Les ofrecemos a continuación un texto del escritor alemán Martin Mosebach escrito para servir de prólogo al folleto que recoge los once sondeos realizados entre 2000 y 2017, primero en Francia y después en siete países de Europa (Italia, Suiza, Alemania, España, Portugal, Polonia y Gran Bretaña) y, finalmente, en Brasil, por Paix Liturgique respecto de la situación de la Misa de siempre. El texto ha sido publicado en francés por dicho sitio y traducido por la Redacción.
Martin Mosebach
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Martin Mosebach nos convoca a un nuevo y gran
esfuerzo
Martin Mosebach, famoso escritor
alemán (Gran Premio de Literatura de la Academia Bávara, Premio Georg Büchner,
etcétera), es autor de novelas (como Un hasard nécessaire, Grasset, 2013 [original: Was davor geschah, Hanser, 2010]), cuentos,
ensayos (como Das Leben ist kurz. Zwölf Bagatellen [La vida es corta, doce
bagatelas], Rowolt Verlag, 2016), poemas, libretos de ópera (como los diálogos
de Fidelio para la Ópera Garnier), obras de teatro y piezas radiofónicas,
numerosos artículos de literatura, arte, política, religión. En un país donde
la Iglesia está enferma debido a las tensiones progresistas que no cesan de
debilitarla, Martin Mosebach constituye uno de los principales representantes
del pensamiento y la palabra de Benedicto XVI. Mosebach, junto con
personalidades tales como Nikos Salingaros, Steven J. Schloeder, Steen
Heidemann, Ducan G. Stroik, Pietro de Marco, Enrico Maria Radaelli, ha firmado
un llamado “lleno de tristeza y de aguda preocupación por la terrible situación
actual de todas las artes que han acompañado siempre a la sagrada liturgia”, y
fue invitado a pronunciar una conferencia sobre liturgia ante la asamblea del
catolicismo alemán, de tendencia progresista, el Katholikentag, de 2004, donde
desarrolló el tema “La crisis de la liturgia no es para mí una forma de
decadencia: es algo infinitamente más grave; representa una catástrofe inédita,
una catástrofe espiritual y cultural”. En esta línea, Mosebach es autor de un
libro muy original, Häresie der Formlosigkeit:
die römiche Liturgie und ihr Feind (Hanser, 2002), publicado en francés con el
título La liturgie et son ennemie: l’hérésie de l’informe [La liturgia y su enemigo: la herejía de lo informe] (Hora Decima,
2005). Es a él que, naturalmente, Paix Liturgique ha recurrido para el prefacio
de la edición alemana de su folleto de presentación de once sondeos realizados
entre 2000 y 2017, primero en Francia y después en siete países de Europa
(Italia, Suiza, Alemania, España, Portugal, Polonia y Gran Bretaña) y,
finalmente, en Brasil, en 2017, todos los cuales han revelado (y la han
revelado a Mosebach en lo relativo a sus proporciones) la existencia de un
importante grupo de “silenciosos” que sufren y penan en una Iglesia contagiada
por esa herejía de lo informe.
Prefacio de Martin Mosebach
Quien desee en Alemania hablar de
sus experiencias en materia de liturgia católica tiene que comenzar por
mencionar su edad y su origen, porque este país, dividido en lo relativo a la
religión, presenta tales diferencias entre las regiones que lo componen, que no
se puede hablar de “catolicismo alemán” sino en un sentido extremadamente
superficial, aun cuando en los últimos tiempos una reciente y muy nueva
evolución ha tenido una influencia poderosamente unificadora.
Así, cuando digo que nací en 1951 en
Fráncfort del Meno, significa que nací en una gran ciudad, de mayoría
protestante, que forma parte de la diócesis de Limburgo, la cual siempre ha
mantenido una cierta distancia frente a Roma. Yo no conocí, por otra parte, la
“cultura católica” de antes del Concilio: destruidas durante la guerra, las
iglesias fueron posteriormente reconstruidas en un estilo que las despojó de su esplendor. Las
liturgias que conocí en mi infancia desaparecían casi totalmente tras un biombo
de cantos y lecturas de textos alemanes proclamados ante la asamblea, los
cuales, en su mayor parte, no eran ni siquiera traducciones de las oraciones en
latín. Esta “Misa rezada y cantada”, como se la llamaba entonces en Alemania,
con cantos que se había autorizado que reemplazaran las partes más importantes
del Ordinario -el Gloria, el Sanctus- contribuyó de modo decisivo a socavar todo
sentimiento litúrgico. Entre los simples creyentes, eran muchos los que,
ganados por la emoción, cantaban durante el Ofertorio versos llenos de piedad, compuestos en melodías agradables al oído, pero que, simplemente, hacían caso
omiso de importantes partes de la Santa Misa. A los que eramos monaguillos se nos entrenaba
para recitar a toda velocidad las respuestas en latín, con un sacerdote, a cuyo
cargo estábamos, que medía la velocidad con un cronómetro. Es muy elocuente el
que, más tarde, a fin de hacer aceptar la reforma de la Misa de Pablo VI, este
mismo sacerdote celebrara “Misas Coca-Cola” en su parroquia.
Puede ser que, en algunos lugares,
las cosas se hayan dado de modo diferente, quizá en las viejas regiones católicas de
Alemania, en los territorios que han pertenecido desde siempre a Baviera, en la
región de Münster, en Maguncia; pero forzosamente hay que constatar que, desde mucho antes del Concilio
Vaticano II, la práctica litúrgica en Alemania estaba estaba, casi siempre, muy
lejos de ser satisfactoria. Desde la década de 1920, los movimientos juveniles
católicos organizaban “Misas experimentales” que se parecían asombrosamente a
lo que la reforma de Pablo VI instauró más adelante. Desde muy temprano este
“movimiento litúrgico”, especialmente floreciente en Alemania, fue
más propiamente un “movimiento antilitúrgico”, impulsado por teólogos
importantes que estaban lejos de ser todos progresistas. El propio Romano Guardini,
que tanto veneraban los católicos conservadores, tuvo en este campo un influjo
cargado de pesadas consecuencias.
La reforma de la Misa llegó, pues, a
un terreno bien preparado: grandes sectores de la sociedad ignoraban del todo
qué era la liturgia; el sentido del acontecimiento sobrenatural que se produce
en el misterio sacramental se había grandemente debilitado, especialmente entre
las clases cultivadas. Como consecuencia, el efecto producido por esta reforma
no fue sino más sorprendente todavía: ella fue en su mayor parte bien acogida,
a pesar del modo brutal e irrespetuoso en que se la llevó a la práctica; pero,
al mismo tiempo, las iglesias se vaciaron. El católico medio aceptó, es cierto,
la reforma; pero, simultáneamente, renunció a ir a la iglesia. Fue como si,
según suele ocurrir en los fenómenos físicos, la reforma hubiera disuelto el
magnetismo del rito. Las heridas profundas inferidas al culto, incomparables
con cualesquiera otras en la historia de la Iglesia, fueron justificadas por
necesidades pastorales, pero fue precisamente en este aspecto que fracasaron. Incluso
hay algunos altos dignatarios actuales de la Iglesia que afirman que, sin esta
reforma, la pérdida de amor por la Iglesia hubiera sido más dramática todavía;
pero este argumento no es satisfactorio, porque la historia no conoce el tiempo
condicional.
Dos soldados caminan por la Catedral de Colonia, dañada por los bombardeos (George Silk, 1945)
(Foto: Pinterest)
(Foto: Pinterest)
No me explico cómo, en circunstancias como las descritas, un significativo número de católicos alemanes pudo permanecer fiel al rito tradicional, ni cómo esos católicos pudieron interesarse en éste. Me refiero sobre todo a la nueva generación de
sacerdotes, hombres jóvenes, que jamás conocieron lo que se podría llamar “una
cultura católica”, quienes parecen atisbar que, sin una liturgia transmitida,
el sacerdocio queda incompleto. Pero, incluso entre los laicos, se
siente crecer algo así como un sentimiento de inmensa pérdida, sin que puedan discernir
lo que la provoca. Los representantes oficiales de la Iglesia se mantienen en
su actitud de rechazo, aunque han renunciado a gran parte de su furor
ideológico. Se constata que es evidente que la reforma post-Vaticano estuvo
lejos de provocar un nuevo Pentecostés y que, al contrario, fue causa de una
profunda incertidumbre y debilidad. Poco a poco parece
imponerse la idea de que no se puede eliminar en Alemania una práctica
milenaria mediante un simple decreto administrativo. La historia alemana sabe
de muchas profundas rupturas, pero sabe también de otras tantas continuidades
que duran más que aquéllas, y puede ser que este nuevo apego al rito
tradicional de la Iglesia surja de este hecho.
El creciente favor que encuentra la liturgia antigua no debe, con todo, engañarnos con cifras, por
mucho que éstas impresionen. La verdad teológica y mística del culto tradicional
no depende de su aceptación por grandes mayorías. En la Iglesia, el rito
tradicional no deriva su legitimidad de que “agrade” a un número cada vez más
grande de creyentes, ni del hecho de que les “interese”, ni tampoco de que cada
vez haya más creyentes que “puedan imaginarse que eventualmente podrían
celebrarlo”. Es cierto, empero, que esas cifras pueden hacer que
reflexionen aquellos que en las diócesis son responsables del modo cómo se
administra los sacramentos. Ellos tienen, o más bien debieran tener, el papel
de hacer que los sacerdotes y obispos, en estos tiempos en que la Iglesia
pierde peso, reflexionen sobre cómo enfrentar el proceso, no poniendo trabas,
por ejemplo, a quienes solicitan con convicción la celebración regular del rito
antiguo, sino, por el contrario, obedeciendo el motu proprio de Benedicto XVI y
accediendo generosamente y en toda la línea a esas solicitudes.
Misa tradicional en la Catedral de Espira (Speyer)
(Foto: Wikimedia Commons)
Sin embargo, cualquiera que haya
penetrado de verdad y profundamente en el pensamiento del rito tradicional no
tiene necesidad alguna de encontrar consuelo en el creciente número de fieles
que lo redescubren. La verdad del rito tradicional no depende de adhesiones
masivas sino que, por el contrario, es totalmente independiente de ellas.
Tampoco hay que dejarse engañar por esta adhesión que crece sin cesar: el rito
antiguo es difícil, exige ser frecuentado a lo largo de toda una vida, y lo
digo por experiencia propia. Luego de haber pasado más de 30 años en temas de
liturgia, todavía hoy descubro en él cosas nuevas que se me habían escapado.
La religión cristiana puede ser vivida a diferentes niveles, cada uno de los
cuales tiene su explicación: tanto la fe ingenua de los niños como la
meditación filosófica; la ascesis vivida lejos del mundo como el amor de la belleza
y los sentidos vivido en el mundo; y la liturgia de la Iglesia puede ser
celebrada tanto por analfabetos como por intelectuales de las grandes ciudades;
pero nada de esto cambia el hecho de que ella es, en su misma esencia, un
misterio iniciático que no se revela a la primera mirada, ni a la segunda, ni
siquiera a la tercera, sino que se abre, siempre más profundamente, a quien busca,
y también a quien estudia. Y aunque no fuera más que por esta causa, ella no
podrá jamás depender del sufragio de la mayoría. Lo cual nos muestra también lo
esencial de lo que se juega en los círculos que se esfuerzan por hacer perdurar
el rito antiguo, es decir, la formación litúrgica de los creyentes, que no
deberían quedarse en un vago sentimiento de bienestar ni en una especie de
inclinación instintiva hacia él, si es que el nuevo arraigo de la liturgia
tradicional ha de triunfar a largo plazo. Son demasiado numerosos los que hoy
frecuentan la Misa del rito antiguo sin siquiera saber hasta qué punto tienen
razón al hacerlo y cuán bien hacen con ello. He aquí por qué el número
sorprendente de fieles que en Alemania declaran gustar de la antigua liturgia
es, sobre todo, un llamado a un nuevo y gran esfuerzo.
Las comunidades de sacerdotes que se
consagran exclusivamente al rito antiguo, y también el número creciente de
sacerdotes que lo celebran de vez en cuando, deben, en sentido literal, en el
sentido más estricto del término, ser considerados misioneros. Así es como podrá
ser aceptado, con el reconocimiento que merece, el milagro de que, cincuenta
años después de una reforma litúrgica introducida a paso forzado, y nacida en
gran parte en Alemania, la chispa de la liturgia tradicional no haya cesado
jamás de brillar.
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