Mostrando las entradas con la etiqueta Literatura y liturgia católica. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Literatura y liturgia católica. Mostrar todas las entradas

miércoles, 29 de diciembre de 2021

Dorothy Day y la liturgia

Dorothy Day (1897-1980) fue una periodista, activista social y oblata benedictina. Si bien es conocida gracias a sus campañas por la justicia social y en defensa de los pobres en los Estados Unidos, no siempre se menciona que era una fiel y devota católica de profunda vida interior, cuya acción en el mundo estuvo siempre inspirada por la Doctrina social de la Iglesia reflejada en la enseñanza de las Sagradas Escrituras y el Magisterio. Fue este ímpetu el que la llevó a fundar, junto con Peter Maurin (1877-1949), el Movimiento del Trabajador Católico en 1933, que todavía existe y está basado en los principios del distribucionismo. Así lo recordó el papa Francisco en su discurso pronunciado ante el Congreso de los Estados Unidos el 24 de septiembre de 2015: "Su activismo social, su pasión por la justicia y la causa de los oprimidos estaban inspirados en el Evangelio, en su fe y en el ejemplo de los santos”. La vida de Dorothy Day sirve de recordatorio que la verdadera transformación del mundo según la ley del amor requiere previamente una conversión personal y una profunda vida sacramental y de oración. La acción de los laicos en medio del mundo debe estar inspirada por la gracia que actúa en sus almas, recordando que Cristo pidió al Padre no que quitase a sus discipulos del mundo, sino que los perservase del mal que ahí campea (Jn 17, 15). Sólo de este modo resulta posible trabajar con eficacia por un orden social cristiano. El 16 de marzo de 2000, el papa Juan Pablo II autorizó al Arquidiócesis de Nueva York para iniciar el proceso de promover su causa para la canonización. Desde entonces, Dorothy Day es sierva de Dios.  

Su vida es un buen ejemplo de la transformación radical que provoca la conversión de un alma que se vuelve a Cristo. Dorothy Day fue una mujer divorciada que abortó por miedo a ser abandonada por su amante. Trabajó como periodista de la izquierda estadounidense, defendiendo con ardor los derechos de las mujeres, el amor libre y el aborto. Pero estos pecados no le impidieron lograr una sincera conversión, la cual fue un estímulo para tratar de contagiar el Evangelio en la sociedad y así ser ejemplo de santidad en medio de lo cotidiano. Conocida es su respuesta a un periodista: "No me llame santa. No quiero que me despache tan fácilmente", recordando que la santidad no es un estado permanente, sino un camino largo y estrecho donde el alma debe identificarse con la voluntad de Dios, venciéndose a sí misma. Por eso, en una catequesis sobre la conversión hacia el final de su pontificado, Benedicto XVI elogiaba su "capacidad de oponerse a las lisonjas ideológicas de su tiempo para elegir la búsqueda de la verdad y abrirse al descubrimiento de la fe".  

Dorothy Day oyendo Misa (1973)

Dorothy Day dejó escrito el testimonio de su vida en dos libros: el primero de ellos se intitula Mi conversión. De Union Square a Roma y fue publicado en 1938 como una suerte de diálogo a su hermano menor, seducido por las ideas del marxismo, a quien está dedicado; el segundo es el más conocido, lleva por título La larga soledad y fue publicado en 1952. Ambos han sido traducidos a diversos idiomas, entre ellos el castellano. 

En el relato de su conversión, Day deja claro cómo la liturgia fue influyendo de manera paulatina en su encuentro definitivo con Dios. Como recuerdan Mark y Louise Zwick, "el catolicismo era para Dorothy el centro de su existencia. Su nervio vital [...] Participaba en la Misa diaria, visitaba al Santísimo Sacramento diariamente, rezaba la liturgia de las horas, rezaba el rosario y se confesaba semanalmente". Para llegar a esa vida de piedad, donde tampoco faltaba la lectura espiritual, primero tuvo que sortear diversos obstáculos y ser dócil a la gracia. 

Pero dejemos que sea la propia Dorothy Day quien cuente la influencia que tuvieron los ritos de la Iglesia católica en su camino hacia ella: 

Tal vez te sorprenda saber que, muchas mañanas, después de pasar la noche sentada en una taberna o al volver de bailar en Webster Hall, entaba en St. Joseph para oír la primera Misa. La iglesia estaba a la vuelta de la esquina de mi casa y me llamba la atención ver entrar a la gente a primera hora para la Misa diaria. ¿Qué encontraban allí? Era como si palpara la fe de quienes me rodeaban y tuviera ansias de ella. Por eso, solía entrar y quedarme arrodillada en el último banco de St. Joseph y es posible que incluso suplicara: "Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador". 

Interior de la Parroquia Saint Joseph (Yorkville, Manhattan) en la época en que Dorothy Day asistía a ella

Se trabajaba mucho [en el hospital], pero la alegría y el entusiasmo de la señorita Adams resultaban contagiosos. Era católica y durante el año siguiente llegamos a mantener una relación tan estrecha que acabé admirándola mucho, y atribuía su bondad natural y su competencia a la fe que profesaba. Sólo asistía a Misa una vez a la semana y nunca hablaba de religión. En su habitación no había libros católicos, a excepción de un devocionario, que utilizaba en contadas ocasiones. Pertenecía a esa clase de católicos cuya fe forma parte de su vida de un modo tan sólido que no necesitaba hablar de ella. Yo percibía la salud de su alma. La notaba fuerte y vigorosa, pero la señorita Adams no hablaba de ello porque más de lo que lo hacía de su salud física. Empecé a acompañarla a Misa los domingos por la mañana, aunque eso significara privarse de una pocas horas de descanso muy necesario. La Misa se celebraba a las cinco o cinco y media. Nosotras trabajábamos de siete de la mañana a siete de la tarde y librábamos medio día de domingo y otro medio día entre semana. Se suponía que por las tardes teníamos dos horas libres, pero en realidad las dedicábamos a las clases. 

[En Nueva Orleans] Vivíamos en St. Peter Street, enfrente del Cabildo y de la Catedral. Yo encontré trabajo en un periódico matutino, The Item, y ese invierno me dediqué exclusivamente al periodismo, escribiendo entrevistas y reportajes de interés humano. Muchas tardes tenía trabajo que hacer, pero, cuando no era así y oía las campanas de la catedral llamando a algún acto vespertino [Nota de la Redacción: las Misas vespertinas sólo fueron autorizadas por el papa Pío XII en 1957], solía entrar en el templo. Fue la primera vez que asistí a una Bendición y me causó una profunda impresión. Solamente la devoción que reflejaba la postura corporal de quienes estaban allí me hacía me hacía inclinar la cabeza. ¿Percibía tal vez una presencia? No lo sé. Pero sí recordaba estas palabras de la Imitación [de Cristo] [del que en otra parte del libro dice: "es un libro que me ha acompañado toda la vida"]: "¿Quién, llegando humildemente a la fuente de la suavidad, no vuelve con algo de dulzura? ¿O quién está cerca de algún gran fuego, que no reciba algún calor?" (Libro IV, Capítulo IV). 

Quería saber qué decían los himnos de la Bendición y compré un librito de oraciones en una tienda de objetos religiosos de esa misma calle, un poco más abajo. Leía la Misa. Por las mañanas tenía que estar en el trabajo en torno a las siete y los domingos estaba demasiado cansada para levantarme temprano. Pero ese librito me enseñó muchas cosas. No conocía a ningún católico en Nueva Orleans. Si alguno de mis conocidos lo era, siquiera de nombre, no me lo dijo. Nadie me habló de ese tema. Pero mi pieda era sincera y continué haciendo "visitas".

El arzobispo Marcelino Olaechea imparte la bendición con el Santísimo Sacramento en la Parroquia de Nuestra Señora del Socorro, de Valencia (1961)

Ahora voy a Misa todos los domingos por la mañana [Nota de la Redacción: se refiere al período en que vivía en la Isla Staten, en el estado de Nueva York, sin haber sido todavía recibida formalmente en la Iglesia católica]. 

Mi hija [Teresa] nació en marzo [de 1926], al final de un crudo invierno. En diciembre tuve que dejar el campo y alquilar un pequeño departamento en la ciudad [de Nueva York]. Se estaba bien allí, cerca de los amigos, cerca de una iglesia en la que poder detenerme a rezar. Leía mucho la Imitación de Cristo. Sabía que iba a bautizar a mi hija en la Iglesia católica, por alto que fuera el precio. Sabía que no la iba a dejar dando tumbos durante años, como me había ocurrido a mí, entre dudas y vacilaciones, sin disciplina y sin moral. Creía que era lo mejor que me podía hacer por un hijo. En cuanto a mí, pedí el don de la fe. Estaba y no estaba segura. Y posponía mi decisión. 

Finalmente, llegó el gran día y pasó. [En julio de 1927] Teresa recibió el bautismo y se convirtió en miembro del Cuerpo Místico de Cristo. Yo no sabía nada del Cuerpo Místico: de otro modo, tal vez me habría inquietado separarme de ella. 

Por fin, precipitadamente y llena de dudas derivadas de esa prisa indecorosa, tomé la decisión de acabar con mis titubeos y me bauticé. 

Fue un día tristísimo de diciembre de 1927 [el 28 de ese mes, fiesta de los Santos Inocentes, que hoy también sirve para conmemorar a los niños abortados], y el viaje desde la ciudad hasta Tottenville, en Staten Island, se me hizo largo. Mientras cruzaba la brumosa bahía en el ferry, no me abandonó la lúgubre idea de que estaba actuando con demasiada precipitación. No me sentía en paz, ni alegre, ni siquiera convencida de que estaba en lo correcto. Simplemente, era algo que tenía que hacer, una tarea que cumplir. Cuando me permitía pensar, dudaba de mí misma. Me odiaba por ser débil e indecisa. Me consumía la inquietud y no hacía más que caminar de aquí para allá en la cubierta del ferry; mi angustiado espíritu casi me hacía gemir. Quizá el demonio estuviera en el barco. 

Allí me estaba esperando la hermana Aloysa [que pertenecía a las Hermanas de la Caridad] para actuar de madrina. Ni siquiera sé si hubo padrino. El padre Hyland, amablemente y con discreción, sin expresar ninguna emoción, me oyó en confesión y me bautizó. 

Por fin era católica, aunque nunca he sentido menos la paz, la alegría y el consuelo que posteriores experiencias me han demostrado que la religión es capaz de aportar. 

Al año, celebré llena de gozó mi confirmación y nunca pasa Pentecostés sin un renovado sentimiento de felicidad y agradecimiento por mi parte. Fue entonces cuando me abandonó la incertidumbre para -¡gracias a Dios!- no regresar jamás. 

Dorothy Day recogida durante la Misa (1973)

A comienzo de la década de 1940, Dorothy Day comenzó a participar de la espiritualidad benedictina. En 1955 profesó como oblata de la Abadía de San Procopio, de Lisle, Illinois. Los cambios litúrgicos que trajo consigo el Concilio Vaticano II no fueron indiferentes para Dorothy Day. En una columna publicada en The Catholic Worker en de marzo de 1966 escribió: "Me temo que soy un tradicionalista, porque no me gusta ver la Misa ofrecida con una gran taza de café como cáliz". También es conocida la reconvención que hizo al R.P. Daniel Berrigan, S.J., cuando éste iba a decir la Santa Misa en una de las granjas de trabajadores católicos que había en Nueva York. Berrigan estaba a punto de salir de la sacristía revestido sólo con la estola, como empezó a ser costumbre por aquellos años. Day lo detuvo y le insistió en que se pusiera las vestimentas adecuadas antes de comenzar la Misa. Cuando Berrigan se quejó de estos escrúpulos respecto del vestuario litúrgico que contrariaban los signos de los tiempos, ella le respondió: "En esta granja obedecemos las leyes de la Iglesia". El sacerdote volvió atrás, se revistió correctamente y volvió a salir para rezar la Santa Misa con los ornamentos que manda la Iglesia.

Sin embargo, no todos los cambios de aquellos años le desagradaban, puesto que consideraba que la nueva liturgia ayudaba a acercar a los fieles al misterio. También le gustaban los cantos de los salmos según las composiciones del R.P. Joseph Gellineau, S.J. Siguió asistiendo devotamente a Misa todos los días, pues señalaba que necesitaba del alimento espiritual tanto como del corporal. 

Dorothy Day concluye su libro La larga soledad casi de la misma manera como acaba la Divina Comedia de Dante: "La palabra final es amor. […] No podemos amar a Dios, si no nos amamos unos a otros, y para amar tenemos que conocernos unos a otros. A Él le conocemos en el acto de partir el pan, y unos a otros nos conocemos en el acto de partir el pan y ya nunca estamos solos. El cielo es un banquete y la vida es también un banquete, aun con un mendrugo de pan, allí donde hay comunidad. Todos hemos conocido la larga soledad y todos hemos aprendido que la única solución es el amor y que el amor llega con la comunidad". Todo converge hacia el Amor, aquel que mueve el sol y todas las demás estrellas, aquel en que en el otoño de nuestras vidas seremos juzgados, aquel que es constitutivo formal de Dios, aquel que es el contenido del libro que el Ángel entrega al profeta en el Apocalipsis. Ese Amor es "el corazón de la fe cristiana", porque refleja "la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino", como enseña el papa Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est (2005). 

El amor de Cristo por el mundo, al cual amó hasta el extremo, Dorothy Day lo veía reflejado sobre todo en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, hoy tan menospreciado

La pregunta es: ¿por qué instituyó Cristo este sacramento de su Cuerpo y su Sangre? La respuesta es muy sencilla: porque nos amaba y deseaba estar con nosotros. "Mis delicias son estar con los hijos de los hombres". Él nos ha creado y nos ama. Su presencia en el Santísimo Sacramento es la gran prueba de ese amor. 

En su ejemplar del libro Piedad litúrgica, de su contemporáneo el R.P. Louis Bouyer, C.O., Dorothy Day había subrayado un pasaje sobre el sentido que tiene el tomar la propia cruz para el cristiano. Bouyer decía en ese texto que uno “no puede evitar sobrellevar la carga de su dolor sobre sí mismo. Pero este hecho e también es lo que permite que el cristiano ame al mundo con el amor de Aquel que 'tanto amó al mundo que dio Su Hijo Unigénito'". El amor cristiano nace del sacrificio de Cristo en la cruz, el cual se renueva diariamente sobre el altar en la Santa Misa. Se comprueba así cuán cierta es esa triple amnesia que sufrió la Iglesia después del Concilio Vaticano II y que denunciaba el Dr. Peter Kwasniewski, consistente en haber dejado de lado la sagrada liturgia, la doctrina social y el pensamiento de Santo Tomás de Aquino como tres elementos que deben estar unidos (véase aquí y aquí el capítulo 14 de su libro Resurgimiento en medio de la crisis: Sagrada liturgia, Misa tradicional y renovación en la Iglesia).

Dorothy Day en Misa. La foto fue tomada en 1973

Nota de la Redacción: Las referencias sobre la importancia de la liturgia en su conversión y sobre el significado de la presencia de Jesús bajo las especies eucarísticas están tomadas de Day, D., Mi conversión. De Union Square a Roma (trad. de Gloria Esteban, Madrid, Rialp, 2014), pp. 93-94, 98, 110-111, 123, 128, 137, 140-141 y 158. La cita de La larga soledad procede del artículo de Jaime Nubiola publicado en Omnes. Las anécdotas relativas a la Misa reformada provienen de un artículo publicado en The ISM Yale Review y de Wikipedia. Para los datos biografías de Dorothy Day se ha acudido a Wikipedia (en castellano y en inglés), Aciprensa y Encuentra, además del prólogo y el epílogo del libro Mi conversión (pp. 11-14 y 169-174, respectivamente). Los créditos de las fotografías se indican al pie de cada una de ellas. 

viernes, 30 de abril de 2021

Silencio y parálisis

Hoy, fiesta de San Pío V según el calendario reformado, les ofrecemos la transcripción de uno de los apartados del libro de Michel O'Brien intitulado El Apocalipsis. Advertencia, esperanza y consolación, que fue publicado en castellano por Homolegens en 2019 (un año después de la edición original en inglés) y cuya lectura recomendamos. Se trata de un libro que invita a meditar con esperanza y seriedad sobre los últimos tiempos, teniendo en cuenta que la escatología forma parte esencial de la Revelación. El texto que reproducimos trata sobre el fariseísmo, una materia que también interesó de manera especial al P. Leonardo Castellani (1899-1981), y sobre el que ha vuelto en los últimos años el escritor Juan Manuel de Prada.  De hecho, el sacerdote argentino decía que "toda la biografía de Jesús de Nazareth como hombre se puede resumir en esta fórmula: 'Fue el Mesías y luchó contra los fariseos' —o quizá más brevemente todavía: ' Luchó contra los fariseos'". Giovanni Papini (1881-1956) decía de ellos que eran "hipócritas [que] ensucian las palabras de lo absoluto, roban las promesas de la eternidad, asesinan las almas". En la actualidad ese combate sigue siendo un frente abierto, como lo muestra la hostilidad hacia la Misa de siempre que se observa de parte de tantos, incluso de quienes sostienen posturas "conservadoras".

Nacido en Ottawa, Canadá, en 1948, Michel O'Brien es un conocido escritor y ensayista sobre fe y cultura de formación autodidacta, además de un reconocido artista de estilo neobizantino. Converso a los 21 años, después de una etapa de agnosticismo y de una experiencia traumática, comenzó a escribir recién a los 46 años, y es autor de una cuarentena de libros, entre los que destacan las novelas El Padre Elías y once más que han sido publicadas en catorce lenguas y ampliamente reseñadas en medios de comunicación de Estados Unidos y Europa. Sus ensayos sobre fe y cultura han aparecido en publicaciones internacionales tales como Catholic World Report, Communio, Catholic Dossier, Inside the Vatican o The Chesterton Review. Durante siete años, fue editor de la revista católica Nazareth Journal. Ha dado charlas en varias universidades de Norteamérica y Europa, y es un constante invitado a programas de televisión. Participa también en Divine Providence Press. 

***

Silencio y parálisis 

Michael O'Brien

Los católicos en Norteamérica y en Europa occidental vivimos cerca de iglesias esquizoides que nos exhortan a condenar el fariseísmo, pero que descuidan la llamada al arrepentimiento y la vida [eterna]. Un gran número de diócesis, parroquias y órdenes religiosas fomentan falsas escisiones en la mente y en el corazón, postulando que la verdad y la misericordia están en conflicto entre ellas; que la justicia y la misericordia son conceptos libres y relativos desunidos desde la base, desde el Único que es la Justicia y la Misericordia en sí mismo; que la doctrina y la práctica pastoral no tienen por que ser coherentes y que el auténtico ejercicio de la autoridad espiritual es el autoritarismo. La corrupción masiva de la misión evangélica de la Iglesia causada por algunos teólogos disidentes y por aquellos a lo que han formado, tiene mucho más peso que los errores cometidos por los beatos que hay entre nosotros, que son una verdadera minoría; diría una minoría mínima, incluso proporcionadamente microscópica. 

Década tras década hemos visto cómo nuestras iglesias se han transformado siguiendo la falsa interpretación del Concilio Vaticano II, que ha convertido la liturgia en un ritual social centrado en el hombre, que ha ignorado o rechazado, o cambiado o mal aplicado, la maravillosa enseñanza de los papas anteriores. Los que vivimos a nivel comunitario en estas iglesias nacionales hemos experimentado la marginación de los fieles católicos, hemos sufrido en silencio innumerables y apasionadas homilías contra el fariseísmo, igualado a la ortodoxia, mientras al mismo tiempo recibíamos una escasa y superficial enseñanza desde los púlpitos de la mayoría de las diócesis. Aunque muchos encuentran su alimento en la vida devocional o en las lecturas espirituales, o participando en grupos laicos o grupos de estudio, la gran mayoría de los creyentes no recibe una formación en la fe y están mal alimentados espiritualmente, como ovejas sin pastor. Poco a poco, gracias a una nueva generación de obispos y sacerdotes apostólicos la situación de algunas iglesias particulares está mejorando, aunque aún queda mucho camino antes de que haya una verdadera renovación. La mayoría de los católicos sigue ofreciendo su sufrimiento por las personas que lo causaron y por la purificación definitiva y el fortalecimiento del Cuerpo de Cristo en nuestro tiempo. Luchan por vivir la veritas y la caritas como una única cosa unificada, en medio de las infidelidades internas de nuestras iglesias particulares y del ambiente social y político hostil de nuestras naciones, que hace mucho que han capitulado ante las políticas contrarias a la vida y la familia. A medida que pasan los años y las décadas, muchos fieles católicos se han sentido cada vez como una minoría perseguida, no como una "élite" santurrona. Saben que son pecadores. Saben que necesitan la misericordia. Y, por esto, saben que necesitan la plenitud de la Iglesia y los Evangelios de Cristo para tener una vida espiritual y sacramental auténtica, el culto de Dios para el cual el hombre fue creado y, así, poder tener la fuerza interior para amar al prójimo como a uno mismo, es decir, tanto a su vecino como a toda la gente de la comunidad humana global. 

Puedo contar con una mano las personas que he conocido durante mi vida que se ajustan al estereotipo del antiguo fariseo. En comparación, conozco a varios cientos de creyentes afectuosos, heroicos y sacrificados que no juzgan a los demás y que por el hecho de ser fieles al depósito de la fe son considerados una "amenaza" para la iglesia particular. Sin mediar provocación alguna, muchas veces han sido las cabezas de turco y los pararrayos de los miedos y las malas intenciones de los demás, sin contradecir. En su gran mayoría, han sido ellos los juzgados. Si a veces han protestado por que se enseñaban falsedades en la Casa de Dios, se cometían sacrilegios o se desobedecían las normas universales de culto de la Iglesia, lo han hecho de manera privada y caritativa. La Iglesia enseña que no sólo están en su derecho de hacerlo sino que es su deber hacerlo[1]. Casi siempre se han encontrado delante una ira irracional o, en el mejor de los casos, indiferencia. Muchos, tras sufrir las consecuencias negativas de su dolorosos esfuerzos, y con poca o nula mejoría de su situación, han sucumbido a la decepción y, al final, han optado por el silencio. Su sensación de inutilidad crece como un cáncer en el Cuerpo de Cristo, y fácilmente causa una especie de parálisis. Han aceptado como inevitables una de las tácticas más insidiosas y destructivas utilizadas por los nuevos fariseos para neutralizar a la oposición. A los fieles se les ha repetido una y otra vez que si defienden la verdad se encontrarán a sí mismos acusados de fariseísmo. 

Recordemos la advertencia del papa Pablo VI: 

"La cola del diablo está funcionando y está desintegrando el mundo católico. La oscuridad de Satanás ha entrado y se ha difundido en la Iglesia católica hasta la cima. La apostasía, la pérdida de la fe, se está difundiendo en todo el mundo y en los niveles más altos dentro de la Iglesia" [2].

Y: 

"Un gran signo apareció en el cielo; una mujer vestida de sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; y está encinta, y grita con dolores de parto y con el tormento de dar a luz. Y apareció otro signo en el cielo: un gran dragón rojo que tiene tiene cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas, y su cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se puso de pie ante la mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo cuando lo diera a luz" (Ap 12, 14).  

Alberto Durero, La Virgen del Apocalipsis y el dragón de siete cabezas, 1498.
(Imagen: Pinterest)

_____________________________

[1] El canon 212, § 3 del Código de Derecho Canónico señala: "Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas". 

[2] Pablo VI, Discurso con ocasión del 60° aniversario de las apariciones de Fátima, 13 de octubre de 1977.

***

Nota de la Redacción: El texto transcrito está tomado de O'Brien, M., El Apocalipsis. Advertencia, esperanza y consolación, trad. de Helena Faccia Serrano, Madrid, Homolegens, 2019, pp. 114-118. El libro del P. Leonardo Castellani, titulado Cristo y los fariseos, se puede descargar aquí. Una breve explicación sobre el "neoconformismo conservador", si bien aplicado a la edulcorada difusión en castellano de la obra de G. K. Chesterton por parte de ciertos grupos católicos, se puede encontrar en este ensayo de Miguel Ayuso. Recomendable es también el diccionario que ofrece The Wanderer. En uno y otro se comprueba como los movimientos conservadores encubren un espíritu antitradicional, que busca aunar el mundo con el mensaje evangélico. 

martes, 23 de abril de 2019

George Saunders sobre la Misa

El escritor norteamericano George Saunders (*1958), hasta hace poco conocido sobre todo por sus cuentos y relatos, ha ganado mucha notoriedad con su primera novela, Lincoln in the Bardo (Lincoln en el Bardo), la cual ha sido objeto de elogios de la crítica e incluso se hizo merecedora  en 2017 del premio Man Booker, uno de los premios literarios de habla inglesa más importantes. La novela, protagonizada por el presidente norteamericano Abraham Lincoln (1809-1865), transcurre durante una noche en la que un acongojado Lincoln visita el cementerio donde había sido enterrado su hijo, William Wallace Lincoln (1850-1862). Numerosos elementos sobrenaturales tomados de la religión budista, a la cual Saunders es cercano, recorren la novela (ya en el título, siendo el Bardo en el budismo un estado intermedio entre la muerte y el renacimiento).

Saunders no siempre fue budista y, de hecho, creció como católico y fue educado en un colegio católico. En un artículo reciente publicado en el sitio First Things (el original, en inglés, puede leerse aquí), Joshua Hren cree advertir en la obra de Saunders algo que podría llamarse "catolicismo cultural", una suerte de relicto de la fe en la que creció y que luego abandonó, pero que todavía informa de algún modo su labor artística, pese a lo heterodoxas que puedan ser las actuales convicciones religiosas que defiende. 

Un punto del artículo que nos parece particularmente interesante es la influencia de la Misa católica en el desarrollo de Saunders como escritor, pasaje que hemos traducido y que les ofrecemos a continuación. La Misa que Saunders conoció de niño a comienzos de los Sesenta no era otro que el rito tradicional, si bien comenzaban a introducirse las primeras reformas que culminarían con la promulgación del rito reformado en 1969. El pasaje, pese a dejar en evidencia una comprensión errada de parte de Saunders de la naturaleza de la Misa católica, muestra algo que hemos sostenido muchas veces: el sentido de misterio y la belleza estética de la Misa tradicional son capaces de causar fascinación en artistas, escritores e intelectuales e influir en su obra de un modo que la liturgia reformada no es capaz de reproducir, lo cual actualmente reduce notablemente la posibilidad de un acercamiento más profundo a la Fe católica de parte de éstos.

 George Saunders
(Foto: David Shankbone/Wikimedia Commons)


*

"[...] Pese a que Saunders pueda haber abandonado formalmente la Iglesia, sus formas no lo abandonaron a él. Educado en colegios parroquiales en los Sesenta, hasta el día de hoy explica su necesidad de "misterio, metáfora y belleza" por "el poder de la Misa católica" que encontró en su niñez:

La Misa todavía se celebraba en latín... Allí pasaban cosas artísticas. Cada día el altar estaba decorado de modo diferente, en distintos colores, con ocasión de fiestas diversas, etcétera, y recuerdo estar verdaderamente interesado en eso, en el cuidado que se observaba en el despliegue visual. Y había cosas relativas a la Misa misma que eran un poderoso entrenamiento para un artista en ciernes. La Misa es una hermosa y gran metáfora, y algo que un niño podía aprender asistiendo a Misa una y otra vez era que el significado puede ser expresado...mediante la metáfora y la repetición y por medio de aquello que no se dice. 

Desgraciadamente, Saunders equipara erradamente la Misa y la metáfora. Como lo dijo alguna vez Flannery O'Connor [1] sobre la Eucaristía, "[s]i es un símbolo, al diablo con ella". Sin embargo, Saunders captura el sentido en el cual el Santo Sacrificio de la Misa —la liturgia puede convertirse en "fuente y cumbre" de la vida artística, una verdad que profundiza y no contradice la Misa como fuente y origen de la vida eterna [...]".  

Joshua Hren
First Things (25-III-2019)

[1] Nota de la Redacción: Flannery O'Connor (1925-1964) fue una destacada novelista y cuentista norteamericana, de profunda fe católica y que combinó su labor artística con una intensa actividad de apostolado como conferencista. Muerta prematuramente a causa del lupus que la aquejaba, su aclamada obra combina elementos de la escuela de escritores sureños de los EE.UU. conocida como Southern Gothic, a la cual habitualmente se la adscribe, con su perspectiva católica.

domingo, 27 de mayo de 2018

Maurice Baring y sus recuerdos sobre la liturgia católica

Nacido el 27 de abril de 1874 en Londres, Maurice Baring fue un poeta, narrador, ensayista, dramaturgo y periodista inglés, muy célebre en su época.  Su padre era Edward Baring, el primer Barón de Revelstoke, Director del Banco de Inglaterra entre 1879 y 1891, y tatarabuelo de Diana Spencer, Princesa de Gales. Su hijo estudió Eton y luego en el Trinity College de Cambridge. Fue diplomático al servicio de la Corona entre los años 1898 y 1904, sirviendo en París, Copenhague y Roma, aunque pronto afloraría que la escritura era su verdadera vocación. Cuando dejó su cargo comenzó a trabajar para el Morning Post, donde lo designaron para cubrir la Guerra ruso-japonesa (1904-1905). Para dicho periódico fue también corresponsal en Rusia y Constantinopla. Más tarde trabajo para The Times, donde se ocupó de los reportajes relativos la crisis de los Balcanes. De más está decir que Baring hablaba fluidamente cinco idiomas (inglés, francés, italiano, alemán, ruso), además de latín y griego. Cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, se unió a los Royal Flying Corps y en 1918 logró llegar a oficial de la Royal Air Force. Después de la guerra se dedicó por completo a la literatura, siendo los relatos breves su especialidad. En 1930 comenzó a sufrir de una parálisis, que le desencadenaría la enfermedad de Parkinson. Diez años después se vio forzado a dejar su casa en Rottingdean y trasladarse a Escocia, donde fue cuidado por un amigo. Murió el 14 de diciembre de 1945.

Maurice Baring (1874-1945)

Se cuentan varias anécdotas curiosas de Baring. Una de ellas es que tenía una particular forma de coleccionar libros o, mejor dicho, de coleccionar páginas de libros. Cuando leía un libro que le pertenecía y encontraba un pasaje que era de su agrado, simplemente arrancaba la página para pegarlas en un cuaderno que llevaba siempre consigo. Así lograba conservar las ideas que estimada debía conservar frescas. Otra anécdota cuenta que, viajando en tren por el continente y mientras conversaba con un amigo, se dispuso a guardar su abrigo en su maleta. Al ver que no cabía en ella, y sin dejar de conversar, cogió su abrigo y lo tiró por la ventana, continuando con la conversación como si nada hubiera pasado.

El aspecto de la vida de Baring que aquí interesa es su conversión al catolicismo, la que se materializó el 1° de febrero de 1909 cuando fue recibido en la Iglesia católica, en el Oratorio de Londres. En su autobiografía señala que esta decisión fue la única acción en su vida de la cual estaba ciertamente seguro que nunca se había arrepentido. En su conversión incluyeron dos de sus amigos: Hilaire Belloc (1870-1953) y de G. K. Chesterton (1874-1936), aunque este último sólo se convertiría en 1922. De hecho, cuando lo hizo escribió una carta a Baring agradeciendo la gran influencia que había tenido sobre él junto con el Rvdo. Ronald Knox (1888-1957), también converso. Célebre es el cuadro pintado por Sir James Gunn en 1932, en el que aparece Chesterton sentado y escribiendo en una mesa redonda en compañía de Belloc, sentado frente a él, y Baring, de pie, fumando un cigarrillo, ambos atentos a lo que su amigo escribía. Esta pintura se exhibe hoy en la National Portrait Gallery de Londres. 

Conversation piece, Sir James Gunn, 1932, National Portrait Gallery (Londres)

En 1922 apareció la obra autobiográfica de Baring intitulada The Puppet Show of Memory (El espectáculo de los títeres de la memoria). De ella queremos ofrecerles dos párrafos relativos a sus primeros recuerdos sobre la liturgia católica cuando todavía era agnóstico. 

El primero de esos párrafos narra la impresión que tuvo cuando asistió por primera vez a una Misa católica. Lo hizo durante el otoño de 1899 en la Iglesia de Nuestra Señora de las Victorias de París, acompañado de su amigo Reggie Balfour. 

Me ha impresionado gratamente. Siempre me había imaginado los servicios católicos largos, complicados y sobrecargados de ritos. Pero la Misa se me hizo corta, sumamente sencilla y no sé por qué me recordó las catacumbas y las reuniones de los primeros cristianos. Uno se sentía como si estuviese contemplando algo muy antiguo. También me impresionaron el comportamiento de los fieles y la expresión de sus rostros. Evidentemente, a sus ojos, aquéllo era real. 

Misa tradicional celebrada en la Iglesia de Nuestra Señora de las Victorias, París
(Foto: Pinterest)

En febrero de 1902, Baring coincidió en Roma con la celebración del jubileo de papa León XIII. Asistió a una Misa papal a la Basílica de San Pedro y fue testigo de cómo el Santo Padre era trasladado en silla gestatoria, mientras bendecía a la multitud. 

Yo estaba justo debajo de la cúpula. En el momento de la elevación, la Guardia Papal cayó de rodillas y sus alabardas golpearon el suelo de mármol. con un ruido brusco y estruendoso, al tiempo que las trompetas sonaban bajo la bóveda. En ese momento alcé la vista y mis ojos tropezaron con la inscripción escrita alrededor con grandes caracteres: Tu es Petrus, y pensé que, sin lugar a dudas, la profecía se había cumplido de un modo sustancial y concreto... la solemnidad y la majestad del espectáculo eran indescriptibles, sobre todo porque la palidez del Papa hacía que su rostro pareciera transparente, como si el velo de carne que lo separaba del resto del mundo se hubiese visto reducido y atenuado hasta el extremo, hasta un punto casi sobrenatural. 

Detalle del interior de la cúpula de la Basílica de San Pedro del Vaticano
(Foto: Flickr)

Nota de la Redacción: Los textos han sido tomados de Baring, M., The Puppet Show of Memory, Londres, 1930, pp. 259 y 305, a partir de la traducción que se ofrece en Pearce, J., Escritores conversos, trad. de Gloria Estela Villar, Madrid, Palabra, 4ª ed., 2009, pp. 27-28.

viernes, 16 de marzo de 2018

Nicanor Parra, la Misa tradicional y el gregoriano

El célebre poeta chileno Nicanor Parra (1914-2018), ganador del Premio Nacional de Literatura (1969) y recientemente fallecido, causó siempre polémica por su aproximación irreverente a casi todos los aspectos de la vida, también respecto de la religión. Sin embargo, luego de su muerte, su hija mayor, Catalina (1940), concedió una entrevista a la revista Ya de El Mercurio, en la que revela una desconocida fascinación de Parra por la liturgia católica en latín y por el gregoriano. Por cierto que Nicanor Parra no puede ser presentado como un poeta cristiano ni menos católico, pero comprobamos aquí una vez más la capacidad que tienen la liturgia católica y la música sacra tradicionales de despertar la admiración estética de escritores, músicos y artistas, aun de aquellos que no tienen el don de la Fe, lo cual parece haberse perdido por completo con la liturgia reformada en lengua vernácula, cuya falta de sentido del misterio, de lo sagrado y de lo insondable parece incapaz de despertar iguales sentimientos.

La entrevista completa puede verse aquí.

Nicanor Parra durante su estancia en la U. de Oxford, Inglaterra
(Foto: Archivo Nicanor Parra/Caras)

 ***

[...] Él fue muy irreverente, pero por otro lado, extremadamente religioso. Religioso en el sentido original de la palabra. Escuchaba cantos gregorianos durante días de días, unos cantos gregorianos que yo no sé de dónde los sacó, maravillosos. Adoraba la liturgia católica como ritual y a él le gustaban las misas en latín.

-Nicanor no iba a Misa.

-Por supuesto que no, pero es la ceremonia religiosa lo que le gustaba. El rito. No tienes que ser religioso para que te guste, ni para que te gusten los cantos gregorianos. 

Nota de la Redacción: La cita está tomada de Revista Ya, núm. 1793, martes 30 de enero de 2018, p. 22.

martes, 9 de enero de 2018

La Fe de Tolkien y la Misa de Siempre

John Ronald Reuen Tolkien (1892-1973) fue un destacado escritor, filólogo y académico católico inglés, famoso en todo el mundo especialmente por la saga fantástica que trascurre en la Tierra Media imaginada por él y contenida fundamentalmente en El hobbit, El Señor de los Anillos y El Silmarillion, entre otros libros publicados en vida o póstumamente por su hijo Christopher. 

 J.R.R. Tolkien

Debido al trabajo de su padre, un administrador bancario, Tolkien nació en Sudáfrica, en el seno de una familia que remontaba sus orígenes a Alemania, desde donde emigraron a Inglaterra en el siglo XVIII. Cuando tenía tres años, viajó a Inglaterra junto a su madre y su hermano menor para lo que estaba planeado como una larga visita familiar. Sin embargo, el padre murió en Sudáfrica de fiebre reumática y la familia debió permanecer en Inglaterra, viviendo en un primer momento en la residencia de sus abuelos maternos. Las primeras lecciones las recibieron los dos hermanos de su madre, incluyendo conocimientos de botánica y los rudimentos del latín. Tolkien tuvo desde la más tierna infancia gran contacto con los libros, disfrutando especialmente los libros de cuentos de hadas y sobre las sagas nórdicas, todo lo cual tendría luego influencia en su creación literaria posterior.

En 1900, su madre, Mabel Tolkien, se convirtió al catolicismo, pese a la vehemente oposición de su familia, de religión bautista, la que cesó la ayuda financiera que hasta ese entonces le habían prodigado. Mabel murió de diabetes en 1904, mucho antes de que estuviera disponible el tratamiento con insulina, a la joven edad de 34 años y cuando Tolkien tenía doce años. Para asegurar que sus hijos crecieran en la Fe y la conservaran, Mabel dispuso que luego de su muerte un amigo sacerdote del Oratorio de Birmingham, el P. Francis Xavier Morgan, fuera el tutor de los niños.

 Edith Mary Bratt, luego Edith Tolkien

A la edad de 16 años, Tolkien conoció a Edith Mary Bratt (1889-1971), tres años mayor y también huérfana, con quien inició una relación sentimental. Su tutor consideraba que Edith era un peligro para los estudios y, dado que era protestante, también para la Fe del del joven Tolkien, por lo que le prohibió volver a verla hasta que cumpliera veintiún años. La prohibición fue acatada con gran pesar por Tolkien, por afecto a quien había sido un verdadero amigo y una figura paternal. En la víspera de su cumpleaños número veintiuno, Tolkien le escribió a Edith asegurándole que su amor seguía intacto y le pedía que se casara con él; Edith, luego de recibir la carta y de un encuentro en persona, rompió un compromiso con otro joven y se comprometió en matrimonio con Tolkien en 1913. Se casaron en 1916, luego de convertirse Edith al catolicismo. 

Tolkien realizó sus estudios en el Exeter College de Oxford, estudiando primero Clásicos y cambiando luego a Inglés y Literatura. Recurrió a un programa que, pese a la entrada de Inglaterra en la Gran Guerra en 1914, le permitió postergar su enrolamiento hasta 1915. Luego de recibir su entrenamiento militar, el joven Tolkien tuvo que despedirse de su mujer y partir al frente francés en 1916, con pocas esperanzas de regresar con vida. Afortunadamente, diversos problemas de salud salvaron a Tolkien de la primera línea de batalla. Casi todo su batallón sería exterminado, al igual que la mayoría de sus amigos más íntimos de infancia y juventud. 

 Tolkien en 1916

En 1920 pudo dejar el ejército. Sus primeros trabajos luego de la Guerra fueron como colaborador del Oxford English Dictionary y como instructor en la Universidad de Leeds. En 1925 se incorporó como fellow en el Pembroke College de Oxford, enseñando anglosajón, desempeñándose además como tutor de alumnas de colleges femeninos. En 1945 se traslada al Merton College, también en Oxford, ocupando una cátedra de Inglés y Literatura, donde permaneció hasta su jubilación en 1959. 

En sus últimos años ya gozaba de la fama y los ingresos que le habían traído sus libros, pero la atención de los admiradores se le hizo crecientemente abrumadora y el matrimonio Tolkien se mudó al balneario de Bornemouth. Luego de la muerte de su mujer, en 1971, los dos últimos años de su vida los pasó Tolkien en Oxford, viviendo en el Merton College, donde había sido académico. En 1972 recibió de manos de la Reina el título de Comendador de la Orden del Imperio Británico (CBE), así como un doctorado honoris causa de la Universidad de Oxford. Tolkien murió en 1973 a la edad de 81 años y sus restos yacen junto a su mujer en el cementerio Wolvercote de Oxford. La lápida, junto a sus nombres, consigna a los nombres de Lúthien (Edith) y Beren (Tolkien), personajes nacidos de la fantasía de Tolkien que reflejaban el gran amor que existió entre él y su mujer.

 Tumba de los Tolkien en el cementerio de Wolvercote, Oxford

Su Fe católica estuvo siempre intensamente presente en su vida y escritos. Los estudiosos de Tolkien recalcan la presencia de abundante simbología cristiana y de numerosos temas recurrentes de la teología católica en su obra literaria. Su amistad con C.S. Lewis, con quien, entre otros, formó el grupo literario conocido como The Inklings, desempeñó un papel importante en la conversión de éste al cristianismo, aunque Tolkien lamentaría que Lewis decidiera regresar a la Iglesia de Inglaterra de su infancia, en lugar de hacerse católico.

Tal como lo recuerda su nieto Simon Tolkien en su bitácora personal, en sus últimos años, Tolkien quedó profundamente decepcionado por algunas de las reformas y cambios llevados a cabo tras el Concilio Vaticano II, especialmente en el campo litúrgico​: "Recuerdo vívidamente cuando iba a la iglesia con él en Bournemouth. Era un católico romano devoto y fue poco después de que la Iglesia cambiase la liturgia del latín al inglés. Mi abuelo evidentemente no estaba de acuerdo con eso y daba todas sus respuestas en voz muy alta en latín mientras el resto de la congregación respondía en inglés. La experiencia me resultaba espantosa, pero mi abuelo hacía caso omiso de ello. Simplemente, tenía que hacer aquello que creía correcto."

 Tolkien y su mujer (1966)


****

Actualización [14 de enero de 2018]: Religión en libertad informa que el Aula de Teología "Desde el Corazón de Cristo" de la Diócesis de Getafe ha organizado una jornada gratuita y abierta (con inscripción previa) sobre varios aspectos de espiritualidad cristiana relacionados con la obra de J.R.R. Tolkien, a quien dedicamos esta entrada. La jornada tendrá lugar el 17 de febrero en la Parroquia San José Obrero de Móstoles.

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Las razones de la Misa diaria, por Hilaire Belloc

Hilaire Belloc (1870-1953) fue un prolífico escritor y destacado intelectual y apologista católico franco-británico. Nacido en Francia de padre francés y madre inglesa, emigró junto a su familia a Inglaterra siendo todavía un niño, luego de la temprana muerte de su padre, país donde transcurriría gran parte de su vida, nacionalizándose súbdito británico en 1902, pero conservando su nacionalidad francesa. Fue educado en el colegio del Oratorio en Birmingham, para después, tras haber prestado servicio militar en Francia, proseguir sus estudios en Balliol College, Oxford, de donde se graduó con honores. Durante sus estudios en Balliol fue presidente de la sociedad de debates de los alumnos de pregrado, la Oxford Union.

Hilaire Belloc, retrato de Emil Otto Hoppé (1915)

Para cortejar a quien sería luego su mujer, la norteamericana Elodie Hogan, a quien había conocido en 1890, Belloc, carente de recursos, caminó desde el Midwest norteamericano hasta California, donde Elodie residía, pagando su viaje con trabajos esporádicos y recitando poesía a lo largo del camino. Se casaron en 1896 y engendraron cinco hijos. Belloc compró una granja y una casa en Shipley, en Sussex Occidental (Inglaterra), donde vivió hasta poco antes de su muerte. La vida familiar no estuvo exenta de tragedias: primero murió su mujer de influenza, en 1914, luego de lo cual Belloc guardó luto por el resto de su vida, y después murió su hijo Louis en 1918 mientras prestaba servicio como aviador en el Norte de Francia durante la Primera Guerra Mundial.

Una gran desilusión en la vida de Belloc fue el no haber conseguido una plaza como académico en el All Souls College (Oxford) en 1895, probablemente por haber puesto durante la entrevista con la comisión una pequeña estatuilla de la Virgen María en la mesa delante de sí. Mucho después, en 1937, fue profesor visitante en la Universidad de Fordham (EE.UU.), pero la experiencia le resultó físicamente extenuante. Belloc tuvo también una breve carrera política, siendo miembro del Parlamento Británico en la legislatura de 1906-1910 por el Partido Liberal y representando al distrito de Salford South, logrando ser elegido pese al fuerte sentimiento anticatólico entonces imperante. Entre 1914 y 1920 tuvo su único trabajo estable, como editor del periódico Land and Water, viviendo el resto de su vida de sus escritos, pasando a menudo por estrecheces económicas.

Belloc sufrió una apoplejía en 1941, de la cual nunca se recuperó. Murió en una casa de reposo en Guilford, Surrey, luego de sufrir quemaduras y contusiones al tratar de poner leña en la chimenea en la casa de la granja donde vivía, su entrañable King's Land, en Sussex. En la Misa de Réquiem, Monseñor Ronald Knox dijo en la homilía que "ningún hombre de su tiempo luchó tanto por las buenas cosas". Sus restos descansan en el Santuario de Nuestra Señora de la Consolación y de San Francisco, en West Grinstead, Sussex Occidental.

Dentro de su inmensa producción, destaca su libro El camino de Roma (The Path to Rome, 1902), el cual era considerado por Belloc y por muchos críticos y lectores como su mejor obra. El libro relata su viaje a pie desde Toul (Francia) hasta Roma, cruzando los Alpes, cumpliendo un voto de ver, como lo manifestó el mismo Belloc, "toda la Europa que la Fe cristiana ha salvado". Intercaladas con el relato del viaje, se encuentran numerosas digresiones, que contribuyen al interés del libro. De este libro existen dos traducciones recientes, una de El Buey Mudo y otra de la Editorial Gaudete. 

A continuación publicamos para nuestros lectores un pequeño pasaje de este libro, referido a las razones para oír diariamente y por la mañana la Misa de siempre, esa que tanto gustaba a Leon Bloy, el que esperamos los anime a aventurarse a leer la obra completa, que no tiene desperdicio.

Seguidamente, les ofrecemos un fragmento tomado de un artículo escrito por Dom Philip Jebb (1932-2014), nieto de Belloc y que llegaría a ser monje de la Abadía de Downside y director de su colegio anejo, donde cuenta algunos recuerdos de su abuelo durante la Segunda Guerra Mundial y de la manera en que éste oía Misa. 

George Inness, Basílica de San Pedro (detalle, 1857)
(Imagen: Wikimedia Commons)

***

El camino de Roma

Hilaire Belloc

En el primer pueblo averigüé que ya había concluido la Misa, lo que me enojó considerablemente, porque ¿qué es una peregrinación en que no se oye Misa todas las mañanas? De cuantas cosas yo leyera de San Luis, haciéndome lamentar no haberle conocido y hablado, la que más me complacía era su costumbre de oír Misa diariamente según viajaba hacia el sur.

Pero el porqué ello me parece tan delicioso, es cosa que no acierto a explicar. Hay desde luego una gracia y una influencia inherentes a esa usanza, pero yo no hablo de esto ahora, sino de la grata sensación de orden y cosa cumplida que va aneja al día que uno inicia asistiendo a Misa. Tal sensación de consuelo yo la atribuyo a varias causas. (Verdad que arriba digo que no acierto con una explicación, más ¿qué importa?). Y esas causas son:

1) Que durante media hora al empezar el día está uno silencioso y recogido, olvidando cuidados, intereses y pasiones mientras repite un acto familiar. Esto, sin duda, es muy beneficioso y entonador para el organismo.

2) Que la Misa es un ritual minucioso y rápido. Y la fundación de todo ritual consiste en aliviar el ánimo de sus responsabilidades e iniciativas, concentrando la individualidad en sí misma, haciéndonos vivir sólo para nosotros durante el tiempo que la ceremonia dura. Así se experimenta un singular reposo tras el cual estoy seguro de que uno está más apto para la acción y el juicio

3) Que lo que nos rodea en la Misa nos inclina a pensamientos buenos y razonables, extinguiendo por el momento la comezón e inquietud de esa malhadada actividad que se agita en nosotros mismos y a la par recibimos del prójimo, y a la que cabe tener por verdadera fuente de todas las miserias humanas. De manera que el tiempo pasado en Misa es, en cierto modo, como descansar en el seno de una profunda y bien construida biblioteca, donde el ánimo se siente seguro contra toda turbación del mundo exterior.

4) Y la causa más importante del sentimiento que analizo es que uno hace lo que miles y miles de gentes han hecho durante miles de años. ¡Qué buena filosofía es esta, y cuánto más valdría que las personas ricas, en vez de gastar su influencia y dinero en ligas para promover tal o cual cosa, invirtiesen una y otro en convertir a la clase media, haciéndola seguir la vida ordinaria y tradicional de la raza! En verdad aseguro que, si yo tuviese autoridad, por ejemplo, durante unos treinta años, me ocuparía en atender a que las gentes pudieran seguir en todas las cosas sus instintos innatos, cazando, bebiendo, cantando, bailando, navegando y cavando; y quienes no lo hiciesen de grado serían compelidos a ello por fuerza.

 Adolph von Menzel, Primera Misa matutina en una iglesia de Salzburgo (1855)
(Imagen: Pinterest)

En la Misa de la mañana uno hace todo lo que la raza necesita hacer y ha hecho durante eras completas, en lo que a religión concierne. En la Misa tenemos la zona separada y sacra, el altar, el sacerdote revestido, el ritual canónico, la antigua y jerárquica lengua, y todo, en fin, cuanto la naturaleza humana pide a gritos en materia de adoración.

Estas consideraciones subrayarán lo muy decepcionado que me encontré al perder la Misa en la primera mañana de mi peregrinación.

***

Sobre la forma en que Hilaire Belloc oía Misa

 Dom Philip Jebb 

Y hay de cualquiera (generalmente algún soldado franco-canadiense despistado del campamento del bosque en torno al castillo de Kneep) que encontrase sentado en el banco de Elodie Belloc [su mujer] en la iglesia de [Nuestra Señora de la Consolación de] West Grinstead: sería expulsado con un golpe en las piernas de ese mismo bastón de endrino omnipresente. Después vendrían los crujidos, mientras se colocaba en su lugar para seguir la Misa con un inmenso misal romano (que debió utilizarse en algún momento sobre un altar), murmurando en voz muy baja las respuestas en esos días tridentinos cuando sólo los modernistas holandeses habrían soñado en una Misa dialogada. 

Interior de la Iglesia de Nuestra Señora de la Consolación, West Grinstead, Sussex, Inglaterra

Nota de la Redacción: El primer texto transcrito está tomado de Belloc, H., El camino de  Roma, trad. española, Madrid, El Buey Mudo, 2011, pp. 49-50. El segundo texto proviene de Jebb, P. "Hilaire Belloc as a Grandfather", Downside Review, vol. 88, núm. 293, 1970, y ha sido tomado de la versión que se ofrece en Pearce, J., El viejo trueno. Biografía de Hilaire Belloc, trad. de Bruno Moreno Ramos, Madrid, Palabra, 2016, p. 355.

***

Actualización [30 de noviembre de 2018]: Esta entrada ha sido actualizada para incorporar el segundo texto que se ofrece sobre Belloc  y relativo a la manera en que oía Misa en la iglesia cercana a su querida King's Land.