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lunes, 23 de junio de 2025

Legado de Julio Retamal Favereau

El pasado lunes 16 de junio murió, a la edad de 91 años, Julio Retamal Favereau (1933-2025), presidente de la Asociación de Artes Cristianas y Litúrgicas Magnificat desde el año 1994. Licenciado en Filosofía con Mención en Historia por la Universidad de Chile y Doctor en Historia por la Universidad de Oxford, fue profesor de teoría de la historia e historia moderna en la Pontificia Universidad Católica de Chile, la Universidad Adolfo Ibáñez y la Universidad Gabriela Mistral. En las dos primeras recibió el nombramiento de profesor emérito. Integró también el Teatro de Ensayo de la Pontificia Universidad Católica de Chile y la Academia Chilena de la Historia. Ejerció cargos diplomáticos y de gestión académica. 

El profesor Miguel Ayuso le dedicó una sentida necrología al día siguiente del fallecimiento de nuestro presidente. 

Les compartimos la carta publicada en diario El Mercurio de Santiago el miércoles 18 de junio por nuestro vicepresidente, Jaime Alcalde Silva, donde recuerda que el principal legado de Julio Retamal Favereau fue la preservación de la liturgia tradicional, obra que se prolonga en la Asociación Litúrgica Magnificat, capítulo de la Federación Internacional Una Voce desde su creación. Dios mediante esa labor proseguirá. 

Julio Retamal Favereau
(1933-2025)

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Legado de Julio Retamal Favereau

Julio Retamal repetía que su mayor obra era la preservación de la liturgia tradicional. En esa tarea consumió dos tercios de su vida, sufrió incomprensiones y afrontó situaciones difíciles. Jamás dejó de perseverar, porque sabía que por Dios no se trabaja en vano. 

La salvaguarda de ese legado espiritual fue otra proyección de su quehacer de historiador, centrado en la configuración de Occidente como el crisol donde se funden la filosofía griega, el derecho romano y la revelación cristiana. 

Forjada a partir de su institución sacramental por un desarrollo orgánico bimilenario, la liturgia romana pertenece a toda la cultura universal y forma parte de su patrimonio inmaterial. Con ese fin fundó en 1966 la Asociación Litúrgica Magnificat, capítulo chileno de la Federación Internacional Una Voce, que permanece hasta hoy.

Conservar la sacralidad de la liturgia y convertirla en el centro y culmen de la vida cristiana sigue siendo un desafío. Poco después de su elección, León XIV expresaba la necesidad de recuperar el primado de Dios y el sentido del misterio, que involucra a la persona humana en su totalidad, canta la belleza de la salvación y suscita el asombro ante la grandeza divina.  

Tras su partida, corresponde a otros proyectar este legado con idéntico compromiso.  


Jaime Alcalde Silva
Vicepresidente
Asociación Litúrgica Magnificat

domingo, 6 de febrero de 2022

El advenimiento del Rey: Por qué la Epístola se lee hacia el este y el Evangelio hacia el norte

Les ofrecemos hoy un artículo del Dr. Peter Kwasniewski sobre el sentido que tiene en la Misa tradicional la lectura del Evangelio hacia el norte. Dicha proclamación tiene un profundo significado espiritual, pues no se trata de repetir simplemente el libro sagrado. 

El artículo original fue publicado en el número 12 de la Revista Gregorius Magnus, correspondiente al invierno de 2021, que edita la Federación Internacional Una Voce. La traducción proviene de una colaboradora que la ha remitido a la Redacción. 

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El advenimiento del Rey: Por qué la Epístola se lee hacia el este y el Evangelio hacia el norte

Peter Kwasniewski

En una Misa Solemne -la forma más antigua y completa del rito romano, con sacerdote, diácono y subdiácono- el subdiácono canta la Epístola en el lado derecho del presbiterio, claramente de pie ad orientem, es decir, hacia la pared oriental ante la cual está montado el altar. En otras palabras, la canta de espaldas a la gente. Esto podría parecernos extraño, si pensamos que la lectura es sólo una lectura en beneficio de la asamblea. A continuación, después de los cantos entre las lecturas, el diácono, el subdiácono y los acólitos forman una pequeña procesión hasta el lugar donde se cantará el Evangelio, y el diácono lo proclama mirando hacia el norte, en el lado izquierdo de la iglesia, de cara a la pared izquierda. También esto podría parecernos extraño, porque es evidente que no se dirige al pueblo en absoluto. En ambos casos, es evidente que "algo pasa". Si el ceremonial exige esto, no es al azar sino por una razón.

En una Misa rezada o en una Missa cantata, donde sólo hay un sacerdote sin sus ministros habituales, el diácono y el subdiácono, encontramos una especie de versión "abreviada" o "modificada" de la misma práctica.

Podemos decir, por razones históricas, litúrgicas y teológicas, que la proclamación de las lecturas en la Misa tiene tres propósitos. En primer lugar, las lecturas son instructivas para los fieles. Las lecturas del Misal tradicional se eligieron, en primer término, por su contenido moral, dogmático y eucarístico universal, y por su relación con santos individuales o clases de santos. Las lecturas presentan grandes ejemplos de virtud y preparan a los fieles para la comunión con el Señor en la adoración y en el banquete celestial.

En segundo lugar, las lecturas son en sí mismas una ofrenda de adoración a Dios Todopoderoso: se proclaman para su gloria y honor, y para obtener su bendición. El clero canta las palabras divinas en presencia de su Autor como parte de la logikē latreia o culto racional/verbal que debemos a nuestro Creador y Redentor. Estas palabras hacen presente la alianza con Dios, son una puesta en práctica de su significado en el contexto sacramental para el que fueron concebidas, una recitación agradecida y humilde bajo la mirada de Dios de las verdades que ha prometido. Esto está muy en consonancia con la forma de orar a Dios que se recoge en la Escritura: "Acuérdate, Señor, de las promesas que has pronunciado"; no es que Él vaya a olvidar, sino que quiere que no olvidemos Sus promesas, y quiere, con amor, que se las hagamos cumplir, por así decirlo. El estilo solemne y formal de la lectura, que se dirige hacia otro lugar distinto de las personas inmediatamente presentes, deja claro que estamos reconociendo que el Dios al que estos textos mencionan está realmente aquí en medio de nosotros, o más bien, venimos ante su presencia con acción de gracias. Las lecturas se convierten así en dones que, habiendo sido puestos en nuestras manos por Dios, le devolvemos y se los ofrecemos a Él, al igual que hacemos con el pan y el vino. O para usar una metáfora diferente, las lecturas son una forma de incienso verbal con el que elevamos nuestras manos a sus mandamientos, como dice el gran canto del Ofertorio: Meditabor in mandatis tuis, quae dilexi valde: et levabo manus meas ad mandata tua quae dilexi ("Meditaré en tus mandatos, que he amado mucho; y alzaré mis manos hacia tus mandatos, que he amado", Sal 118, 47-48). 

Cuando tomamos en serio la visión tradicional de la inspiración divina de la Escritura, podemos ver claramente que el cuidado amoroso, los actos de reverencia tributados a la Palabra de Dios en la primera parte de la Misa –todo, desde rezar para que uno sea digno de decir su contenido, acompañar el libro con velas, hacer la señal de la cruz sobre él, incensarlo, besarlo, y cantar las lecturas con tonos de canto dignos y penetrantes– se parece mucho al culto que se rinde a la cruz en la Misa de los Presantificados del Viernes Santo, o a la veneración que se da a los iconos bizantinos: en cierto modo, entramos en contacto con Dios mismo. Él es la verdad que se hace presente cuando se proclama la lectura: no es un recuerdo pasado sino un poder actual que lleva a la conversión y la iluminación. La Escritura no es por cierto la Presencia Real de la Sagrada Eucaristía, pero es divina de una manera en que ninguna otra palabra humana lo es. Por eso tiene tanto sentido el rico ceremonial en el que el antiguo rito romano envuelve la lectura o el canto de la Palabra de Dios: la liturgia quiere acentuar el hecho de que, en este escenario, la palabra sobre el papel, la palabra que flota en el aire, es superior a nuestras mentes, determinante de nuestras voluntades. En resumen: es Dios, en modo verbal, y entramos en su presencia verbal con signos de veneración. Le glorificamos mediante la proclamación litúrgica de su Revelación.

Pero, ¿no hay algo que va contra la intuición en la idea de que el canto de las lecturas en la Misa es un acto de adoración dirigido a Dios? Después de todo, parece evidente que la razón por la que se leen las Escrituras en la Misa es para educar a la asamblea. Pero no es tan simple como una opción binaria de sí o no. La liturgia romana tradicional ha tendido a lo largo de los siglos, a convertir todo en una oración dirigida a Dios, como si no hubiera lugar en la liturgia para algo que sea exclusivamente "para el pueblo".

Un gran ejemplo de esta tendencia puede verse en cómo se recita o canta el Credo. Todos sabemos que el Credo es una confesión de fe, cuyo contenido consiste básicamente en una lista de dogmas sostenidos por los cristianos. No tiene características evidentes de ser una oración dirigida a Dios; no se dirige a Dios en absoluto. Más bien parece un signo de ortodoxia con el que significamos nuestra fe, expresada en dogmas. Sin embargo, en el usus antiquior el sacerdote recita el Credo ad orientem en el altar mayor, inclinando la cabeza al pronunciar el nombre de Jesús y las palabras adoratur et conglorificatur en honor del Espíritu Santo, haciendo una genuflexión en Et incarnatus est, y haciendo la señal de la cruz en Et vitam venturi saeculi, concluyendo con un "Amén" y un beso al altar. De este modo, la profesión de ortodoxia se ha convertido en una oración a Dios Uno y Trino, una manera de comulgar con Aquél que ha revelado graciosamente sus misterios al hombre, y en respuesta a cuya misericordiosa auto-revelación respondemos con la obediencia de nuestros labios y nuestras mentes a su verdad objetiva.

Toda la liturgia es para Dios, y de hecho su mayor valor educativo consiste justamente en comunicar al pueblo la primacía y la ultimidad de Dios, que Él es el Alfa y la Omega de todos nuestros actos exteriores e interiores, incluido el acto de escuchar las lecturas y comprenderlas. En cierto sentido, las lecturas se ofrecen a Dios para que nosotros nos ofrezcamos a Él en nuestra comprensión de la Palabra y en los afectos que ésta suscita. Por eso no importa tanto si se capta o no inmediatamente el sentido de cada palabra; lo que importa mucho más es ver que esta Palabra es divina, santa, celestial, que estamos pisando tierra santa. La comprensión verbal puede seguir a su debido tiempo, pero nunca captaremos bien la Palabra si antes no la veneramos como divina y adoramos al Dios del que emana y en cuya presencia cobra vida.

Canto del Evangelio por el diácono en una Misa solemne

Martin Mosebach escribe sobre cómo la proclamación litúrgica de las lecturas en general, y del Evangelio en particular, no son meras declaraciones de textos, sino formas de hacer presente a Cristo en la Iglesia. Cito de su libro The Heresy of Formlessness [La herejía de lo informe]:


La lectura del Evangelio es mucho más que un "anuncio": es una de las formas en que Cristo se hace presente. La Iglesia siempre ha entendido que es una bendición, un sacramental, que remite de los pecados, como afirma el "Per evangelica dicta deleantur nostra delicta" ["Por las palabras del Evangelio sean borrados mis pecados"] que evoca el Misereatur que sigue al Confiteor. El carácter sacramental del Evangelio, que perdona efectivamente los pecados, es, por cierto, el argumento decisivo para su lectura en lengua sagrada. Los signos litúrgicos de la procesión ponen de manifiesto este carácter. La liturgia ha tomado del ceremonial de la corte de los emperadores paganos el lenguaje simbólico en presencia del soberano supremo: velas, que precedían al emperador, y el turíbulo. [...] Las lecturas no son simplemente una "proclamación", sino sobre todo la creación de una presencia.1 

Por lo tanto, si el acto de la lectura litúrgica trae a Cristo vivo en medio de la Iglesia –incluso podría llamarse una cuasi-transubstanciación del texto en una presencia– las lecturas mismas deben ser preparadas y pronunciadas con tanto cuidado, amor y devoción como las propias palabras de la consagración. 

El uso del latín demuestra, sin necesidad de ninguna explicación, que la liturgia no pertenece al ámbito cotidiano de las revistas y los periódicos, ni siquiera de las conferencias académicas o los estudios bíblicos protestantes, como el uso de una lengua vernácula moderna sugiere inevitablemente por un proceso de asociación. Tanto por su ropaje latino como por sus melodías gregorianas, se trata la Palabra de Dios como algo santo, imponente, especial, en un plano diferente a cualquier otra palabra.

Ofrecer la oración hacia el este es una de las costumbres más antiguas y universales del cristianismo.2 En el año 375, San Basilio de Cesarea, uno de los más grandes Padres de la Iglesia, habla de la costumbre apostólica de "volverse hacia Oriente en la oración [eucarística]"3. Esta práctica encontró inspiración y confirmación en los pasajes de la Escritura que llaman a Cristo "Oriente" o dicen que asciende a Oriente, o que vendrá de Oriente, como escuchamos en el Evangelio del último domingo después de Pentecostés, donde Jesús dice de sí mismo, en Mt 24, 27: "Porque como el relámpago sale del oriente y brilla hasta el poniente, así será la venida del Hijo del Hombre". El profeta Malaquías llama a Cristo "sol de justicia" (3, 20), como San Juan llama a Dios "Luz" (1 Jn 1, 5). En una homilía sobre por qué el libro del Levítico habla de "rociar al oriente", el gran escritor patrístico Orígenes comenta:


Esto os invita a mirar siempre "hacia el oriente" de donde surge para vosotros "el Sol de la Justicia", de donde nace una luz para vosotros; para que nunca "caminéis en las tinieblas" y que ese último día no os atrape en las tinieblas; que la noche y la niebla de la ignorancia no os sorprendan, sino que siempre os encuentren en la luz del conocimiento [...]4.

Como nos enseña el Evangelio de San Juan, el lugar del verdadero culto es Cristo crucificado y resucitado, que como hombre es el camino a la casa del Padre, y como Dios es el destino. Así que miramos hacia el este no porque nos refiramos a un "lugar sagrado" concreto en la tierra, como Jerusalén o La Meca, sino porque nos dirigimos a quien es el templo en su cuerpo, Cristo Nuestro Señor, y nos dirigimos con Él al Padre que está por encima de todo (cf. Ef 4, 6). El oriente opera como símbolo cósmico y bíblico de Cristo mismo, de su gobierno sobre nosotros, de su regreso en gloria y de su reino celestial que anhelamos con esperanza.

Lectura del Evangelio en la Misa rezada

Así, cuando la Epístola se proclama ad orientem, nos hace volver a Dios y al cielo en espíritu, al Oriente y a la Luz, insinuando que nuestra vida de cristianos creyentes –nuestras inteligencias, nuestras voluntades– se orienta fuera de nosotros mismos, lejos de la carne, lejos de los modos de pensar y actuar exclusivamente humanos; conformamos nuestra mente a la mente de Cristo, volvemos nuestro rostro a su rostro. La individualidad del lector se ve reducida; no vemos su rostro; está en lugar de los Apóstoles y los profetas, que tienen la precedencia. La palabra apostólica o profética nos guía hacia el reino, que obtenemos adhiriendo fielmente a la enseñanza divina. Como dice el Cardenal Sarah: "La orientación exterior nos lleva a la orientación interior que simboliza"5.

Habiendo dicho todo esto en elogio de la adoración hacia el este (y eso incluye la lectura o el canto de la Epístola), a estas alturas deberíamos estar absolutamente desconcertados y profundamente confundidos en lo que respecta al Evangelio. Pareciera que, dado el simbolismo mencionado, el Evangelio, sobre todo, debe hacerse ad orientem, ¡pero se hace mirando hacia el norte! ¿Cómo puede ser?

Aquí, queridos amigos, es donde la liturgia nos sorprende tomando una nueva dirección. Pero tiene mucho sentido si nos detenemos a pensar en ello. Si el Evangelio es la presencia verbal de Cristo por excelencia y el sacerdote o diácono que lo proclama está, en ese momento, actuando in persona Christi, entonces no tendría sentido que el lector del Evangelio mirara ad orientem, hacia Cristo, el Oriente. Sería como decir que Cristo está hablando consigo mismo. Más bien, en el Evangelio Cristo se dirige al mundo, es decir, a las naciones, a los gentiles, a toda la creación, a la que hay que predicar el Evangelio para que se convierta, sea bendecida, santificada y salvada. Por lo tanto, en el desarrollo histórico del rito romano, el Evangelio terminó por cantarse mirando hacia el norte, porque el norte era el símbolo del mundo pagano no convertido que debía ser evangelizado. Se podría decir que el norte representa el último grado de impiedad del mundo, hundido en la mala noticia del pecado original y la maldad humana cada vez mayor. Es el mundo sin la buena noticia, que espera, que anhela el Evangelio, pero que también se opone a él. Esto explica la formación romana, casi militar, de los ceroferarios, del turiferario, del subdiácono y del diácono: marchan hacia el extremo norte de la iglesia, como si fueran a establecer una fortaleza en la frontera del enemigo. El Evangelio es una luz para exponer y derrotar el mal que se ha apoderado de la creación buena de Dios. “Según una antigua tradición, el norte representa el reino oscuro donde la luz del Evangelio aún no ha brillado. Leemos el Evangelio hacia el norte para representar la misión de la Iglesia hacia los no evangelizados”.6

Los textos del Antiguo Testamento relacionan especialmente el norte con el mal, ya sea con los imperios paganos de los grandes enemigos de Israel, Asiria y Babilonia, o con el propio Israel adúltero que rompe la alianza (que está al norte de Jerusalén). En Jeremías leemos: "Del norte se difundirá el mal sobre todos los habitantes de la tierra, pues he aquí que voy a llamar a todas las tribus de los reinos del norte" (1, 14); "Pues se deja ver un azote que viene del norte, una gran calamidad" (6, 1). Como si estuviera redactando una rúbrica litúrgica, el profeta Jeremías sale al paso y dice: "Anda, pues, y grita estas palabras hacia el norte, y di: Conviértete, apóstata Israel –oráculo del Señor–, no os miraré con rostro airado; porque soy piadoso, –oráculo del Señor–; no guardo rencor para siempre" (3, 12). Este profeta pone una nota de esperanza al decir que Dios traerá de "la tierra del norte [...] al ciego y al cojo, a la mujer que está encinta como a aquélla que da a luz", y los conducirá "con misericordia [...] a corrientes de agua" (es decir, mediante el bautismo) (Je 31, 8-9). Por su parte, el profeta Isaías pone en boca de Babilonia, potente símbolo del mal, estas palabras: "Me sentaré en el monte de la asamblea, en lo más recóndito del septentrión" (14, 13-14; cf. 41, 25).7 Tan fuerte era la equiparación del "norte" con el "mal" que, después del Concilio de Trento, se permitió la construcción de iglesias, con autorización episcopal, en cualquier dirección excepto hacia el norte.8

Pero hay razones aún más profundas para la aversión bíblica al norte. En The Ancient Cosmological Roots of Facing North for the Gospel, el Dr. Jeremy Holmes, estudioso de las Escrituras, argumenta lo siguiente: Los antiguos no conocían el norte magnético; encontraban el norte mirando al cielo, donde las constelaciones giran alrededor de la estrella polar:

 

En el lapso de unos 26.000 años, una línea trazada a través del eje de la Tierra describe un círculo completo en el cielo y, a lo largo del camino, varias estrellas se convierten en la "estrella polar" o del norte, es decir, en la estrella alineada con el eje de la Tierra. Hoy en día, la estrella que indica el norte es Polaris, pero hace 4.000 años la estrella del norte era Thuban, situada en una constelación completamente diferente. Los egipcios construían sus templos de modo tal que Thuban fuera visible a través de una puerta en un lado concreto. Si uno sale por la noche y encuentra a Thuban en el cielo, estará viendo la estrella polar tal y como la habrá conocido Abraham cuando Dios lo llamó en el año 2000 a.C. aproximadamente.

Holmes señala que todas las constelaciones conocidas del cielo nocturno, que los griegos no inventaron sino que recibieron, están dispuestas alrededor de Thuban, por lo que las civilizaciones que por primera vez las nombraron debieron ser la sumeria y la babilónica. Pero ¿qué es Thuban? Es una palabra árabe que designa la constelación de la que forma parte: Dragón.

 

Para los antiguos babilonios (nuestros testigos más cercanos de la tradición sumeria original), la constelación de Dragón era Tiamat, el mar. Según la historia, Tiamat era la madre de todos los dioses, pero luego se volvió contra ellos en forma de serpiente e intentó comérselos a todos [...] Para los antiguos griegos, Dragón tenía un papel paralelo. Al igual que Tiamat se volvió contra Marduk y compañía, los griegos hablaban de la ocasión en que los Titanes intentaron derrocar a los dioses del Olimpo. En un momento de la batalla, un dragón atacó a Atenea, pero ella lo mató y lo lanzó al cielo, donde se enrolló alrededor del eje de la tierra para formar la constelación que vemos hoy. 

Si nos volvemos nuestra mente al capítulo 12 del libro del Apocalipsis, recordaremos a la mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. El gran dragón intentó devorar a su hijo; esta antigua serpiente es Satanás. Por lo tanto, el texto de Isaías conecta con precisión a Satanás con las estrellas del norte. El Dr. Holmes dice: "Dado el rastro de evidencias expuesto que asocia a Satanás con el norte y con las estrellas y con el dragón de la mitología antigua, no creo que sea un salto demasiado grande ver a Satanás representado por la constelación de Dragón". 

(Imagen: St Timothy's)

Resumiendo lo anterior, tiene todo el sentido del mundo que nos pongamos de cara al sol naciente durante el culto. Tiene todo el sentido del mundo que no miremos hacia el norte, hacia el Dragón, durante el culto. Y aunque pueda resultar sorprendente en un primer momento, tiene perfecto sentido para la infinita misericordia de Dios que proclamemos el Evangelio hacia el norte, para todos los que están bajo el dominio de Satanás.

Ya hemos hablado de las razones geográficas o climáticas, bíblicas e histórico-cosmológicas para que el Evangelio se anuncie hacia el norte. Podemos añadir un poco de realismo literario para completar el cuadro. Después de que el centro del cristianismo se desplazara de Jerusalén a Roma (como ya presagian los Hechos de los Apóstoles), las asociaciones bíblicas se vieron ampliadas respecto del mapa del mundo tal y como lo veían los antiguos romanos. Desde finales del siglo I hasta principios del siglo V, e incluso después, los romanos construyeron y mantuvieron miles de kilómetros de limites o defensas fortificadas a lo largo de la frontera del imperio. Entre los más famosos estaba el limes Germanicus, que se extendía desde la desembocadura del Rin en el Mar del Norte hasta Ratisbona en el Danubio. Al norte de este límite había vastas regiones de "bárbaros", gente considerada sin cultura ni religión ordenada, sino tribus germánicas salvajes con deidades y creencias extrañas. Eran los enemigos de la Roma imperial, pero también los gentiles que los sucesores de los apóstoles fueron enviados a evangelizar; y, de hecho, fueron los pueblos bárbaros, bautizados y civilizados, los que se convirtieron en la savia de la cristiandad medieval.  Al igual que el Canon Romano, escrito en el caluroso Mediterráneo, concibe el cielo como un lugar de frescor (locum refrigerii), también las rúbricas de la Misa reflejan un hábito de pensamiento sobre el norte que lo relaciona con peligrosos bárbaros aún por convertir a Jesucristo. Estos son sólo algunos de los muchos ejemplos de cómo las palabras y las rúbricas de la Misa reflejan la confluencia de las antiguas civilizaciones hebrea, griega y romana. Al igual que nuestra teología tiene una triple raíz –Jerusalén, Atenas y Roma–, nuestra liturgia también la tiene, aunque quizás en ese caso sería mejor decir Jerusalén, Constantinopla y Roma.

En este punto podría plantearse una objeción bastante obvia. Antes he argumentado que la razón por la que la Epístola se lee hacia el este es que no es simplemente didáctica, que nos es ofrecida, sino también latréutica, es decir, un acto de culto ofrecido a Dios, y que es importante señalar el aspecto vertical o trascendente sobre el horizontal o inmanente. Sin embargo, acabo de explicar que leemos el Evangelio mirando hacia el norte para simbolizar la predicación de la buena nueva a los incrédulos, lo que parecería una perspectiva demasiado orientada a este mundo y al pueblo, no un modo de glorificar a Dios mediante la recitación de sus propias obras y maravillas. Dicho así, parece un dilema; pero creo que es un falso dilema.

La postura hacia el norte es un símbolo de la proclamación de la verdad a los paganos –dado que hoy, en principio, no hay paganos congregados en el lado norte de la iglesia. Lo que esta postura pretende mostrar es el poder de la Palabra para convertir los corazones humanos de la incredulidad a la fe. Es una forma de glorificar a Dios por el poder de su palabra, y de esta manera, se ajusta a la función latréutica de la lectura. El énfasis, en otras palabras, no está en la instrucción per se, sino en la confrontación, convicción, conversión y cristianización. Evidentemente, la Palabra tiene que ser recibida para que su poder se sienta y se manifieste; pero el poder está en la Palabra y glorifica al Padre, de quien procede, y al Espíritu, por el que mueve los corazones. El énfasis está en el calor que derrite el hielo, la luz que destierra la oscuridad, la verdad que triunfa sobre la ignorancia, el error y el engaño. De este modo, la proclamación hacia el norte del Evangelio es tan teocéntrica como la proclamación hacia el este de la Epístola.

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1. Mosenbach, M., The Heresy of Formlessness, pp. 28, 98, 185-186.

2. Este párrafo y el que sigue después de la cita son una adaptación de mi libro Reclaiming OurRoman Catholic Birthright (véase pp. 33-34).

3. Basilio de Cesarea, The Holy Spirit, 27:66, en Schaff, P. (ed.), A Select Library of the Nicene and Post-Nicene Fathers, Series II, vol. 8: Saint Basil: Letters and Selected Works (New York: The Christian Literature Company, 1888; varias reimpresiones), p. 41.

4. Orígenes, Homilies on Leviticus 1–16 (trad. de Gary Wayne Barkley, Washington, DC, The Catholic University of America Press, 1990), 9.10.2, p. 199, énfasis añadido. También se encuentra, irónicamente, en el Oficio de Lecturas postconciliar del lunes de la cuarta semana de Cuaresma.

5. “Cardinal Robert Sarah on ‘The Strength of Silence’and the Dictatorship of Noise”The Catholic World Report3 de octubre de 2016.

6. Como dice el Dr. Jeremy Holmes, estudioso de las Escrituras, en el artículo mencionado más abajo. [Nota de la Redacción: La referencia al trabajo de Jeremy Holmes y la cita respectiva no figura en el artículo original]. 

7. Is 14, 13-14, considerado por todos los Padres de la Iglesia como una descripción del orgulloso intento de Lucifer de apoderarse de la gloria mediante su propio poder: "Tú que dijiste en tu corazón: al cielo subiré, sobre las estrellas de Dios levantaré mi trono; me sentaré en el monte de la Asamblea, en lo más recóndito del Septentrión; subiré a las alturas de las nubes; seré como el Altísimo" (Is 14, 13-14). A lo que, por supuesto, la respuesta de San Miguel fue: "¿Quién como Dios?"

8. Fiedrowicz, M., The Traditional Mass. History, Form, and Theology of the Classical Roman Rite, p. 147.

domingo, 14 de noviembre de 2021

Comentario de Joseph Shaw a la respuesta de monseñor Arthur Roche

Ya hemos publicado el intercambio epistolar que tuvieron entre fines del mes de julio y comienzos del mes de agosto de este año el cardenal Vicent Nichols, arzobispo de Westminster y primado de Inglaterra y Gales, y monseñor Arthur Roche, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, respecto de la interpretación del motu proprio Traditionis Custodes, que limita severamente la celebración con el Misal romano previo a la reforma litúrgica de 1970. Les ofrecemos hoy el comentario del Dr. Joseph Shaw, presidente de la Federación Internacional Una Voce y director de la Latin Mass Society, quien figura emplazado en el intercambio entre los dos prelados. El texto fue publicado en OnePeterFive y la página oficial de la Federación Internacional Una Voce, y ha sido traducido por la Redacción. 

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Comentario al intercambio epistolar entre el cardenal Vincent Nichols y monseñor Arthur Roche

Joseph Shaw, PhD

Presidente de la Federación Internacional Una Voce

Director de la Latin Mass Society

Las dos cartas precedentes [del cardenal Vincent Nichols y monseñor Arthur Roche] han estado circulando desde hace algún tiempo por correo electrónico, y fue inevitable el que finalmente se las publicara (parece que por Gloria.tv en primer lugar). Se las ofreció a OnePeterFive y, puesto que desde ese momento pueden ser leídas por cualquiera, las comento ahora públicamente. Algunos de los contenidos son un poco técnicos y obscuros, pero ello no debiera ser sorpresa para nadie, ya que el mensaje fundamental es positivo y nos ofrece la oportunidad de responder a los argumentos que hoy se esgrimen para imponer límites a lo que se nos permite hacer.

En su carta, el cardenal Nichols pide clarificaciones, en una serie de temas específicos, a una institución de la Curia que tiene ahora autoridad en estas materias, como es la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. El arzobispo Roche, prefecto inglés de la misma, da su respuesta, a veces un poco vaga, ya que fue hecha en una primera etapa de la interpretación del motu proprio Traditionis Custodes. Algunos temas no están resueltos todavía; otros, no serán resueltos sino que quedarán entregados a la discreción de los obispos.

Misa de Réquiem 2021 organizada por la Latin Mass Society en la Catedral de Westminster de Londres
(Foto: LMS Chairman)

Los temas más interesantes son los siguientes.

Los demás sacramentos

La pregunta (b) del cardenal Nichols se refiere a “los demás sacramentos”: matrimonio, bautismo, etc. Si las “normas previas” que los autorizaban están abolidas, ¿en qué situación se encuentran ahora? Se trata de una pregunta razonable, ya que no son mencionados en Traditionis Custodes. La respuesta de la Congregación, sin embargo, no es clara ni precisa, ya que dice que la “implementación integral” de Traditionis Custodes pondría fin a los permisos para los otros sacramentos. Esto no sorprende, puesto que Traditicionis Custodes aspira a poner fin a la celebración de la antigua Misa, y sería extraño que continuaran los otros sacramentos una vez que ello se logre. Con todo, esto se matiza de inmediato con la necesidad de sensibilidad pastoral. Luego, al comienzo de la segunda página de la carta, hay un pasaje algo difícil de entender, en que aparece una crítica del modo como estas materias se han desarrollado hasta el presente, en el sentido de que han sobrepasado los límites permitidos.

Quizá al arzobispo Roche le vendría bien refrescar su memoria en relación con los documentos que establecen los institutos sacerdotales tradicionales , a los que se dio autorización explícita para celebrar los sacramentos de acuerdo con los libros antiguos. Así, a la Fraternidad de San Pedro se le dio este privilegio el 10 de septiembre de 1988:

“En virtud de la facultad que le ha sido otorgada por el Supremo Pontífice Juan Pablo II, esta Pontificia Comisión Ecclesia Dei concede a la denominada “Fraternidad de San Pedro”, fundada el 18 de julio de 1988 y declarada de Derecho pontificio por la Santa Sede, la facultad de celebrar la Misa y los ritos de los sacramentos y otras acciones sagradas, así como también el cumplimiento del Oficio Divino, según la edición típica de los libros litúrgicos vigentes en 1962, es decir, el Misal, el Ritual, el Pontifical y el Breviario Romano. Esta facultad puede ser usada en sus propias iglesias u oratorios, y sólo puede serlo en otros lugares con el consentimiento del ordinario del lugar, excepto para la celebración de Misas privadas”. Y esto es no obstante cualquier norma en contrario.

Existen otros ejemplos. Este documento, por cierto, no ha sido abrogado, ya que no entra en conflicto con las disposiciones de Traditionis Custodes (véase el art. 8).

Leccionario y calendario

En los puntos (c) y (d), la Congregación afirma que la antigua Misa tiene un leccionario y un calendario propios, que se debe respetar. Las lecturas en vernáculo (que, yo añadiría, no deben reemplazar la proclamación de la lectura en latín) deben corresponder a los textos litúrgicos, y no a lo que el leccionario Novus Ordo pueda disponer. 

Los grupos

El punto (e) aborda el tema de qué constituye un “grupo”. La Guía Canónica de la Latin Mass Society para Traditionis Custodes sostiene que el término debe referirse a las entidades formalmente constituidas, ya que en el texto se habla de ser “instituidas” por los obispos y de tener un identidad común, opiniones definidas sobre el Concilio Vaticano II, etc. La Congregación sostiene algo parecido: se trata de “parroquias personales” y de “grupos de personas que se han estado reuniendo regularmente” para celebrar la antigua Misa. No se incluye, por tanto, a la gente que simplemente llega a oír Misa. De esto se sigue que un sacerdote puede un determinado día decidir, por ejemplo, celebrar la Misa Vetus Ordo (si es que tiene permiso de su obispo para celebrar la “liturgia anterior”) para todos los que asistan, sin tener que preocuparse de las restricciones enumeradas en el art. 3 de Traditionis Custodes, que se refieren sólo a los “grupos”.

El Indulto Inglés

No resulta claro si el cardenal Nichols consulta sobre el “Indulto Inglés”, cuyo quincuagésimo aniversario se celebró ayer, 5 de noviembre. Que ni el archivo de la arquidiócesis de Westminster ni el de la Congregación para el Culto Divino tengan registros sobre el mismo, es un hecho impresentable, aunque no sea responsabilidad de ninguno de estos dos prelados, quienes pueden tener la seguridad de que la Latin Mass Society sí tiene los antecedentes, y se puede ver la carta que concede el Indulto, fechada y con su número de protocolo, en nuestro sitio web. Está también registrado en el propio libro de Annibale Bugnini intitulado La reforma de la liturgia 1948-1975, en las páginas 297-298 de la edición en inglés.

Sinceramente, Su Eminencia y Su Excelencia: ¡nosotros no hemos inventado esto!

Peregrinación a Walsingham 2021 organizada por la Latin Mass Society

Conclusiones

El cardenal Nichols tiene muy clara la finalidad última y declarada de Traditionis Custodes: la cesación total de la celebración de la antigua Misa. El arzobispo Roche, sin embargo, pone el acento en la necesidad de “delicadeza de cuidado y dirección”: la antigua Misa “ha sido regulada, no suprimida”. Esto constituye, sin duda, una buena noticia, y no debemos dejar que ningún fraseo negativo en estas cartas nos impida verla.  

La Latin Mass Society, tal como los grupos en todo el mundo y la Federación Internacional Una Voce que los representa, “promueve” el Vetus Ordo. En el clima actual no podemos esperar que los órganos oficiales de la Santa Sede aprueben esta actividad, aunque lo hayan hecho hasta hace unos pocos meses. Habrá que esperar para saber cuándo volverá a cambiar su actitud. Mientras tanto, seguiremos defendiendo lo que creemos es lo justo, con el debido respeto a las personas, pues tal es nuestro derecho y nuestro deber como católicos (véase el canon 225 del Código de Derecho Canónico).

domingo, 7 de noviembre de 2021

FIUV Positio Paper 33: El ciclo santoral de la forma extraordinaria

En una entrada anterior explicamos nuestro propósito de traducir los Position Papers sobre el Misal de 1962 que desde hace algún tiempo viene preparando la Federación Internacional Una Voce, de la cual nuestra Asociación es capítulo chileno desde su creación en 1966. 

En esta ocasión les ofrecemos la traducción del Position Paper 33 y que versa sobre el ciclo santoral de la forma extraordinaria, cuyo original en inglés se puede consultar aquí. Dicho texto fue preparado en el mes de febrero de 2018. Para facilitar su lectura hemos agregado un título (Texto) para separar su contenido del resumen (Abstract) que lo precede. 

Cabe recordar que en su día dedicamos una entrada de esta bitácora al decreto de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la incorporación de nuevos santos en el Misa previo a la reforma litúrgica de 1970, que fue publicado el 25 de marzo de 2020, el cual quedó derogado por el motu proprio Traditionis Custodes que restringe la celebración de la antigua liturgia. 


***

El ciclo santoral de la forma extraordinaria

Resumen

Benedicto XVI previó la inclusión de nuevos santos en el calendario de la forma extraordinaria. Esto no implica que esta forma vaya a dejar de tener su calendario propio, pues las diferencias de calendario han sido siempre un rasgo de la liturgia de la Iglesia. El ciclo santoral de la forma extraordinaria se distingue por tener una mayor cantidad de fiestas que el de la forma ordinaria, ya que incluye un gran número de santos muy antiguos y conmemora lo milagroso. De este modo, el calendario refleja el espíritu de esta forma como un todo, manifestada tanto en el propio como en los textos ordinarios. Encontramos en ella el interés por la intercesión, más que por el ejemplo, de los santos, y por la continuidad, como queda en evidencia por los santos antiguos. Al momento de buscar nuevos espacios para incluir a santos más recientes, es posible preguntarse si los santos más modernos del calendario de 1960 no estarían incluidos más apropiadamente en los calendarios locales que en el calendario universal.

Los comentarios a este texto pueden enviarse a positio@fiuv.

Alberto Durero, Adoración de la Trinidad (o Retablo de Todos los Santos), 1511, Museo de Historia del Arte de Viena
(Imagen: Wikipedia)

Texto

1. La carta de Benedicto XVI que acompaña al motu proprio Summorum Pontificum dice que, en principio, debiera insertarse nuevos santos en el Misal. Esta aseveración afirma, por un lado, que el Misal de 1962 tiene su propio calendario íntegro y, por otro lado, que debiera agregarse nuevos santos a ese calendario, como es lo normal en la historia de la liturgia[*]. Este documento intenta exponer la racionalidad del carácter propio del calendario de santos de la forma extraordinaria, la cual ha de tener consecuencias para el futuro desarrollo de ésta[1].

2. El calendario ha estado sujeto a continuos cambios a lo largo de los siglos, a medida que se añaden y quitan santos. El rito romano se ha caracterizado, desde los tiempos más antiguos, ya desde antes del desarrollo de la Cuaresma y de Adviento, por la celebración de días festivos, de los cuales algunos todavía se celebran hoy en la forma extraordinaria. El ciclo santoral infunde en todo el año litúrgico un espíritu especial, mucho más de lo que hace el ciclo santoral de la forma ordinaria, que no sólo tiene, elocuentemente, muchos menos santos, sino que, a los que celebra, concede mucho menos importancia litúrgica[2].

El problema de los calendarios múltiples

3. Es una antigua característica de la vida de la Iglesia la existencia de múltiples calendarios, incluso dentro de una misma región geográfica. Los santos de importancia en ciertas localidades son venerados con días de fiesta en las iglesias y regiones de los que son patronos, en los que se les rinde un culto local[3]. Del mismo modo, las órdenes religiosas puede tener o bien un calendario especial, como parte de un rito o uso litúrgico de larga data, como los dominicos, o bien, como en el caso de los benedictinos, algunas fiestas de fundadores, doctores y mártires de la orden que complementan el calendario universal[4].

4. Especialmente significativo es que los calendarios, muy distintos, de los ritos orientales, han sido usados simultáneamente con los del rito latino en regiones históricamente mezcladas, como el sur de Italia. Hoy, debido a la migración hacia Occidente de algunos países de tradición oriental y a la presencia permanente o transitoria de latinos en Oriente, esta situación ocurre en todo el mundo[5].

5. Los temas del pluralismo litúrgico y de la importancia de los ritos orientales han sido revisados en otros documentos de esta serie [6].

El culto de los santos en la forma extraordinaria

6. El esquema del calendario, tal como aparece en el Misal de 1962 (calendario de 1960), no puede ser considerado como ideal: en otras publicaciones se ha planteado que la abolición de muchas vigilias y octavas en 1955 fue lamentable[7], y se podría proponer además la idea de restaurar algunas fiestas abolidas antes de 1962[8]. Algunos de los cambios hechos en 1955 y 1960 fueron, de hecho, suprimidos en 1969[9]. Sin embargo, el ciclo santoral del calendario de 1960 presenta un alto grado de continuidad con los calendarios usados en décadas y siglos anteriores, y contrasta fuertemente con el calendario del Misal de 1970. La reforma de 1969 despertó airadas reacciones en su momento[10].

7. La peculiaridad del calendario antiguo se manifiesta en la cantidad de fiestas y conmemoraciones, en el lugar que en él ocupan santos muy antiguos, y en la conmemoración de lo milagroso.

8. Respecto de la cantidad de fiestas, la forma extraordinaria contiene santos (incluyendo cuarenta conmemoraciones opcionales)[11] para aproximadamente el 70% de los días del año, comparado con el 50% de la forma ordinaria[12]. Los santos acompañan y sustentan a los fieles día a día: las liturgias de los sucesivos días de la semana quedan individualizadas y marcadas por ellos, del mismo modo que, en cierta medida, se distinguen, en la forma ordinaria, por el leccionario ferial.

9. Es importante que haya una cierta proporción de los días del año que sean feriales o conmemoraciones, para permitir la celebración de las Misas votivas (incluyendo las Misas de difuntos); para la celebración de la Misa del domingo (la Misa del domingo anterior), especialmente cuando no se ha podido decir ese día[13]; y en Cuaresma para la celebración de las Misas feriales propias de este tiempo[14]. Pero no sería conveniente una liturgia semanal dominada por Misas votivas o por la reiteración de la Misa dominical.

10. Sobre la antigüedad de los santos que contiene el calendario, la forma extraordinaria conserva las fiestas que han tenido una parte importante en la vida de la Iglesia durante muchos siglos. Por ejemplo, de los santos incluidos en la importante devoción medieval de los Catorce Santos Intercesores, todos están incluidos en el calendario de 1960, con una sola excepción[15], pero sólo cuatro figuran en el calendario de 1969[16]. En el Apéndice se da otros ejemplos.

Catorce Santos Intercesores (o Auxiliadores)
Iglesia de San Cristóbal, Triembach-au-Val, Alsacia (Francia) 
(Imágenes: Wikicommons)

11. Muchos de estos santos antiguos, especialmente los mártires de las persecuciones romanas, todavía resuenan hoy día. No obstante la exclusión de San Valentín del calendario de 1969, el Santo Padre bendice a los novios el 14 de febrero, día descrito en los informes oficiales como “día de San Valentín”. Algunos santos antiguos figuran en el folclor europeo[17], en el arte religioso, en la dedicación de venerables iglesias, en la historia e inspiración de innumerables santos posteriores[18], y muchos de sus nombres están entre los más populares usados actualmente en los países de cultura católica.

12. La conmemoración de lo milagroso puede considerarse tanto en relación con los santos mencionados en los textos litúrgicos[19] como en relación con las fiestas que conmemoran sucesos sobrenaturales[20]. La irrupción de lo sobrenatural en la vida corriente, celebrada en esas fiestas, tiene una profunda importancia al ilustrar los caminos de Dios en la guía de la historia y en el cuidado de la Iglesia.

13. Los tres rasgos mencionados se relacionan con el lugar que, en general, tiene el culto de los santos en la forma extraordinaria, que puede resumirse con la frase, usada a menudo, “por sus méritos e intercesión” y otras equivalentes. En el Confiteor, en muchas de las Colectas y sobre todo en el Canon, las oraciones de la Misa están llenas de los santos, con frecuencia mencionados nominativamente (véase el Apéndice). La invocación de los santos en estos contextos no es primariamente una referencia a sus ejemplos edificantes -a menudo sabemos poco de ellos- ni a su papel representativo a lo largo del tiempo y del espacio[21], sino a su poder espiritual -son amados por Dios- y a la continuidad con que nos unen con los primeros Papas y mártires y con el Antiguo Testamento, así como con todas las generaciones de católicos que han pedido su intercesión. Es natural que el calendario de la forma extraordinaria refleje las mismas actitudes que sus textos litúrgicos.

Nuevos santos y calendario universal

14. Si bien se puede decir que el ciclo santoral de 1962 no está demasiado colmado, ello no significa que se le podría agregar un número importante de santos nuevos sin finalmente colmarlo. Si se le agrega nuevos santos, habrá que suprimir algunos, o hacer optativas sus celebraciones.

15. El calendario de la forma extraordinaria ciertamente contiene situaciones poco felices y anomalías, como resultado de antiguos intentos de reforma[22], pero hay que tener cuidado de no perjudicar el sentido de continuidad que experimentan los fieles adeptos a la forma extraordinaria; continuidad no sólo con un pasado idealizado y distante, sino con nuestros antecesores inmediato en la fe, los católicos de hace cincuenta, cien o doscientos años que construyeron o restauraron tantas de nuestras iglesias, que crearon mucho de nuestro arte sagrado y que compusieron el material devocional todavía en uso hoy.

16. Vale la pena advertir que, específicamente, el calendario romano de la antigüedad, que influyó en algunos calendarios locales (o, en algunos casos, fue su base), llegó, con el tiempo, a ser considerado simplemente como el calendario universal de la Iglesia latina. En la práctica, ese calendario tuvo también una tercera función como calendario local de Italia, lo que se refleja en que incluye muchos santos italianos.

17. De acuerdo con la práctica más antigua, parecería preferible que el calendario romano hiciera opcional la incorporación a los calendarios locales de santos más modernos, excepto en el caso de los santos más importantes, o de dejar la opción al celebrante[23]. Esto significaría que no se privaría a los fieles de los santos de importancia histórica local con culto propio, permitiéndose al mismo tiempo la inclusión de santos nuevos de importancia genuinamente mundial. Esto se podría lograr fácilmente en la práctica haciendo opcional la celebración de algunos de los santos modernos menos importantes, normalmente clasificados como de tercera clase. 

Calendario Romano General de 1960
(Foto: Wikicommons)

Conclusión

18. Se puede aplicar especialmente al ciclo santoral del calendario las palabras de Benedicto XVI referidas, en general, a la forma extraordinaria: “Lo que las antiguas generaciones consideraron sagrado, sigue siendo sagrado y grande también para nosotros, y no puede ser súbitamente prohibido del todo o considerado dañino. Nos corresponde a todos preservar las riquezas que se han desarrollado en la fe y las oraciones de la Iglesia y otorgarles el lugar que les corresponde”[24].

Se podría fácilmente dañar la integridad y el valor propio del antiguo Misal, así como también el sentido de continuidad que experimentan los fieles que lo usan, si se incurriera en una prisa indebida en la reforma del ciclo santoral, sin tomar suficientemente en cuenta los siguientes principios.

19. Primero, no debiera causar molestias el hecho de una multiplicidad de calendarios en uso en la Iglesia. La existencia de una variedad de cosas auténticamente valiosas es motivo de celebración, no de lamentaciones.

20. Segundo, la densidad y antigüedad de las fiestas y su asociación con lo milagroso son todos rasgos especialmente valiosos en la forma extraordinaria, especialmente por la ausencia en ella de un ciclo ferial, fuera del de Cuaresma.

21. Tercero, los méritos e intercesión de los santos es clave para su papel litúrgico en esta forma. Ello se refleja claramente en el típico lenguaje que se usa en los textos litúrgicos, que contrasta con el de la forma ordinaria. De ello se sigue que sería imposible usar en la forma extraordinaria oraciones compuestas para la forma ordinaria, tal como se consideró inapropiado usar oraciones no editadas del antiguo Misal en la composición del Misal de 1970. Los textos del Común de los Santos, que son a menudo de gran antigüedad, así como muchos otros textos del Misal antiguo, de hecho hacen menos necesario usar oraciones compuestas más recientemente.

22. Cuarto, el valor de la continuidad, de realizar el culto al modo de nuestros antepasados, indica cuál es la adecuada actitud de conservación, en relación con los cambios en el ciclo santoral. Las vivencias litúrgicas y las devociones caras a nuestros antecesores son dignas de recuerdo y de veneración. Es una vocación especial de la forma extraordinaria el representar este recuerdo, y no se le debiera impedir realizar esta función.

23. Los reformadores debieran dirigir su atención a los santos más modernos del calendario de 1960 y a los que carezcan de una conexión importante con Roma o de una devoción verdaderamente universal a fin de crear el espacio necesario para la inclusión de santos nuevos. No debiera considerarse esto, sin embargo, como supresión de fiestas, sino como una forma de preservarlas en los lugares donde tienen auténtica importancia.

Apéndice 

Los santos en la forma extraordinaria y la espiritualidad tradicional

Como se dijo antes, la importancia del culto de los santos en la forma extraordinaria queda evidenciada por su lugar en los textos litúrgicos que se usa a lo largo del año, especialmente en el Confiteor (que invoca a la Santísima Virgen, a San Miguel Arcángel, y a cuatro más), en el Canon romano (Santísima Virgen, San José y doce otros en el Communicantes, y quince después del Nobis quoque peccatoribus), además de tres santos del Antiguo Testamento. Se invoca de nuevo a los santos, brevemente, en la oración Libera nos.

Además, la Gran Letanía (Litaniae Sanctorum), que se usa en el rito de recepción en la Iglesia y en la Vigilia Pascual y en otras ocasiones, incluye a la Santísima Virgen y cincuenta y un ángeles y santos: esta lista se traslapa con la del Canon, pero incluye santos de un lapso más extenso.

El papel de los santos en la liturgia subraya su importancia en el calendario, y de hecho el calendario de la forma extraordinaria hace lugar a muchos más santos que el de la forma ordinaria. Lo mismo puede decirse de santos que son prominentes en algunas devociones populares como, según se dijo en el párrafo 10, los Catorce Santos Intercesores, y en fuentes hagiográficas tradicionales, de las que la más importante es la Legenda Aurea (1298)[25].

A modo de ilustración, todos los santos de la Gran Letanía[26] son venerados con una fiesta (o conmemoración) en el calendario de 1960, pero el calendario de 1969 no incluye a los mártires Juan y Pablo ni a las vírgenes Catalina[27] y Anastasia.

De los santos del Canon romano encontramos que, aparte de las figuras del Antiguo Testamento, cada uno de ellos tiene una fiesta o conmemoración en la forma extraordinaria, pero siete de ellos no la tienen en la forma ordinaria: los papas Lino, Cleto y Alejandro, y los mártires Crisógono, Juan y Pablo, y Anastasia.

Respecto de la Legenda Aurea se puede decir que esta obra puede todavía servir, en gran medida, como auxiliar del calendario de 1960, con cerca de cien santos de la Legenda incluidos en el calendario de 1960, en el mismo orden en que aparecen en el libro, lo que totaliza el doble de los incluidos en el calendario de 1969.

Reiterando una idea expresada en el párrafo 13, es una cuestión de integridad y coherencia de la forma extraordinaria el que su calendario refleje los mismos intereses que sus textos litúrgicos.

Edición del 10 de mayo de 1969 del periódico ABC de Paraguay
(Foto: Moopio)


[1] Otros documentos en esta serie han abordado la cuestión de las Vigilias y Octavas (Positio 20: El tiempo de Septuagésima y las vigilias y octavas en la forma extraordinaria) y de las Fiestas de precepto (Positio 13: Las fiestas de precepto).

[2] Este contraste entre las formas ordinaria y extraordinaria ha sido analizado en el contexto del Leccionario. En la práctica, el ciclo ferial de lecturas tiende a tener precedencia sobre las lecturas especiales propias del santo del día, incluso cuando se celebra ese santo. Véase FIUV, Positio 15, El leccionario de la forma extraordinaria, núm. 11-12.

[3] Por ejemplo, en Inglaterra y Gales, en 1962, había ocho santos, más los “mártires de Inglaterra y Gales”, que tenía fiestas nacionales, y 146 fiestas que se observaban en una o más diócesis, las cuales incluían santos de todas las épocas de la historia católica inglesa y galesa, especialmente de aquellos relacionados con las Leyes Penales de los siglos XVI y XVII, además de una cantidad de devociones propias de determinadas diócesis, tales como la de las Sagradas Reliquias, la Santa Casa de Loreto y Nuestra Señora en Pórtico. 

[4] Estas, igual que las fiestas particulares de una diócesis o país, generalmente figuraban en el suplemento del Misal que contenía los textos necesarios (con un suplemento correspondiente del Graduale Romanum para la música de los textos).

[5] El papa Francisco ha recordado recientemente su propio descubrimiento, en su juventud, del rito ucraniano gracias a la presencia en Argentina de un obispo de esa nacionalidad, Stepan Chmil (Discurso al Pontificio Colegio Ucraniano de San Josafat, 9 noviembre 2017).

[7] FIUV, Positio 20: El tiempo de Septuagésima, vigilias y octavas en la forma extraordinaria, núm. 17. Otro rasgo del rito romano suprimido antes de 1962, útil en el contexto del ciclo santoral, fue el uso de Últimos Evangelios “propios”: cuando coincidían dos fiestas, la menos importante podía conmemorarse leyéndose su Evangelio en lugar del Prefacio del Evangelio de San Juan al final de la Misa. En FIUV, Positio 15, El leccionario de la forma extraordinaria, núm. 21, se ha hecho ver el valor de esta práctica.

[8] Las pérdidas de antes de 1962 incluyen las fiestas propias de la Cátedra de San Pedro en Roma y en Antioquía (18 enero y 22 febrero: se las combinó a ambas en fecha posterior); San Juan ante la Puerta Latina (6 mayo); la aparición de San Miguel (8 mayo); San Pedro in vincula (1 agosto), y la invención de San Esteban (3 agosto). Hubo también pérdidas en la lista de Misas votivas. Por otra parte, el Misal de 1962 es menos restrictivo que los anteriores en el uso de Misas pro aliquibus locis, respecto de las que dice: “Las Misas que vienen a continuación, de un Misterio o de un santo en el Martirologio de ese día, pueden decirse en todas partes como Misas de fiesta, a elección del sacerdote, de acuerdo con las rúbricas. Asimismo, las Misas de este tipo pueden decirse como votivas, a menos que se exceptúe expresamente alguna de ellas” (‘Infrascriptæ Missæ de Mysterio vel Sancto elogium in Martyrologio eo die habente, dici possunt ut festive ubicumque, ad libitum sacerdotis, iuxta rubricas. Similiter huiusmodo Missæ dici possunt etiam et votivæ, nisi aliqua expresse excipiatur.’). Cfr. Rubricae Generalis del Misal Romano, núm. 302. De las Misas mencionadas aquí, todas, excepto la de la Cátedra de San Pedro, aparecen en el Misal en la sección pro aliquibus locis.

[9] Como se dice en FIUV, Positio 20: El tiempo de Septuagésima, las Vigilias y las Octavas de la forma extraordinaria, núm. 17, la vigilia de Epifanía, abolida en 1955, fue restaurada en 1969. En la reforma de 1960, se movió a san Ireneo desde el 28 de junio al 3 de julio, lo cual también se dejó sin efecto en 1969. Se derogó cambios muy anteriores, como los casos de San Hilario de Poitiers, Santa Catalina de Siena y Santa Isabel de Portugal. El traslado de los días de santos, a veces de un día para el siguiente, fue motivado por el deseo de sacar a los santos de los días de octavas y vigilias, las cuales se abolieron en la reforma de 1969.

[10] El Arzobispo Bugnini, arquitecto de la reforma litúrgica, escribe que “el calendario provocó reacciones más bien negativas entre los periodistas laicos y en la prensa católica en general […] Los miembros del clero y del laicado cuya concepción del culto y de la religión era inspirada por devociones, quedaron desconcertados”. Bugnini, A., The Reform of the Liturgy 1948-1975 (trad. de Matthew J. O’Connell, Collegeville MN, The Liturgical Press, 1990), p. 315. Louis Bouyer se quejó destempladamente de que la reforma “aventó a tontas y a locas tres cuartos de los santos”. Bouyer, L., The Memoirs of Louis Bouyer: From youth and conversion to Vatican II, the Liturgical Reform, and after (trad. de John Pepino, Kettering OH, Angelico Press, 2015), pp. 222-223.

[11] Si una conmemoración no se celebra como Misa del santo (o de devoción) del día, se la conmemora en la Misa rezada con Colecta, Secreta y Postcomunión adicionales.

[12] Tomando en cuenta conmemoraciones y cinco vigilias, pero no fiestas movibles, el calendario universal de 1960 contiene 249 días no feriales, de uno u otro tipo. Doce de los días feriales son Témporas y, por tanto, no disponibles para la celebración de la Misa dominical o de la mayoría de las Misas votivas. El calendario universal de 1969 contiene 181 días no feriales (incluyendo 92 “memorias” opcionales) y no trae días de Témporas.

[13] Igual que en el caso de fiestas importantes de fecha fija, que a veces caen en domingo, y de la celebración externa en domingo de fiestas como Corpus Christi y Ascensión, normalmente se reemplaza también el formulario de la Misa dominical por la celebración de la fiesta de Cristo Rey, el último domingo de octubre, y la celebración externa de Nuestra Señora del Rosario, el primer domingo de octubre. Puesto que la fiesta de la Sagrada Familia se celebra siempre el primer domingo después de Epifanía, y la de la Santísima Trinidad el primer domingo después de Pentecostés, esos formularios de Misa dominical se usan sólo en los días feriales de la semana siguiente.

[14] A diferencia de los días de feria fuera de Cuaresma, cada día de semana durante este tiempo litúrgico tiene su propio formulario. El valor de estas antiguas Misas y su adecuación al tiempo de preparación para Pascua es resaltado por diversos intentos, en la historia, de sacar fiestas de la Cuaresma, cuyas ferias son de Tercera Clase, a diferencia de las ferias del resto del año, que son de Cuarta Clase. En la práctica, esto hace imposible celebrar Misas votivas y de los santos con conmemoraciones en esos días, a menos que exista alguna razón especial (las Témporas, que son días feriales de importancia aun mayor, son de Segunda Clase en todo el año).

[15] La excepción es San Agatón.

[16] San Blas, San Denis (Dionisio), san Erasmo y san Jorge.

[17] Para poner ejemplos extremos, no es un logro cultural menor de la Iglesia el que Cristo y San Pedro aparezcan en los cuentos folclóricos recolectados por los hermanos Grimm en Alemania, en un contexto que trae a la memoria los cuentos de viajes de mortales de Thor y Loki, o de Zeus y Hermes, en el antiguo paganismo europeo.

[18] Un buen ejemplo es la guía de Santa Juana de Arco por San Miguel Arcángel, Santa Catalina de Alejandría y Santa Margarita de Antioquía. Estos tres santos fueron populares en la época de Santa Juana, y fueron a menudo pintados en el arte sagrado.

[19] El ejemplo más impactante es la curación milagrosa de los pechos de Santa Ágata, seccionados por sus torturadores, tal como se relata en la Colecta de su fiesta (5 febrero) y más explícitamente en el himno de sus Vísperas, Quis es tu qui venisti. La fiesta de Santa Ágata se celebra en la forma ordinaria, pero sin estos textos. Asimismo, el Evangelio de la fiesta de San Gregorio Taumaturgo (17 noviembre), tomado de Mc 11, 22-24, está elegido porque el propio santo movió una montaña. La Colecta de San José Cupertino (18 septiembre) alude, de un modo algo jocoso, a sus levitaciones. La Colecta de Santa Escolástica (10 febrero) menciona la entrada al cielo de su alma en forma de paloma.

[20] Algunos ejemplos son los Estigmas de San Francisco (17 septiembre), la Conversión de San Pablo (25 enero) y la Aparición de Nuestra Señora de Lourdes (11 febrero). En esta misma categoría, anteriormente en el calendario universal y ahora en “pro aliquibus locis” del Misal de 1962, están San Juan ante la Puerta Latina (6 mayo), que conmemora el martirio de San Juan Apóstol, frustrado debido a una intervención milagrosa; la Aparición de san Miguel Arcángel (8 mayo), y la  Invención de San Esteban (3 agosto).

[21] Aunque representan efectivamente diferentes órdenes en la Iglesia: sacerdotes, obispos, religiosos, laicos, mártires, confesores, vírgenes y viudas.

[22] Antes de 1960 una gran cantidad de fiestas de importancia histórica habían sido clasificadas “semi dobles” o “simples”, en tanto que muchos santos de la Contrarreforma eran “dobles”. La simplificación de las categorías en 1960 resultó en que muchas que estaban en la primera categoría se convirtieran en “conmemoraciones”, en tanto que estas últimas se convirtieron en “tercera clase”. Así, paradójicamente, vemos que San Luis de Gonzaga (21 junio) tiene una fiesta de tercera clase, en tanto que figuras importantes de la devoción popular, como San Valentín (14 marzo), San Jorge (23 abril) y Nuestra Señora del Carmen (16 julio) son conmemoraciones. Después de la reforma del Concilio Vaticano II se hizo esfuerzos para que la celebración litúrgica de los santos coincidiera con su dies natalis, lo cual, en algunos casos, sólo fue posible mediante la abolición de otras fiestas que ocupaban esos días.  Una solución, que encontramos en algunos calendarios medievales, es permitir la conmemoración de un santo en su dies natalis cuando éste está ocupado por una fiesta importante, aun cuando la fiesta del santo se celebre en un día libre posterior.

[23] De acuerdo con el principio general mencionado en la nota 8, los santos incluidos en el Martirologio Romano o en la sección pro aliquibus locis del Misal pueden celebrarse en su día festivo propio, o como Misas votivas.

[25] Compilación de Santiago de la Vorágine, pero con incorporación de material mucho más antiguo.

[26] En la versión usada en la forma extraordinaria.

[27] Restaurada posteriormente como conmemoración opcional.