Este domingo corresponde al cuarto domingo de Cuaresma. Desde antiguo se conoce éste con el nombre de Dominica Laetare, por la primera palabra del Introito tomado del profeta Isaías: «Alégrate [Laetare], Jerusalén, y reuníos con ella todos los que la amáis; gozaos los que estáis tristes, para que os alborocéis y os saciéis con los consuelos de sus pechos» (66, 10-11). Este domingo es como un alegre respiro (Colecta) en medio del espíritu penitencial propio de la Cuaresma (véase lo dicho sobre este período a propósito del Miércoles de Cenizas). Los ornamentos pueden ser de color rosado, que atenúa el rigor tenebroso del morado, los altares se adornan de nuevo con flores y se vuelven a oír las armonías del órgano. Nuestra alegría nace de la espera de los consuelos divinos que acompañan la verdadera penitencia, con la cual queremos purificarnos y convertirnos para vivir con renovada fe la Semana Santa, ya pronta a comenzar. El Introito quiere hacer volver nuestra vista a Jerusalén, cuya basílica romana sirve de iglesia estacional, y que es imagen de la Iglesia que peregrina hacia su morada definitiva, la Jerusalén Celestial (Comunión). De ahí que hoy sea el día que el Santo Padre bendice la rosa de oro, que simboliza el jardín ameno y aromático del Paraíso.
A través de las lecturas de este día, la Iglesia quiere recordarnos que Cristo, nuestro Libertador, nos ha hecho hijos de la Ley de la Gracia, representada por Sara, la mujer según la promesa, mediante el bautismo; y no esclavos de la Ley Antigua, representada por Agar, la esclava (Epístola). Jerusalén es, entonces, el lugar de la Nueva Alianza entre Dios y los hombres, que consuma aquella ocurrida sobre la cima del monte Sinaí mediante la perfección de la caridad. El Evangelio nos muestra la primera multiplicación de los panes en un prado bellísimo, junto al lago de Tiberíadis, que precedió como símbolo a la promesa del Pan eucarístico que los catecúmenos (que reciben el bautismo por Pascua) y nosotros recibiremos en el banquete de Pascua con fiel corazón (Poscomunión), después de haber conmemorado pocos días antes la institución de la Eucaristía.
Pidamos al Señor que, en medio de las pruebas que tuviere a bien enviarnos, nos sostenga siempre con sus divinos consuelos (Oración).
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