Les ofrecemos hoy un artículo del Dr. Peter Kwasniewski donde aborda una cuestión que puede resultar paradójica. Dado que todas las épocas han aportado algo a la liturgia de la Iglesia, cuyo desarrollo desde los primeros siglos ha sio orgánico, la pregunta que queda por responder es cuál ha sido el aporte de la modernidad, fuera del nuevo rito promulgado en 1969 para sustituir al codificado tras el Concilio de Trento. El autor cree que sí hay un aporte, aunque éste no se refiere propiamente a algo que se añade a la liturgia, sino al vacío espiritual que permite que hoy, en medio de un mundo de rasgos neopaganos, sean tantos (y cada vez más) los que descubren el inmenso mundo de la Misa tradicional, que es expresión sensible de la fe católica asentada en la Tradición.
El artículo fue publicado en New Liturgical Movement y ha sido traducido por la Redacción. Las imágenes son las que acompañan al artículo original.
Interior de la Iglesia de Saint Pierre, Firminy, Francia, diseñada por Le Corbusier, cuya construcción comenzó en 1970 y concluyó en 2006
(Foto: Foundation Le Corbusier)
***
¿Puede la modernidad aportar algo a la liturgia?
Peter Kwasniewski
El actual renacimiento de las concepciones tradicionales en las bellas artes y, especialmente, el renacimiento de las prácticas litúrgicas tradicionales ha sido recibido por
muchos con escepticismo y desaprobación. “¿Acaso es posible 'retroceder' a
épocas pasadas, cuyos ideales son tan diferentes de los nuestros? ¿No hemos
hecho significativos progresos haciendo lo que nadie pudo hacer anteriormente?
Y si tenemos necesidad de algo, seguramente no será lo que necesitaban las
generaciones pasadas”.
La historia de las artes y de los
movimientos de reforma/renovación nos dice algo diferente. Todos los grandes
artistas comenzaron haciéndose aprendices de alguna tradición y copiando las
obras maestras de ésta. Del mismo modo, todos los grandes movimientos de
reforma en la historia de la Iglesia miraron al pasado en busca de inspiración
en lo que funcionó en él, a fin de arreglar lo que estaba mal en el presente.
Los nobles ideales culturales de Occidente -que fueron en gran medida
propuestos por la vigorosa actividad de la Iglesia católica- tienen una
vitalidad perenne y una fecundidad creativa con las que lo que se reconoce como
“moderno”, con toda su efímera veleidad, no puede competir exitosamente.
La reinvención de la liturgia
después del Concilio fue solamente la última y más trágica de una larga serie
de dislocaciones y distorsiones antinaturales de las formas humanas en el siglo
XX. Este fue un siglo que se enorgulleció de descomponerlo todo, de quebrarlo y
arruinarlo todo: primero, la pintura y la poesía, luego la danza y la música,
los usos sociales, la política, la educación. Era sólo cuestión de tiempo hasta
que la liturgia, la forma de arte que resume y lo culmina todo -la reina en su
corte- fuera depuesta. Una vez que todas las artes subsidiarias, tanto
materiales como espirituales, que hicieron posible la liturgia fueron
envilecidas y negadas, ¿cómo hubiera sido posible que la liturgia resistiera?
Si toda la cultura declinaba con el paso de la época moderna, ¿cómo podía la
liturgia -esa suprema expresión y compendio de la cultura- quedar indemne? ¿No
se corría el riesgo de que algunos individuos sin corazón y sin gusto tomaran
las riendas del poder y la cambiaran para hacerla reflejar su simplista racionalidad?
Pues, eso fue lo que aconteció.
Foto de Lucas Carl en Unsplash
En la secuela de esta triste
historia no resulta ni inoportuno ni prematuro preguntarse si no habrá algo,
cualquier cosa, que la modernidad haya aportado al ritual católico en sentido
positivo. Permítaseme explicar el fundamento de esta pregunta.
Toda época parece haber agregado -se
podría decir “injertado”- algo característico de ella a la Tradición. Los
cristianos de la Edad Media eran maestros de los símbolos, de la Escritura, de
la alegoría, y nos legaron ritos y comentarios de acuerdo con ese espíritu. La
liturgia medieval, con sus modalidades, su elaboración ritual, su encuadre
arquitectónico y su comentario de la Tradición, es una glorificación exquisita
del sacrificio en que se centra la historia de la salvación. El Barroco aporta
algo sorprendentemente nuevo: el santuario sin velos, el foco puesto en la
visión extática y en la abrumadora experiencia de los sentidos, incluso la
asombrosa inclinación al dramatismo (por ejemplo, escenarios, máquinas y ángeles volando para la devoción de las Cuarenta Horas). En cierta forma, esto fue un
apartarse de la Tradición, incluso una forma de reducción de la misma,
manifiesta en la mente neoclásica y humanista que se alejaba de las densas
profundidades de la Escritura y del misterio que eran propias de la liturgia
medieval, y tendía a un santuario “abierto”, enfatizando ritualmente la
adoración de Cristo y su Presencia Real en vez de insistir en las muchas
palabras simbólicas y en los gestos de los ritos. Sin embargo, todo esto
pareció adecuado a los tiempos, y resultó fructífero en santidad y fue,
eventualmente, absorbido por nuestra herencia.
Es una señal de vitalidad y de
auténtica maestría de la Tradición su capacidad de enriquecerse con los dones
de cada época. Toda edad robusta ha producido su propio espíritu litúrgico con
sus formas. ¿Podría también la modernidad añadir algo a la Tradición,
enriquecerla? ¿Tiene legítimas aspiraciones en este sentido? ¿Pueden los
terribles dolores y confusión expresados en la literatura y la arquitectura
modernas adquirir un sentido litúrgico, expresado en ese dialecto? Podríamos
quizá considerar al compositor Arvo Pärt como un ejemplo: su música es
típicamente moderna, pero tiene también raíces en la Tradición. ¿Existe alguna
analogía litúrgica de Pärt? ¿Cómo sería ella?
Ojalá fuera posible dar fácilmente
una respuesta positiva. La “modernidad” es o, al menos ha sido, caracterizada
por oleadas de desorden: la progresiva demolición, puesta en duda,
desestabilización y deformación de elementos que se consideró inoportunos,
ineficientes, opresivos, clericalistas, etcétera. La modernidad se define por su
rebelión contra el orden clásico y cristiano. Esto se puede ver, sin duda
alguna, en las bellas artes. La música “atonal” se define con una “a” que
significa privación. El arte abstracto no es representacional, es
irreconocible, algo no inherente a este mundo sino algo que huye hacia un mundo
inhabitable en que el hombre no puede morar, un frío planeta que cuelga en el
espacio vacío, carente de agua y de vida. Además, puesto que la modernidad no
es una fuerza espiritual-cultural positiva, al modo como lo fueron, por
ejemplo, el gótico inglés y el barroco francés, es difícil ver cómo podría dar
origen por sí misma a una causalidad. La privación no actúa.
Dejarla así sería, con todo,
demasiado pesimista. La naturaleza humana y la gracia de Dios se reafirman. La
cultura pasada no muere jamás del todo, sino que se transmite con los “genes”
de una sociedad o de una cultura. La “modernidad”, como quiera que se la
entienda, incluye en sí misma algo que no es rebelde, antinatural, que no es
privativo sino que, en una continuidad amplia con la matriz cultural
precedente, conserva algo que es apertura a lo trascendente, tal como el terreno
empobrecido es todavía capaz de alimentar una planta, a la espera del sembrador
y de la semilla. Es esto, me parece, lo que explica el que la juventud pueda vibrar
inmediatamente con la liturgia tradicional, que es tan completamente no
moderna, al momento de entrar en contacto con ella. En algún rincón del alma
del hombre moderno hay un deseo, por vago e incipiente que sea, de escapar de
la prisión que han construido las recientes generaciones.
Quizá ésta sea, al cabo, una gracia
especial de la modernidad: haber llevado a los hombres a un estado de hambre y
sed de expresiones de lo sagrado y de lo divino que puedan elevarlos por sobre
el vacío inmanente y horizontal y confrontarlos con el mysterium tremendum et fascinans, con lo abrumador y fascinante.
¿No estaremos en situación de ser golpeados mejor que cualquier
generación anterior por aquello que Benedicto XVI ha llamado “el impacto de lo
bello”, ya que no convivimos familiarmente con ello, ni lo damos por
descontado, ni siquiera esperamos verlo a nuestro rededor?
Para mí, esta vidriera dice mucho...
Naturalmente, no digo que los
hombres de hoy sean esencialmente diferentes de sus antecesores hasta el punto
de que necesiten en su catolicismo algo radicalmente diferente del gran tesoro
que ya tenemos a disposición en nuestra Tradición. La Tradición, tal como es,
puede salvarlos, en sus materializaciones ya sean de estilo medieval-monástico
o barroco. El amor por la Tradición de la Iglesia es siempre totalmente
contemporáneo y totalmente intemporal. El hombre moderno necesita lo que todo
hombre necesita, o más todavía, y ello es sacralidad, solemnidad, belleza y un
profundo sentido de conexión con la especie humana, con la Iglesia y sus
miembros. Sólo el uso de las mismas formas fundamentales de vida, de culto, de
arte, por muy variadas que sean en su forma, puede llevar a cabo esta unidad
diacrónica y sincrónica.
Así pues, mi respuesta a la
cuestión formulada en el título de este texto es la siguiente. La modernidad
abandonó a la Iglesia hace ya mucho tiempo: en parte, huyó en rebeldía y en
parte salió impulsada como un demonio. Por tanto, no puede contribuir en nada a
la restauración de lo sagrado. Todo lo que puede hacer es traer al hombre
moderno hasta el umbral de la Iglesia y dejarlo ahí, como huérfano abandonado
en la puerta de un convento. La sagrada liturgia tradicional lo ha de tomar en
sus brazos y proveerá a su sanación y elevación. Nuestra tarea es dejarnos
cuidar (sí, algo que exigirá que nos traguemos nuestro orgullo), y si el Señor
se digna construir una nueva cristiandad a lo largo de muchos siglos, Él nos
dará la luz y la fuerza justo ahora, para realizar la pequeña parte que nos
toca en pavimentar el camino para que ella surja.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Política de comentarios: Todos los comentarios estarán sujetos a control previo y deben ser formulados de manera respetuosa. Aquellos que no cumplan con este requisito, especialmente cuando sean de índole grosera o injuriosa, no serán publicados por los administradores de esta bitácora. Quienes reincidan en esta conducta serán bloqueados definitivamente.