sábado, 4 de julio de 2020

El descarte del Mysterium Fidei y la fabricación de un memorial

Les ofrecemos una nueva traducción del Dr. Peter Kwasniewski. El artículo versa sobre la intervención que sufrió la fórmula de consagración del vino en el Misal reformado, desplazando la expresión "Mysterium Fidei" al final y como parte de una invitación que el sacerdote hace a los fieles para unirse a su oración.  El autor explica cómo ese cambio significó un desprecio a una Tradción milenaria, cuyo fundamento fue la opinión de algunos expertos. 

El artículo fue publicado en The RemnantNew Liturgical Movement, y ha sido traducido por la Redacción. Las imágenes son las que acompañan la publicación en New Liturgical Movement

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El descarte del Mysterium Fidei y la fabricación de un memorial

Peter Kwasniewski

El 1° de julio es la fiesta de la Preciosa Sangre de Nuestro Señor Jesucristo en el calendario romano tradicional, al que fue introducida por Pío IX en 1849. Fue suprimida por Pablo VI en el nuevo calendario general de 1969 o, más bien, fue refundida, con típico racionalismo, con la fiesta de Corpus Christi (llamada así desde el siglo XIII), denominándosela fiesta de Corpus et Sanguis Christi. El siguiente artículo, sobre la burda metamorfosis posconciliar de la fórmula que se pronunciaba sobre el cáliz, viene muy bien en esta fiesta. 



La historia de cómo se cambió las palabras de consagración pronunciadas sobre el cáliz en el Novus Ordo Missae es una impactante exhibición de muchos problemas interrelacionados, característicos de la reforma litúrgica en general: falso anticuarianismo, comprensión defectuosa de la participatio actuosa, encaprichamiento con la práctica oriental y simultáneo desprecio por lo exclusivamente occidental, desdén por la piedad y la doctrina medievales, falta de humildad ante lo que no se puede comprender enteramente y falta de respeto por lo misterioso, mecánica reducción de la liturgia a una especie de material que podemos manipular a placer (tal como podemos hacer con el mundo natural mediante nuestra tecnología), y prurito por inventar nuevas formas, por aburrimiento o incomodidad con las antiguas. Este ejemplo sirve, pues, como una ilustración clarísima de los errores y vicios que permean la reforma en su totalidad.


El papa Inocencio III y Santo Tomás de Aquino

1. La idea tradicional.

Desde la oscuridad del pasado y durante siglos, el sacerdote ha pronunciado las palabras “Mysterium Fidei” en medio de las palabras de consagración susurradas sobre el cáliz. Estas palabras evocan poderosamente la irrupción o aparición de Dios, por este insondable sacramento, en medio de nosotros. La consagración del vino completa la significación del sacrificio de la Cruz, el momento en que nuestro Supremo Sacerdote obtuvo para nosotros la redención eterna (cfr. Heb 9, 12), cuya re-presentación, junto con la aplicación de sus frutos, es precisamente el propósito de la Misa.

El 29 de noviembre de 1202, el papa Inocencio III envió la carta Cum Marthae circa al arzobispo Juan de Lyon -carta incluida en Denzinger[1]-, en la que escribe:

“Vos habéis preguntado quién añadió, a las palabras de la fórmula usada por Cristo mismo cuando transubstanció el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre, las palabras que se encuentran en el Canon de la Misa generalmente usado por la Iglesia, pero que no están registradas por ninguno de los evangelistas […] [a saber] las palabras “Misterio de la fe” insertadas entre las palabras de Cristo […] Seguramente hay muchas palabras y hechos del Señor que han sido omitidos en los Evangelios: en éstos leemos que los apóstoles las han suplementado con sus palabras y expresado con sus acciones […] Con todo, se usa la expresión “Misterio de la fe” debido a que aquí lo que se cree difiere de lo que se ve, y lo que se ve difiere de lo que se cree. Porque lo que se ve es la apariencia del pan y del vino, y lo que se cree es la realidad de la carne y la sangre de Cristo y el poder de la unidad y del amor”.

La respuesta del Papa equivale a esto: hay muchas cosas que Cristo entregó a los Apóstoles, para que éstos las transmitieran, que no están registradas en la Escritura, y ésta bien podría ser una de ellas. Escribiendo sólo setenta años después, Santo Tomás de Aquino convierte la pregunta del arzobispo en la novena objeción a la adecuación de las palabras de la consagración del vino:

“Además, las palabras con las que este sacramento es consagrado derivan su eficacia de la institución por Cristo. Pero ningún evangelista cuenta que Cristo haya pronunciado estas palabras. Por tanto, ésta no es una forma apropiada para la consagración del vino”[2].

Responde Santo Tomás a esta objeción:

“Los evangelistas no pretendieron transmitirnos las fórmulas de los sacramentos, que la Iglesia primitiva tenía que mantener secretas, como observa Dionisio al final de su libro Sobre la jerarquía eclesiástica; su propósito fue escribir la historia de Cristo. Sin embargo, casi todas estas palabras pueden ser entresacadas de varios pasajes de las Escrituras. Así, las palabras 'este es el cáliz' se encuentran en Lc 22, 20, y en 1 Cor 11, 25, en tanto que Mateo dice en 26, 28: 'Esta es mi sangre del nuevo testamento, que será derramada por muchos en remisión de los pecados'. Las palabras añadidas, o sea, 'eterno' y 'misterio de la fe', fueron transmitidas a la Iglesia por los apóstoles, que las recibieron del Señor, según 1 Cor 11, 23: 'Yo he recibido del Señor lo que a mi vez os he transmitido'”.

Santo Tomás podría haber hecho presente que la primera Epístola a Timoteo incluye la expresión “mantener el misterio de la fe con una conciencia pura” (1 Tm 3, 9). Posteriormente, en su tratamiento de las palabras exactas de las fórmulas de consagración, Santo Tomás reitera que esos detalles litúrgicos fueron deliberadamente escondidos en la Iglesia primitiva; la Escritura no tiene el propósito de revelar el modo preciso en que debe celebrarse los misterios sacramentales[3].



2. La antigüedad y oscuridad de la frase.

Ni siquiera el gran desmitologizador de la ciencia litúrgica del siglo XX, el P. Josef Jungmann, pretende dejar de lado o deconstruir lo que él denomina “las palabras enigmáticas”:

“La frase se encuentra inserta en los textos más antiguos de los sacramentarios, y se la menciona incluso en el siglo VII. Sólo falta en algunas fuentes posteriores. Acerca del significado de las palabras mysterium fidei, no existe un total acuerdo. Se puede encontrar un lejano paralelo en las Constituciones Apostólicas, donde se hace decir a Nuestro Señor en la consagración del pan: “Este es el misterio del Nuevo Testamento, tomad, comed, esto es mi Cuerpo”. Tal como aquí el mysterium se refiere al pan en la forma de predicado, así también en el canon de nuestra Misa se lo refiere al cáliz en forma de una aposición […] Mysterium fidei es una expansión independiente, sobreañadida al complejo autosuficiente que la precede. ¿Qué se quiere decir con las palabras mysterium fidei? La antigüedad cristiana no las habría referido a la oscuridad de lo que aquí se oculta a los sentidos, y que es accesible (en parte) sólo a la fe (subjetiva). Las hubiera tomado, más bien, como una referencia al sacramentum, cargado de gracia, en que se comprende la totalidad de la fe (objetiva), la totalidad del orden de la salvación. El cáliz del Nuevo Testamento es signo vivificante de la verdad, el santuario de nuestra fe. Cómo o cuándo se hizo esta inserción, o qué acontecimiento externo fue su causa, es algo que no se puede conocer fácilmente”[4].

Hay aquí varios puntos que vale la pena retener. Esta frase aparece en todas las fuentes más antiguas que tenemos de la Misa, lo que sugiere un origen de gran antigüedad. La edición crítica del Canon de la Misa, publicado por Brespols en la serie Corpus Orationum, no muestra variación alguna en la posición del mysterium fidei[5]. Se cita el texto romano en más de cincuenta manuscritos de diversas épocas y orígenes, sin variaciones significativas. Del texto ambrosiano, que es resultado de la romanización del rito ambrosiano llevada a cabo en la época carolingia, se tiene sólo cinco manuscritos, pero todos la ponen también en el mismo lugar.

Lo raro de esta inserción, y el hecho de que haya sido tan celosamente conservada y transmitida, implica que se la consideró no un rasgo secundario del rito, sino algo que pertenecía a la esencia misma del rito de Roma. Aunque podemos estar en desacuerdo con la sutil crítica de Jungmann a la interpretación hecha por Inocencio III, la noción de que el “myterium fidei” apunta nada menos que a “toda la fe de la Iglesia”, a “todo el orden divino de la salvación”, localizado (por decirlo así) en el símbolo del cáliz y de su precioso contenido, es verdaderamente impresionante. El eje de la realidad atraviesa por ese vaso que se inclina sobre el altar.

La interpretación de Jungmann, junto con los registros paleográficos, pone drásticamente en primer plano el problema que enfrentan los historiadores de la liturgia cuando no pueden conocer a ciencia cierta el origen de determinada costumbre. En tales casos, es imposible excluir la hipótesis de que su origen es una institución apostólica o subapostólica en Roma. Si ni siquiera la más rigurosa investigación puede detectar el momento preciso de la historia en que las palabras mysterium fidei fueron inicialmente añadidas, y si tenemos el testimonio monolítico de los manuscritos que sobreviven, ¿no es preferible -en realidad, no es acaso una grave obligación de respeto por las cosas más sagradas que poseemos- preservar la fórmula exactamente como se nos la ha transmitido? Proceder de otro modo sería correr el riesgo de una profanación. Esta hubiera sido, en realidad, tanto la hipótesis como la actitud de todos los católicos hasta el siglo XX. 



3. La campaña para suprimir del Oficio la frase.

En un acto de asombrosa hybris, esta frase fue desalojada de su inmemorial ubicación y se la transformó en la base de una “aclamación memorial” que no había existido jamás en el rito romano anteriormente. Lo que había sido un secreto y sublime reconocimiento de salvación -escondido, como el cristiano, con Cristo en Dios- se convirtió en un extrovertido anuncio al público, en pro de la “participación”, entendida, reduccionistamente, como un decir y hacer cosas. ¿Cómo, exactamente, tuvo esto lugar y por qué?

Hacia la época del Concilio Vaticano II, los cirujanos litúrgicos experimentaban la comezón de introducir sus escalpelos en el Canon romano tan pronto como la autoridad les permitiera remediar sus “defectos”. En un capítulo de libro pomposamente intitulado “Los principales méritos y defectos del actual Canon romano”, Cipriano Vaggagini OSB, sostuvo en 1966:

“El tercer defecto importante en el modo como [el Canon] relata la institución de la Eucaristía es la inserción de la frase mysterium fidei en medio de las palabras que se dice sobre el cáliz. Esto no tiene paralelo en ninguna otra liturgia y, dentro del mismo rito romano, su origen es incierto y su significado, discutible. Sin embargo, es obvio que, en su forma actual, la inserción mysterium fidei sirve para separar e interrumpir las palabras de la institución”[6].

Bugnini nos dice en su enorme tomo La reforma de la liturgia que Vaggagini, “en tres meses de intenso trabajo en la biblioteca de la Abadía Mont-César (Lovaina) durante el verano de 1966 […] compuso dos modelos de nuevas Plegarias Eucarísticas, que presentó al grupo de discusión”[7]. El análisis posterior coincidió en que algo había que hacer con ese malhadado mysterium fidei:

“La adición de 'el misterio de la fe' en la fórmula de consagración del vino en el Canon romano, no es bíblica; tiene lugar sólo en el Canon romano; es de origen y significado inciertos. Los expertos mismos no están de acuerdo acerca del significado preciso de esas palabras. De hecho, algunos de ellos le asignan a la frase un significado harto peligroso, ya que lo traducen como 'un signo de nuestra fe'; interrumpe la sentencia y dificulta tanto su comprensión como su traducción. Los franceses, por ejemplo, se han visto forzados a repetir la palabra 'sangre' tres veces: 'este es el cáliz de mi sangre, sangre de la nueva alianza, misterio de la fe, sangre derramada…'. Lo mismo ocurre en mayor o menor medida en otras lenguas. De nuevo hay muchos obispos y pastores que han pedido que en las nuevas anáforas la adición 'misterio de la fe' sea omitida. Todo esto explica el curso seguido en las nuevas anáforas en relación con las palabras de la consagración”[8].

Además, se creyó conveniente que hubiera alguna “aclamación de los fieles después de la consagración y elevación del cáliz”. ¿Por qué? “Semejante práctica es propia de las Iglesias orientales, y parece apropiado aceptarla en la tradición romana como una forma de aumentar la activa participación de los fieles. Respecto de la forma exacta de la aclamación, la rúbrica dice que se puede usar “éstas o similares palabras aprobadas por las autoridades territoriales”. Puesto que las aclamaciones han de ser dichas, o incluso cantadas, por los fieles, es necesario dejarles suficiente libertad para que se las adapte según los requisitos de las diversas lenguas y géneros musicales”[9].

En esta etapa del proceso, pues, la idea era suprimir las palabras “mysterium fidei” totalmente y poner en su lugar sencillamente una aclamación como secuela de la elevación del cáliz.

El 26 de junio de 1977, el cardenal Ottaviani, en su calidad de cabeza de la Congregación para la Doctrina de la Fe envió una carta a Annibale Bugnini[10] en que expresaba qué cambios la Congregación preferiría que se hiciera a las cuatro Plegarias Eucarísticas que habían sido enviadas para revisión docrinal. Quienes ven a Ottaviani como un héroe por haber puesto su nombre al Breve Estudio Crítico, dos años después, puede que se sorprendan y desilusionen al ver cuán fácilmente aceptaba los planes de Consilium:

“Sobre la omisión del paréntesis (inciso) 'mysterium fidei': afirmativo. Sobre la 'aclamación' inmediatamente después de la elevación, 'Mortem tuam…', preferiríamos un texto que expresara más claramente un acto de fe y reemplace así al desaparecido 'mysterium fidei' –[frase] ciertamente inoportuna por la posición en que se encuentra, pero obviamente indicada como un llamado a avivar la fe en ese solemne momento-. Se ha sugerido la frase evangélica 'Señor mío, y Dios mío'”.

Aunque Ottaviani consintió la supresión de la fórmula, su sugerencia de que se usara un texto diferente de 'Mortem tuam' como aclamación fue evidentemente descartada.

En el famoso Sínodo de Obispos de octubre de 1967, cuyos participantes fueron constituyeron el primer cuerpo importante de “afuerinos” a quien se mostró la Missa normativa o borrador general de lo que Pablo VI llamaría después Novus Ordo Missae[11], y a quien se pidió a continuación que votara sobre ella e hiciera comentarios, se formuló a los Padres sinodales, entre otras, la siguiente pregunta, según cuenta Bugnini: 

¿Debiera suprimirse las palabras 'mysterium fidei' de la fórmula de la consagración del vino? De 183 votos, 93 dijeron que sí, 48 que no, y 42 que sí con cualificaciones. En esencia, las cualificaciones fueron las siguientes: (1) las palabras debieran desaparecer también del Canon romano; (2) estas palabras no debieran desaparecer completamente de la liturgia sino que debieran ser usadas como una aclamación después de la consagración o en alguna otra fórmula”[12].

Si sumamos los votos negativos y los cualificados (placet iuxta modum), vemos que la mayoría a favor de la supresión sin cualificaciones fue estrecha: 93 contra 90. Sin embargo, parece que la actitud de la mayor parte fue la misma de Ottaviani: ¿por qué no aprovechar esta conmoción general para transformar esta frase en un vehículo de participación?

No se puede evitar la impresión de gente que “va improvisando cosas a medida que se avanza”, sin ninguna auténtica reverencia por la tradición ni temor de Dios.



4. Pablo VI insiste en que se reutilice la frase.

El tema siguió siendo motivo de controversia al interior de Consilium. Como cuenta Bugnini, la cuestión se planteó de nuevo en la décima sesión general (23-30 de abril de 1968), reunida para analizar los seis cambios que Pablo VI había tenido la temeridad (a juicio de los expertos) de insistir respecto de la Missa normativa. “La situación causó algún desaliento, ya que el Papa parecía estar limitando la libertad de investigación de Consilium al usar su autoridad para imponer soluciones”[13]. Se creó un subcomité especial para estudiar el problema, en el que estaban incluidos, entre otros, Rembert Weakland, Joseph Gélineau y Cipriano Vaggagini.

En relación con este tópico, Pablo VI -cosa no sorprendente en un Papa que había escogido el título Mysterium Fidei para su gran encíclica de 1965, en que defendía la transubstanciación y condenaba ciertas tendencias heréticas de la teología eucarística- expresó que no le gustaba la idea de pasar directamente de la elevación a la aclamación, y pidió específicamente que “las palabras mysterium fidei fueran dichas todavía por el sacerdote antes de la aclamación de los fieles”. Bugnini escribe: 

“¿Cuáles fueron las objeciones puestas por el grupo de estudio a la adopción de lo que el Papa quería?... Misterio de fe. Si el celebrante hubiera de decir estas palabras antes de la aclamación de los fieles, (a) esto constituiría una innovación sin base en la tradición litúrgica; (b) alteraría la estructura del Canon en un momento importante; (c) cambiaría el significado de las palabras en cuestión, ya que no estarían ya conectadas con la consagración del cáliz. Si las palabras tuvieran que conservarse, decía el informe, debieran conectarse con la fórmula de la consagración del vino o con la aclamación”[14].

Pablo VI triunfó, finalmente. Por tanto, no debiera sorprendernos encontrar este cambio y sus “beneficios” pastorales anunciado en la Constitución Apostólica Missale Romanum de 3 de abril de 1969. La ironía de su contexto inmediato, sin embargo, merece un examen detallado:

“Por lo que toca a las palabras Mysterium fidei, suprimidas del contexto de las palabras de Cristo, nuestro Señor, y pronunciadas por el sacerdote, ello abre el camino, por decirlo así, a la aclamación de los fieles. En cuanto al Orden de la Misa, 'los ritos han sido simplificados, habiéndose tomado cuidado de preservar su substancia'… Además, 'se ha restaurado… de acuerdo con la norma de los Santos Padres, varios elementos que habían sido dañados con el paso del tiempo'”.

A diferencia de la justificación para “restaurar” el “salmo responsorial”, que se fundamenta en un falso anticuarianismo y en una teoría reduccionista de la participación, aquí el Papa no da explicación alguna, excepto el que “abre el camino, por decirlo así, a la aclamación de los fieles”. Con todo, este cambio al venerable Canon romano (luego replicado en todas las neo-anáforas) no puede haber sido hecho con “cuidado” para “preservar la substancia” de los ritos, como indica la irónica referencia a la restauración de “varios elementos que habían sido dañados con el paso del tiempo, de acuerdo con la norma de los Santos Padres”[15].

Por lo que toca a mysterium fidei, la antigua norma fue expresamente violada: el único daño infligido fue causado por el designio de Consilium. En realidad, fue debido a los accidentes de la reforma litúrgica posconciliar que el rito romano sufrió daños.



5. Protestan los Cardenales y teólogos.

Una vez que el texto del Novus Ordo aprobado estuvo disponible en 1969, el Cardenal Ottaviani parece haber cambiado suficientemente de opinión como para haberse manifestado dispuesto a firmar, junto con el Cardenal Bacci, el Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae, en que encontramos la siguiente crítica hecha por “un grupo de teólogos romanos”: 

“La antigua fórmula de la consagración era una fórmula propiamente sacramental, y no meramente narrativa… El texto de la Escritura no se usó palabra por palabra como fórmula de la consagración. La expresión 'misterio de fe' de San Pablo fue insertada en el texto como expresión inmediata de la fe del sacerdote en el misterio que la Iglesia hace real mediante el sacerdocio jerárquico”[16].

Esto me parece una excelente intuición del beneficio ascético del sacerdote: el mysterium fidei, en medio de la consagración de la Preciosa Sangre es un “resalto en el camino” que le recuerda estar cada vez más consciente de la terrible realidad de lo que realiza ante Dios y por el pueblo: no se trata de una conmemoración vacía, sino de hacer presente el objetivo Misterio “que ha estado escondido durante siglos y generaciones, y que ahora se ha manifestado a sus santos” (Col 1, 26). El Breve Examen crítico prosigue:

“Además, la aclamación memorial del pueblo que sigue inmediatamente a la consagración –'anunciamos tu muerte Señor… hasta que vengas'- introduce una igual ambigüedad acerca de la Presencia Real, disimulada como una alusión al Juicio Final. Sin una mínima pausa, el pueblo proclama su espera de Cristo al final de los tiempos justo en el momento en que Él se hace sustancialmente presente sobre el altar -como si la verdadera venida de Cristo fuera a ocurrir sólo al final de los tiempos en lugar de aquí, sobre el altar mismo-.  La segunda opción de aclamación memorial manifiesta esto todavía más claramente: 'Cuando comemos este pan y bebemos este vino, proclamamos tu muerte, Jesús, hasta que vengas en gloria'. La yuxtaposición de realidades enteramente diferentes -inmolar y comer, Presencia Real y Segunda Venida de Cristo- realza aun más la ambigüedad”[17].

Aun cuando el Breve Examen crítico podría haber formulado esta crítica con todavía mayor precisión (el lenguaje es un poco laxo), es indudablemente verdadero decir que el mover una frase de tal antigüedad, de tal densidad teológica y significación litúrgica, y la introducción de aclamaciones que inmediatamente distraen la atención hacia el banquete escatológico, no puede sino modificar la comprensión de la acción que se realiza.  

Una respuesta publicada en 1969 en Notitiae, el periódico oficial de Consilium (y posteriormente de la Congregación para el Culto Divino que tomó su lugar), dejó en claro que el trasplante de mysterium fidei alteró fundamentalmente su carácter. 

Pregunta: cuando no hay presente ningún miembro del pueblo que pueda hacer la aclamación después de la consagración, ¿debiera el sacerdote decir 'el misterio de la fe'? Respuesta: no. Las palabras 'misterio de la fe', que han sido sacadas del contexto de las palabras del Señor y ubicadas después de la consagración, 'sirven como introducción a la aclamación de los fieles' (cfr. Const. Missale Romanum). Sin embargo, cuando en ciertas circunstancias no hay nadie que pueda responder, el sacerdote omite estas palabras, como se hace en una Misa en que, por grave necesidad, se celebra sin ministro, en que se omite los saludos y bendición al final (Inst. gen., núm. 211). Lo mismo se aplica a la concelebración de sacerdotes en que no hay ningún fiel presente”[18].

En otras palabras, la frase se ha transformado, de componente de la fórmula de la consagración, con una densidad polisémica de significados teológicos y de función ascética para el sacerdote mismo, en mensaje orientado a la congregación. Sin ésta, el mysterium fidei, en cierto sentido, deja de existir. Esta respuesta de Notitiae es un testimonio del absoluto corte de la frase con la tradición.



6. Más consecuencias del cambio.

El desplazamiento de mysterium fidei de su venerable lugar a una posición en que tiene una función nueva tuvo, al menos, cuatro efectos.

Primero, ratifica una vez más, y de un modo especialmente dramático, la extendida tendencia de los eruditos litúrgicos modernos -no sólo Jungmann, quien, como hemos visto, no yerra en lo relativo al mysterium fidei, sino incluso figuras tan eminentes como Adrian Fortescue y el Cardenal Schuster- a suponer que algunas antiguas partes del texto del Canon y muchas otras partes de la liturgia son meros accidentes históricos o, más bien, errores introducidos por ignorantes. Dicho desplazamiento dio un espaldarazo a los Vaggaginis del mundo y vino a decirles “¡Bien hecho, vosotros, críticos de los siervos buenos y fieles!”.

Segundo, elimina o, al menos, pone entre paréntesis, la piadosa creencia en que dicha formula deriva de la Tradición Apostólica y en la recepción medieval de dicha Tradición, apoyada, hasta un punto que la pone a salvo de todas las dudas que pueda sugerir cualquier postura erudita, por un testimonio litúrgico sin excepciones. Y de este modo, hace su propia contribución al desmoronamiento general de la piedad hacia las formas litúrgicas heredadas, quizá el más execrable de todos las repercusiones de la reforma.

Tercero, al modificar audazmente la fórmula usada en el momento más solemne del Santo Sacrificio, el cambio emitió un claro mensaje -más claro todavía que la inserción del nombre de San José en el Canon en 1962, su precursor- de que los cambios litúrgicos emprendidos en la década de 1960 constituyen una revolución, no una reforma. Hay algunos cambios que no pueden ser plausiblemente considerados como refinamientos o ajustes que retienen su continuidad con la Tradición; simplemente, son rupturas. Mientras más pronto reconozcamos esto, más rápidamente podremos dejar de lado la ilusión de la ”reforma de la reforma” y recuperar la perdida continuidad en el punto en que se la quebró[19].

Finalmente, a nivel enteramente práctico, se da la inefable banalidad de la “aclamación memorial” que fue montada en su lugar, tal como se la lleva a efecto en la plétora de versiones en vernáculo a que ha quedado reducido el rito romano[20]. Cuando se dice en voz alta y en vernáculo la Plegaria Eucarística, la atmósfera -que un acertado ars celebrandi podría incluso volver piadosa hasta cierto punto- es hecha pedazos en su momento más solemne por el murmullo, nunca totalmente unísono, de una u otra respuesta, conducido por el sacerdote, en su rol secundario de maestro de escuela. Cuando la aclamación se canta, el resultado puede ser peor: los músicos, mal alimentados con una dieta de Haugen-Haas [Nota de la Redacción: el autor juega con la homonía que se produce entre el nombre de la marca de helados Häagen-Dazs, y el nombre de dos autores de música religiosa popular, Marty Haugen y David Haas], descienden aun más abajo que sus peores esfuerzos cuando ponen a la aclamación melodías empalagosas con clichés caricaturescos. La inmolación del Esposo es mentalmente barrida por una barata imitación de Broadway.

Desde un punto de vista ritual y teológico, esta aclamación no es más que una intrusión, una irrupción, una irrelevancia en el flujo de la acción litúrgica que, en ese momento, está preocupada de ofrecer al Padre la sagrada Víctima, la Víctima pura, la Víctima sin mancha, por la salvación de los hombres. Nuestra participación consiste en adorar en silencio, uniéndonos a Su sacrificio en la Cruz, y aguardando su abundante misericordia. No es el mysterium fidei el que merece ser denigrado como “paréntesis”, sino la aclamación memorial, parida por las mentes de Pablo VI y del Consilium.



7. Como siempre, la Tradición es el camino del progreso.

El misterio de nuestra fe está íntima e intrínsecamente ligado al hunc praeclarum calicem, “este precioso cáliz”. Las palabras susurradas, mysterium fidei, están en el corazón de la consagración del cáliz. Su eliminación es emblemática de lo que se ha hecho con la liturgia entera, arrancarle el corazón a tantos ritos. Aunque las palabras mysterium fidei no son necesarias para realizar la transubstanciación (de modo que, sin ellas, la consagración puede ser “efectiva” y la Misa, “válida”), el desalojo de la frase de su ubicación de venerable antigüedad exuda una actitud de “no hay nada sagrado”.

El salmo 15 usa el cáliz como símbolo de la provisión generosa de Dios hacia su pueblo: “El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz: tú eres quien me garantiza mi lote” (Ps 15, 5). Este versículo nos recuerda la naturaleza de nuestra herencia litúrgica, que no es el consecuencia de caprichosas casualidades y de intenciones meramente humanas, sujeta a perpetuas revisiones, sino una tradición viva que comienza en el Logos de Dios y culmina en el Logos hecho carne, nuestro eterno Sumo Sacerdote que guía a su Iglesia por el don de su Espíritu. La actitud que debemos tener ante nuestra herencia -lo que nos corresponde como deber- queda capturada en el siguiente versículo: “cayeron para mí las cuerdas en parajes amenos, y es mi heredad muy agradable para mí” (Ps 15, 6).

Estas dos palabras, mysterium fidei… El que no sepamos de dónde vinieron, ni por qué están donde están, impone una valla insuperable de humildad a nuestro orgullo erudito: el que no podamos comprender todo el alcance de su significado o exponerlas “clara y distintamente” al modo cartesiano, doblega la incesante vanidad de nuestras ambiciones, poniéndonos en el lugar de los mendigos que buscan cualquier migaja de intuición que pueda caer de la mesa celestial de nuestro amo. Eso es lo que somos en verdad: ahí es donde, en verdad, pertenecemos. “He aquí la paciencia y la fe de los santos […] He aquí su sabiduría” (Ap 13, 10, 18).




[1] Está todavía en la edición 43a de Denzinger (San Francisco, Ignatius Press, 2012), en el núm. 782

[2] Thom. Aquin., Summa Theologiae, III, q. 78, a. 3.

[3] Cfr. Thom. Aquin., Summa Theologiae, III, q. 83, a. 4, ad 2.

[4] Jungmann, J., The Mass of the Roman Rite: Its Origins and Development (Missarum Sollemnia) (trad. de Francis A. Brunner, Notre Dame, IN, Christian Classics, 2012), II, pp. 199-201.

[5]  Tomo X (1997), comenzado por Edmod Eugene Möller y continuado por Jean-Marie Clément, OSB, y Bertrandus Coppetiers’t Wallant. En el cuerpo de este trabajo, aquella parte del Canon es Oratio 6265, con tres variantes mayores registradas: 6265a es el texto romano, 6265b el ambrosiano, y 6265c un texto ambrosiano anómalo registrado en un solo manuscrito.

[6] Vaggagini, C., The Canon of the Mass and Liturgical Reform (trad. de Peter Coughlin, Staten Island, NY, Alba House, 1967), p. 104 [puede ser descargado aquí]. El aserto de Vaggagini de que “no tiene paralelo en ninguna otra liturgia”, aunque verdadero, es típicamente equívoco: ningún rito cristiano histórico ha usado jamás el texto bíblico estricta y únicamente como palabras de la consagración. En otras palabras, las fórmulas de consagración registradas en el Nuevo Testamento no son las exactas fórmulas usadas en las liturgias cristianas históricas. Estos ritos litúrgicos son anteriores a los textos bíblicos y reflejan determinadas costumbres que tienen su propia racionalidad.

[7] Bugnini, A., The Reform of the Liturgy. 1948–1975 (trad. Matthew J. O’Connell, Collegeville, MN, The Liturgical Press, 1990), p. 450. El grupo fue el Coetus X, al que se le encargó el Ordo Missae.

[8] Ibid., p. 454.

[9] Ibid., 455.

[10] Prot. núm. 1028/67, que se encuentra en la p. 14 de este documento.

[11] Consistorio de Cardenales, 24 de mayo de 1967: “usus novi Ordinis Missae” y “Novus Ordo promulgatus est” (“el uso del Nuevo Orden de la Misa”, y “el Nuevo Orden ha sido promulgado”).

[12] Bugnini, The Reform of the Liturgy, cit., p. 352.

[13] Ibid., p. 370.

[14] Ibid., pp. 371-372.

[15] La teoría propuesta por algunos eruditos preconciliares, en el sentido de que el mysterium fidei se originó en algo que el diácono decía al pueblo durante o inmediatamente después de la consagración, fue desechada en 1949 como “poesía, no historia” (Bugnini, The Reform of the Liturgy, p. 352). Este fue un libro que todo el mundo leyó en ese entonces.

[16] Ottaviani, A./Bacci, A., The Ottaviani Intervention: Short Critical Study of the New Order of Mass (trad. de Anthony Cekada, West Chester, OH, Philothea Press, 2010), p. 56. El texto está ligeramente modificado para hacerlo correponder con el texto inglés de la aclamación memorial.

[17] Ibid., p. 58.

[18] Notitiae, núm. 5 (1969), pp. 324–325, núm. 3. Esta traducción del original en latín es de http://notitiae.ipsissima-verba.org/.

[19] Véase mi artículo Why the 'Reform of the Reform' Is Doomed (“Por qué la 'reforma de la reforma' está condenada”), OnePeterFive, 22 de abril de 2020.

[20] En contraste con casi todas las versiones en vernáculo que he oído, la aclamación en latín (Mortem tuam annuntiamus, Domine…) está bellamente vertida a una melodía gregoriana clásica. Sin embargo, la belleza de la melodía no es capaz de superar los problemas más profundos que analizamos en este artículo.

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