sábado, 13 de octubre de 2018

Publican libro sobre la Misa solemne de Dimas Antuña

Desde la República Oriental del Uruguay nos llega la buena noticia de la publicación en formato físico del libro del laico uruguayo Dimas Antuña Gadea (1894-1968) sobre la Misa solemne, intitulado Inter convivas, del cual hemos publicado en esta bitácora una selección en cuatro entradas con textos tomados de su capítulo primero, además de otro escrito del autor y algunas noticias biográficas sobre éste (aquí y aquí) preparadas por el P. Horacio Bojorge S.J., el más importante difusor de la obra de Antuña (quien el pasado sábado 6 de octubre estuvo en Buenos Aires dictando una interesante conferencia). Sólo podemos alegrarnos por la aparición de esta hermosa y cuidada edición, fruto del incansable trabajo del P. Bojorge en pos de preservar y difundir el pensamiento de Dimas Antuña, ahora recompensado por un generoso benefactor que ha financiado la impresión.

A continuación ofrecemos a nuestros lectores la laudatoria carta de presentación del libro que para esta edición escribió S.E.R. Mons. Alberto Sanguinetti Montero, Obispo de Canelones (Uruguay), la cual, además de las entradas que le hemos dedicado previamente a Dimas Antuña, permitirá a los lectores atisbar las dimensiones y el rico contenido de la obra de Antuña, además de motivarlos, esperamos, a emprender la lectura completa de Inter Convivas.

P. Villanueva, Misa en San Juan de Letrán
(Foto: National Catholic Register)

***

CARTA  PRELIMINAR

Gustad y mirad la bondad del Señor 
(Salmo 33, 9)

Antes que nada agradezco al Padre Horacio Bojorge SJ que se haya tomado el trabajo de editar la valiosa obra de Dimas Antuña, que es de una cualidad especial. 

Por eso, cuando me pidió una carta para introducir este libro, en mi inconsciencia y buena voluntad, en seguida le aseguré mi pequeño aporte, pensando que en unos días respondería a su solicitud.

Sin embargo, no resultó así. Por supuesto, interfirieron múltiples exigencias de mi ministerio, que me  quitaban tiempo. Pero lo principal no era eso, sino que la lectura  del texto pedía atención y, además, iban sugiriendo muchas consideraciones. Paso a paso experimentaba que la obra a introducir era más preciosa y compleja, por lo que en su riqueza se me volvió más difícil  escribir unas líneas simples para abrirle el apetito al posible lector. 

Este escrito –o estos escritos– tienen una unidad y un orden interior, como el de una catedral gótica. La inmensa complejidad, parte de una gran unidad y conforma un cosmos de espacios, líneas, estructuras, que por un lado tienen una variedad casi interminable de detalles y formas parciales y, al mismo tiempo, son una unidad simple, firme y  ordenada.

 Claude Monet, Le Portail (soleil),  W1322, de la serie sobre la Catedral de Notre-Dame de Rouen

El objeto del libro es uno: la Santa Misa solemne, de acuerdo con el rito romano como fue celebrado en la primera mitad del Siglo XX. 

Pero de entrada he de confesar que el acercamiento a la Misa solemne que hace el autor es único. No se trata de un análisis histórico del rito (como el famoso libro de Joseph  Jungmann o el de Mario Righetti), no es una presentación de cada paso del rito romano como los ricos tomos del Beato Ildefonso Schuster. Estos libros preciosos, llenos de tesoros inagotables, con la referencia a grandes bibliotecas, son obra de estudiosos, todos ellos clérigos y profesores en su momento.

En primer lugar, Dimas Antuña considera la Misa desde otro punto de vista. Es el fiel laico que se ubica en la nave de la iglesia y, antes que nada, ve la divina liturgia de la Misa solemne del rito romano. Lo afirma con total claridad y humildad: “mi  propósito es muy sencillo y es únicamente éste: Ver la Misa. Verla como puede verla un hombre y un cristiano, es decir, con la razón y con los cinco sentidos”.

Este ver es antes que nada sencillamente humano. Es lo que enseña Santo Tomás que todo conocimiento comienza por los sentidos. Se diría que no tiene pretensiones. Pero es precisamente ese ver, con total disposición, con total atención, lo que le va permitiendo entrar en la realidad superior.

Este ver corresponde a la realidad mundana, material, de la liturgia, que no es antes un pensar, un sentir, un querer, sino un hecho, algo que acontece sensiblemente y que ha de ser recibido con los sentidos.

Al mismo tiempo, siempre atendiendo a la disposición humana, el autor dice que ve, que aplica los sentidos, viendo también con la razón. Por eso en su exposición él va señalando una arquitectura racional de los ritos, que al vidente común se le escapan. ¿Cuántos son los saludos del celebrante? ¿Quiénes son los que actúan? ¿Cuál es el espacio y sus divisiones? La casa, el santuario y la nave, el bautisterio, el altar. ¿Cuáles  las partes de la Misa y sus subdivisiones? 

El lector es conducido por un análisis minucioso que, si tiene la fidelidad para seguirlo, le descubre, como dije, una impresionante organización, detalle y totalidad–  como en una catedral gótica o en el análisis de una gran sinfonía. Dimas Antuña ha meditado, ahondado, revivido la Santa Misa en el rito romano de tal manera, que cada aspecto apela a lo otro, de modo de no dejar nada olvidado y, al mismo tiempo, no perderse en el bosque, sino poder contemplar la totalidad de la creación. Nos analiza lo que ve de distintas formas: los cinco ‘actos’ ordenados y sucesivos del desarrollo del ‘drama’ de la Misa;  la unidad y las divisiones de ésta; los personajes actuantes; las escenas; las relaciones entre ellas; las correspondencias por ejemplo incensación del altar vacío y luego incensación del altar colmado con las ofrendas–. Nos señala también reglas de sabiduría  para la comprensión del rito: como ejemplos de pares –mejor dos juntos que uno solo–; como la postura corporal y el canto o rito que acompaña; como la incensación de la entrada y el canto de los Kyries.


A su vez, siendo tan minucioso el análisis y la enumeración de partes, aspectos, ministros, signos, el lector que se deja guiar no encuentra que sean listas o elencos, ni que sea artificial, sino que a él mismo se le va abriendo el ojo para ver, el oído para escuchar, la razón para comprender, en una comprensión que no se vuelve abstracta, sino que lo devuelve a uno al rito para dejarse introducir por él en la celebración, en el misterio.

Sin lugar a dudas, este ver humanamente, acompañado por la razón, está todo él iluminado por la luz de la fe, puesto que estos ritos tan humanos y simples, son la realización de una realidad divina, en su institución y en su realización. La liturgia es realizada con símbolos es decir realidades que conjuntan el cuerpo y el cosmos, la materia y el espíritu, la humanidad y la divinidad. Toda ella es participación del misterio de Cristo y de la Iglesia, teofanía de la Trinidad. En ese mundo nos guía el autor.

Así el lugar del ver, desde la nave, es el del creyente en Cristo. No el del individuo según su cabeza y querer, sino el del bautizado, como lo afirma claramente: “como miembro de la asamblea cristiana que ofrece el sacrificio, yo tengo en él un lugar. Este lugar resulta de mi fe y del acto decisivo, vital, de esa misma fe, es decir: mi bautismo. El bautismo, pues, al incorporarme a la Iglesia, al hacerme entrar en la égida de Cristo, en el Templo Santo de Dios, me da la aptitud de participar del acto supremo de culto y me señala un lugar en la Misa”.

Tenemos aquí en toda su realidad y profundidad de fe teologal lo que quiso expresar el Concilio Vaticano II con la ‘actuosa participatio’, que no es exactamente participación activa (que resuena a activista), sino participación operosa, que obra, participando de la interioridad del acto de culto y del sacrificio.

El Concilio dice que esa participación es por los gestos y palabras del rito. De esa forma, en la exposición de Antuña se nos trasmite la realidad del misterio, desde su lugar en la iglesia –la casa–, según su lugar en la Iglesia–, el cuerpo de Cristo y Templo del Dios vivo– precisamente por los ritos y oraciones, que constituyen la liturgia.

A la originalidad física y teológica de la que parte el autor –viendo desde la nave, como miembro de la Iglesia de la Trinidad– el libro que presentamos agrega otra cualidad en su forma. Todo nace del ver, orar, celebrar, en el que cada uno es incorporado a la acción sagrada de Jesucristo. Pero, a su vez, el texto no es ni una homilía –que es sacerdotal y forma parte de la celebración–, ni una catequesis que lleva a la comprensión y celebración, ni un libro de estudio, como los que mencioné anteriormente como ejemplo.

Es y quiere ser una conversación entre cristianos, entre comensales que han participado de la misma mesa, el mismo convite, entre quienes han convivido el mismo misterio, el mismo sacrificio incruento. Es lo que significa Inter convivas. Así la explicación de Antuña es rigurosa, paso a paso, ordenada, describiendo y catalogando aspectos, y al mismo tiempo sencilla, armoniosa, como quien nos va guiando por un jardín, describe los canteros y los senderos, nos va mostrando en un orden las diferentes plantas y flores, conduciéndonos a su centro, no como en un vivero, sino en un parque bien formado.

Dimas Antuña expuso estos desarrollos en conferencias, algunas de las cuales las pronunció después de la participación en la Misa solemne, de tal forma que hacía evocar en los oyentes lo que habían visto y  oído, lo que contemplaron y tocaron acerca de la Palabra de Vida, porque la Vida se manifestó, de manera de hacer crecer en la comunión con el Padre y el Hijo, por la comunión con el testimonio apostólico de la liturgia, afianzando la comunión eclesial  (cfr. 1ª Juan 1-3). Esto sin duda conduce a que el gozo sea pleno y, por cierto, abre los ojos para gustar y mirar la bondad del Señor (Salmo 33, 9), en lo que se celebró y en lo que se celebrará.

Esta conversación en que el autor comunica una apropiación personal –pero no subjetivista– muestra el valor, infinito y concreto a la vez, de los ritos entregados por la tradición litúrgica y repetidos una y otra vez. Es lo contrario a la “creatividad”, o animación de las celebraciones, para mantener distraídos a fin de no aburrirse. Es –en la riqueza variadísima de los mismos ritos– la fidelidad a una realidad que se va develando poco a poco y que introduce en la verdad del misterio, por un camino de fe, silencio, contemplación y acción litúrgica. 

Esa ley de la fijación de los ritos y palabras, así como su repetición, es una ley interna de la liturgia, de la que hablaba Romano Guardini, llamándola “una magnífica monotonía”.  Así pues, Dimas Antuña ha destilado el precioso licor de la Misa solemne del rito romano, y ha sido de tal manera tomado por la sobria ebriedad del Espíritu, que introduce en ella a los hermanos, a los partícipes del convite que quieren escucharlo.

Como lo vengo diciendo, el libro es, lineal, rico, inagotable. Por ello, quiero tan sólo tomar algunos puntos de su riqueza, para provocar al lector.


(a) La unidad y complejidad de la estructura ritual: sacramento y sacramentales.

Espero que ya haya quedado claro el valor del rito –acciones, palabras, lugares– y su sentido antropológico, correspondiente tanto al hombre creado en cuerpo y alma, como al misterio de la Encarnación del Verbo y a su Iglesia, cuerpo y esposa, bajo la acción del Espíritu.

El autor señala muy bien el centro del misterio de la Santa Misa: el sacrificio de Cristo que aconteció en la cruz definitivamente, de una forma natural y humana, en un tiempo –bajo Poncio Pilato– con la inmolación del cuerpo y el derramamiento de la sangre, el Señor lo ha instituido in mysterio en la Eucaristía. “Y al decir in mysterio entendemos decir que ese hecho total de la muerte redentora está allí, se hace allí, en una oblación de pan y vino”.

Esta re-presentación, re-iteración, re-actualización in mysterio es el sacramento.

El sacramento tiene el valor por sí mismo, el sacramento del altar. Lo que aconteció en el tiempo con características irrepetibles, ahora está presente en el sacramento, con accidentes naturales, que permite su uso y  entrega al pueblo.

Ahora bien a la realidad del sacramento corresponde el cuadro ritual de la Eucaristía, que es el conjunto de signos, ritos, palabras, con que la Iglesia rodea el sacramento para poder celebrarlo. Todos estos ritos en que está engarzado el sacramento, son sacramentales: “dependen del sacramento y están ordenados exclusivamente a expresarlo”.

Esta distinción y unión que presenta Antuña es muy importante. No es igual a la que a veces se usa diciendo que lo esencial es el pan y el vino y las palabras de la consagración y que todo lo demás es secundario. No. El sacramento es la celebración de la Pasión en el sacrificio del pan y vino consagrados, y es vivido y celebrado en el conjunto ritual de los sacramentales.

“La Misa es un sacramento rodeado de sacramentales. La expresión orgánica de la Misa está dada por los sacramentales. Los sacramentales la hacen accesible, la proporcionan a nuestra inteligencia, a nuestra flaqueza, a nuestro ser de criatura”.

De esta forma, son inmensamente valorados los sacramentales y por ello el autor se detiene en explicarlos y relacionarlos con el sacramento esencial.


(b) El Santo Sacrificio de la Misa.

Ya ha sido adelantado en el párrafo anterior, pero quiero destacarlo. La presentación de la Misa solemne tiene bien claro que su realidad unificante es la actualización sacramental y real del sacrificio de Cristo en la cruz.

Sin entrar en las discusiones de peritos, creo sí poder señalar que el rito, como era celebrado hasta los años 1960, tal cual es descrito en esta obra y cuyas riquezas son desplegadas, centra la realidad y sacralidad de la Santa Misa en su carácter de sacramento del sacrificio de la cruz, en lo que gustan llamar los orientales “el sacrificio incruento”, con su valor de redención y de acto de culto perfecto al Padre.

En este orden, la obra de Dimas Antuña, a partir del rito y a su vez con una profunda teología, es una gran mistagogía para vivir el santo sacrificio de la Misa.

La conciencia de la Misa como ofrenda sacrificial de Cristo al Padre, entregada a la Iglesia toda, por medio del sacerdote, para el perdón de los pecados y la glorificación de Dios, ilumina continuamente las enseñanzas de este libro. Quedan claros: el lugar único de Cristo Pontífice y víctima; la asociación de la Iglesia a Él; la función del ministro sacerdotal para que ello acontezca; la gracia recibida por cada bautizado y la posibilidad de unirse al sacrificio.

 Confiteor
(c) Una perla: el Introito

No podemos describir las riquezas de la celebración de la Misa solemne que Dimas Antuña nos ofrece. Por eso, para provocar el apetito del que se acerque a él, presento dos perlas, evoco dos momentos de la celebración, que aparentemente son poco importantes, y que Dimas Antuña explica con insondable profundidad: el comienzo y el final.

Así la primera perla preciosa es cómo el autor nos conduce paso a paso por el rito de entrada, el primer ‘acto’ de los cinco que estructuran la entera celebración.

Todo este primer acto está ordenado a la reunión del pueblo, los fieles. Entonces se nos hace caer en la cuenta del valor del canto del Introito (canto hoy de hecho inexistente, pues se sustituye por una canción de la asamblea). Es una “antífona, lenta, pausada, llena de riquezas de sentido y expresión”, le sigue el versículo y el Gloria Patri. Tiene el carácter de anuncio, opera una disposición mística a entrar en el misterio. A su vez acompaña la procesión ordenada, con cruz alzada, cirios, Evangeliario, ministros, sacerdote. 

“El canto del coro manifiesta la entrada del Sacerdote al altar, y, conforme a la revelación que contiene esa entrada y, en cuanto esa entrada es la de Cristo, el pueblo accede al misterio”. En su momento al pie del altar el sacerdote reza en privado las oraciones que lo disponen a acceder al espacio santo.

A ello sigue la segunda escena: el canto de los Kyries y la incensación del altar vacío. Dimas la ve como: “La consideración de nuestra miseria –que es contrición en el pueblo y clamor en el coro ante la Cruz y en el plano de la mesa [con la cruz y los candelabros]… es nube y es perfume. Es decir, es presencia del Espíritu en medio de nosotros y, conforme a la obra de ese fuego que transforma, conjuntamente con el incienso, rodea lentamente aquella piedra consagrada, y es allí, sobre el altar desnudo, buen olor de Cristo, para Dios”.

Luego sigue la mirada profunda sobre el Gloria. Sólo traigo unas frases del autor. “Lo más admirable del Gloria de la Misa es su sosiego. La paz, la luz, la certeza tranquila, segura para siempre… Mientras los Kyries cubren el altar de incienso, el Gloria lo entrega radioso…”.

Tan sólo en este momento, en el rito analizado, el sacerdote, luego de besar el altar, se vuelve hacia el pueblo y lo saluda cantando Dominus vobiscum, el Señor con vosotros, habéis hallado gracia. “El Dominus vobiscum comunica un beso. Es un beso. La Iglesia en ese beso –el beso de la Boca de Dios– se dispone a orar”. (Aquí quiero destacar, de paso, que en diversas partes de la recopilación el autor presenta varias páginas de un ‘catecismo’ del Dominus vobiscum, de una riqueza extraordinaria, atendiendo las siete veces que se canta en la Misa solemne que él analiza).

Por ello, porque es dispositivo para la oración, culmina el rito de entrada con Oremus, el silencio y la oración Colecta. “Es una oración pública, oficial, solemne, colectiva… el sacerdote la pronuncia en ejercicio de su carácter como cabeza de la Iglesia, como presidente de la asamblea cristiana”. “Esta conclusión muestra el gran misterio de la oración cristiana, como acto íntimo de la Iglesia dentro de la vida misma de Dios”.

“La Colecta no es un anuncio como el Introito, no es un grito como los Kyries, no es un himno como el Gloria. La Colecta es la expresión razonable y justa de la prudencia mística. Palabra ‘eclesiástica’ por excelencia”… ante el Ser perfecto, inmutable y eterno.

A ella se une todo el pueblo concluyendo con el Amén.

Apenas hemos espigado algunas de las observaciones de Antuña al rito de entrada. Muchas más riquezas encontrará el lector, para profundizar. Pero no quiero dejar de recordar que si bien este primer acto nos introduce en una nueva realidad y nos congrega y reúne, esto es posible porque es Cristo que viene. Llevado a su mayor profundidad teológica el rito de entrada es la realización de la Encarnación. “El Introito nos integró en Cristo conforme al Ecce venio, ‘he aquí que vengo’ del sacerdote revestido que entra – porque en Cristo siempre vamos de fe en fe– entra conforme al Ecce venio del Verbo en la Encarnación. Entra al altar de Dios. Suscita al coro y hace cantar las voces de la profecía”.

 Ite missa est
 (Foto: Wikimedia Commons)

(d) La última perla: el rito de despedida.

Tengo que confesar con admiración: nunca he leído, ni escuchado algo semejante a las meditaciones de Dimas Antuña sobre los ritos de despedida. Aquí se desarrolla, en más de cuarenta páginas, una verdadera sinfonía, en la que los temas se suceden, se entrecruzan y se renuevan.

Imposible describirlo. Espigaré sólo algunas frases, para atisbar la riqueza y profundidad. 

“Si pudiéramos ver lo que es la Misa moriríamos, dice el Cura de Ars. ¡Oh gran sacramento! La Misa no tiene salida o su salida es por el techo. ¡Oh misterio de piedad! Sólo salimos de la Misa por el que fue llevado a lo alto”. 

Se nos recuerda que nos hemos allegado al Monte Sion (Hebreos 1, 18), que hemos sido admitidos al Sanctus eterno; ha estado en nuestros labios la eucaristía del Hijo… hemos ofrecido –y no como sacrificio suyo sino: in sacramento, es decir, como sacrificio nuestro– el Hijo inmolado al Padre”.

De esta mirada, surge que la salida de la Misa sucede en dependencia y participación de la Ascensión del Señor, como salieron los discípulos con gran gozo y enviados. “En el Ite missa est (¡id! la Misa está realizada, el sacrificio consumado, sois enviados); el ‘camino nuevo’ abierto por nuestro Pontífice en la Ascensión, permite nuestra salida. Él, en su admirable Ascensión, nosotros en su paz, en su envío, en su palabra, en su gozo”. Salimos de la Misa con dosel de ángeles, como salieron los discípulos de la Ascensión del Señor  con gran gozo.

Al envío del diácono  responde el pueblo Deo gratias. “Este Deo gratias del pueblo –y qué belleza– es la última palabra que se oye en la Misa. Es la gran eucaristía, la gran acción de gracias que termina así con nuestro Deo gratias”. 

Entonces irrumpe el sonido del órgano, corresponde a las aclamaciones y el sonido de trompetas de la ascensión del Señor. “Salimos en su victoria, su palabra, su testimonio. Pasando de la congregación a la diáspora, de la comunión al testimonio”. 

La Misa se nos muestra en un inmenso arco, entre el misterio de la Venida de Cristo en su Encarnación, acogido en el rito de entrada, y su Ascensión y nuestra Salida con él en gozo y gloria. En su centro la instrucción con la Palabra, la presentación al altar de la oblación como sacrificio preparado, el sacrificio propiamente dicho, la Comunión en el misterio.

No quiero extenderme. Estas evocaciones son sólo para abrir el apetito del lector que por estas meditaciones podrá sumergirse en la fuente generosa de la liturgia de la Missa solemnis y podrá avivar así su gusto por tan sublimes realidades. 

Quiera el Señor que la guía de este laico nos ayude a ver y seguir con los sentidos, a comprender con la razón, a contemplar y vivir con la fe, los santos misterios con los que el Señor hace de la Iglesia una sola carne consigo.

+ Alberto Sanguinetti Montero    
          Obispo de Canelones (Uruguay)  


2 comentarios:

  1. como puede comprarse el libro?
    que valor tiene?

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    1. El libro cuesta US$ 22. Para adquirirlo, lo mejor es consultar al editor, el P. Bojorge, sea a través de Twitter (Horacio Bojorge, @padrehoracio) o bien en su página web oficial, Santo y Buen Amor (https://www.santoybuenamor.com/), la que cuenta con un formulario de contacto.

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