En una entrada anterior reproducíamos la parte de las
memorias que el cardenal Merry del Val escribió sobre San Pío X relativa a la
arquitectura y decoración de las iglesias. En esta oportunidad, les ofrecemos el
extracto de esas mismas memorias referida a la música.
San Pío X
El Papa Pío X amaba la música, para la que poseía un talento
natural; está fuera de duda. Se las había arreglado para adquirir un amplio
conocimiento del tecnicismo de este arte, y el hecho de haberlo logrado en el
curso de una vida tan ocupada, es prueba clarísima de que estaba especialmente
dotado para ello, ya que los deberes absorbentes de su ministerio apenas si le
dejaban un momento libre para cultivar esa afición.
[…]
Recuerdo muy bien lo intensamente que disfrutó en una
ocasión escuchando el gran oratorio de Perosi El juicio final, que, a petición suya, fue ejecutada bajo la
dirección personal de su autor en la
Sala Regia. Cómo comentaba los inspirados trozos de los textos litúrgicos y la
riqueza de las partes orquestales, sin dejar de apuntar las cualidades o deficiencias
observadas aquí y allá, bien en la composición misma o en los cantores. Todavía
experimentó un placer mayor con el grandioso canto de centenares de voces
durante el centenario del gran San Gregorio; muchos recordarán emocionados
aquel día inolvidable.
Don Lorenzo Perosi (1872-1956)
No estaría en relación con los límites reducidos de este
breve ensayo el aludir detalladamente a los esfuerzos desplegados por Pío X
para restablecer la música sacra conforme a las buenas tradiciones y al
espíritu de la Iglesia católica.
Sería, por otra parte, superfluo, ya que sus públicas
manifestaciones e instrucciones sobre esta materia han sido ampliamente
divulgadas y se han publicado muchos escritos haciendo resaltar su importancia.
No puedo dejar de mencionar, sin embargo, algunas ideas y orientaciones sobre
este punto, tanto más cuanto que tuve ocasión de comprobarlas personalmente.
En éste como en otros aspectos, el ideal de su vida
inspiraba sus opiniones y dirigía sus actividades. Gustaba de la buena música
en general; pero, naturalmente, le interesaba con preferencia la música sacra.
Insistía una y otra vez en su deseo de adoptar lo mejor, y esto a sus ojos sólo
podía constituirlo la música verdaderamente sagrada y eminentemente “artística”,
en armonía con la litúrgica de la Iglesia y la genuina expresión de los
sentimientos inspirados por la fe.
Mantenía el criterio de que la música debe ser precioso
auxiliar de la devoción. Haciendo muchas veces caso omiso de la belleza innata
de aquélla, decía que estaba fuera de lugar si, en vez de elevar el alma al
Señor como medio y ayuda de la oración, adquiría excesiva importancia y
abandonaba su carácter secundario de elemento conducente al supremo objeto de
culto: levantar las mentes y corazones a Dios.
Orazio Gentileschi, Santa Cecilia con un ángel.
Sostenía firmemente el principio de que si la música debe
rendir tributo de alabanza a Dios, no habrá de ser de calidad deficiente, y que
había que tratar de producir la mejor.
Por otra parte, comprendía perfectamente que, para poder
lograr una reforma definitiva de la música eclesiástica, no bastaban las
medidas puramente disciplinarias por rigurosas que fueran. Resulta imposible
forzar el gusto por un estilo determinado donde éste no puede ser entendido ni
apreciado, y el gusto ha de ser gradualmente educado si quieren lograrse
resultados positivos y duraderos. Estos eran los puntos de vista del Santo
Padre, que expresaba frecuentemente en mi presencia.
Pero no había pequeñez alguna de espíritu en las ideas que
sobre música sacra, susceptible de ser aceptada, poseía Pío X. No rechazaba en
modo alguno las peculiaridades locales o nacionales, muchas de las cuales
admiraba francamente, siempre que —decía— “los principios fundamentales de su
carácter y gravedad estrictamente religiosas fueran observados con todo rigor,
y si fuere necesario, mediante una cuidadosa adaptación”.
Ni tampoco pretendía prohibir el empleo de la música
polifónica en las iglesias. Acogía favorablemente los trabajos realmente buenos
de los modernos compositores, aunque exigía que se limitaran a las normas prescritas
y que la música constituyera una especie de derivación o eco del canto llano.
Un ángel le reconforta con música. Serie de la vida de San Francisco (1670-1680)
Taller de Basilio Santa Cruz, Museo del Convento de San Francisco, Santiago de Chile.
Me acuerdo de un comentario que hizo al conocer el deseo de
algunos reformadores extremistas que querían desterrar de nuestras iglesias
todo lo que no fuera simplemente el canto gregoriano; lo calificada de ser un
capricho exagerado: “Sería igual que si yo desechara los cuadros más bellos y
clásicos de la ‘Madonna’ bajo el pretexto de que el único modelo aceptable es
la representación más antigua y primitiva de la Virgen que ha llegado a
nuestros días, tal como aparece en la catacumbas de Santa Priscila”.
“Esto nos conduciría a proscribir las obras maestras del
arte religioso y de la pintura verdaderamente inspirada. No queremos cuadros
profanos de Nuestra Señora, ni imágenes carentes de devoción hechas por
nuestros modernos artistas; pero tampoco sería razonable afirmar que únicamente
los cuadros antiguos llenan las condiciones requeridas por la religión y por
una auténtica belleza artrítica. Pues lo mismo sucede con la música religiosa”.
Una de sus aspiraciones más fervientes era promover, siempre
que fuera posible, el canto de los fieles en las iglesias, ya que lo
consideraba altamente instructivo para las gentes de toda clase y un poderoso
medio de despertar el interés por las bellezas de nuestra sagrada liturgia,
especialmente en relación con el santo sacrificio de la Misa. Gustaba de
comentar a este respecto los notables resultados obtenidos en parroquias donde
los fieles habían aprendido a cantar correctamente las distintas partes de la
Misa en canto llano, así como los salmos e himnos de vísperas de los domingos.
Con frecuencia manifestaba su contrariedad de que no se
concediera mayor importancia a una costumbre que ayudaba positivamente a los
fieles a comprender y sentir más profundamente el culto católico, y que,
adoptada con carácter amplio y general, contribuiría a atraer a muchos al
conocimiento y cumplimiento de sus deberes religiosos.
Un método práctico de lograr esta finalidad le pareció sería
que en cada diócesis un profesor competente de música sagrada, con aprobación
del Obispo, permaneciera algún tiempo en cada parroquia formando núcleos de
cantores selecciones entre miembros de la misma, que, a su vez, fueran
arrastrando a otros a otros, volviendo a girar visitas de cuando en cuando para
perfeccionar lo ya indicado y fomentar nuevos adelantos.
Cuando le eran presentadas composiciones para su aceptación,
examinaba cuidadosamente la partitura, y más de una vez le oír entonar la
melodía, leyéndola con absoluta facilidad a primera vista, mientras marcaba el
compás con la mano y me exponía seguidamente su opinión sobre los méritos y el
estilo de la música.
San Pío X celebra Misa con ocasión de sus Bodas de Oro sacerdotales
Las innumerables personas que le oyeron cantar Misa en San
Pedro o entonar la bendición solemne en la Capilla Sixtina recordarán, sin duda,
su voz suave y melodiosa.
Nota de la
Redacción: Al igual que en la entrada anterior, el fragmento ofrecido está tomado de Merry del Val, R., El Papa San Pío X:
memorias, trad.
de Rosa María Topete, Buenos Aires, Ediciones Fundación San Pío X, 2006, pp. 75-79.
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