Este año se cumple el décimo aniversario del motu proprio Summorum Pontificum, merced al cual el papa Benedicto XVI permitió que cualquier sacerdote pudiese celebrar, sin ninguna autorización especial, la Santa Misa y los demás sacramentos conforme a los libros aprobados por San Juan XXIII y vigentes en 1962. Por eso, la tercera versión del congreso que con ese nombre realizamos en Santiago de Chile desde 2015 estará dedicado a conmemorar ese documento, cuyo provecho espiritual para toda la Iglesia se ve ostensiblemente.
En homenaje al hoy Papa emérito, que desde su retiro en el monasterio vaticano Mater Ecclesiae apoya con su oración y penitencia a toda la Iglesia y, en especial, a su sucesor, queremos ofrecerles en esta y una próxima entrada algunos fragmentos escogidos del último libro de entrevista escrito por Peter Seewald, con quien Joseph Ratzinger ya había colaborado en tres libros anteriores (Sal de la tierra, 1996; Dios y el mundo, 2000; y Luz del mundo, 2010). El libro fue publicado originalmente en alemán con el título de Benedikt XVI. Letzte Gespräche por la Editorial Droemer. La versión española, que lleva el título Benedicto XVI. Últimas conversaciones con Peter Seewald, se debe a Mensajero, una editorial fundada por la Compañía de Jesús. En Chile está ya disponible en librerías y puede también adquirirse en línea aquí.
El criterio para seleccionar las partes que transcribimos aquí para nuestras lectores, cuya referencia exacta viene cumplidamente indicada en una nota final, ha sido principalmente litúrgico: hemos escogido aquellas respuestas que dicen relación con la liturgia de la Iglesia, tan cara desde siempre para Joseph Ratziger, y el modo en que ella ha imbricado su ministerio sacerdotal, episcopal y petrino. Se reproducen también algunas respuestas relativas a su pensamiento teológico y al Concilio Vaticano II, respecto del cual es conocida la exhortación del Papa a los pocos meses de iniciar su reinado de interpretarlo bajo una matriz de reforma en la continuidad, leyendo sus textos conforme a la Tradición de la Iglesia (véase aquí ese célebre discurso).
En homenaje al hoy Papa emérito, que desde su retiro en el monasterio vaticano Mater Ecclesiae apoya con su oración y penitencia a toda la Iglesia y, en especial, a su sucesor, queremos ofrecerles en esta y una próxima entrada algunos fragmentos escogidos del último libro de entrevista escrito por Peter Seewald, con quien Joseph Ratzinger ya había colaborado en tres libros anteriores (Sal de la tierra, 1996; Dios y el mundo, 2000; y Luz del mundo, 2010). El libro fue publicado originalmente en alemán con el título de Benedikt XVI. Letzte Gespräche por la Editorial Droemer. La versión española, que lleva el título Benedicto XVI. Últimas conversaciones con Peter Seewald, se debe a Mensajero, una editorial fundada por la Compañía de Jesús. En Chile está ya disponible en librerías y puede también adquirirse en línea aquí.
Portada de la versión original alemana
(Foto: Droemer Knaur)
El criterio para seleccionar las partes que transcribimos aquí para nuestras lectores, cuya referencia exacta viene cumplidamente indicada en una nota final, ha sido principalmente litúrgico: hemos escogido aquellas respuestas que dicen relación con la liturgia de la Iglesia, tan cara desde siempre para Joseph Ratziger, y el modo en que ella ha imbricado su ministerio sacerdotal, episcopal y petrino. Se reproducen también algunas respuestas relativas a su pensamiento teológico y al Concilio Vaticano II, respecto del cual es conocida la exhortación del Papa a los pocos meses de iniciar su reinado de interpretarlo bajo una matriz de reforma en la continuidad, leyendo sus textos conforme a la Tradición de la Iglesia (véase aquí ese célebre discurso).
S.S. Benedicto XVI junto a Peter Seewald.
(Imagen: Youtube/MK-Online)
***
Benedicto XVI: Últimas conversaciones
Peter Seewald
[…]
¿Por qué [redactó su renuncia] en latín?
Porque algo así de importante se anuncia en latín.
Además, el latín es una lengua que domino hasta el punto de poder escribir correctamente en ella. También podría haberlo escrito en italiano, claro, pero con el peligro de que se me deslizaran un par de errores.
[…]
En una carta al Niño Jesús le pide como regalos de Navidad «un misal del pueblo Schott, una sotana verde de monaguillo y un Corazón de Jesús». ¿No es una petición bastante insólita para un niño de siete años, los que tenía Ud. cuando escribió esa carta?
(Ríe). Sí, claro, pero para nosotros la participación en la liturgia era desde el principio realmente constitutiva y una gran vivencia, un mundo misterioso en el que uno deseaba adentrase más. Y jugar entre nosotros a los párrocos era, se mire como se mire, un bello juego. En aquel entonces todavía estaba muy extendido [Nota de la Redacción: sobre este tema hemos publicado antes una entrada].
[…]
En sus memorias dice que la vocación al sacerdocio «creció en mí con toda naturalidad, sin espectaculares vivencias de conversión». Si no hubo grandes vivencias espirituales, al menos las había pequeñas, ¿no?
Diría que fue la cada vez más profunda inmersión en la liturgia. El reconocimiento de la liturgia como verdadero centro y el intento de entenderla a fondo junto con toda la urdimbre histórica que hay tras ella. Teníamos un profesor de religión que acababa de escribir un libro sobre las iglesias estacionales romanas.
Y había preparado su trabajo en cierto modo en la clase de religión. Gracias a él aprendimos asimismo muy bien, de forma muy concreta, la base histórica.
Eso realmente me procuraba alegría. En este sentido, me ocupé entonces de las preguntas religiosas en conjunto. Era el mundo en el que más a gusto me sentía.
En sus memorias destaca Ud. en especial las grandes celebraciones litúrgicas en la catedral, pero también la sosegada contemplación en la capilla de la casa.
Ambas cosas eran muy importantes. La catedral con su resplandor, esto es, una iglesia de sobrecogedora belleza. También la música litúrgica era allí muy hermosa. La capilla era pequeña –más tarde se amplió, para que hubiera sitio para todos; nosotros nos arrodillábamos muy atrás, estábamos un poco de lejos de más–, pero a pesar de ello tenía, por el retablo y por la atmósfera espiritual, una fuerza realmente conmovedora.
[…]
Aquí se trata evidentemente de algo que lleva más allá, de algo que trasciende el sacerdocio [con referencia a su vocación de teólogo] .
Bueno, Dios exige a cada cual algo específico. Yo estaba convencido de que también querían algo de mí. También pensaba, sin embargo, que tendría que ver con la teología. Pero no estaba definido aún de forma más precisa
O sea, ¿qué también Ud. practicaba totalmente en serio con aquel muñeco de bebé junto a la pila bautismal?
¡Que sí, que sí!
¿Y qué tal se le daba? ¿Se las apañaba o no?
En eso no era tan torpe como suelo serlo. También en mi primer año de coadjutor en Bogenhausen celebré muchos bautizos, porque dentro de los límites de la parroquia había una clínica de obstetricia, en la que todas las semanas celebraba un par de ellos.
[…]
En la invitación a su primera Misa figura el siguiente lema: «No somos dueños de vuestra fe, sino cooperadores de vuestro gozo». ¿Por qué se decidió por esta frase?
A consecuencia de nuestra visión moderna, no solo cobramos conciencia de que las ínfulas eclesiásticas constituyen un error y de que el sacerdote siempre es siervo, sino que también trabajamos intensamente para no llegar si quiera a subirnos a ese pedestal. Yo no me habría atrevido a presentarme como «monseñor» o «reverendísimo». La conciencia de que no somos señores, sino colaboradores, servidores, fue para mí, aparte de consoladora, personalmente importante para dar el paso de la ordenación. De ahí que dicha frase representara para mí un motivo central. Un motivo que había encontrado en el epistolario litúrgico, en la lectura de la Sagrada Escritura, en los textos más diversos, y en el que me veía reflejado de manera especial.
Recuerdo de la ordenación y primicia de Joseph Ratzinger y de su hermano Georg
(Imagen: Süddeutsche Zeitung)
(Imagen: Süddeutsche Zeitung)
Sus discípulos dicen que han observado a lo largo de décadas que, en la celebración de la Eucaristía, Ud. nunca cae en la rutina, sino que siempre se entrega por completo a la consagración como si fuera la primera vez.
Bueno, es que es algo tan emocionante que uno se siente conmovido por ello cada vez que celebra. Quiero decir, es del todo extraordinario que ahí se haga presente el Señor en persona. El hecho de que el pan no sea ya pan, sino el cuerpo de Cristo, le penetra a uno en el alma, naturalmente.
[…]
¿En qué bando se sentía encuadrado Ud. entonces [cuando comenzó su docencia]? ¿En el progresista?
Sí, diría que sí. A la sazón, ser progresista no comportaba todavía romper con la fe, sino aprender a comprenderla mejor y vivirla de manera más adecuada, desde el origen. En aquel entonces todavía creía que eso era lo que todos queríamos. De manera análoga pensaban progresistas famosos como De Lubac, Daniélou, etcétera. El cambio de las tendencias ideológicas ya se hizo perceptible en el segundo año del concilio, pero solo comenzó a perfilarse con claridad con el paso de los años.
[…]
Como participante en todo ello [en los grupos de vanguardia teológica], como corresponsable, ¿no siente uno remordimientos?
Uno sí que se pregunta si lo ha hecho bien. En especial cuando el conjunto se salió de quicio en tan gran medida, esa fue una pregunta que ciertamente me planteaba. El cardenal Frings sintió después remordimientos muy intensos. Pero yo siempre tuve la conciencia de que cuanto de hecho habíamos dicho y conseguido sacar adelante era correcto y además debía acaecer. En sí, actuamos correctamente, aunque sin duda no previmos bien las consecuencias políticas y las repercusiones fácticas. Se pensó en exceso en lo teológico y no se reflexionó sobre la repercusión que tendrían estas decisiones.
El Cardenal Joseph Ratzinger celebra la Santa Misa tradicional en la Abadía de Santa Magdalena del Barroux (1995)
¿Fue un error convocar el concilio?
No, sin duda fue acertado, aunque cabe preguntarse, por supuesto, si era necesario o no. Y desde el principio hubo personas que estaban en contra. Pero, en sí, aquel era un momento en la vida de la Iglesia en el que se aguardaba algo nuevo, una renovación, una renovación desde el todo, no solo desde Roma, un encuentro de la Iglesia Universal. En este sentido, era el momento de hacerlo.
[…]
Joseph Ratzinger, profesor de Teología en la Universidad de Bonn (Alemania)
(Imagen: Un puente de Fe)
Pero sí diferencias. Se dice, por ejemplo, que los encuentros de oración del papa con representantes de las grandes religiones en Asís no eran precisamente de su agrado.
Eso es cierto. Pero no discutimos sobre ello, porque yo sabía que él quería hacerlo correcto y, a la inversa, él sabía que yo defendía una línea algo distinta. Antes de los dos encuentros de oración en Asís me dijo que le gustaría que yo también acudiera, y acudí.
Y resultó que aquello estaba mejor estructurado que en la propuesta originaria. Se habían tomado en consideración mis objeciones, y el encuentro tenía una forma que me permitió participar con agrado.
[…]
La idea del catecismo universal [sancionado por San Juan Pablo II en 1992], ¿salió de Ud.?
No solo, pero también de mí. A la sazón cada vez eran más las personas que se preguntaban: ¿tiene la Iglesia todavía una doctrina común? Ya no se sabía qué era lo que la Iglesia realmente creía. Hubo corrientes bastante fuertes, incluso entre gente muy buena, que decía: ya no se puede hacer un catecismo. Yo, en cambio, opinaba: o bien tenemos aún algo que decir y entonces hay que ser capaces de presentarlo, o bien no tenemos ya nada que decir. En este sentido, me convertí en paladín de la idea, desde la convicción de que también hoy debemos estar en condiciones de decir qué es lo que cree y enseña la Iglesia.
[…]
El antiguo nuncio Karl Josef Rauber, que lo conoce desde el concilio, dijo sobre Ud.: «Joseph Ratzinger es un erudito absolutamente íntegro, pero en realidad solo le interesa investigar y escribir».
(Se ríe). No, eso no es cierto, por supuesto que no. Ni si quiera sería posible uno no puede por menos de hacer muchas cosa prácticas, lo que también alegra.
Visitar parroquias, hablar con personas, impartir catequesis, mantener encuentros de todo tipo. Justamente las visitas a las parroquias son una parte bonita del ministerio, que depara asimismo gran satisfacción.
Nunca he sido solo profesor. Un presbítero no puede ser únicamente profesor. Si lo fuera. Se estaría equivocando. Al encargo sacerdotal le es inherente siempre una cierta medida de trabajo pastoral, de liturgia, de conversaciones con las personas. Quizá he pensado y escrito demasiado; es posible. Pero decir que no he hecho más que eso tampoco sería verdad.
Escudo de Benedicto XVI
(Imagen: Sitio Oficial de la Santa Sede)
Cierto. Pues su ministerio comienza con una bomba: Ud. es el primer papa de la Edad Moderna y Contemporánea que sustituye en su escudo de armas la poderosa tiara por una sencilla mitra episcopal. ¿Hubo resistencias en el colegio cardenalicio?
Yo no oí nada. En cualquier caso, nadie presentó directamente objeciones. Se trataba también de algo necesario. Pues si no se usa ya la tiara, lo lógico es eliminarla también del escudo de armas.
[…]
Nota de la Redacción: Los textos reproducidos en esta y una siguiente entrada están tomados de Seewald, P., Benedicto XVI: últimas conversaciones, trad. de Rosa Pilar Blanco, Viscaya, Mensajero, 2016, pp. 46, 72, 87, 101, 120, 121, 167, 181, 215, 217-218, 238-241, 244-245, 248-250, 274-275 y 287.
Nota de la Redacción: Los textos reproducidos en esta y una siguiente entrada están tomados de Seewald, P., Benedicto XVI: últimas conversaciones, trad. de Rosa Pilar Blanco, Viscaya, Mensajero, 2016, pp. 46, 72, 87, 101, 120, 121, 167, 181, 215, 217-218, 238-241, 244-245, 248-250, 274-275 y 287.
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