jueves, 1 de enero de 2015

Día de la Octava de Navidad*

El 1° de enero se presenta en la historia litúrgica como una extraña compenetración de varias recurrencias: la octava natalicia, la Circuncisión del Señor, el Natale Sanctae Mariae y el oficio ad prohibendum ab idolis. Todos ellas han contribuido al formulario de la actual fiesta, que coincide con el primer día del año calendario, y tiene por estación la basílica de Santa María en Trastevere. 

Oficio «Ad prohibendum ab idolis»

La memoria litúrgica más antigua es, sin duda, el oficio «ad prohibendum ab idolis». El primer día de enero, al estar dedicado a los saturnales romanos en honor a Jano bifronte (el mes Ianuarius estaba dedicado a él, pues era el dios que abría las puertas y, consiguientemente, también el año) era ocasión para los cristianos menos fervientes de retomar las prácticas siempre vivas del paganismo, entregándose a un desenfreno que degeneraba en fiestas orgiásticas e idólatras. Tertuliano, los Padres griegos y latinos, los Concilios y también San Agustín, atestiguan esta obstinada pervivencia entre los fieles de las supersticiones paganas en las Calendas de enero. Por lo anterior, todos ellos invitaban al ayuno expiatorio y a la oración en la Iglesia, lo cual encontró rápidamente eco en los usos litúrgicos.

En muchos lugares se establecieron letanías de penitencia para extirpar los usos gentiles. El IV Concilio de Toledo (633) prescribe un ayuno tan riguroso como el cuaresmal y prohíbe cantar el Aleluya en la misa. La misa ad prohibendum ab idolis, que se encuentra en los sacramentarios leoniano y gelasiano y en los libros galicanos e hispano-mozárabes, muestra un carácter penitencial muy fuerte y de enérgica protesta contra las desaforadas licencias de estos días. La misa debía celebrarse después de nona (15.00 horas, conocida como la hora de la misericordia), concluyendo el semi-ayuno. Esta fiesta expiatoria decayó hacia los siglos VI-VII.

El sacramentario gregoriano ya no contiene ninguna referencia a ella, pero la oración secreta de la misa de la Octava de Navidad (Muneribus nostris) y la postcomunión (Haec nos communio Domine purget a crímine) provienen de la antigua misa penitencial.

Santa María Madre de Dios

A las oraciones y a esta misa contra la idolatría, la Iglesia de Roma juzgó oportuno añadir, como táctica más eficaz de lucha, una fiesta especial conmemorativa de la Virginidad de María, Madre de Dios. Ambos dogmas marianos habían sido declarados por los concilios de los primeros siglos, en respuesta a las herejías que comenzaban a surgir en torno a María: primero su virginidad perpetua en el I Concilio de Constantinopla (381), reafirmada luego en el II Concilio de Letrás (1139), y más tarde su maternidad divina en el Concilio de Éfeso (431). 

Los libros litúrgicos nos presentan esta conmemoración bajo el título Natale Sanctae Mariae con el formulario de la misa «Vultum tuum», pero con la hermosa oración mariana: Deus qui salutis aeternae, mas sin ninguna referencia a la Navidad conmemorada una semana antes. No sabemos si esta fiesta (al parecer la primera fiesta mariana que fue inscrita en el ciclo litúrgico de la Iglesia Romana) fue introducida para honrar la divina Maternidad e inviolada Virginidad de María, o por algún motivo histórico o local. Puede ser que ambas razones confluyeran. Alguien ha hablado de influencias bizantinas, y con bastante fundamento, ya que en la Galia y en Oriente el culto litúrgico mariano había experimentado un desarrollo considerable. Otros han propuesto el recuerdo de la dedicación de Santa María Antigua (cuyos vestigios se pueden ver en la fotografía que acompaña este párrafo), una iglesia erigida en el siglo IV, sobre el mismo lugar donde se alzaba el templo de la «Vesta Mater”, en el cual, según la leyenda pagana, cada año un dragón devoraba una de las vestales. La iglesia sita en el Foro romano habría sido dedicada a la Madre de Dios, para celebrar su gloria como vencedora de los ídolos. En el siglo V, esta basílica estaba servida por monjes orientales, y ésta puede ser la razón por la que muchas de las antífonas de laudes y vísperas en la liturgia de la octava tengan sabor bizantino y probablemente fuesen introducidas por ellos.

La impronta mariana de la octava fue prevalente en la liturgia medieval, antes de que fuese elaborado el formulario posterior. Ya Bernoldo de Constanza (+1100) escribía que «en la octava del Señor, por la romana autoridad, no se celebra la misa 'Puer natus est' sino el oficio 'Vultum tuum' tal como se encuentra en el Gradual, con la oración gregoriana 'Deus qui salutis aeternae' y no la natalicia 'Deus qui nativitatem dicimus', quedando claro de manera evidente que el Oficio es de Santa María».

De ahí que en este día se celebrase la Santa Misa en honor de la Madre de Dios en la basílica de Santa María la Mayor, sede romana del patriarcado de Antioquía. Un rastro de este culto todavía se observa en las oraciones secreta y de poscomunión del formulario previsto para la forma extraordinaria, sacadas ambas de la misa votiva de la Santísima Virgen. 

La reforma litúrgica de 1969 trató de recuperar esta antigua tradición romana instituyendo para el 1° de enero la solemnidad de Santa María Madre de Dios, eliminando así la del 11 de octubre, que se celebraba en recuerdo de la definición dogmática de Éfeso (431) proclamada ese día. En todo caso, hay igualmente una conexión cristólogica de esta fiesta con la circuncisión del Señor celebrada en el calendario litúrgico anterior, porque si tenemos con nosotros a Jesús, después de Dios, es por María. 

Octava de Navidad y Circuncisión del Señor

En orden cronológico, el tercer elemento  que se inserta en este día es lógicamente la Octava de Navidad. En el sacramentario gelasiano aparece con oraciones y prefacio de carácter fuertemente natalicio, pero sin ninguna alusión a la circuncisión del Señor, fuera de lo estrictamente contenido en el Evangelio (Lc 2, 21: «A los ocho días circuncidaron al Niño…»). Propiamente, entonces, la Iglesia nos recuerda que hace ocho días nació el Salvador, concluyendo así la octava instituida para prolongar ese acontecimiento (el número ocho era para los griegos un símbolo de perfección divina).  

En otras liturgias el dato evangélico de la Circuncisión pronto sugirió una conmemoración particular. Primero en España, de allí pasó a la actual Francia, donde todos los libros galicanos presentan una misa que hace referencia a esa conmemoración.

Por su parte, los libros romanos ignoraron una fiesta de ese género hasta el siglo XI, cuando resultó finalmente introducida. Ya en la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino (1225-1274) podemos apreciar una elaborada justificación de la Circuncisión de Nuestro Señor (IIIa, q.37, a. 1), pese a que de ninguna manera Éste estaba sujeto a la ley de la circuncisión, por ser Autor de la Ley y la misma santidad. 

El Doctor Angélico da los siguientes motivos para justificar la observancia de este rito: 

(i) para demostrar la verdad de la carne humana de Jesucristo, contra Maní, que sostuvo que aquél tuvo un cuerpo fantástico; contra Apolinar, que defendió que el cuerpo de Cristo era consustancial con la divinidad; y contra Valentín, que afirmó que Cristo trajo su cuerpo del Cielo; 

(ii) para dar por buena la circuncisión, instituida antiguamente por Dios; 

(iii) para demostrar que Jesús era de la raza de Abrahán, la cual había recibido el precepto de la circuncisión en señal de la fe que había tenido en Él; 

(iv) para quitar a los judíos el pretexto de no aceptarle si hubiera sido un incircunciso;

(v) para recomendarnos con su ejemplo la virtud de la obediencia. Por eso fue circuncidado al octavo día, como estaba mandado en la ley (cf. Lev 12,3); 

(vi) para que el que había venido en semejanza de carne de pecado, no desdeñase el remedio con que se había acostumbrado a purificar la carne de pecado y 

(vii) para que, cargando sobre sí el peso de la ley, librase a los demás de la carga de la misma, conforme a las palabras de Gal 4,4-5: «Dios envió a su Hijo, nacido bajo la ley, para que rescatara a los que estaban bajo la ley».

Hasta la reforma efectuada por San Juan XXIII en el Calendario romano general (1960), que suprimió tal denominación, el título de la fiesta era In Circumsione Domini et Octava Nativitatis. En ella se conmemoraba el rito purificatorio impuesto por Moisés a todos los israelitas, imagen del bautismo con que Cristo nos devuelve la gracia santificante. Además, la sangre vertida por Cristo en el rito de la circuncisión es la primera que derramó para lavar con ellas nuestras almas, y así nos inculca la Iglesia cómo hemos de cortar de raíz (de forma analógica a la ablación ritual a la que se sometió el Divino Maestro) todo brote vicioso en nuestras vidas. 

Tras dicha reforma, la fiesta pasó a denominarse simplemente «Octava de la Natividad». Aun así, la fórmulas litúrgicas presentan este carácter a la vez mariano y natalicio de la fiesta, que proviene de los diversos factores histórico-litúrgicos que finalmente quedaron sobrepuestos y mezclados en una sola celebración. Cabe notar que, pese al cambio en la denominación de la conmemoración, la edición típica de 1962 del Missale Romanum mantiene el mismo propio y el evangelio tomado de Lc. 2, 21, que narra la circuncisión del Señor ocho días después de su nacimiento (como se puede ver en la fotografía que aparece a continuación).


Nota de la Redacción: Este artículo corresponde a una adaptación realizada por la Redacción de aquel publicado en Germinans Germinabit el 25 de enero de 2013. Ha sido complementado con información y fotografías provenientes de New Liturgical Movement, y también de otras fuentes.  

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Actualización [22 de enero de 2020]: Hemos publicado otra entrada referida a la fiesta litúrgica de la Navidad del Señor, cuya prolongación es la Octava tratada en esta entrada.  

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