domingo, 25 de octubre de 2015

Un testimonio sobre la Misa tradicional


El Congreso Litúrgico Summorum Pontificum, que tuvo lugar el pasado mes de julio (una crónica del mismo se puede consultar aquí) contó no sólo con la asistencia de presbíteros y religiosos, sino que también de laicos interesados en profundizar el conocimiento y la vida de fe en torno a la Santa Misa de rito romano. Valga recordar que aun son pocos los lugares donde se ofrece la celebración de la denominada forma extraordinaria, por lo que este Congreso fue una gran oportunidad para su difusión a muchas personas que no tienen la oportunidad de acudir regularmente a los sacramentos según los libros litúrgicos vigentes al año 1962.

A continuación les ofrecemos el testimonio que preparó Cecilia González, de nacionalidad boliviana y asistente del Congreso, donde nos relata su experiencia en torno a la Misa tradicional. Sus reflexiones se dirigen primeramente a su vivencia de la fe católica, y recalcan aquella verdad tantas veces olvidada: que la Santa Misa es un perfecto culto latréutico a Dios y de excelente provecho para las almas.

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"Como tierra reseca te busqué"

Mi encuentro con la Misa tradicional



Desde mi nacimiento mis padres me criaron en la Iglesia Católica. Asistí a un colegio “católico” y pensé que eso era todo lo que había dentro de esta Iglesia. Con el paso de los años empecé a entender la Misa según la forma ordinaria, que es el único rito que se celebra en mi país.

Hace cinco años retorné definitivamente a casa, luego de mucha confusión, pruebas y renuncias. Mucho ayudó el ver el compromiso con la fe por parte de varias personas en Estados Unidos. Allí aprendí temas que no se tocan en las catequesis de preparación a los sacramentos en la ciudad donde vivo ahora.

En esta búsqueda empecé a cuestionar si el rito en el que yo nací y crecí era todo lo que había. En la lectura de distintos textos del Concilio Vaticano II, descubrí que varias cosas ahora se permitían y muchas de las que yo veía no estaban ni siquiera mencionadas allí. Un documento conecta a otro, y cuando fue el momento, empecé a leer sobre el rito que ahora llaman "extraordinario" o, como muchos le llaman despectivamente, "Misa en latín".

Ya en Estados Unidos me sorprendió ver muchas jóvenes usando el velo en Misa y Adoración Eucarística. Por ello, también leí sobre esta costumbre y llegó un día en que decidí que era mi turno. Poco a poco busqué incorporar a mi vida de oración un reto más (además de ampliar el tiempo) y empecé a aprender el rezo del Padre Nuestro y el Ave María en latín. Luego vinieron los videos de Misas celebradas por Santo Padre Pío de Pietrelcina y papa Pío XII. Es importante recordar que el Papa Benedicto XVI en el motu proprio Summorum Pontificum reitera la unidad del rito romano o latino, el cual se expresa en dos formas: la ordinaria y la extraordinaria. Sin embargo, muchos pasan por alto este documento.

Luego de esta revisión, fue evidente que mi curiosidad creció a un punto máximo. Empecé a preguntar y nadie en mi país celebraba este rito antiguo. Empecé a buscar en países vecinos, encontré algunos lugares donde quizás podría ir. Quise ir al encuentro sobre Liturgia Sacra en Nueva York, pero el tema económico y de tiempo no coincidían. Cuando me resigné a dejar esta inquietud, encontré un día el anuncio del congreso Summorun Pontificum en Chile.

Cuando revisé la factibilidad de asistir, todo dio positivo. ¿Entonces para qué esperar más?

El primer día donde hubo la celebración de Misa por la mañana, me fui directo al rito extraordinario. Un poco nerviosa porque aun no domino las posiciones y no tenía un misal. Al final, en caso de duda uno puede permanecer de rodillas y no hay problema. ¿La primera impresión de la Misa rezada? Yo y el otro asistente a la Misa no “participábamos” de manera activa. Y sí, uno pasa de rodillas más tiempo que en la Misa normal, pero las horas frente al Santísimo ya me dieron entrenamiento para estar en esta posición.

El segundo día fui primero a la Misa de rito ordinario en latín (las lecturas se realizan en español). Esto me dio la posibilidad de simplemente observar la celebración del rito extraordinario. Descubrí con cuidado muchas cosas que leí cuando preparé alguna catequesis sobre Liturgia, cuando hablé sobre el sacramento de la Eucaristía, las que no me cuadraban en el rito que celebran en mi ciudad. De cerca, y con la posibilidad de observar y casi escuchar el susurro del sacerdote en la celebración, pude ir comprendiendo este sacrificio incruento en el altar. Todos los gestos, el cuidado, el respeto, la solemnidad tanto del sacerdote como del monaguillo eran para mi impresionantes.

Ese segundo día, en horas de la tarde se celebró la Misa cantada. La primera Misa cantada en mi vida. Me conmovió ver a las demás mujeres y niñas con el velo, pensando para mi misma que ahora sí no soy la “rara”. En el motu propio del Santo papa Pío X Tra Le Sollecitudini se menciona que la música está al servicio del culto, razón por la que no puede ser la protagonista de una Misa. En este caso, desde el canto de entrada, el Gloria, el Kyrie, el canto de la comunión y hasta el final, la música no incomodó ni protagonizó; al contrario, acompañó en lo solemne de la celebración.


En esta celebración, fue más evidente algo que es muy importante en el rito ordinario: la participación activa del quien asiste a la Misa. En ésta pasé mucho tiempo de rodillas, en oración en mi corazón, observando algo extraordinario, donde ni yo ni mis hermanos reunidos en el templo teníamos que ser los protagonistas. El incienso se usa de manera constante, y si bien alguna vez pensé que este podría causarme alergia, uno reconoce que ese olor está asociado a algo fuera de este mundo. Entre lágrimas reconocí cómo este es el sacrificio de Jesús al Padre, por amor a los que en silencio estábamos presentes, y por amor a aquellos que esperamos algún día estén presentes. Esta presencia real de Jesús y su Corte Celestial fue evidente, de rodillas y mirando fijamente el altar, me sentía estremecer. Uno, que se reconoce pecador, se siente conmovido de poder estar allí presente, cada músculo tiembla de emoción y se conmueve con el santo Sacrificio de Jesús.

Comprendí a cabalidad por qué debo respeto a un sacerdote, pues esas manos, en el momento de la Misa, tocan a mi Señor. Comprendí muchas cosas más con mi mente, al mismo tiempo que mi corazón clamaba por dentro: ¡ESTE ES EL CULTO QUE TÚ TE MERECES, DIOS TODOPODEROSO! ¡A ti, el Honor y la Gloria por los siglos de los siglos! Creo que todos los salmos de alabanza de la Liturgia de las Horas brotaron desde lo más profundo de mi ser.



¡El momento de la Comunión fue realmente de gozo! Hace unos meses estuve meditando sobre este momento. El mismo Cristo resucitado ofreciéndome el alimento que mi alma necesita para la vida eterna. Realmente tiene sentido recitar el acto de contrición y repetir tres veces el “Señor, no soy digna de que entres en mi casa, pero una palabra Tuya bastará para salvarme”. Allí, de rodillas esperando mi turno para recibir a Cristo en tan humilde forma, mi corazón latía como cuando uno va enamorado al encuentro del Amado. Y en ese instante escuché: “Corpus Domini nostri Jesu Christi custodiat animam tuam in vitam aeternam. Amen” (“El Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo guarde tu alma para la vida eterna. Amen”).

¡Cuánta belleza! ¡Cuánta sacralidad y respeto! Si el problema es que mucha gente se queja porque consideran que la Misa es aburrida, es porque no han vivido esta celebración y definitivamente ignoran lo que acontece. Al final de la Misa, no pude evitar pensar que mucha gente jamás es preparada para asistir a ella y mucho menos tiene la oportunidad de conocer este rito como parte de la riqueza que preserva la Iglesia.


No pude evitar tampoco sentir mucha tristeza, porque estuve a la entrada del Cielo, y ahora me toca volver a una ciudad donde ni siquiera el rito ordinario se celebra con esmero. Del monte donde vi a mi Señor, al desierto donde la Misa es maltratada por complacer a los asistentes, por agradar al mundo. Muchos pensamientos más tuve luego de esta experiencia, pero ahora comprendo porqué la búsqueda, el prepararme… y es que a falta de una guía por parte de los sacerdotes, un católico debería prepararse a sí mismo. El rezo del Rosario, la Adoración Eucarística, la Confesión y la oración constante fueron creando en mi un espíritu dispuesto a la contemplación, razón por la cual pude vivir y sentirme en casa durante las Misas de rito extraordinario. Me bajé de mi comodidad y flojera, para buscar al Amado, al que sacia mi sed. Y cuanto amor derramó sobre mi, pequeña hijita suya.

Ruego a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y pido la intercesión y oración de los ángeles, santos y de nuestra Madre, para que más cristianos puedan conocer, educarse y tener la dicha que yo experimenté por breve tiempo.

Porque al final sólo cabe decir con el salmista: Judica me, Deus, et discerne causam meam de gente non sancta.


Cecilia González Paredes
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Nota de la Redacción: El presente testimonio se puede consultar también en el sitio Adelante la Fe, donde fue publicado antes con el consentimiento de la autora. 

Actualización [7 de agosto de 2016]: La Misa tradicional concita especialmente a muchos jóvenes alrededor del mundo, quienes se sienten atraídos por ella en su búsqueda de recuperar la sacralidad perdida. Durante la Jornada Mundial de la Juventud que tuvo lugar en Polonia, varios grupos ligados a la Misa de siempre participaron de las actividades y vivieron un encuentro de fe con toda la Iglesia. Dada la universalidad del latín, las diferencias idiomáticas desaparecen. Fue así como se conocieron dos jóvenes, él polaco y ella brasileña. Ambos habían coincidido en la pasada Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro. En ésta y tras asistir a la Misa tradicional, Szimon le pidió matrimonio a s u novia Jessica y el momento quedó inmortalizado en la foto que sigue. El hecho fue difundido por Radio Vaticano en español y, posteriormente, por otros medios. Véase aquí la noticia publicada en Religión en libertad.  

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