegos hablaban de la ocasión en que los Titanes intentaron derrocar a los dioses del Olimpo. En un momento de la batalla, un dragón atacó a Atenea, pero ella lo mató y lo lanzó al cielo, donde se enrolló alrededor del eje de la tierra para formar la constelación que vemos hoy. 

Si nos volvemos nuestra mente al capítulo 12 del libro del Apocalipsis, recordaremos a la mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. El gran dragón intentó devorar a su hijo; esta antigua serpiente es Satanás. Por lo tanto, el texto de Isaías conecta con precisión a Satanás con las estrellas del norte. El Dr. Holmes dice: "Dado el rastro de evidencias expuesto que asocia a Satanás con el norte y con las estrellas y con el dragón de la mitología antigua, no creo que sea un salto demasiado grande ver a Satanás representado por la constelación de Dragón". 

(Imagen: St Timothy's)

Resumiendo lo anterior, tiene todo el sentido del mundo que nos pongamos de cara al sol naciente durante el culto. Tiene todo el sentido del mundo que no miremos hacia el norte, hacia el Dragón, durante el culto. Y aunque pueda resultar sorprendente en un primer momento, tiene perfecto sentido para la infinita misericordia de Dios que proclamemos el Evangelio hacia el norte, para todos los que están bajo el dominio de Satanás.

Ya hemos hablado de las razones geográficas o climáticas, bíblicas e histórico-cosmológicas para que el Evangelio se anuncie hacia el norte. Podemos añadir un poco de realismo literario para completar el cuadro. Después de que el centro del cristianismo se desplazara de Jerusalén a Roma (como ya presagian los Hechos de los Apóstoles), las asociaciones bíblicas se vieron ampliadas respecto del mapa del mundo tal y como lo veían los antiguos romanos. Desde finales del siglo I hasta principios del siglo V, e incluso después, los romanos construyeron y mantuvieron miles de kilómetros de limites o defensas fortificadas a lo largo de la frontera del imperio. Entre los más famosos estaba el limes Germanicus, que se extendía desde la desembocadura del Rin en el Mar del Norte hasta Ratisbona en el Danubio. Al norte de este límite había vastas regiones de "bárbaros", gente considerada sin cultura ni religión ordenada, sino tribus germánicas salvajes con deidades y creencias extrañas. Eran los enemigos de la Roma imperial, pero también los gentiles que los sucesores de los apóstoles fueron enviados a evangelizar; y, de hecho, fueron los pueblos bárbaros, bautizados y civilizados, los que se convirtieron en la savia de la cristiandad medieval.  Al igual que el Canon Romano, escrito en el caluroso Mediterráneo, concibe el cielo como un lugar de frescor (locum refrigerii), también las rúbricas de la Misa reflejan un hábito de pensamiento sobre el norte que lo relaciona con peligrosos bárbaros aún por convertir a Jesucristo. Estos son sólo algunos de los muchos ejemplos de cómo las palabras y las rúbricas de la Misa reflejan la confluencia de las antiguas civilizaciones hebrea, griega y romana. Al igual que nuestra teología tiene una triple raíz –Jerusalén, Atenas y Roma–, nuestra liturgia también la tiene, aunque quizás en ese caso sería mejor decir Jerusalén, Constantinopla y Roma.

En este punto podría plantearse una objeción bastante obvia. Antes he argumentado que la razón por la que la Epístola se lee hacia el este es que no es simplemente didáctica, que nos es ofrecida, sino también latréutica, es decir, un acto de culto ofrecido a Dios, y que es importante señalar el aspecto vertical o trascendente sobre el horizontal o inmanente. Sin embargo, acabo de explicar que leemos el Evangelio mirando hacia el norte para simbolizar la predicación de la buena nueva a los incrédulos, lo que parecería una perspectiva demasiado orientada a este mundo y al pueblo, no un modo de glorificar a Dios mediante la recitación de sus propias obras y maravillas. Dicho así, parece un dilema; pero creo que es un falso dilema.

La postura hacia el norte es un símbolo de la proclamación de la verdad a los paganos –dado que hoy, en principio, no hay paganos congregados en el lado norte de la iglesia. Lo que esta postura pretende mostrar es el poder de la Palabra para convertir los corazones humanos de la incredulidad a la fe. Es una forma de glorificar a Dios por el poder de su palabra, y de esta manera, se ajusta a la función latréutica de la lectura. El énfasis, en otras palabras, no está en la instrucción per se, sino en la confrontación, convicción, conversión y cristianización. Evidentemente, la Palabra tiene que ser recibida para que su poder se sienta y se manifieste; pero el poder está en la Palabra y glorifica al Padre, de quien procede, y al Espíritu, por el que mueve los corazones. El énfasis está en el calor que derrite el hielo, la luz que destierra la oscuridad, la verdad que triunfa sobre la ignorancia, el error y el engaño. De este modo, la proclamación hacia el norte del Evangelio es tan teocéntrica como la proclamación hacia el este de la Epístola.

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1. Mosenbach, M., The Heresy of Formlessness, pp. 28, 98, 185-186.

2. Este párrafo y el que sigue después de la cita son una adaptación de mi libro Reclaiming OurRoman Catholic Birthright (véase pp. 33-34).

3. Basilio de Cesarea, The Holy Spirit, 27:66, en Schaff, P. (ed.), A Select Library of the Nicene and Post-Nicene Fathers, Series II, vol. 8: Saint Basil: Letters and Selected Works (New York: The Christian Literature Company, 1888; varias reimpresiones), p. 41.

4. Orígenes, Homilies on Leviticus 1–16 (trad. de Gary Wayne Barkley, Washington, DC, The Catholic University of America Press, 1990), 9.10.2, p. 199, énfasis añadido. También se encuentra, irónicamente, en el Oficio de Lecturas postconciliar del lunes de la cuarta semana de Cuaresma.

5. “Cardinal Robert Sarah on ‘The Strength of Silence’and the Dictatorship of Noise”The Catholic World Report3 de octubre de 2016.

6. Como dice el Dr. Jeremy Holmes, estudioso de las Escrituras, en el artículo mencionado más abajo. [Nota de la Redacción: La referencia al trabajo de Jeremy Holmes y la cita respectiva no figura en el artículo original]. 

7. Is 14, 13-14, considerado por todos los Padres de la Iglesia como una descripción del orgulloso intento de Lucifer de apoderarse de la gloria mediante su propio poder: "Tú que dijiste en tu corazón: al cielo subiré, sobre las estrellas de Dios levantaré mi trono; me sentaré en el monte de la Asamblea, en lo más recóndito del Septentrión; subiré a las alturas de las nubes; seré como el Altísimo" (Is 14, 13-14). A lo que, por supuesto, la respuesta de San Miguel fue: "¿Quién como Dios?"

8. Fiedrowicz, M., The Traditional Mass. History, Form, and Theology of the Classical Roman Rite, p. 147.

domingo, 19 de diciembre de 2021

El momento supremo de la decisión, por cortesía de la Congregación para el Culto Divino

Ayer dábamos noticia de la publicación por parte de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos del documento intitulado "Responsa ad dubia sobre algunas disposiciones de la Carta Apostólica en forma de «Motu Proprio» Traditionis Custodes del Sumo Pontífice Francisco", la cual está provocando abundantes reacciones en Internet que resaltan la importa restricción que se añade a la celebración de la Misa tradicional, el carácter de concesión que tienen las nuevas normas y el propósito de que la Iglesia de rito romano sólo tenga una forma litúrgica (por ejemplo, Infocatólica, Religión en libertadInfovaticana o Specola). 

Para contribuir al análisis de ese texto, que comporta una verdadera instrucción del dicasterio romano con competencia sobre la liturgia, les ofrecemos la versión castellana de un artículo del Dr. Peter Kwasniewski aparecido en OnePeterFive, que ha sido traducido por la Redacción. Llama la atención que la instrucción Universae Ecclesiae (2011) dictada para explicar e interpretar el motu proprio Summorum Pontificum (2004) tardó cuatro años en dictarse, y el ajuste del santoral y los nuevos prefacios sólo se concretó en 2020, frente a los cinco meses que demoró esta respuesta oficial de la Santa Sede, en parte ya anticipada por la carta dirigida al cardenal Vincent Nichols, Primado del Reino Unido y Gales, por parte de monseñor Arthur Roche, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, y la normativa restrictiva dictada para la Misa tradicional en la diócesis de Roma. Cumple recordar que Traditionis Custodes tiene una historia que no se condice con lo que se ha dicho al respecto, utilizando los datos de la consulta formulada a los obispos del mundo. 

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El momento supremo de la decisión, por cortesía de la Congregación para el Culto Divino

Peter Kwasniewski

El día en que se publicó el motu proprio Traditionis Custodes, comparé ese hecho con la detonación de la primera bomba atómica en Nuevo México, en igual fecha de 1945. Con la publicación el 18 de diciembre de la “Respuesta a las dubia” -que es en esencia una instrucción sobre cómo implementar el motu proprio-, salta a la imaginación una comparación análoga. Sobre Japón se dejó caer dos bombas atómicas. El motu proprio y su carta fueron Little Boy, y esta instrucción, Fat Man. 

Podemos usar otra comparación: Traditionis Custodes fue como cortar ramas y amenazar con inyectar químicos letales en las raíces; pero Responsa es como tratar de separar el árbol de sus raíces, para que no vuelva jamás a crecer. (A propósito, es simpático pensar que cuando se dirigieron dubia al papa por cuatro cardenales sobre si hay o no que cumplir los Diez Mandamientos, no recibieron respuesta alguna; pero cuando se somete a una Congregación romana un conjunto de dubia sobre cómo poner límites a la tradición litúrgica, la respuesta es rápida y seca y dice todo lo que hay que saber. En cierta forma, ello nos informa sobre todo lo que nos hace falta saber).  

1st Artists’ Rifles at Marcoing, 30 de diciembre de 1917, de John Nash
(Imagen del artículo original)

Quisiera comenzar con el momento elegido para esta bomba, porque es significativo. Los versados en teología comprenden que la autoridad surge de la necesidad de promover y cautelar el bien común, y que, por tanto, el bien común pone límites al ejercicio legítimo de la autoridad. Si una autoridad obra claramente contra el bien común, su acción o mandato o norma no tiene sustento legal, sino que es un acto de violencia. 

Se comprende que la gente quiera y necesite tener una razonable seguridad de que determinado acto es contrario al bien común antes de ignorarlo o de oponerse a él.

Incluso con anterioridad al día de hoy, no fue nunca difícil darse cuenta de que los oponentes, en el Vaticano, de los ritos litúrgicos tradicionales de la Iglesia de Roma, están movidos por una animosidad contra la Tradición totalmente incompatible con la fe católica, y por una animosidad contra los fieles que adhieren a la Tradición, que es totalmente contraria a la caridad y al muy esgrimido deseo de “unidad” y “comunión” (a pesar del tributo, que se paga de la boca para afuera, a la “diversidad” y las “periferias” y las “minorías”, lo que constituye el típico modus operandi de los hipócritas). 

Con todo, la publicación de un documento como éste -tan lleno de malicia, de pequeñez, de odio y de crueldad, y tan lleno de mentiras- exactamente una semana antes de la gran fiesta del Nacimiento de Cristo, prueba, con más elocuencia que ningún otro gesto, que nos enfrentamos a una mafia de hampones que se han alzado contra nuestro bien espiritual, nuestra vocación, nuestras familias, de una manera tal que su ataque al bien común de la Iglesia no podría quedar más claro.

Recordemos lo que nuestros antepasados en la fe dijeron de situaciones como la actual.

El Cardenal Cayetano (1469-1534): “Debéis resistir en su propia cara al Papa que está destrozando la Iglesia”.

Francisco de Vitoria (1483-1546): “Si el Papa, con sus órdenes y actos  destruye la Iglesia, se lo puede resistir e impedir que sus órdenes se cumplan”. 

San Roberto Belarmino (1542-1621): “Así como es legítimo resistir al Papa si éste asaltara a un hombre, también es legítimo resistirlo si ataca a las almas, o perturba al Estado, y mucho más si procurara destruír la Iglesia. Es legítimo, insisto, resistirlo no cumpliendo lo que manda y entorpeciendo el cumplimiento de su voluntad”. 

Silvester Prierias (1456-1523): “El [el Papa] no tiene poder para destruir; por tanto, si se prueba que eso es lo está haciendo, es lícito resistirlo. El resultado de todo esto es que si el Papa destruye la Iglesia mediante sus órdenes y acciones, puede ser resistido e impedido el cumplimiento de sus órdenes. El derecho de franca resistencia al abuso de poder de los prelados emana también de la ley natural”. 

Francisco Suárez (1548-1617): “Si el Papa dicta una ley contraria a la recta costumbre, no hay que obedecerle; si trata de hacer algo claramente opuesto a la justicia y al bien común, es lícito resistirlo; si ataca por la fuerza, puede ser repelido por la fuerza, con la moderación propia de una justa defensa”.

P. Villanueva, Misa crismal en San Juan de Letrán, comienzos del siglo XX, Roma
(Imagen: Wikipedia)

Así pues, está clara la Providencia de Dios, y considero esta instrucción como un regalo de Navidad. Al mostrarnos que sus autores odian la Tradición católica, odian la continuidad con el pasado y odian a los fieles, nos hace más fácil ver que actúan contra el bien común y merecen, por tanto, que se les resista. No sólo nos está permitido resistir, sino que estamos obligados a hacerlo, si queremos evitar pecar contra lo que sabemos que es recto, santo, verdadero y bueno.  

El contenido de la instrucción era, en cierta forma, enteramente predictible: sigue el texto ideológico de los miembros de San Anselmo, conducidos por su príncipe, Andrea Grillo. Cada una de las medidas del documento está pensada para estrangular al clero y al laicado tradicionales, entorpeciendo o eliminando su forma de vida hasta hacerla desaparecer, a fin de dar lugar a la supuesta “única expresión” del rito romano, que se le atribuye falsamente al Concilio Vaticano II. El documento está escrito en la nueva jerga bergogliana, llena de palabras como “acompañar”: todos deben ser “acompañados” hacia el “irreversible” Novus Ordo.

La instrucción pone un particular énfasis en la “unidad”, entendida como uniformidad, sin prestar atención a la compatibilidad de ello con la variedad de ritos, existente desde hace mucho tiempo, en la Iglesia de Occidente, como el ambrosiano, el mozárabe, y el de los Ordinariatos Anglicanos. La declaración siguiente es especialmente reveladora: “Es deber de los obispos, cum Petro et sub Petro, resguardar la comunión que, como nos lo recuerda el Apóstol Pablo (cfr. 1 Co 11, 17-34), es una condición necesaria para participar de la mesa eucarística”. Pero ¡qué interesante! Este deber episcopal de asegurar las condiciones necesarias para la participación en los sacramentos ¿se extiende también, por ejemplo, a los políticos pro-aborto, a los que viven públicamente en adulterio, a quienes proponen un estilo de vida LGTB, y a quienes disienten de aspectos básicos de la doctrina católica? ¿O los únicos que corren el riesgo de pecar contra las exigencias para comulgar son los que adhieren a una fe, una moral y una liturgia tradicionales? 

Una pregunta como ésta no será jamás ni formulada ni contestada por los partidarios de Traditionis Custodes porque no son honestos y no necesitan ni desean serlo. Para ellos la coherencia eucarística no ha sido jamás una preocupación grave, porque si lo hubiera sido, hubieran tomado medidas para poner fin a los abusos litúrgicos hace mucho tiempo; abusos respecto de los cuales derraman lágrimas de cocodrilo, al tiempo que afilan sus cuchillos contra los “tradis”. Tales son los matones en el poder. Por ahora.

El documento describe la reforma litúrgica del Vaticano II y sus frutos con el obligatorio optimismo y la consabida positividad que estamos acostumbrados a esperar de los documentos de la Curia; un estilo que recuerda a los informes económicos soviéticos sobre la infinita abundancia existente en el paraíso de los trabajadores. El lenguaje propagandístico sobre una “participación plena, consciente, activa” se despliega ampliamente, no obstante la embarazosa realidad de que la asistencia a los ritos del Novus Ordo y el involucramiento en ellos sufrió, en los países occidentales, una caída vertical con el comienzo mismo de la reforma, y ha experimentado desde entonces una caída aparentemente irreversible, en tanto que el único sector que exhibe un crecimiento demográfico y pastoral es el tradicionalista. La primera y más básica forma de participación activa es simplemente ir a Misa, y la segunda forma básica es saber lo que el Santo Sacrificio de la Misa realmente es, y esforzarse por estar en estado de gracia para recibir la comunión. Pero, según parece, la Congregación para el Culto Divino tiene una definición diferente, más esotérica. 

Además, la bien comprobada pérdida de fe en la Presencia Real de Nuestro Señor en la Eucaristía, junto con la pérdida de fe en el pecado mortal y en el uso de la confesión, no son, en realidad, lo que podríamos llamar un timbre de orgullo para la gran reforma, a menos que de lo que se trataba era de abolir tales supersticiones, en el espíritu de Thomas Cranmer, connacional del Arzobispo Roche. 

Esta instrucción señala el momento de la suprema decisión que debe tomar todo quien tenga algún tipo de conexión con el usus antiquior (en realidad, afecta a todo católico, por cuanto el Papa está atado por la Tradición, cosa que es constitutiva de su oficio y función en la Iglesia; pero quienes me preocupan por el momento son los que van a ser más inmediatamente afectados por este nuevo documento). 

Los obispos tendrán que decidir si aceptan o no el programa ideológico que se les presenta, basado en una mezcla de mentiras, fantasías, hipocresía, fraude psicológico y veneno. Ya recibieron un fuerte golpe en una mejilla con Traditionis Custodes que, so pretexto de devolverles autoridad en materias litúrgicas, de hecho se las limitó en numerosas formas; y ahora han sido golpeados en la otra mejilla con este documento de la Congregación para el Culto Divino, que aumenta las restricciones a su libertad de juicio, de acción y de tutela pastoral. ¿Cuánto más van a soportar ser golpeados y pateados antes de despertar y darse cuenta de que son sucesores de los apóstoles, obispos puestos en sus iglesias para servir y nutrir a su pueblo, y no meros mandos medios dirigidos por el apparatchik vaticano, destinados a danzar al ritmo del dictador peronista cuyo auténtico lema papal es “hagan lío” [en castellano en el original]?

En la práctica, los obispos que han usado con fruto el Pontifical Romano tradicional o que están dispuestos a usarlo si el bien de su grey lo pide, obrarán correctamente si ignoran este decreto de Roma y prosiguen con las confirmaciones y ordenaciones según los viejos ritos pontificales. Como el gran obispo Roberto Grosseteste (1175-1253) respondió cierta vez a un Papa que se extralimitaba: Filialiter et obedienter non obedio, contradico et rebello: “De modo filial, obediente [a Cristo], no obedezco, y os contradigo y me rebelo”. Si lo imitan, los obispos obrarán según un ya bien consolidado modelo de prelados que hacen caso omiso de todo lo que les desagrada del Vaticano -en este caso (si no en todos) con plena y total justificación-.

Imagen de Robert Grosseteste en una vidriera en la iglesia de San Pablo, Morton (Reino Unido)
(Imagen: 20minutos)

Los sacerdotes pertenecientes a los institutos “Ecclesia Dei tendrán que decidir si cumplirán o no una instrucción cuyo propósito obvio es arrasar con sus características propias, erosionar unilateralmente sus constituciones aprobadas por el papado, y poner en cuestión la legitimidad de la vocación tal como la han recibido de  Dios y la Iglesia ha reconocido solemnemente. Obedecer prescripciones que apuntan, al cabo, a obliterar el usus antiquior de la faz de la tierra, es suicidarse. Cumplir normas que contradicen la interna coherencia, ortodoxia y plausibilidad de la lex orandi y de la lex credendi católicas que se extienden a lo largo de los siglos, es incurrir en un error que vacía de contenido al catolicismo.

En resumen, se trata de un “momento Lefebvre” para la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro, para el Instituto de Cristo Rey y para el Instituto del Buen Pastor y otras instituciones semejantes. La única respuesta honorable que pueden dar es: Non possumus, no podemos, en conciencia, cumplir estas normas. Aplíquennos todas las penas o castigos que quieran; los ignoraremos, porque carecen de fuerza legal. Algún papa futuro nos reivindicará, tal como lo hicieron Juan Pablo II y Benedicto XVI con los adherentes a la Tradición hace algunas décadas. 

Los sacerdotes diocesanos están en la misma encrucijada. Si han ya descubierto el tesoro de la Tradición, no renunciarán fácilmente a él, y debieran recordar que no necesitan en absoluto permiso alguno para celebrar el rito romano, para el cual se los ordenó sacerdotes. Y si el rito romano tradicional no cuenta como rito romano, entonces la Iglesia católica no es Iglesia católica ni nada es nada. 

Si algunos sacerdotes tienen la buena suerte de vivir en una diócesis cuyo obispo les es favorable y ve con claridad la maldad de las movidas del Vaticano contra el patrimonio litúrgico latino y contra el clero y fieles que lo aprecian, podrán ignorar esta instrucción como si nunca hubiera existido. Pero si están sometidos a un obispo hostil o asustadizo que limita o cancela la Tradición, tendrán que considerar la posibilidad de mudarse o de trabajar en algún otro lugar a fin de vivir plenamente su vocación sacerdotal. Pero si no hay otra salida, puede que éste sea el momento de elegir la mejor parte, es decir, la radical fidelidad a Cristo y su Iglesia, y sufrir las consecuencias de tal decisión. Descubrirán que no están abandonados, ni sin trabajo alguno que realizar. Por el contrario, los fieles tradicionales se reunirán para apoyarlos en todos los flancos, haciéndose cargo de sus necesidades materiales y abriéndoles las puertas para que realicen un fructífero apostolado. 

También los laicos tienen que tomar una decisión, y la mejor decisión será adoptar medidas que aseguren que la Tradición perdure mucho tiempo después de que los senescentes nostálgicos del Concilio Vaticano II partan a recibir su recompensa eterna. Por principio debieran asistir solamente a la liturgia tradicional, e incluso mudarse a lugares donde tengan un seguro acceso a ella; debieran celebrar gozosamente las riquezas del antiguo calendario litúrgico en sus familias y entregar la antorcha encendida de la fe a las futuras generaciones.

En la abundancia de su caridad, la Congregación para el Culto Divino explica que las liturgias de esos católicos no forman parte de la vida ordinaria de las parroquias; que las actividades de esos grupos de católicos no debieran coincidir nunca con las de la parroquia; que tales grupos debieran ser expulsados de la parroquia tan pronto como sea posible; que no se anuncie sus Misas en el horario parroquial; y que, suponemos, no debe invitarse a ellos nuevos miembros, ya que esos grupos están herméticamente sellados para evitar contaminaciones cruzadas. Luego de todo esto, Roche tiene la osadía de decir: “No existe intención alguna en estas normas de marginalizar a los fieles”…

La respuesta de un católico saludable a esta ultrajante impertinencia y a este prejuicio peor que el racista es decir: “¡Váyanse al diablo!” (porque es de ahí de donde provienen y adonde pertenecen estas ideas). “Anunciaremos nuestras Misas por todo lo alto. Seguiremos publicando nuestros libros, folletos, misales y todo tipo de parafernalia. Promocionaremos nuestras actividades e invitaremos a más gente. Promoveremos activamente la Tradición entre amigos, familiares, extraños y potenciales conversos. Canalizaremos nuestras donaciones para apoyarla. En breve, haremos todo lo que esté a nuestro alcance para asegurarnos de que vuestra injusta guerra contra la Tradición conozca la vergonzosa y poco gloriosa derrota que de sobra merece. Deus vult. No ganaréis jamás, jamás”.

¡Queremos la Misa!
(Foto: Le Monde)

Si se suprime en la diócesis de Ud. la Misa tradicional, vaya los domingos y días de precepto a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. Rece en casa el rosario y el breviario tradicional. Si no tiene Ud. ninguna Misa tradicional en su vecindad, busque algún rito oriental católico o, si existe, una parroquia del Ordinariato Anglicano.

Nos hemos estado preparando para este momento. Por eso no estamos en absoluto sorprendidos. Usemos los recursos que tenemos a mano. He aquí algunos especialmente útiles:

From Benedict’s Peace to Francis’s War. Esta antología contiene TODOS los argumentos -teológicos, históricos, canónicos, pastorales- que pueden y deben oponerse a Traditionis Custodes y, mutatis mutandis, a la Responsa ad Dubia. Es un verdadero manual para nuestra causa en este momento. Consígala, estúdiela, subráyela. Nos lloverán los desafíos de parte de los hiperpapistas y oportunistas que se glorían en sus vergüenzas, suprimiendo toda razón y contradiciendo la fe. Debiéramos estar preparados para responder, como San Pedro nos exhorta a hacer (cfr. 1 Pe 3, 15). 

True Obedience in the Church: A Guide to Discernement in Challenging Times. Este libro trata de la naturaleza y límites de la obediencia y su relación con la autoridad y el bien común, usando principios teológicos tomistas, axiomas canónicos y ejemplos históricos. En particular, demuestra que el ataque a la liturgia tradicional de la Iglesia no puede sino ser un ataque a su bien común, y que merece por tanto ser resistido. También aborda el tema de la ilicitud de los castigos y prohibiciones basados en premisas falsas o antagónicas (aquí se publica un resumen relevante; el libro saldrá en febrero, pero trataré de que se publique anticipadamente en Kindle).

Reclaiming Our Roman Catholic Birthright: The Genius and Timeliness of the Traditional Latin Mass. Este libro presenta una sólida argumentación en favor de regresar en masa a la Misa tradicional y a todo lo que la acompaña. Nada de timideces, nada de medias tintas, ni de “esto/pero también lo otro”. Aquí, nada sino la verdad pura y simple. Contribuye a entender “Por qué no pude regresar… al Novus Ordo, un sentimiento que comparte la mayor parte de los tradicionalistas. 

Ministers of Christ: Recovering the Roles of Clergy and Laity in an Age of Confusion. Debemos conservar la teología tradicional y la práctica de los ministerios sagrados, que incluyen a las órdenes menores y al subdiaconado. En este libro se explica por qué debe ser así. El Pontifical Romano es uno de los grandes tesoros de la Iglesia de Roma, y su reemplazo, después del Concilio Vaticano II, fue sin duda el más grave y egregio ejemplo de abandono de una tradición ininterrumpida y de las disposiciones del Concilio mismo. Un artículo relacionado: Clandestine Ordinations Against Church Law: Lessons from Cardinal Wojtyła and Cardinal Slipyj.

El estudio detallado del obispo Athanasius Schneider sobre la concelebración, que demuestra que la práctica actual de la Iglesia católica es fundamentalmente errónea: “Eucharistic Concelebration: Theological, Historical, and Liturgical Aspects” ("Concelebración eucarística: aspectos teológicos, históricos y litúrgicos"). La insistencia de la Responsa en la concelebración contradice el derecho canónico, así como varios documentos del Magisterio: ver mi artículo "La creciente amenaza de la concelebración coercitiva".

Recomiendo también los siguientes artículos sobre Responsa (vanguardia, seguramente, de muchos otros que han de venir):

Eric Sammons, “The Spiritual Abuse Continues”.

Rvdo. Claude Barthe, “Debemos resistir las normas ilegítimas osbre el rito tradicional”.

Raymond Kowalski, “An Open Letter to Every Priest: A Reed Shaken by the Wind”.

Gregory DiPippo, “The Last Stand of the Brezhnev Papacy”.

Matthew Hazell, “A ‘Revolution of Tenderness,’ or ‘The Roche Christmas Massacre’: A Farce in Eleven Dubia”.

[Nota de la Redacción: se puede añadir también el artículo de Brian McCall intitulado "The Second Atomic Bomb Has Exploded: CDW Issues Directives Banning Traditional Confirmations and Ordinations, Decrees the End of Ecclesia Dei Communities"]. 

domingo, 1 de agosto de 2021

Un paralelo entre la domesticación de la yuca o mandioca y el desarrollo litúrgico

Les ofrecemos hoy un nuevo artículo del Dr. Peter Kwasniewski, bien conocido de nuestros lectores. A partir de un texto de divulgación científica, que explica cómo la tradición cultural de un pueblo originario fue aprendido sobre el mejor modo de procesar la yuca o mandioca para evitar sus consecuencias adversas, el autor resalta la importancia que tiene la Tradición en la formación de los ritos litúrgicos. La razón proviene de que las comunidades humanas, como consecuencia del pecado original que es semilla de discordia y disgregación, tienden a la entropía, vale decir, hacia el caos. La Torre de Babel es un reflejo de lo que hace una comunidad que, viviendo bajo las reglas del mundo, busca el particularismo y la diferencia hasta el extremo que la convivencia resulta imposible. La paz sólo es posible, decía San Agustín, cuando hay tranquilidad en el orden, de suerte que la tendencia centrífuga del ser humano tiene que domeñarse mediante un principio organizativo. Para la Iglesia ese principio se encuentra en la gracia y se manifiesta en la Tradición, que ha soportado la criba de los siglos. Ella es la que transmite a las generaciones futuras lo vivo útil que conviene conservar. 

El artículo fue publicado en New Liturgical Movement y ha sido traducido por la Redacción. Las imágenes son las que acompañan al artículo original. 

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Un paralelo entre la domesticación de la yuca o mandioca y el desarrollo litúrgico

Peter Kwasniewski 

Raíces de yuca (mandioca)

Un amigo mío, que estaba leyendo cierto libro, me envió un pasaje del mismo, con una críptica nota: “Temas relevantes de tu interés”. El libro, de Joseph Henrich, es The Secret of Our Success: How Culture Is Driving Human Evolution, Domesticating Our Species, and Making Us Smarter [El secreto de nuestro éxito: cómo la cultura lidera a la evolución humana, domestica nuestras especies y nos hace más inteligentes], publicado por Princeton University Press en 2017. Hay otro bitácora, The Scholar’s Stage, que ha resumido el planteamiento de Henrich del siguiente modo (¡les aseguro que esta entrada tendrá en algún momento una aplicación litúrgica!).

“Henrich propone la idea de que la capacidad del cerebro no es, por sí sola, capaz de explicar por qué los humanos constituyen una especie tan exitosa. Su argumento es que los humanos no son en absoluto tan inteligentes como creemos que son. Príveselos de la cultura y del medioambiente en que han aprendido a actuar, y fracasan rápidamente. El ejemplo favorito del autor en este punto es el de los exploradores europeos, que mueren en medio de los desiertos, selvas o despoblados árticos a pesar de que cientos de generaciones de cazadores-recolectores han sido capaces de sobrevivir y multiplicarse en esos mismos lugares. Si el éxito humano se debiera a nuestra capacidad de solucionar problemas, de analizarlos y de desarrollar racionalmente nuevas soluciones para nuevos desafíos, los exploradores hubieran salido adelante. Pero su espantoso fin sugiere que la racionalidad puede no ser la única clave de la supervivencia humana.

“Si el pensamiento racional no es la clave de nuestro éxito, ¿cuál es ella?

“Para responder a esta pregunta, dice Henrich, deberíamos considerar la yuca o mandioca. La yuca, o mandioca, es uno de los alimentos básicos más populares en el mundo. Pero tiene una trampa: si no se la prepara correctamente, la yuca envenena lentamente. Con todo, algunas poblaciones la comen sin ningún problema. ¿Cómo es esto?

Citemos ahora al propio Henrich:

“En las Américas, donde por primera vez se domesticó la yuca, las sociedades que han consumido sus variedades amargas durante miles de años no muestran evidencia alguna de envenenamiento crónico por cianuro. En el Amazonas colombiano, por ejemplo, los indios tukanoanos emplean una técnica de procesamiento de varias etapas, que dura varios días, que incluye un mondado, un rallado y, finalmente, un cocimiento de las raíces a fin de separar la fibra del almidón y del líquido. Una vez que éstos se han separado, el líquido es hervido y se lo toma como bebida, en tanto que la fibra y el almidón deben reposar dos días más, al cabo de los cuales puede asárselos y comérselos…

“Estas técnicas de procesamiento son cruciales para la vida en muchas partes de la Amazonia, donde es difícil cultivar otros alimentos y donde, a menudo, ellos son poco rendidores. Sin embargo, a pesar de su utilidad, una persona, en soledad, tendría problemas para imaginarse cuál es la técnica desintoxicante. Piénsese en la situación de los niños y adolescentes que aprenden esas técnicas. Rara vez habrán visto producirse un envenenamiento por cianuro, porque las técnicas funcionan. E incluso si el procedimiento fuera ineficaz, de modo que los cuellos hinchados o los problemas neurológicos fueran frecuentes, sería difícil reconocer el vínculo entre estos problemas de salud y el consumo de yuca. La mayor parte de la gente ha comido yuca durante años sin efectos aparentes. Las variedades bajas en cianuro son normalmente hervidas, pero hervirlas es insuficiente para evitar enfermedades crónicas en el caso de las variedades amargas. El hervido, con todo, elimina o reduce el sabor amargo y evita los síntomas agudos (por ejemplo, diarrea, problemas estomacales y vómitos).

 “Así pues, si un individuo hiciera lo que dicta el sentido común y sólo hirviera la yuca con alto contenido de cianuro, las cosas parecerían estar bien hechas. Debido a que la tarea de procesar la yuca tiene varias etapas y es larga, ardua y aburridora, cumplirlas es, ciertamente, algo no intuitivo. Las mujeres tukanoanas emplean cerca de una cuarta parte del día en quitar lo tóxico a la yuca, por lo que esta técnica es, a corto plazo, costosa. Ahora, piénsese en el caso de una madre tukanoana, segura de sí misma, que decidiera abandonar algunos pasos aparentemente innecesarios del procesamiento de la yuca amarga. Podría ser el caso que ella viera con ojos críticos el procedimiento que le ha sido transmitido por las generaciones antiguas y concluyera que la finalidad de todo el procedimiento es eliminar el sabor amargo. Y luego podría experimentar con otros procedimientos alternativos, evitando uno o más pasos de mucho trabajo y de mucho consumo de tiempo. Seguramente se convencería de que con un procedimiento más breve y menos laborioso se puede eliminar el sabor margo. Si adoptara este protocolo más fácil, tendría más tiempo para otras actividades, como cuidar a sus hijos. Naturalmente, algunos años o décadas más tarde, su familia comenzaría a evidenciar síntomas de envenenamiento crónico con cianuro.

“Y así, la negativa de esta madre a dar fe a las prácticas que ha heredado de generaciones anteriores daría como resultado la enfermedad y la muerte prematura de los miembros de su familia. El aprendizaje individual no paga aquí, y las intuiciones son engañosas. El problema es que las etapas en este procedimiento son causalmente opacas, y un individuo no puede fácilmente inferir sus funciones, interrelaciones o importancia. La opacidad causal de muchas adaptaciones culturales ha producido un gran impacto en nuestra psicología.

Preparación tradicional de la yuca

“¡Cuidado! Puede que me equivoque en esto del procesamiento de la yuca. Después de todo, ¿no será fácil, quizá, que un individuo descubra los pasos para desintoxicar la yuca? Afortunadamente, la historia nos proporciona aquí un caso control. Hacia comienzos del siglo XVII, los portugueses llevaron por primera vez la yuca desde Sudamérica al África Occidental. Pero no llevaron consigo los antiguos procedimientos indígenas ni el compromiso subyacente de usar esas técnicas. Debido a que la yuca es fácil de plantar y es de un alto rendimiento en áreas de sequía, ella se expandió rápidamente por toda África y se convirtió en el alimento básico de muchas poblaciones. Las técnicas de procesamiento, sin embargo, no se regeneraron fácil ni coherentemente. Incluso después de cientos de años, el envenenamiento crónico por cianuro sigue siendo un grave problema de salud en África. Hay estudios detallados de las técnicas locales de preparación que demuestran que los niveles de cianuro siguen siendo altos, y que en muchos individuos que portan niveles bajos de cianuro en su sangre o en su orina, todavía no se han manifestado los síntomas. En algunas partes no se realiza procesamiento alguno, y en otras el procesamiento en realidad aumenta el contenido de cianuro. Desde el lado positivo, algunos grupos africanos han desarrollado culturalmente algunas técnicas eficaces de procesamiento, pero éstas se difunden muy lentamente.

“Aquí el punto es que la evolución cultural resulta, a menudo, mucho más inteligente que nosotros: como tiene lugar con el sucederse de las generaciones, a medida que los individuos inconscientemente escuchan a, y aprenden de, los miembros más saludables, más exitosos y más prestigiados de sus comunidades, este proceso evolutivo genera adaptaciones culturales. Aunque estos complejos repertorios parecen bien diseñados para solucionar los desafíos locales, no son en sí mismos el producto de determinados individuos que aplican modelos causales, o pensamiento racional, o análisis de costo/beneficio. A menudo, todos los individuos -o la mayoría de ellos- expertos en el desarrollo de estas prácticas adaptativas no entienden cómo o por qué ellas operan, y ni siquiera saben si ellas “hacen” algo en absoluto. Adaptaciones tan complejas como éstas pueden surgir, precisamente, porque la selección natural ha favorecido a quienes con frecuencia ponen su fe más en su patrimonio cultural, en la sabiduría acumulada que está implícita en sus prácticas y en sus creencias, derivadas de sus antepasados, que en sus propias intuiciones y en sus experiencias personales”.

Hasta aquí Henrich. Es difícil leer algo como esto y no pensar -mutatis mutandis- en la experiencia de la Iglesia católica en el siglo XX. La aplicación de esto al patrimonio cultural de la liturgia tradicional latina es obvia, así como también lo son las limitaciones de la aplicación de la pura razón a la cultura y el ritual, de los cuales no puede dar cuenta enteramente, pero de los cuales no puede prescindir. Véase la siguiente creativa reescritura de lo que escribe Henrich:

“En la Iglesia católica, que es donde se realizó primero la Misa, los creyentes que han dependido durante siglos del patrimonio tradicional no muestran señal alguna de envenenamiento herético ni contrario a la religión. La Misa Solemne, por ejemplo, es un proceso complejo, de muchas etapas, que toma muchas horas en llevarse a cabo. A pesar de la belleza y del contenido doctrinal que ella contiene, un individuo experimentaría dificultades para descubrir por qué las cosas se hacen como se hacen, y ciertamente ninguna persona aislada, ni ningún comité de personas, podría llegar a producirla (o a producir algo mejor que ella). Los niños que crecen con este patrimonio aprenden, sencillamente, asistiendo a ella, observando, orando y, en muchos casos, acolitando o cantando o participando en una procesión, con la ayuda en sus casas de algunas prácticas de apoyo. Rara vez verán que alguien se envenene con herejías o irreligiosidad, porque las prácticas funcionan. Aunque en algunas ocasiones las prácticas puedan ser de calidad inferior, sería raro el caso de un envenenamiento, ya que la forma de orar elimina o reduce los males y evita los síntomas agudos.

“Así, si las personas hicieran lo que es de sentido común y simplemente cumplieran con las costumbres que han heredado, todo estaría bien. Debido a que la tarea, compuesta de muchas etapas, de la liturgia católica es larga, ardua y a veces repetitiva, apegarse a ella podría parecer contra intuitivo. El clero emplea cerca de una cuarta parte del día diciendo Misa y leyendo el breviario, por lo que esta técnica es costosa, a corto plazo. Ahora, piénsese cuál podría ser el resultado si un sacerdote seguro de sí, o un obispo, o un papa, decidieran suprimir, de su tiempo diario de oración, cualquier etapa que pareciera innecesaria: podría quizá examinar críticamente las prácticas que le han sido transmitidas desde las generaciones pasadas y concluir que la finalidad del procedimiento es lograr que todos se involucren activamente en algún quehacer comunitario; podría experimentar, enseguida, algunas prácticas alternativas, eliminando algunas de las etapas más laboriosas o más largas: descubriría que con un proceso más corto y menos trabajoso se podría conseguir una apariencia de actividad religiosa. Si adoptara este protocolo, tendría más tiempo para otras actividades, como el acompañamiento, la justicia social, las excursiones culturales y el golf. Naturalmente, algunos años o décadas más tarde, su grey desarrollaría síntomas de envenenamiento crónico herético o irreligioso.

“Así pues, la renuencia de este padre a dar fe a las prácticas que se le ha transmitido por las generaciones pasadas redundaría en enfermedad y muerte prematura de los miembros de su grey. El aprendizaje individual no paga aquí, y las intuiciones personales son engañosas. El problema es que los elementos de las prácticas tradicionales son causalmente opacos: el individuo no puede fácilmente identificar sus funciones, interrelaciones e importancia.

“Pero, un momento. ¿Podría ser un error mío el aceptar las prácticas que nos han sido transmitidas? ¿Podría ser en realidad fácil imaginarse las etapas correctas de la oración litúrgica, de modo que cada comunidad pudiera redescubrirlas por sí mismas?  Afortunadamente, la historia nos proporciona un caso de prueba. Después de que la forma compleja de la liturgia fue abandonada por el Papa, la nueva forma se extendió por el mundo. Pero lo que no se exportó con ella fueron las antiquísimas rúbricas, ni el compromiso subyacente de seguir la tradición romana. Debido a que la nueva liturgia era fácil de poner en práctica, se expandió rápidamente y se convirtió en el alimento básico de muchas comunidades. Los rendimientos espirituales, sin embargo, no fueron abundantes, e incluso después de muchas décadas, el envenenamiento crónico herético o irreligioso sigue siendo un gran problema de salud espiritual en la Iglesia católica en todos los continentes. Existen estudios detallados sobre Iglesias particulares (como las de la India) que revelan altos niveles de sincretismo religioso, de eclecticismo, y de indiferentismo, de los que muchos individuos son portadores en sus mentes. Desde el lado positivo, algunos pocos grupos han, de hecho, desarrollado técnicas efectivas de oración (llamadas “reforma de la reforma”), pero ellas se difunden muy lentamente.

Aquí el punto es que el desarrollo litúrgico es, a menudo, mucho más inteligente que nosotros, en cuanto individuos aislados o agrupados en comités. Este proceso, que se lleva a cabo a lo largo de las generaciones, a medida que los individuos asisten a, y aprenden de, Iglesias locales más exitosas, prestigiadas y más sanas, especialmente la Iglesia de Roma, genera adaptaciones culturales y relacionamientos (como la conexión entre el respeto y el arrodillarse para recibir la Eucaristía en la boca). Aunque estos complejos repertorios parecen, cuando se los mira de cerca, bien diseñados para responder a los desafíos locales, no son primariamente resultado de algunos individuos que recurren a modelos causales, pensamiento racional o análisis de costo/beneficio. Con frecuencia quienes valoran y llevan a cabo estas prácticas adaptativas no entienden cómo o por qué funcionan. Estas adaptaciones complejas surgen precisamente porque la Divina Providencia guía a los individuos que ponen su fe más en el patrimonio cultural de la Iglesia, en la sabiduría acumulada implícita en las prácticas y creencias que provienen de los antepasados, que en sus propias ideas y en sus experiencias personales”.