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martes, 10 de diciembre de 2019

Cuando un Papa escribe y la Iglesia se rebela

Les ofrecemos hoy un interesante texto de Richard Yoder destinado a explicar, sin apasionamiento y con buenos argumentos, la verdad sobre el jansenismo. En buena medida, la propaganda contra ellos provino de la Companía de Jesús, que deseaba la difusión de una espiritualidad adaptada a las exigencias de la modernidad, haciendo de los fieles contemplativos en medio del mundo. Ese "buscar y encontrar a Dios en todas las cosas" que enseñaba San Ignacio acabó por configurar un modo de ser que da primacía a la acción por sobre el recogimiento contemplativo, con fuerte predominio de la dimensión individual. Por el contrario, el autor quiere reivindicar que los jansenistas fueron agustinianos cuyas devociones, de raíz monástica, eran profundamente católicas. Para los jansenistas, la Tradición tenía una suprema importancia, y la Eucaristía era sacrosanta.

Richard Yoder cursa actualmente un doctorado en historia en la Penn State University. Su tema de investigación es el catolicismo en Francia durante el período comprendido en el "Largo siglo XVIII", vale decir, aquel período que se extiende desde la llamada "Revolución gloriosa" de 1688 hasta la batalla de Waterloo en 1815.

El artículo fue publicado originalmente en Church Life Journal y ha sido traducido por la Redacción. 

 Clemente XI (retrato anónimo, siglo XVII)

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Cuando un Papa escribe y la Iglesia se rebela

Richard Yoder

Se publica un documento papal que parece cambiar la enseñanza de la Iglesia, dividiendo al mundo católico. Gran parte de la controversia gira en torno a disciplinas divergentes en lo relativo a la Comunión y a diferentes ideas sobre lo que son el pecado y la gracia. Lo que parecía ser piadoso y santo hasta el presente, es condenado ahora como herejía. De esto se sigue una gran confusión. Cuando se le pide que aclare lo que ha querido decir, el Papa rehúsa hacerlo. Los obispos que se oponen son amenazados y castigados. Invocando la Tradición de la Iglesia, cuatro obispos organizan una oposición eclesiástica al documento, a la que pronto se suman otros obispos, que se transforman en héroes populares, especialmente luego de que su líder es públicamente humillado y depuesto por las autoridades de la Iglesia. Sus partidarios se consideran como “el resto” de los fieles, que adhieren cuidadosamente a la Verdad de Cristo en tiempos de una oscuridad generalizada, y piensan que su postura está anunciada por los profetas. Se culpa a los jesuitas y a la Jerarquía por este período de extensa apostasía y confusión, y se proclama que se ha descubierto que los jesuitas enseñan ideas idolátricas y entran en compromisos con el paganismo en sus esfuerzos misioneros. Esta postura se difunde mediante publicaciones clandestinas, en exitosos debates en la opinión pública y en periodismo de oposición. La postura se hace cada vez más escéptica sobre el poder del Papa.

¿Estamos frente a la Iglesia de hoy, la del Papa Francisco? No. Se trata de la Iglesia de comienzos del siglo XVIII, en los tumultuosos años que siguieron a la bula papal Unigenitus. Este señero documento de 1713 causó, con su publicación, un enorme trauma en la vida de la Iglesia. Unigenitus, lo mismo que la polémica, más amplia, de la crisis jansenista, a la cual contribuyó, ha sido hoy olvidada casi totalmente por los fieles. Después de todo, nadie -ni “conservador”, ni “liberal”, ni “tradicionalista” ni “según el espíritu del Vaticano II”- propone un auténtico jansenismo, como Shaun Blanchard ha sostenido recientemente de modo muy convincente. Pero las evidentes analogías entre las controversias eclesiásticas de ayer y las de hoy hacen del jansenismo algo pertinente. Por eso sería conveniente reconsiderar la posición jansenista, quizá para proyectar luz sobre la nuestra. Pero, para hacerlo tenemos primero que despojar al jansenismo de la reputación que sus enemigos le han endosado. Lo que sigue será un intento de avanzar un paso en la desmitologización de los jansenistas. 

 Cornelio Jansen (grabado de Jean Morin, siglo XVII)

Cripto-calvinistas y convulsionnaires

El hecho de que el jansenismo sea un término tan despreciado por los católicos se debe a la tradición de historiografía escrita por los ultramontanos y por los jesuitas del siglo XIX. Ejemplos de esta caracterización crítica se puede encontrar en un órgano muy confiable de opinión ultramontana, la Enciclopedia Católica [Catholic Encyclopedia], donde, en un artículo de 1910, se describe a los jansenistas del siguiente modo:

Los fanáticos partidarios de un rigorismo desalentador, adornado con los nombres de virtud y de austeridad, y con el pretexto de combatir ciertos abusos, se opusieron abiertamente a ciertas indudables características del catolicismo, especialmente su unidad de gobierno, la continuidad de su tradición y costumbres, y la legítima parte que el corazón y los sentimientos tienen en el culto. Con sus diestras argumentaciones, fueron portadores del espíritu calvinista, demoledor, innovador y árido. Tales fueron los fins Jansénistes, que formaron luego el núcleo de la secta, o que, más bien, resumieron en sí mismos la secta jansenista”.

Con todo, los ultramontanos omitieron varias verdades sobre los jansenistas.

La más egregia de las falsedades define al jansenista como “un calvinista que dice Misa”. De hecho, el término mismo “jansenista” fue acuñado por los jesuitas para comparar al obispo de Ypres [Corneille Janssens] con el reformador de Ginebra [Jean Calvin]. Los historiadores hace ya tiempo han denunciado esta calumnia, pero la idea ha persistido en muchos círculos católicos. Identificar el jansenismo como cripto-calvinismo es reducir ambas realidades, jansenismo y calvinismo, a meros sistemas teológicos: éste ha sido el lamentable legado del modo cómo el Papado se enfrentó con los jansenistas, al condenar inicialmente cinco proposiciones sobre la predestinación supuestamente derivadas del libro Augustinus, de Jansenio. Pero Antoine Arnauld y Pierre Nicole, dos de los principales escritores jansenistas del siglo XVII, dedicaron miles de páginas a refutar el calvinismo en puntos tales como la justificación, la eclesiología, la moral, el bautismo y la transustanciación. El hecho de que estos textos hayan sido descuidados por teólogos e historiadores es sintomático de la damnatio memoriae ultramontana. Pero hay un error todavía más básico en la definición del jansenismo por las cinco proposiciones: las religiones no son constructos compuestos de proposiciones, sino que tienen un elemento encarnado, ritual, que posee un determinado sentido del tiempo, del espacio y de la materia. Si se tiene presente esta perspectiva más amplia, se puede redescubrir la naturaleza esencialmente católica de los jansenistas. 

Las reliquias tienen una gran importancia en la cultura jansenista, lo mismo que las curas milagrosas que se obtiene a través de ellas. En 1656, Marguerite Périer, sobrina y biógrafa de Blaise Pascal, monja en Port-Royal, al suroeste de París, fue curada de una enfermedad de los ojos, después de que se la tocó con un un relicario que contenía un trozo de la Corona de Espinas. Se conserva una pintura ex voto de este milagro. Philippe de Champagne pintó un ex voto similar en 1662 cuando su propia hija en Port-Royal, la hermana Catherine de Saint Suzanne, se curó de una antigua e invalidante dolencia. Estas curaciones fueron interpretadas como señales del favor divino por los jansenistas que sufrían persecución institucional de parte de las autoridades tanto de la Iglesia como del Estado.

La confianza jansenista en las curas milagrosas se hizo más clara todavía después de la bula papal Unigenitus de 1713. Varias tumbas de los “apelantes”, vale decir, de quienes apelaban de la Bula ante un concilio general, fueron testigos de curas milagrosas. El más famoso de los milagros jansenistas fue la frenética sanación de los convulsionnaires, fenómeno que comenzó en 1727. Aquel año, el diácono François de Pâris murió en la parroquia parisina de Saint-Médard. Conocido por su ascetismo y su férrea adhesión a los principios jansenistas, la tumba de este diácono se convirtió prontamente en un lugar de peregrinaciones donde ocurrían claras curas milagrosas. Como ha escrito Angela Haas, “hubo cientos de personas, de todos los tipos imaginables, que dieron testimonio de estos acontecimientos sobrenaturales”. Apenas un año después de la muerte del diácono, el cardenal Noailles investigó cinco de estos milagros y, en consecuencia, beatificó a François de Pâris. Pero esta aprobación eclesiástica duró poco. A Noailles lo sucedió, como arzobispo de París, una figura más ultramontana, Charles-Gaspard-Guillaume de Vintimille Luc. Este argumentó en el sentido de que las curaciones no podían ser milagros, porque Dios no los hacía mediante huesos jansenistas. Para citar a John McManners, “las pruebas resultaron irrelevantes: muerto o vivo, un recusante no puede hacer milagros”. El arzobispo contrató a algunos doctores para poner en duda los informes de milagros, y los jesuitas ayudaron, alegremente, a desacreditar las experiencias de los convulsionnaires

Sería probablemente un ejercicio fútil tratar de descubrir hoy la validez de esos milagros. Con todo, lo que nos dicen es que los jansenistas adherían a una visión de mundo claramente sacramental. Su comprensión de la materia (específicamente, del cuerpo humano) como vehículo de la gracia que sana no es más calvinista que el “agua bendita de San Ignacio” usada por los misioneros jesuitas. Sin embargo, la vieja idea, originada en las polémicas, de que estos jansenistas populares son “fanáticos” herejes, ha oscurecido su catolicismo.

 Ex voto de Philippe de Champaigne sobre la curación milagrosa de su hija paralizada, religiosa en Port-Royal (1662)

Mártires, exiliados y peregrinos

La narrativa ultramontana sobre herejes soberbios que rehusaban obstinadamente obedecer a sus superiores es groseramente simplista, y hace caso omiso del hecho de que los jansenistas lamentaron ser excluidos, tanto a nivel individual como colectivo. La crisis de conciencia que atenazó a las monjas de Port-Royal, especialmente a Jacqueline Pascal, habría de ser también un rasgo propio del jansenismo posterior. Los escritos jansenistas sobre la obediencia de la conciencia a los superiores y a la Verdad son todavía pertinentes hoy día. Sin embargo, la mayor parte de las agudas divisiones provocadas por estas meditaciones murió después de 1669, aunque nunca desaparecieron del todo, durante el período, de más de 30 años, conocido como “la paz de Clemente IX”. Hubo dos acontecimientos, hacia el fin del reinado de Luis XIV, que alteraron esa paz. El primero fue la dispersión del resto de las monjas de Port-Royal en 1709 y la posterior destrucción del monasterio, en 1711, por agentes de la corona. Las monjas, los “solitarios” varones que vivieron alguna vez en el terreno del monasterio, y todos sus empleados domésticos, se convirtieron, a los ojos de los simpatizantes jansenistas, en populares “mártires de la verdad y de la sinceridad cristianas” [1], e incluso se publicaron necrologías sobre este tema. 

Lo que, en realidad, rompió la paz fue la bula papal Unigenitus (1713). Teniendo como blanco el popular devocionario Reflexiones morales del Nuevo Testamento, de Pasquier Quesnel, Clemente IX anatemizó en su conjunto 101 proposiciones que se dijo que contenía el libro. Shaun Blanchard ha explicado por qué la bula causó una enorme reacción de rabia y de confusión. Muchas de esas proposiciones parecían no sólo piadosas, sino derechamente verdaderas. Unigenitus causó marejadas en toda la Iglesia, las que se sintieron en Francia más agudamente que en cualquier otra parte. Cuatro obispos interpusieron una apelación formal de la bula ante un Concilio General. Varios otros se les unieron, entre los cuales estuvo el cardenal arzobispo de París. Por su parte, Clemente IX rehusó clarificar el sentido herético de las 101 proposiciones mencionadas en Unigenitus y, en cambio, procedió conjuntamente con la corona francesa a aislar y castigar a los disidentes[2]. Uno de los principales obispos que interpusieron la apelación, el octogenario Jean Soanem, de Senez, fue citado ante un sínodo local en el cual los obispos ultramontanos lo privaron de su sede y lo condenaron a una vida de penitencia en la Abadía de Chaise-Dieu, lo que fue atribuido por los jansenistas a la malévola influencia jesuita.

Estas actitudes no quedaron confinadas al episcopado. Unigenitus inflamó la simpatía popular en favor de la causa jansenista. Las Nouvelles ecclésiastiques, un semanario jansenista, comenzó a circular a escondidas, con feroces diatribas anti-jesuitas, anti-papales y, cada vez más, anti-monárquicas, y publicó truculentas historias de los jansenistas oprimidos, e incorporó también el figurismo, una exégesis jansenista de las profecías bíblicas y de la historia eclesiástica. En la perspectiva figurista, las referencias bíblicas al “resto fiel” del “verdadero Israel” en el “exilio” se transformaron en predicciones de las aflicciones jansenistas por obra de poderosos apóstatas, infernalmente empeñados en suprimir la Verdad[3]. Unigenitus se convirtió en la “abominación de la desolación en el lugar santo” que se menciona en el libro de Daniel, retórica que ha reaparecido recientemente en la blogósfera católica.

Otra respuesta del pueblo a la condenación del jansenismo fue la publicación en 1767 de un manual de peregrinación, centrado en Port-Royal-des-Champs. Escrito por el Abate Jean-Antoine Gazaignes, con la inclusión de una primera página que señalaba como lugar de publicación “en el Desierto”, el manual contenía un oficio completo, incluyendo lecturas de Maitines, para la conmemoración de “las santas reliquias” de Port-Royal. El espacio es, en este caso, igualmente importante que las reliquias en sí, porque Gazaignes considera las ruinas de la abadía ser un canal y lugar de la gracia. La colecta dice lo siguiente:

Oh Dios, que en los últimos días has hecho de la soledad de Port-Royal un jardín de delicias, y has hecho brillar en ella el sol de tu Verdad para hacer crecer las flores de todas las virtudes, para producir los frutos del amor más perfecto y para hacer de ella la puerta de salvación para todos los penitentes, concédenos, por intercesión de tus servidores, escogidos por Ti durante los días de la ira y la furia de los malvados, un corazón verdaderamente arrepentido, un corazón penetrado por el dolor, bañado por las lágrimas, un corazón iluminado por Tus divinas luces, encendido por Tu amor, y capaz de producir frutos dignos de ser recogidos en Tus eternos graneros. Por Cristo Nuestro Señor”.

Esta liturgia habla de una doble transformación: contempla a Dios que transforma los sufrimientos de Port-Royal, es decir, de los últimos jansenistas que produjeron y leyeron el libro, en un jardín en vez de un desierto, y en un lugar de peregrinación en vez de un exilio.

Mucho se ha escrito sobre los jansenistas posteriores y su oposición a diversas devociones. Por ejemplo, Ulrich Lehner ha demostrado que los jansenistas echaron mano de discursos, tanto tridentinos como ilustrados, para atacar lo que consideraban como elementos excesivos y poco razonables de la piedad barroca[4]. Lehner dice que una de las principales prioridades de la “teología jansenista de las décadas de 1770 y 1780” fue “purgar a la Iglesia de las formas barrocas de piedad”[5]. El libro de Shaun Blanchard, próximo a aparecer, sobre el Sínodo de Pistoya (1786), utiliza estas investigaciones para mostrar también la existencia de otra área de reformas jansenistas en materia de devociones. 

Sin embargo, debiéramos cuidarnos de insistir demasiado en el anti-devocionalismo jansenista. La piedad jansenista no fue igual a la de sus enemigos, los jesuitas, que era visionaria, imaginativa, optimista, emocional y centrada simbólicamente en el Sagrado Corazón; pero ello no quiere decir que los jansenistas estuvieran destituidos de espiritualidad. El manual de Gazaignes recoge el punto alto de la devoción jansenista: la oración litúrgica. 

Podemos ver esto, por ejemplo, en un caso jansenista muy anterior, el currículo para la escuela conventual de Port-Royal. John Conley, s.j., escribe lo siguiente:

La estructura del día escolar es estrictamente monástico. En el curso de un mismo día, los alumnos recitan las siguientes horas del oficio monástico: prima (al amanecer), tercia (temprano de mañana), sexta (mediodía), vísperas (al caer la tarde) y completas (entrando la noche). Además, asisten diariamente a Misa y tienen tiempos reservados para la meditación personal, para un examen diario de conciencia y para numerosas otras oraciones en latín y francés. De acuerdo con la práctica monástica, se toma las comidas en silencio mientras se oye la lectura de textos bíblicos, patrísticos y hagiográficos, que se lee en la mesa en voz alta. Siguiendo la práctica monástica del 'gran silencio', los alumnos se abstienen de hablar desde que terminan las oraciones con que se cierra el recreo de la caída de la tarde hasta la primera de las clases, que comienza a las 8 A.M. El currículo de Port-Royal está lleno de un énfasis monástico […] Los textos usados en la instrucción en las salas de clases y en las lecturas públicas en el refectorio refuerzan el modelo monástico de educación. Las obras de los padres del desierto, de San Jerónimo, San Juan Clímaco y Santa Teresa de Avila son recomendadas por la Hermana Jacqueline”.

A cada estudiante se le entregaba un salterio bilingüe en calidad de principal libro de oraciones. Este uso de los salmos está en el corazón de la pedagogía religiosa y moral de la escuela. La escuela de Port-Royal aspiraba a fomentar un espíritu monástico en sus alumnos, aunque no fueran a entrar en religión posteriormente. Esto constituye un ejemplo clave de los ideales devocionales normativos del mundo jansenista. Se puede decir, por lo tanto, que más allá de las reliquias y peregrinaciones que, al menos en la retórica, caracterizaban las prácticas de devoción jansenista, podemos ubicar el centro de la piedad jansenista en la tradición monástica. En esto también se diferencia este movimiento del calvinismo, pero donde la catolicidad de los jansenistas surge de modo clarísimo es en sus actitudes ante la Tradición y los Sacramentos.

 Vista general de la Abadía de Port-Royal (primera mitad del siglo XVIII)

Sancta sanctis 

Existen otros mitos que nublan nuestra visión de Port-Royal y sus partidarios. Aunque es propio de los historiadores ultramontanos describir el jansenismo como una innovación, los propios jansenistas entendían su postura como una defensa de la Tradición. El Abate Saint-Cyran fue un cercano colaborador de Jansenio y padre espiritual de Port-Royal. Cuando murió en 1643, sus amigos escogieron como epitafio para él las palabras Non erit tibi Deus recens, Non erit tibi veritas recens, vale decir, "no habrá para ti un Dios nuevo, no habrá para ti una verdad nueva". Estas palabras resumen la actitud de los primeros jansenistas ante la Tradición. Esta desconfianza de las innovaciones teológicas y espirituales formó el centro de la oposición jansenista a la devoción al Sagrado Corazón, aunque el polémico uso que de ella hicieron sus enemigos, los jesuitas, no contribuyó en nada a mejorar ante los jansenistas la reputación de esta devoción[6]. Y fue a la Tradición que apelaron los jansenistas en sus disputas sobre la gracia y la penitencia. Los autores jansenistas tardíos atacaron la bula Unigenitus como contraria a las palabras de los Padres, pero la tendencia tradicionalista del movimiento jansenista tiene raíces muy anteriores.

Cuando Antoine Arnauld tomó la pluma para lamentarse por la comunión frecuente, lo hizo con la firme convicción de que estaba defendiendo la autoridad de los Padres de la Iglesia, la antigüedad teológica y la Tradición de la Iglesia. Pero los jansenistas no apelaron sólo a la Iglesia primitiva, sino que a menudo se apoyaron en los argumentos de los padres de Trento, especialmente en San Carlos Borromeo, entregándoles a ellos la defensa de sus puntos de vista[7]. En una notable pintura, los jansenistas tardíos incluso pintaron a François de Pâris como San Carlos. Arnauld dedica doce capítulos de De la fréquente communion (1643) a la teología moral de San Carlos, además de catorce al Concilio de Trento, veintinueve a los Padres de la Iglesia y uno a la disciplina sacramental de las Iglesias orientales. Esta amplia confianza en la Tradición es más clara que en ninguna otra parte en su segundo libro sobre la comunión frecuente, La tradición de la Iglesia en el tema de la penitencia y la comunión (1644).

Se puede resumir claramente la postura jansenista sobre la comunión esbozada por Arnauld. El sacramento de la confesión era necesario como preparación para la comunión. Si un confesor estimaba que faltaba auténtica contrición, podía retener la absolución para que, primeramente, el penitente pudiera hacer penitencia. Sin embargo, como son tan pocas las almas que tienen la gracia de un verdadero arrepentimiento, la ampliación de la práctica de la comunión frecuente inevitablemente acarreará sacrilegios. Era éste el pecado que los jansenistas, como Arnauld, luchaban por disminuir. Las primeras páginas de las ediciones posteriores de De la fréquente communion (1643) de Arnauld traían, a veces, las palabras Sancta sanctis, “las cosas santas, para los santos”, tomadas de la Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo. Aunque desde aquellos tiempos se ha, en gran medida, olvidado la adoración perpetua del Santísimo Sacramento, ésta fue, junto con el Oficio Divino, la devoción central de la abadía jansenista de Port-Royal des Champs[8]. El cuadro La Última Cena, de Philippe de Champagne, adornaba el altar mayor de Port-Royal, lo cual era un reflejo de la sensibilidad eucarística de las monjas, y en él la figura prominente de Judas traía a la mente el fantasma de las comuniones indignas. Si los jansenistas abogaban por un acceso restringido al Santísimo Sacramento, lo hacían para evitar el sacrilegio. La moral sacramental de los jansenistas suponía, así, un profundo respeto por la santidad de la eucaristía.

De modo similar, fue debido a que los jansenistas tomaron en serio la penitencia que provocaron la animosidad de los jesuitas en su contra. Estos, en el siglo XVII, adoptaron la teoría moral de la atrición, que sostenía que las confesiones fundadas sólo en el miedo al infierno o en el deseo de llegar al cielo eran suficientes para la absolución[9]. Esta proposición, aunque indiscutida hoy, estuvo entorpecida por una gran cantidad de justificaciones casuísticas que permitían que, efectivamente, los penitentes siguieran pecando. Era éste el tipo de pensamiento que Pascal satiriza tan hábilmente en sus Cartas Provinciales (1657).

Por otra parte, los jansenistas no estuvieron en absoluto solos en esta antipatía. El clero secular a menudo estaba en desacuerdo con los jesuitas, especialmente en las diócesis misioneras. La posición de dicho clero era en gran medida congruente con la de los tomistas (en especial de los dominicos), que en épocas anteriores habían chocado con el jesuita Luis de Molina en el tema de la predestinación y de la gracia. Debido a que los jesuitas habían adoptado de preferencia el molinismo como su teoría de la justificación, los jansenistas a menudo se refirieron a sus oponentes, hasta bien entrado el siglo XVIII, como “molinistas”. Al sindicar a los jansenistas por su antipatía anti-jesuita, los católicos a menudo los han representado, en la gran narrativa triunfalista del ultramontanismo dirigido por los jesuitas, como villanos de historietas. 

 Antoine Arnauld (grabado, 1696)

Conclusión

Ulrich Lehner ha escrito que “[t]omar en serio el pensamiento jansenista […] ayuda no sólo a enriquecer el enfoque de la antropología histórica y de la historia intelectual, sino también a identificar las contribuciones que ha hecho a la modernidad, permitiéndonos comprendernos mejor”[10]. El presente ensayo ha tratado de presentar, si no una defensa del jansenismo, al menos una visión cualificada de las opiniones católicas prevalecientes sobre los jansenistas. En especial los jansenistas franceses no fueron esos semi-calvinistas anti-sacramentales y anti-devociones, como es el estereotipo ultramontano que se ha formado de ellos. Por el contrario, fueron agustinianos cuyas devociones, aunque más monásticas que jesuitas, eran católicas hasta el fondo: los jansenistas fueron un conjunto de hombres y mujeres para quienes la Tradición tenía una suprema importancia, y para quienes la Eucaristía era sacrosanta. En suma, no fueron tan diferentes a nosotros.

Además, su postura puede ayudarnos a entender la situación de la Iglesia hoy. Los temas que plantea su historia en términos de autoridad, conciencia y qué hacer cuando parece que la Iglesia institucional ha caído en la herejía, tienen una relevancia que continúa hasta hoy. ¿Cuál hubiera sido la reacción de Antoine Arnauld ante la reciente encuesta que muestra que sólo el 28% de los católicos estadounidenses saben y creen que el pan y el vino se han transubstanciado en la Misa? Quizá la comunión frecuente ha efectivamente alentado una actitud de pensar que se tiene derecho al sacramento, sin importar la preparación o las creencias básicas respecto a él. ¿Quizá, en estas materias, los jansenistas tenían la razón, después de todo? Pero para acercarse, siquiera, a este tema, necesitamos familiarizarnos de nuevo con los jansenistas.   
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[1] Pasquier Quesnel, citado por Maire, C., “Port-Royal: The Jansenist Schism,” en Kritzman, L. (ed.), Realms of Memory: Rethinking the French Past (trad. de Arthur Goldhammer, Nueva York, Columbia University Press, 1996), vol. I, p. 314.

[2] Gres-Geyer, J., “The Unigenitus of Clement XI: A Fresh Look at the Issues”, Theological Studies, vol. 49, núm. 2 (1988), pp. 261-275.

[3] Maire, M., “Port-Royal: The Jansenist Schism”, cit., pp. 316-317, 326, 328-329 y 332.

[4] Lehner, U., The Catholic Enlightenment: The Forgotten History of a Global Movement (Nueva York, Oxford Univgersity Press, 2016), pp. 16-17, 37, 125, 154-157 y 211.

[5] Lehner, The Catholic Enlightenment, cit., p. 211.

[6] “Istruzione pastorale di Monsignor Vescovo di Pistoia e Prato sulla nuova devozione al Cuor di Gesù” (3 de junio de 1781), en Atti Appendices, §32, pp. 92–95.

[7] Palmer, T., Jansenism and England: Moral Rigorism Across the Confessions (Oxford, Oxford University Press, 2018), pp. 8-50.

[8] John J. Conley SJ, Adoration and Annihilation: The Convent Philosophy of Port-Royal (South Bend, Uiversity Notre Dame Press, 2009), pp. 7 y 37.

[9] Conley, Adoration, cit., p. 7.

[10] Lehner, The Catholic Enlightenment, cit., pp. 175-176.

martes, 3 de diciembre de 2019

Por qué usar la patena de la comunión

A continuación ofrecemos a nuestros lectores una nueva traducción del Dr. Peter Kwasniewski, colaborador habitual de esta bitácora. El artículo llama a conservar o a reintroducir donde haya sido abandonado el uso de la patena de comunión para los fieles. En efecto, su uso muestra nuestra devoción y respeto hacia el Santísimo y reafirma de ese modo la fe de los fieles en la Presencia Verdadera.

El artículo fue publicado originalmente en New Liturgical Movement y ha sido traducido por la Redacción. Las fotos son las que acompañan al artículo original.


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Por qué debiera conservarse -o reintroducirse- el uso de la bandeja de comunión

Peter Kwasniewski

En la época en que todavía asistía yo diariamente a la Misa Novus Ordo, hubo un año en que, no sé debido a qué epidemia de dedos blandengues, pude muchas veces ver hostias que caían al suelo, cosa que ocurrió con tres sacerdotes diferentes. Estos episodios tuvieron dos consecuencias: me afirmaron en mi convicción de que no pudo darse nada más necio que cambiar el sistema de dar la comunión a los fieles en la lengua, arrodillados en el comulgatorio, por el otro, complicado e informal, de hacer cola y estirar la mano o la lengua -a diversas alturas en relación con quien daba la comunión-, y me impulsaron a investigar qué fue lo que ocurrió con la bandeja comunión, sostenida por un monaguillo para recoger las hostias o los fragmentos de ellas [Nota de la Redacción: véase la entrada que en su día le dedicamos a la bandeja de comunión en esta bitácora]. 

La historia de las bandejas de comunión resultó ser considerablemente más interesante que lo que me había imaginado: monseñor Charles Pope la cuenta aquí. Aunque se trata de un desarrollo reciente (siglo XIX), el uso de esas bandejas fue muy razonable. Después de todo, aunque el “mantel de comunión” fue el método tradicional y posee todavía un atractivo tanto estético como devocional, no resulta muy adecuado para recoger nada, a menos que se lo suspenda cuidadosamente bajo cada comulgante, tal como se observa en la práctica bizantina, o en las Misas de Primera Comunión del rito romano (véase la fotografía de más abajo). Así pues, la invención de la bandeja de comunión fue una idea brillante y fue muy merecida su aceptación universal en el mundo católico. Se la puede considerar un ejemplo clásico de desarrollo orgánico: se satisface una necesidad real con una solución apropiada que se acopla armoniosamente con lo que ya existe.

Ya nos podremos imaginar que ocurrió con esas bandejas en la década de 1960: en el prisa por modernizar, las patenas, junto con los manípulos, los birretes, los amitos, los manteles de comunión, los comulgatorios delante del altar y cientos de otros rasgos comunes de las iglesias católicas, fueron vistos como extras demasiado prolijos, complicaciones de sacristía, restos de escrupulosidades que interferían con las transacciones expeditivas y con las líneas puras de la nueva estética, en la que se pensaba que menos era más, más “auténtico” y más “espiritual”.

Sin embargo, no se requiere una experiencia muy larga para darse cuenta de que, cuando se usa una bandeja de comunión, a veces caen sobre ella fragmentos de hostias, que ahí quedan recogidos[1]. De por sí esto debiera bastar para volver a considerar seriamente la importancia de mantener el uso de la bandeja de comunión o de reintroducirlo ahí donde ha desaparecido.

Lo que me llama la atención es que esto es, también, mens ecclesiae, como se puede ver recientemente en 2004, en la Instrucción Redemptionis Sacramentum de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, que declara (núm. 93): “La bandeja para la Comunión de los fieles se debe mantener, para evitar el peligro de que caiga la hostia sagrada o algún fragmento (Patina pro communione fidelium oportet retineatur, ad vitandum periculum ut hostia sacra vel quoddam eius fragmentum cadat)”.

En este punto, Redemptionis Sacramentum cita el núm. 118 de la Instrucción General del Misal Romano, que enumera todas las cosas que deben prepararse sobre la credencia y que incluye “la patena [patina] para la comunión de los fieles”[2]. Es cierto que una lectura atenta de la Instrucción General del Misal Romano parece sugerir que esta bandeja está mandada sólo para cuando se usa la intinción (véase núm. 287), pero se trata de una práctica de sentido común permitida por dicha Instrucción General y recomendable, ciertamente, por muchas razones.

 Mantel de comunión y la patena usándose simultáneamente (Primera Comunión en Alemania)

Una de ellas no la hemos mencionado todavía: además de su utilidad, la bandeja de comunión recuerda a los fieles el misterio de Aquel que se presenta a nosotros bajo la especie sacramental del pan. Él es el Señor de la gloria, oculto por el humilde velo de un alimento, y debemos aproximarnos a Él y tocarlo con la máxima reverencia. La bandeja es un modo simple y sutil de enfatizar que la comunión no es una señal meramente simbólica de pertenecer a una comunidad, sino una auténtica participación en la divina carne del Redentor. Cuando recuperamos pequeños signos como éste -y, en condiciones ideales, debiéramos restaurar también el comulgatorio, y el mantel de comunión- hacemos lo que está de nuestra parte para revertir las escandalosamente malas estadísticas sobre la ignorancia y falta de fe en la transubstanciación que caracteriza a los católicos estadounidenses y también a los católicos de muchas otras partes del mundo.

Otra razón para usar la bandeja de comunión es que sutilmente anima a los fieles a recibir la comunión en la lengua, ya que ella parece adquirir su utilidad máximamente en esa situación. Se transmite la señal de que con la recepción en la lengua ocurre algo especial que la recepción en la mano hace imposible. Desde un punto de vista psicológico, ello podría traducirse así: “La persona que me antecede recibe un trato especial, puesto que el sacerdote y el monaguillo cooperan en el acto de darle la comunión. Quizá yo debiera hacer lo mismo. Me parece ahora lo más apropiado”. Apostaría a que un “boomer” [Nota de la Redacción: Un “boomer” es una persona nacida durante el “baby boom” que tuvo lugar después de la Segunda Guerra Mundial, entre 1946 y 1965] no habrá de razonar de esta forma, pero sí lo harán otros con menos equipaje a cuestas.

Aunque a veces se usan bandejas de comunión sin mango, las que tienen un mango largo son mucho más apropiadas para los monaguillos. Si en algún lugar específico se sigue usando el modelo usual, ineficiente e impersonal, de “hacer fila”, el acólito debiera ponerse a un costado del sacerdote y sostener la patena bajo la barbilla de todo comulgante que reciba la hostia en la lengua. Es más difícil decir qué debiera hacerse en el caso de los que la reciben en la mano, aparte de decir que no debieran hacerlo, y punto. Pero esto ha sido abordado en muchos otros artículos de New Litiurgical Movement, y no es la cuestión central en éste.

Para quienes toman en serio aquello de “grano tras grano de arena”, reintroducir la bandeja de comunión sería un granito simple y barato, que podría contribuir de inmediato.




[1] No hay ningún método perfecto. Raramente una hostia dará en la bandeja un bote para luego caer a suelo, cosa que vi pasar una vez con la primera generación de hostias bajas en gluten, que tienden a ser más duras que blandas [Nota de la Redacción: La Congregación para la Doctrina de la Fe, en respuesta de 29 de octubre de 1982, señaló que no era posible consagrar hostias sin gluten, porque de esa forma desaparecen uno de los accidentes del pan]. Tales accidentes, en todo caso, pueden evitarse siempre que la patena quede bien cerca de la barbilla del comulgante, de modo que no haya mucho espacio por donde la hostia pueda caerse. 

[2] Nota de la Redacción: La traducción oficial al castellano disponible en el sitio web de la Sede Apostólica usa la expresión que hemos puesto en el cuerpo de este artículo, vale decir, habla de "la patena para la Comunión de los fieles" (núm. 118, c). El original en latín dice en esa parte: "patina pro Communione fidelium". Sin embargo, la forma usual de denominar el artículo en cuestión es "bandeja de comunión", que se utiliza en la versión castellana de la Instrucción Redemptionis Sacramentum

sábado, 4 de mayo de 2019

Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan por mi causa

El Padre de Familia ha decidido abandonar su habitual refugio para volver a compartir sus reflexiones con nosotros, esta vez dedicadas a la incomprensible dureza de un pastor para con los fieles que nada más quieren recibir al Señor Sacramentado del modo más digno posible y como por lo demás fue la costumbre en la Iglesia por muchos siglos: en la boca y de rodillas.



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Las otras víctimas

Un padre de familia

Los ritos son en el tiempo lo que la morada es en el espacio
Antoine de Saint-Exupéry 

El pasado 27 de marzo de 2019, la Corte de Apelaciones de Santiago dictó sentencia en el juicio civil iniciado por tres de las víctimas del Rvdo. Fernando Karadima, y en ella se condenó a la "Iglesia católica chilena" a pagar una indemnización por el daño moral ocasionado como consecuencia de la desidia demostrada respecto de las denuncias formuladas en contra de dicho sacerdote. El mismo día, el Arzobispado de Santiago dio a conocer una declaración pública donde señalaba que no recurriría de dicha sentencia porque ella le atribuía responsabilidad a la institución por los mismos errores que había reconocido desde un comienzo: "la forma en que se tramitaron las denuncias presentadas por los demandantes, la inadecuada valoración de las mismas y la falta de acompañamiento a las víctimas". No tengo duda de que en este caso la Iglesia de Santiago no hizo lo que correspondía cuando debió hacerlo, prefiriendo los respetos humanos antes que la corrección en la caridad. Basta ver el informe que ya en 1985 emitió el rector del Seminario diocesano de Santiago respecto del entonces titular de la Parroquia del Sagrado Corazón de Providencia y en que reflejaba su personalidad y los abusos de poder y conciencia que se podían observar en sus dirigidos espirituales. 

Pero no hay que olvidar que los pecados del espíritu son peores que los de la carne. Por decirlo de manera gráfica con ese colombiano genial que fue Nicolás Gómez Dávila: "El canónigo corpulento y lujurioso que cree en Dios es más indiscutiblemente cristiano que el pastor austero y macilento que cree en el hombre". Es lo que decía en una carta anterior cuando ponía el ejemplo del abate de Sade frente al clérigo degenerado hodierno. Porque junto a la lujuria, ese pecado que pareciera ser hoy el predominante en el clero según la prensa, hay otros seis pecados capitales adicionales, como recordaba Dorothy Sayers. El demonio no es ni lujurioso ni glotón, puesto que es un ser de pureza indiscutible y carece de materia. Su problema no es el fango de la concupiscencia carnal al que nos enfrentamos los pobres mortales; el suyo es un asunto de soberbia y orgullo, de rebelión contra el orden cósmico querido por Dios. Ese poner al hombre como el centro de todas las cosas conduce a la asedia, vale decir, al tedio ante lo que es de Dios. Si me permiten un consejo, huyan tan rápido como se pueda de toda prédica moralizante que gire exclusiva o preferentemente en torno al sexto y noveno mandamiento, porque ahí no hay una espiritualidad sana. Lo dice Gómez Dávila: "Cuando el católico se defiende mejor contra los vicios que contra la herejía, ya es poco el cristianismo que queda en su cabeza".

Unos días después de la declaración que mostraba el pesar de la Iglesia por "la falta de acompañamiento a las víctimas", ya durante el Triduo Santo de 2019, monseñor Celestino Aós, ex obispo de Copiapó y recién nombrado administrador apostólico de Santiago, señaló: "somos sacerdotes para amar a Dios y a los demás, para enseñar y ayudar que otros amen" (Misa Crismal); "todo aquel que sufre merece nuestra atención" (Vía Crucis); "si un hermano, un sacerdote, un obispo, un cardenal o el Papa se equivocan, la Iglesia tendrá que humillarse y pedir perdón, y decir esto está mal, lo haya hecho el que lo haya hecho" (Sábado Santo), entro otras afirmaciones que hacían pensar en un corazón contrito y humillado ante los excluidos y las víctimas de abusos.

Sin embargo, en la Misa Crismal celebrada en la Catedral Metropolitana ocurrió un hecho al cual muchos medios de comunicación católicos han dado difusión. Después de pedir la oración de los fieles para ser buenos sacerdotes durante la homilía, monseñor Celestino Aós negó la comunión a tres de ellos que deseaban recibirla de rodillas. Dos mujeres, ambas de velo, y un hombre entrado en años vieron cómo el pastor de su iglesia particular les negaba el Alimento espiritual en la principal celebración que el obispo hace junto al presbiterio de su diócesis y en la cual se consagra el Santo Crisma y los demás aceites que se usarán para los sacramentos y se renuevan las promesas sacerdotales. Hasta donde se puede ver en el video difundido por el propio Arzobispado de Santiago, sólo una de esas personas (una de las mujeres) se levanta ante el rechazo inicial y recibe la comunión de pie; los otros dos simplemente son ignorados por el administrador apostólico, quien sigue distribuyendo la comunión por encima de los fieles arrodillados, hasta que optan por retirarse. Eso es algo que nunca me había tocado presenciar, porque en muchas iglesias he visto fieles que desean comulgar de rodillas y el sacerdote les distribuye la comunión de esa manera. Puede que nos les guste, pero saben que la Eucaristía es indispensable para alimentar la vida espiritual de los fieles. 

 (Captura de pantalla: Youtube/Infocatólica)

Decía Gómez Dávila que, "ante la Iglesia actual (clero-liturgias-teología) el católico viejo se indigna primero, se asusta después, finalmente revienta de risa". A mí me pasó exactamente eso: transite de la indignación el susto, para acabar riéndome a carcajadas. Porque reconozco que mientras veía las imágenes mi primera reacción fue de indignación. Conozco al hombre que, arrodillado para recibir a Cristo, sufrió la humillación del sucesor de unos de sus apóstoles, el mismo día en que se recuerda la institución de ese sacramento y la traición de uno de ellos, nada menos que el administrador económico de la comunidad. De hecho, la noche de ese Jueves Santo lo vi en la Misa in Coena Domini junto a su mujer. Se trata de un católico piadoso, que como muchos otros trata de vivir la fe en medio del mundo y a pesar del mundo, procurando de ser fiel al mensaje evangélico y a la Iglesia. Ese día asistió, por tanto, a dos oficios religiosos, dedicando al culto di-vino cerca de cuatro horas, tanto como los sacerdotes que celebraban la institución del sacramento que los ha consagrado para el servicio de Dios en el altar. Una persona así, por piadoso y por su edad, no se merecía ser ignorado por su pastor en medio de la nave de la iglesia que es centro espiritual de la diócesis, simplemente por querer recibir la comunión de manera reverente y conforme a derecho, y menos por alguien que tiene un ministerio de servicio paternal. 

Conviene recordar que la Instrucción general del Misal Romano señala que en "los fieles comulgan estando de rodillas o de pie, según lo haya determinado la Conferencia de Obispos" (núm. 160), regla que refrenda la Instrucción Redemptionis Sacramentum publicada por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos en 2004 (núm. 90). Nada ha dispuesto al respecto la Conferencia Episcopal de Chile, siendo por lo demás un derecho de los fieles el comulgar de rodillas. Así lo dice la instrucción recién citada: "no es lícito negar la sagrada Comunión a un fiel, por ejemplo, sólo por el hecho de querer recibir la Eucaristía arrodillado o de pie" (núm. 91). Es más, la propia Comisión Nacional de Liturgia reconoce la validez de la comunión de rodillas en uno de sus boletines: "La forma habitual es hoy de pie, pero no está prohibido recibir la comunión de rodillas, que era la forma habitual hasta la reforma litúrgica, en el 'comulgatorio". Por lo tanto, actualmente, estas formas de comulgar, en la boca o en la mano, de rodillas o de pie, son todas correctas y válidas" (Boletín núm. 92, enero de 2009, p. 1). Los tres fieles que recibieron la humillación de su obispo, quien simplemente hace caso omiso de ellos, tenían derecho a comulgar como querían hacerlo, y no sólo por piedad, sino también porque la legislación litúrgica se los permite. Lo que se ve en el video es, por tanto, un abuso de poder frente a un fieles que ejerce algo que le corresponde. 

De ahí que la indignación me haya hecho recordar una de las peores caras de la Iglesia, el rostro de la ideología que condena al que quiere ser fiel a Cristo y a los que aquí llamo "las otras víctimas". Denomino así a todos aquellos católicos que en el último medio siglo han recibido la indiferencia o, peor aún, la persecución por el solo hecho de querer ser permanecer en Cristo de la forma en que lo han sido muchísimos a lo largo de los siglos, conscientes de que la Revelación no puede cambiar y que a Dios hay que adorarlo en "espíritu y verdad", tal y como lo hicieron las generaciones que nos precedieron. Para estas víctimas, empero, no hay cámaras, reportajes, cobertura y menos misericordia y compresión. Ellos son los otros, los invisibles, porque permanecen en las periferias existenciales de una Iglesia que, como los fariseos en tiempos de Jesús, actúa en connivencia con el mundo moderno. Para ellos, la ternura no alcanza porque no comporten la religión del hombre. 

Me vinieron a la memoria, entonces, las imágenes que la bitácora de la Asociación Magnificat publicó hace algún tiempo, donde se hacía un paralelo entre el desalojo de dos sacerdotes en Francia mientras celebran en Santo Sacrificio conforme a los antiguos libros litúrgicos. En medio de la iglesia, ambos sacerdotes eran arrastrados por la policía revestidos con ornamentos sacerdotales, cuando actualizaban el mismo sacrificio de Cristo sobre el Calvario. Pero el odio a la Tradición no siempre se muestra con esa exuberancia mediática, pues la mayor parte de las veces se refleja en actos que no tienen trascendencia pública y no se conocen. En general, se trata de desprecio, de rechazo, de burla, de preterición, como en el caso de la pasada Misa Crismal en Santiago de Chile. 

 Desalojo de la iglesia de Santa Rita en París por fuerzas especiales francesas (2016)

Volviendo a Chile, cuántas muestras de desprecio han vivido los fieles que han querido ser fieles a la Tradición durante los últimos 60 años.  En el relato que la Asociación Magnificat publicó con ocasión de su quincuagésimo aniversario se cuenta, por ejemplo, cómo encontraron cerrada muchas veces la puerta de la iglesia donde celebraban la Misa de siempre, o cómo los echaron de algunas de ellas por orden de las autoridades religiosas del momento. Me acordé igualmente de un obispo auxiliar de Santiago que cogió de la sotana al Padre Rafael Navas, superior de la provincia sudamericana del Instituto del Buen Pastor, en el despacho del entonces arzobispo cuando éste intentó besar el anillo del cardenal con una genuflexión. "¡Levántate, ridículo!" fue la frase que escuchó de un obispo enrojecido por la rabia ante tal gesto aparentemente atrabiliario. Ese mismo sacerdote tuvo que dejar la diócesis porque recibió la visita de un comisario de la misericordia posconciliar por la misma época en que el Cardenal Francisco Javier Errázuriz guardaba en un cajón y a buen recaudo las denuncias por abusos contra el Rvdo. Fernando Karadima, negándose a investigar. 

Es digno de encomio que la Asociación Magnificat, a quien agradezco que me sigan publicando, no haya dicho nada cuando el cardenal Ezatti negó la autorización para que el cardenal Raymond Leo Burke celebrase una Misa pontifical por sus cincuenta años, arguyendo que los esfuerzos de la diócesis debían de estar puestos en la visita del papa Francisco al país (quien no vino hasta enero de 2018 y cuya visita no concitó al parecer mayor fervor de los fieles, que optaron por seguir de vacaciones) y porque "tenía que consultar a sus superiores". El mismo cardenal, ante la invitación cursada para la celebración de la Misa solemne ese año 2016 y entregada por mano en el arzobispado, simplemente no contestó. Allende los Andes ha pasado igual, como lo recordaba la popular bitácora The Wanderer: de monseñor León Kruk, obispo de San Rafael y que dio acogida a los sacerdotes argentinos perseguidos por su adhesión a la doctrina perenne, no se acuerda nadie, mientras que monseñor Enrique Angelelli, promotor de la justicia social por medio de la lucha armada, es hoy "beato" de la Santa Iglesia Católica. 

A todo hay que sumar la "contradicción de los buenos", vale decir, la persecución directa o indirecta que los mismos fieles que dicen defender la Tradición hacen respecto de los grupos y sacerdotes que, con gran esfuerzo y en medio de un sinnúmero de dificultades, tratan de mantener viva la celebración conforme a los libros litúrgicos de siempre. Gómez Dávila decía que "no es imposible que en los batallones clericales al servicio del hombre todavía se infiltren algunos quintacolumnistas de Dios". Si nos encontramos con ellos hay que brindarles apoyo y no perseguirlos como traidores. Para eso, ya hay suficiente gente que lo hace con denuedo. Más todavía cuando las habladurías y comentarios provienen de personas, tanto sacerdotes como laicos, que hacen mucho menos por difundir y defender la Santa Tradición. Como dice el sabio refrán español, "obras son amores, que no buenas razones". Porque lo que hay que hacer, tal y como está el percal, es seguir ese otro refrán, a Dios orando y con el mazo dando, más que contentarse con un tradicionalismo de salón cuando no de sacristía subterránea y clandestina. 

 Nicolás Gómez Dávila
(Foto: El Mundo)

Pasada la indignación inicial, vino el temor tanto de que este tipo de prácticas se extendieran como de la suerte de un obispo a quien la ideología más trasnochada nubla su mirada pastoral. Pero recordé que la Iglesia ha pasado crisis peores, como aquella de los arrianos, al final de la cual la Verdad acabó por prevalecer. Es la promesa de Cristo y hay que creer en ella: pese a todo, las puertas del infierno no prevalecerán. Como decía el mentado Gómez Dávila, "mientras el hombre sepa arrodillarse, nada hay perdido". Y esos tres fieles que lo hicieron en medio de la Catedral, frente al desprecio indisimulado de su obispo, lo tenían claro: ante Jesús se dobla toda rodilla. 

Hechas esas consideraciones, ya en Domingo de Gloria, acabé por caer en el tercer estado del que hablaba Nicolás Goméz Dávila: simplemente me reventé de risa. Y el origen de esa risa es, créase o no, platónico, pues este filósofo dividía a los arrogantes en fuertes y débiles. Aquel arrogante que es fuerte y poderoso es odioso, mientras que el débil es ridículo. Porque el no darle la comunión a tres personas que, en su opinión, no representaban más que un pobre viejo y un par de beatas, con el perdón de los tres, sólo es una muestra de vulgar prepotencia, semejante al del niño que despunta la pubertad y se envalentona en el patio del colegio con los alumnos de cursos menores al suyo, pero que no es capaz de medirse con sus compañeros de clase. Me gustaría ver si monseñor Aós haría lo mismo para defender la Verdad frente a la hostilidad del mundo o para aplicar sin concesiones el Magisterio de la Iglesia que tiene por misión custodiar. Me temo que su reacción sería muy distinta, optando por un muy cómodo silencio cuando no por una abierta connivencia con el mundo. Tampoco sé si se atrevería a negar la comunión con igual entereza a algún pecador público, pero me atrevería a pensar que no. Pues bien, es sabido que las situaciones ridículas sólo producen risa, y eso fue lo que acabó sucediendo: me puse a reír de esta suerte de esperpento pascual protagonizado por un navarro Padre Gatica. Él mismo que por esos días predicaba la humildad y la necesidad de acoger a todos con ternura paternal, en especial a las víctimas, era el que rechazaba darle la comunión a tres pobres fieles cuyo pecado público fue querer recibir a Cristo sacramentado conforme a derecho y con devoción. Eso se llama, como ya decía, abuso de poder y con escándalo. San Alberto Hurtado recordaba que la caridad sólo empieza donde termina la justicia. Partamos por dar a cada uno lo suyo, respetando los derechos litúrgicos de los fieles, y después predicamos el amor universal al estilo de Ami, el niño de las estrellas, ese bodrio que mi generación tuvo que leer como parte del programa educacional de la época. Que al final del día lo que hay que predicar es a Cristo y su mensaje, y Su Amor es cosa bien distinta del buenismo filantrópico que se diluye en el indiferentismo. 

Aunque hay que reconocer que, pese a la ausencia de disculpas públicas, como ha ocurrido en los demás casos de abusos, al menos ha habido un cambio de actitud pública de monseñor Aós. Según informa Infocatólica, en la Misa celebrada el domingo pasado en el Santuario de la Divina Misericordia el administrador apostólico sí dio la comunión a los fieles que se arrodillaban a Cristo sacramentado. Esperamos que este comportamiento se mantenga y no se deba sólo a la cobertura que los medios dieron a su hostil rechazo durante la Misa Crismal. 

Debo terminar estas notas, porque ya me he extendido demasiado y estamos en tiempo pascual. Acabo recordando nuevamente a Nicolás Gómez Dávila, al punto que este texto parece ya una compilación de escolios a sus escolios: "Mientras el clero no haya terminado de apostatar, va a ser difícil convertirse". La pura verdad. Pero a Dios gracias el Espíritu Santo suscita buenos sacerdotes en medio de los yermos más espantosos, de lo que la historia da cuenta. Como decía un santo, "estas crisis mundiales son crisis de santos", y de haberlos, los hay. Pues partamos por casa y después nos ponemos a predicar con el ejemplo. 

 A partir de 1:42:10, aproximadamente.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

FIUV Position Paper 17: La recepción de la comunión sólo bajo la especie de pan en la forma extraordinaria

En una entrada anterior explicamos nuestro propósito de traducir los Position Papers sobre el misal de 1962 que desde hace algún tiempo viene preparando la Federación Internacional Una Voce, de la cual nuestra Asociación es capítulo chileno desde su creación en 1966. 

En esta ocasión les ofrecemos la traducción del Position Paper 17 y que versa sobre la comunión sólo bajo la especie de pan en la forma extraordinaria, cuyo original en inglés puede consultarse aquí. Dicho texto fue preparado en el mes de diciembre de 2013. Para facilitar su lectura hemos agregado un título (Texto) para separar su contenido del resumen (Abstract) que lo precede. 


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La recepción de la comunión sólo bajo la especie de pan en la forma extraordinaria

Resumen

De acuerdo con las leyes litúrgicas que rigen la forma extraordinaria, los fieles no pueden recibir la Preciosa Sangre sino sólo la Hostia, en contraste con la extendida práctica, al menos en Europa y América del Norte, propia de la forma ordinaria. Antiguamente los fieles, en Occidente, recibían la Preciosa Sangre a través de un tubo o fístula, hasta que la costumbre desapareció hacia el siglo XII, con algunas excepciones. Sacrosanctum Concilium propuso revivir esta forma de recibir la Preciosa Sangre en casos excepcionales, aunque la práctica pronto se hizo más general. La práctica propia de la forma extraordinaria tiene algunas ventajas: realza la naturaleza sacrificial de la Misa, en la que el rito exige que el sacerdote, pero no los fieles, beba del Cáliz; salvaguarda el respeto por los vasos sagrados, característica de la forma extraordinaria, incompatible con la práctica habitual de la forma ordinaria; evita una cantidad de dificultades prácticas y de abusos litúrgicos que surgen a veces en la forma ordinaria; y protege la salud pública contra algunos peligros.

Los comentarios a este texto pueden enviarse a positio@fiuv.

 Juan de Juanes, Cristo con la Eucaristía (siglo XVI, Colección Esterházy, Budapest).

Texto 

1. La recepción de la comunión sólo bajo la especie de pan es un notable rasgo de la forma extraordinaria. Este ensayo procura exponer la racionalidad de la legislación y de la práctica en vigor[1]. Con esto se proporciona una sólida defensa de las restricciones de recibirla bajo las dos especies en la forma ordinaria.

2. En general, la comunión en las Iglesias orientales se recibe bajo las dos especies, usando el método de la intinción. Se desconoce el método usado en el Occidente latino en los primeros siglos[2], pero a partir del siglo VII los Ordines romanos prescriben que un poco de la Preciosa Sangre se vierta en cálices separados que contengan vino sin consagrar, y los fieles la reciban usando una fístula[3]. Más tarde, se siguió usando la fístula con la Preciosa Sangre sin diluir. Parece que en la Europa del norte el uso de la fístula reemplazó a la intinción[4]. La comunión de los fieles con el cáliz comenzó a desaparecer en Occidente en el siglo XII, y se siguió usando la fístula, en ocasiones especiales y en algunas comunidades religiosas, hasta el siglo XIV y aun después: por ejemplo, se la usaba por el monarca en su coronación, y por el diácono y el subdiácono en la Misa Solemne[5], así como por el papa en las Misas papales hasta los tiempos del Concilio Vaticano II.

3. El liturgista Joseph Jungmann sugiere que la comunión con el cáliz se suprimió en Occidente debido “a una comprensión más clara de que, per concomitantiam, Cristo entero está presente en cada una de ambas especies”[6], así como también debido a antiguas prevenciones sobre el peligro de verter la Preciosa Sangre. Resulta natural vincular esto con una mayor reverencia por el Santísimo Sacramento[7] y con el aumento de la costumbre de recibir la comunión fuera de la Misa.

4. Luego de que los husitas adoptaran la recepción de la comunión bajo las dos especies (cosa a la que luego adhirieron los luteranos y otros más), se autorizó dicha práctica a algunas regiones entre 1438[8] y 1621[9]. En la Alemania tardomedieval se siguió usando la fístula para la recepción, después de la Misa, del “Ablutionswein” no consagrado, y se la reinstauró para la comunión tanto en contextos católicos como luteranos[10], aunque se la prohibió posteriormente en las iglesias luteranas[11].

5. Los husitas utraquistas sostuvieron que era mandato del Señor la comunión con las dos especies[12]; que esto es necesario para la salvación; que el Señor no está presente enteramente en cada una de las especies, y que la Iglesia carecía de buenas razones para imponer la comunión con una sola especie. Estas ideas fueron condenadas, con infalibilidad, por el Concilio de Trento[13].

6. La cuestión del cáliz fue ventilada en la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la sagrada liturgia del Concilio Vaticano II: “Si bien los principios dogmáticos establecidos por el Concilio de Trento permanecen intactos, se puede dar la comunión con las dos especies, cuando los obispos lo consideren conveniente, no sólo a los clérigos y religiosos sino también a los laicos, en aquellos casos en que lo determine la Santa Sede, como, por ejemplo, a los recién ordenados en la Misa de su sagrada ordenación, a los profesos en la Misa de su profesión religiosa, y a los recién bautizados en la Misa que siga a su bautismo” (núm. 55)[14]. 

7. La Instrucción Sacramentali Communione (1970) declaró que, con autorización de la Santa Sede, “los ordinarios pueden definir situaciones especiales, a condición de que no otorguen permisos indiscriminadamente sino sólo para celebraciones claramente señaladas, y de que señalen las precauciones que hay que tomar. Se deberán también excluir los casos en que haya un gran número de comulgantes. Los grupos que reciban este permiso deberán también ser específicos, ordenados y homogéneos”.

8. La Instrucción advierte sobre los peligros de “falta de comprensión” y de profanación. El primero habrá de ser evitado con una “necesaria catequesis” (párrafo 5), y el segundo (párrafo 6), con una acción “realizada con dignidad, devoción y esmero, de modo de evitar el riesgo de la irreverencia”.

9. Se reiteró iguales principios en las posteriores Instrucciones Inaestimabile donum (1980)[15] y Redemptionis sacramentum (2004)[16]. Sin embargo, en 1984, la Congregación para el Culto Divino autorizó a los obispos de los Estados Unidos para ampliar el permiso a los fieles de comulgar con el cáliz a los domingos y fiestas[17], práctica que está hoy muy extendida en Europa y América del Norte.

10. Tal como lo aclaró la Instrucción Universae Ecclesiae[18], para la forma extraordinaria, la práctica se rige por la norma litúrgica vigente en 1962: sólo el celebrante comulga con el cáliz.

 Grabado (siglo XVI) de Lucas Cranach, donde se aprecia a Martín Lutero y Juan Hus administrando la comunión bajo ambas especies.

El valor de la norma de 1962.

11. Antes de poder evaluar la situación, hay que llamar la atención sobre varios otros temas.

12. Primero, la práctica actual vigente en la forma ordinaria no puede, con precisión, ser considerada como la restauración de una práctica antigua. Los métodos históricos de intinción y el uso de la fístula, que evitan la necesidad de que el cáliz sea tocado por quien comulga, aunque son permitidos por la forma ordinaria, son hoy casi desconocidos[19]. El método moderno se asemeja más cercanamente a la práctica de los grupos protestantes[20] y, de hecho, se suele hacer notar a menudo el lado ecuménico de esta nueva práctica[21].

13. Del mismo modo, la recepción del cáliz en la Alta Edad Media y, por cierto, entre los husitas y los primeros protestantes[22], tuvo lugar en el contexto de una infrecuente recepción de la comunión, lo cual disminuyó las consecuencias tanto en lo relativo a la reverencia como a la higiene.

14. Finalmente, la práctica moderna en la forma ordinaria tiene lugar en el contexto de una casi universal práctica de la comunión en la mano y del muy extendido uso de los ministros extraordinarios de la comunión. Lo primero contraría el uso de la intinción[23]; la distribución con el cáliz a numerosos fieles sirve, a su vez, como justificación putativa para el uso de los ministros extraordinarios[24].

15. Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI han lamentado la actitud descuidada en la recepción de la Comunión[25]. La exclusión del cáliz para los fieles refuerza la actitud de reverencia hacia el Santísimo Sacramento de dos maneras inmediatas: se reduce el riesgo de derramar la Preciosa Sangre, y se evita la necesidad de que los que comulgan tomen el cáliz con sus manos. La reverencia que se debe a los vasos sagrados es tratada con más detalle en el Apéndice A.

16. De modo más indirecto, la práctica en la forma extraordinaria evita una cantidad de problemas prácticos y la posibilidad de una serie de abusos litúrgicos a que da lugar a veces la distribución con el cáliz en la forma ordinaria, en las condiciones modernas, las que han debido ser abordadas por la Congregación para el Culto Divino[26].

17. Además, al crearse un contraste entre la recepción por el sacerdote bajo las dos especies, y de los fieles con sólo la hostia, se ilustra y enfatiza el carácter sacrificial de la Misa. La doble consagración del pan y del vino, que simboliza la separación del Cuerpo del Señor de la Sangre que derramó en su pasión, y también la recepción por el celebrante tanto de la Preciosa Sangre como de la hostia, es necesario para que se complete el sacrificio eucarístico, considerado en su aspecto ritual. La comunión de los fieles es un aspecto adicional del rito, que no añade nada a la validez del sacrificio ofrecido tanto por el sacerdote como por los fieles, y puede perfectamente hacerse por la recepción de sólo la hostia por los fieles.

18. La doble naturaleza de la Misa, como Sacrificio y como Sacramento, es un lugar común de la catequesis tradicional y de la espiritualidad[27]. La clara distinción entre ambos está hecha para hacer justicia a cada uno de ellos. Como ha observado el cardenal Ratzinger, este aspecto de la forma extraordinaria es un útil antídoto contra el énfasis unilateral de la Misa como una cena compartida[28].

19. Un último tema es el de la higiene. Esta causó una especial preocupación con ocasión de la epidemia universal de “fiebre porcina” (H1N1) de 2009, cuando muchas diócesis prohibieron la recepción del cáliz por los fieles. Se analizará esto con más detalle en el Apéndice B.

 Ecce Agnus Dei

Conclusión.  

20. Sacrosanctum Concilium propuso un renacimiento y extensión de la tradición tardo-medieval, que sobrevivió hasta los tiempos modernos, de que ciertas personas reciban el cáliz en ocasiones muy especiales, como el monarca durante su coronación. En el contexto medieval se lee que tales concesiones se hacen para “aumentar la gracia”[29]: supuesta la enseñanza del Concilio de Trento, esto hay que entenderlo no como gracia sacramental, sino como estímulo de una especial devoción.

21. Se estimulaba esta devoción en parte por el simbolismo del cáliz y en parte porque se trataba de un privilegio especial: fue sólo la recepción excepcional del cáliz por los no clérigos lo que tuvo presente Sacrosanctum Concilium. Si hoy se extendiera la forma extraordinaria, sin embargo, no se generaría la impresión de privilegio, debido a que la práctica se ha extendido hasta el punto de rutina en la forma ordinaria. Por otra parte, se puede estimular una mayor devoción al recibir la comunión con el modo distintivo de recepción que emplea la forma extraordinaria: de rodillas, en la lengua, con una patena, e invariablemente administrada por un sacerdote o, excepcionalmente, por un diácono.

22. La introducción en la forma extraordinaria de la distribución con el cáliz a los fieles crearía una disonancia tanto práctica como teológica en esta forma del rito romano[30]. En la práctica, sería difícil realizarla sin recurrir a ministros extraordinarios de la Comunión, e introduciría un inevitable riesgo de derrame que contrastaría con las cuidadosas precauciones que se toman en la forma extraordinaria para evitar la pérdida del más pequeño fragmento de la hostia consagrada. Teológicamente, crearía un conflicto con el énfasis general en la reverencia que se debe al Santísimo Sacramento y a los vasos sagrados, y con el énfasis que se pone en la naturaleza sacrificial de la Misa. Los rasgos de la forma extraordinaria opuestos a la distribución con el cáliz son, de hecho, algunos de los que más valor testimonial tienen, ante la Iglesia en su totalidad, sobre la Presencia Real del Señor en el Santísimo Sacramento.

 Mons. Athanasius Schneider distribuye la Comunión durante una Misa pontifical en Brooklyn (2013)
(Foto: The Tablet)

Apéndice A. La reverencia que se debe a los vasos sagrados.

No es una exageración afirmar que la actitud de los católicos en relación con el cáliz, el copón, la patena y el purificador ha experimentado una verdadera revolución a partir de 1962, la cual queda de manifiesto tanto por la práctica como por las normas litúrgicas. La práctica de la comunión con las dos especies no es el único factor en esta revolución, aunque basta por sí misma. Pero el modo en que se distribuye el cáliz en la forma ordinaria es simplemente incompatible con las normas tradicionales sobre la manera de tratar los vasos sagrados.

Tales normas reflejan una tradición ya atestiguada por San Gregorio Nacianceno (+ 389/390), quien tenía por algo obvio que los vasos sagrados no debían ser tocados por los laicos[31]. El Catecismo Romano explica lo siguiente: “Para salvaguardar por todos los medios posibles la dignidad de tan Augusto Sacramento no sólo se ha reservado la potestad de administrarlo exclusivamente a los clérigos, sino que también la Iglesia ha prohibido, por ley, que toda persona no consagrada ose manipular o tocar los vasos sagrados, los lienzos y todo otro instrumento necesario para su realización, a menos que ocurra algún caso de gran necesidad”[32].

La prohibición de que quienes no sean clérigos toquen los vasos sagrados entró en el Código de Derecho Canónico a través de las Decretales de Graciano (compiladas en el siglo XII), que citan una falsa Decretal del papa Sótero (+174)[33]. De modo similar, el Liber Pontificalis (circa 500) registra que el papa Sixto I (+124) estableció que sólo los ministros sagrados podían tocar los vasos sagrados.

Lo anterior es reiterado en el Código de Derecho Canónico de 1917 (canon 1306.1): “Debe cuidarse de que nadie, sino un clérigo o quien tenga la custodia de estas cosas, toque el cáliz, la patena o, antes de ser purificados, los purificadores, los palios y los corporales que han sido usados en el sacrificio de la Misa”. 

La cuidadosa observancia de esta actitud fue característica de la formación litúrgica preconciliar[34]. Su efecto se hizo claramente sentir en la piedad de los fieles, sus aspectos culturales han sido subrayados por el novelista Martin Mosebach[35], y dio origen a un fuerte sentido de la sacralidad de todas las cosas que tocan de cerca al Santísimo Sacramento y, a fortiori, del propio Sacramento. La actitud que quedó así contenida en la ley todavía está muy vigente hoy en la forma extraordinaria[36].

En contraste con lo anterior, el canon 1171 del Código de Derecho Canónico de 1983 dispone: “Los objetos sagrados que están destinados al culto divino por consagración o bendición, deben ser tratados con reverencia y no deben ser empleados para usos profanos o inapropiados, incluso cuando sean de propiedad de personas privadas”.

De modo similar, la Instrucción General del Misal Romano dice: “Entre las cosas necesarias para la celebración de la Misa, se venera especialmente los vasos sagrados, en particular el cáliz y la patena, en los que el pan y el vino se ofrecen y consagran, y desde los cuales son consumidos” (núm. 327).

La Instrucción Redemptionis Sacramentum (2004), reiterando lo dicho en la Instrucción General[37], especifica que quien purifica los vasos y los guarda es un sacerdote, un diácono o un acólito debidamente instituido[38]. Sin embargo, la purificación de los vasos sagrados por ministros extraordinarios de la comunión sigue siendo un abuso muy extendido.

Como ya se ha dicho, la distribución de la comunión con el cáliz, cuando la cantidad de fieles alcanza determinado tamaño, hace necesarios los ministros extraordinarios de la Eucaristía. Y aunque no se los necesitara, la distribución del modo usual, o sea, sin intinción ni uso de la fístula, según la práctica históricamente dominante en Occidente, hace necesario que quien comulga toque el cáliz.

La preocupación por que la reverencia debida al Santísimo Sacramento resulta a menudo insuficiente, expresada constantemente en el magisterio papal, se hace aquí obviamente relevante. La práctica de la forma extraordinaria, que se adecua espontáneamente a la disciplina tradicional, puede ser una valiosa lección para la Iglesia entera en este aspecto. 

 Alexander Coosemans, Alegoría de la Eucaristía (siglo XVII, Musée de Tessé).

Apéndice B. El problema de la higiene.

La preocupación por la higiene en la distribución de la comunión siempre ha formado parte de la práctica de la Iglesia latina. Santo Tomás de Aquino lo expresa de un modo memorable: “Si se descubriera que el vino ha sido envenenado, el sacerdote no debiera en absoluto ni tomarlo ni distribuirlo a los demás en ninguna circunstancia, para que el cáliz que está destinado a dar vida no se convierta en causa de muerte”[39].

Esto se dice también en las Instrucciones del Misal Romano de 1962[40].

No tiene nada de extraño, por tanto, que por consejo médico, se prohibiera la distribución con el cáliz en las diócesis inglesas de Plymouth, Brentwood, Lancaster y Portsmouth y en algunas parroquias de la arquidiócesis de Liverpool durante la epidemia de fiebre porcina (el virus H1N1) en 2009. También se prohibió la comunión en la lengua en la diócesis de Portsmouth, igual que el darse la mano en el rito de la paz[41]. Se tomó estas mismas precauciones en varias diócesis de América del Norte y en otras partes, y también por diversas diócesis anglicanas[42].

Ha habido varios estudios sobre la supervivencia del virus en “fómites”, superficies que fueron infectadas por un paciente. Por ejemplo, en un estudio, controlado por contrapartes, se encontró que el virus H1N1 podía sobrevivir cuatro horas en semejantes superficies[43]. Analizando más en general el tema de los fómites, un estudio del Norovirus, el virus común del vómito, se comprobó la dificultad de desinfectar una determinada superficie: el uso de un paño con un detergente común sólo servía para contaminar el paño y toda superficie no infectada previamente que éste tocara en adelante[44]. El Norovirus no se ve afectado por los detergentes, ya que carece de una cubierta viral lípida, pero puede ser eliminado por lejías diluidas. Y se recomienda el uso de agentes anti-bacterianos en el caso del virus de la fiebre porcina.

Está más que claro que la práctica usual de limpiar el borde del cáliz con un purificador y girarlo un poco al pasar de una a otra persona que comulga tiene sólo un valor simbólico. El tocar saliva ajena en un grupo grande de personas, que es lo que implica la práctica acostumbrada de la comunión con el cáliz en el Occidente latino, es un modo ideal de contagiarse infecciones de todo tipo.

Reiterando lo dicho anteriormente, lo poco frecuente de la comunión en la Alta Edad Media significa que este problema no tuvo entonces la misma importancia que ahora. Repitamos que los documentos que permitían la comunión con el cáliz siempre excluían el caso de grandes cantidades de fieles. La realidad actual en América del Norte y Europa es hoy, en cambio, muy diferente.

En cambio, no debiera haber peligro de transmisión de infecciones en el caso de la recepción de la hostia en la lengua, si es administrada correctamente, ya que los dedos del sacerdote no tocan la lengua del fiel. Y lo mismo ocurre en el caso de la práctica de la intinción con una cuchara, práctica de las Iglesias de Oriente: los contenidos de la cuchara simplemente se depositan cuidadosamente en la boca del fiel, y éste no la cierra sobre la cuchara. En tales casos, la preocupación de infecciones daría pie para asegurarse de que la práctica se lleve a cabo correctamente, pero no para suspenderla.

Aunque el caso de la epidemia de fiebre porcina provocó una especial preocupación, el tema de la higiene es más general y más prominente hoy que en 1970, que es cuando la práctica actual se propuso y extendió[45]. La práctica corriente, en el contexto moderno de los niveles de frecuencia de la comunión, y considerando grandes cantidades de fieles, plantea un efectivo problema de salud pública. 

 Vitral, iglesia de San José, Wakaponeta, Ohio (EE.UU.).

Apéndice C. La enfermedad de los celíacos.

Un asunto anexo a la comunión con el cáliz es el de los celíacos, que son intolerantes del gluten, proteína presente en el trigo y, por lo tanto, en las hostias comunes. El tema ha sido abordado por la Congregación para la Doctrina de la Fe y el cardenal Joseph Ratzinger, como su prefecto, dictó normas en esta materia en 2003[46]. A los laicos afectados se les aplica los principios siguientes[47]: 

A.1. Las hostias completamente libres de gluten no son materia válida para la celebración de la Eucaristía.

A.2. Las hostias con poco gluten (parcialmente libres de gluten) son materia válida siempre que contengan una cantidad suficiente de él como para obtener un pan libre de la adición de sustancias extrañas y sin usar procedimientos que pudieran alterar la naturaleza del pan.

B.1. Todo laico afectado por esta enfermedad que no pueda recibir la comunión con la especie de pan, ni siquiera de pan de bajo gluten, puede comulgar solamente con la especie de vino.

C.1. El ordinario es competente para autorizar que determinado sacerdote o laico use hostias de bajo gluten o mosto para la celebración de la eucaristía. Se puede otorgar habitualmente esta autorización durante todo el tiempo que se prolongue la situación que la justifica.

Hay que advertir que la recepción sólo del cáliz no es considerada como ideal por la American Catholic Celiac Society por varias razones, entre las cuales está el hecho de que, en el Commixtum, se deposita en el cáliz una fracción de la hostia, lo que contamina la Preciosa Sangre con restos de gluten, lo cual se agrava si quienes han comulgado previamente han usado la intinción[48].

Actualmente se encuentran con facilidad hostias bajas en gluten, aprobadas tanto por las correspondientes autoridades eclesiásticas como por las asociaciones que apoyan a los pacientes, y es práctica común que los sacerdotes que atienden a celíacos se aseguren de que las hostias sean consagradas en un copón separado.

Los celíacos que no pueden, sin daño para su salud, recibir ni siquiera una pequeña porción de hostia baja en gluten en ninguna ocasión, son una minoría dentro de lo que ya constituye un grupo minoritario. La posibilidad de que alguien no pueda, por motivos de salud, recibir la comunión no es desconocida en la historia de la Iglesia. El único modo de disponer de una comunión absolutamente libre de gluten sería consagrar un cáliz separado al cual no se le agregara parte alguna de hostia. Aunque la cantidad de personas para las que esto resulta necesario es ínfima, debiera aclararse bien la licitud de esta solución en el contexto de la forma extraordinaria.




[1] El P. Aidan Nichols propone la extensión a la forma extraordinaria del permiso para comulgar con el cáliz: Looking at Liturgy: a critical view of its contemporary form (San Francisco, Ignatius Press, 1996), p. 121.

[2] Joseph Jungmann hace referencia a Joseph Braun, pero ninguno de los dos logra dar pruebas efectivas de los métodos usados antes del siglo VII. Véase Jungmann, J., The Mass of the Roman Rite (trad. de Francis Brunner, Nueva York, Benzinger Brothers, 1955), II, p. 382 y notas 58-60; Braun, J., Das Christliche Altargeraet (Múnich, Max Hueber, 1932), pp. 79 y 247 e Ilustración X (apud Jungmann). La figura 28 de la Ilustración X muestra un mosaico del Monte Athos con la pintura de los Apóstoles que comulgan directamente de un gran cáliz, supuestamente en la Ultima Cena, pero aunque esto pueda referirse a una práctica común del clero, no se puede extrapolar al laicado. Sin embargo, está suficientemente establecida la muy extendida comunión con el cáliz, de acuerdo con determinado método, con la observación, por ejemplo, del papa León Magno (+461) de que rechazar el cáliz podría ser indicio de maniqueísmo (puesto que los maniqueos rehúsan beber vino): Sermo 4, de Quadr. (PL, 54, 279f): “[Los maniqueos], cuando osan asistir a nuestras celebraciones con el fin de ocultar su infidelidad, se comportan en la comunión de los Sacramentos de modo tal que a veces, para poder disimular del todo, reciben el cuerpo de Cristo con sus indignas bocas, pero evitan absolutamente beber la sangre de nuestra redención. Hago presente esto a vuestra piadosa mirada para que este tipo de personas quede descubierta ante vosotros por este indicio, y para que cuando su sacrílego intento sea detectado, sean expulsados de la compañía de los santos por la autoridad de los sacerdotes” (“Cumque at tegendam infidelitatem suam nostris audeant esse conventibus, ita in sacramentorum comunione se temperant, ut interdum, ne penitus latere non possint, ore indigno Christi corpus accipiant, sanguinem autem redemptionis nostrae haurire omnino declinent. Quod ideo vestrae notum facimus sanctitati, ut vobis hujuscemodi homines et his manifestantur indiciis, et quorum deprehensa fuerit sacrílega simulatio, a sanctorum societate sacerdotali auctoritate pellantur”).

[3] Llamado también calamus, pugillaris y muchas otras cosas.

[4] Por ejemplo, por el Concilio de Braga en 675 y por el Concilio de Clermont en 1096.

[5] Para este párrafo, véase JungmannThe Mass of the Roman Rite, cit., II, pp. 382-387. Braun, Das Christliche Altargeraet, cit., pp. 249-265, se refiere con cierto detalle a la extensión del uso de la fístula y a los términos usados para llamarla.

[6] Jungmann, The Mass of the Roman Rite, cit., II, p. 385.

[7] Esto se manifiesta también en la prolongación del ayuno eucarístico y en la decreciente frecuencia de la comunión. Véase FIUV, Position Paper 10: Elayuno eucarístico, núm. 2 y 3.

[8] Primero por el Concilio de Basilea en 1433. El Concilio de Trento dejó que el papa normara esta cuestión (Sesión XXII, cap. XI), y el papa Pío V lo hizo mediante un Breve de 29 de julio de 1564.

[9] Se suprimió la autorización para Baviera en 1571, para Austria y Bohemia en 1584 y en general en 1621 (véase Jungmann, The Mass of the Roman Rite, cit., II, p. 286). La posibilidad de una dispensa similar para ex anglicanos, en caso de una reconciliación a gran escala, se planteó de nuevo en la década de 1630, pero el proyecto no prosperó.

[10] Braun, Das Christliche Altargeraet, cit., p. 257: “el decreto emitido por el Sínodo Provincial de Salzburgo de 1564 sobre la recepción del cáliz por los laicos, luego de que el papa hubo autorizado la recepción en ciertas circunstancias limitadas, especifica explícitamente que la Preciosa Sangre debe ser recibida [literalmente “disfrutada”] mediante una pequeña caña”.

[11] Braun, Das Christliche Altargeraet, cit., p. 258: “En la eucaristía luterana, la caña se usó hasta bien entrado el siglo XVIII. Aunque los teólogos reformados y los sínodos combatieron la práctica, los luteranos en general la defendieron tanto por razones pragmáticas como por razones de decoro. En Altona, en 1705, un edicto del rey danés Federico puso fin al uso de la caña. En los  reales decretos prusianos de Brandenburgo se la prohibió poco después”. 

[12] Los textos probatorios de los utraquistas incluyen: “Bibite ex eo omnes” ("Bebed todos de él", Mt. 26, 27 y paralelos), “Nisi manducaveritis carnem Filii Hominis, et biberitis eius sanguinem, non habebitis vitam in vobis” ("Si no coméis la carne del Hijo del Hombre ni bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros", Jn 6, 53, y en general el discurso del pan de vida). Comenta el concilio de Trento (Sesión XXI, cap. I): “Aquél que dijo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros (v. 54), dijo también: Quien come de este pan vivirá para siempre (v. 59); y Él que dijo: Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna (v. 55) dijo también: El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo (v. 52); finalmente, Él que dijo: Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él (v. 57), dijo asimismo: El que come este pan vivirá para siempre (v. 59)”.

[13] Concilio de Trento, Sesión XIII (1551), Canon III: “Si alguno niega que, en el venerable sacramento de la Eucaristía, Cristo entero está presente en cada una de las especies, y en cada parte separada de cada especie, sea anatema”. Sesión XXI (1562), Canon I: “Si alguno dice que, por precepto de Dios o por necesidad de la salvación, todos y cada uno de los fieles debe recibir ambas especies del Santísimo Sacramento, sea anatema”. Canon II: “Si alguno dijere que no tuvo la Santa Iglesia católica causas ni razones justas para dar la comunión solo en la especie de pan a los laicos, así como a los clérigos que no celebran, o que erró en esto, sea anatema”. Canon III: “Si alguno negare que Cristo, fuente y autor de todas las gracias, se recibe todo entero bajo la sola especie de pan, dando por razón, como falsamente afirman algunos, que no se recibe, según lo estableció el mismo Jesucristo, en las dos especies, sea anatema”.

[14] Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la sagrada liturgia (1963), núm. 55: “Communio sub utraque specie, firmis principiis dogmaticis a Concilio Tridentino statutis, in casibus ab Apostolica Sede definiendis, tum clericis et religiosis, tum laicis concedi potest, de iudicio episcoporum, veluti ordinatis in Missa sacrae suae ordinationis, professis in Missa religiosae suae professionis, neophytis in Missa quae Baptismum subsequitur”.

[15] Congregación para el Culto Divino, Instrucción Inaestimabile Donum (1980), núm. 12: “Ni las conferencias episcopales ni los ordinariatos deben ir más allá de lo establecido en la presente norma: la autorización para la comunión con las dos especies no debe ser indiscriminada, y las celebraciones del caso deben ser precisamente especificadas, los grupos que se beneficien de este permiso, claramente definidos, bien disciplinados y homogéneos”.

[16] Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Instrucción Redemptionis Sacramentum (2004), núm. 101: “Para que pueda administrarse la comunión con las dos especies a los fieles laicos, debe considerarse las circunstancias según, sobre todo, el juicio del obispo diocesano” (“Ut christifidelibus laicis sacra Communio sub utraque specie ministretur, congruenter astimanda erunt adiuncta, de quibus iudicent praeprimis Episcopi dioecesani”); núm. 102: “No debe darse el cáliz a los fieles laicos cuando haya un número tan grande de personas que comulgan que sea difícil calcular la cantidad de vino para la eucaristía y exista peligro de que una cantidad mayor que la razonable quede sin consumirse al finalizar la celebración” (“Ne ministretur calix christifidelibus laicis ubi tantus adsit communicandorum numerus, ut difficile evadat quantitatem vini ad Eucharistiam aestimare, et periculum exstet, ut “copia Sanguis Christi plus aequo remaneat in fine celebrationis sumenda””). La cita interna está tomada de la Instrucción General del Misal Romano, núm. 285, a).

[17] Protocolo CD 1297/78. Este se emitió después de extensos empleos del cáliz sin sujeción a las pautas dadas por documentos anteriores.

[18] Pontificia Comisión Ecclesia Dei, Instrucción Universae Ecclesiae (2011), núm. 28: "Además, en virtud de su carácter de ley especial, dentro de su ámbito propio, el motu proprio Summorum Pontificum deroga aquellas medidas legislativas inherentes a los ritos sagrados, promulgadas a partir de 1962, que sean incompatibles con las rúbricas de los libros litúrgicos vigentes en 1962" ("Praeterea, cum sane de lege speciali agitur, quoad materiam propriam, Litterae Apostolicae Summorum Pontificum derogant omnibus legibus liturgicis, sacrorum rituum propriis, exinde ab anno 1962 promulgatis, et cum rubricis librorum liturgicorum anni 1962 non congruentibus").   

[19] Véase Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Instrucción Redemptionis Sacramentum, núm. 103: “Las normas del Misal Romano admiten el principio de que en casos en que la comunión se administre con las dos especies, 'la Sangre del Señor pueda ser recibida ya sea bebiendo directamente del cáliz, o por intinción, o mediante una caña o una cuchara'. En relación con la administración de la comunión a los fieles laicos, el Obispo puede excluir la comunión con una caña o una cuchara donde ello no sea lo acostumbrado, aunque siempre existe la opción de administrarla por intinción” (“Normae Missalis Romani admittunt principium quo, in casibus ubi Communio sub utraque specie ministretur, “sanguis Domini sumi potest vel ex ipso calice directe bibendo, vel per intinctionem, vel cum calamo, vel cum cochleari”. Quoad Communionis christifidelibus laicis ministrationem, Episcopi Communionem cum calamo vel cum cochleari excludi possunt, ubi usus loci non sit, manente tamen semper optione Communionis per intinctionem ministrandae”) La cita interna está tomada de la Instrucción General del Misal Romano, núm. 245.

[20] Vale la pena consignar que, entre los anglicanos, la práctica común es que el ministro de la Eucaristía sostenga el cáliz y lo incline un poco para que lo reciba quien comulga; éste no toca el cáliz con las manos, sino sólo con los labios. Esta práctica, compatible con la ley litúrgica vigente, ha sido trasladada al Ordinariato de Nuestra Señora de Walsingham.

[21] Existe aquí un paralelo con la recepción de la hostia en la mano. Véase FIUV, Position Paper 3: El modo de recibir la comunión.

[22] La comunión frecuente es excepcional en la historia del protestantismo, atribuible en general a la influencia del catolicismo (en el siglo XX). Vale la pena advertir también que, al menos en Inglaterra y Gales, las congregaciones anglicanas son significativamente más pequeñas que las católicas (por la mayor cantidad de lugares de culto), lo que hace que el servicio eucarístico típico sea una cosa más íntima, y menos frecuente.

[23] Michael Davies cita al P. Tom Maher, quien escribía en 1979, en lo más álgido de la controversia sobre la introducción de la práctica de la comunión con las dos especies en los Estados Unidos, donde el P. Maher era Director Ejecutivo de la Oficina de Liturgia del cardenal Bernardin: “Podría mencionarse que nosotros no recomendamos recibir el pan y el vino por intinción, es decir, mojando el pan en el vino. Esta práctica minimiza el signo de comer y beber y, además, inhibiría a los fieles de recibir la comunión en la mano”. Davies, M., Communion Under Both Kinds (Long Prairie, The Neumann Press, ed. revisada, 1989), p. 28.

[24] El consejo usual de las conferencias episcopales es que se disponga de dos ministros para el cáliz por cada ministro para la hostia. Esto hace difícil que la distribución de la comunión con dos especies sea efectuada exclusivamente por sacerdotes y diáconos. Por otra parte, el uso de ministros extraordinarios de la Eucaristía es muy restrictivo según las leyes litúrgicas, y parece paradojal alegar que él se justificaría por la extensión de tiempo que la comunión de los fieles tomaría si no se los empleara, supuesto que esa duración excesiva se debiera al uso del cáliz, ya que la norma general es que no debe usarse el cáliz en el caso de grandes cantidades de personas. 

[25] Véase FIUV, Position Paper 3: El modo de la recepción de la comunión; y Position Paper 10: El ayuno eucarístico. Véase Benedicto XVI, Exhortación postsinodal Sacramentum Caritatis (2007), núm. 55: “Claramente, la participación plena en la Eucaristía tiene lugar cuando los fieles se acercan personalmente al altar a recibir la comunión. Y aunque esto es verdad, debe tenerse cuidado de que no piensen que el mero hecho de estar presentes en el templo durante la liturgia les da el derecho o, incluso, les impone la obligación de acercase a la mesa eucarística” (“Sine dubio plena participatio Eucharistiae habetur cum quis accedit etiam personaliter ad altare Communionis recipiendae gratia (169). Attamen cavendum est ne haec iusta affirmatio forsitan introducat inter fideles quendam automatismum, quasi quispiam ob solam praesentiam in ecclesia, liturgiae tempore, ius habeat, vel forsitan etiam officium, ad Mensam eucharisticam accedendi”).

[26] La Instrucción Redemptionis Sacramentum responde a los problemas asociados con la distribución de la Preciosa Sangre a los fieles con algunas clarificaciones, permisos y prohibiciones, del modo siguiente: “Primero, sólo por verdadera necesidad debe recurrirse a la ayuda de los ministros extraordinarios en la celebración de la Liturgia” (Solummodo ex vera necessitate recurrendum erit ad auxilium ministrorum extraordinariorum in Liturgiae celebratione) (núm. 151). Segundo, como se dijo antes, la distribución con el cáliz cuando la gran cantidad de comulgantes hace difícil calcular la cantidad de vino que habría que consagrar (núm. 102). Tercero, el problema relacionado de una gran cantidad de Preciosa Sangre consagrada lleva a la Instrucción a condenar la práctica de vaciarla de un vaso a otro después de la consagración (núm. 106). Cuarto, la posibilidad de que una gran cantidad de Preciosa Sangre sobre después de la comunión de los fieles exige que se reitere la gravedad del abuso de desechar las sagradas especies (lo cual conlleva excomunión latae sententiae) (núm. 107). Quinto, la Preciosa Sangre que sobre debe ser consumida por un sacerdote y no por un ministro extraordinario de la Eucaristía (núm. 107). Sexto, se condena la auto-intinción, tal como se condena, séptimo, la intinción con pan no consagrado (núm. 104). Octavo, la intinción requiere el uso de hostias de un tamaño adecuado (núm. 103). Noveno, por último, se prohíbe la distribución con el cáliz no sólo cuando existe riesgo de profanación, sino también cuando una parte notable del pueblo continúe prefiriendo no acercarse al cáliz por diversas razones, ya que el signo de unidad sería de algún modo negado” (núm. 102) ("ubi pars notabilis populi ad calicem variis ex causis perseveranter noli accedere, ablato igitur quodammodo signo unitatis").

[27] Por ejemplo, el Catecismo de Baltimore (núm. 872): “La Eucaristía es un sacramento cuando la recibimos en la comunión y cuando es reservada en el tabernáculo del altar. Es un sacrificio cuando es ofrecida en la Misa por la consagración separada del pan y del vino, que significa la separación de la Sangre de nuestro Señor de su cuerpo cuando murió en la cruz”. A Catechism of Christian Doctrine Prepared and Enjoined by order of the Third Plenary Coucil of Baltimore (Londres, Baronius Press, reimpresión de la edición de 1921, 2006), p. 164.

[28] Ratzinger, J., “Theology of the Liturgy”, en Reid, A. (ed.), Looking again at the Question of Liturgy with Cardinal Ratzinger: Proceedings of the July 2001 Fontgombault Conference (Silverado, St Michael's Abbey Press, 2003), p. 20: “Una buena parte de los liturgistas católicos ha llegado en la práctica a la conclusión de que Lutero, más que Trento, tenía razón en el debate del siglo XVI; se puede detectar una posición muy similar en la discusión post-conciliar sobre el sacerdocio […] Sólo con el trasfondo de la negación de la autoridad de Trento puede entenderse la violencia de la lucha, luego de la reforma litúrgica, por impedir la celebración de la Misa según el Misal de 1962. Dicha celebración constituye la más poderosa y (para ellos) la más intolerable contradicción de la opinión de quienes creen que la fe en la Eucaristía formulada en Trento ha perdido su valor”.

[29] De Lugo (Disputationes, 1869, vol. IV, pp. 39 y ss.) se refiere al permiso otorgado por Clemente VI al Rey de Francia para recibir el cáliz “ad maius gratiae augmentum”. Citado, con otras referencias similares, por Harris, C., “The Communion of the Sick, Viaticum, and Reservation”, en Lowther Clark, W. K./Harris, C. (eds.), Liturgy and Worship: A Companion to the Prayer Books of the Anglican Communion (Londres, Society for Promoting Christian Knowledge, 1932), p. 614.

[30] Véase Congregación para las Iglesias Orientales, Instrucción Il Padre, incomprensibile (1996), núm. 53, sobre la importancia de mantener el modo de recibir la comunión según la tradición de esas Iglesias: “Aunque esto impida enfatizar el valor de otros criterios, también legítimos, y aunque implique renunciar a ciertas conveniencias, el cambio del uso tradicional tiene el riesgo de constituir una intrusión no orgánica en el cuadro espiritual al que se refiere”.

[31] San Gregorio Nacianceno escribió (traducción literal): “¿Qué vasos sagrados, que no deben ser tocados, entregué a manos de los sin ley?”. El contexto es el reproche que dirige a los arrianos por promover tumultos en las iglesias de los ortodoxos, durante los cuales incluso mujeres de última especie hacían mofa de las cosas sagradas.

[32]  Catechism of the Council of Trent (trad. de John A. McHugh O.P. y Charles J. Callan O.P., 1923, reimpreso por Roman Catholic Books), p. 254.

[33] Es decir, una norma canónica atribuida falsamente al papa Sótero.

[34] O’Brien, W., A Handbook for the Sacristan: a detailed guide to prepare for liturgical functions (Imprimatur 1931; reimpreso por Veritas Press, Santa Monica, CA), p. 12: “El cáliz y la patena no deben ser manipulados por los laicos ni por nadie que no tenga las órdenes mayores. Sin embargo, se puede autorizar a tocarlos y prepararlos a quienes tengan la función de hacerlo”.

[35] Mosebach, M., The Heresy of Formlessness (San Francisco, Ignatius Press, 2006), p. 176, recordando el caso de la iglesia local durante su niñez, escribe: “El sacristán disfrutaba de un significativo privilegio para un laico: se le permitía tocar los vasos sagrados, el obispo mismo le había dado autorización. Su hijo, en cambio, no podía. Si éste tenía que tomar el cáliz, debía ponerse guantes blancos, tal como hacía cuando sacaba la custodia del armario (su padre ya no podía sostenerla)”.

[36] La prohibición de que toda persona, excepto el celebrante, comulgue con el cáliz dispuesta por el Código de Derecho Canónico de 1917 ha quedado abolida, pero aunque ya no tiene valor jurídico, todavía es válida como principio litúrgico en el contexto de la forma extraordinaria.

[37] Véase la Instrucción General del Misal Romano, núm. 163, 183 y 192.

[38] Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Instrucción Redemptionis Sacramentum, núm. 119: “El sacerdote, una vez de regreso en el altar después de la distribución de la comunión, de pie en el altar o en la credencia, purifica la patena o el ciborio sobre el cáliz, luego purifica el cáliz de acuerdo con las prescripciones del Misal y seca el cáliz con el purificador. Cuando hay un diácono presente, vuelve con el sacerdote al altar y purifica los vasos. Se permite, sin embargo, especialmente si hay varios vasos que purificar, que se los deje, cubiertos, sobre un corporal sobre el altar o la credencia, para ser purificados por el sacerdote o el diácono inmediatamente después de la Misa, una vez que se ha despedido al pueblo. Además, un acólito debidamente instituido asiste al sacerdote o al diácono en la purificación y arreglo de los vasos sagrados ya sea en el altar o en la credencia. En ausencia de un diácono, un acólito debidamente instituido lleva los vasos sagrados a la credencia y ahí los purifica, seca y arregla del modo acostumbrado” (Sacerdos, ad altare post distributionem Communionis reversus, stans ad altare vel ad abacum purificat patenam vel pyxidem super calicem, postea purificat calicem, iuxta Missalis praescripta, et calice purificatorio absterget. Ubi adsit diaconus, ille cum sacerdote ad altare revertitur et vasa purificat. Licet tamen vasa purificanda, praesertim si sint plura, oportune cooperta, in altari vel in abaco super corporale relinquere eaque  statim post Missam, populo dimisso, a sacerdote vel diacono purificari. Item acolythus rite institutus sacerdotem vel diaconum in vasis sacris purificandis et componendis sive ad altare sive ad abacum adiuvat. Absente diacono, acolythus rite institutus vasa sacra ad abacum defert ibique more solito ea purificat, abstergit et componit).

[39] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, IIIa, q. 83, a.6, ad 3: “Si vero venenum ibi adesse deprehenderit immissum, nullo modo debet sumere nec alii dare ne calix vitae revertatur in mortem”.

[40] De Defectibus, X, 6: “Si algo venenoso cae en el cáliz después de la consagración o algo que pudiera causar vómitos, el vino consagrado debe ser vaciado a otro cáliz, se le añade agua hasta que el cáliz esté lleno para que el vino se disuelva, y esta agua debe ser arrojada al sacrarium. Debe traerse otro vino y otra agua para consagrarlo” (Si aliquid venenosum ceciderit in calicem, vel quod provocaret vomitum, vinum consecratum reponendum est in alio calice aqua pleno, ita ut species vini dissolvantur, et huiusmodi aqua in sacrarium proiciatur. Aliud autem vinum cum agua apponendum est, denuo consecrandum).

[41] Información en el Catholic Herald, 31 de julio de 2009.

[42] La suspensión del uso del cáliz se prevé en el contexto anglicano (británico) por el Sacrament Act de 1547, que siguió a un estallido de la peste bubónica.

[43] “En contraste, se recuperó virus vivos -como lo comprobó la prueba de la placa (para el N1H1 estacional) o la formación de focus fluorescente (para el pH1N1)- de la mayor parte de las superficies después de 4 horas, y de algunos materiales no porosos después de 9 horas, pero después de 24 horas habían descendido hasta niveles no detectables”. Greatorex, J. S./Digard, P./Curran, M. D./Moynihan, R./Wensley, H./Wreghitt, T./Varsani, H./García, F./Enstone, J./Nguyen-Van-Tam, J. S., Survival of Influenza A (H1N1) on Materials Found in Households: Implication for Infection Control”, Plos One, 22 de noviembre de 2011.

[44] “En un estudio de Barker et al., las superficies limpiadas con una solución detergente repartieron el norovirus a otras superficies no contaminadas. Como resultado, la superficie contaminada, el paño de limpieza y las superficies recién contaminadas dieron resultado positivo para la presencia de norovirus. Sin embargo, la limpieza con una solución clorina 5.000 ppm fue efectiva en la prevención de contaminación cruzada y en la eliminación del norovirus desde superficies ambientales". Boone, S. A./Gerba, C. P., Significance of Fomites in the Spread of Respiratory and Enteric Viral Disease”, Applied Environmental Microbiology, 2007.

[45] El estudio de los virus y la comprensión de cómo se difunden ha avanzado muchísimo desde comienzos de la década de 1970. El norovirus, por ejemplo, fue identificado por primera vez en 1972.

[46] Instrucción de 24 de julio de 2003, Prot.89/78-174 98.

[47] El documento dispone normas equivalentes para los sacerdotes que sufren de la enfermedad celíaca.

[48] Spreitezer, M./Spreitezer, C., Reaching Out to Catholics with Celiac Disease (Catholic Celiac Society). La práctica de la auto-intinción está, de hecho, prohibida por la Instrucción Redemptionis Sacramentum (2004), núm. 104.