jueves, 17 de noviembre de 2016

50 años de Magnificat: conferencia de Christopher Ferrara (quinta parte)

Publicamos a continuación la quinta y última parte de la conferencia de Christopher Ferrara pronunciada en Santiago de Chile en el marco del II Congreso Summorum Pontificum.


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VIRUS EN EL CUERPO DE CRISTO: UN OBSTÁCULO PARA LA RESTAURACIÓN ECLESIAL (V)

Christopher Ferrara


El evento de Asís se repitió el 24 de Enero de 2002, cuando a los miembros de las diversas religiones se les asignaron diversas estancias anexas a la Basílica de San Francisco para que practicaran sus ritos paganos de oración “por la paz”. De esta manera, en un lugar católico profundamente sagrado, donde por siglos los monjes habían orado por la conversión de almas como aquéllas, algún ministro jainista (politeísta) quemó astillas de madera en su urna sagrada, y los practicantes de otras religiones que incluyeron el vudú, observaban sus propias “tradiciones” [1]. Aquellos practicantes viajaron a Asís desde el Vaticano en lo que las autoridades de la Iglesia denominaron “el tren de la paz”, que consistía en siete vehículos: uno para el Papa, otro para los cardenales y obispos, otro para los ortodoxos, uno para los judíos y musulmanes, uno para las “comunidades eclesiales” protestantes, uno para los budistas, los tenrikyoístas, los shintoístas, los confucianistas y los jainistas, y cerrando el cortejo, un carromato lleno de hindúes, zoroastristas y sikhs.

  Monjes paganos orientales en el Encuentro de Asís de 2002

El espectáculo se desarrolló en nombre de la paz mundial. Al día siguiente, la India detonó un misil nuclear e Israel bombardeó los territorios palestinos. Después de unas pocas semanas de Asís 2002, los fundamentalistas hindúes y musulmanes en India se masacraban mutuamente por centenares en una nueva ola de conflictos religiosos, en tanto que el conflicto árabe-israelí escalaba casi hasta el punto de una guerra declarada, cuando el ejército israelí llevó a cabo una invasión masiva de la capital palestina no oficial de Ramallah, lo que motivó las protestas incluso de algunos miembros del gabinete Israelí [2].

Aquí también Francisco ha continuado con el tema postconciliar, y con similares efectos. Su “oración por la paz” israelí-palestina, “sin precedentes” [3], incluyó la plantación de un olivo y lecturas hechas por los “representantes” de la cristiandad, el judaísmo y el islam. En el curso de estas lecturas, el imam invitado oró por “la derrota de los infieles” –es decir, según la mejor traducción de la surah 109, de la cual leo, “victoria sobre los que no oran como yo” [4]. Luego de unos días de este acontecimiento, el conflicto árabe-israelí irrumpió con un nivel de violencia que no se había visto por décadas, que mereció que se lo conociera como el Conflicto Israel-Gaza de 2014, una guerra de cincuenta días en que más de 2.000 habitantes de Gaza, en su mayoría no combatientes, fueron muertos, y unos diez mil, heridos [5] . Y en la actualidad, por cierto, el incremento de ISIS amenaza a Europa y a la misma Roma.

 El Papa Francisco junto a Shimon Peres y Mahmud Abás en el Encuentro por la Paz de 2014
(Foto: AFP)

 Francisco en el Encuentro de Asís de 2016
(Foto: AP)

Así es como nuestro belicoso mundo ha respondido al “Espíritu de Asís” y al “diálogo interreligioso”. Con todo, el “diálogo” sigue y sigue, y el Vaticano ya no le dice al mundo que debe hacerse católico, que debe someterse al Reinado Social de Cristo a fin de encontrar la verdadera paz y la salvación eterna, como Pío XI subrayaba en sus señeras encíclicas sobre el Reinado Social de Cristo, Ubi Arcano Dei (1922) y Quas Primas (1925). En cambio, tenemos eventos al estilo de Asís y una interminable producción de suaves declaraciones irenistas desde el Vaticano. Por ejemplo, las muchas declaraciones vaticanas encaminadas a que católicos y musulmanes “compartan su fe” y a que “el llamado al Islam” y a la “misión cristiana” sean hechos en un “espíritu de colaboración y como un servicio a la humanidad [6]. Ni siquiera el surgimiento de ISIS y su amenaza explícita de conquistar Roma han despertado a los practicantes del “diálogo interreligioso” a la realidad de que no puede haber “colaboración” ni “compartir” entre la verdadera religión establecida por Dios y la inventada por Mahoma, que se ha extendido a través de la conquista y la esclavización desde el momento mismo de su aparición.

 Visión de San Pío V de la victoria en Lepanto
(Basílica de María Auxiliadora, Turín)

En 1571, el Papa San Pío V, que nos dio nuestro Misal romano, oró por la derrota de las fuerzas islámicas en Lepanto. Aun antes de recibir las noticias de la victoria de la flota cristiana, se puso súbitamente de pie, fue a la ventana y declaró: “Este no es el momento de trabajar: apresúrense a dar gracias a Dios, porque en este momento nuestra flota ha obtenido una victoria sobre los turcos” [7]. El historiador Warren H. Carroll declara que “En muchas formas, él [S. Pío V] salvó a la cristiandad” [8]. Pero hoy, con la cristiandad en ruinas, los católicos “normalistas” no tienen nada que decir cuando el Vaticano envía una delegación a la primera mezquita jamás construida en Roma y nos informa que la Iglesia católica va a colaborar con el Islam, que le presta un “servicio a la humanidad”.

 Fotomontaje de la revista oficial del autodenominado Estado Islámico, 
con su bandera ondeando sobre el Obelisco de la Plaza de San Pedro


CONCLUSIONES

A modo de conclusión, vuelvo ahora a los tres puntos de mi analogía:

Primero, un virus aparece de pronto, desde fuera del cuerpo; es decir, es ajeno al cuerpo.

Segundo, puede entrar con éxito en el cuerpo sólo si hay una abertura en el sistema inmunológico.

En relación con el primero y el segundo puntos, la analogía es claramente acertada. El ecumenismo y el diálogo aparecen de pronto en un concilio ecuménico, cuya preparación entera el Papa Juan permitió que fuera echada a la basura, dejando el sistema inmune de la Iglesia abierto a las ambigüedades que se introdujeron en los documentos finales aprobados por el Papa Pablo. Admitimos que ninguno de los documentos conciliares tiene ningún error doctrinal explícito; y Pablo VI actuó decisivamente en varias oportunidades para evitar que evidentes errores fueran promulgados como doctrina católica[9]. Pero tal es, precisamente, el meollo de esta conferencia: explicar cómo la Iglesia pudo caer hasta su situación actual de confusión y debilidad sin una falla sistemática del Magisterio, cosa que es imposible. Ello ha ocurrido por la introducción en la Iglesia de virus verbales, que operan por debajo del nivel de la doctrina católica.

Tercero, una vez que el virus penetra, no añade nada a la vida del cuerpo, sino que, más bien, causa solamente desorden y debilidad, volviendo al cuerpo incapaz de realizar su actividad normal y vigorosa.

¿Cabe duda alguna de que los virus del ecumenismo y del diálogo han claramente paralizado la actividad misionera de la Iglesia, al tiempo que deja confirmados en su error a quienes están fuera de Ella? El mandato divino de hacer discípulos en todas las naciones existe necesariamente en tensión con las noveles nociones, que no pueden sino inhibir la tradicional proclamación por la Iglesia de que ella sola es el arca de salvación –dogma reafirmado por el rechazo de Pío XI del “movimiento ecuménico” apenas 37 años antes del Vaticano II[10].

¿No estamos, pues, siendo testigos, de aquello que sugiere el tercer elemento de nuestra analogía del virus: una Iglesia drásticamente debilitada, incapaz de realizar su vigorosa actividad normal de incorporar a sí a las almas? ¿Qué otra cosa, fuera de estos virus, pudo haber causado tal debilidad en la Iglesia –una debilidad que se desarrolló súbitamente después del Concilio y precisamente en aquellas áreas impactadas por las nuevas nociones?

Con todo, debo subrayarlo de nuevo, en el proceso de infectarse con estos virus, la Iglesia jamás ha, de hecho, enseñado ningún error doctrinal a nivel del Magisterio, cosa diferente de adoptar políticas eclesiásticas malamente definidas, para las cuales no se puede exigir asentimiento religioso (es decir, el asentimiento de la prudencia) ni asentimiento de fe, ya que las políticas no son el objeto propio de la fe católica.

Si, pues, mi tesis es correcta, en la época postconciliar el Adversario ha desencadenado sus más brillantes estratagemas –quizá la estratagema final- en su larga guerra contra la Iglesia: el uso de la no-doctrina para erosionar la adhesión a la doctrina; el comprometer las buenas intenciones y el disipar la energía eclesiástica en la persecución casi febril de conceptos ilusorios, incapaces de ser realizados o siquiera adecuadamente explicados. Aquí me apresuro a enfatizar que no tengo en absoluto la intención de emitir un juicio sobre la disposición subjetiva de los eclesiásticos que nos animan a adherir al ecumenismo y al diálogo. Mucho menos quisiera dar la impresión de un juicio sobre la persona del Santo Padre, a quien nadie sobre esta tierra puede juzgar.

Sin embargo, es imposible no darse cuenta de que las políticas papales y las decisiones prácticas, como la decisión de embarcarse en un “emprendimiento ecuménico” con los protestantes, no gozan de la protección divina que asiste a las enseñanzas doctrinales formales de un Papa. Como lo ha dicho Dietrich von Hildebrand, es “falsa e infundada una lealtad al Papa que acepta las decisiones prácticas del Papa del mismo modo como las definiciones ex cathedra o las encíclicas que tratan cuestiones de fe o moral… Ello es plantear a los fieles problemas insolubles a la luz de la historia de la Iglesia. Al cabo, esta falsa lealtad sólo puede poner en peligro la verdadera fe católica”[11].

Lo que es más: incluso los laicos tienen ojos para ver, y pueden reconocer una enfermedad cuando la ven. Especialmente después del tumultuoso Sínodo de la Familia y la publicación de Amoris Laetitia (donde el término “diálogo” aparece unas veinte veces), muchos, y no sólo los tradicionalistas, han observado que el Cuerpo Místico de Cristo está sufriendo una enfermedad como jamás había tenido antes. Ni siquiera la crisis arriana puede compararse con el multiforme desorden y debilidad eclesiales que estamos presenciando en este momento de la historia.

Aparte de la destrucción de la liturgia, ampliamente reconocida, ¿qué otra cosa que estas noveles nociones que hemos descrito como virus en el Cuerpo de Cristo puede explicar la condición actual, sin precedentes, de la Iglesia? Si es que hay alguna otra respuesta a estas preguntas, la historia postconciliar deberá revelarla en el futuro.

En conclusión, por lo tanto, la tarea de la restauración eclesial no se puede limitar a restaurar la liturgia, cosa que es, por cierto, esencial. Para citar el juicio excelente y muy valiente de Mons. Guido Pozzo, Secretario de la Pontifica Comisión Ecclesia Dei: “Un modo foráneo de pensar ha entrado en el mundo católico, causando confusión, seduciendo muchas almas, y desorientando a los fieles”[12]. No puede haber restauración digna de ese nombre a menos que la Iglesia no sólo ore sino que piense y, de acuerdo con ello, actúe una vez más en continuidad con su bimilenaria tradición teológica y evangélica. Para que ello suceda, me temo, tanto la Iglesia como el mundo tendrán probablemente que experimentar acontecimientos dramáticos, como la Santísima Virgen nos lo advirtió en Fatima y Akita y en muchas ocasiones anteriores.
   



[1] EWTN y los demás medios católicos importantes no mostraron imágenes de los sacrilegios que se cometieron en esas estancias, aunque las imágenes fueron transmitidas, sin censura, por la televisión italiana, tal como el Vaticano quería que se hiciese. Quien quiera que haya seguido la cobertura de EWTN de aquel acontecimiento, no llegó a tener idea de lo que el propio aparato vaticano estaba orgulloso de exhibir a todos. ¿Por qué ocultar la información, si no hay en ella nada malo?

[2] “Musulmanes aterrados llenan los campos de refugiados en India”, CNN.com, 12 de marzo de 2002; “Las tácticas de Israel provocan un feroz desacuerdo en el gabinete y censuras en el extranjero”, New York Times, 14 de marzo de 2002, p. A15.

[3] “Oración por la paz de Israelitas y Palestinos el domingo en los jardines vaticanos”, 6 de junio de 2014, lastampa.it

[4] Cf. comentario en http://www.dici.org/en/news/reactions-to-the-israeli-palestinian-prayer-in-the-vatican-gardens/.

[5] Cf. “Israel-Gaza Conflict of 2014: 50-day War by Numbers,” August 27, 2014 @ independent.co.uk/

[6] L’Osservatore Romano, 28 de mayo de 1998, p. 11.

[7] Warren H. Carroll, The Cleaving of Christendom, Vol. IV (Front Royal, Virginia: Christendom Press, 2000), p. 355.

[8] Ibíd., p. 356.

[9] El ejemplo más famoso es la intervención del Papa Pablo para forzar al Concilio a incluir la Nota Praevia a Lumen Gentium, que corrige la errónea sugerencia de LG de que cuando el Papa ejerce su suprema actividad, lo hace sólo como cabeza del colegio episcopal, en el cual reside la autoridad suprema. Pablo fue alertado sobre este punto por un grupo de Padres Conciliares conservadores, que finalmente lo persuadieron del potencial destructivo de LG: “El Papa Pablo, dándose finalmente cuenta de que había sido engañado, se derrumbó y lloró”. Wiltgen, The Rhine Flows into the Tiber, p. 232. En este caso los conciliares conservadores actuaron como “anticuerpos” frente a otro virus verbal en los documentos conciliares. Pero, como anota Amerio, “En toda la historia de la Iglesia no hay otro ejemplo de una glosa de este tipo que se haya añadido y unido orgánicamente a una constitución dogmática como lo es Lumen Gentium… Parece inexplicable… que el Concilio produjera un documento doctrinal tan imperfecto como para requerir una nota explicativa justo en el momento de su promulgación”. Amerio, Iota Unum, p. 91. Pero es típico de las maniobras que se dieron en el Concilio el que la Nota Praevia, que se supone que introduce a Lumen Gentium, fuera en cierto modo rebajada a la calidad de apéndice e “impresa después de él”. Ibíd.

[10] La Iglesia católica es la única que conserva el verdadero culto. Esta es la fuente de la verdad, esta es la casa de la fe, éste es el templo de Dios: si el hombre no entra aquí, o si se aleja, es un extraño a la esperanza de vida y de salvación. Que nadie se engañe con un obstinado forcejeo. Porque la vida y la salvación están empeñadas en esto, y se perderán y destruirán completamente, a menos que sus intereses sean cuidadosa y asiduamente considerados. Mortalium Animos, n. 11, cita de Lactancio.

[11] Satan at Work, p. 45; citado por Michael Davies, Pope John’s Council (Kansas City, MO: Angelus Press, 1977), p. 174.

[12]“ Msgr Pozzo on Aspects of the Ecclesiology of Vatican II” en rorate-caeli.blogspot

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