Les ofrecemos la traducción de un artículo escrito por el Rvdo. Mark Pilon y publicado el pasado 22 de febrero de 2017 en el sitio The Catholic Thing, que aborda el problema de la conciencia y su relación con la Fe. El original puede leerse aquí. La traducción ha sido preparada por la Redacción.
El Rvdo. Mark A. Pilon es sacerdote de la Diócesis de Arlington, Virginia (Estados Unidos de América) y se doctoró en Sagrada Teología en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz. Ha sido profesor de Teología Sistemática en en Seminario Mount Saint Mary (Arquidiócesis de Baltimore) y editor de Triumph Magazine. Es asimismo profesor emérito y visitante de la Escuela de Graduados Notre Dame del Christendom College. Escribe regularmente en Littlemore Tracts.
El Rvdo. Mark A. Pilon es sacerdote de la Diócesis de Arlington, Virginia (Estados Unidos de América) y se doctoró en Sagrada Teología en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz. Ha sido profesor de Teología Sistemática en en Seminario Mount Saint Mary (Arquidiócesis de Baltimore) y editor de Triumph Magazine. Es asimismo profesor emérito y visitante de la Escuela de Graduados Notre Dame del Christendom College. Escribe regularmente en Littlemore Tracts.
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Breve resumen sobre la fe católica y la conciencia
Rvdo. Mark A. Pilon
En 1930 la Comunión Anglicana abandonó la enseñanza moral, universal en el cristianismo durante dos mil años, que condenaba el control artificial de la natalidad como un grave mal moral, contra naturam, y destructor del matrimonio. Esto lo hizo al permitir a la conciencia subjetiva individual abolir la norma moral absoluta de que tales acciones son intrínsecamente malas, por lo que no se admite excepciones.
Esto fue un “toque a difunto” para el anglicanismo como autoridad moral. El resultado ha sido no sólo que los anglicanos se han independizado totalmente respecto de su tradicional enseñanza moral, sino también el colapso de la práctica religiosa en el laicado (con la excepción de las ramas africanas de esta Comunión, antes tan llena de vida). La religión fundada en la fe simplemente ya no es posible donde la conciencia privada, subjetiva, se convierte en la suprema autoridad moral.
Esto fue un “toque a difunto” para el anglicanismo como autoridad moral. El resultado ha sido no sólo que los anglicanos se han independizado totalmente respecto de su tradicional enseñanza moral, sino también el colapso de la práctica religiosa en el laicado (con la excepción de las ramas africanas de esta Comunión, antes tan llena de vida). La religión fundada en la fe simplemente ya no es posible donde la conciencia privada, subjetiva, se convierte en la suprema autoridad moral.
Conferencia de Lambeth de 1930, reunión en la que la Comunión anglicana autorizó el uso de métodos anticonceptivos en el matrimonio
(Foto: archbishopofcanterbury.org)
Por eso resulta impactante que, ochenta y siete años más tarde, algunas conferencias episcopales católicas hayan tomado el mismo camino. En la práctica, el ascenso de la conciencia subjetiva hasta llegar a ser el supremo principio moral comenzó justo después de la encíclica Humanae Vitae (1968) en muchas iglesias particulares, especialmente en Europa. En la actualidad, los obispos de Malta, Argentina y Alemania están cometiendo el mismo error respecto del divorcio y de la vuelta a casarse, del adulterio y de las normas sacramentales atingentes.
Esta solución, denominada “pastoral”, es exactamente el mismo camino emprendido por la jerarquía anglicana en relación con la contracepción unos cuarenta años, más o menos, antes de Humanae Vitae; solución que, se aseguró a los fieles anglicanos, se aplicaría raramente y sólo por motivos muy graves. En la realidad, ella produjo rápidamente una mentalidad de contracepción y de relativismo moral, elementos claves de la revolución sexual de la década de 1960 y de la aun más radical relativización de todas las normas morales. También comenzaron a debilitarse algunos obispos y jerarquías católicas. Y fue sólo cuestión de tiempo (cincuenta años, más o menos) para que esta falsa noción de conciencia se extendiera a otras enseñanzas morales poco populares, como el divorcio y las segundas nupcias adúlteras. Hoy ya estamos en presencia de todo ello, y se trata sólo del comienzo.
Tal como ocurrió con la Iglesia de Inglaterra, que en la década de 1960 adoptó un enfoque de conciencia subjetiva frente a la vida moral, al hacer hoy lo mismo la Iglesia en Europa ha acelerado la decadencia de la práctica religiosa. Un estudio sociológico reciente ha establecido que en Francia los católicos realmente practicantes son un 2% de la población. Unos pocos más asisten ocasionalmente a Misa u otras funciones, pero de éstos muchos no son católicos realmente “creyentes”. Muchos de tales católicos que “van a Misa” son católicos nostálgicos o lo que dicho estudio denomina “católicos festivos”, o sea, que van a la iglesia sólo en ocasiones sociales, como un bautismo o un matrimonio.
Las cifras son más o menos las mismas hoy día en la mayor parte de los países europeos. Italia está apenas un poco mejor. Y ahora, si es que la historia nos enseña alguna cosa, en Malta, que fue alguna vez el más católico de dichos países, pronto comenzará la tendencia a una declinación de la fe y de la práctica. El asunto se entiende fácilmente una vez que se capta lo que la fe realmente es, y cómo se relaciona la conciencia con la fe.
Comencemos con un hecho antropológico: la conciencia es una función o acto del juicio práctico, o sea, una función del intelecto humano, y no solamente algún imaginario poder místico del alma. Así, la conciencia, como otras funciones intelectuales, tiene que ser educada e informada desde afuera: ella no se auto-informa, ni está innatamente informada. Posee, por cierto, algunos primeros principios innatos, tal como lo tiene el intelecto teorético o especulativo; pero incluso estos principios, con la sola excepción de unos pocos absolutamente primarios, están a menudo oscurecidos en el intelecto.
Esta solución, denominada “pastoral”, es exactamente el mismo camino emprendido por la jerarquía anglicana en relación con la contracepción unos cuarenta años, más o menos, antes de Humanae Vitae; solución que, se aseguró a los fieles anglicanos, se aplicaría raramente y sólo por motivos muy graves. En la realidad, ella produjo rápidamente una mentalidad de contracepción y de relativismo moral, elementos claves de la revolución sexual de la década de 1960 y de la aun más radical relativización de todas las normas morales. También comenzaron a debilitarse algunos obispos y jerarquías católicas. Y fue sólo cuestión de tiempo (cincuenta años, más o menos) para que esta falsa noción de conciencia se extendiera a otras enseñanzas morales poco populares, como el divorcio y las segundas nupcias adúlteras. Hoy ya estamos en presencia de todo ello, y se trata sólo del comienzo.
Tal como ocurrió con la Iglesia de Inglaterra, que en la década de 1960 adoptó un enfoque de conciencia subjetiva frente a la vida moral, al hacer hoy lo mismo la Iglesia en Europa ha acelerado la decadencia de la práctica religiosa. Un estudio sociológico reciente ha establecido que en Francia los católicos realmente practicantes son un 2% de la población. Unos pocos más asisten ocasionalmente a Misa u otras funciones, pero de éstos muchos no son católicos realmente “creyentes”. Muchos de tales católicos que “van a Misa” son católicos nostálgicos o lo que dicho estudio denomina “católicos festivos”, o sea, que van a la iglesia sólo en ocasiones sociales, como un bautismo o un matrimonio.
Las cifras son más o menos las mismas hoy día en la mayor parte de los países europeos. Italia está apenas un poco mejor. Y ahora, si es que la historia nos enseña alguna cosa, en Malta, que fue alguna vez el más católico de dichos países, pronto comenzará la tendencia a una declinación de la fe y de la práctica. El asunto se entiende fácilmente una vez que se capta lo que la fe realmente es, y cómo se relaciona la conciencia con la fe.
Comencemos con un hecho antropológico: la conciencia es una función o acto del juicio práctico, o sea, una función del intelecto humano, y no solamente algún imaginario poder místico del alma. Así, la conciencia, como otras funciones intelectuales, tiene que ser educada e informada desde afuera: ella no se auto-informa, ni está innatamente informada. Posee, por cierto, algunos primeros principios innatos, tal como lo tiene el intelecto teorético o especulativo; pero incluso estos principios, con la sola excepción de unos pocos absolutamente primarios, están a menudo oscurecidos en el intelecto.
(Foto: Walter Weinberg/Daily Mail)
El problema, como nos lo enseña la Revelación, está en nuestra naturaleza caída: el intelecto ha sido debilitado y oscurecido. Las potencias inferiores del hombre caído, los apetitos y pasiones, se rebelan a menudo frente a las superiores, como la inteligencia práctica y la voluntad.
Por lo tanto, nuestra conciencia herida necesita ser educada, informada por la verdad. No nacemos dotados de verdades científicas innatas, sino que tenemos que aprenderlas. Así, también, tenemos que aprender las verdades y las normas morales a fin de juzgar correctamente cómo obrar. De otro modo, la conciencia obrará ciegamente y llegará muchas veces a juzgar falsamente, especialmente en las ocasiones en que está involucrado el interés propio.
Incluso los no creyentes necesitan formar su conciencia con algunos maestros de gran sabiduría, con grandes figuras morales, tanto del pasado como del presente, cuya razón está más perfeccionada, si bien no es infalible, ya que el error se encuentra aun en los más grandes filósofos.
Pero para aquellos que se dicen cristianos, la correcta educación de la conciencia exige la obediencia total de la persona a las enseñanzas de Dios, ese Dios que nos enseña a través de los representantes por Él designados.
Para los protestantes bíblicos, la adecuada formación de la conciencia individual supone adecuar la conciencia a las enseñanzas de la Sagrada Escritura, interpretada por grandes maestros a lo largo de los siglos. Pero tampoco éstos son infalibles en su autoridad docente.
Por lo tanto, nuestra conciencia herida necesita ser educada, informada por la verdad. No nacemos dotados de verdades científicas innatas, sino que tenemos que aprenderlas. Así, también, tenemos que aprender las verdades y las normas morales a fin de juzgar correctamente cómo obrar. De otro modo, la conciencia obrará ciegamente y llegará muchas veces a juzgar falsamente, especialmente en las ocasiones en que está involucrado el interés propio.
Incluso los no creyentes necesitan formar su conciencia con algunos maestros de gran sabiduría, con grandes figuras morales, tanto del pasado como del presente, cuya razón está más perfeccionada, si bien no es infalible, ya que el error se encuentra aun en los más grandes filósofos.
Pero para aquellos que se dicen cristianos, la correcta educación de la conciencia exige la obediencia total de la persona a las enseñanzas de Dios, ese Dios que nos enseña a través de los representantes por Él designados.
Para los protestantes bíblicos, la adecuada formación de la conciencia individual supone adecuar la conciencia a las enseñanzas de la Sagrada Escritura, interpretada por grandes maestros a lo largo de los siglos. Pero tampoco éstos son infalibles en su autoridad docente.
(Foto: Seek First the Kingdom)
En lo que se refiere a los católicos, formar correctamente la conciencia propia significa someterse a las enseñanzas de la Sagrada Tradición y de la Sagrada Escritura, interpretadas por los grandes doctores y Padres de la Iglesia, y comunicada con autoridad a través del tiempo y desarrollada por el Magisterio de la Iglesia, por los herederos de los apóstoles a quienes dijo Jesús: “el que a vosotros escucha, a Mí me escucha”. En la aplicación que los fieles hacen de las normas morales a las situaciones particulares también interviene la razón, pero ésta tiene también que estar sometida a la fe, es decir, a la guía del Magisterio.
Cualquier otra postura es sustraerse a lo que San Pablo llama “la obediencia de la fe”. Se podría argumentar que, en algunas raras ocasiones, el católico puede tener buena conciencia aun si disiente. Pero sería absurdo sostener que quien disiente puede, a pesar de ello, estar en total comunión con la Iglesia.
La verdad de casi todas las enseñanzas morales de la Iglesia está garantizada por el Espíritu Santo simplemente porque ella ha sido desde antiguo enseñada por el Magisterio Ordinario Universal, como lo han dicho claramente los Concilios Vaticano I y II. Puede haber unos pocos problemas morales, surgidos recién en los últimos tiempos, sobre los cuales no hay todavía una enseñanza hecha con autoridad y que están abiertos, por tanto, a la libre discusión y al desacuerdo. Pero no se incluye entre éstos las enseñanzas en materias como la contracepción, o el divorcio y la vuelta a casarse (que es una forma de adulterio), como tampoco las enseñanzas sobre el robo, la fornicación, el homicidio, etcétera.
En el centro de la prohibición de que los divorciados y vueltos a casarse puedan comulgar está el hecho de que no se encuentran en plena comunión de fe con la Iglesia. Y esto tiene, al cabo, consecuencias aún más serias, como es la pérdida de la fe católica. Es esta pérdida lo que ha vaciado nuestra iglesias, y continuará haciéndolo mientras no se corrija con firmeza y claridad esta falsa noción de conciencia.
Nota de la Redacción: Este artículo fue publicado originalmente en The Catholic Thing (www.thecatholicthing.org). Copyright 2017. Todos los derechos reservados. Publicado con autorización.
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