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lunes, 9 de diciembre de 2024

Fiesta de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen

El día de ayer, 8 de diciembre, la Iglesia celebró la fiesta de la Inmaculada Concepción, que en Chile es día de precepto. Coincidiendo con esta hermosa fecha, nuestra Asociación reanudó la celebración de la Santa Misa suspendida desde 2020 con ocasión de la pandemia de COVID-19. En adelante, y como fue anunciado, la Santa Misa conforme al Misal Romano de 1962 será celebrada todos los domingos y fiestas de precepto a las 12.00 horas en la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria (Bellavista 37, Recoleta). 

Al mediodía, el órgano prorrumpió con el Te Deum Prelude de M.A. Charpentier, dando inicio a la Santa Misa oficiada por el Rvdo. Jorge Herrera, de la Prelatura Personal del Opus Dei y la Santa Cruz, quien revestido de un hermoso ornamento celeste, en función del privilegio hispánico para esta fiesta mariana, se dirigió al altar.

El servicio del altar estuvo a cargo de la Archicofradía de San Esteban (Capítulo de la Asunción de la Santísima Virgen María), la que colabora estrechamente con nuestra Asociación.

El canto litúrgico estuvo a cargo de la agrupación coral de la Asociación, dirigida por don Alfredo Díaz, acompañada al órgano por el maestro don Julio Garrido.

La iglesia de nuestra Señora de la Victoria estuvo bellamente ornamentada y contó con una concurrida asistencia de fieles, que llegaron desde distintos lugares. Alrededor de 200 personas hicieron sentir su emoción por la reanudación de la Santa Misa, cantando con particular fervor los himnos del gregoriano.

En el sermón, Don Jorge Herrera destacó la labor que la Asociación Magníficat ha venido prestando desde su fundación en el año 1966, en especial gracias al tenaz compromiso del Dr. Julio Retamal Favereau. Se hizo recuerdo también de los capellanes que oficiaron en estos casi 60 años de existencia del capítulo chileno de la Federación Internacional Una Voce. Del mismo modo, se manifestó nuestra gratitud a nuestro Arzobispo (ahora, Cardenal de la Santa Iglesia Romana), S.E.R. Fernando Chomalí, al otorgar el permiso para reanudar la celebración de la Santa Misa organizada por nuestra Asociación, en virtud de las disposiciones vigentes conforme al motu proprio Traditionis Custodes del papa Francisco. Asimismo, enfatizó la necesidad de la devoción a la Santísima Virgen en nuestros tiempos tan convulsionados y ante una sociedad descristianizada.

(Foto: Vatican News)

Hacia el final de la Santa Misa, una vez que el sacerdote hubo rezado el último Evangelio, se entonó el Te Deum, en acción de gracias por la reanudación de la celebración de la Misa organizada por nuestra Asociación, y también, por la creación cardenalicia de nuestro Arzobispo de Santiago, S.E.R. Fernando Chomalí. Posteriormente, se rezó el acto de clausura del Mes de María, que en nuestro país tiene lugar en el mes de noviembre, y que sirve como preludio a la fiesta de la Inmaculada Concepción y como una forma de ir preparando los corazones para la próxima Natividad del Señor.

Damos gracias a Dios por una celebración cantada y concurrida por una multitud de fieles que, con profundo fervor, entonaron el tradicional himno Venid y Vamos Todos, como señal de gratitud a la Santísima Virgen por tantas gracias dispensadas.

A.M.D.G.

Les dejamos algunas imágenes de la Santa Misa: 










Y también el vídeo que registra el canto del Te Deum por la creación como cardenal de S.E.R. Fernando Chomalí, arzobispo de Santiago, y por la reanudación de las Misas de nuestra Asociación. 

domingo, 2 de junio de 2024

La liturgia tradicional con los ojos de Manuel Vicent

Les ofrecemos hoy una columna del escritor y columnista valenciano Manuel Vicent sobre la conversión de Paul Claudel. Si bien sobre este último autor hemos tratado con anterioridad en esta bitácora (véase aquí), el texto resulta de interés por provenir de un autor que se declara de izquierdas y anticlerical, como se comprueba de algunas de las afirmaciones que vierte, y que escribe a propósito del restablecimiento de la liturgia antigua por parte del papa Benedicto XVI a través del motu proprio Summorum Pontificum (2007). 

Más allá de algunas alusiones provocadoras, la columna demuestra el atractivo que la liturgia tradicional despierta en las personas abiertas a la sensibilidad artística y con inquietudes culturales. Son innumerables los ejemplos a través de la historia. Quizá el más elocuente sea la carta dirigida por un grupo de intelectuales al papa Pablo VI pidiendo la conservación de la Misa de siempre, que dio lugar al llamado "indulto inglés" o "indulto Agatha Christie". Entre otras cosas, ahí se dice: "Los firmantes de este pedido [...] quieren llamar la atención de la Santa Sede sobre la apabullante responsabilidad en la que incurriría en la historia del espíritu humano si se negara a permitir la subsistencia de la Misa Tradicional".

***

La cáscara

Manuel Vicent

El poeta Paul Claudel era todavía un ateo militante cuando una Nochebuena en medio de la soledad de París, bajo una intensa nevada, entró en la catedral de Notre-Dame para guarecerse. Se estaba celebrando en ese momento la misa del Gallo. El poeta acababa de ver innumerables poetas ateridos bajo los puentes del Sena, e imbuido en la propia desesperación, de pronto, fue acogido por un tibio perfume de incienso y el sonido del órgano que acompañaba el Adeste fideles cantado por un coro de infantes. En el altar brillaban los los brocados de las vestiduras de los oficiantes confundidas con las ascuas de las lámparas y los dorados del retablo. A través de aquel compacto resplandor también sonaban palabras en latín, que no comprendía. "Algo parecido a esta gloria debe ser el cielo", pensó Paul Claudel, quien trasportado por la belleza de la liturgia, olvidó las miserias de este mundo y se convirtió al catolicismo. Lutero se había llevado la nuez de la fe dejando la cáscara de la religión para la Iglesia romana, pero esta envoltura barroca y resplandeciente, sin nada adentro, acabó por adquirir la máxima profundidad estética que tienen las formas. El Concilio Vaticano II trató de recuperar la pureza de la fe limpiándola de las adherencias del teatro. En el desguace desapareció el latín, la polifonía de Palestrina fue sustituida por guitarras aflamencadas y las casullas bordadas por unos jerséis de grano gordo, tipo peruano. Los curas desde el altar tuvieron que dar la cara y hablar en la lengua nacional. Muchos fieles comenzaron a alarmarse al comprobar que lo entendían todo. "Yo soy el pastor y vosotros sois las ovejas", decía el oficiante, y algunos devotos se miraban sorprendidos. "¿Has oído eso? Nos está llamando borregos." Quedó patente que las epístolas, antífonas y salmos no transportaban sino pensamientos vulgares, mientras, a su vez, el gregoriano exquisito se transformó en canciones desafinadas, llenas de mansedumbre, cantadas por la grey. Un día, en una misa mayor de un pueblo mediterráneo, los fieles entonaban a coro una de estas plegarias al Señor, todos excepto un jornalero adusto que permanecía con la boca cerrada. "¿Por qué no cantas?", le cuchicheo el vecino de banco. El jornalero contestó como en el tute: "No cantó porque me falta el caballo". Benedicto XVI quiere recuperar la cáscara antigua y retornar a la liturgia en latín, cosa que celebran los estetas, pero, si hay que preservar la fe, lo mejor es no entender nada. 

Primera Misa solemne transmitida por televisión desde la catedral de Notre-Dame de París. Se trata de la Misa de Navidad celebrada en la medianoche del 24 de diciembre de 1948 por el cardenal Emmanuel-Célestin Suhard
(Foto: Te Igitur)

Nota de la Redacción: El texto está tomado de Vicent, M., El cuerpo y las olas, Barcelona, Alfaguara, 2007, pp. 219-220.

domingo, 6 de febrero de 2022

El advenimiento del Rey: Por qué la Epístola se lee hacia el este y el Evangelio hacia el norte

Les ofrecemos hoy un artículo del Dr. Peter Kwasniewski sobre el sentido que tiene en la Misa tradicional la lectura del Evangelio hacia el norte. Dicha proclamación tiene un profundo significado espiritual, pues no se trata de repetir simplemente el libro sagrado. 

El artículo original fue publicado en el número 12 de la Revista Gregorius Magnus, correspondiente al invierno de 2021, que edita la Federación Internacional Una Voce. La traducción proviene de una colaboradora que la ha remitido a la Redacción. 

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El advenimiento del Rey: Por qué la Epístola se lee hacia el este y el Evangelio hacia el norte

Peter Kwasniewski

En una Misa Solemne -la forma más antigua y completa del rito romano, con sacerdote, diácono y subdiácono- el subdiácono canta la Epístola en el lado derecho del presbiterio, claramente de pie ad orientem, es decir, hacia la pared oriental ante la cual está montado el altar. En otras palabras, la canta de espaldas a la gente. Esto podría parecernos extraño, si pensamos que la lectura es sólo una lectura en beneficio de la asamblea. A continuación, después de los cantos entre las lecturas, el diácono, el subdiácono y los acólitos forman una pequeña procesión hasta el lugar donde se cantará el Evangelio, y el diácono lo proclama mirando hacia el norte, en el lado izquierdo de la iglesia, de cara a la pared izquierda. También esto podría parecernos extraño, porque es evidente que no se dirige al pueblo en absoluto. En ambos casos, es evidente que "algo pasa". Si el ceremonial exige esto, no es al azar sino por una razón.

En una Misa rezada o en una Missa cantata, donde sólo hay un sacerdote sin sus ministros habituales, el diácono y el subdiácono, encontramos una especie de versión "abreviada" o "modificada" de la misma práctica.

Podemos decir, por razones históricas, litúrgicas y teológicas, que la proclamación de las lecturas en la Misa tiene tres propósitos. En primer lugar, las lecturas son instructivas para los fieles. Las lecturas del Misal tradicional se eligieron, en primer término, por su contenido moral, dogmático y eucarístico universal, y por su relación con santos individuales o clases de santos. Las lecturas presentan grandes ejemplos de virtud y preparan a los fieles para la comunión con el Señor en la adoración y en el banquete celestial.

En segundo lugar, las lecturas son en sí mismas una ofrenda de adoración a Dios Todopoderoso: se proclaman para su gloria y honor, y para obtener su bendición. El clero canta las palabras divinas en presencia de su Autor como parte de la logikē latreia o culto racional/verbal que debemos a nuestro Creador y Redentor. Estas palabras hacen presente la alianza con Dios, son una puesta en práctica de su significado en el contexto sacramental para el que fueron concebidas, una recitación agradecida y humilde bajo la mirada de Dios de las verdades que ha prometido. Esto está muy en consonancia con la forma de orar a Dios que se recoge en la Escritura: "Acuérdate, Señor, de las promesas que has pronunciado"; no es que Él vaya a olvidar, sino que quiere que no olvidemos Sus promesas, y quiere, con amor, que se las hagamos cumplir, por así decirlo. El estilo solemne y formal de la lectura, que se dirige hacia otro lugar distinto de las personas inmediatamente presentes, deja claro que estamos reconociendo que el Dios al que estos textos mencionan está realmente aquí en medio de nosotros, o más bien, venimos ante su presencia con acción de gracias. Las lecturas se convierten así en dones que, habiendo sido puestos en nuestras manos por Dios, le devolvemos y se los ofrecemos a Él, al igual que hacemos con el pan y el vino. O para usar una metáfora diferente, las lecturas son una forma de incienso verbal con el que elevamos nuestras manos a sus mandamientos, como dice el gran canto del Ofertorio: Meditabor in mandatis tuis, quae dilexi valde: et levabo manus meas ad mandata tua quae dilexi ("Meditaré en tus mandatos, que he amado mucho; y alzaré mis manos hacia tus mandatos, que he amado", Sal 118, 47-48). 

Cuando tomamos en serio la visión tradicional de la inspiración divina de la Escritura, podemos ver claramente que el cuidado amoroso, los actos de reverencia tributados a la Palabra de Dios en la primera parte de la Misa –todo, desde rezar para que uno sea digno de decir su contenido, acompañar el libro con velas, hacer la señal de la cruz sobre él, incensarlo, besarlo, y cantar las lecturas con tonos de canto dignos y penetrantes– se parece mucho al culto que se rinde a la cruz en la Misa de los Presantificados del Viernes Santo, o a la veneración que se da a los iconos bizantinos: en cierto modo, entramos en contacto con Dios mismo. Él es la verdad que se hace presente cuando se proclama la lectura: no es un recuerdo pasado sino un poder actual que lleva a la conversión y la iluminación. La Escritura no es por cierto la Presencia Real de la Sagrada Eucaristía, pero es divina de una manera en que ninguna otra palabra humana lo es. Por eso tiene tanto sentido el rico ceremonial en el que el antiguo rito romano envuelve la lectura o el canto de la Palabra de Dios: la liturgia quiere acentuar el hecho de que, en este escenario, la palabra sobre el papel, la palabra que flota en el aire, es superior a nuestras mentes, determinante de nuestras voluntades. En resumen: es Dios, en modo verbal, y entramos en su presencia verbal con signos de veneración. Le glorificamos mediante la proclamación litúrgica de su Revelación.

Pero, ¿no hay algo que va contra la intuición en la idea de que el canto de las lecturas en la Misa es un acto de adoración dirigido a Dios? Después de todo, parece evidente que la razón por la que se leen las Escrituras en la Misa es para educar a la asamblea. Pero no es tan simple como una opción binaria de sí o no. La liturgia romana tradicional ha tendido a lo largo de los siglos, a convertir todo en una oración dirigida a Dios, como si no hubiera lugar en la liturgia para algo que sea exclusivamente "para el pueblo".

Un gran ejemplo de esta tendencia puede verse en cómo se recita o canta el Credo. Todos sabemos que el Credo es una confesión de fe, cuyo contenido consiste básicamente en una lista de dogmas sostenidos por los cristianos. No tiene características evidentes de ser una oración dirigida a Dios; no se dirige a Dios en absoluto. Más bien parece un signo de ortodoxia con el que significamos nuestra fe, expresada en dogmas. Sin embargo, en el usus antiquior el sacerdote recita el Credo ad orientem en el altar mayor, inclinando la cabeza al pronunciar el nombre de Jesús y las palabras adoratur et conglorificatur en honor del Espíritu Santo, haciendo una genuflexión en Et incarnatus est, y haciendo la señal de la cruz en Et vitam venturi saeculi, concluyendo con un "Amén" y un beso al altar. De este modo, la profesión de ortodoxia se ha convertido en una oración a Dios Uno y Trino, una manera de comulgar con Aquél que ha revelado graciosamente sus misterios al hombre, y en respuesta a cuya misericordiosa auto-revelación respondemos con la obediencia de nuestros labios y nuestras mentes a su verdad objetiva.

Toda la liturgia es para Dios, y de hecho su mayor valor educativo consiste justamente en comunicar al pueblo la primacía y la ultimidad de Dios, que Él es el Alfa y la Omega de todos nuestros actos exteriores e interiores, incluido el acto de escuchar las lecturas y comprenderlas. En cierto sentido, las lecturas se ofrecen a Dios para que nosotros nos ofrezcamos a Él en nuestra comprensión de la Palabra y en los afectos que ésta suscita. Por eso no importa tanto si se capta o no inmediatamente el sentido de cada palabra; lo que importa mucho más es ver que esta Palabra es divina, santa, celestial, que estamos pisando tierra santa. La comprensión verbal puede seguir a su debido tiempo, pero nunca captaremos bien la Palabra si antes no la veneramos como divina y adoramos al Dios del que emana y en cuya presencia cobra vida.

Canto del Evangelio por el diácono en una Misa solemne

Martin Mosebach escribe sobre cómo la proclamación litúrgica de las lecturas en general, y del Evangelio en particular, no son meras declaraciones de textos, sino formas de hacer presente a Cristo en la Iglesia. Cito de su libro The Heresy of Formlessness [La herejía de lo informe]:


La lectura del Evangelio es mucho más que un "anuncio": es una de las formas en que Cristo se hace presente. La Iglesia siempre ha entendido que es una bendición, un sacramental, que remite de los pecados, como afirma el "Per evangelica dicta deleantur nostra delicta" ["Por las palabras del Evangelio sean borrados mis pecados"] que evoca el Misereatur que sigue al Confiteor. El carácter sacramental del Evangelio, que perdona efectivamente los pecados, es, por cierto, el argumento decisivo para su lectura en lengua sagrada. Los signos litúrgicos de la procesión ponen de manifiesto este carácter. La liturgia ha tomado del ceremonial de la corte de los emperadores paganos el lenguaje simbólico en presencia del soberano supremo: velas, que precedían al emperador, y el turíbulo. [...] Las lecturas no son simplemente una "proclamación", sino sobre todo la creación de una presencia.1 

Por lo tanto, si el acto de la lectura litúrgica trae a Cristo vivo en medio de la Iglesia –incluso podría llamarse una cuasi-transubstanciación del texto en una presencia– las lecturas mismas deben ser preparadas y pronunciadas con tanto cuidado, amor y devoción como las propias palabras de la consagración. 

El uso del latín demuestra, sin necesidad de ninguna explicación, que la liturgia no pertenece al ámbito cotidiano de las revistas y los periódicos, ni siquiera de las conferencias académicas o los estudios bíblicos protestantes, como el uso de una lengua vernácula moderna sugiere inevitablemente por un proceso de asociación. Tanto por su ropaje latino como por sus melodías gregorianas, se trata la Palabra de Dios como algo santo, imponente, especial, en un plano diferente a cualquier otra palabra.

Ofrecer la oración hacia el este es una de las costumbres más antiguas y universales del cristianismo.2 En el año 375, San Basilio de Cesarea, uno de los más grandes Padres de la Iglesia, habla de la costumbre apostólica de "volverse hacia Oriente en la oración [eucarística]"3. Esta práctica encontró inspiración y confirmación en los pasajes de la Escritura que llaman a Cristo "Oriente" o dicen que asciende a Oriente, o que vendrá de Oriente, como escuchamos en el Evangelio del último domingo después de Pentecostés, donde Jesús dice de sí mismo, en Mt 24, 27: "Porque como el relámpago sale del oriente y brilla hasta el poniente, así será la venida del Hijo del Hombre". El profeta Malaquías llama a Cristo "sol de justicia" (3, 20), como San Juan llama a Dios "Luz" (1 Jn 1, 5). En una homilía sobre por qué el libro del Levítico habla de "rociar al oriente", el gran escritor patrístico Orígenes comenta:


Esto os invita a mirar siempre "hacia el oriente" de donde surge para vosotros "el Sol de la Justicia", de donde nace una luz para vosotros; para que nunca "caminéis en las tinieblas" y que ese último día no os atrape en las tinieblas; que la noche y la niebla de la ignorancia no os sorprendan, sino que siempre os encuentren en la luz del conocimiento [...]4.

Como nos enseña el Evangelio de San Juan, el lugar del verdadero culto es Cristo crucificado y resucitado, que como hombre es el camino a la casa del Padre, y como Dios es el destino. Así que miramos hacia el este no porque nos refiramos a un "lugar sagrado" concreto en la tierra, como Jerusalén o La Meca, sino porque nos dirigimos a quien es el templo en su cuerpo, Cristo Nuestro Señor, y nos dirigimos con Él al Padre que está por encima de todo (cf. Ef 4, 6). El oriente opera como símbolo cósmico y bíblico de Cristo mismo, de su gobierno sobre nosotros, de su regreso en gloria y de su reino celestial que anhelamos con esperanza.

Lectura del Evangelio en la Misa rezada

Así, cuando la Epístola se proclama ad orientem, nos hace volver a Dios y al cielo en espíritu, al Oriente y a la Luz, insinuando que nuestra vida de cristianos creyentes –nuestras inteligencias, nuestras voluntades– se orienta fuera de nosotros mismos, lejos de la carne, lejos de los modos de pensar y actuar exclusivamente humanos; conformamos nuestra mente a la mente de Cristo, volvemos nuestro rostro a su rostro. La individualidad del lector se ve reducida; no vemos su rostro; está en lugar de los Apóstoles y los profetas, que tienen la precedencia. La palabra apostólica o profética nos guía hacia el reino, que obtenemos adhiriendo fielmente a la enseñanza divina. Como dice el Cardenal Sarah: "La orientación exterior nos lleva a la orientación interior que simboliza"5.

Habiendo dicho todo esto en elogio de la adoración hacia el este (y eso incluye la lectura o el canto de la Epístola), a estas alturas deberíamos estar absolutamente desconcertados y profundamente confundidos en lo que respecta al Evangelio. Pareciera que, dado el simbolismo mencionado, el Evangelio, sobre todo, debe hacerse ad orientem, ¡pero se hace mirando hacia el norte! ¿Cómo puede ser?

Aquí, queridos amigos, es donde la liturgia nos sorprende tomando una nueva dirección. Pero tiene mucho sentido si nos detenemos a pensar en ello. Si el Evangelio es la presencia verbal de Cristo por excelencia y el sacerdote o diácono que lo proclama está, en ese momento, actuando in persona Christi, entonces no tendría sentido que el lector del Evangelio mirara ad orientem, hacia Cristo, el Oriente. Sería como decir que Cristo está hablando consigo mismo. Más bien, en el Evangelio Cristo se dirige al mundo, es decir, a las naciones, a los gentiles, a toda la creación, a la que hay que predicar el Evangelio para que se convierta, sea bendecida, santificada y salvada. Por lo tanto, en el desarrollo histórico del rito romano, el Evangelio terminó por cantarse mirando hacia el norte, porque el norte era el símbolo del mundo pagano no convertido que debía ser evangelizado. Se podría decir que el norte representa el último grado de impiedad del mundo, hundido en la mala noticia del pecado original y la maldad humana cada vez mayor. Es el mundo sin la buena noticia, que espera, que anhela el Evangelio, pero que también se opone a él. Esto explica la formación romana, casi militar, de los ceroferarios, del turiferario, del subdiácono y del diácono: marchan hacia el extremo norte de la iglesia, como si fueran a establecer una fortaleza en la frontera del enemigo. El Evangelio es una luz para exponer y derrotar el mal que se ha apoderado de la creación buena de Dios. “Según una antigua tradición, el norte representa el reino oscuro donde la luz del Evangelio aún no ha brillado. Leemos el Evangelio hacia el norte para representar la misión de la Iglesia hacia los no evangelizados”.6

Los textos del Antiguo Testamento relacionan especialmente el norte con el mal, ya sea con los imperios paganos de los grandes enemigos de Israel, Asiria y Babilonia, o con el propio Israel adúltero que rompe la alianza (que está al norte de Jerusalén). En Jeremías leemos: "Del norte se difundirá el mal sobre todos los habitantes de la tierra, pues he aquí que voy a llamar a todas las tribus de los reinos del norte" (1, 14); "Pues se deja ver un azote que viene del norte, una gran calamidad" (6, 1). Como si estuviera redactando una rúbrica litúrgica, el profeta Jeremías sale al paso y dice: "Anda, pues, y grita estas palabras hacia el norte, y di: Conviértete, apóstata Israel –oráculo del Señor–, no os miraré con rostro airado; porque soy piadoso, –oráculo del Señor–; no guardo rencor para siempre" (3, 12). Este profeta pone una nota de esperanza al decir que Dios traerá de "la tierra del norte [...] al ciego y al cojo, a la mujer que está encinta como a aquélla que da a luz", y los conducirá "con misericordia [...] a corrientes de agua" (es decir, mediante el bautismo) (Je 31, 8-9). Por su parte, el profeta Isaías pone en boca de Babilonia, potente símbolo del mal, estas palabras: "Me sentaré en el monte de la asamblea, en lo más recóndito del septentrión" (14, 13-14; cf. 41, 25).7 Tan fuerte era la equiparación del "norte" con el "mal" que, después del Concilio de Trento, se permitió la construcción de iglesias, con autorización episcopal, en cualquier dirección excepto hacia el norte.8

Pero hay razones aún más profundas para la aversión bíblica al norte. En The Ancient Cosmological Roots of Facing North for the Gospel, el Dr. Jeremy Holmes, estudioso de las Escrituras, argumenta lo siguiente: Los antiguos no conocían el norte magnético; encontraban el norte mirando al cielo, donde las constelaciones giran alrededor de la estrella polar:

 

En el lapso de unos 26.000 años, una línea trazada a través del eje de la Tierra describe un círculo completo en el cielo y, a lo largo del camino, varias estrellas se convierten en la "estrella polar" o del norte, es decir, en la estrella alineada con el eje de la Tierra. Hoy en día, la estrella que indica el norte es Polaris, pero hace 4.000 años la estrella del norte era Thuban, situada en una constelación completamente diferente. Los egipcios construían sus templos de modo tal que Thuban fuera visible a través de una puerta en un lado concreto. Si uno sale por la noche y encuentra a Thuban en el cielo, estará viendo la estrella polar tal y como la habrá conocido Abraham cuando Dios lo llamó en el año 2000 a.C. aproximadamente.

Holmes señala que todas las constelaciones conocidas del cielo nocturno, que los griegos no inventaron sino que recibieron, están dispuestas alrededor de Thuban, por lo que las civilizaciones que por primera vez las nombraron debieron ser la sumeria y la babilónica. Pero ¿qué es Thuban? Es una palabra árabe que designa la constelación de la que forma parte: Dragón.

 

Para los antiguos babilonios (nuestros testigos más cercanos de la tradición sumeria original), la constelación de Dragón era Tiamat, el mar. Según la historia, Tiamat era la madre de todos los dioses, pero luego se volvió contra ellos en forma de serpiente e intentó comérselos a todos [...] Para los antiguos griegos, Dragón tenía un papel paralelo. Al igual que Tiamat se volvió contra Marduk y compañía, los griegos hablaban de la ocasión en que los Titanes intentaron derrocar a los dioses del Olimpo. En un momento de la batalla, un dragón atacó a Atenea, pero ella lo mató y lo lanzó al cielo, donde se enrolló alrededor del eje de la tierra para formar la constelación que vemos hoy. 

Si nos volvemos nuestra mente al capítulo 12 del libro del Apocalipsis, recordaremos a la mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. El gran dragón intentó devorar a su hijo; esta antigua serpiente es Satanás. Por lo tanto, el texto de Isaías conecta con precisión a Satanás con las estrellas del norte. El Dr. Holmes dice: "Dado el rastro de evidencias expuesto que asocia a Satanás con el norte y con las estrellas y con el dragón de la mitología antigua, no creo que sea un salto demasiado grande ver a Satanás representado por la constelación de Dragón". 

(Imagen: St Timothy's)

Resumiendo lo anterior, tiene todo el sentido del mundo que nos pongamos de cara al sol naciente durante el culto. Tiene todo el sentido del mundo que no miremos hacia el norte, hacia el Dragón, durante el culto. Y aunque pueda resultar sorprendente en un primer momento, tiene perfecto sentido para la infinita misericordia de Dios que proclamemos el Evangelio hacia el norte, para todos los que están bajo el dominio de Satanás.

Ya hemos hablado de las razones geográficas o climáticas, bíblicas e histórico-cosmológicas para que el Evangelio se anuncie hacia el norte. Podemos añadir un poco de realismo literario para completar el cuadro. Después de que el centro del cristianismo se desplazara de Jerusalén a Roma (como ya presagian los Hechos de los Apóstoles), las asociaciones bíblicas se vieron ampliadas respecto del mapa del mundo tal y como lo veían los antiguos romanos. Desde finales del siglo I hasta principios del siglo V, e incluso después, los romanos construyeron y mantuvieron miles de kilómetros de limites o defensas fortificadas a lo largo de la frontera del imperio. Entre los más famosos estaba el limes Germanicus, que se extendía desde la desembocadura del Rin en el Mar del Norte hasta Ratisbona en el Danubio. Al norte de este límite había vastas regiones de "bárbaros", gente considerada sin cultura ni religión ordenada, sino tribus germánicas salvajes con deidades y creencias extrañas. Eran los enemigos de la Roma imperial, pero también los gentiles que los sucesores de los apóstoles fueron enviados a evangelizar; y, de hecho, fueron los pueblos bárbaros, bautizados y civilizados, los que se convirtieron en la savia de la cristiandad medieval.  Al igual que el Canon Romano, escrito en el caluroso Mediterráneo, concibe el cielo como un lugar de frescor (locum refrigerii), también las rúbricas de la Misa reflejan un hábito de pensamiento sobre el norte que lo relaciona con peligrosos bárbaros aún por convertir a Jesucristo. Estos son sólo algunos de los muchos ejemplos de cómo las palabras y las rúbricas de la Misa reflejan la confluencia de las antiguas civilizaciones hebrea, griega y romana. Al igual que nuestra teología tiene una triple raíz –Jerusalén, Atenas y Roma–, nuestra liturgia también la tiene, aunque quizás en ese caso sería mejor decir Jerusalén, Constantinopla y Roma.

En este punto podría plantearse una objeción bastante obvia. Antes he argumentado que la razón por la que la Epístola se lee hacia el este es que no es simplemente didáctica, que nos es ofrecida, sino también latréutica, es decir, un acto de culto ofrecido a Dios, y que es importante señalar el aspecto vertical o trascendente sobre el horizontal o inmanente. Sin embargo, acabo de explicar que leemos el Evangelio mirando hacia el norte para simbolizar la predicación de la buena nueva a los incrédulos, lo que parecería una perspectiva demasiado orientada a este mundo y al pueblo, no un modo de glorificar a Dios mediante la recitación de sus propias obras y maravillas. Dicho así, parece un dilema; pero creo que es un falso dilema.

La postura hacia el norte es un símbolo de la proclamación de la verdad a los paganos –dado que hoy, en principio, no hay paganos congregados en el lado norte de la iglesia. Lo que esta postura pretende mostrar es el poder de la Palabra para convertir los corazones humanos de la incredulidad a la fe. Es una forma de glorificar a Dios por el poder de su palabra, y de esta manera, se ajusta a la función latréutica de la lectura. El énfasis, en otras palabras, no está en la instrucción per se, sino en la confrontación, convicción, conversión y cristianización. Evidentemente, la Palabra tiene que ser recibida para que su poder se sienta y se manifieste; pero el poder está en la Palabra y glorifica al Padre, de quien procede, y al Espíritu, por el que mueve los corazones. El énfasis está en el calor que derrite el hielo, la luz que destierra la oscuridad, la verdad que triunfa sobre la ignorancia, el error y el engaño. De este modo, la proclamación hacia el norte del Evangelio es tan teocéntrica como la proclamación hacia el este de la Epístola.

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1. Mosenbach, M., The Heresy of Formlessness, pp. 28, 98, 185-186.

2. Este párrafo y el que sigue después de la cita son una adaptación de mi libro Reclaiming OurRoman Catholic Birthright (véase pp. 33-34).

3. Basilio de Cesarea, The Holy Spirit, 27:66, en Schaff, P. (ed.), A Select Library of the Nicene and Post-Nicene Fathers, Series II, vol. 8: Saint Basil: Letters and Selected Works (New York: The Christian Literature Company, 1888; varias reimpresiones), p. 41.

4. Orígenes, Homilies on Leviticus 1–16 (trad. de Gary Wayne Barkley, Washington, DC, The Catholic University of America Press, 1990), 9.10.2, p. 199, énfasis añadido. También se encuentra, irónicamente, en el Oficio de Lecturas postconciliar del lunes de la cuarta semana de Cuaresma.

5. “Cardinal Robert Sarah on ‘The Strength of Silence’and the Dictatorship of Noise”The Catholic World Report3 de octubre de 2016.

6. Como dice el Dr. Jeremy Holmes, estudioso de las Escrituras, en el artículo mencionado más abajo. [Nota de la Redacción: La referencia al trabajo de Jeremy Holmes y la cita respectiva no figura en el artículo original]. 

7. Is 14, 13-14, considerado por todos los Padres de la Iglesia como una descripción del orgulloso intento de Lucifer de apoderarse de la gloria mediante su propio poder: "Tú que dijiste en tu corazón: al cielo subiré, sobre las estrellas de Dios levantaré mi trono; me sentaré en el monte de la Asamblea, en lo más recóndito del Septentrión; subiré a las alturas de las nubes; seré como el Altísimo" (Is 14, 13-14). A lo que, por supuesto, la respuesta de San Miguel fue: "¿Quién como Dios?"

8. Fiedrowicz, M., The Traditional Mass. History, Form, and Theology of the Classical Roman Rite, p. 147.

jueves, 3 de febrero de 2022

A propósito del fin de Pro Liturgia y sus esfuerzos por hacer realidad la "hermenéutica de la continuidad"

En los últimos días,  el mundo católico francés quedó sorprendido por la decisión de Denis Crouan, fundador de Pro Liturgia, de poner fin a dicho blog dedicado a la implementación digna de la Misa reformada. El trabajo de esta asociación había comenzando en 1988, año que Jean Madiran ha calificado como "climatérico" porque coincidió con la excomunión de monseñor Marcel Lefebvre y la promulgación del motu proprio Eclessia Dei Afflicta que dio origen a la regularización y creación de los institutos tradicionales. La idea era ofrecer a los lectores recursos para poder celebrar la Misa reformada, como liturgia común de la Iglesia, conforme a la tradición bimilenario que tiene el culto católico romano. En otras palabras, Denis Crouan y su iniciativa han sido defensores de la llamada “reforma de la reforma”, es decir, de la idea de que se podía salvar la liturgia católica de la ruina que le sobrevino después del Concilio Vaticano II, mediante el expediente de atenerse con fidelidad a las normas conciliares sobre la materia, que no fueron respetadas por quienes realizaron las “reformas”, y de incorporar en ella elementos de la liturgia auténtica de la Iglesia, en concordancia con la “hermenéutica de la continuidad”, propiciada por el papa Benedicto XVI.

En su carta núm. 846, de 2 de febrero de 2022, Paix Liturgique comenta la decisión de Denis Crouan de poner fin a esta encomiable tarea, que él mismo llama “aventura”. Crouan lo ha hecho mediante un “último mensaje” en el blog de Pro Liturgia. Les ofrecemos a continuación las traducciones de ambos textos, que ha sida preparadas por la Redacción y muestran que el camino consiste en volver la Misa tradicional porque sólo ahí se encuentra aquella liturgia que es "centro y culmen de la vida cristiana", como dijeron los padres conciliares.  

Imagen publicada en la página de inicio del sitio web de Pro Liturgia 
(Imagen: Pro Liturgia)

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Ultimo mensaje de Pro Liturgia (25 de enero de 2022)

Denis Crouan

Pedir al clero actual que se respete la liturgia es una pérdida de tiempo: con una obstinación a menudo fortalecida por una profunda incultura, quienes ocupan los lugares desde los que se supone que enseñan, encabezan y conducen a los fieles -y esto en todos los niveles de la Iglesia, desde el Papa hasta el simple cura de parroquia- parecen querer sabotear sistemáticamente el culto divino de un modo que resulta perfectamente incomprensible.

Es necesario alejarse de este clero que desde hace años se dedica a elucubrar celebraciones litúrgicas con inexplicable perseverancia, y que no parece ya sino un conjunto de ingenuos, de “continuistas” que ponen su necesidad de convivialidad y de sentimentalismo por encima de cualquier preocupación por la verdad de la fe y del sentido litúrgico, hasta el punto de olvidarse de ellas, de negarlas y de privar de las mismas a quienes las necesitan.

Es necesario alejarse de un clero y seguidores confortados y acompañados por obispos extraviados en las lecturas sesgadas que hacen de los textos magisteriales, como lo demuestra su forma de leer y aplicar tanto el Concilio Vaticano II como el motu proprio Traditionis Custodes del papa Francisco. Que quienes quieran seguir poniendo por obra extravagancias y niñerías y seguir cantando disparates en sus Misas tan kitsch como aburridas, lo hagan con toda libertad: no transmitirán nada a las generaciones futuras.

Que quienes quieran adherir a la rigidez de las casullas o al encaje de las albas, marca de fábrica de las celebraciones falsamente “tradicionales”, puedan hacerlo, si es que ello los hace felices: en estos tiempos, hay que considerar aceptable cualquier forma de celebrar la liturgia.

Que los obispos que quieran hacerse heraldos de una pastoral sin fundamento, que no ha producido nunca nada, lo puedan hacer, si es que eso les proporciona la sensación de estar a la altura de su misión: las extravagancias de que son capaces, y que ya ni siquiera causan asombro, están lejos de agotarse.

Que el papa Bergoglio prefiera interesarse más en Lutero o en la Pachamama que en la doctrina y la moral de la Iglesia, es asunto suyo. Cada cual podrá considerarlo lamentable y más que riesgoso.

Sea ello como fuere, todo eso, toda esa forma como se presenta la Iglesia y su liturgia ya no tiene ningún interés para el fiel corriente, que desea escapar de las traiciones de un clero que se conforma con gestionar parroquias vacías, donde no vibran mas que algunos “laicos comprometidos” que pretenden “animar” liturgias  que son, a lo más, sopas tibias que, en el mejor de los casos, se traga por espíritu de mortificación, y en el peor de los casos, son veneno para la paz interior y el equilibrio psicológico.

Por cierto, quedan remansos de paz, los monasterios que han resistido el viento del modernismo y que han recibido y aplicado el Concilio Vaticano II con fe e inteligencia. Pero un monasterio, si en ocasiones puede ser un lugar para volver a las fuentes, no es el santuario parroquial que un fiel laico tiene que frecuentar normalmente, con la seguridad de vivir y alimentar en él su fe, en el silencio y la contemplación.

Para apartarse de esta situación eclesial que se ha hecho delirante y tóxica, hasta el punto de dañar la paz interior y la fe católica, hemos decidido poner término a la “aventura” de Pro Liturgia. Lo exige la situación actual, sin esperanza, sostenida por un clero en parte errático y por laicos que han aceptado que se los desoriente hasta el punto de no cuestionarse ya lo que se les hace hacer en las Misas.

La orden del día de nuestros obispos es que no hay que confiar Misas ni a los “tradicionalistas” ni a los fieles que respetan las decisiones del Concilio Vaticano II en materias litúrgicas, sino solamente a quienes maltratan el culto divino. Por tanto, tratar de argumentar con estos pastores mitrados, cuya lógica es impenetrable, es perder el tiempo (e incluso la fe).

Denis Crouan
(Foto: DNA)

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Denis Crouan, defensor de una liturgia nueva “dignamente celebrada” tira la esponja 

El 25 de enero de 2022, Denis Crouan, que ha publicado numerosas obras, que ha luchado y ha escrito artículos y notas en su blog, anunció, con un mensaje muy fuerte, muy duro, muy desilusionado, que ponía fin a la “aventura de Pro Liturgia”. Rindamos homenaje a este luchador de lo imposible, que ha defendido toda su vida la idea que se hizo de lo que debiera haber sido la liturgia de Pablo VI.

Los liturgistas del Vaticano II

Si se acepta, con Denis Crouan, que la nueva liturgia va un poco más allá de lo que exigía estrictamente el Concilio Vaticano II en la Constitución Sacrosanctum Concilium (el abandono de la celebración al oriente, por ejemplo, no está en absoluto pedido por los padres conciliares, pero se ha convertido, sin embargo, en la norma en la mayor parte de las parroquias después del Concilio), no se puede negar que Sacrosanctum Concilium inauguró una gran cantera de reformas litúrgicas; que quienes trabajaron y redactaron Sacrosanctum Concilium son los mismos que redactaron el nuevo Misal y los demás libros; que el Papa los promulgó legítimamente, y que esta liturgia inventada se caracteriza, en lo más profundo y en nombre de la prioridad pastoral, por un determinado número de rasgos que se expresan en la celebración de cara al pueblo, en el abandono del latín y del gregoriano, en la simplificación de los ritos, en la sistematización de opciones y en la obligación de elegir, en el debilitamiento del aspecto sacrificial de la Misa, en la disminución del papel del sacerdote, en la intrusión de lo profano en el espacio sagrado…

El falso ejemplo de Solesmes

Y cuando Denis Crouan habla de los “monasterios que han resistido el viento del modernismo y que han recibido y aplicado el Concilio Vaticano II con fe e inteligencia”, quisiéramos, respetuosamente, hacerle ver que, en realidad, esos monasterios no usan el Misal nuevo, sino que eligen aplicar algunas opciones del nuevo Misal entre las muchas posibilidades oficiales ofrecidas por la liturgia reformada; y han elegido, hacia la década de 1970, aquello que se acercaba más a la liturgia tradicional para mantener, todo lo posible, la dimensión cultual y sacrificial de la liturgia, evitando ensuciarse las manos con las difíciles batallas que caracterizan a la historia de la Iglesia desde hace 50 años. Pero estas elecciones, aunque evitan las dificultades de conciencia, no permiten frenar la decadencia pastoral inédita que vive la Iglesia, al menos en Occidente. Ellas -lo que es lo más dañino- son un obstáculo para los tesoros teológicos y místicos que hacen de la liturgia tradicional lo que ella es. Todavía más: ellas, como lo advierte Denis Crouan, ¿no son acaso viables solamente en las comunidades monásticas gracias a la unidad que se vive alrededor del padre abad, lo que no es posible en absoluto en la vida de las parroquias, como lo prueba el mosaico ritual de las diócesis e iglesias de Francia?

Los defensores de la liturgia tradicional no se rendirán jamás

En su mensaje, Denis Crouan escribe: “Para apartarse de esta situación eclesial que se ha hecho delirante y tóxica, hasta el punto de dañar la paz interior y la fe católica, hemos decidido poner término a la “aventura” de Pro Liturgia. Lo exige la situación actual, sin esperanza, sostenida por un clero en parte errático y por laicos que han aceptado que se los desoriente hasta el punto de no cuestionarse ya lo que se les manda hacer en las Misas. La orden del día de nuestros obispos es que no hay que confiar Misas ni a los “tradicionalistas” ni a los fieles que respetan las decisiones del Vaticano II en materias litúrgicas, sino solamente a quienes maltratan el culto divino. Por tanto, tratar de argumentar con estos pastores mitrados, cuya lógica es impenetrable, es perder el tiempo (e incluso la fe)”.

Aunque comprendemos bien su desaliento y aunque con aflicción constatamos con él el relativismo horizontal que reina en todas partes en materia litúrgica y, por ende, en materia de fe y, por tanto, de moral y, por consiguiente, la decadencia de la civilización cristiana, no podemos seguir a Denis Crouan en su capitulación y en su renuncia a discutir con nuestros obispos y con todo el clero de nuestras iglesias y con nuestros hermanos cristianos. No obstante, no les pedimos que se respete y practique la liturgia reformada de la Iglesia porque, desgraciadamente -y ahí está todo el problema-, se la respeta en la mayor parte de los casos. Es respetada cuando se reemplaza el Introito por un canto de entrada, cuando los niños depositan al pie del altar sus manualidades de papel crepé, cuando las mujeres leen las lecturas, cuando se usa la plegaria eucarística para las Misas con niños número 1, cuando la paz de Cristo se transforma en abrazamientos fraternales, cuando se distribuye descuidadamente la comunión, cuando…

Nosotros, que hemos sido “invisibilizados”, investigados, ridiculizados, amenazados, exiliados, lo que pedimos incansable, firme y filialmente, es que se respete y restaure la liturgia sin más. Que el culto que se rinde a Dios recupere su verticalidad, que la alabanza y el sacrificio recuperen el sentido expresado admirablemente por los libros litúrgicos anteriores a la reforma. En el fondo, más que los derechos de los laicos, lo que exigimos es que sean respetados los derechos del Señor, que no murió en la cruz para que la renovación incruenta de su Sacrificio sea tratada como se lo está haciendo, en nombre de una prioridad pastoral ya fracasada.

¡No, querido Denis Crouan! La situación actual no carece de porvenir. Nosotros afirmamos, y lo haremos siempre, precisamente que el porvenir de la Iglesia es la liturgia tradicional.

Misa reformada celebrada siguiendo la "hermenéutica de la continuidad" durante el Sacred Music Colloquium de 2013

domingo, 23 de enero de 2022

La Iglesia del “ucase” papal

Les ofrecemos hoy un artículo escrito por John Monaco sobre un fenómeno que se viene discutiendo bastante en los sitios católicos ligados al mundo tradicional. Se trata del correcto sentido que tiene el primado del Romano Pontífice y la potestad suprema, plena, inmediata y universal que posee sobre la Iglesia, que puede siempre ejercer libremente. Dicha potestad, considerando su ministerio, está concedida al Papa en cuanto Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la tierra, lo que significa que tiene como límites la Revelación y el bien común sobrenatural. Sin embargo, esta verdad acaba eclipsada por la comprensión que se ha impuesto desde el Concilio Vaticano I, que ha exacerbado las tendencias ultramontanas que siempre han estado presentes en la Iglesia. 

John Monaco es estudiante de doctorado en teología en la Universidad Duquesne (Pittsburgh, EE.UU.) e investigador visitante del Veritas Center for Ethics in Public Life de la Universidad Franciscana de Steubenville.

El artículo fue publicado originalmente en Crisis Magazine el pasado 20 enero y ha sido traducido por la Redacción. 

Quien desee profundizar en este tema, puede leer este artículo de "Un padre de familia" y esta reseña sobre un libro de Roberto De Mattei, ambas publicadas en esta bitácora. También recomendamos esta entrada publicada por Caminante Wanderer

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La Iglesia del “ucase” papal*

John Monaco 

En la locura mediática que rodeó la visita del papa Francisco a los Estados Unidos en 2015, un detalle menor se transformó en un tema mayor de comentarios: el minúsculo automóvil del Papa. El Santo Padre fue alabado por su humildad al elegir ser transportado en un Fiat 500L gris oscuro, y hubo hasta alguien que sugirió que esta elección de automóvil era un mensaje medioambientalista.

Sin embargo, en los últimos años, las opiniones del Papa sobre los modelos de automóviles no tiene nada que ver con la preocupación que ha surgido de que la Iglesia católica está siendo reducida a un mero “fiat” papal. Lo que se teme es que, hoy, la Iglesia de Cristo sea la expresión de la voluntad del Santo Padre, moldeada como arcilla por el Papa ceramista, y basada sólo en la persona del Papa. Y luego de las últimas restricciones del rito romano tradicional, el temor no carece de fundamento, ni tampoco de antecedentes.

(Foto: artículo original)

Hay muchos que saben que el Primer Concilio Vaticano (1869-1870) fue el Concilio en que la Iglesia definió la infalibilidad papal, como se dice en la Constitución Pastor Aeternus. Los católicos que han recibido una catequesis básica saben que, según el Concilio Vaticano I, el Papa posee el carisma de la infalibilidad cuando, hablando ex cathedra (“desde la cátedra”), define una doctrina de fe o de moral que debe ser definitivamente creída por toda la Iglesia. El Concilio afirmó, también, que el Papa posee jurisdicción “plena, inmediata y universal” sobre la Iglesia, confirmando que la Iglesia no es una democracia y que los obispos -individual o colectivamente- no tienen poder sobre el Papa.

El Concilio fue un ejercitarse los músculos papales frente a un mundo cada vez más secularizado, y muchas de las afirmaciones del Vaticano I constituyeron una reacción contra los movimientos que desafiaban la autoridad católica y papal.

Hoy, igual que durante el Primer Concilio Vaticano, existe una variedad de opiniones católicas sobre el papado. Existen los hiper-papalistas maximalistas, que creen que el Papa no puede errar jamás, incluso en su magisterio ordinario. La distinción entre la infalibilidad papal y la autoridad papal es materia de confusión hasta el punto de que se dice que cada palabra, entrevista aérea o audiencia de los miércoles, goza de la divina protección del Espíritu Santo.

Estos hiper-papalistas maximalistas son los hijos espirituales de los laicos ultramontanos del siglo XIX, como Louis Veuillot y William G. Ward, de los cuales este último creía que la infalibilidad papal se extiende no sólo a las definiciones doctrinales, concretas, formales, sino a todos los documentos papales, a las instrucciones disciplinares, y a los decretos de las Congregaciones Romanas que lleven la firma del Papa o hayan sido aprobadas por él. Seguramente el cardenal Henry Edward Manning, un converso del anglicanismo, fue uno de los ultramontanos más influyentes en el Concilio. Aunque con más matices que Veuillot o Ward, Manning creía, sin embargo, que se requería una definición en lo concerniente a las “verdades de la ciencia, de la historia, o a hechos dogmáticos [por ejemplo, canonizaciones] y censuras menores”, a las cuales la infalibilidad se aplicaba también.

Hoy existen asimismo, aunque en menor número, los minimalistas papales. Hasta el presente papado, estos teólogos normalmente oponían resistencia al magisterio papal, y preferían insistir en una errónea comprensión de “el sentir de los fieles”. La vociferante reacción contra la Humanae Vitae de Pablo VI es un excelente ejemplo de esto (irónicamente, los que cuestionaban la autoridad docente en tiempos de Juan Pablo II y de Benedicto XVI se han vuelto decididamente menos minimalistas con el papa Francisco).

En el Vaticano I, los minimalistas papales, que se oponían a la definición de la infalibilidad papal por motivos doctrinales o pastorales, constituyeron una posición minoritaria. Johann Joseph Ignaz von Döllinger, profesor alemán de historia de la Universidad de Múnich, fue uno de los miembros más locuaces de este grupo minoritario. Originario de un grupo ultramontano, luego de una visita a Roma y de una entrevista con el Papa en 1857, abandonó el ultramontanismo al darse cuenta de que Pío IX se consideraba a sí mismo como suprema autoridad en todas las cosas. Como historiador, Döllinger sabía muy bien que en la Iglesia primitiva el Papa ciertamente tenía la primacía, pero no se lo consideraba padre hasta el punto de que todos los demás patriarcas y obispos fueran sus hijos.

El obispo Edward Fitzgerald, de Little Rock, Arkansas, fue uno de los únicos dos que votaron contra Pastor Aeternus. Fitzgerald creía en la primacía papal, pero pensaba que la definición iba a ser un tropiezo para la conversión de los protestantes estadounidenses a la fe católica. En los tiempos actuales, el más notable de los minimalistas papales fue el recientemente fallecido teólogo suizo Hans Küng, quien rechazaba por principio la infalibilidad papal, y creía que las declaraciones de la Iglesia sobre la fe podían de hecho contener errores. Aunque su caso es extremo, las ideas de Küng han encontrado tierra fértil en círculos protestantes e incluso ortodoxos.

(Imagen: Infovaticana)

Así pues, ¿dónde encontrar la verdadera enseñanza sobre el papado? En realidad, ni entre los maximalistas papales ni entre los minimalistas. Si echamos mano del justo medio de Aristóteles como instrumento, podemos decir que la virtud está entre los dos extremos y que, por tanto, ahí está la verdad. El Papa tiene una primacía que no es puramente honorífica, sino que tiene, en verdad, responsabilidades jurisdiccionales y magisteriales.

Constituye un crimen contra la sana teología tratar al Papa como un “super obispo” que sería el único miembro necesario de la Iglesia militante. El Papa no es un mero obispo entre los demás obispos; es verdaderamente el sucesor de San Pedro y el principal custodio a quien está confiada la Iglesia. Pero, una vez afirmado esto, la debida relación entre el Papa y los demás obispos es ser el hermano mayor que media en las disputas, no el padre que mira a los demás obispos como sus hijos. 

El papado no es objeto de la fe de la Iglesia pero, de algún modo, se puede hablar de “verdadera devoción a la Cátedra de San Pedro” sin incurrir en papolatría. Como incluso algunos estudiosos ortodoxos lo admiten, existe una auténtica necesidad de primacía como la que encontramos en la Iglesia católica, e incluso la infaliblidad “no es ofensiva” cuando se la entiende correctamente. El papado es un elemento esencial para la Iglesia, fue divinamente instituido y no puede ser eliminado como un mero accidente histórico. Los maximalistas papales se equivocan cuando exaltan el papado hasta alturas idolátricas, y los minimalistas papales yerran cuando disminuyen la significación del oficio petrino.

El papado de Francisco está, en muchas maneras, caracterizado por las contradicciones. Se ha hablado mucho de la “sinodalidad” y de la “descentralización” de la Iglesia, y mucho se ha hecho para centralizar el poder del Vaticano sobre los obispos locales. Francisco ha hecho llamados en pro de una Iglesia más “universal” y más global, pero en la Basílica de San Pedro se ha puesto en general fuera de la ley el latín en la liturgia (tanto en el usus antiquior como en el usus recentior), suprimiendo todo sentido a una lengua “universal” en la Iglesia más icónica del catolicismo. 

Francisco clama por una “Iglesia pobre para los pobres”, pero continúa con la moda de viajes papales multimillonarios, cuyo costo cae en gran parte sobre las diócesis que visita, cualesquiera sean ellas. Incluso llega hasta el punto de predicar sobre lo malo que es juzgar a los demás, pero se queja en sus encíclicas de los “neopelagianos prometeicos centrados en sí mismos”; lamenta la basa tasa de nacimientos en Italia y Europa en general, pero critica a las mujeres que tienen ocho hijos o más

Y, por cierto, la contradicción mayor del pontificado de Francisco es la siguiente: el Papa que se ha hecho famoso por hablar de la necesidad de “misericordia” y de “acompañamiento”, no muestra ninguna de ambas cosas a los católicos que adhieren a la Misa tradicional. El mismo Papa que es conocido por llamar a la Iglesia “hospital de campaña”, apoya la “ghettoización” de los católicos que asisten a dicha Misa, y los excluye incluso de la familia parroquial. Y éstas son sólo unas pocas de las contradicciones.  

El papa Francisco ha revisado el Catecismo para cambiar la enseñanza de la Iglesia sobre la pena capital, y las únicas notas al pie que se agregó provienen de sus propios escritos. El papa Francisco revisó también la enseñanza de la Iglesia para que los adúlteros públicos puedan recibir la Comunión, y no obstante conflictos en las interpretaciones de Amoris Laetitia, el Santo Padre declaró “correcta” la interpretación hecha por los obispos de Buenos Aires, incluyéndola en las Acta Apostolicae Sedis. También declaró que vacunarse contra el COVID-19 es “un acto de amor” y sugirió que es “una obligación moral”. Por tanto, las universidades católicas no dan a los estudiantes católicos una eximición religiosa de la vacunación, porque el Papa mismo se vacunó y promueve hacerlo. El papa Francisco apoya las uniones civiles de parejas del mismo sexo, a pesar de que la Congregación para la Doctrina de la Fe, en carta de 2003, rechazó la idea. Y la lista continúa.

Para el ojo poco acostumbrado, pareciera que la Iglesia católica no es más que un “fiat” papal: lo que el Papa manda, es ley, y a medida que habla, el Papa crea la verdad. Esto, por cierto, es un error; pero en una Iglesia centrada en el Papa, en que cada palabra suya es difundida a billones de personas cada día, la eclesiología padece de distorsiones. La imagen del papa Francisco está en los sitios web de todas las parroquias, muchos de los cuales ni siquiera mencionan al obispo local. No es para sorprenderse, pues, que la Iglesia que considera al Papa como un oráculo divino abandone, de un día para otro, todo lo que en la Iglesia tuvo lugar con anterioridad al Papa en ejercicio, si éste lo desea así. Basta con que éste diga “hágase”, para que los funcionarios burocráticos de la Iglesia se encarguen de que así sea.

Sesión inaugural del Concilio Vaticano Primero (8 de diciembre de 1869) 
(Imagen: Wikicommons)

La “Iglesia del ucase papal” es un fraude y una falsa Iglesia. Una que gira en torno a una noción enferma y destructiva del Papa y de su misión. ¿Cuál es la respuesta correcta a un papado controversial? Me imagino que se podría simplemente ignorar al Papa, aunque semejante cosa sería mucho más fácil en un mundo no globalizado, no digital. Se podría dedicar un proyecto completo a defender cada palabra pronunciada por el Papa, desde entrevistas aéreas a encíclicas, pero, sin contar con que ello sería agotador, plantearía sus propios problemas. Por ejemplo, ¿qué ocurrirá si un futuro papa contradice a Francisco? ¿Hasta dónde se puede estirar la “hermenéutica de la continuidad” antes de que se corte? Con todo, otra respuesta podría ser la disminución del papado y de su importancia en la vida de la Iglesia, como lo tienden a hacer los ortodoxos y los protestantes.

Pero el problema en la Iglesia no es el papado en sí mismo, sino los graves errores que inciden en la comprensión popular del mismo. No es necesario que los católicos abandonen el papado a fin de lograr paz en la actual crisis pontifical. Todo lo que se requiere es una “conversión del papado”, que abandone la concepción idolátrica del mismo y se aproxime a la comprensión del papa como un servidor de la tradición, y no su creador.

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* Nota de la Redacción: Un ucase (en ruso, указ, ukaz, a veces transliterado como ukaz, ukás o ukase) en la Rusia imperial era una proclamación del zar, del gobierno o de un líder religioso (patriarca) que tenía fuerza de ley. En la terminología de derecho romano, ucase equivaldría a un "edicto o decreto" del emperador (fuente: Wikipedia).