En una entrada anterior explicamos nuestro propósito de traducir los Position Papers sobre el misal de 1962 que desde hace algún tiempo viene preparando la Federación Internacional Una Voce, de la cual nuestra Asociación es capítulo chileno desde su creación en 1966.
En esta ocasión les ofrecemos la traducción del Position Paper 2 dedicado a la piedad litúrgica y la participación de los fieles, cuyo original en inglés puede consultarse aquí. Dicho texto fue preparado en el mes de marzo de 2012. Para facilitar su lectura hemos agregado un título (Texto) para separar su contenido del resumen (Abstract) que lo precede.
Imagen: FIUV
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La piedad litúrgica y la participación
Resumen
El
Movimiento Litúrgico, desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX,
promovió una forma de piedad inspirada fundamentalmente en la liturgia. Naturalmente,
esto hizo que se insistiera en la comprensión de la liturgia, lo cual llevó a
que, junto con la catequesis litúrgica, algunos de sus miembros recomendaran
que se hiciera una exposición de aquellos aspectos de la liturgia que, de algún
modo, permanecían ocultos (debido al uso del latín, al silencio, a la
celebración ad orientem, etcétera), y que se simplificaran algunos ritos. Sin
embargo, como lo señaló San Juan Pablo II, la comprensión cabal de la
participación litúrgica no se limita a una comprensión intelectual de los
ritos, sino que incluye el impacto del rito en la persona en su totalidad. El
Papa Benedicto XVI, al referirse a la “sacralidad” de la tradición litúrgica
anterior, llama la atención hacia el hecho de que varios aspectos de los ritos
que podrían parecer obscuros a la comprensión de los fieles (ceremonial
complejo, el latín, el silencio, etcétera), en realidad facilitan la participación
de la persona en su integridad, por cuanto comunican las realidades sagradas
del rito en una forma que trasciende a las palabras.
Los
comentarios a este texto pueden enviarse a positio@fiuv.
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Wilhelm Leibl: Tres mujeres en la iglesia (1882, Kunsthalle Hamburg)
(Imagen: Wikimedia Commons)
Texto
1. La expresión “piedad litúrgica” se
refiere a la piedad que es fomentada por la frecuente participación en la
liturgia, que se alimenta del desarrollo de los sagrados misterios a través del
ciclo litúrgico anual, y para cuya formación los textos de los libros
litúrgicos y las ceremonias de los ritos litúrgicos son centrales y no
periféricos. Se diferencia esta piedad de la que se forma predominantemente
mediante devociones no litúrgicas, ya sean públicas o privadas. El fomento de la piedad litúrgica y la
participación en la liturgia que a ella conduce, son, podría decirse, los
objetivos finales del Movimiento Litúrgico desde sus principios en el siglo XIX
hasta el influjo que él tuvo en la liturgia después del Concilio Vaticano II.
Los sucesivos Papas se encargaron de alentar este movimiento y,
simultáneamente, de advertir contra las conclusiones exageradas y erróneas que
derivaron a veces de este ideal. El concepto de piedad litúrgica es
particularmente interesante en el contexto de la forma extraordinaria del misal romano, ya que su ideal sigue influyendo en la discusión sobre la participación
de los fieles en la liturgia, sobre cómo debiera celebrarse dicha forma extraordinaria y cómo debieran evolucionar sus libros litúrgicos al paso del
tiempo. El presente ensayo, en particular, se propone iluminar el problema de
si la tradición litúrgica anterior es, en sí misma, un obstáculo a la debida
participación litúrgica de los fieles, y de si los argumentos del Movimiento
Litúrgico, así como el magisterio que le fue contemporáneo, como la encíclica
Mediator Dei de Pío XII, debieran ser entendidos como una indicio de que tal
obstáculo es real.
2. El deseo de una mayor piedad
litúrgica surgió espontáneamente de dos observaciones. Primero, la liturgia
católica es una fuente inmensamente rica de devoción. El Cardenal inglés Wiseman exclamaba ya en época tan temprana como 1842: “No hay, ni en todos
nuestros libros modernos considerados en conjunto, lugar u objeto alguno sobre
los cuales se haya prodigado, por decirlo así, más rica poesía y más oraciones
solemnes, que sobre los del culto a que asiste el católico”[1].
Eduardo Cano de la Peña, Retrato del Cardenal Nicholas Wiseman (c. 1865, U. de Sevilla)
(Imagen: Wikimedia Commons)
3. Segundo, la liturgia, en particular
la Eucaristía, es por su naturaleza misma una oportunidad privilegiada para que
el cristiano se comunique con Dios. La liturgia es la oración pública de la
Iglesia, y la Misa es la representación del Sacrificio de Cristo en la Cruz:
al unirse a la primera, el fiel puede tomar parte en la perfecta oración que a
Dios presenta su Esposa sin mancha; al unirse al segundo, los fieles pueden
asociar sus propias ofrendas al perfecto Sacrificio que se ofrece al Padre, el
Sacrificio de la Víctima sin mácula.
4. Para que la liturgia tenga en la vida
de devoción del católico corriente el lugar que debiera, la participación del
mismo en la liturgia debe ser todo lo profunda que se pueda. Un modo de
fomentar esto fue promover la formación litúrgica tanto del clero como de los
fieles[2],
especialmente mediante libros de
liturgia –misal de los fieles- como sobre
liturgia, como el monumental Año litúrgico de Dom Prosper Guéranger,
publicado entre 1841 y 1844. Dom Guéranger escribió en el prefacio, luego de
hacer ver el valor especial de la oración unida a la Oración de la Iglesia: “La
oración litúrgica se volvería rápidamente impotente si los fieles no tomaran
realmente parte en ella o, por lo menos, no se asociaran a ella de corazón:
ella puede sanar al mundo, pero a condición de que sea comprendida”[3].
5. Desde sus mismos principios, las
metas y aspiraciones del Movimiento Litúrgico implicaron una tensión. Por un
lado, la riqueza, es decir, la profundidad, densidad y complejidad teológicas
de la liturgia católica es una de las razones para promover un mayor aprecio de
la misma, en particular como fundamento de la devoción contemplativa. Por otro
lado, si la participación en la liturgia, que se recomendaba también por el
Magisterio de la época[4],
requiere una adecuada comprensión de la misma, parecería que dicha participación
podría ser favorecida tanto por la explicación de las partes de la liturgia que
tradicionalmente están ocultas de un modo u otro (diciéndose en voz alta las
oraciones que se dicen en silencio, usándose el idioma vernáculo, diciéndose la
Misa versus populum), como por la simplificación de los ritos.
6. Esta tensión explica el porqué del
debate al interior del Movimiento Litúrgico sobre la reforma litúrgica, el que
se prolongó por más de un siglo. Hubo en el Movimiento muchos escritores
profundamente apegados a la liturgia tal como ella les había sido transmitida,
y opuestos, por ejemplo, al uso de vernáculo: Guéranger mismo fue un ejemplo de
esto. Otros fueron de la opinión contraria[5].
Dom Gueránger
(Imagen: Crisis Magazine)
7. Esta tensión puede solucionarse, sin
embargo, con dos observaciones. En primer lugar y muy claramente, si se la lleva
a sus conclusiones lógicas, la idea de facilitar la comprensión de un rito
simplificándolo es contradictoria, porque el proceso de simplificación tiene
como resultado el que habrá menos materia que comprender. La supresión de
oraciones y ceremonias claramente
suprime cosas que podrían ser objeto de una fructífera meditación.
8. En segundo lugar, la “comprensión” de
que se discute en la participación litúrgica no es primariamente una cuestión de
captar el significado de determinadas proposiciones, sino que se refiere más
bien al impacto espiritual de la liturgia en el participante. El P. Aidan
Nichols OP, analizando las opiniones de varios sociólogos que estudian el
ritual religioso, dice:
“Para
el sociólogo no es en absoluto evidente que los ritos breves, claros, tienen un
mayor potencial transformador que los ritos complejos, abundantes, ricos,
largos, provistos de un elaborado ceremonial”[6].
Y
añade:
“La
noción de que el signo, mientras más inteligible sea, más efectivamente
penetrará en la vida de los fieles no es aceptable para la imaginación
sociológica […] una cierta opacidad es esencial a la acción simbólica, según lo
explican los sociólogos […][7].
9. No está en juego aquí sólo el impacto
estético, sino la cuestión general relativa a la comunicación no-verbal. El
ceremonial complejo indica, en un lenguaje universal, la importancia de lo que
fuere que está en el centro de la ceremonia. El uso del latín sirve para
enfatizar la antigüedad y universalidad de la liturgia, como lo observó San
Juan XXIII[8].
El uso del silencio es un medio muy efectivo de subrayar el carácter sagrado de
lo que está teniendo lugar[9].
Lo mismo puede decirse de muchos aspectos de la tradición litúrgica anterior
que podrían parecer, superficialmente, impedimentos para la comprensión de los
fieles. San Juan Pablo II se refiere a tales cosas al hablar de la liturgia de
las Iglesias de Oriente:
“La
larga duración de las celebraciones, las reiteradas invocaciones, todo expresa
una gradual identificación de la persona entera con el misterio que se celebra”[10].
Y
como lo señala la Instrucción Liturgiam Authenticam:
“La
Sagrada Liturgia compromete no sólo el intelecto del ser humano sino toda su
persona, la cual es el 'sujeto' de una participación plena y consciente en la
celebración litúrgica”[11].
El Siervo de Dios Pío XII celebrando la Santa Misa
(Imagen: Orbis Catholicus)
10. El punto es subrayado por la
encíclica Mediator Dei de Pío XII. Junto con aprobar una serie de iniciativas
de los seguidores de Movimiento Litúrgico y con condenar otras, el Papa hace
una importante cualificación: muchos fieles son incapaces de usar el misal
romano aunque esté escrito en vernáculo, y no pueden en absoluto comprender
correctamente los ritos y fórmulas litúrgicos. Los talentos de los seres
humanos son tan variados y diversos que es imposible que todos se sientan
movidos y atraídos en la misma medida por las oraciones colectivas, por los
himnos y las ceremonias litúrgicas. Además, las necesidades e inclinaciones no
son las mismas en todos, ni están constantemente presentes en un mismo
individuo. ¿Quién podría decir, si se aceptara semejante prejuicio, que no
todos estos cristianos pueden participar en la Misa o aprovechar sus frutos?
Por el contrario, ellos pueden usar algún otro método más fácil para ciertas
personas: por ejemplo, pueden meditar amorosamente los misterios de Jesucristo,
o realizar otros actos de piedad o recitar oraciones que, aunque sean
diferentes de las de los ritos sagrados, están, sin embargo, esencialmente en
armonía con ellos[12].
11. Mediante esta más amplia comprensión
de la participación, que es ciertamente activa y litúrgica pero que involucra a
toda la persona y no meramente su intelecto, podemos enfrentar nuevamente el
problema planteado por el Movimiento Litúrgico sobre la forma que debiera tener
una piedad propiamente litúrgica. Estar empapado con el espíritu de la liturgia,
poner a la liturgia en el lugar de honor que le corresponde en la vida
espiritual de cada uno, exige cierto grado de catequesis litúrgica, pero, sobre
todo, exige repercutir en nosotros precisamente del modo que la Iglesia, en la
liturgia, quiere que repercuta, o sea, con un profundo sentido de sagrado
temor, temor que es la respuesta racional a la aprehensión de lo Santo. Es este
sentido lo que nos estimula a participar espiritualmente en el Sacrificio del
modo más intenso posible. El Papa Benedicto XVI
ha observado que uno de los carismas propios de la forma extraordinaria
es su “sacralidad”, su evocación del temor sagrado[13]. Lo
misterioso de las ceremonias; el hecho de que las oraciones se digan en un
lenguaje sagrado, aun en silencio; el hecho de que algunas partes se la
liturgia sean sustraídas a la vista, todo ello contribuye de por sí a ese temor
sagrado, y de este modo más facilita que impide la participación de los fieles.
El entonces Cardenal Ratzinger pontificando en la forma tradicional del rito romano
(Imagen: Watershed)
[1] Wiseman, N., “On Prayer and Prayer Books”, Dublin Review,
noviembre de 1842. Esta idea se repite en la Constitución
sobre la liturgia del Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, núm. 33.
[2] Es muy impresionante la energía de Sacrosanctum Concilium en la
promoción de la formación litúrgica: véase los núm. 14-22.
[3] Guéranger, P., El año litúrgico: Adviento, pp. 6-7.
[4] En especial el motu proprio de San Pío X Tra le sollicitudine
(1903): “Llenos, como estamos, de más ardiente deseo de ver florecer el
espíritu cristiano en todos los aspectos y de que lo preserve por todos los
fieles, Nos estimamos necesario proveer ante todo a la santidad y dignidad del
templo en el cual los fieles se reúnen para nada menos que adquirir este
espíritu de su principal e indispensable fuente, que es la activa participación
en los santísimos misterios y en la oración pública y solemne de la Iglesia”.
[5] El artículo de 1916 de Joseph Gottler “Pia Desideria Liturgica”
pedía la “antemisa” en vernáculo y la supresión de algunas ceremonias. Romano
Guardini puso, de hecho, en práctica la Misa versus populum en el período
entre guerras.
[6] Nichols, A., Looking at the Liturgy: a Critical View of its Contemporary Form (San Francisco, Ignatius Press, 1996),
p. 59.
[7] Nichols, Looking at the Liturgy, cit., p. 61.
[8] Juan XXIII, Constitución apostólica Veterum Sapientia (1963), núm. 8. Véase también Pablo VI, Carta apostólica Sacrificium Laudis (1968):
“porque este lenguaje [el latín] es, en la Iglesia Latina, una fuente abundante
de civilización cristiana y un riquísimo venero de devoción”.
[9] El Papa Benedicto XVI escribe en El espíritu de la liturgia (Madrid, Ediciones Cristiandad, 2001), p. 209: “Cada vez nos damos más cuenta y
más claramente de que el silencio es parte de la liturgia. Con el canto y la
oración respondemos al Dios que nos habla, pero el misterio mayor, que supera a
todas las palabras, nos exige silencio”.
[10] Juan Pablo II, Encíclica Orientale Lumen (1995), núm. 11:
“Extractum longius celebrationum tempus, iteratae invocationes, omnia denique
comprobant aliquem paulatim in celebrandum mysterium ingredi tota sua cum
persona”.
[11] Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Instrucción Liturgiam Authenticam (2001), núm. 28:
“Sacra Liturgia non solum hominis intellectum devincit, sed totam etiam
personam, quae es “subiectum” plenae et consciae participationis in celebration
liturgica”.
[12] Pío XII, Encíclica Mediator Dei (1947), núm. 108: “Haud pauci enim e
christifidelibus “Missale Romano”, etiamsi vulgata lingua exarato, uti
nequeunt; neque omnes idonei sunt ad recte, ut addecet , intelligendos ritus ac
formulas litúrgicas. Ingenium, índoles ac mens hominum tan varia sunt atque
adsimilia, ut nos omnes queant precibus, canticis sacrisque actionibus,
communiter habitis, eodem modo moveri ac duci. Ac praeteream animorum necessitates et propensa
eorum sustia non eadem in omnibus sunt, neque in singulis simper eadem
permanent. Quis igitur dixerit, praeiudicata eiusmodi opinione compulsus, tot
christianos non posse Eucharisticum participare Sacrificium, eiusque perfrui
beneficiis? At ii alia ratione utique possunt, quae facilior nonnullis evadit;
ut, verbi gratia, Iusu Christi mysteria pie meditando, vel alia peragendo
pietatis exercitia aliasque fundendo preces, quae, etsi forma a sacris ritibus
different, natura tamen sua cum iisden congruunt”. La
preocupación por las varias formas de participación se reitera en Sacrosanctum
Concilium, núm. 26: “[las ceremonias] involucran a los miembros de la Iglesia en diversas
formas, de acuerdo con su diferente rango, oficio, y participación efectiva”
(“Quare ad universum Corpus Ecclesiae pertinent illudque manifestant et
afficiunt; singula vero membra ipsius diverso modo, pro diversitate ordinum,
munerum et actualis participationis, attingunt”).
[13] El papa Benedicto XVI habla de “la sacralidad que atrae a muchas
personas hacia el uso antiguo” [Carta a los Obispos, que acompaña al motu proprio Summorum Pontificum (2007)].
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