jueves, 26 de abril de 2018

La Orden Cartuja y su rito propio

Tal como lo hemos hecho respecto de otras órdenes religiosas, queremos presentar en esta entrada a nuestros lectores el antiquísimo rito propio de la Orden de los Cartujos, el cual subsiste hasta el día de hoy. Tanto este rito como otros propios de las distintas órdenes religiosas son una prueba de que una gran pluralidad de ritos y usos litúrgicos no es privativo de las Iglesias orientales, sino que también es algo que ha estado siempre presente, sin detrimento alguno de la unidad eclesial, en la Iglesia de Occidente, incluso después del esfuerzo unificador posterior al Concilio de Trento. Ello refuta a quienes, desatendiendo la necesaria búsqueda de la paz y la reconciliación litúrgicas, han pretendido argumentar en contra de la liberación de la Misa de Siempre a través del motu proprio Summorum Pontificum por parte de Benedicto XVI en el sentido que la coexistencia del rito romano tradicional con el reformado podría supuestamente poner en peligro la comunión eclesial.

Petrus Christus, Retrato de un cartujo (1446)
(Imagen: Wikimedia Commons)
 
La orden de los Cartujos

La Orden de los Cartujos (Ordo Cartusiensis, OCart) es una orden monástica contemplativa fundada por San Bruno de Colonia (1030-1101) en 1084, la cual se caracteriza por su extrema sencillez de vida y lo riguroso de su regla, los llamados Estatutos, los que se basan en la Regla de San Benito con adaptaciones propias. En 1147 se fundó la primera comunidad de la rama femenina, la cual, si bien es de naturaleza algo menos eremítica que la masculina, pone también gran énfasis en la soledad y el silencio. La orden recibe su nombre del lugar donde San Bruno, bajo la protección del obispo San Hugo de Grenoble, estableció junto a seis compañeros la primera comunidad cartuja, un área aislada conocida como el Valle de la Chartreuse (Cartuja), cercano a la ciudad francesa de Grenoble, mismo lugar donde hasta el día de hoy, si bien con interrupciones forzadas luego de la Revolución Francesa (entre 1792 y 1816) y también después de la promulgación de las leyes anticlericales de la Tercera República Francesa (desde 1903 hasta 1940), se asienta la llamada Gran Cartuja, la casa-madre de todas las comunidades cartujas del mundo. 

 Girolamo Marchesi, Retrato de San Bruno de Colonia (circa 1525)

Su divisa es Stat Crux dum volvitur orbis ("La Cruz permanece inmóvil mientras el mundo da vueltas"), idea también representada en su escudo, que muestra una cruz que se alza sobre un orbe terrestre. Actualmente hay 23 cartujas (18 de monjes y 5 de monjas) en todo el mundo, con un total de unos 270 monjes y 60 monjas, distribuidos en Europa (18), América (3) y Asia (2). Las dos de Corea del Sur son las últimas creadas (2008).

Los cartujos habitan en comunidades monásticas denominadas cartujas. Cada cartuja está gobernada por un prior elegido por los padres y hermanos del monasterio. La orden cartujana siempre ha considerado preferible no elevar a sus priores al rango de abades, para así evitar el ceremonial y la pompa que ello implicaría. 

 Expulsión de los monjes de la Gran Cartuja (1903). Los monjes recién regresarían en 1940
(Ilustración: Wikimedia Commons)


El propósito de vida de un cartujo es la contemplación en una vida monástica de intensa y constante oración. El primer afán de un monje cartujo es la búsqueda de Dios en la soledad, la que se manifiesta en la separación del mundo, en la guarda de la celda y, por último, en la soledad interior, la llamada soledad del corazón. Los monjes cartujos guardan los habituales tres votos de pobreza, castidad y obediencia, a los que suman dos votos adicionales, a saber el de estabilidad en el monasterio y el voto de conversión de costumbres.

Dentro de cada comunidad hay dos clases de monjes: los padres cartujos, que reciben la ordenación sacerdotal, y los hermanos cartujos no ordenados. Dentro de los hermanos, existen los hermanos conversos, que hacen profesión de votos, tal como los padres, y los llamados hermanos donados, que no hacen votos solemnes de por vida. Adicionalmente puede haber en una comunidad, si bien es muy poco frecuente, los llamados familiares, personas que llevan una vida semimonástica y se dedican fundamentalmente al trabajo manual.

Descontado el tiempo de sueño, comida, aseo y trabajo manual, los padres cartujos dedican catorce horas a la oración y al estudio, de ellas cuatro en la iglesia y otras ocho en la celda. Los hermanos cartujos, por su parte, dedican un máximo de siete horas diarias a los trabajos u oficios manuales, llamados obediencias. En algunas cartujas, sin embargo, sólo trabajan cuatro horas, para así poder dedicar más tiempo a la oración. Todos los hermanos hacen cada año un retiro de ocho días en sus celdas. 

 Francisco de Zurbarán, San Hugo en el refectorio (circa 1655)
(Imagen: Wikimedia Commons)

Los cartujos se abstienen completa y perpetuamente de comer carne. En Adviento y Cuaresma suprimen de igual modo los lácteos. Una vez a la semana, de ordinario los viernes, se alimentan exclusivamente de pan y agua. Desde el 14 de septiembre, Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, y hasta Pascua, hacen una sola comida diaria, más un panecillo para cenar. El resto del año tienen dos comidas diarias, una a media mañana y otra por la tarde. La mayor parte de las comidas son tomadas por los monjes en sus celdas individuales, recibiendo el alimento a través de un torno, salvo los domingos o en las fiestas, donde las comidas se toman en silencio en el refectorio.

El silencio es una parte esencial de la vida de un cartujo. Por eso, la palabra se utiliza solamente en el canto o en lo estrictamente necesario para llevar a cabo las tareas cotidianas. Los domingos hay un recreo que dura de una hora a una hora y media, y los lunes un paseo de cuatro horas fuera del monasterio, en lugares solitarios, sin entrar nunca en pueblos, durante el cual hay libertad de plática. Una vez al año, toda la comunidad disfruta del llamado "gran paseo", el que dura siete horas. Asimismo, una vez al año los monjes pueden recibir la visita de los familiares más inmediatos. En las cartujas no hay diarios, ni revistas profanas, ni radio, ni televisión, ni Internet, ni teléfonos celulares.

Los monjes cartujos son eremitas, pero que al mismo tiempo viven en comunidad, lo cual requiere de un gran espacio que les permita combinar el aislamiento individual con la unión de la vida de comunidad, para así realizar su carisma contemplativo. Cada cartuja cuenta, en primer lugar, con las celdas individuales de cada monje, donde el monje dispone de un jardín y un taller para el cultivo y los trabajos manuales, respectivamente, así como un espacio para la oración y un escritorio para el estudio, además de una cama y una mesa para tomar las comidas. Cada una de las celdas da al claustro grande, el que conduce a su vez a las estancias comunitarias (refectorio, cocina, lavadero, etcétera) y a los lugares que producen ruido (talleres de carpintería, forja, etcétera), los que se encuentran más apartados de las celdas, para asegurar así el silencio propio de la contemplación. 


Especialmente reconocido en Francia y e internacionalmente es el licor de hierbas producido por los cartujos, conocido como Chartreuse y del que existen diversas variedades, y que los monjes comercializan desde 1737. Su producción, supervisada por dos monjes licoristas que son los únicos que conocen la receta exacta, la que es pasada de generación en generación, ayuda a solventar económicamente a la orden.

La Gran Cartuja, casa-madre de todas las comunidades cartujas 
(Foto: Wikimedia Commons


La liturgia cartuja

Desde su llegada a la Cartuja, San Bruno y sus compañeros, como es el caso de muchas comunidades monásticas y religiosas, formaron una liturgia particular, en este caso tomando con toda probabilidad el rito cluniacense más antiguo (hay que recordar que en ese entonces, antes de la uniformidad litúrgica que siguió al Concilio de Trento, coexistían en la Iglesia Occidental una gran cantidad de ritos y usos locales, así como diversos ritos propios de las órdenes religiosas) y adaptándolo a su vocación eremítica y a la austeridad extrema de su modo de vida. Es así que el rito cartujo constituye el único testimonio todavía viviente de la Misa romana del siglo IX. 

El rito cartujo contaba al momento de la promulgación del Misal de San Pío V con la antigüedad necesaria para su preservación y, a lo largo de los siglos, los cartujos han tratado de conservar esta liturgia acomodada a su vida solitaria, sencilla y contemplativa, y no la abandonaron tras el Concilio Vaticano II, como sí lo hicieron la mayoría de las órdenes que contaban con un rito propio, muchas de las cuales comienzan a redescubrirlo recién luego del motu proprio Summorum Pontificum. Si bien el rito cartujo actualmente se celebra conforme a su versión revisada en 1981 (los textos litúrgicos vigentes están disponibles online en la página oficial de la orden, aquí), los cambios introducidos fueron en general de menor entidad y a grandes rasgos puede decirse que se conserva en lo esencial el Rito de Grenoble del siglo XII (un recuento detallado de los cambios, en inglés, se encuentra aquí; una exposición sobre el rito cartujo como era celebrado antes de las reforma litúrgica posconciliar puede leerse aquí, también en inglés). Con todo, cabe consignar que la instrucción Universae Ecclesiae (2011), relativa a la aplicación del motu proprio Summorum Pontificum, ha hecho posible la celebración de todos los ritos propios de las órdenes religiosas conforme a la respectiva versión vigente en 1962 (núm. 34).

 Misa cartuja celebrada en la Cartuja de Marienau, única cartuja de Alemania

Es así que, a pesar de que la reforma litúrgica, emprendida luego del Concilio Vaticano II, ha reducido algunas peculiaridades, la Misa cartuja sigue conservando algunos caracteres propios. Entre otros pueden mencionarse el rito penitencial, el cual difiere bastante del empleado en el rito romano, al igual que el ofertorio. El sacerdote mantiene los brazos en cruz durante la recitación de la Plegaria eucarística y la Misa se termina sin bendición.

En comparación con la liturgia romana, el rito cartujo se caracteriza por su gran simplicidad y una sobriedad a nivel de formas exteriores. En la liturgia cartuja destacan los tiempos de silencio, así como la prohibición de todo instrumento musical, si bien la liturgia se acompaña por el canto cartujano, una variante del canto gregoriano preservada celosamente durante siglos de cambios e influencias exteriores, que se caracteriza por su mayor austeridad en comparación con el canto gregoriano que practican las comunidades benedictinas, siendo más lento, de tonos menos agudos, y menos melismático

La celebración del Sacrificio Eucarístico es el centro y la cima de la vida comunitaria. Si bien el rito cartujo en su versión revisada permite la concelebración, la Misa comunitaria no puede ser concelebrada más que en los domingos y en las grandes fiestas o con ocasión de grandes acontecimientos de la vida comunitaria y, de ordinario, no hay más que un celebrante en el altar. Además de la Misa comunitaria, los cartujos sacerdotes, de acuerdo con su vida eremítica, celebran la Misa en las solitarias capillas del claustro. 

La Misa conventual se canta a diario al rayar el alba de un modo extremadamente sencillo y recogido. Cuando en el coro los monjes comienzan el canto del Introito, el sacerdote sale de la sacristía y ora, profundamente inclinado, ante el altar. Saluda a la Comunidad con el Dominus vobiscum, una vez terminado el Introito; se dirige a la cátedra, situada en el lado derecho del presbiterio; recita el Confíteor junto con la Comunidad y escucha del canto del Kyrie y del Gloria. Estas melodías gregorianas son extremadamente sencillas y tan sólo los días solemnes varían un poco. El sacerdote canta la Colecta mientras los monjes permanecen profundamente inclinados sobre sus sillas del coro. La Epístola, leída desde el facistol por un monje instituido lector o, en su defecto, por el P. Procurador, la escuchan todos sentados y cubiertos con la capucha, incluso el sacerdote. Cuando el coro comienza el canto del Aleluya o del Tracto, el diácono, revestido simplemente con la cogulla eclesiástica, abandona su puesto en el coro y se acerca al sacerdote a quien pide la bendición, extendiendo ante él la estola. Todos escuchan de pie la lectura del Evangelio que, desde el lectorio del presbiterio, lee el diácono. Cuando da comienzo el canto del Ofertorio, el sacerdote sube al altar y el diácono le ofrece al mismo tiempo el pan y el vino, sosteniendo el cáliz, sobre el que va la patena con las formas, con el extremo de un gran paño que lleva colgado del hombro izquierdo.


Los domingos y días de solemnidad el sacerdote inciensa la oblata y, a continuación, entrega el incensario al diácono para que, a su vez, inciense en torno del altar. El diácono vuelve al coro y únicamente cuando su ayuda es imprescindible sube al presbiterio. El sacerdote canta la Oración sobre la oblata y el Prefacio, al que sigue el Sanctus, cantado lentamente por el coro.

La Plegaria eucarística transcurre en absoluto silencio (salvo, en la versión revisada del rito, en caso de concelebración); el sacerdote permanece casi todo el tiempo con los brazos en cruz y la Comunidad de pie o arrodillada, según la importancia litúrgica del día, y con la capucha calada hasta los ojos para favorecer el recogimiento, y la plegaria eucarística se dice en voz baja (en la versión revisada se añadieron como opcionales las plegarias eucarísticas nuevas del Misal de Pablo VI). Después de la consagración del vino, adoran al Señor Sacramentado, postrándose en tierra según costumbre antiquísima, hasta que el diácono da la señal para levantarse. El Pater noster es cantado juntamente por el sacerdote y la Comunidad. Toda la Comunidad, Padres y Hermanos, tienen facultad para comulgar en la Misa conventual bajo las dos especies, aunque hayan comulgado o vayan a comulgar en otra Misa.

 Canon de la Misa cartuja


Un rito particular en la liturgia cartuja es que todos los domingos, inmediatamente antes de la Misa conventual, el sacerdote bendice el agua con la que asperja primero en torno del altar y a continuación a los monjes que, en dos filas, se acercan a las gradas del presbiterio cantando una antífona penitencial. Se trata de un antiguo rito de mediados del siglo IX; antiguamente estuvo en uso en todos los monasterios y los cartujos lo conservan hasta el día de hoy.

Otro tiempo fuerte de la jornada de un monje cartujo es el oficio celebrado en la iglesia a media noche (Maitines y Laudes): durante dos o tres horas, según los días, alternan el canto de los salmos y lecturas de la Sagrada Escritura o Padres de la Iglesia, tiempos de silencio y preces de intercesión.

Hacia el fin de la jornada, los monjes se encuentran de nuevo en la iglesia para celebrar el oficio de Vísperas. Las demás partes se celebran por cada monje en su celda, excepto los domingos y ciertos días de fiesta, en los que se cantan en la iglesia. Los cartujos, además del oficio divino, recitan diariamente en la celda el oficio de la Virgen María y, una vez por semana, un oficio especial a intención de los difuntos.

Gracias a la liturgia, la Cartuja no es un grupo de solitarios aislados entre sí, sino que forman una verdadera comunidad monástica, de esta forma manifiestan el misterio de la Iglesia y dando un lugar al culto público que con su oración tributa a Dios.

 Sinopsis de El gran silencio (2005), documental sobre la Gran Cartuja 
(Youtube)

El gran silencio

Los cartujos, a diferencia de otras comunidades monásticas, de ordinario no permiten visitantes, por lo que su forma de vida resulta desconocida para la mayor parte de la gente. Un acceso único a la vida de una comunidad cartuja fue posible a través del elogiado documental El gran silencio (Die große Stille, 2005), del director alemán Philip Gröning, quien en 1984 propuso a los monjes de la Gran Cartuja recoger en celuloide su forma de vida. Los monjes respondieron pidiendo un tiempo para reflexionar: dieciséis años después contactaron a Gröning para informarle que estaban de acuerdo. Gröning habitó entre 2002 y 2003 un total de seis meses con los monjes, grabando su vida diario sin usar luz artificial adicional, para luego editar luego el material durante dos años, sin añadir comentarios ni efectos de sonido.

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Actualización [21 de mayo de 2018]: Religión en libertad ha publicado un artículo sobre el libro intitulado Report From Calabria: A Season With the Carthusian Monks, que relata en formato epistolar la experiencia de un sacerdote que pasó una temporada de cuatro meses en un monasterio cartujo y la vida de oración, trabajo, recreación y caminata semanal que ahí experimentó, aprendiendo a valorar el silencio y su importancia para la vida espiritual. 

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