En la tercera parte de esta entrega sobre la reforma litúrgica, don Augusto Merino Medina aborda la situación actual y las líneas para el futuro inmediato. En una siguiente entrada ofreceremos también el anexo que el autor agregó a su trabajo.
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La reforma litúrgica (III)
Prof. Augusto Merino Medina
4. La situación
actual y líneas para el futuro inmediato
Las
consecuencias del Concilio Vaticano II son tan enormes que resulta difícil, a
sólo 50 años de su finalización, una evaluación de lo ocurrido. Sin embargo, un
análisis del ámbito litúrgico, al menos, sugiere que puede aquí aplicarse el
viejo adagio: “la práctica va más allá de la norma”.
Al
respecto, es interesante consignar algunas opiniones que, sobre las
consecuencias litúrgicas del Concilio, expresaron algunas personas que no sólo
lo vivieron como actores, sino que fueron partidarias de las reformas.
P. Louis Bouyer, C.O.
Quizá la más
importante es la del P. Louis Bouyer, miembro del
Movimiento Litúrgico pre-conciliar, liturgista importante del siglo XX, miembro
del Consilium, y gran amigo de Pablo VI, que lo admiraba y quiso hacerlo
cardenal. Bouyer escribió ya en 1968: “Una vez más deberíamos hablar
llanamente: hoy no hay prácticamente ninguna liturgia digna de ese nombre en la
Iglesia Católica” [1].
Y en 1975, Bouyer escribió: “La liturgia
católica fue abolida con el pretexto de hacerla más aceptable a las masas “secularizadas”
pero, en realidad, para adecuarla a los caprichos que los religiosos lograron
imponer, por las buenas o por las malas, al resto del clero. El resultado no se
hizo esperar: un súbito descenso de la práctica religiosa, que varía entre un
20% y un 40% por lo que se refiere a los antiguos practicantes… y sin señal
alguna, de parte de los otros, de interés por esta liturgia pseudo-misionera.
Sobre todo, ni un joven de los que se vanagloriaba de haber conquistado con
estas payasadas <sic>”[2].
Tan graves como estas apreciaciones son las que Bouyer consigna en sus
memorias, publicadas en 2014. En ellas recuerda una conversación con Pablo VI,
con posteridad al término de los trabajos del Consilium, acerca de una de las
reformas que el Papa se había creído obligado a aprobar, a pesar de estar tan
poco convencido de ella como el propio Bouyer. Le preguntó Pablo VI: “Pero ¿por
qué se enredaron todos Uds. en esta reforma?”, a lo que Bouyer respondió: “Pues,
porque Bugnini nos aseguró que Su Santidad lo quería exactamente así”. El Papa
reaccionó inmediatamente: “Pero, ¿cómo es posible? El
me aseguró que eran Uds. quienes la habían aprobado unánimemente […]”. Diálogo
este en que se alza algo el velo acerca de cómo Mons. Bugnini condujo las
reformas [3]. Bouyer,
quien se refiere a Mons. Bugnini con gruesos epítetos en sus memorias, añade
que, luego que un grupo de importantes teólogos franceses enviara una carta de
protesta al Papa por el escándalo de las expresiones sin sentido –cosa hecha
evidentemente de modo deliberado- con que se había traducido al francés diversas
partes de los textos litúrgicos, cuya fidelidad al original en latín había sido
certificada por Bugnini, éste fue depuesto por el Pablo VI de sus funciones [4].
Otro liturgista, el P. Joseph Gelineau, s.j.,
cuya puesta en música de los salmos alcanzó gran difusión en Chile y otros
países hispanoamericanos, escribió lo siguiente sobre la nueva Misa en su libro Demain la liturgie [5]:
“No sólo palabras, melodías y algunos gestos son diferentes. La verdad es que es otra liturgia de la misa.
Debe decirse sin ambigüedad: el rito romano como lo conocíamos ya no existe.
Fue destruido. Algunas paredes del antiguo edificio cayeron, mientras que otras
han cambiado su apariencia, al punto que parecen hoy una ruina o subestructura
parcial de un edificio diferente”.
P. Joseph Gelineau, s.j.
A su vez, Peter Berger [Nota de la Redacción: de quien hemos publicado antes una recensión: ver aquí y aquí],
sociólogo luterano, escribió, desde la perspectiva de la sociología de la
religión: “Hubo
cambios extraordinarios impuestos a los católicos en áreas donde las
autoridades podrían haberse movido más circunspectamente. La revolución [sic] litúrgica es el caso más importante, pues toca directamente al
corazón de la vida religiosa de millones de católicos. Mencionaré la repentina
abolición […] de la Misa en latín, el cambio del altar (el primer cambio reduce
la universalidad de la misa; el segundo, su referencia trascendente) y el
asalto masivo a gran variedad de formas de piedad popular” [6].
Este mismo autor, en una conferencia dictada
en el Harvard Club de Nueva York, el 11 de mayo de 1978, afirmó que “Si un
sociólogo claramente malintencionado y dispuesto a dañar todo lo posible a la
Iglesia Católica, hubiera sido llamado [por error, obviamente] a asesorar
a ésta, difícilmente podría haber hecho un trabajo mejor” que el realizado por
los liturgistas reformadores. E insiste Berger en que el único término
apropiado para lo que tuvo lugar, es el de “revolución litúrgica”.
Ahora bien, aunque en los primeros años de las
reformas a la Misa hubo grandes resistencias por parte de los fieles,
acostumbrados al Vetus Ordo, el caso es que la generación que nació hacia la
época del Concilio y que, por tanto, no conoció la liturgia pre-conciliar,
llegó a la nueva Misa considerándola como la única y la propia, y, en su
desconocimiento de aquélla, no ha concebido la posibilidad de otra mejor ni –lo
que es más grave- cree necesitarla. Por otra parte, quienes conocieron aquella
liturgia anterior, o bien terminaron por acomodarse al Novus Ordo, o bien han
comenzado a morirse. Pero el lapso transcurrido desde 1970 ha sido llamado por
alguien “la guerra de 30 años”, aludiendo al feroz conflicto bélico entre
católicos y protestantes del siglo XVII.
No entraremos aquí en la historia de estos
últimos años. Basta decir que en este período no sólo se ha mantenido la
celebración de la Misa según el Vetus Ordo por grupos cada vez más numerosos,
sino que se ha intentado algo que ha sido denominado “la reforma de la reforma”
litúrgica. Este término tiene una doble significación y vale la pena detenerse un
momento en él.
Misa Novus Ordo celebrada ad Orientem en una parroquia de Texas
(Foto: Catholicvs)
En efecto, la Misa Novus Ordo ha sido ella
misma víctima del desorden litúrgico generalizado que se desató luego del
Concilio por una lectura errónea o incluso sesgada de sus disposiciones [7].
“La reforma de la reforma” como concepto apunta, en primer lugar, a darle al Novus Ordo dignidad y belleza, respetando las nuevas rúbricas, y obedeciendo
los mandatos expresos de la SC en cuanto a la música y al uso del latín. Muchos
de nosotros hemos sido testigos de la piedad y, simultáneamente, del esplendor
que el Novus Ordo puede alcanzar si es celebrado de este modo. El Papa Benedicto
XVI, por otra parte, siguiendo fielmente las rúbricas en su celebración de la
“forma ordinaria”, y respetando el silencio, el latín y otros aspectos contemplados
en la SC, estableció una nueva “criteriología” para el uso de los libros
litúrgicos, y dio lugar a una
“interpretación auténtica”, de carácter práctico, de lo dispuesto por la SC.
Pero, por otra parte, no se puede ignorar los
defectos de fondo del Novus Ordo, que se refieren a las expectativas
incumplidas de los Padres conciliares, a la devaluación de la autoridad de la
tradición de la Iglesia, al desconocimiento o descuido de ciertas leyes
psicológicas y antropológicas (necesidad humana de experimentar lo sagrado,
importancia de la formalidad en los ritos, espacio para el misterio en la vida
humana, importancia del silencio, etcétera). Aunque llegue el día en que por
doquier se celebre la nueva Misa del modo apropiado, tales defectos seguirán
presentes y pidiendo ser corregidos. “La reforma de la reforma”, en este caso,
tiene una segunda acepción: se trata de restaurar el Vetus Ordo o “forma extraordinaria”. Pero, como cualquiera puede darse cuenta, no ha llegado
todavía el momento para ello. Hay, sin embargo, dos vías abiertas: primero, la
celebración del Vetus Ordo en su forma de siempre, aprovechando el Motu
proprio Summorum Pontificum de
Benedicto XVI y, segundo, procurando recoger en la “Forma Ordinaria” una serie
de ritos de la “Forma Extraordinaria” que no chocan con las actuales rúbricas
ni están prohibidos y, sobre todo, recuperando el espíritu (podríamos decir
incluso “la teología”) que se hace oración en la Misa tridentina. Para estos efectos existe incluso un
precedente, que está muy cerca de lo que desearon los Padres conciliares: el texto del misal reformado en 1965 (comúnmente llamado Ordo de 1965), de corta duración, que fue dejado de lado cuando se promulgó el misal llamado “de Pablo VI”. Y hace pocos días, el actual Prefecto de la
Congregación del Culto, Mons. Sarah, ha sugerido la conveniencia de
reincorporar el rito del ofertorio a la “forma ordinaria” y los ritos
penitenciales del comienzo.
Procesión de la Misa con ocasión de la bendición de un nuevo Padre Abad de Fontgombault (2011),
la que fue concelebrada por varios obispos y abades conforme al Ordo de 1965, el que se emplea
en la abadía también para la Misa conventual.
Hay dos puntos que quisiera abordar
finalmente. El primero y más importante, se refiere a aquel propósito pastoral
que pareció ser la única finalidad de la SC: promover la activa participación de los fieles en la Misa. Hay aquí muchísimo
que se podría decir pero nos restringiremos a lo siguiente: la actividad de los
fieles no es lo esencial en la Misa, porque ésta es una acción de Cristo, no de
la “asamblea”. Participar significa, entonces, unirse espiritualmente a esa
acción esencial del Señor, cosa que no exige tanto una actividad exterior (desplazamientos
físicos, gestos, cesión a los laicos ciertas funciones sagradas, etc.), cuanto
un desarrollo de la piedad mediante la comprensión, todo lo profunda que se
pueda, del significado de la Misa. No se excluye la actividad “exterior”, pero
ésta ya estaba en alguna forma realizándose antes del Concilio, en forma, por
ejemplo, de respuestas de los fieles al sacerdote en las partes adecuadas (y
respuestas en latín, incluso) en lo que se denominó “misa dialogada”, el canto
sagrado (no el canto meramente “religioso”), etc. Lo importante, en este
aspecto, es que los fieles no adquieran, en virtud de su sacerdocio bautismal o
común, el papel protagónico o co-protagónico que le pertenece exclusivamente al
sacerdote por su sacerdocio ministerial, en cuya virtud actúa in persona Christi,
y ni siquiera parezcan estar compartiéndolo, según un criterio de “co-celebración”,
muy presente en el Novus Ordo, particularmente en algunas de sus nuevas
“Plegarias Eucarísticas”.
Respecto al aprendizaje del significado de la Misa
exigido por la participación verdaderamente activa
de los fieles, ella tenía en el Vetus Ordo un lugar propio e importante,
pero subordinado a la acción sacrificial de Cristo. Es lo que antiguamente se
llamó la “Misa de los Catecúmenos”, que terminaba con la homilía. Hoy, incluso
con los ritos en lengua vernácula, sería difícil afirmar que los fieles
comprenden mejor lo que es la esencia de la Misa. Lo que se requiere es una
actividad pedagógica que forzosamente ha de tener lugar fuera de la Misa misma,
entregada junto con la formación católica de los niños y jóvenes en, por
ejemplo, su preparación para algunos sacramentos [8].
Y segundo punto y final, es fundamental emprender,
desarrollar y perseverar en una actividad profunda y seria de investigación en
temas como la teología litúrgica, la espiritualidad de la liturgia, y su
historia (cuyo desconocimiento ha redundado en algunos de los mitos litúrgicos
con que hoy se topa uno, de los cuales el más sorprendente y menos justificado
es el de la “venerable antigüedad de la anáfora de San Hipólito”, que se pone
como base a la Plegaria Eucarística II). Esta debe ir unida a una práctica de
la máxima gradualidad y prudencia: uno de los errores de los ejecutores de la
SC fue haber descuidado la advertencia de gradualidad, hecha por los Padres conciliares,
en el crecimiento “orgánico” de las reformas, produciendo las reacciones
–sanas, al cabo- que luego se vieron. Hoy la nueva Misa está ya implantada, y
no se la puede desarraigar abruptamente por un golpe de autoridad. Tal cosa
sería contradecir los propios principios de que se parte.
Estatuta de mármol hallada en 1551, la que
posiblemente representa a Hipólito de Roma
En esto es de imitar la visión de larguísimo
plazo y la ejemplar paciencia de los miembros del Movimiento Litúrgico de
raíces franco-alemanas de la primera mitad del siglo XX: ya desde la década de
1930 ó 1940 habían trazado una inteligente estrategia para imponer sus puntos
de vista, que triunfó finalmente en el Concilio. Porque, y esto es algo que ya
nadie podría discutir seriamente, lo que el Concilio dispuso en materia de
“reformas” litúrgicas, y lo que el Consilium finalmente llevó a cabo, fue más
el resultado de la acción de los peritos, muchos de los cuales estaban imbuidos de las ideas de aquel Movimiento Litúrgico, que de la voluntad de los Padres
conciliares.
[2] Cf. Bouyer, L., Religieux et clercs contre Dieu,Paris, Aubier Montaigne, 1975, p. 10 (trad. del autor).
[7] El desorden y abundancia de las experimentaciones de nuevos ritos y
modalidades, sin la autorización competente, comenzó desde antes de la
promulgación por Pablo VI del nuevo Misal. Lo cual es comprensible: desatadas
las amarras de la disciplina eclesiástica por lo que se denominó,
mediáticamente, “el espíritu del Concilio”, que dejaba atrás la letra del
mismo, ya no hubo cómo detener el ansia de novedades. La “libertad” y el “aire
fresco” que se creía estar disfrutando rompieron todos los moldes, no sólo en
lo relativo a la liturgia. En lo que respecta a ésta, no tuvo mucho efecto la
Instrucción Tres abhinc annos, de 1967.
[8] “Sería un error
creer que la catequesis de la misa es necesaria únicamente a causa de la
antigüedad de una liturgia que se ha vuelto ininteligible para los fieles de
hoy: ritos envejecidos, signos disminuidos, idioma desconocido… Este error se
traduce en prácticas: se piensa que cosas como emplear por doquier la lengua vernácula, multiplicar las
traducciones a veces dudosas, suprimir los antiguos ritos, inventar paraliturgias,
harán inútil la catequesis. No hay nada más falso. Fue durante los primeros
siglos, en una época en que no se podía hacer a la liturgia reproche alguno de
vejez o de rareza, cuando la catequesis de los ritos se desarrolló con más
esplendor. Debido a que la liturgia es un culto divino, ella nos proporciona
las riquezas de un misterio, y el misterio exige siempre iniciación”. Cfr. Directoire
pour la pastorale de la messe à l’usage des diocèses de France, adopté par
l’Assemblée des Cardinaux et Archevêques, núm. 25, noviembre de 1956.
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