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domingo, 25 de diciembre de 2022

Feliz Pascua de Navidad

La Asociación de Artes Cristianas y Litúrgicas Magnificat, capítulo chileno de la Federación Internacional Una Voce, desea a todos sus feligreses y bienhechores, así como a los lectores de esta bitácora, una muy feliz y santa Pascua de Navidad. Que este día, en el cual el Salvador se hizo carne, sea una ocasión propicia para renovar nuestra conversión, pidiendo ayuda a la Santísima Virgen. 

Puer natus est nobis, et filius datus est nobis, cujus imperium super humerum ejus et vocabitur nomen ejus, magni consilii Angelus.

Un niño nos ha nacido y un Hijo nos ha sido dado, el cual lleva  sobre sus hombros el principado; y su nombre será Ángel del gran consejo.

(Is 9, 6, tomado del Introito de la tercera Misa del día de Navidad)

Sócrates Quintana, Adoración de los Reyes Magos, segundo o tercer cuarto del siglo XX, Casa de la Cultura Teodoro Cuesta (Mieres, España)

domingo, 17 de abril de 2022

Sábado Santo

 Miniatura de Evangeliario de Ada
(Imagen: Wikicommons)

El texto del Evangelio de hoy es el siguiente (Mt 25, 1-7): 

Pasado el sábado, ya para alborear el día primero de la semana, vino María Magdalena, con la otra María, a ver el sepulcro. Y sobrevino un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, removió la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Era su aspecto como el relámpago, y su vestidura blanca como la nieve. De miedo de él temblaron los guardias y se quedaron como muertos. El ángel, dirigiéndose a las mujeres, dijo: No temáis vosotras, pues sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí, ha resucitado, según lo había dicho. Venid y ved el sitio donde fue puesto. Id luego y decid a sus discípulos que ha resucitado de entre los muertos y que os precede a Galilea; allí lo veréis. Es lo que tenía que deciros.

***

El Sábado Santo ha sido tradicionalmente dedicado por la Iglesia a la contemplación del gran silencio y del dolor de María. En las Escrituras, María habla sólo lo estrictamente necesario. Sus últimas palabras fueron “Haced lo que Él os diga”. Pero en su silencio meditaba todo lo que iba guardando en su corazón (Lc 2, 20).

Pero ¡qué explosión de silenciosas verdades y de emociones en este día silencioso! ¡Qué caridad la del Padre, que no dudó en entregar a su Hijo por nosotros! ¡Qué caridad la del Hijo, que, por nosotros, no dudó en arrastrar al sufrimiento a su misma Madre! Porque bien pudo la Providencia haberse llevado a la Virgen al cielo antes de la Pasión, para que no fuera testigo de aquellos atroces sufrimientos; pero Él que lo entregó todo por nosotros, no dudó en entregar también a su Madre, que contempló, en el más profundo silencio, el Magno Dolor que nos ha redimido de la Magna Culpa. Que no se diga que el dolor compartido es menor: ¡el dolor compartido es doblemente doloroso! Y ¡que haya quienes, en su incomprensible impiedad, no consientan en llamar Corredentora a quien sufrió, en silencio, el filo de la espada que Simeón profetizó que había de traspasarle el alma!

Si la teología puede vacilar entre aceptar que la Virgen murió para participar de la muerte de su Hijo y aceptar que no murió por estar libre del pecado de origen, no puede dudar aquí del dolor que Ella soportó al pie de la Cruz, porque está documentado y descrito con toda la dura sobriedad de los Evangelios. Y no estuvo ahí en el desvanecimiento y desmayo de quien pierde noción de lo que ocurre a su alrededor, sino que estuvo de pie (stabat iuxta crucem Jesu mater eius), estuvo firme de pie (stabat), al lado de la Cruz, mirando con intensa mirada cada rictus de ese rostro moribundo, cada lento y doloroso movimiento de ese cuerpo torturado, cada palabra que salía de esa boca. Y Jesús no sólo la arrastra tras de sí hasta ese momento atroz, sino que la entrega, literalmente, a Juan, y en éste, nos la entrega a nosotros. “Y habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). ¡Tanto amó Dios al mundo… tanto nos amó Jesús a nosotros!

Y luego, antes de llevarlo a la tumba, le entregaron el cuerpo exánime del Hijo. Pero una mujer no quiere sólo la piel y las vísceras entreabiertas por la lanza de aquel que llevó en el útero: ella lo quiere a Él con su cuerpo y su alma, quiere su presencia. Pero Él ya se ha ido. Ya no está ahí en esos despojos. Sin duda la Virgen creyó que el Señor, como lo había anunciado tantas veces, había de resucitar; pero esa fe no devaluó ni el dolor del Hijo que fue clavado al madero ni el de la Madre que tuvo en su falda el cuerpo muerto.

Pero no sufrió María un dolor desesperado, sin sentido, rabioso, nihilista y aborrecible, sino que su dolor fue un padecimiento con esperanza. Y en el silencio de este Sábado ella espera dolorosamente. Así como el dolor de la Pasión y de la Muerte se reactualiza sacramentalmente para ser ofrecido al Padre en sacrificio, así se reactualiza el dolor sacramental de la Madre Corredentora: ella, hoy, sufre y su dolor es también ofrecido. Pero sufre con esperanza, con sentido. Y por eso conviene aquí recordar que la esperanza es una virtud teologal y, aunque parece la más pequeña, la menor (así la llamaba Péguy en su vasto poema) es tan indispensable para nuestra salvación como las otras dos.

Hoy es el día del silencio, del dolor de María, y de la esperanza. En el salmo de Maitines de hoy se dice “Una cosa pido al Señor, y es lo que busco: habitar en la casa del Señor toda mi vida” (Sal 26, 4). Y más adelante, movido el salmista por la preciosa esperanza que Dios infunde en nuestra alma y que debemos cultivar día a día, dice “Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor” (Sal 26, 13-14).

Annibale Carracci, Santas Mujeres ante la tumba de Cristo, 1590, Museo del Hermitage (Rusia)
(Imagen: Wikipedia)

sábado, 16 de abril de 2022

Viernes Santo

Miniatura de Evangeliario de Ada
(Imagen: Wikicommons)

El texto del Evangelio de hoy es el siguiente (Jn 18, 1-40; 19, 1-42):

Prisión de Jesús

Diciendo esto, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró con sus discípulos. Judas, el que había de traicionarle, conocía el sitio, porque muchas veces concurría allí Jesús con sus discípulos. Judas, pues, tomando la cohorte y los alguaciles de los pontífices y fariseos, vino allí con linternas, y hachas, y armas. Conociendo Jesús todo lo que iba a sucederle, salió y les dijo: ¿A quién buscáis? Respondiéronle: A Jesús Nazareno. Él les dijo: Yo soy. Judas, el traidor, estaba con ellos. Así que les dijo: Yo soy, retrocedieron y cayeron en tierra. Otra vez les preguntó: ¿A quién buscáis? Ellos dijeron: A Jesús Nazareno. Respondió Jesús: Ya os dije que Yo soy; si, pues, me buscáis a mí, dejad ir a éstos. Para que se cumpliese la palabra que había dicho: De los que me diste no se perdió ninguno. Simón Pedro, que tenía una espada, la sacó e hirió a un siervo del pontífice, cortándole la oreja derecha. Este siervo se llamaba Malco. Pero Jesús dijo a Pedro: Mete la espada en la vaina; el cáliz que me dio mi Padre, ¿no he de beberlo? La guardia, pues, y el tribuno, y los alguaciles de los judíos se apoderaron de Jesús y le ataron. Y le condujeron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, pontífice aquel año.

Jesús en el palacio del Sumo Pontífice

Era Caifás el que había aconsejado a los judíos: “Conviene que un hombre muera por el pueblo”. Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del pontífice y entró al tiempo que Jesús en el atrio del pontífice, mientras que Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió, pues, el otro discípulo, conocido del pontífice, y habló a la portera e introdujo a Pedro. La portera dijo a Pedro: ¿Eres tú acaso de los discípulos de este hombre? Él dijo: No soy. Los siervos del pontífice y los alguaciles habían preparado un brasero, porque hacía frío, y se calentaban, y Pedro estaba también con ellos calentándose. El Sumo Sacerdote preguntó a Jesús sobre sus discípulos y sobre su doctrina. Respondióle Jesús: Yo públicamente he hablado al mundo; siempre enseñé en las sinagogas y en el templo, adonde concurren todos los judíos; nada hablé en secreto, ¿qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído qué es lo que Yo les he hablado; ellos deben saber lo que les he dicho. Habiendo dicho esto Jesús, uno de los ministros, que estaba a su lado, le dio una bofetada, diciendo: ¿Así respondes al Sumo Sacerdote? Jesús le contestó: Si hablé mal, muéstrame en qué, y si bien, ¿por qué me pegas? Anás le envió atado a Caifás, el Sumo Sacerdote. Entretanto, Simón Pedro estaba de pie calentándose, y le dijeron: ¿No eres tú también de sus discípulos? Negó él, y dijo: No soy. Díjole uno de los siervos del pontífice, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja: ¿No te he visto yo en el huerto con Él? Pedro negó de nuevo, y al instante cantó el gallo.

Jesús ante Pilato

Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era muy de mañana. Ellos no entraron en el pretorio por no contaminarse, para poder comer la Pascua. Salió, pues, Pilato fuera y dijo: ¿Qué acusación traéis contra este hombre? Ellos respondieron, diciéndole: Si no fuera malhechor, no te lo traeríamos. Díjoles Pilato: Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley. Le dijeron entonces los judíos: Es que a nosotros no nos es permitido dar muerte a nadie. Para que se cumpliese la palabra que Jesús había dicho, significando de qué muerte había de morir. Entró Pilato de nuevo en el pretorio, y, llamando a Jesús, le dijo: ¿Eres tú el rey de los judíos? Respondió Jesús: ¿Por tu cuenta dices eso o te lo han dicho otros de mí? Pilato contestó: ¿Soy yo judío por ventura? Tu nación y los pontífices te han entregado a mí, ¿qué has hecho? Jesús respondió: Mi reino no es de este mundo; si de este mundo fuera mi reino, mis ministros habrían luchado para que no fuese entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí. Le dijo entonces Pilato: ¿Luego tú eres rey? Respondió Jesús: Tú dices que soy rey. Yo para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad oye mi voz. Pilato le dijo: ¿Y qué es la verdad? Y dicho esto, de nuevo salió a los judíos y les dijo: Yo no hallo en éste ningún crimen. Hay entre vosotros costumbre de que os suelte a uno en la Pascua ¿Queréis, pues, que os suelte al rey de los judíos? Entonces de nuevo gritaron diciendo: ¡No a éste, sino a Barrabás! Era Barrabás un bandolero. Tomó entonces Pilato a Jesús y mandó azotarle. Y los soldados, tejiendo una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, le vistieron un manto de púrpura y, acercándose a Él, le decían: Salve, rey de los judíos, y le daban bofetadas. Otra vez salió fuera Pilato y les dijo: Aquí os lo traigo, para que veáis que no hallo en El ningún crimen. Salió, pues, Jesús fuera con la corona de espinas y el manto de púrpura, y Pilato les dijo: Ahí tenéis al hombre. Cuando le vieron los príncipes de los sacerdotes y sus satélites, gritaron diciendo: ¡Crucifícale, crucifícale! Díjoles Pilato: Tomadlo vosotros y crucificadlo, pues yo no hallo crimen en Él. Respondieron los judíos: Nosotros tenemos una ley, y, según la ley, debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios. Cuando Pilato oyó estas palabras, temió más, y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús: ¿De dónde eres tú? Jesús no le dio respuesta ninguna. Díjole entonces Pilato: ¿A mí no me respondes? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte? Respondióle Jesús: No tendrías ningún poder sobre mí si no te hubiera sido dado de lo alto; por esto el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado. Desde entonces Pilato buscaba librarle; pero los judíos gritaron diciéndole: Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey va contra el César. Pero los judíos gritaron diciéndole: Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey va contra el César. Cuando oyó Pilato estas palabras, sacó a Jesús fuera y se sentó en el tribunal, en el sitio llamado “lithóstrotos”, en hebreo “gabbatha.” Era el día de la Parasceve, preparación de la Pascua, alrededor de la hora sexta. Dijo a los judíos: Ahí tenéis a vuestro rey. Pero ellos gritaron: ¡Quita, quita! ¡Crucifícale! Díjoles Pilato: ¿A vuestro rey voy a crucificar? Contestaron los príncipes de los sacerdotes: Nosotros no tenemos más rey que el César. Entonces se lo entregó para que le crucificasen. 

La crucifixión 

Tomaron, pues, a Jesús; que, llevando su cruz, salió al sitio llamado Calvario, que en hebreo se dice “Gólgota”, donde le crucificaron, y con Él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en medio. Escribió Pilato un título y lo puso sobre la cruz; estaba escrito: Jesús Nazareno, rey de los judíos. Muchos de los judíos leyeron ese título, porque estaba cerca de la ciudad el sitio donde fue crucificado Jesús, y estaba escrito en hebreo, en latín y en griego. Dijeron, pues, a Pilato los príncipes de los sacerdotes de los judíos: No escribas rey de los judíos, sino que Él ha dicho: Soy rey de los judíos. Respondió Pilato: Lo escrito, escrito está. Los soldados, una vez que hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida toda desde arriba. Dijéronse, pues, unos a otros: No la rasguemos, sino echemos suertes sobre ella para ver a quién le toca, a fin de que se cumpliese la Escritura: “Dividiéronse mis vestidos y sobre mi túnica echaron suertes”. Es lo que hicieron los soldados. Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaban allí, dijo a la madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.

Muerte de Jesús

Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba ya consumado, para que se cumpliera la Escritura dijo: Tengo sed: Había allí un botijo lleno de vinagre. Fijaron en un venablo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando hubo gustado el vinagre, dijo Jesús: Todo está acabado, e inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos, como era el día de la Parasceve, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el día de sábado, por ser día grande aquel sábado, rogaron a Pilato que les rompiesen las piernas y los quitasen. Vinieron, pues, los soldados y rompieron las piernas al primero y al otro que estaba crucificado con Él; pero llegando a Jesús, como le vieron ya muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; él sabe que dice verdad, para que vosotros creáis; porque esto sucedió para que se cumpliese la Escritura: “No romperéis ni uno de sus huesos”. Y otra Escritura dice también: “Mirarán al que traspasaron”.

Sepultura de Jesús

Después de esto, rogó a Pilato José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque secreto por temor de los judíos, que le permitiese tomar el cuerpo de Jesús, y Pilato se lo permitió. Vino, pues, y tomó su cuerpo. Llegó Nicodemo, el mismo que había venido a Él de noche al principio, y trajo una mezcla de mirra y áloe, como unas cien libras. Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo fajaron con bandas y aromas, según es costumbre sepultar entre los judíos. Había cerca del sitio donde fue crucificado un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual nadie aún había sido depositado. Allí, a causa de la Parasceve de los judíos, por estar cerca el monumento, pusieron a Jesús.

El Greco, La Crucifixión, 1597-1600, Museo del Prado
(Imagen: Museo del Prado)

***

En la narración de la Pasión según San Juan, que se lee en el oficio de hoy, los autores espirituales suelen destacar, entre las innumerables riquezas que sirven de fundamento a la contemplación, lo que se dice de San Pedro. “Iba Simón Pedro siguiendo a Jesús, con otro discípulo, conocido del Pontífice. Este otro discípulo entró con Jesús en el palacio del Pontífice”, y, como era amigo de la portera, le franqueó después la entrada a Pedro. En la narración de la Pasión que ofrece San Lucas, que se ha leído el Miércoles Santo, se dice que “Pedro le seguía de lejos”, y en el Evangelio de San Marcos, el evangelista más cercano a San Pedro, cuya narración leímos el Martes Santo, y que seguramente recogió los recuerdos de labios del propio Pedro, se dice que “Pedro le fue siguiendo a lo lejos, hasta dentro del palacio del Sumo Sacerdote”.

Detengámonos en este pasaje. Pedro siguió a Jesús, pero “de lejos”. El seguir de lejos a Jesús, sin comprometerse “exageradamente” con el Maestro (la exageración aquí ¿no es acaso posible? ¿no está la virtud en el medio, al cual suele llamarse aurea mediocritas?) lleva a menudo a negarlo, que es lo que Pedro terminó haciendo al poco rato. Este “seguir de lejos” es uno de los más graves peligros de la vida espiritual porque es, también, uno de los menos visibles (“¿acaso no vamos, después de todo, siguiendo a Jesús?”), pero acaba, cuando la prueba se hace dura y brutal, en la negación, que es lo que ocurrió a Pedro a poco de entrar en el patio del Pontífice.

Los autores espirituales suelen llamar tibieza a este “seguir de lejos”. Es decir, un creer y un amar, pero sin un verdadero ímpetu interior, sin una íntima pasión, dejándose siempre una vía de escape, por si acaso… Vía de escape que nuestra débil conciencia moral está siempre pronta a ofrecernos, en forma de justificaciones, de explicaciones que apelan a evitar la “exageración”, o a practicar el “discernimiento” que siempre encuentra excepciones, o a recurrir a discursos psicologizantes que nos recomiendan “dar rienda” para evitar el estrés, etc. A menudo se traduce la tibieza en un decir “Basta: es suficiente”. Pero decir “basta” en la vida espiritual, disminuyendo el tranco o deteniéndose, es retroceder. Lo dice nada menos que San Agustín. Así de simple: es perder lo ganado, es despreciar el bien que Dios nos ha concedido hasta ahora. Es un “volverse a las creaturas” para echarles otra mirada más, una mirada que añora, que echa de menos… y que instala la duda y debilita la voluntad, que el Señor nos ha ido fortaleciendo generosamente. 

Hay algunos grandes santos que han verdaderamente dado oídos a lo que dice el Señor: “mi yugo es suave, y mi carga ligera”. Y se han dado cuenta de que el Señor es verdaderamente nuestro Cireneo que, aún esa “carga ligera”, nos la hace todavía más fácil de llevar. Y han entonces tendido con máxima generosidad a la perfección, llegando a formular, como Santa Teresa de Ávila, el voto de hacer siempre lo que le pareciera más perfecto (o sea, de apartarse lo más radicalmente posible de ese “seguir de lejos” al Señor). Pero aun en la vida cotidiana del ser humano corriente, no necesariamente cristiano, se oye a cada instante el caso de madres que “lo dan todo por sus hijos” y, más todavía, sin un esfuerzo aparente. Es que el cariño es el gran Cireneo. Y Jesús, con el amor sobrenatural que nos comunica si “lo seguimos de cerca”, es el supremo Cireneo de la vida cristiana. 

Naturalmente, la autoexigencia, igual que la tibieza, puede ser una terrible enfermedad espiritual, sobre todo en naturalezas psicológicamente débiles, expuestas a caer en neurosis y obsesiones. Por eso resulta indispensable en la vida del alma contar con un director espiritual (lo que hoy suele denominarse, por la frenética huida de toda tradición, que es lo que impera, “acompañamiento espiritual”). Quizá se nos entenderá mejor si hablamos de un “gurú”, o si traemos a la mente la imagen de esos viejos “maestros” de las artes marciales que vemos en películas, quienes aconsejan, mirando desde afuera, nuestros esfuerzos, y nos guían con una crítica prudente y positiva, para evitar los excesos de una pasión religiosa desbocada (toda pasión es “desbocable”, y la religiosa no es una excepción).

Es aquí donde la Iglesia, en su milenaria sabiduría, ha hecho intervenir el tino y la medida, y ha propuesto siempre recurrir al consejo de quienes nos rodean (es lo que se conoce como “corrección fraterna”), pero especialmente al de quienes, entre ellos, son más experimentados y tienen más estudios. 

¿Cuán “lejos” es seguir a Jesús “de lejos”; cuán cerca es lo que se nos pide que le sigamos? Como en todo juicio, que versa siempre sobre una cuestión individual y específica, se requiere de un juez, un “director espiritual”, que nos ayude con su dictamen. Sin él, es difícil calibrar la proximidad o la lejanía de nuestro seguir a Jesús, de nuestra “imitación de Cristo”, en que se resume la práctica de la virtud sobrenatural.

Luis de Morales, La Piedad del Divino Morales, circa 1560, Museo del Ángel (Sevilla)
(Imagen: Gente de Paz)

Nota de la Redacción: Para la transcripción del relato de la Pasión según San Juan se ha utilizado la versión de la Biblia Nácar-Colunga, cuya traducción al castellano proviene de los textos originales en griego y hebreo. Los títulos para separar los distintos momentos vividos por Jesús entre la noche del Jueves Santo y la tarde del Viernes Santo están tomados del Misal diario y Vesperal de Dom Gaspar Lefebvre. 

viernes, 15 de abril de 2022

La estética del recogimiento en siete obras de arte

Les ofrecemos hoy, el día en que la Iglesia conmemora la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, un interesante reportaje publicado en Visión Informa, un periódico quincenal desarrollado por la Dirección de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica de Chile para contar a la comunidad las novedades que ocurren al interior de dicha casa de estudios. El número de esta quincena está dedicado a la Semana Semana, conocida también como Semana Mayor por su importancia dentro del Año litúrgico. Ahí se incluye el reportaje de la periodista Marcela Guzmán que compartimos, donde se hace un recorrido sobre el sentido cristiano del recogimiento a través del arte, invitándonos a meditar a partir de las obras elegidas.

El artículo ha sido adaptado al formato habitual de esta bitácora y también corregido en cuanto a su estilo, agregando algunas explicaciones y enlaces. Las imágenes proceden de Wikicommons, como también sucede en la versión original, salvo el primer ícono. 
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La estética del recogimiento en siete obras de arte

Marcela Guzmán

Entre las diversas expresiones artísticas religiosas destaca la rica iconografía en torno los diferentes episodios bíblicos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo que se evocan en Semana Santa. Artistas de todos los tiempos han dedicado parte importante de su obra a interpretar las escenas más significativas de la vida de Cristo, acentuando la dimensión mística y religiosa a través de la estética.

"Los tiempos litúrgicos como la Semana Santa se viven y se van construyendo en función de los relatos bíblicos del Nuevo Testamento. Allí se narran estos acontecimientos de la vida de Jesús que son el centro del ciclo pascual que abre un nuevo tiempo", señala Federico Aguirre, vicedecano de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

(Imagen: Pinterest)

En la historia del arte y también en la vida de la Iglesia "se han desarrollado imágenes con un fundamento muy fuerte en el hecho de que Dios se hizo hombre, con un rostro donde su imagen se muestra y se revela. Lo interesante es que estas imágenes van mostrando lo que dicen los relatos bíblicos de una manera mucho más directa, a través de la contemplación y, además, incorporan ciertos elementos que no están en los relatos, pero que forman parte de la tradición", señala el profesor Aguirre, que experto en teología del arte y pintura de íconos religiosos.

Hay que hacer una distinción importante entre aquellas imágenes religiosas y las imágenes de culto. Las representaciones artísticas, por ejemplo de Semana Santa, son descritas por el teólogo italiano Romano Guardini como las primeras. Es decir, “son imágenes de contenido religioso, pero que se mueven en el campo de la apreciación estética”, y son diferentes a aquellas imágenes de culto, explica Federico Aguirre. En cambio, las segundas “se reproducen y se reciben en el contexto del culto y de una comunidad creyente que ocupa la imagen como un instrumento para conectarse con lo sagrado. Por tanto, esta imagen tiene funciones y una forma de producirse que no necesariamente responden a los cánones de apreciación artística de cada época, como los íconos bizantinos”.

Entre las representaciones iconográficas que destacan dentro del ciclo pascual están, por ejemplo, la entrada de Jesús a Jerusalén, la Última Cena con los apóstoles, la coronación de espinas, y la Crucifixión, Muerte y Resurrección. A lo largo de la historia del arte son innumerables las obras que abordan estos tipos iconográficos, dándole una nueva dimensión al relato religioso de Semana Santa a través del arte. Ofrecemos aquí un recorrido por siete de ellas.

1. Entrada en Jerusalén, de Giotto di Bondone (1302-1305).

La capilla Scrovegni o capilla de la Arena en Padua, Italia, alberga en su interior uno de los más afamados conjuntos murales realizados en pleno Trecento italiano (siglo XIV). Compuesto entre los años 1302 y 1305, la Entrada en Jerusalén, de Giotto di Bodone (1267-1337), muestra a Jesús sobre un pollino–un símbolo de humildad– y a cuyos pies un hombre extiende su manto, que se quita para recibirlo. En el Domingo de Ramos, el Mesías es acompañado por sus discípulos y recibido con esperanza y alegría a su llegada a la ciudad santa, incluso por personas trepadas sobre los árboles para ver mejor la escena (Mt 21, 1-11; Mc 11, 1-11; Lc 19, 28-44; Jn 12, 12-19).

Giotto di Bondone, Entrada en Jerusalén (1302-1305)

2. La Última Cena, de Leonardo Da Vinci (1495-1498)

Este fresco del artista renacentista por antonomasia, Leonardo Da Vinci (1452-1519), fue realizado entre los años 1495 y 1498 en una de las paredes del refectorio del convento dominico de Santa Maria delle Grazie, en Milán, Italia.

Este mural representa la última comida que tuvo Jesús con sus apóstoles, celebrada la noche del Jueves Santo en Jerusalén, como conmemoración de la Pascua judía (Mt 26, 17–30; Mc 14, 12–26; Lc 22, 7–39; Jn 13, 1–17). Mide más de 4 metros de alto por casi 9 metros de ancho y fue encargado a Leonardo por el duque Ludovico Sforza. A diferencia de los frescos tradicionales, La Última Cena fue realizado con temple y óleo sobre capas de yeso. Por la maestría de Leonardo y la majestuosidad de la obra, este mural es considerado como una de las mejores obras pictóricas del mundo, como se comprueba con el gran número de visitas que recibe cada año. Fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1980.

Leonardo Da Vinci, La Última Cena, 1495-1498

3. La coronación de espinas, de Anthony Van Dyck (1620).

La escena de la coronación de espinas ha sido representada por artistas como El Bosco, Tiziano o Caravaggio. En este célebre óleo realizado por el pintor flamenco Anthony Van Dyck (1599-1641) cerca del año 1620, Jesús es vestido y coronado con espinas –con un dejo de burla– como el rey de los judíos. El cuadro que recrea los crudos acontecimientos que componen la Pasión de Jesús durante el Viernes Santo se encuentra en el Museo del Prado, en Madrid, desde 1839 y, a lo largo de su historia, estuvo en posesión de Rubens y Felipe IV.

Anthony van Dyck, La coronación de espinas, 1620

4. Cristo abrazando a la cruz, de El Greco

Esta fue una de las escenas ampliamente desarrolladas por los artistas de la sociedad toledana de la Contrarreforma, que la liturgia cristiana revive en el Vía Crucis (Mt 27, 31-33; Mc 15, 20-22,; Lc 23, 26-32; Jn 19, 16-18​). Doménikos Theotokópoulos (1541-1614), conocido por su apodo de El Greco, representa en esta obra del año 1580 a Jesús cargando la cruz con ojos lagrimosos, pero con serenidad, en su camino por el Calvario del Viernes Santo. El pintor cretense muestra una figura alargada de Jesús, donde los pliegues de su túnica están modelados con luz y color al estilo de la escuela veneciana. Cristo abrazando a la Cruz está actualmente en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (MOMA).

El Greco, Cristo abrazando la cruz, 1580

5. Cristo crucificado, de Diego de Velázquez (1632).

También custodiada por el Museo del Prado, en Madrid, esta pintura al óleo sobre lienzo del pintor español Diego de Velázquez (1599-1660) –considerado uno de los máximos exponentes del barroco español– entrega otra de las escenas cruciales de Semana Santa y punto cúlmine de la economía de la salvación: la Crucifixión. En Cristo crucificado (conocido también como Cristo de San Plácido, dado que en su origen estuvo situado el Convento de San Plácido de Madrid), obra realizada en el año 1632, su autor muestra a Jesús en un desnudo frontal sin más apoyo narrativo que su misma figura, captando con maestría la belleza y la expresión serena de Jesús crucificado. La atmósfera de la obra se ve realzada por la unión de la humana corporalidad del Mesías y su divinidad. Cabe recordar que, durante la Semana Santa, se leen los cuatro relatos de la Pasión ofrecidos por los Evangelistas: se comienza el Domingo de Ramos (II Domingo de Pasión) con la Pasión según San Mateo, se sigue el Martes Santo con la Pasión según San Marcos, se continúa el Miércoles Santo con la Pasión según San Lucas, y se concluye con el mediante la lectura de la Pasión según San Juan. 

Diego de Velásquez, Cristo crucificado, 1632

6. La piedad, de Miguel Ángel (1498-14998)

Esta magnífica obra escultórica representa el momento en el que una bella y piadosa Virgen María sostiene a Cristo, su Divino Hijo, ya muerto. Miguel Ángel Buonarotti (1475-1564) comenzó a trabajar en ella cuando tenía 24 años, escogiendo personalmente el bloque de mármol más apropiado para la obra, en las canteras de los Alpes Apuanos de la Toscana italiana. La Piedad del Vaticano, o simplemente Pietà, es un grupo escultórico realizado en mármol entre los años 1498 y 1499, y fue encargada al artista italiano por el cardenal de Saint Denis, Jean Bilhères de Lagraulas o de Villiers, embajador de la Corona francesa ante la Santa Sede, al que el artista conoció en Roma. En esta obra escultórica que representa una de las escenas del Viernes Santo y que hoy se encuentra en la primera capilla de la derecha de la Basílica de San Pedro del Vaticano, puede leerse "Miguel Ángel Buonarroti, florentino, lo hizo".

Miguel Ángel Buonarotti, La Piedad, 1498-1499

7. La resurrección de Cristo, de Rafael Sanzio

La resurrección de Cristo, del maestro renacentista Rafael Sanzio (1483-1520), es posiblemente una de las primeras obras de este artista florentino. Realizada entre los años 1499 y 1502 y en un pequeño formato de 52 cm. x 44 cm., la obra representa uno de los acontecimientos más importantes de la doctrina cristina y su teología: la resurrección de Jesús, que se conmemora en la Vigilia Pascual y el Domingo de Gloria. Según los textos del Nuevo Testamento, Jesús fue crucificado, muerto y puesto en un sepulcro excavado en piedra, resucitando al tercer día. El cuadro, donde Cristo resucitado sostiene un estandarte y se eleva por sobre cuatro soldados, se convirtió en una de las escenas pictóricas más representadas en el Renacimiento.

Rafael Sanzio, La resurrección de Cristo, 1499-1502

Jueves Santo

Miniatura de Evangeliario de Ada
(Imagen: Wikicommons)

El texto del Evangelio de hoy es el siguiente (Jn 13, 1-15):

“La víspera del día solemne de Pascua, sabiendo Jesús que era llegada la hora de su tránsito de este mundo al Padre, como hubiese amado a los suyos, que vivían en el mundo, los amó hasta el fin. Y así, acabada la cena, cuando ya el diablo había sugerido al corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, el designio de entregarle, Jesús, sabiendo que el Padre le había puesto todas las cosas en sus manos, y que como había venido de Dios a Dios volvía, levántase de la mesa y quítase sus vestidos, y habiendo tomado una toalla, se la ciñe. Echa después agua en una jofaina, y pónese a lavar los pies de los discípulos y a limpiarlos con la toalla que se había ceñido. Viene a Simón Pedro, y Pedro le dice: ¡Señor! ¿Tú lavarme a mí los pies? Respondióle Jesús, y le dijo: Lo que Yo hago tú no lo entiendes ahora, lo entenderás después. Dícele Pedro: ¡Jamás me lavarás Tú a mí los pies! Respondióle Jesús: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Dícele Simón Pedro: ¡Señor! No solamente los pies, sino las manos también y la cabeza. Jesús le dice: El que acaba de lavarse, no necesita lavarse más que los pies, estando como está limpio todo lo demás. Y en cuanto a vosotros, limpios estáis, mas no todos. Como sabía quién era el que la había de hacer traición, por eso dijo: No todos estáis limpios. Habiéndoles ya lavado los pies y tomando otra vez su vestido, puesto de nuevo a la mesa, les dijo: ¿Sabéis lo que acabo de hacer con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si Yo, que soy el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, debéis vosotros también lavaros los pies uno a otro. Ejemplo os he dado, para que así como Yo he hecho con vosotros, así lo hagáis también vosotros”.

 ***

San Juan, cuyo Evangelio agrega cosas que los otros tres evangelistas, en su concisión, han omitido, trae esta espléndida escena, en que la impetuosidad de Pedro (“no sólo los pies, sino las manos también y la cabeza”) seguramente habrá causado hilaridad en los presentes, y en que, precisamente en el día de la institución de la Sagrada Eucaristía, pone en primer plano el tema de la purificación antes de acercarse a las cosas santas. En el rito mozárabe el Sacerdote, antes de proceder a distribuir la comunión a los fieles, proclama “¡Las cosas santas para los santos!”, y lo mismo sucede en otros antiguos ritos cristianos.

Por su parte, San Pablo, en un texto que, luego de la llamada “reforma” litúrgica de la década de 1960, ya no se lee más en su integridad en la liturgia católica, y que hoy se lee en la Epístola de la Misa (1 Co 11, 20-32), nos dice: “Examínese cada uno a sí mismo”. Jesús dice a sus discípulos: “Vosotros estáis limpios” y añade después: “mas no todos”. Del mismo modo nos dice el Apóstol que hay quienes se hacen reos del cuerpo y de la sangre del Señor. Temamos la muerte de éstos y examinémonos a nosotros mismos; examinemos nuestra conciencia antes de acercarnos a la Sagrada Mesa. El pecado mortal y el afecto al pecado, trocarían en veneno el alimento que da la vida al alma. Si debemos tener gran reverencia a la Mesa del Señor, para presentarnos a ella sin las manchas por las cuales pierde el alma toda semejanza con Dios y la entrega a los dardos terribles del diablo, debemos también, por respeto a la santidad divina que va a venir a nosotros, purificar hasta las más leves manchas, con las que pudiéramos ofenderla.

Hoy suele decirse, con engañosa condescendencia, incoherente con la escena que acabamos de contemplar, que “la Eucaristía no es para los santos sino para los pecadores”, y que es el alimento que éstos necesitan para salir del pecado. Sin duda la Eucaristía es tal alimento, y lo es para los pecadores: todos somos pecadores mientras dura nuestra vida sobre la tierra; pero ello no nos dispensa del examen de conciencia que, so pena de ser reos de muerte si lo omitimos, prescribe el Señor a través de San Pablo, ni de la limpieza que el propio Jesús nos enseña en este Evangelio. Hay algo de incoherente en esas largas filas que, amparadas por una falsa doctrina, se acercan al comulgatorio cuando se piensa en lo cortas, y aún muy cortas, que son las filas ante el confesonario. El ser pecadores y necesitar de la Eucaristía no nos exime de lavarnos los pies (“y las manos también y la cabeza”) para acercarnos dignamente a recibir el alimento que nos ayudará a salir de nuestra condición pecadora. Sí, vivimos en una condición pecadora; pero debemos pedir perdón por los pecados específicos y concretos que en ella cometemos antes de acercarnos al Santo de los Santos. Si fuera necesario otro episodio en que el Señor mismo nos previene sobre la necesidad de presentarnos dignamente ante Él, recordemos la parábola de las bodas en que el rey sale a saludar a los invitados y se encuentra con que uno de éstos se ha presentado sin estar adecuadamente vestido: se trata, recordemos, de invitados que han sido “obligados a entrar”; sin embargo, el rey dice al sujeto: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda? El enmudeció. Entonces el rey dijo a sus ministros: Atadle de pies y manos y arrojadle a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y crujir de dientes” (Mt 22, 11-13).

Antonio Arias Fernández, Jesucristo lavando los pies a San Pedro, 1670, Museo del Prado (España)
(Imagen: Museo del Prado)

lunes, 27 de diciembre de 2021

Domingo de la infraoctava de Navidad

Miniatura de Evangeliario de Ada
(Imagen: Wikicommons)

El texto del Evangelio de hoy es el siguiente (Lc 2, 33-40):

“En aquel tiempo, José y María, madre de Jesús, estaban maravillados de lo que oían decir de Él. Y los bendijo Simeón y dijo a María, su madre: Sábete que Éste ha sido puesto para ruina y para resurrección de muchos en Israel y como signo de contradicción; y una espada traspasará tu alma, para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones. Había allí una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser; ésta era ya muy anciana y había vivido siete años con su marido desde su virginidad. Y esta viuda, que tenía 84 años, no se apartaba del Templo, sirviendo en él día y noche con ayunos y oraciones. Ésta, pues, sobreviniendo a la misma hora, alababa al Señor, y hablaba de Él a todos los que esperaban la redención de Israel. Y cuando hubieron cumplido todas las cosas conforme a la Ley del Señor, volviéronse a Galilea, a su ciudad de Nazaret. Y el Niño crecía y se robustecía, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba en Él”.

 ***

Después de la dulzura de la Navidad, que el mundo actual ha transformado en abominable azucaramiento desprovisto de todo sentido, la Iglesia nos recuerda, de inmediato, que el Niño que ha nacido no es sólo motivo de arrobamiento y gratitud a Dios por la inefable bondad que ha tenido con nosotros al entregar a su Hijo por nuestra salvación. Por el contrario, inmediatamente nos hace presente la otra cara de la medalla, ésa que los pastores modernistas actuales le escamotean escandalosamente al Pueblo de Dios poniendo en terrible peligro precisamente esa salvación que el Niño nos trae: porque, en efecto, no es cierto que ya estamos todos salvados y que nos encontramos ya en la otra orilla, la orilla segura, de la cual nada ni nadie podrá arrancarnos. No. Estamos todavía en la lucha cotidiana, que sostenemos merced a la gracia salvadora que nos trae Jesús recién nacido. Y aunque sea una batalla cuya victoria se nos asegura si somos fieles, podemos no serlo y perder esta guerra: como dice San Pablo, “no es nuestra lucha contra la sangre y la carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires” (Ef 6, 12). Y si perdemos la batalla, ese Niño, esa misma Divina creaturita que yace hoy en el pesebre, será el Juez que nos ha de juzgar en el momento siguiente a nuestra muerte, dándonos en pago la ruina si no hemos sabido aprovecharnos de su bondad. Todo bondad hasta que morimos. Todo severidad desde que morimos.

Porque tal es la realidad que nos revela el Evangelio de hoy. Ese Jesús accesible con sólo desearlo, esa fuente infinita de bondad y misericordia que ha de manar para nosotros hasta el último instante de nuestra vida, se transformará, en el primer instante que sigue a esta vida terrena, en un abrir y cerrar de ojos, en el juez riguroso y severo, que no dejará céntimo sin cobrar (cf. Mt 5, 26) y que, llegado el caso de merecerlo, nos enviará al lugar de la oscuridad donde rechinan los dientes, “donde el gusano no muere ni el fuego se apaga” (Mc 9, 48), sin que haya ya una muerte segunda que nos libre de ambos. “Terrible cosa es caer en las manos del Dios vivo” (Hb 10, 31), “el que tiene la llave de David, que abre y nadie cierra, y cierra y nadie abre” (Ap 3, 7).

“Ah”, dicen los modernistas, “religión del castigo y del miedo; religión de un Dios veterotestamentario y cruel, que no atrae a la salvación, que, por el contrario, repele y atemoriza y hace huir a quienes lo miran”. Como si hubiera dos dioses: el del Antiguo Testamento, y el del Nuevo Testamento. Como si el del Nuevo Testamento fuera absolutamente Otro, que no condena, que no castiga, que no amenaza, que no es “ruina […] para muchos en Israel”, como dice el Evangelio de hoy.

Tal es la predicación mentirosa y peor, herética, que muchos pastores realizan hoy, dando la salvación individual como un hecho, negando el castigo eterno (“sería una crueldad inaceptable en un Dios”), y reemplazándolo, a lo más, por una aniquilación que reduce al hombre a la nada y le evita tener que sufrir por el mal que, en vida, se deleitó haciendo. Ni el agnóstico de Kant concibió tamaña injusticia: para este filósofo, la existencia de Dios venía exigida por la aplicación de la justicia, en otra existencia, a los malos que no han recibido su castigo en esta vida. Pero esos pastores no se rinden ni ante el mensaje expreso del Evangelio ni ante la especulación de la filosofía. Así se han endurecido en su error y así hacen errar a sus ovejas.

El Evangelio de hoy nos ofrece, pues, la posibilidad de contemplar algo tan maravilloso como realista: ese mismo Jesús que, hasta que exhalemos nuestro último suspiro es un Dios que derrocha misericordia y perdón a quien meramente se lo pide, es también un Juez insobornable que, por amor a la Justicia, no perdona ni la ofensa más insignificante.

La presentación de Jesús en el Templo, con la profetiza Ana de rodillas ante el Mesías al que comienza a anunciar

sábado, 25 de diciembre de 2021

Feliz Pascua de Navidad

La Asociación de Artes Cristianas y Litúrgicas Magnificat, capítulo chileno de la Federación Internacional Una Voce, desea a todos sus feligreses y bienhechores, así como a los lectores de esta bitácora, una muy feliz y santa Pascua de Navidad. Que este día, en el cual el Salvador se hizo carne, sea una ocasión propicia para renovar nuestra conversión, pidiendo ayuda a la Santísima Virgen. 

Exsulta satis, filia Sion; iubila, filia Ierusalem. Ecce rex tuus venit tibi iustus et salvator ipse

Regocígate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén. Mira que tu rey viene a ti, el Santo, el Salvador del mundo

(Zach 9, 9, tomado de la Comunión de la Misa de la Aurora del día de Navidad)

Federico Barocci, La Natividad, 1597, Museo del Prado (Madrid, España) 
(Imagen: Museo del Prado)

lunes, 13 de diciembre de 2021

Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe (12 de diciembre)

Miniatura de Evangeliario de Ada
(Imagen: Wikicommons)

El texto del Evangelio de hoy es el siguiente (Lc 1, 39-47):

“En aquel tiempo, partió María presurosa por las serranías, a una ciudad de Judá; y habiendo entrado en casa de Zacarías, saludó a Isabel. Al oír Isabel el saludo de María, el niño saltó de gozo en su vientre, e Isabel se sintió llena del Espíritu Santo, y exclamando en alta voz dijo: ¡Bendita tu entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre! Y ¿de dónde a mí tanto bien que venga la Madre de mi Señor a mí? Pues lo mismo fue llegar la voz de tu saludo a mis oídos, que dar saltos de júbilo la criatura en mi seno. ¡Bienaventurada tú que has creído! Porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor. Y dijo María: Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu salta de gozo al pensar en Dios, Salvador mío”.

***

En el estilo parco, conciso y denso de este pasaje, vemos a dos mujeres que, llenas ambas del Espíritu Santo, profetizan con palabras que la Cristiandad, maravillada, repite día tras día, y a cada hora, desde hace dos mil años.

Hoy, fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de América y piedra sobre la cual se edifica la fe en este continente, recordemos ese otro precioso diálogo entre la Virgen y, esta vez, el indio Juan Diego, al cual Ella se apareció en el cerro de Tepeyac, donde se edificó luego, en cumplimiento de su voluntad, el santuario que hoy existe.

“Era sábado, muy de madrugada, venía en pos de Dios y de sus mandatos. Y al llegar cerca del cerrito llamado Tepeyac ya amanecía. Oyó cantar sobre el cerrito, como el canto de muchos pájaros finos; al cesar sus voces, como que les respondía el cerro, sobremanera suaves, deleitosos, sus cantos sobrepujaban al del coyoltototl y del tzinitzcan y al de otros pájaros finos.

“Se detuvo a ver Juan Diego. Se dijo: ¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo? ¿Quizá nomás lo estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños? ¿Dónde estoy? ¿Dónde me veo? ¿Acaso allá donde dejaron dicho los antiguos nuestros antepasados, nuestros abuelos: en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne, de nuestro sustento; acaso en la tierra celestial?

“Y cuando cesó de pronto el canto, cuando dejó de oírse, entonces oyó que lo llamaban, de arriba del cerrillo, le decían: “Juanito, Juan Dieguito”.

“Y cuando llegó a la cumbre del cerrillo, cuando lo vió una Doncella que allí estaba de pie, lo llamó para que fuera cerca de Ella. Y cuando llegó frente a Ella mucho admiró en qué manera sobre toda ponderación aventajaba su perfecta grandeza: su vestido relucía como el sol, como que reverberaba, y la piedra, el risco en el que estaba de pie, como que lanzaba rayos; el resplandor de Ella como preciosas piedras, como ajorca (todo lo más bello) parecía. En su presencia se postró. Escuchó su aliento, su palabra, que era extremadamente glorificadora, sumamente afable, como de quien lo atraía y estimaba mucho.

“Le dijo:

Escucha , hijo mío el menor, Juanito ¿a donde te diriges?

“Y él le contestó:

Mi Señora, Reina, Muchachita mía, allá llegaré, a tu casita de México Tlatilolco, a seguir las cosas de Dios que nos dan, que nos enseñan quienes son las imágenes de Nuestro Señor: nuestros Sacerdotes.

“En seguida, con esto dialoga con él, le descubre su preciosa voluntad; le dice:

“Sábelo, ten por cierto, hijo mío el más pequeño, que yo soy la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del Verdaderísimo Dios por quien se vive, el Creador de las personas, el Dueño de la cercanía y de la inmediación, el Dueño del cielo, el Dueño de la tierra. Mucho quiero, mucho deseo que aquí me levante mi casita sagrada en donde lo mostraré, lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto: lo daré a las gentes en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación: porque yo en verdad soy vuestra Madre compasiva, tuya y de todos los hombres que en esta tierra estáis en uno, y de las demás variadas estirpes de hombres, mis amadores, los que a Mí clamen, los que me busquen, los que confíen en Mí, porque allí les escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores.

“Y para realizar lo que pretende mi compasiva mirada misericordiosa, anda al palacio del obispo de México, y le dirás como yo te envío, para que le descubras como mucho deseo que aquí me provea de una casa, me erija en el llano mi templo; todo le contarás, cuanto has visto y admirado, y lo que has oído y ten por seguro que mucho lo agradeceré y lo pagaré, que por ello te enriqueceré, te glorificaré; y mucho de allí merecerás con que yo retribuya tu cansancio, tu servicio con que vas a solicitar el asunto al que te envío. Ya has oído, hijo mío el menor, mi aliento, mi palabra; anda, haz lo que esté de tu parte”.

“E inmediatamente en su presencia se postró; le dijo:

Señora mía, Niña, ya voy a realizar tu venerable aliento, tu venerable palabra; por ahora de Ti me aparto, yo, tu pobre indito.

[Juan Diego se presentó ante el obispo, quien no le dio crédito. Y volviendo por el mismo camino, se le apareció de nuevo la Virgen].

Pintura de San Juan Diego en la Básilica de Nuestra Señora de Guadalupe
(Imagen: Wikipedia)

“Y en cuanto la vio, ante Ella se postró, se arrojó por tierra, le dijo:

“Patroncita, Señora, Reina, Hija mía la más pequeña, mi Muchachita, ya fui a donde me mandaste a cumplir tu amable aliento, tu amable palabra; aunque difícilmente entré a donde es el lugar del Gobernante Sacerdote, lo vi, ante él expuse tu aliento, tu palabra, como me lo mandaste. Me recibió amablemente y lo escuchó perfectamente, pero, por lo que me respondió, como que no lo entendió, no lo tiene por cierto. Me dijo: “Otra vez vendrás; aun con calma te escucharé, bien aun desde el principio veré por lo que has venido, tu deseo, tu voluntad.” Bien en ello miré, según me respondió, que piensa que tu casa que quieres que te hagan aquí, tal vez yo nada más lo invento, o que tal vez no es de tus labios; mucho te suplico, Señora mía, Reina, Muchachita mía, que a alguno de los nobles, estimados, que sea conocido, respetado, honrado, le encargues que conduzca, que lleve tu amable aliento, tu amable palabra para que le crean. Porque en verdad yo soy un hombre del campo, soy mecapal, soy parihuela, soy cola, soy ala; yo mismo necesito ser conducido, llevado a cuestas, no es lugar de mi andar ni de mi detenerme allá a donde me envías, Virgencita mía, Hija mía menor, Señora, Niña; por favor dispénsame: afligiré con pena tu rostro, tu corazón; iré a caer en tu enojo, en tu disgusto, Señora Dueña mía.

“Le respondió la Perfecta Virgen, digna de honra y veneración:

“Escucha, el más pequeño de mis hijos, ten por cierto que no son escasos mis servidores, mis mensajeros, a quienes encargue que lleven mi aliento, mi palabra, para que efectúen mi voluntad; pero es muy necesario que tú, personalmente vayas, ruegues, que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto mi querer, mi voluntad. Y mucho te ruego, hijo mío el menor, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al obispo y de mi parte hazle saber, hazle oír mi querer, mi voluntad, para que realice, haga mi templo que le pido. Y bien, de nuevo dile de qué modo yo, personalmente, la Siempre Virgen Santa María, yo, que soy la Madre de Dios, te mando.

“Juan Diego, por su parte, le respondió, le dijo:

”Señora mía, Reina, Muchachita mía, que no angustie yo con pena tu rostro, tu corazón; con todo gusto iré a poner por obra tu aliento, tu palabra; de ninguna manera lo dejaré de hacer, ni estimo por molesto el camino. Iré a poner en obra tu voluntad, pero tal vez no seré oído, y si fuere oído quizás no seré creído. Mañana en la tarde, cuando se meta el sol, vendré a devolver a tu palabra, a tu aliento, lo que me responda el Gobernante Sacerdote. Ya me despido de Ti respetuosamente, Hija mía la más pequeña, Jovencita, Señora, Niña mía, descansa otro poquito”.

[Ante esta insistencia de Juan Diego, el obispo le dice que comunique a la aparición que necesita una prueba de lo que manda. Y Juan Diego se encuentra de nuevo con la Virgen].

“Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del Señor Obispo; la que, oída por la Señora, le dijo:

“Bien está, hijito mío, volverás aquí mañana para que lleves al obispo la señal que te ha pedido; con eso te creerá y acerca de esto ya no dudará ni de ti sospechará; y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has impendido. Ea, vete ahora; que mañana aquí te aguardo.

[Pero Juan Diego, asustado, no volvió. Y al otro día, hizo un rodeo para no encontrarse con Ella; pero Ella le salió al encuentro].

“Le vino a salir al encuentro a un lado del cerro, le vino a atajar los pasos; le dijo:

“¿Qué pasa, el más pequeño de mis hijos? ¿a donde vas, a donde te diriges?

“Y él, ¿tal vez un poco se apenó, o quizá se avergonzó? ¿o tal vez de ello se espantó, se puso temeroso? En su presencia se postró, la saludó, le dijo:

“Mi Jovencita, Hija mía la más pequeña, Niña mía, ojalá que estés contenta; ¿cómo amaneciste? ¿Acaso sientes bien tu amado cuerpecito, Señora mía, Niña mía?  Con pena angustiaré tu rostro, tu corazón: te hago saber, Muchachita mía, que está muy grave un servidor tuyo, tío mío. Una gran enfermedad se le ha asentado, seguro que pronto va a morir de ella. Y ahora iré de prisa a tu casita de México, a llamar a alguno de los amados de Nuestro Señor, de nuestros Sacerdotes, para que vaya a confesarlo y a prepararlo, porque en realidad para ello nacimos, los que vinimos a esperar el trabajo de nuestra muerte. Mas, si voy a llevarlo a efecto, luego aquí otra vez volveré para ir a llevar tu aliento, tu palabra, Señora, Jovencita mía. Te ruego me perdones, tenme todavía un poco de paciencia, porque con ello no te engaño, Hija mía la menor, Niña mía, mañana sin falta vendré a toda prisa.

“En cuanto oyó las razones de Juan Diego, le respondió la Piadosa Perfecta Virgen:

“Escucha, ponlo en tu corazón, hijo mío el menor, que no es nada lo que te espantó, lo que te afligió; que no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad ni ninguna otra enfermedad ni cosa punzante, aflictiva. ¿No estoy aquí yo, que soy tu Madre? ¿no estás bajo mi sombra y resguardo? ¿no soy yo la fuente de tu alegría? ¿no estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿tienes necesidad de alguna otra cosa? Que ninguna otra cosa te aflija, te perturbe; que no te apriete con pena la enfermedad de tu tío, porque de ella no morirá por ahora: ten por cierto que ya está  bueno.

“Y la Reina Celestial luego le mandó que subiera a la cumbre del cerrillo, en donde antes la veía; y le dijo:

Sube, hijo mío el menor, a la cumbre del cerrillo, a donde me viste y te di órdenes;  allí verás que hay variadas flores: córtalas, reúnelas, ponlas todas juntas; luego baja aquí; tráelas aquí, a mi presencia.

“Y en seguida vino a bajar, vino a traerle a la Niña Celestial las diferentes flores que había ido a cortar, y cuando las vió, con sus venerables manos las tomó; luego otra vez se las vino a poner todas juntas en el hueco de su ayate, le dijo:

“Mi hijito menor, estas diversas flores son la prueba, la señal que llevarás al obispo; de mi parte le dirás que vea en ellas mi deseo, y que por ello realice mi querer, mi voluntad. Y tú…, tú que eres mi mensajero…, en ti absolutamente se deposita la confianza;  y mucho te mando con rigor que nada más a solas, en la presencia del obispo extiendas tu ayate, y le enseñes lo que llevas, y le contarás todo puntualmente, le dirás que te mandé que subieras a la cumbre del cerrito a cortar flores, y cada cosa que viste y admiraste, para que puedas convencer al Gobernante Sacerdote, para que luego ponga lo que está  de su parte para que se haga, se levante mi templo que le he pedido”.

[Llevo Juan Diego al obispo las flores en su ayate, y cuando lo abrió, cayeron todas al suelo ante el obispo].

“Y así como cayeron al suelo todas las variadas flores preciosas, luego allí se convirtió en señal, se apareció de repente la Amada Imagen de la Perfecta Virgen”, en el ayate donde habían ido las flores.

Es el ayate que hoy se conserva y venera en la casita que la Virgen pidió que se le edificara.

Tal es el precioso diálogo que nos transmite la leyenda, tan maravillosamente llena de enseñanzas inefables, que no hace sino prolongar y paladear lo que el Evangelio nos dice de Aquella a quien llamamos Madre de Dios todos los días y a cada hora.

La imagen de la Santísima Virgen (Nuestra Señora de Guadalupe) impresa sobre el ayate de San Juan Diego 
(Imagen: Wikicommons)

domingo, 7 de noviembre de 2021

FIUV Positio Paper 33: El ciclo santoral de la forma extraordinaria

En una entrada anterior explicamos nuestro propósito de traducir los Position Papers sobre el Misal de 1962 que desde hace algún tiempo viene preparando la Federación Internacional Una Voce, de la cual nuestra Asociación es capítulo chileno desde su creación en 1966. 

En esta ocasión les ofrecemos la traducción del Position Paper 33 y que versa sobre el ciclo santoral de la forma extraordinaria, cuyo original en inglés se puede consultar aquí. Dicho texto fue preparado en el mes de febrero de 2018. Para facilitar su lectura hemos agregado un título (Texto) para separar su contenido del resumen (Abstract) que lo precede. 

Cabe recordar que en su día dedicamos una entrada de esta bitácora al decreto de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la incorporación de nuevos santos en el Misa previo a la reforma litúrgica de 1970, que fue publicado el 25 de marzo de 2020, el cual quedó derogado por el motu proprio Traditionis Custodes que restringe la celebración de la antigua liturgia. 


***

El ciclo santoral de la forma extraordinaria

Resumen

Benedicto XVI previó la inclusión de nuevos santos en el calendario de la forma extraordinaria. Esto no implica que esta forma vaya a dejar de tener su calendario propio, pues las diferencias de calendario han sido siempre un rasgo de la liturgia de la Iglesia. El ciclo santoral de la forma extraordinaria se distingue por tener una mayor cantidad de fiestas que el de la forma ordinaria, ya que incluye un gran número de santos muy antiguos y conmemora lo milagroso. De este modo, el calendario refleja el espíritu de esta forma como un todo, manifestada tanto en el propio como en los textos ordinarios. Encontramos en ella el interés por la intercesión, más que por el ejemplo, de los santos, y por la continuidad, como queda en evidencia por los santos antiguos. Al momento de buscar nuevos espacios para incluir a santos más recientes, es posible preguntarse si los santos más modernos del calendario de 1960 no estarían incluidos más apropiadamente en los calendarios locales que en el calendario universal.

Los comentarios a este texto pueden enviarse a positio@fiuv.

Alberto Durero, Adoración de la Trinidad (o Retablo de Todos los Santos), 1511, Museo de Historia del Arte de Viena
(Imagen: Wikipedia)

Texto

1. La carta de Benedicto XVI que acompaña al motu proprio Summorum Pontificum dice que, en principio, debiera insertarse nuevos santos en el Misal. Esta aseveración afirma, por un lado, que el Misal de 1962 tiene su propio calendario íntegro y, por otro lado, que debiera agregarse nuevos santos a ese calendario, como es lo normal en la historia de la liturgia[*]. Este documento intenta exponer la racionalidad del carácter propio del calendario de santos de la forma extraordinaria, la cual ha de tener consecuencias para el futuro desarrollo de ésta[1].

2. El calendario ha estado sujeto a continuos cambios a lo largo de los siglos, a medida que se añaden y quitan santos. El rito romano se ha caracterizado, desde los tiempos más antiguos, ya desde antes del desarrollo de la Cuaresma y de Adviento, por la celebración de días festivos, de los cuales algunos todavía se celebran hoy en la forma extraordinaria. El ciclo santoral infunde en todo el año litúrgico un espíritu especial, mucho más de lo que hace el ciclo santoral de la forma ordinaria, que no sólo tiene, elocuentemente, muchos menos santos, sino que, a los que celebra, concede mucho menos importancia litúrgica[2].

El problema de los calendarios múltiples

3. Es una antigua característica de la vida de la Iglesia la existencia de múltiples calendarios, incluso dentro de una misma región geográfica. Los santos de importancia en ciertas localidades son venerados con días de fiesta en las iglesias y regiones de los que son patronos, en los que se les rinde un culto local[3]. Del mismo modo, las órdenes religiosas puede tener o bien un calendario especial, como parte de un rito o uso litúrgico de larga data, como los dominicos, o bien, como en el caso de los benedictinos, algunas fiestas de fundadores, doctores y mártires de la orden que complementan el calendario universal[4].

4. Especialmente significativo es que los calendarios, muy distintos, de los ritos orientales, han sido usados simultáneamente con los del rito latino en regiones históricamente mezcladas, como el sur de Italia. Hoy, debido a la migración hacia Occidente de algunos países de tradición oriental y a la presencia permanente o transitoria de latinos en Oriente, esta situación ocurre en todo el mundo[5].

5. Los temas del pluralismo litúrgico y de la importancia de los ritos orientales han sido revisados en otros documentos de esta serie [6].

El culto de los santos en la forma extraordinaria

6. El esquema del calendario, tal como aparece en el Misal de 1962 (calendario de 1960), no puede ser considerado como ideal: en otras publicaciones se ha planteado que la abolición de muchas vigilias y octavas en 1955 fue lamentable[7], y se podría proponer además la idea de restaurar algunas fiestas abolidas antes de 1962[8]. Algunos de los cambios hechos en 1955 y 1960 fueron, de hecho, suprimidos en 1969[9]. Sin embargo, el ciclo santoral del calendario de 1960 presenta un alto grado de continuidad con los calendarios usados en décadas y siglos anteriores, y contrasta fuertemente con el calendario del Misal de 1970. La reforma de 1969 despertó airadas reacciones en su momento[10].

7. La peculiaridad del calendario antiguo se manifiesta en la cantidad de fiestas y conmemoraciones, en el lugar que en él ocupan santos muy antiguos, y en la conmemoración de lo milagroso.

8. Respecto de la cantidad de fiestas, la forma extraordinaria contiene santos (incluyendo cuarenta conmemoraciones opcionales)[11] para aproximadamente el 70% de los días del año, comparado con el 50% de la forma ordinaria[12]. Los santos acompañan y sustentan a los fieles día a día: las liturgias de los sucesivos días de la semana quedan individualizadas y marcadas por ellos, del mismo modo que, en cierta medida, se distinguen, en la forma ordinaria, por el leccionario ferial.

9. Es importante que haya una cierta proporción de los días del año que sean feriales o conmemoraciones, para permitir la celebración de las Misas votivas (incluyendo las Misas de difuntos); para la celebración de la Misa del domingo (la Misa del domingo anterior), especialmente cuando no se ha podido decir ese día[13]; y en Cuaresma para la celebración de las Misas feriales propias de este tiempo[14]. Pero no sería conveniente una liturgia semanal dominada por Misas votivas o por la reiteración de la Misa dominical.

10. Sobre la antigüedad de los santos que contiene el calendario, la forma extraordinaria conserva las fiestas que han tenido una parte importante en la vida de la Iglesia durante muchos siglos. Por ejemplo, de los santos incluidos en la importante devoción medieval de los Catorce Santos Intercesores, todos están incluidos en el calendario de 1960, con una sola excepción[15], pero sólo cuatro figuran en el calendario de 1969[16]. En el Apéndice se da otros ejemplos.

Catorce Santos Intercesores (o Auxiliadores)
Iglesia de San Cristóbal, Triembach-au-Val, Alsacia (Francia) 
(Imágenes: Wikicommons)

11. Muchos de estos santos antiguos, especialmente los mártires de las persecuciones romanas, todavía resuenan hoy día. No obstante la exclusión de San Valentín del calendario de 1969, el Santo Padre bendice a los novios el 14 de febrero, día descrito en los informes oficiales como “día de San Valentín”. Algunos santos antiguos figuran en el folclor europeo[17], en el arte religioso, en la dedicación de venerables iglesias, en la historia e inspiración de innumerables santos posteriores[18], y muchos de sus nombres están entre los más populares usados actualmente en los países de cultura católica.

12. La conmemoración de lo milagroso puede considerarse tanto en relación con los santos mencionados en los textos litúrgicos[19] como en relación con las fiestas que conmemoran sucesos sobrenaturales[20]. La irrupción de lo sobrenatural en la vida corriente, celebrada en esas fiestas, tiene una profunda importancia al ilustrar los caminos de Dios en la guía de la historia y en el cuidado de la Iglesia.

13. Los tres rasgos mencionados se relacionan con el lugar que, en general, tiene el culto de los santos en la forma extraordinaria, que puede resumirse con la frase, usada a menudo, “por sus méritos e intercesión” y otras equivalentes. En el Confiteor, en muchas de las Colectas y sobre todo en el Canon, las oraciones de la Misa están llenas de los santos, con frecuencia mencionados nominativamente (véase el Apéndice). La invocación de los santos en estos contextos no es primariamente una referencia a sus ejemplos edificantes -a menudo sabemos poco de ellos- ni a su papel representativo a lo largo del tiempo y del espacio[21], sino a su poder espiritual -son amados por Dios- y a la continuidad con que nos unen con los primeros Papas y mártires y con el Antiguo Testamento, así como con todas las generaciones de católicos que han pedido su intercesión. Es natural que el calendario de la forma extraordinaria refleje las mismas actitudes que sus textos litúrgicos.

Nuevos santos y calendario universal

14. Si bien se puede decir que el ciclo santoral de 1962 no está demasiado colmado, ello no significa que se le podría agregar un número importante de santos nuevos sin finalmente colmarlo. Si se le agrega nuevos santos, habrá que suprimir algunos, o hacer optativas sus celebraciones.

15. El calendario de la forma extraordinaria ciertamente contiene situaciones poco felices y anomalías, como resultado de antiguos intentos de reforma[22], pero hay que tener cuidado de no perjudicar el sentido de continuidad que experimentan los fieles adeptos a la forma extraordinaria; continuidad no sólo con un pasado idealizado y distante, sino con nuestros antecesores inmediato en la fe, los católicos de hace cincuenta, cien o doscientos años que construyeron o restauraron tantas de nuestras iglesias, que crearon mucho de nuestro arte sagrado y que compusieron el material devocional todavía en uso hoy.

16. Vale la pena advertir que, específicamente, el calendario romano de la antigüedad, que influyó en algunos calendarios locales (o, en algunos casos, fue su base), llegó, con el tiempo, a ser considerado simplemente como el calendario universal de la Iglesia latina. En la práctica, ese calendario tuvo también una tercera función como calendario local de Italia, lo que se refleja en que incluye muchos santos italianos.

17. De acuerdo con la práctica más antigua, parecería preferible que el calendario romano hiciera opcional la incorporación a los calendarios locales de santos más modernos, excepto en el caso de los santos más importantes, o de dejar la opción al celebrante[23]. Esto significaría que no se privaría a los fieles de los santos de importancia histórica local con culto propio, permitiéndose al mismo tiempo la inclusión de santos nuevos de importancia genuinamente mundial. Esto se podría lograr fácilmente en la práctica haciendo opcional la celebración de algunos de los santos modernos menos importantes, normalmente clasificados como de tercera clase. 

Calendario Romano General de 1960
(Foto: Wikicommons)

Conclusión

18. Se puede aplicar especialmente al ciclo santoral del calendario las palabras de Benedicto XVI referidas, en general, a la forma extraordinaria: “Lo que las antiguas generaciones consideraron sagrado, sigue siendo sagrado y grande también para nosotros, y no puede ser súbitamente prohibido del todo o considerado dañino. Nos corresponde a todos preservar las riquezas que se han desarrollado en la fe y las oraciones de la Iglesia y otorgarles el lugar que les corresponde”[24].

Se podría fácilmente dañar la integridad y el valor propio del antiguo Misal, así como también el sentido de continuidad que experimentan los fieles que lo usan, si se incurriera en una prisa indebida en la reforma del ciclo santoral, sin tomar suficientemente en cuenta los siguientes principios.

19. Primero, no debiera causar molestias el hecho de una multiplicidad de calendarios en uso en la Iglesia. La existencia de una variedad de cosas auténticamente valiosas es motivo de celebración, no de lamentaciones.

20. Segundo, la densidad y antigüedad de las fiestas y su asociación con lo milagroso son todos rasgos especialmente valiosos en la forma extraordinaria, especialmente por la ausencia en ella de un ciclo ferial, fuera del de Cuaresma.

21. Tercero, los méritos e intercesión de los santos es clave para su papel litúrgico en esta forma. Ello se refleja claramente en el típico lenguaje que se usa en los textos litúrgicos, que contrasta con el de la forma ordinaria. De ello se sigue que sería imposible usar en la forma extraordinaria oraciones compuestas para la forma ordinaria, tal como se consideró inapropiado usar oraciones no editadas del antiguo Misal en la composición del Misal de 1970. Los textos del Común de los Santos, que son a menudo de gran antigüedad, así como muchos otros textos del Misal antiguo, de hecho hacen menos necesario usar oraciones compuestas más recientemente.

22. Cuarto, el valor de la continuidad, de realizar el culto al modo de nuestros antepasados, indica cuál es la adecuada actitud de conservación, en relación con los cambios en el ciclo santoral. Las vivencias litúrgicas y las devociones caras a nuestros antecesores son dignas de recuerdo y de veneración. Es una vocación especial de la forma extraordinaria el representar este recuerdo, y no se le debiera impedir realizar esta función.

23. Los reformadores debieran dirigir su atención a los santos más modernos del calendario de 1960 y a los que carezcan de una conexión importante con Roma o de una devoción verdaderamente universal a fin de crear el espacio necesario para la inclusión de santos nuevos. No debiera considerarse esto, sin embargo, como supresión de fiestas, sino como una forma de preservarlas en los lugares donde tienen auténtica importancia.

Apéndice 

Los santos en la forma extraordinaria y la espiritualidad tradicional

Como se dijo antes, la importancia del culto de los santos en la forma extraordinaria queda evidenciada por su lugar en los textos litúrgicos que se usa a lo largo del año, especialmente en el Confiteor (que invoca a la Santísima Virgen, a San Miguel Arcángel, y a cuatro más), en el Canon romano (Santísima Virgen, San José y doce otros en el Communicantes, y quince después del Nobis quoque peccatoribus), además de tres santos del Antiguo Testamento. Se invoca de nuevo a los santos, brevemente, en la oración Libera nos.

Además, la Gran Letanía (Litaniae Sanctorum), que se usa en el rito de recepción en la Iglesia y en la Vigilia Pascual y en otras ocasiones, incluye a la Santísima Virgen y cincuenta y un ángeles y santos: esta lista se traslapa con la del Canon, pero incluye santos de un lapso más extenso.

El papel de los santos en la liturgia subraya su importancia en el calendario, y de hecho el calendario de la forma extraordinaria hace lugar a muchos más santos que el de la forma ordinaria. Lo mismo puede decirse de santos que son prominentes en algunas devociones populares como, según se dijo en el párrafo 10, los Catorce Santos Intercesores, y en fuentes hagiográficas tradicionales, de las que la más importante es la Legenda Aurea (1298)[25].

A modo de ilustración, todos los santos de la Gran Letanía[26] son venerados con una fiesta (o conmemoración) en el calendario de 1960, pero el calendario de 1969 no incluye a los mártires Juan y Pablo ni a las vírgenes Catalina[27] y Anastasia.

De los santos del Canon romano encontramos que, aparte de las figuras del Antiguo Testamento, cada uno de ellos tiene una fiesta o conmemoración en la forma extraordinaria, pero siete de ellos no la tienen en la forma ordinaria: los papas Lino, Cleto y Alejandro, y los mártires Crisógono, Juan y Pablo, y Anastasia.

Respecto de la Legenda Aurea se puede decir que esta obra puede todavía servir, en gran medida, como auxiliar del calendario de 1960, con cerca de cien santos de la Legenda incluidos en el calendario de 1960, en el mismo orden en que aparecen en el libro, lo que totaliza el doble de los incluidos en el calendario de 1969.

Reiterando una idea expresada en el párrafo 13, es una cuestión de integridad y coherencia de la forma extraordinaria el que su calendario refleje los mismos intereses que sus textos litúrgicos.

Edición del 10 de mayo de 1969 del periódico ABC de Paraguay
(Foto: Moopio)


[1] Otros documentos en esta serie han abordado la cuestión de las Vigilias y Octavas (Positio 20: El tiempo de Septuagésima y las vigilias y octavas en la forma extraordinaria) y de las Fiestas de precepto (Positio 13: Las fiestas de precepto).

[2] Este contraste entre las formas ordinaria y extraordinaria ha sido analizado en el contexto del Leccionario. En la práctica, el ciclo ferial de lecturas tiende a tener precedencia sobre las lecturas especiales propias del santo del día, incluso cuando se celebra ese santo. Véase FIUV, Positio 15, El leccionario de la forma extraordinaria, núm. 11-12.

[3] Por ejemplo, en Inglaterra y Gales, en 1962, había ocho santos, más los “mártires de Inglaterra y Gales”, que tenía fiestas nacionales, y 146 fiestas que se observaban en una o más diócesis, las cuales incluían santos de todas las épocas de la historia católica inglesa y galesa, especialmente de aquellos relacionados con las Leyes Penales de los siglos XVI y XVII, además de una cantidad de devociones propias de determinadas diócesis, tales como la de las Sagradas Reliquias, la Santa Casa de Loreto y Nuestra Señora en Pórtico. 

[4] Estas, igual que las fiestas particulares de una diócesis o país, generalmente figuraban en el suplemento del Misal que contenía los textos necesarios (con un suplemento correspondiente del Graduale Romanum para la música de los textos).

[5] El papa Francisco ha recordado recientemente su propio descubrimiento, en su juventud, del rito ucraniano gracias a la presencia en Argentina de un obispo de esa nacionalidad, Stepan Chmil (Discurso al Pontificio Colegio Ucraniano de San Josafat, 9 noviembre 2017).

[7] FIUV, Positio 20: El tiempo de Septuagésima, vigilias y octavas en la forma extraordinaria, núm. 17. Otro rasgo del rito romano suprimido antes de 1962, útil en el contexto del ciclo santoral, fue el uso de Últimos Evangelios “propios”: cuando coincidían dos fiestas, la menos importante podía conmemorarse leyéndose su Evangelio en lugar del Prefacio del Evangelio de San Juan al final de la Misa. En FIUV, Positio 15, El leccionario de la forma extraordinaria, núm. 21, se ha hecho ver el valor de esta práctica.

[8] Las pérdidas de antes de 1962 incluyen las fiestas propias de la Cátedra de San Pedro en Roma y en Antioquía (18 enero y 22 febrero: se las combinó a ambas en fecha posterior); San Juan ante la Puerta Latina (6 mayo); la aparición de San Miguel (8 mayo); San Pedro in vincula (1 agosto), y la invención de San Esteban (3 agosto). Hubo también pérdidas en la lista de Misas votivas. Por otra parte, el Misal de 1962 es menos restrictivo que los anteriores en el uso de Misas pro aliquibus locis, respecto de las que dice: “Las Misas que vienen a continuación, de un Misterio o de un santo en el Martirologio de ese día, pueden decirse en todas partes como Misas de fiesta, a elección del sacerdote, de acuerdo con las rúbricas. Asimismo, las Misas de este tipo pueden decirse como votivas, a menos que se exceptúe expresamente alguna de ellas” (‘Infrascriptæ Missæ de Mysterio vel Sancto elogium in Martyrologio eo die habente, dici possunt ut festive ubicumque, ad libitum sacerdotis, iuxta rubricas. Similiter huiusmodo Missæ dici possunt etiam et votivæ, nisi aliqua expresse excipiatur.’). Cfr. Rubricae Generalis del Misal Romano, núm. 302. De las Misas mencionadas aquí, todas, excepto la de la Cátedra de San Pedro, aparecen en el Misal en la sección pro aliquibus locis.

[9] Como se dice en FIUV, Positio 20: El tiempo de Septuagésima, las Vigilias y las Octavas de la forma extraordinaria, núm. 17, la vigilia de Epifanía, abolida en 1955, fue restaurada en 1969. En la reforma de 1960, se movió a san Ireneo desde el 28 de junio al 3 de julio, lo cual también se dejó sin efecto en 1969. Se derogó cambios muy anteriores, como los casos de San Hilario de Poitiers, Santa Catalina de Siena y Santa Isabel de Portugal. El traslado de los días de santos, a veces de un día para el siguiente, fue motivado por el deseo de sacar a los santos de los días de octavas y vigilias, las cuales se abolieron en la reforma de 1969.

[10] El Arzobispo Bugnini, arquitecto de la reforma litúrgica, escribe que “el calendario provocó reacciones más bien negativas entre los periodistas laicos y en la prensa católica en general […] Los miembros del clero y del laicado cuya concepción del culto y de la religión era inspirada por devociones, quedaron desconcertados”. Bugnini, A., The Reform of the Liturgy 1948-1975 (trad. de Matthew J. O’Connell, Collegeville MN, The Liturgical Press, 1990), p. 315. Louis Bouyer se quejó destempladamente de que la reforma “aventó a tontas y a locas tres cuartos de los santos”. Bouyer, L., The Memoirs of Louis Bouyer: From youth and conversion to Vatican II, the Liturgical Reform, and after (trad. de John Pepino, Kettering OH, Angelico Press, 2015), pp. 222-223.

[11] Si una conmemoración no se celebra como Misa del santo (o de devoción) del día, se la conmemora en la Misa rezada con Colecta, Secreta y Postcomunión adicionales.

[12] Tomando en cuenta conmemoraciones y cinco vigilias, pero no fiestas movibles, el calendario universal de 1960 contiene 249 días no feriales, de uno u otro tipo. Doce de los días feriales son Témporas y, por tanto, no disponibles para la celebración de la Misa dominical o de la mayoría de las Misas votivas. El calendario universal de 1969 contiene 181 días no feriales (incluyendo 92 “memorias” opcionales) y no trae días de Témporas.

[13] Igual que en el caso de fiestas importantes de fecha fija, que a veces caen en domingo, y de la celebración externa en domingo de fiestas como Corpus Christi y Ascensión, normalmente se reemplaza también el formulario de la Misa dominical por la celebración de la fiesta de Cristo Rey, el último domingo de octubre, y la celebración externa de Nuestra Señora del Rosario, el primer domingo de octubre. Puesto que la fiesta de la Sagrada Familia se celebra siempre el primer domingo después de Epifanía, y la de la Santísima Trinidad el primer domingo después de Pentecostés, esos formularios de Misa dominical se usan sólo en los días feriales de la semana siguiente.

[14] A diferencia de los días de feria fuera de Cuaresma, cada día de semana durante este tiempo litúrgico tiene su propio formulario. El valor de estas antiguas Misas y su adecuación al tiempo de preparación para Pascua es resaltado por diversos intentos, en la historia, de sacar fiestas de la Cuaresma, cuyas ferias son de Tercera Clase, a diferencia de las ferias del resto del año, que son de Cuarta Clase. En la práctica, esto hace imposible celebrar Misas votivas y de los santos con conmemoraciones en esos días, a menos que exista alguna razón especial (las Témporas, que son días feriales de importancia aun mayor, son de Segunda Clase en todo el año).

[15] La excepción es San Agatón.

[16] San Blas, San Denis (Dionisio), san Erasmo y san Jorge.

[17] Para poner ejemplos extremos, no es un logro cultural menor de la Iglesia el que Cristo y San Pedro aparezcan en los cuentos folclóricos recolectados por los hermanos Grimm en Alemania, en un contexto que trae a la memoria los cuentos de viajes de mortales de Thor y Loki, o de Zeus y Hermes, en el antiguo paganismo europeo.

[18] Un buen ejemplo es la guía de Santa Juana de Arco por San Miguel Arcángel, Santa Catalina de Alejandría y Santa Margarita de Antioquía. Estos tres santos fueron populares en la época de Santa Juana, y fueron a menudo pintados en el arte sagrado.

[19] El ejemplo más impactante es la curación milagrosa de los pechos de Santa Ágata, seccionados por sus torturadores, tal como se relata en la Colecta de su fiesta (5 febrero) y más explícitamente en el himno de sus Vísperas, Quis es tu qui venisti. La fiesta de Santa Ágata se celebra en la forma ordinaria, pero sin estos textos. Asimismo, el Evangelio de la fiesta de San Gregorio Taumaturgo (17 noviembre), tomado de Mc 11, 22-24, está elegido porque el propio santo movió una montaña. La Colecta de San José Cupertino (18 septiembre) alude, de un modo algo jocoso, a sus levitaciones. La Colecta de Santa Escolástica (10 febrero) menciona la entrada al cielo de su alma en forma de paloma.

[20] Algunos ejemplos son los Estigmas de San Francisco (17 septiembre), la Conversión de San Pablo (25 enero) y la Aparición de Nuestra Señora de Lourdes (11 febrero). En esta misma categoría, anteriormente en el calendario universal y ahora en “pro aliquibus locis” del Misal de 1962, están San Juan ante la Puerta Latina (6 mayo), que conmemora el martirio de San Juan Apóstol, frustrado debido a una intervención milagrosa; la Aparición de san Miguel Arcángel (8 mayo), y la  Invención de San Esteban (3 agosto).

[21] Aunque representan efectivamente diferentes órdenes en la Iglesia: sacerdotes, obispos, religiosos, laicos, mártires, confesores, vírgenes y viudas.

[22] Antes de 1960 una gran cantidad de fiestas de importancia histórica habían sido clasificadas “semi dobles” o “simples”, en tanto que muchos santos de la Contrarreforma eran “dobles”. La simplificación de las categorías en 1960 resultó en que muchas que estaban en la primera categoría se convirtieran en “conmemoraciones”, en tanto que estas últimas se convirtieron en “tercera clase”. Así, paradójicamente, vemos que San Luis de Gonzaga (21 junio) tiene una fiesta de tercera clase, en tanto que figuras importantes de la devoción popular, como San Valentín (14 marzo), San Jorge (23 abril) y Nuestra Señora del Carmen (16 julio) son conmemoraciones. Después de la reforma del Concilio Vaticano II se hizo esfuerzos para que la celebración litúrgica de los santos coincidiera con su dies natalis, lo cual, en algunos casos, sólo fue posible mediante la abolición de otras fiestas que ocupaban esos días.  Una solución, que encontramos en algunos calendarios medievales, es permitir la conmemoración de un santo en su dies natalis cuando éste está ocupado por una fiesta importante, aun cuando la fiesta del santo se celebre en un día libre posterior.

[23] De acuerdo con el principio general mencionado en la nota 8, los santos incluidos en el Martirologio Romano o en la sección pro aliquibus locis del Misal pueden celebrarse en su día festivo propio, o como Misas votivas.

[25] Compilación de Santiago de la Vorágine, pero con incorporación de material mucho más antiguo.

[26] En la versión usada en la forma extraordinaria.

[27] Restaurada posteriormente como conmemoración opcional.