Un breve artículo de carácter testimonial del sitio Liturgy Guy retrata admirablemente una de las ventajas más notorias de la Misa tradicional: su carácter intrínsecamente católico en su sentido etimológico, es decir, su universalidad (CCE 811 y ss.). Hasta la reforma litúrgica un católico podía asistir a una Misa de rito romano en cualquier rincón del mundo y seguirla y comprenderla a la perfección, pudiendo participar en ella sin traba alguna. Un buen testimonio lo da, por ejemplo, A. J. Cronin (1896-1981), quien relata en sus memorias (Aventuras de dos mundos, 1981) cuando le tocó asistir a una Misa en Alemania y, sin comprender el idioma, logró asimilar el mensaje de la homilía debido a la compenetración con la liturgia, siempre el mismo ahí donde fuera. Asimismo, recogemos el llamado del autor a todos quienes participan en la Misa tradicional a ser embajadores de ella, sabiendo acoger a todos aquellos que se acercan por primera vez a la liturgia perenne de la Iglesia, tratando siempre de sumar y no de restar. La traducción es de la Redacción y el original (en inglés) puede leerse aquí. Los destacados son de la Redacción.
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Lo que aprendí de un francés sobre la Misa
tradicional
Brian Williams
Brian Williams
Hace
unas semanas conocí a un francés, de nombre Paul, en la Misa tradicional. Había
venido esa semana a Charlotte, Carolina del Norte [Nota de la Redacción: en los Estados Unidos de América], en viaje de trabajo. Pero fue la
Misa tradicional lo que lo trajo a mi parroquia de Santa Ana aquel domingo.
Me
di cuenta de la presencia de Paul apenas llegué a la iglesia: era una cara no
familiar entre los asistentes a la Misa Solemne de cada semana. Luego de la
Misa, me acerqué, en el patio de la iglesia, para saludar a nuestro visitante.
Contrariamente
a lo que se cree, la mayor parte de los tradicionalistas no son ni más ni menos
acogedores que los católicos corrientes. Dicho lo cual, debo añadir que los que
asistimos normalmente a la Misa tradicional tenemos que ser embajadores de la
liturgia tradicional, querámoslo o no. Si somos el rostro del tradicionalismo
para nuestros amigos, nuestra familia y el resto de los miembros de la
parroquia, tenemos que tener caras sonrientes y amistosas.
Luego
de presentarme a Paul, supe que venía de Nantes, en Francia, y me contó que era
casado, que tenía poco más de treinta años, y que no era probable que su
trabajo lo trajera de nuevo a Charlotte en el futuro próximo. De hecho, tenía
programado volar de vuelta a Francia ese mismo día. Como era domingo, sin
embargo, había buscado una iglesia para asistir antes a Misa.
Paul
me explicó que, de vez en cuando, suele asistir a la Misa tradicional en
Francia, pero que allá se la celebra en muy pocas parroquias. Además, fue su
conocimiento previo de la liturgia tradicional, y su familiaridad con ella, lo
que lo impulsó a buscar esta Misa. Dicho brevemente, quiso que su experiencia
de la Misa trascendiera el contexto geográfico y cultural en que vivía. Aquel
domingo, el lenguaje, los movimientos y la música de la Misa tradicional eran
para él cosa familiar, en medio de lo desacostumbrado de una visita a un país
extranjero.
Es
que así es el genio de la liturgia tradicional: su constancia y su
universalidad. Trascendiendo límites y culturas, la Misa tradicional nos
recuerda, al cabo, que somos extranjeros. Nuestro hogar es el Cielo.
Para
muchos, es su intemporalidad y universalidad lo que constituye el atractivo de
la Misa tradicional. No es liturgia estadounidense, no es liturgia francesa.
Es, simplemente, liturgia católica. Esto fue lo que atrajo a Paul, un francés
de Nantes, a esa pequeña parroquia de Charlotte, Carolina del Norte.
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