sábado, 9 de mayo de 2020

Desprecio por la comunión y mecanización de la Misa

Les ofrecemos un artículo publicado ayer por el Dr. Peter Kwasniewski, donde aborda el desprecio hacia el Santísimo Sacramento que traen consigo las prácticas puestas en marcha con la reapertura de las iglesias y la reanudación del culto público en medio de la pandemia de COVID-19.  Esto es especialmente grave con la imposición que se quiere hacer de la comunión en la mano, práctica que es contraria al derecho canónico. Según el código de 1983, una ley eclesiástica no puede prevalecer contra una costumbre centenaria (canon 26). Pues bien, la propia Sede Apostólica ha reconocido que la comunión recibida en la boca es la manera tradicional de recibirla en la Iglesia latina (por ejemplo, Congregación para el Culto Divino, Notificación sobre la comunión en la mano, Prot. núm. 720/85, de 3 de abril de 1985), de suerte que otras formas de distribuirla son sólo toleradas y no pueden ser impuestas. 

El artículo fue publicado en New Liturgical Movement y ha sido traducido por la Redacción. Las imágenes son las que acompañan el artículo original. 

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Desprecio por la comunión y mecanización de la Misa

Peter Kwasniewski

Rube Goldberg, Professor Butts and the Self-Operating Napkin (1931)


El 6 de mayo pasado publiqué en OnePeterFive un artículo con el título Bishops Cannot Mandate Communion on the Hand or Forbid Communion on the Tongue [“Los obispos no pueden mandar que se reciba la comunión en la mano ni prohibir la comunión en la lengua”]. Aprovechando y aumentando el material publicado primeramente en New Liturgical Movement el 29 de febrero y el 2 de marzo pasados, mi propósito fue compilar en un solo lugar los testimonios sobre la norma universal de la Iglesia sobre el derecho que tienen los fieles -rectamente dispuestos- a recibir la sagrada comunión en la lengua, cosa que es y sigue siendo la norma.

Algunos han contestado este artículo diciendo: “Todo eso está muy bien, pero con toda seguridad los obispos seguirán haciendo lo que han hecho hasta aquí, tengan o no autoridad para ello”. De hecho, y en contra de la política del Thomistic Institut recomendada por la Conferencia Episcopal estadounidense, muchas diócesis han hecho públicas estas ilegales decisiones que se quiere imponer al clero y fieles apelando a la “obediencia” (la situación actual nos hace volver a pensar, cada vez con mayor claridad, la total ausencia de un pensamiento claro y sano sobre qué es la virtud de la obediencia y qué no es. Recomiendo, al respecto, este estupendo artículo sobre el tema, como también este otro, más corto).

Mi respuesta aquí es que resulta positivamente un beneficio saber que ciertas decisiones son ilegales: como ha enseñado siempre la Iglesia, una ley injusta no obliga a la conciencia. No es una novedad que demasiados obispos se han acostumbrado a modos ilegales de actuar, sin que les importe lo que el Vaticano (ni siquiera el Código de Derecho Canónico) puedan decir. Los católicos que aman la tradición han tenido que enfrentarse con esto por más de medio siglo, especialmente después de 1984 (Quattuor ab hinc annos), 1988 (Ecclesia Dei Adflicta), 2007 (Summorum Pontificum y Con Grande Fiducia), y 2011 (Universae Ecclesiae).


Ha estado circulando un video en que un joven abogado canonista trata de convencernos de que los obispos tienen derecho, en situaciones de emergencia, de suspender una norma universal. Es típico que tales justificaciones invocan, con toda frescura, “el bien común” para arrasar con cualquier cosa que les estorbe el paso. Es precisamente este tipo de comportamiento el que ha hecho que la expresión “bien común” adquiera un aire fascista, como si fuéramos hormigas en un hormiguero, haciendo fila a la espera de ser sacrificadas por el bien común de éste. El P. Zuhlsdorf ha refutado limpiamente al canonista y se ha hecho cargo, a continuación, de cuestiones más importantes.

No me sorprendió oír, de una amiga alemana, que los obispos de Alemania han llegado ya a prohibir la comunión en la lengua en varias diócesis de ese país, y especula mi amiga que, si no es posible para los fieles comulgar en la lengua en Misas tradicionales, se irán en grandes números a la FSSPX, si en ésta el tema se aborda de un modo diferente. Y me envió unas impresionantes fotos de diferentes “métodos seguros” que se ha propuesto para distribuir la comunión, todos los cuales evidencian una inmensa falta de respeto por el Señor y por su Pueblo, una pérdida absoluta del sentido de lo sagrado, ninguna conciencia de lo que resulta apropiado, una total falta de sentido común y de fe sobrenatural.

 El método "detrás del polimetilmetacrilato"

El método "detenerse y dejar caer" 

 El método "estirar y atrapar"

El método de las pinzas

Al ver esas fotos, nos vienen a la memoria algunos comentarios recientes del Cardenal Sarah a propósito de una propuesta en Italia “de que las hostias sean puestas en bolsas de plástico para ser consagradas por el sacerdote y dejadas luego en un estante para que la gente las tome”. El Cardenal Sarah ha dicho que las soluciones no pueden implicar “la desecración de la Eucaristía”. 

Ello es absolutamente imposible: Dios merece respeto, no se lo puede meter en una bolsa plástica. Ignoro a quién se le habrá ocurrido este absurdo, pero aunque es verdad que la privación de la Eucaristía es ciertamente algo doloroso, no se puede negociar sobre el modo de recibirla. Debemos comulgar de un modo solemne, digno de Dios que viene a nosotros. Hay que tratar la Eucaristía con fe, no como un objeto trivial, no estamos en un supermercado. Esto es una locura.

Se tiene la misma sensación con las fotos que llegan desde Alemania. Sería muchísimo mejor no distribuir al Señor en la comunión que someter el Santísimo Sacramento a soluciones tan humillantes. Nunca había quedado tan claro que al Novus Ordo se lo concibe como una “máquina sacramental de distribución”: los fieles tienen que acercarse y retirar su parte, o quizá podrían usar el delivery que ofrece Amazon Prime (sería preferible quedarse en casa y rezar Prima).

Mecanización (1982), de Kestutis

Como dice el P. Zuhlsdorf, hoy, más que nunca, los católicos debieran recuperar la conciencia de que el Santo Sacrificio de la Misa es el acto más alto, más noble, más solemne y más tremendo de la Iglesia, que Cristo ofrece al Padre y que ofrecemos nosotros, unidos a Él, a la Santísima Trinidad. Su valor es intrínseco. Pero esta verdad sólo se hace visible en la forma tridentina de la Misa; de otro modo, se arrasa con ella.

Mi corresponsal alemana escribe a continuación:

“Si éstas son las únicas formas posibles en la Corona-época, mejor es limitarse a la comunión espiritual. Pero existen también católicos tradicionalistas o conservadores muy astutos que dicen: “De acuerdo con los decretos episcopales, la  prohibición de la comunión oral se refiere sólo a DURANTE la Santa Misa”. Así que durante la Misa hacen una comunión espiritual mientras el sacerdote comulga en el altar y luego, cinco minutos después de la bendición final, los fieles se acercan al altar a recibir la comunión en la lengua. Y esto es lo que yo recomendaría al clero cuyas conciencias pudieran estar inquietas (seguiría recomendando también lo que digo en mi artículo Restoring Liturgical Tradition after the Pandemic [“Restauración de la tradición litúrgica después de la pandemia”]).

Otro amigo mío me escribió esta lamentabilísima historia:

“¿Qué hemos de hacer los laicos frente a un sacerdote “que obedece a su obispo” y que rehúsa a entregar a Jesús en la lengua? Me ocurrió esto esta mañana y quedé devastado: un sacerdote visitante rehusó darme a Jesús en la lengua. Le dije que no podía recibirlo en la mano (cosa que es anatema para mí). Me contestó, “okay”, y me incorporé y me fui. Volví a mi oficina y lloré. Nunca antes me habían rehusado la comunión, y esto me hirió profundamente. Entiendo que él piensa que obedece al obispo, y así estamos: dos personas atrapadas entre dos paredes, y Jesús  rehén en el Sacramento. ¿Qué vamos a hacer?”

Admiro la integridad de este católico. Si estamos convencidos en conciencia de que recibir la comunión en la mano es indigno del Señor por la normal pérdida de fragmentos (como se demuestra en este artículo) y por el daño acumulativo que causa el pasar por alto la diferencia entre clero y laicos, no tomaremos parte, por razón alguna, en alentar la práctica de la comunión en la mano, porque seríamos culpables de consecuencialismo, vale decir, buscar un fin bueno mediante un medio malo. Hemos de recibir más gracias del Señor por la práctica de un celo desinteresado por su honor divino que si entramos en un compromiso por el deseo egoísta de obtener un sacramento.

Flannery O’Connor relata un incidente que ocurrió durante el curso de una conversación:

“Bueno, hacia la mañana la conversación se volcó hacia la Eucaristía, que, por ser católica, yo tenía obviamente que defender. La Sra. Broadwater dijo que, cuando era niña había comulgado y había pensado que era el Espíritu Santo, ya que es la Persona más transportable de la Santísima Trinidad. Pero ahora pensaba que se trataba de un símbolo, y dejó entender que lo consideraba uno muy bueno. Entonces dije, con una voz muy temblorosa: bien, si se trata de un símbolo, ¡al diablo con él!”

Podríamos convertir lo anterior en una formulación positiva: “Si se trata de más que de un símbolo -si se trata del Señor mismo- ¡al cielo con Él!”. Rodeemos al Sanctissimum de gloria, alabanza y honor. Tratémoslo con el mismo afecto con el que la Virgen trató al Señor en su Natividad, con el mismo tierno amor de las mujeres que lavaron sus pies y limpiaron su cara ensangrentada, con la misma humilde adoración con que Santo Tomás lo recibió después de su Resurrección, con el mismo honor que dan al Rey innumerables ejércitos de ángeles y de santos en su eterna corte del cielo. Ningún bien finito, ningún mal finito debiera servir de excusa para una liturgia necia, irrespetuosa, sacrílega.

Con todo, para responder a la pregunta de mi corresponsal, hay varias cosas que podemos hacer.

1. Podemos ofrecer al Señor nuestro sufrimiento de vernos privados de nuestro derecho canónico como fieles, y tratar de hacer fervientes comuniones espirituales hasta que se alcen esas medidas tan poco razonables.

2. Entre tanto, podemos escribir cartas respetuosas a nuestro obispo y a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, explicando, todo lo brevemente que se pueda, por qué queremos ejercer nuestro derecho a comulgar en la lengua. Vale la pena hacer presente que no existe absolutamente ninguna prueba de que, administrada como corresponde (o sea, a fieles arrodillados, cuyas bocas están a una altura conveniente), la comunión en la lengua es en nada menos higiénica que la comunión en la mano; al contrario, existen buenas razones para pensar que lo opuesto es lo verdadero. No hace falta hacer largos discursos sobre los innumerables males que causa la comunión en la mano.

3. Podemos asistir a una liturgia en otra parte, en alguna parroquia donde se distribuye la comunión reverentemente. Las liturgias orientales son una buena opción, dependiendo de qué decidan hacer, ya que son independientes de la jerarquía católica.

4. Como queda dicho, podemos llegar a un acuerdo con buenos clérigos que estén dispuestos a darnos la comunión fuera de la Misa en la forma tradicional.

Paciencia, perseverancia y cortesía habrán de ser nuestras tres armas para abrirnos paso en estos tiempos tremendamente desafiantes. Habrá retrocesos, pero no debemos ceder jamás en cuanto al digno tratamiento que se debe dar al Señor Jesucristo en el Santísimo Sacramento del Altar. Como escribía la Madre Mectilde del Santísimo Sacramento (1614-1698) en su libro El misterio del amor incomprensible:

“¿Puede haber algo más grande [que la Sagrada Eucaristía]? ¿Acaso Nuestro Señor no ha llevado su amor hasta el exceso? ¡Ah!, si tuviéramos la fe para creerlo, y si pensáramos en cómo recibimos al Dios de infinita majestad, que lo es verdaderamente, ¿no nos abrumaría el respeto?”.

Dejemos que estas dos preguntas calen en nosotros.

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