viernes, 21 de mayo de 2021

La unidad y la diversidad en la tradición intelectual católica

Les ofrecemos hoy la continuación del trabajo del Dr. Peter Kwasniewski publicado la semana pasada (véase aquí la entrada respectiva). En esta ocasión, el autor aborda la unidad y la diversidad que presenta la tradición intelectual católica, y que se suelen ofrecer como objeciones al estudio de la materia. A cada uno, dentro de su ámbito específico y según sus capacidades, le corresponde encarnar el mensaje cristiano en el mundo, siendo un signo de contradicción respecto de las ideas imperantes. Para afrontar esta dura tarea, conviene recordar una clarividente frase de Nicolás Gómez Dávila (1913-1994): "No hay victoria espiritual que no sea necesario ganar cada día nuevamente". 

El artículo original fue publicado en OnePeterFive y ha sido traducido por la Redacción. A quien esté interesado en esta materia, recomendamos también la recensión del libro Logos Rising. A History of Ultimate Reality de E. Michel Jones, publicada en Que no te la cuenten

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La unidad y la diversidad en la tradición intelectual católica

Peter Kwasniewski 

En uno de mis ensayos publicados hace algún tiempo en OnePeterFive, “¿Qué es la tradición intelectual católica?”, traté de responder esa ambiciosa pregunta señalando cuáles son las características estables y reconocibles de dicha tradición. Al presentar esa respuesta, quise también abordar el escepticismo sobre el valor de toda tradición y el ataque postmoderno a la afirmación de la verdad. En esta ocasión, quisiera presentar dos objeciones adicionales, con mis correspondientes respuestas, y terminar luego con algunas reflexiones sobre el papel que todo miembro de la Iglesia -especialmente los clérigos- tiene respecto de la Tradición.

En primer lugar, la palabra “católico” es claramente tema para discusiones en la actualidad. ¿Quién logra definir lo que significa? Además, ¿acaso “católico” no quiere decir “universal”, en el sentido de que lo incluye todo?

En segundo lugar, hablar de una “tradición intelectual católica” implica que existe sólo una. Pero, ¿acaso no hay muchas tradiciones diferentes e incluso incompatibles?

(Imagen del artículo original)

Para responder a la primera objeción, considérese la noción de lo que es “católico” y el motivo por el que podemos hablar de una única tradición sin ser culpables de falsear la historia. Se puede hablar de una tradición intelectual católica no porque todos estemos de acuerdo en todo, sino porque miramos las cosas como un sistema solar, en que los planetas orbitan en torno a un único sol. Si existe una única tradición es debido a que existe unidad en el origen, en la historia de la salvación y especialmente en la persona y misión de Jesucristo; unidad de motivación y de propósitos, a saber, el amor a Dios y al prójimo; unidad de objeto, ya que existe sólo un mundo real, y la cordura consiste en conocerlo y amarlo. En la medida en que los creyentes (y, a veces, los que no lo son) orbitan en torno a este sol a mayor o menor distancia, forman parte de este único y complejo sistema solar. También es posible, por cierto, que algunos abandonen sus órbitas y huyan al espacio exterior. No todos son automáticamente parte de esta tradición -ni lo es tampoco todo-, ya que ella tiene ciertos parámetros bien definidos, que son amplios, pero no arbitrarios ni perpetuamente cambiantes.

A la segunda objeción, se puede responder lo siguiente: es debido al poder y fertilidad de la raíz de esta Tradición intelectual católica -concretamente, el infinito misterio de la verdad de Dios revelada en Jesucristo- que ella espontáneamente produce diferentes ramas o tradiciones (con “t” minúscula). La Tradición inevitablemente da origen a muchos movimientos espirituales y culturales en la Iglesia, ya sea el monasticismo, o las órdenes mendicantes y las universidades, benedictinos, dominicanos, franciscanos o jesuitas, cada uno con su propio perfil intelectual. Se podría decir lo mismo de la legítima variedad de ritos orientales y occidentales, con todo su patrimonio. Todos ellos forman la gran familia de una sola y misma Tradición, separados de la cual no pueden sobrevivir, como no puede hacerlo una planta separada de su raíz.

Podemos advertir esta relación cuando pensamos en cómo el canon de las Escrituras produce, a lo largo de los siglos y en muchas variedades culturales, cánones literarios que surgen, en cierto sentido, del Canon inspirado y lo iluminan, al modo como los ejemplos iluminan un principio. La Divina Comedia de Dante y los dramas de Shakespeare son incomprensibles separados del canon de las Escrituras. Existen innumerables ejemplos, desde la antigua poesía patrística hasta T. S. Eliot y Flannery O’Connor. La inspiración divina está en la raíz de la “inspiración” humana, tal como el culto divino está en la raíz de la cultura humana.

El clero ha tenido siempre un enorme papel en el desarrollo de la tradición intelectual católica, y conviene que lo recuerde y luche por ser un digno transmisor y fortalecedor de ella. Quien está dedicado al servicio divino es, por sobre todo, un testigo de la verdad, un testigo del hecho de que el hombre está hecho para la verdad y de que sólo la verdad lo hará libre, tal como Jesús, “el testigo fiel y verdadero” (Ap 3,14) lo atestigua (cfr. Jn 8, 32).

El diácono, el sacerdote, el obispo, el cardenal y el Papa saben -o no tienen excusa para no saber- que el alimento y la bebida de que el hombre más hambre y sed tiene es el conocimiento del amor de Dios y el don de la vida eterna, y que sin este alimento habrá de perecer con toda seguridad en el camino, sin importar cuán rico sea de bienes mundanos (o, al contrario, cuán pobre y destituido sea). En efecto, la felicidad del hombre consiste en nada menos que en la unión cara a cara con Dios, que la tradición católica llama “visión beatífica”, el eterno gozo de la  amistad con Dios comenzada en esta vida.

El ministro que ha sido ordenado, al proclamar que esta amistad con Dios es la primera prioridad de nuestra vida, que estamos destinados a la gloria eterna en Su presencia, y que para alcanzar esta meta debemos purificarnos de todo lo que sea indigno de ella, ese ministro -que en el mejor de los casos es hombre de pobreza, castidad y obediencia- no puede sino ser un fuerte signo de contradicción en un mundo que, al identificar felicidad con riqueza, placer y poder, se inclina al infierno. En la medida en que los devotos de la riqueza, los placeres y el poder se dan cuenta de lo contraria que les es la predicación del Evangelio, el clérigo se convertirá cada vez más en blanco de su mala voluntad, de su odio, persecución y violencia. Y en esta misma medida será bendecido, porque se convertirá en la imagen viva del Supremo Pastor, Jesucristo.

El clero representa también, debido a su oficio jerárquico, a la objetividad, estabilidad y unidad de la tradición intelectual católica, que siempre fluye del único e inalterable misterio de Jesucristo y a él vuelve, tal como es revelado en y por medio de la Iglesia. El obispo, en especial, ejerce una autoridad docente o magisterium que es, precisamente, el guardián y la garantía de la catolicidad de la tradición misma: el obispo tiene la responsabilidad de discriminar entre los elementos genuinos y los falsificados, y de purificar a la grey de todo lo que es incompatible con “la fe que de una vez para siempre ha sido entregada a los santos” (Jds 1, 3).

Maria Sedes Sapientiae (Iglesia San Juan Evangelista, Lieja, Bélgica)
(Inagen: Wikicommons)

Amar, interiorizar, defender y propagar la tradición intelectual católica es, sin embargo, trabajo de todo cristiano bautizado, según su vocación, circunstancias y capacidad. Todos necesitamos embebernos de estas riquezas para bien de nuestras mentes y corazones, a fin de que podemos tener algo mucho mejor que plata y oro que dar a nuestro prójimo (cfr. Hch 3, 6). Como decía el papa León XIII en su encíclica Sapientiae Chistianae, escrita en 1890:

“A fin de salvaguardar esta virtud de la fe en su integridad, declaramos que es muy conveniente y apropiado a las exigencias de los tiempos que cada uno, según la medida de su capacidad e inteligencia, haga un profundo estudio de la doctrina cristiana e imbuya su mente con un conocimiento tan perfecto como sea posible de aquellos temas que están entrelazados con la religión y están al alcance de la razón […] Sin embargo, nadie debe sostener la idea de que se prohíbe a los individuos privados (por ejemplo, los laicos) tomar parte activa en este deber de enseñar, especialmente aquéllos a quienes Dios ha concedido dones intelectuales junto con el deseo ferviente de hacerse útiles. Estos, tantas veces como lo exijan las circunstancias, pueden asumir, no el oficio de pastor, sino la tarea de comunicar a los demás lo que ellos mismos han recibido, haciéndose ecos vivos de sus maestros en la fe”.

Que nuestro Dios y Señor Jesucristo venga en nuestra ayuda en medio de esta batalla tan intensa y urgente contra esa monstruosidad del secularismo nihilista, el espíritu del Anticristo que está contra la tradición intelectual católica, tal como está contra todo lo que es católico y cristiano. Y que Nuestra Madre, Nuestra Señora, Asiento de la Sabiduría, y todos los ángeles y santos, intercedan por nosotros para que peleemos la buena pelea, ad maiorem Dei gloriam.

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