sábado, 4 de mayo de 2019

Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan por mi causa

El Padre de Familia ha decidido abandonar su habitual refugio para volver a compartir sus reflexiones con nosotros, esta vez dedicadas a la incomprensible dureza de un pastor para con los fieles que nada más quieren recibir al Señor Sacramentado del modo más digno posible y como por lo demás fue la costumbre en la Iglesia por muchos siglos: en la boca y de rodillas.



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Las otras víctimas

Un padre de familia

Los ritos son en el tiempo lo que la morada es en el espacio
Antoine de Saint-Exupéry 

El pasado 27 de marzo de 2019, la Corte de Apelaciones de Santiago dictó sentencia en el juicio civil iniciado por tres de las víctimas del Rvdo. Fernando Karadima, y en ella se condenó a la "Iglesia católica chilena" a pagar una indemnización por el daño moral ocasionado como consecuencia de la desidia demostrada respecto de las denuncias formuladas en contra de dicho sacerdote. El mismo día, el Arzobispado de Santiago dio a conocer una declaración pública donde señalaba que no recurriría de dicha sentencia porque ella le atribuía responsabilidad a la institución por los mismos errores que había reconocido desde un comienzo: "la forma en que se tramitaron las denuncias presentadas por los demandantes, la inadecuada valoración de las mismas y la falta de acompañamiento a las víctimas". No tengo duda de que en este caso la Iglesia de Santiago no hizo lo que correspondía cuando debió hacerlo, prefiriendo los respetos humanos antes que la corrección en la caridad. Basta ver el informe que ya en 1985 emitió el rector del Seminario diocesano de Santiago respecto del entonces titular de la Parroquia del Sagrado Corazón de Providencia y en que reflejaba su personalidad y los abusos de poder y conciencia que se podían observar en sus dirigidos espirituales. 

Pero no hay que olvidar que los pecados del espíritu son peores que los de la carne. Por decirlo de manera gráfica con ese colombiano genial que fue Nicolás Gómez Dávila: "El canónigo corpulento y lujurioso que cree en Dios es más indiscutiblemente cristiano que el pastor austero y macilento que cree en el hombre". Es lo que decía en una carta anterior cuando ponía el ejemplo del abate de Sade frente al clérigo degenerado hodierno. Porque junto a la lujuria, ese pecado que pareciera ser hoy el predominante en el clero según la prensa, hay otros seis pecados capitales adicionales, como recordaba Dorothy Sayers. El demonio no es ni lujurioso ni glotón, puesto que es un ser de pureza indiscutible y carece de materia. Su problema no es el fango de la concupiscencia carnal al que nos enfrentamos los pobres mortales; el suyo es un asunto de soberbia y orgullo, de rebelión contra el orden cósmico querido por Dios. Ese poner al hombre como el centro de todas las cosas conduce a la asedia, vale decir, al tedio ante lo que es de Dios. Si me permiten un consejo, huyan tan rápido como se pueda de toda prédica moralizante que gire exclusiva o preferentemente en torno al sexto y noveno mandamiento, porque ahí no hay una espiritualidad sana. Lo dice Gómez Dávila: "Cuando el católico se defiende mejor contra los vicios que contra la herejía, ya es poco el cristianismo que queda en su cabeza".

Unos días después de la declaración que mostraba el pesar de la Iglesia por "la falta de acompañamiento a las víctimas", ya durante el Triduo Santo de 2019, monseñor Celestino Aós, ex obispo de Copiapó y recién nombrado administrador apostólico de Santiago, señaló: "somos sacerdotes para amar a Dios y a los demás, para enseñar y ayudar que otros amen" (Misa Crismal); "todo aquel que sufre merece nuestra atención" (Vía Crucis); "si un hermano, un sacerdote, un obispo, un cardenal o el Papa se equivocan, la Iglesia tendrá que humillarse y pedir perdón, y decir esto está mal, lo haya hecho el que lo haya hecho" (Sábado Santo), entro otras afirmaciones que hacían pensar en un corazón contrito y humillado ante los excluidos y las víctimas de abusos.

Sin embargo, en la Misa Crismal celebrada en la Catedral Metropolitana ocurrió un hecho al cual muchos medios de comunicación católicos han dado difusión. Después de pedir la oración de los fieles para ser buenos sacerdotes durante la homilía, monseñor Celestino Aós negó la comunión a tres de ellos que deseaban recibirla de rodillas. Dos mujeres, ambas de velo, y un hombre entrado en años vieron cómo el pastor de su iglesia particular les negaba el Alimento espiritual en la principal celebración que el obispo hace junto al presbiterio de su diócesis y en la cual se consagra el Santo Crisma y los demás aceites que se usarán para los sacramentos y se renuevan las promesas sacerdotales. Hasta donde se puede ver en el video difundido por el propio Arzobispado de Santiago, sólo una de esas personas (una de las mujeres) se levanta ante el rechazo inicial y recibe la comunión de pie; los otros dos simplemente son ignorados por el administrador apostólico, quien sigue distribuyendo la comunión por encima de los fieles arrodillados, hasta que optan por retirarse. Eso es algo que nunca me había tocado presenciar, porque en muchas iglesias he visto fieles que desean comulgar de rodillas y el sacerdote les distribuye la comunión de esa manera. Puede que nos les guste, pero saben que la Eucaristía es indispensable para alimentar la vida espiritual de los fieles. 

 (Captura de pantalla: Youtube/Infocatólica)

Decía Gómez Dávila que, "ante la Iglesia actual (clero-liturgias-teología) el católico viejo se indigna primero, se asusta después, finalmente revienta de risa". A mí me pasó exactamente eso: transite de la indignación el susto, para acabar riéndome a carcajadas. Porque reconozco que mientras veía las imágenes mi primera reacción fue de indignación. Conozco al hombre que, arrodillado para recibir a Cristo, sufrió la humillación del sucesor de unos de sus apóstoles, el mismo día en que se recuerda la institución de ese sacramento y la traición de uno de ellos, nada menos que el administrador económico de la comunidad. De hecho, la noche de ese Jueves Santo lo vi en la Misa in Coena Domini junto a su mujer. Se trata de un católico piadoso, que como muchos otros trata de vivir la fe en medio del mundo y a pesar del mundo, procurando de ser fiel al mensaje evangélico y a la Iglesia. Ese día asistió, por tanto, a dos oficios religiosos, dedicando al culto di-vino cerca de cuatro horas, tanto como los sacerdotes que celebraban la institución del sacramento que los ha consagrado para el servicio de Dios en el altar. Una persona así, por piadoso y por su edad, no se merecía ser ignorado por su pastor en medio de la nave de la iglesia que es centro espiritual de la diócesis, simplemente por querer recibir la comunión de manera reverente y conforme a derecho, y menos por alguien que tiene un ministerio de servicio paternal. 

Conviene recordar que la Instrucción general del Misal Romano señala que en "los fieles comulgan estando de rodillas o de pie, según lo haya determinado la Conferencia de Obispos" (núm. 160), regla que refrenda la Instrucción Redemptionis Sacramentum publicada por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos en 2004 (núm. 90). Nada ha dispuesto al respecto la Conferencia Episcopal de Chile, siendo por lo demás un derecho de los fieles el comulgar de rodillas. Así lo dice la instrucción recién citada: "no es lícito negar la sagrada Comunión a un fiel, por ejemplo, sólo por el hecho de querer recibir la Eucaristía arrodillado o de pie" (núm. 91). Es más, la propia Comisión Nacional de Liturgia reconoce la validez de la comunión de rodillas en uno de sus boletines: "La forma habitual es hoy de pie, pero no está prohibido recibir la comunión de rodillas, que era la forma habitual hasta la reforma litúrgica, en el 'comulgatorio". Por lo tanto, actualmente, estas formas de comulgar, en la boca o en la mano, de rodillas o de pie, son todas correctas y válidas" (Boletín núm. 92, enero de 2009, p. 1). Los tres fieles que recibieron la humillación de su obispo, quien simplemente hace caso omiso de ellos, tenían derecho a comulgar como querían hacerlo, y no sólo por piedad, sino también porque la legislación litúrgica se los permite. Lo que se ve en el video es, por tanto, un abuso de poder frente a un fieles que ejerce algo que le corresponde. 

De ahí que la indignación me haya hecho recordar una de las peores caras de la Iglesia, el rostro de la ideología que condena al que quiere ser fiel a Cristo y a los que aquí llamo "las otras víctimas". Denomino así a todos aquellos católicos que en el último medio siglo han recibido la indiferencia o, peor aún, la persecución por el solo hecho de querer ser permanecer en Cristo de la forma en que lo han sido muchísimos a lo largo de los siglos, conscientes de que la Revelación no puede cambiar y que a Dios hay que adorarlo en "espíritu y verdad", tal y como lo hicieron las generaciones que nos precedieron. Para estas víctimas, empero, no hay cámaras, reportajes, cobertura y menos misericordia y compresión. Ellos son los otros, los invisibles, porque permanecen en las periferias existenciales de una Iglesia que, como los fariseos en tiempos de Jesús, actúa en connivencia con el mundo moderno. Para ellos, la ternura no alcanza porque no comporten la religión del hombre. 

Me vinieron a la memoria, entonces, las imágenes que la bitácora de la Asociación Magnificat publicó hace algún tiempo, donde se hacía un paralelo entre el desalojo de dos sacerdotes en Francia mientras celebran en Santo Sacrificio conforme a los antiguos libros litúrgicos. En medio de la iglesia, ambos sacerdotes eran arrastrados por la policía revestidos con ornamentos sacerdotales, cuando actualizaban el mismo sacrificio de Cristo sobre el Calvario. Pero el odio a la Tradición no siempre se muestra con esa exuberancia mediática, pues la mayor parte de las veces se refleja en actos que no tienen trascendencia pública y no se conocen. En general, se trata de desprecio, de rechazo, de burla, de preterición, como en el caso de la pasada Misa Crismal en Santiago de Chile. 

 Desalojo de la iglesia de Santa Rita en París por fuerzas especiales francesas (2016)

Volviendo a Chile, cuántas muestras de desprecio han vivido los fieles que han querido ser fieles a la Tradición durante los últimos 60 años.  En el relato que la Asociación Magnificat publicó con ocasión de su quincuagésimo aniversario se cuenta, por ejemplo, cómo encontraron cerrada muchas veces la puerta de la iglesia donde celebraban la Misa de siempre, o cómo los echaron de algunas de ellas por orden de las autoridades religiosas del momento. Me acordé igualmente de un obispo auxiliar de Santiago que cogió de la sotana al Padre Rafael Navas, superior de la provincia sudamericana del Instituto del Buen Pastor, en el despacho del entonces arzobispo cuando éste intentó besar el anillo del cardenal con una genuflexión. "¡Levántate, ridículo!" fue la frase que escuchó de un obispo enrojecido por la rabia ante tal gesto aparentemente atrabiliario. Ese mismo sacerdote tuvo que dejar la diócesis porque recibió la visita de un comisario de la misericordia posconciliar por la misma época en que el Cardenal Francisco Javier Errázuriz guardaba en un cajón y a buen recaudo las denuncias por abusos contra el Rvdo. Fernando Karadima, negándose a investigar. 

Es digno de encomio que la Asociación Magnificat, a quien agradezco que me sigan publicando, no haya dicho nada cuando el cardenal Ezatti negó la autorización para que el cardenal Raymond Leo Burke celebrase una Misa pontifical por sus cincuenta años, arguyendo que los esfuerzos de la diócesis debían de estar puestos en la visita del papa Francisco al país (quien no vino hasta enero de 2018 y cuya visita no concitó al parecer mayor fervor de los fieles, que optaron por seguir de vacaciones) y porque "tenía que consultar a sus superiores". El mismo cardenal, ante la invitación cursada para la celebración de la Misa solemne ese año 2016 y entregada por mano en el arzobispado, simplemente no contestó. Allende los Andes ha pasado igual, como lo recordaba la popular bitácora The Wanderer: de monseñor León Kruk, obispo de San Rafael y que dio acogida a los sacerdotes argentinos perseguidos por su adhesión a la doctrina perenne, no se acuerda nadie, mientras que monseñor Enrique Angelelli, promotor de la justicia social por medio de la lucha armada, es hoy "beato" de la Santa Iglesia Católica. 

A todo hay que sumar la "contradicción de los buenos", vale decir, la persecución directa o indirecta que los mismos fieles que dicen defender la Tradición hacen respecto de los grupos y sacerdotes que, con gran esfuerzo y en medio de un sinnúmero de dificultades, tratan de mantener viva la celebración conforme a los libros litúrgicos de siempre. Gómez Dávila decía que "no es imposible que en los batallones clericales al servicio del hombre todavía se infiltren algunos quintacolumnistas de Dios". Si nos encontramos con ellos hay que brindarles apoyo y no perseguirlos como traidores. Para eso, ya hay suficiente gente que lo hace con denuedo. Más todavía cuando las habladurías y comentarios provienen de personas, tanto sacerdotes como laicos, que hacen mucho menos por difundir y defender la Santa Tradición. Como dice el sabio refrán español, "obras son amores, que no buenas razones". Porque lo que hay que hacer, tal y como está el percal, es seguir ese otro refrán, a Dios orando y con el mazo dando, más que contentarse con un tradicionalismo de salón cuando no de sacristía subterránea y clandestina. 

 Nicolás Gómez Dávila
(Foto: El Mundo)

Pasada la indignación inicial, vino el temor tanto de que este tipo de prácticas se extendieran como de la suerte de un obispo a quien la ideología más trasnochada nubla su mirada pastoral. Pero recordé que la Iglesia ha pasado crisis peores, como aquella de los arrianos, al final de la cual la Verdad acabó por prevalecer. Es la promesa de Cristo y hay que creer en ella: pese a todo, las puertas del infierno no prevalecerán. Como decía el mentado Gómez Dávila, "mientras el hombre sepa arrodillarse, nada hay perdido". Y esos tres fieles que lo hicieron en medio de la Catedral, frente al desprecio indisimulado de su obispo, lo tenían claro: ante Jesús se dobla toda rodilla. 

Hechas esas consideraciones, ya en Domingo de Gloria, acabé por caer en el tercer estado del que hablaba Nicolás Goméz Dávila: simplemente me reventé de risa. Y el origen de esa risa es, créase o no, platónico, pues este filósofo dividía a los arrogantes en fuertes y débiles. Aquel arrogante que es fuerte y poderoso es odioso, mientras que el débil es ridículo. Porque el no darle la comunión a tres personas que, en su opinión, no representaban más que un pobre viejo y un par de beatas, con el perdón de los tres, sólo es una muestra de vulgar prepotencia, semejante al del niño que despunta la pubertad y se envalentona en el patio del colegio con los alumnos de cursos menores al suyo, pero que no es capaz de medirse con sus compañeros de clase. Me gustaría ver si monseñor Aós haría lo mismo para defender la Verdad frente a la hostilidad del mundo o para aplicar sin concesiones el Magisterio de la Iglesia que tiene por misión custodiar. Me temo que su reacción sería muy distinta, optando por un muy cómodo silencio cuando no por una abierta connivencia con el mundo. Tampoco sé si se atrevería a negar la comunión con igual entereza a algún pecador público, pero me atrevería a pensar que no. Pues bien, es sabido que las situaciones ridículas sólo producen risa, y eso fue lo que acabó sucediendo: me puse a reír de esta suerte de esperpento pascual protagonizado por un navarro Padre Gatica. Él mismo que por esos días predicaba la humildad y la necesidad de acoger a todos con ternura paternal, en especial a las víctimas, era el que rechazaba darle la comunión a tres pobres fieles cuyo pecado público fue querer recibir a Cristo sacramentado conforme a derecho y con devoción. Eso se llama, como ya decía, abuso de poder y con escándalo. San Alberto Hurtado recordaba que la caridad sólo empieza donde termina la justicia. Partamos por dar a cada uno lo suyo, respetando los derechos litúrgicos de los fieles, y después predicamos el amor universal al estilo de Ami, el niño de las estrellas, ese bodrio que mi generación tuvo que leer como parte del programa educacional de la época. Que al final del día lo que hay que predicar es a Cristo y su mensaje, y Su Amor es cosa bien distinta del buenismo filantrópico que se diluye en el indiferentismo. 

Aunque hay que reconocer que, pese a la ausencia de disculpas públicas, como ha ocurrido en los demás casos de abusos, al menos ha habido un cambio de actitud pública de monseñor Aós. Según informa Infocatólica, en la Misa celebrada el domingo pasado en el Santuario de la Divina Misericordia el administrador apostólico sí dio la comunión a los fieles que se arrodillaban a Cristo sacramentado. Esperamos que este comportamiento se mantenga y no se deba sólo a la cobertura que los medios dieron a su hostil rechazo durante la Misa Crismal. 

Debo terminar estas notas, porque ya me he extendido demasiado y estamos en tiempo pascual. Acabo recordando nuevamente a Nicolás Gómez Dávila, al punto que este texto parece ya una compilación de escolios a sus escolios: "Mientras el clero no haya terminado de apostatar, va a ser difícil convertirse". La pura verdad. Pero a Dios gracias el Espíritu Santo suscita buenos sacerdotes en medio de los yermos más espantosos, de lo que la historia da cuenta. Como decía un santo, "estas crisis mundiales son crisis de santos", y de haberlos, los hay. Pues partamos por casa y después nos ponemos a predicar con el ejemplo. 

 A partir de 1:42:10, aproximadamente.

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