sábado, 3 de febrero de 2018

Los accesorios del altar (V)

Retomamos una antigua serie dedicada a los accesorios del altar para referirnos a algunos elementos materiales de la liturgia que habían quedado sin explicar o a los que habíamos aludido de manera incidental. Se trata del antipendio, el sagrario y el conopeo.  


El antipendio

El antipendio es un paramento que sirve para cubrir y decorar la parte inferior de los altares por su frente y costados, entre la mesa y el suelo, teniendo en cuenta que en esa parte solían custodiarse las reliquias. Su nombre proviene del la palabra latina antipendium, que significa algo que está colgado adelante (de ante, delante, y pendere, colgar). Este paramento se designa también como pallium altaris o, más comúnmente, como frente o frontal de altar.

Antipendio rojo de reciente factura de la Iglesia de la Santísima Trinidad de los Peregrinos en Roma

Con antecedentes rastreables en los sarcófagos esculpidos, el antipendio se ha utilizado en las iglesias paleocristianas desde el siglo IV, y su evolución posterior originó los retablos de la Baja Edad Media. Al principio eran cortinajes de ricos tejidos (tapices o estofas), pero enseguida comenzaron a emplearse algunos de metales preciosos, haciéndose cada vez más frecuentes en el arte bizantino y en Italia. Entre los siglos X y XIII prevalecieron aquellos confeccionados de plata y cobre esmaltado, según consta por documentos de donaciones y por los restos que han llegado hasta nosotros, así como aquellos hechos a imitación suya de madera pintada o en relieve, que fueron especialmente usuales durante el románico catalán. Es también el caso de la célebre Pala d'Oro que se conserva en la Catedral de San Marcos de Venecia, cuyo destino inicial era el de ser un antipendio. Durante el gótico se usaron con preferencia los frontales de piezas de seda, bordadas con figuras o escenas bíblicas. Ya desde el siglo XVII se adaptan al frente del altar unos bastidores con telas de seda, o con lienzos pintados o de guadamecí, que se cambian según el color litúrgico de la fiesta (aunque nunca negro en el altar reservado al Santísimo Sacramento, reemplazándose éste por el morado), sin que falten a veces los de plata repujada.

La función del antipendio era conferir a los altares una cierta elegancia en aquella parte frontal que miraba hacia los fieles, como símbolo del valor que la Iglesia da la mesa donde Cristo se ofrece y nos invita a participar de la Eucaristía.

Antipendio de la Iglesia anglicana de Santa María, Redcliffe, Bristol
(Foto: Wikipedia)

Con la reforma litúrgica posconciliar y el reemplazo de los altares tradicionales por otros exentos puestos en medio del presbiterio, la mayoría de las veces con escaso gusto y con claro desprecio del estilo arquitectónico del templo, el antipendio cayó en desuso. En la forma extraordinaria sigue siendo utilizado. Su uso también se conserva en la Iglesia anglicana y en las Iglesias orientales. 

El sagrario

El sagrario o tabernáculo es el nombre con el que se designa el lugar donde se guarda y deposita a Cristo sacramentado. Debe ser uno solo, inamovible, elaborado de materia sólida e inviolable, no transparente y cerrado de tal manera que se evite al máximo el peligro de profanación (OGMR 314). Ha de estar bendito según el rito previsto en el Ritual Romano antes de destinarlo al uso litúrgico. La finalidad de esta reserva es permitir la comunión de los enfermos o de quienes no han podido asistir a Misa, así como mantener el culto eucarístico en los templos.

Sagrario abierto

Históricamente, la reserva del Santísimo Sacramento ha tenido prácticas muy variadas. En la era de las persecuciones se guardaban las formas consagradas en delicados lienzos o en pequeñas cajas preciosas que los fieles se llevaban a sus casas y custodiaban con la máxima reverencia. En la época constantiniana y en los siglos posteriores inmediatos, se suspendía mediante una columba eucarística, la cual era una caja de oro con forma de paloma que estaba sobre el altar y pendía del baldaquino, a veces velada. Otra costumbre era colocar a Cristo eucarístico en una arqueta dentro de un nicho del ábside, en la sacristía o simplemente sobre el altar. Más adelante, cuando se establecieron los retablos fijos, el Santísimo se comenzó a poner en una caja construida en obra detrás del retablo. En algunas iglesias importantes, como las catedrales de la Corona de Aragón, se colocaba en un alto camarín detrás del retablo, perforándose éste en un gran espacio ovalado y cubierto con cristales para que a través de ellos se vea de lejos la luz que ilumina el mencionado camarín. Desde el siglo XVI, el sagrario se añadió a la propia factura del retablo y pasa formar parte integrante de él, al igual que ocurrió con el altar. El origen de esta práctica fue la reacción contra el creciente protestantismo, que negaba la presencia real, verdadera y sustancial de Cristo en las especies sacramentales, de suerte que se quiso ligar en un solo conjunto el altar  donde se ofrece el sacrificio propiciatorio con aquel lugar que servía para reservar al Santísimo fuera de la Misa. 

Columba eucarística velada utilizada en el uso anglo-católico
Con el deseo de separar las funciones del altar y el sagrario, la reforma posconciliar dispuso que en este último fuese destinado a "la parte más noble de la iglesia, insigne, visible, hermosamente adornada y apta para la oración" (OGMR 314), siendo conveniente en razón del signo que "en el altar en el que se celebra la Misa no haya sagrario en el que se conserve la Santísima Eucaristía" (OGMR 315). 

El conopeo

En la acepción que ahora interesa, el conopeo es el velo en forma de pabellón que se utiliza para cubrir por fuera y completamente el sagrario en que se reserva la Eucaristía. La expresión proviene del latín conopēum, y éste del griego κωνωπεῖον (kōnōpeîon), expresión que designa un velo, un mosquitero o una colgadura de cama. Aunque se ha dicho que su función es resaltar la presencia del Santísimo al interior del sagrario, parece que la finalidad de este paramento, así como el del velo que cubre el copón, era más bien de orden higiénico: lo que se buscaba era preservar las formas consagradas del polvo y los insectos. La misma explicación está detrás de las rúbricas que ordenan cubrir el cáliz hasta que llega el momento de consagrar el vino, para evitar que caiga en el interior cualquier cosa que pueda afectar la materia del sacramento. 

El conopeo se usa siempre que el sagrario no está empotrado en una pared, sino de alguna forma separado del muro o del resto del retablo. En caso contrario, el sagrario se cubre con una pequeña cortinilla, casi idéntica a aquella interior dispuesta frente a la puerta, que por cierto no era obligatoria aunque si loable (Sagrada Congregación de Ritos, decreto de 20 de octubre de 1890). 

Conopeo del oratorio de la Casa de Retiros de Molinoviejo, perteneciente al Opus Dei

El conopeo debe estar confeccionado en alguna tela decente, y nunca de puntillas o encajes del todo transparentes, ni siquiera bajo el pretexto de resaltar la rica factura del sagrario. Puede ser siempre blanco, o del color del Oficio del día, excluido el negro. Para la bendición con el Santísimo Sacramento, siempre se usa el blanco. La misma regla rige para la cortinilla, la que suele tener bordados alusivos al Santísimo Sacramento. Aunque mayoritariamente en desuso después de la reforma litúrgica, el conopeo viene mencionado todavía en el Ritual de la Sagrada Comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la Misa (1979) como un signo para evidenciar la presencia del Santísimo dentro del sagrario (núm. 11).

Cortinilla interior del sagrario de la Iglesia de San Alberto de Sevilla (Oratorio de San Felipe Neri)

Como conopeo de designa también la umbela, umbraculum o pabellón, una de las insignias propias del Santo Padre, y con el que se significa (junto con el tintinábulo) el carácter de basílica conferido a una iglesia. Es una especie de sombrilla a modo de baldaquino semi abierto, con anchas rayas alternadas de color dorado y rojo, que son los colores tradicionales del Romano Pontífice, dado que el blanco no comenzó a ser utilizado por los papas hasta el final de las Guerras Napoleónicas.

La umbela de la Catedral primada de Braga

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