Les ofrecemos a continuación la traducción de un excelente artículo del Dr. Peter Kwasniewski, habitual colaborador de esta bitácora, sobre la liturgia como concretización primordial de la Tradición. Si bien el texto fue escrito y publicado en 2015, no ha perdido su actualidad en razón de la materia que aborda. El propósito del autor es mostrar cómo la liturgia es un modo de encarnar y descubrir la Tradición, una de las fuentes de la Revelación, puesto que ella representa las formas rituales con las cuales la Iglesia eleva su oración a Dios y actualiza el Sacrificio Redentor de Cristo, además de aplicar las gracias de ahí emanan.
El artículo fue publicado originalmente en New Liturgical Movement y ha sido traducido por la Redacción. Las fotografías son las que acompañan al artículo original.
El Cardenal Walter Brandmüller besa el Evangeliario durante la Misa solemne
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La liturgia, concretización primordial de la Tradición
Peter Kwasniewski
En la Constitución Dogmática sobre
la Divina Revelación Dei Verbum, el
Concilio Vaticano II enseña lo siguiente acerca de la relación entre la
Escritura y la Tradición:
“Existe una estrecha conexión y
comunicación entre la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura, porque ambas,
manando de la misma fuente divina, confluyen, en cierto modo, en una unidad y
tienden hacia el mismo fin. Porque la Sagrada Escritura es la Palabra de Dios
en cuanto está consignada por escrito bajo la inspiración del Espíritu divino,
y la Sagrada Tradición toma la Palabra de Dios confiada por Cristo y el
Espíritu Santo a los Apóstoles y la transmite a sus sucesores en toda su
pureza, de modo que, conducidos por la luz del Espíritu de verdad, puedan, al
proclamarla, preservar esa Palabra fielmente, explicarla y hacerla más
ampliamente conocida. Por consiguiente, no sólo en la Sagrada Escritura encuentra
la Iglesia la certeza sobre todo lo que ha sido revelado. Así pues, tanto la
Sagrada Escritura como la Sagrada Tradición deben ser aceptadas y veneradas con
igual sentido de lealtad y veneración. La Sagrada Tradición y la Sagrada
Escritura constituyen el sagrado depósito de la Palabra de Dios, que ha sido
confiado a la Iglesia”[1].
Cuando hablamos de la Escritura está
claro (o suficientemente claro) que nos referimos a los contenidos de la
Biblia, el canon de los escritos establecido por la Iglesia. Pero cuando hablamos de Tradición, ¿a qué nos
referimos, exactamente? ¿Dónde -para decirlo de modo más concreto- nos
encontramos con la Tradición, o nos topamos con ella? ¿Cuándo es que estamos en
su presencia? ¿Cómo sabemos que se trata de la “Sagrada Tradición” – ¡que el
Concilio dice que es parte de la Palabra misma de Dios!- y no de meras
“tradiciones humanas”, que pueden tanto ser como no ser de Cristo, el Señor?
Dom Mark Kirby, Prior del Monasterio
de Nuestra Señora del Cenáculo, en Irlanda, habla de “la antiquísima ley que
fundamenta y moldea tanto la doctrina como la vida moral católicas: Lex orandi,
lex credendi, lex vivendi”[2].
Esto es un modo vigoroso de decir “la ley de la oración” (cómo oramos) moldea
la “ley de la fe” (cómo creemos), la que, a su vez, da forma a la “ley del
vivir” (cómo realmente conducimos nuestras vidas).
LEX ORANDI
Dom Mark comenta lo siguiente sobre
el primero de estos componentes:
“La lex orandi es la puesta por obra de la sagrada liturgia, y está
compuesta no sólo de textos, sino de todo el conjunto de signos sagrados,
gestos y ritos por los que, mediante el sacerdocio de Jesucristo, los hombres
se santifican y Dios es glorificado. La sagrada liturgia misma -que es el Santo
Sacrificio de la Misa, los otros sacramentos, el Oficio Divino y los varios
ritos y sacramentales que encontramos en los libros litúrgicos oficiales de la
Iglesia- es la theologia prima de la
Iglesia… La teología primordial de la Iglesia no es algo inventado por hombres
eruditos, sino que se encuentra en el dato de la liturgia, que es el órgano primordial
de la auténtica tradición de la Iglesia”.
Esta conclusión resuena en la
elocuente declaración del P. Louis Bouyer:
“Es en la celebración de los
misterios de la liturgia, y en toda la vida nueva, mística y comunal que fluye
de ella, que la Iglesia conserva en unidad la conciencia, perpetua y
perpetuamente viva, del depósito inmutable de la fe que se le ha encargado”.
Más sucintamente, Pío XI declara:
Un escritor anónimo contemporáneo deduce
las implicaciones de este especial estatus:
“La liturgia es el manantial o
fuente primaria de nuestro conocimiento de la Revelación… Es el contexto
ordinario, normal, en que los fieles cristianos se encuentran con las divinas
realidades de un modo tal que participan de ellas contemplando y orando. Las
encíclicas y los concilios cumplen el propósito primario y didáctico de
informar al intelecto de las verdades individuales de la fe, algo que es
necesario para la vida cristiana. Pero la liturgia hace lo mismo y aun más. La
liturgia es el lugar en que la formación del intelecto produce su fruto, la fe
hecha vida. La liturgia es la fe puesta en práctica. Es el lugar en que los
cristianos reciben la revelación, creen en ella y obran de acuerdo con esa fe
mediante la adoración directa de su Creador… La liturgia es, también, un medio
a través del cual la Revelación es comunicada. En realidad, como ya dijimos, es
el contexto definitivo y primordial en que, para los cristianos, tiene lugar
esta comunicación y recepción, debido precisamente a que es el acto central del
culto cristiano. El culto es el principal acto de la religión: todos los demás
actos son vanos a menos que estén dirigido hacia el acto de culto”[4].
Debido a esta íntima conexión entre
el modo cómo oramos, lo que creemos y cómo nos conducimos en nuestra vida, es
que los santos siempre han exhibido un amor ardiente por la liturgia y todo lo
que se relaciona con ella: las frases y gestos de ésta han llenado su imaginación,
y han experimentado un sentimiento de temor reverencial y de humildad frente a
esta sagrada herencia, y han aconsejado prudencia al intervenir en ella. Un
sabio benedictino de nuestros tiempos, Dom Bernard Capelle (1884-1961), al cual
se le pidió, por una comisión vaticana, expresar su opinión sobre la reforma
litúrgica, escribió en 1949:
“No debe cambiarse nada a menos que
se trate de algún caso de necesidad indispensable. Esta es una sapientísima
norma, porque la liturgia es verdaderamente un testamento y un documento
sagrado -no tanto escrito como vivo- de la Tradición, que debe tratarse como un
locus de teología y una purísima
fuente de piedad y de espíritu cristiano”[5].
También podemos comenzar aquí a ver
la conexión entre lo que he argumentado sobre el Apocalipsis (la centralidad
cósmica del culto y la liturgia celestial de la Iglesia triunfante, paradigma
para la Iglesia militante en la tierra) y lo que aprendemos en el libro Los signos sagrados, de Romano Guardini, acerca del lenguaje de los símbolos,
mediante los cuales llegamos a comprender a Dios y a relacionarnos con Él, y
por los cuales expresamos lo que es más interior y más elevado de nosotros
mismos.
Reuniendo las ideas precedentes, Dom
Daniel Augustine Oppenheimer nos muestra las exigencias éticas y espirituales
que la sagrada liturgia hace al creyente:
“Antes que nada… el antecedente
primordial es la humildad frente a la fuente misma. Ya está en acción el
principio ascético de la fe, que entiende que la traditio litúrgica no es 'un viejo pedazo de tela', para usar la
famosa expresión del cardenal Ottaviani, disponible para libres imaginaciones o
cortes arbitrarios o remodelaciones. Los textos, gestos, signos, símbolos,
música, todo el conjunto de la cultura litúrgica, todo eso posee una cohesión,
un sentido, una profundidad y un carácter interiores. La liturgia merece
reverencia en sí misma porque es santa y es la fuente principal de la Revelación”[6].
LEX CREDENDI Y
LEX VIVENDI
Refiriéndose ahora al segundo y al
tercer miembro de la “antiquísima ley”, Dom Mark escribe:
“La lex credendi es la articulación de lo que ya está dado, contemplado
y celebrado en la lex orandi. La
doctrina de la Iglesia emerge, con toda su brillante pureza -con el veritatis splendor- del manantial de su
liturgia. La doctrina de la Iglesia, su theologia
secunda, es fruto de su experiencia litúrgica. […] La lex vivendi es la vida moral católica, una vida animada por las
virtudes teologales, una vida de obediencia a los mandamientos divinos,
caracterizada por las virtudes cardinales, iluminada por las Bienaventuranzas,
enriquecida por los Siete Dones del Espíritu Santo, y desplegada en los Doce
Frutos del Espíritu Santo. La lex vivendi
se refiere a todo lo que enseña a los hombres a vivir rectamente, a todas las
cuestiones éticas y sociales, y a la búsqueda de aquella santidad que, ya
ahora, contemplamos en los santos que la Iglesia nos presenta”.
El orden en que están puestos estos
tres elementos no es en absoluto algo accidental: como hemos visto, la liturgia
nos entrega la fe que profesamos o, en otras palabras, profesamos nuestra fe en
y a través de la liturgia. El culto divino, en la forma en que nos ha sido
legado por los apóstoles y sus sucesores, es lo primero, llena nuestras mentes
y corazones, y nos muestra el camino; a continuación, en segundo lugar, viene
la articulación teológica y la explicación de la fe, como internalización de lo
que hacemos cuando celebramos los sagrados misterios -y reflexionamos sobre
ellos-. Una vez que nos hemos vuelto en oración hacia el Dios viviente, que es
Alfa y Omega, el Primero y el Último, reconociéndole la primacía que se le debe
(la lex orandi), y una vez que hemos
recibido de sus labios la verdad, dándole a ésta primacía en nuestras almas (lex credendi), ya podemos recibir
nuestras “instrucciones para el camino” para nuestra vida en el mundo, para el
cumplimiento de lo que es recto en el amor virtuoso de nosotros mismos y de
nuestros vecinos (la lex vivendi).
Dom Mark expresa bellamente este orden:
“La restauración de la doctrina
católica a toda su belleza y riqueza, y la consiguiente recuperación de la
disciplina católica como algo que sana y da vida, comenzarán con la
restauración de la sagrada liturgia”.
Otro escritor, que escribe con
pseudónimo, nos ofrece una vigorosa meditación sobre el super-realismo de la
liturgia que, porque realmente contiene lo que representa, nos pone en contacto
directo, inmediato, con las realidades últimas:
“La liturgia no sólo nos enseña la
fe y nos transmite la gracia, sino que revive y renueva en el tiempo los
sagrados misterios de Cristo para los fieles. Al hacerlo, nos encontramos con
Cristo, los ángeles y los santos, y logramos un atisbo de la superior realidad
espiritual del Señor mientras vivimos en la tierra, haciendo borrosas las
líneas que separan lo eterno de lo temporal. Nos vamos de la liturgia y de la 'cena espiritual' de Cristo habiendo no sólo aprendido lo que creemos, sino
también cómo creer cuando Él vuelva al mundo, fuera del templo… ¿Cómo nos
orientamos hacia Dios y no hacia el pecado? ¿Cómo vemos el mundo y Dios como Él
desea que veamos? Es la liturgia la que nos muestra cómo, además de ser el
espacio para los sacramentos en que el Espíritu Santo actúa y hace
inmediatamente accesible para el fiel la obra de Cristo… El propósito de la
liturgia, especialmente durante los grandes tiempos del año, es unir a los
fieles con Dios para que puedan conocerlo y salvar sus almas. Dios los une a Sí
mismo y con su nueva Jerusalén, la Iglesia, y con su Cuerpo, también la
Iglesia”[7].
[1] Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Dei Verbum (1965), núm. 9.
[2] Todas las citas de Dom Mark están tomadas de su artículo “Liturgy, Doctrine, and Discipline: the Right Order”. Véase también el artículo de Joyce Little, “Lex Orandi, Lex Credendi:Many Young Catholics Find Liturgy Incomprehensible and Irrelevant. Is it?”.
[3] Citado por el cardenal George Pell en “The Translation of Liturgical Texts” (y por muchos otros autores).
[4] The Maestro, “Liturgy,Revelation and Tradition”.
[5] Citado en el excelente artículo de Pawel Milcareck “Balance instead of Harmony”.
[6] Dom Daniel Augustine Oppenheimer, “Asceticism and Tradition”.
[7] The Rad Trad, “Liturgy &Tradition: Sensus Fidelium”.
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