martes, 17 de enero de 2017

FIUV Position Paper 2: La piedad litúrgica y la participación

En una entrada anterior explicamos nuestro propósito de traducir los Position Papers sobre el misal de 1962 que desde hace algún tiempo viene preparando la Federación Internacional Una Voce, de la cual nuestra Asociación es capítulo chileno desde su creación en 1966. 

En esta ocasión les ofrecemos la traducción del Position Paper 2 dedicado a la piedad litúrgica y la participación de los fieles, cuyo original en inglés puede consultarse aquí. Dicho texto fue preparado en el mes de marzo de 2012. Para facilitar su lectura hemos agregado un título (Texto) para separar su contenido del resumen (Abstract) que lo precede. 

 Imagen: FIUV

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La piedad litúrgica y la participación

Resumen

El Movimiento Litúrgico, desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, promovió una forma de piedad inspirada fundamentalmente en la liturgia. Naturalmente, esto hizo que se insistiera en la comprensión de la liturgia, lo cual llevó a que, junto con la catequesis litúrgica, algunos de sus miembros recomendaran que se hiciera una exposición de aquellos aspectos de la liturgia que, de algún modo, permanecían ocultos (debido al uso del latín, al silencio, a la celebración ad orientem, etcétera), y que se simplificaran algunos ritos. Sin embargo, como lo señaló San Juan Pablo II, la comprensión cabal de la participación litúrgica no se limita a una comprensión intelectual de los ritos, sino que incluye el impacto del rito en la persona en su totalidad. El Papa Benedicto XVI, al referirse a la “sacralidad” de la tradición litúrgica anterior, llama la atención hacia el hecho de que varios aspectos de los ritos que podrían parecer obscuros a la comprensión de los fieles (ceremonial complejo, el latín, el silencio, etcétera), en realidad facilitan la participación de la persona en su integridad, por cuanto comunican las realidades sagradas del rito en una forma que trasciende a las palabras.

Los comentarios a este texto pueden enviarse a positio@fiuv.

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Wilhelm Leibl: Tres mujeres en la iglesia (1882, Kunsthalle Hamburg)
(Imagen: Wikimedia Commons)

Texto

1. La expresión “piedad litúrgica” se refiere a la piedad que es fomentada por la frecuente participación en la liturgia, que se alimenta del desarrollo de los sagrados misterios a través del ciclo litúrgico anual, y para cuya formación los textos de los libros litúrgicos y las ceremonias de los ritos litúrgicos son centrales y no periféricos. Se diferencia esta piedad de la que se forma predominantemente mediante devociones no litúrgicas, ya sean públicas o privadas. El fomento de la piedad litúrgica y la participación en la liturgia que a ella conduce, son, podría decirse, los objetivos finales del Movimiento Litúrgico desde sus principios en el siglo XIX hasta el influjo que él tuvo en la liturgia después del Concilio Vaticano II. Los sucesivos Papas se encargaron de alentar este movimiento y, simultáneamente, de advertir contra las conclusiones exageradas y erróneas que derivaron a veces de este ideal. El concepto de piedad litúrgica es particularmente interesante en el contexto de la forma extraordinaria del misal romano, ya que su ideal sigue influyendo en la discusión sobre la participación de los fieles en la liturgia, sobre cómo debiera celebrarse dicha forma extraordinaria y cómo debieran evolucionar sus libros litúrgicos al paso del tiempo. El presente ensayo, en particular, se propone iluminar el problema de si la tradición litúrgica anterior es, en sí misma, un obstáculo a la debida participación litúrgica de los fieles, y de si los argumentos del Movimiento Litúrgico, así como el magisterio que le fue contemporáneo, como la encíclica Mediator Dei de Pío XII, debieran ser entendidos como una indicio de que tal obstáculo es real.

2. El deseo de una mayor piedad litúrgica surgió espontáneamente de dos observaciones. Primero, la liturgia católica es una fuente inmensamente rica de devoción. El Cardenal inglés Wiseman exclamaba ya en época tan temprana como 1842: “No hay, ni en todos nuestros libros modernos considerados en conjunto, lugar u objeto alguno sobre los cuales se haya prodigado, por decirlo así, más rica poesía y más oraciones solemnes, que sobre los del culto a que asiste el católico”[1]

 Eduardo Cano de la Peña, Retrato del Cardenal Nicholas Wiseman (c. 1865, U. de Sevilla)
(Imagen: Wikimedia Commons)

3. Segundo, la liturgia, en particular la Eucaristía, es por su naturaleza misma una oportunidad privilegiada para que el cristiano se comunique con Dios. La liturgia es la oración pública de la Iglesia, y la Misa es la representación del Sacrificio de Cristo en la Cruz: al unirse a la primera, el fiel puede tomar parte en la perfecta oración que a Dios presenta su Esposa sin mancha; al unirse al segundo, los fieles pueden asociar sus propias ofrendas al perfecto Sacrificio que se ofrece al Padre, el Sacrificio de la Víctima sin mácula.

4. Para que la liturgia tenga en la vida de devoción del católico corriente el lugar que debiera, la participación del mismo en la liturgia debe ser todo lo profunda que se pueda. Un modo de fomentar esto fue promover la formación litúrgica tanto del clero como de los fieles[2], especialmente mediante libros de liturgia –misal de los fieles- como sobre liturgia, como el monumental Año litúrgico de Dom Prosper Guéranger, publicado entre 1841 y 1844. Dom Guéranger escribió en el prefacio, luego de hacer ver el valor especial de la oración unida a la Oración de la Iglesia: “La oración litúrgica se volvería rápidamente impotente si los fieles no tomaran realmente parte en ella o, por lo menos, no se asociaran a ella de corazón: ella puede sanar al mundo, pero a condición de que sea comprendida”[3].

5. Desde sus mismos principios, las metas y aspiraciones del Movimiento Litúrgico implicaron una tensión. Por un lado, la riqueza, es decir, la profundidad, densidad y complejidad teológicas de la liturgia católica es una de las razones para promover un mayor aprecio de la misma, en particular como fundamento de la devoción contemplativa. Por otro lado, si la participación en la liturgia, que se recomendaba también por el Magisterio de la época[4], requiere una adecuada comprensión de la misma, parecería que dicha participación podría ser favorecida tanto por la explicación de las partes de la liturgia que tradicionalmente están ocultas de un modo u otro (diciéndose en voz alta las oraciones que se dicen en silencio, usándose el idioma vernáculo, diciéndose la Misa versus populum), como por la simplificación de los ritos.

6. Esta tensión explica el porqué del debate al interior del Movimiento Litúrgico sobre la reforma litúrgica, el que se prolongó por más de un siglo. Hubo en el Movimiento muchos escritores profundamente apegados a la liturgia tal como ella les había sido transmitida, y opuestos, por ejemplo, al uso de vernáculo: Guéranger mismo fue un ejemplo de esto. Otros fueron de la opinión contraria[5].

 Dom Gueránger
(Imagen: Crisis Magazine)

7. Esta tensión puede solucionarse, sin embargo, con dos observaciones. En primer lugar y muy claramente, si se la lleva a sus conclusiones lógicas, la idea de facilitar la comprensión de un rito simplificándolo es contradictoria, porque el proceso de simplificación tiene como resultado el que habrá menos materia que comprender. La supresión de oraciones  y ceremonias claramente suprime cosas que podrían ser objeto de una fructífera meditación. 

8. En segundo lugar, la “comprensión” de que se discute en la participación litúrgica no es primariamente una cuestión de captar el significado de determinadas proposiciones, sino que se refiere más bien al impacto espiritual de la liturgia en el participante. El P. Aidan Nichols OP, analizando las opiniones de varios sociólogos que estudian el ritual religioso, dice:

“Para el sociólogo no es en absoluto evidente que los ritos breves, claros, tienen un mayor potencial transformador que los ritos complejos, abundantes, ricos, largos, provistos de un elaborado ceremonial”[6].

Y añade:

“La noción de que el signo, mientras más inteligible sea, más efectivamente penetrará en la vida de los fieles no es aceptable para la imaginación sociológica […] una cierta opacidad es esencial a la acción simbólica, según lo explican los sociólogos […][7].

9. No está en juego aquí sólo el impacto estético, sino la cuestión general relativa a la comunicación no-verbal. El ceremonial complejo indica, en un lenguaje universal, la importancia de lo que fuere que está en el centro de la ceremonia. El uso del latín sirve para enfatizar la antigüedad y universalidad de la liturgia, como lo observó San Juan XXIII[8]. El uso del silencio es un medio muy efectivo de subrayar el carácter sagrado de lo que está teniendo lugar[9]. Lo mismo puede decirse de muchos aspectos de la tradición litúrgica anterior que podrían parecer, superficialmente, impedimentos para la comprensión de los fieles. San Juan Pablo II se refiere a tales cosas al hablar de la liturgia de las Iglesias de Oriente:

“La larga duración de las celebraciones, las reiteradas invocaciones, todo expresa una gradual identificación de la persona entera con el misterio que se celebra”[10].

Y como lo señala la Instrucción Liturgiam Authenticam:

“La Sagrada Liturgia compromete no sólo el intelecto del ser humano sino toda su persona, la cual es el 'sujeto' de una participación plena y consciente en la celebración litúrgica”[11].

 El Siervo de Dios Pío XII celebrando la Santa Misa
(Imagen: Orbis Catholicus)

10. El punto es subrayado por la encíclica Mediator Dei de Pío XII. Junto con aprobar una serie de iniciativas de los seguidores de Movimiento Litúrgico y con condenar otras, el Papa hace una importante cualificación: muchos fieles son incapaces de usar el misal romano aunque esté escrito en vernáculo, y no pueden en absoluto comprender correctamente los ritos y fórmulas litúrgicos. Los talentos de los seres humanos son tan variados y diversos que es imposible que todos se sientan movidos y atraídos en la misma medida por las oraciones colectivas, por los himnos y las ceremonias litúrgicas. Además, las necesidades e inclinaciones no son las mismas en todos, ni están constantemente presentes en un mismo individuo. ¿Quién podría decir, si se aceptara semejante prejuicio, que no todos estos cristianos pueden participar en la Misa o aprovechar sus frutos? Por el contrario, ellos pueden usar algún otro método más fácil para ciertas personas: por ejemplo, pueden meditar amorosamente los misterios de Jesucristo, o realizar otros actos de piedad o recitar oraciones que, aunque sean diferentes de las de los ritos sagrados, están, sin embargo, esencialmente en armonía con ellos[12].

11. Mediante esta más amplia comprensión de la participación, que es ciertamente activa y litúrgica pero que involucra a toda la persona y no meramente su intelecto, podemos enfrentar nuevamente el problema planteado por el Movimiento Litúrgico sobre la forma que debiera tener una piedad propiamente litúrgica. Estar empapado con el espíritu de la liturgia, poner a la liturgia en el lugar de honor que le corresponde en la vida espiritual de cada uno, exige cierto grado de catequesis litúrgica, pero, sobre todo, exige repercutir en nosotros precisamente del modo que la Iglesia, en la liturgia, quiere que repercuta, o sea, con un profundo sentido de sagrado temor, temor que es la respuesta racional a la aprehensión de lo Santo. Es este sentido lo que nos estimula a participar espiritualmente en el Sacrificio del modo más intenso posible. El Papa Benedicto XVI  ha observado que uno de los carismas propios de la forma extraordinaria es su “sacralidad”, su evocación del temor sagrado[13]. Lo misterioso de las ceremonias; el hecho de que las oraciones se digan en un lenguaje sagrado, aun en silencio; el hecho de que algunas partes se la liturgia sean sustraídas a la vista, todo ello contribuye de por sí a ese temor sagrado, y de este modo más facilita que impide la participación de los fieles.   

 El entonces Cardenal Ratzinger pontificando en la forma tradicional del rito romano
(Imagen: Watershed)




[1] Wiseman, N., “On Prayer and Prayer Books”, Dublin Review, noviembre de 1842. Esta idea se repite en la Constitución sobre la liturgia del Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, núm. 33.

[2] Es muy impresionante la energía de Sacrosanctum Concilium en la promoción de la formación litúrgica: véase los núm. 14-22.

[3] Guéranger, P., El año litúrgico: Adviento, pp. 6-7.

[4] En especial el motu proprio de San Pío X Tra le sollicitudine (1903): “Llenos, como estamos, de más ardiente deseo de ver florecer el espíritu cristiano en todos los aspectos y de que lo preserve por todos los fieles, Nos estimamos necesario proveer ante todo a la santidad y dignidad del templo en el cual los fieles se reúnen para nada menos que adquirir este espíritu de su principal e indispensable fuente, que es la activa participación en los santísimos misterios y en la oración pública y solemne de la Iglesia”.

[5] El artículo de 1916 de Joseph Gottler “Pia Desideria Liturgica” pedía la “antemisa” en vernáculo y la supresión de algunas ceremonias. Romano Guardini puso, de hecho, en práctica la Misa versus populum en el período entre guerras.

[6] Nichols, A., Looking at the Liturgy: a Critical View of its Contemporary Form (San Francisco, Ignatius Press, 1996), p. 59.

[7] Nichols, Looking at the Liturgy, cit., p. 61.

[8] Juan XXIII, Constitución apostólica Veterum Sapientia (1963), núm. 8. Véase también Pablo VI, Carta apostólica Sacrificium Laudis (1968): “porque este lenguaje [el latín] es, en la Iglesia Latina, una fuente abundante de civilización cristiana y un riquísimo venero de devoción”.

[9] El Papa Benedicto XVI escribe en El espíritu de la liturgia (Madrid, Ediciones Cristiandad, 2001), p. 209: “Cada vez nos damos más cuenta y más claramente de que el silencio es parte de la liturgia. Con el canto y la oración respondemos al Dios que nos habla, pero el misterio mayor, que supera a todas las palabras, nos exige silencio”.

[10] Juan Pablo II, Encíclica Orientale Lumen (1995), núm. 11: “Extractum longius celebrationum tempus, iteratae invocationes, omnia denique comprobant aliquem paulatim in celebrandum mysterium ingredi tota sua cum persona”.

[11] Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Instrucción Liturgiam Authenticam (2001), núm. 28: “Sacra Liturgia non solum hominis intellectum devincit, sed totam etiam personam, quae es “subiectum” plenae et consciae participationis in celebration liturgica”.

[12] Pío XII, Encíclica Mediator Dei (1947), núm. 108: “Haud pauci enim e christifidelibus “Missale Romano”, etiamsi vulgata lingua exarato, uti nequeunt; neque omnes idonei sunt ad recte, ut addecet , intelligendos ritus ac formulas litúrgicas. Ingenium, índoles ac mens hominum tan varia sunt atque adsimilia, ut nos omnes queant precibus, canticis sacrisque actionibus, communiter habitis, eodem modo moveri ac duci. Ac praeteream animorum necessitates et propensa eorum sustia non eadem in omnibus sunt, neque in singulis simper eadem permanent. Quis igitur dixerit, praeiudicata eiusmodi opinione compulsus, tot christianos non posse Eucharisticum participare Sacrificium, eiusque perfrui beneficiis? At ii alia ratione utique possunt, quae facilior nonnullis evadit; ut, verbi gratia, Iusu Christi mysteria pie meditando, vel alia peragendo pietatis exercitia aliasque fundendo preces, quae, etsi forma a sacris ritibus different, natura tamen sua cum iisden congruunt”. La preocupación por las varias formas de participación se reitera en Sacrosanctum Concilium, núm. 26: “[las ceremonias] involucran a los miembros de la Iglesia en diversas formas, de acuerdo con su diferente rango, oficio, y participación efectiva” (“Quare ad universum Corpus Ecclesiae pertinent illudque manifestant et afficiunt; singula vero membra ipsius diverso modo, pro diversitate ordinum, munerum et actualis participationis, attingunt”).

[13] El papa Benedicto XVI habla de “la sacralidad que atrae a muchas personas hacia el uso antiguo” [Carta a los Obispos, que acompaña al motu proprio Summorum Pontificum (2007)].

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