Compartimos con nuestros lectores la siguiente declaración sobre la importancia y el estado actual de la música sacra, la que además contiene propuestas concretas para remediar el lamentable olvido, el descuido o incluso el desdén y el rechazo que a su respecto es posible apreciar en las décadas que han seguido al Concilio Vaticano II. La declaración fue suscrita por más de doscientos clérigos, músicos, académicos y amantes de la música sacra con ocasión del cincuentenario de la instrucción Musicam Sacram. La declaración fue promovida por Aurelio Porfiri, director de la Revista Altare Dei, y por el Prof. Peter Kwasniewski, de quien en esta bitácora hemos publicado numerosos artículos. Entre los firmantes se encuentran algunos compatriotas, como la destacada Premio Nacional de Música (2010) Carmen Luisa Letelier, además del capellán y el maestro de capilla de nuestra Asociación. Las distintas versiones en los seis idiomas en que ha sido emitida la declaración y la lista completa de los suscriptores puede revisarse aquí. Los enlaces a documentos pontificios han sido añadidos por la Redacción. Invitamos a nuestros lectores a colaborar en la tarea de lograr la mayor difusión posible del texto de la declaración.
John William Waterhouse, Santa Cecilia (1895): "En una clara ciudad amurallada junto al mar. Cerca de dorados tubos de órgano, dormía Santa Cecilia".
(Imagen: Wikimedia Commons)
CANTATE DOMINO CANTICUM NOVUM
Declaración
sobre la situación actual de la música sagrada
Los músicos,
pastores, profesores, académicos y amantes de la música sagrada que firmamos
más abajo presentamos humildemente a la comunidad católica de todo el mundo esta
declaración, en la que expresamos nuestro gran amor por el tesoro de música
sagrada de la Iglesia y nuestra profunda preocupación por su lamentable estado
actual.
Introducción
Cantate Domino
canticum novum, cantate Domino omnis terra (Salmo 96): este canto a la
gloria de Dios ha resonado en la Cristiandad a lo largo de toda su historia,
desde los primeros días hasta hoy. Tanto la Sagrada Escritura como la Sagrada
Tradición dan pruebas de un gran amor por la belleza y poder que tiene la
música en la adoración de Dios Omnipotente. El tesoro de la música sagrada ha
sido siempre objeto de veneración por los santos, los teólogos, los Papas y los
laicos de la Iglesia Católica.
Este amor por la música y el cultivo de ella queda
demostrado, en todas las épocas de la literatura cristiana, por los muchos
documentos que los Papas han dedicado a la música sagrada, comenzando con Docta Sanctorum Patrum de Juan XXII
(1324) y Annus Qui de Benedicto XIV
(1749), siguiendo con el Motu Proprio Tra le Sollicitudine de San Pío X (1903), con Musicae Sacrae Disciplina de Pío XII (1955), con el Quirógrafo sobre la Música Sagrada de
San Juan Pablo II (2003), etcétera. Esta gran cantidad de documentación nos
impele a considerar con la máxima seriedad la importancia y el papel de la
música en la liturgia. Esta importancia dice relación con la profunda conexión
entre la liturgia y su música, conexión que es doble: una buena liturgia
proporciona la ocasión para una música espléndida, pero una música litúrgica de
baja calidad la afecta enormemente. Y no puede olvidarse aquí la importancia
ecuménica de la música, puesto que, como sabemos, otras tradiciones cristianas
–como la anglicana, la luterana y la ortodoxa oriental- tienen en gran estima
la importancia y dignidad de la música sagrada, como lo demuestra el celo con
que protegen sus tesoros.
Hemos reflexionado sobre una importante fecha, el
quincuagésimo aniversario de la promulgación de la Instrucción sobre la Música
en la Liturgia, Musicam Sacram, el 5
de marzo de 1967, durante el pontificado del Beato Pablo VI. Releyendo hoy
dicho documento, no podemos menos que pensar en la via dolorosa de la música sagrada en las décadas que siguieron a Sacrosanctum Concilium. En realidad, lo
que ocurrió en algunos sectores de la Iglesia de aquel tiempo (1967) no estuvo
siempre de acuerdo ni con Sacrosanctum
Concilium ni con Musicam Sacram:
en efecto, se forzó una implementación, en ocasiones sin vigilancia por parte del
clero o de la jerarquía eclesiástica, de ciertas ideas que no estuvieron jamás
presentes en los documentos del Concilio. En algunos países, el tesoro de la
música sagrada, cuya preservación el Concilio había pedido, no sólo careció de
protección sino que incluso se lo impugnó. Lo cual fue derechamente contrario al
Concilio, que había establecido con toda claridad:
“La tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable, que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente porque el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la Liturgia solemne. En efecto, el canto sagrado ha sido ensalzado tanto por la Sagrada Escritura, como por los Santos Padres y los Romanos Pontífices, los cuales, en los últimos tiempos, empezando por San Pío X, han expuesto con mayor precisión la función ministerial de la música sacra en el servicio divino. La música sacra, por consiguiente, será tanto más santa cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica, ya sea expresando con mayor delicadeza la oración o fomentando la unanimidad, ya sea enriqueciendo la mayor solemnidad los ritos sagrados. Además, la Iglesia aprueba y admite en el culto divino todas las formas de arte auténtico que estén adornadas de las debidas cualidades” (SC 112).
La
situación actual
A la luz del pensamiento de la Iglesia, tan
frecuentemente expresado, no podemos sino preocuparnos por la situación actual
de la música sagrada, que es prácticamente desesperada, constituyendo los
abusos en el campo de la música sagrada casi más la norma que la excepción. Queremos
resumir aquí algunos de los elementos que contribuyen a la deplorable situación
actual de la música sagrada y de la liturgia.
1. Se ha perdido la
comprensión de la “forma musical de la liturgia”, es decir, del hecho de que la
música es una parte inherente de la esencia misma de la liturgia como culto
público, formal y solemne de Dios. No debemos solamente cantar en la Misa, sino que debemos cantar la Misa. Por lo tanto, como nos
lo recuerda Musicam Sacram, las
partes correspondientes al sacerdote debieran cantarse según los tonos
contenidos en el Misal, con la debida respuesta de los fieles; debiera
alentarse el canto del Ordinario de la Misa en gregoriano, o una música
inspirada en él; y también los Propios de la Misa debieran recibir el lugar de
honor que corresponde a su importancia histórica, a su función litúrgica y a su
profundidad teológica. Similares consideraciones se aplican al canto del Oficio
Divino. Rehusar cantar la liturgia; usar “música utilitaria” en vez de música sagrada;
rehusar educarse a sí mismos o a los demás en la tradición y deseos de la
Iglesia, y poner poco o ningún esfuerzo o medios en la preparación de un
programa de música sagrada, constituyen una clara muestra del vicio de “pereza
litúrgica”.
2. Esta pérdida de
comprensión litúrgica y teológica va de la mano con la adhesión al secularismo.
El secularismo de los estilos musicales populares ha contribuido a la desacralización
de la liturgia, mientras que el secularismo de tanto comercio orientado al
lucro ha impuesto con mayor rigor a las parroquias unas mediocres colecciones
de música. Se ha alentado en la liturgia un antropocentrismo que socava su
naturaleza misma. Actualmente, en vastos sectores de la Iglesia se da una
incorrecta relación con la cultura, la cual puede ser concebida como una “red
de conexiones”: en efecto, la situación real de nuestra música litúrgica (y de
la liturgia misma, ya que ambas están vinculadas), constituye una ruptura de
esta red de conexiones con nuestro pasado y hemos procurado conectarnos con un
futuro que, sin su pasado, carece de significado. Hoy la Iglesia no está usando
activamente sus riquezas culturales para evangelizar, sino que en gran parte
está siendo ella misma usada por la cultura secular predominante, que nació en
oposición al cristianismo, y que desestabiliza el sentido de adoración que está
en el corazón de la fe cristiana.
En su homilía para la fiesta de Corpus Christi de 4 de
junio de 2015, el papa Francisco ha hablado “del asombro de la Iglesia ante la
realidad [de la Sagrada Eucaristía]… Un asombro que alimenta la contemplación,
la adoración y la memoria”. ¿Dónde está este sentido de contemplación, de
adoración y de asombro ante el misterio de la Eucaristía en tantas de nuestras
iglesias a través del mundo? El se ha perdido porque estamos viviendo en una
especie de Alzheimer espiritual, una enfermedad que nos está despojando de
nuestra memoria espiritual, teológica, artística, musical y cultural. Se ha
dicho que necesitamos incorporar a la liturgia la cultura de cada pueblo. Lo
cual es verdad si se lo entiende correctamente, pero no si se lo entiende en el
sentido de que la liturgia (y la música) ha de convertirse en el lugar donde
tenemos que exaltar una cultura secular. Por el contrario, la liturgia es el
lugar donde la cultura, toda cultura, es elevada a otro nivel y purificada.
3. Hay grupos en la
Iglesia que presionan por una “renovación” que no refleja la enseñanza de la
Iglesia sino que está al servicio de sus propios propósitos, visiones de mundo
e intereses. Estos grupos cuentan con miembros colocados en posiciones claves
de poder desde los que ponen en ejecución sus planes, su idea de cultura, su
estilo de enfrentar los problemas contemporáneos. Hay poderosos lobbies, en
algunos países, que han contribuido a reemplazar, de facto, los repertorios
litúrgicos fieles a las directivas del Vaticano II con repertorios de mala
calidad. De este modo, acabamos teniendo repertorios de nueva música litúrgica
de estándares muy bajos, tanto en lo relativo al texto como a la música. Se llega
a comprender que esto sea así cuando reflexionamos que no hay nada de valor
perdurable que surja de una falta de conocimientos o de competencia,
especialmente cuando se descuida los sabios preceptos de la tradición de la
Iglesia:
“En este aspecto el canto gregoriano ha sido siempre
considerado como el supremo modelo de música sagrada, por lo que es plenamente
legítimo establecer la siguiente ley general: cuanto más se acerque a la forma
gregoriana una composición escrita para la Iglesia, tanto en su aire, en su
inspiración y en su sabor, tanto más sagrada y litúrgica será, y será tanto
menos digna del templo cuanto más diste de este supremo modelo” (S. Pío X, Motu
Proprio Tra le Sollecitudini).
Hoy este supremo modelo es descartado, cuando no
despreciado. Todo el Magisterio de la Iglesia nos ha recordado la importancia
de adherir a este importante modelo, no como un modo de limitar la creatividad,
sino como un fundamento sobre el cual puede florecer la inspiración. Si
deseamos que los hombres busquen a Jesús, necesitamos preparar la casa con lo
mejor que la Iglesia puede ofrecer. No invitamos a los hombres a nuestra casa,
la Iglesia, para ofrecerles un subproducto de la música o del arte, puesto que se
puede encontrar música de estilo pop mucho mejor fuera de la Iglesia. La
liturgia es un limen, un umbral que
nos permite dejar atrás nuestra existencia diaria y entrar en el culto de los
ángeles: Et ideo cum Angelis et
Archangelis, cum Thronis et Dominationibus, cumque omni militia caelestis
excercitus, hymnum gloriae tuae canimos, sine fine dicentes…
4. Este desprecio del canto gregoriano y del repertorio
tradicional es signo de un problema mucho mayor, el desprecio de la Tradición. Sacrosanctum Concilium nos enseña que el
legado musical y artístico de la Iglesia debiera ser respetado y venerado,
porque es la encarnación de siglos de culto y de oración, y una expresión de
las más altas cumbres de la creatividad y espiritualidad humanas. Hubo una
época en que la Iglesia no corría en pos de la última moda, sino que era ella quien
creaba la cultura y era su árbitro. La falta de compromiso con la tradición ha
colocado a la Iglesia y a su liturgia en un camino inseguro y lleno de meandros.
La separación que se ha intentado hacer de las enseñanzas de Vaticano II
respecto de las enseñanzas anteriores de la Iglesia es un camino sin salida: el
único camino hacia adelante es la hermenéutica de la continuidad propuesta por
el Papa Emérito Benedicto XVI. La condición para una restauración de la
liturgia y de su música a una situación de nobleza es la recuperación de la
unidad, integridad y armonía de la enseñanza católica. Como el papa Francisco
nos lo ha enseñado en su primera encíclica: “el conocimiento de sí, la misma
autoconciencia, es relacional y está vinculada a otros que nos han precedido” (Lumen Fidei 38).
5. Otra causa de la
decadencia de la música sagrada es el clericalismo y el abuso del estatus y
posición clerical. Muchos clérigos que han recibido una pobre educación en la
gran tradición de la música sagrada siguen tomando decisiones sobre personas y
políticas que contravienen el auténtico espíritu de la liturgia y la renovación
de la música litúrgica por la que se ha abogado tantas veces en nuestros tiempos.
Además, con gran frecuencia contradicen las enseñanzas del Vaticano II en
nombre de un supuesto “espíritu del Concilio”. Por otra parte, especialmente en
algunos países de vieja tradición cristiana, los miembros del clero tienen
acceso a posiciones que no están abiertas a los laicos, en circunstancias de
que hay músicos laicos perfectamente capacitados para dar a la Iglesia un
servicio profesional igual o mejor.
6. Advertimos asimismo el
problema de las remuneraciones inadecuadas (y a veces injustas) a los músicos
laicos. La importancia de la música sagrada en la liturgia católica exige en
todas partes que por lo menos algunos miembros de la Iglesia estén bien
educados, bien equipados y dedicados en estas materias a servir al Pueblo de
Dios. ¿No es acaso verdadero que debemos dar a Dios lo mejor de nosotros? Nadie
se asombra ni se altera al enterarse de que los médicos necesitan un salario
para vivir, ni nadie aceptará que se le administre un tratamiento médico por voluntarios
sin preparación; los sacerdotes tienen su salario, puesto que no pueden vivir
si no comen, y si no comen no podrán prepararse en las ciencias teológicas ni
celebrar dignamente la Misa. Si podemos pagar a los floristas y los cocineros
que colaboran en las parroquias, ¿por qué habría de parecer raro que quienes
realizan actividades musicales para la Iglesia tengan derecho a una justa
compensación? (cfr. canon 231 CIC).
Propuestas
positivas
Podría parecer que lo que aquí hemos dicho es pesimista,
pero tenemos la esperanza de que existe una forma de salir de este invierno. Presentamos
aquí las siguientes propuestas in spiritu
humilitatis, con el propósito de restaurar la dignidad de la liturgia y de
su música en la Iglesia.
1. En nuestra calidad de
músicos, pastores, académicos y católicos que amamos el canto gregoriano y la
polifonía sagrada, tan frecuentemente alabados y recomendados por el
Magisterio, solicitamos que sea reconfirmada esta herencia, así como las
composiciones sagradas modernas, en latín o en lengua vernácula, que se
inspiran en esta gran tradición, y pedimos que se den pasos concretos para su
promoción en todas partes, en todas las iglesias del orbe, de modo que los
católicos puedan cantar las alabanzas del Señor con una sola voz, un solo
espíritu y un solo corazón, unidos en una cultura que supera todas sus
diferencias. También pedimos que se vuelva a confirmar la importancia única del
órgano de tubos para la sagrada liturgia debido a su singular capacidad de
elevar los corazones hacia el Señor y por su perfecta adecuación para apoyar el
canto de los coros y de las asambleas.
2. Es necesario que la
educación del buen gusto musical y litúrgico comience con los niños. A menudo,
algunos educadores sin formación musical creen que los niños no pueden apreciar
la belleza del verdadero arte. Nada más lejos de la verdad. Si se usa una
pedagogía que los ayude a acercarse a la belleza de la liturgia, los niños se
formarán de un modo tal que verán robustecidas sus fuerzas, porque se les
ofrecerá un nutritivo pan espiritual y no un alimento industrial aparentemente
sabroso pero malsano (como ocurre en las “Misas para niños” que emplean música
de inspiración pop). Sabemos por
experiencia propia que cuando se hace oír a los niños tales repertorios,
comienzan a apreciarlos y a desarrollar una relación más profunda con la
Iglesia.
3. Para que los niños
aprecien la belleza de la música y del arte, para que comprendan la importancia
de la liturgia como fons et culmen de la vida de la Iglesia, debemos tener un
laicado robusto que siga al Magisterio. Debemos abrir espacios a un laicado
bien preparado en áreas vinculadas con el arte y la música. Hacen falta años de
estudio para desempeñarse como músicos o educadores litúrgicos competentes. Es
necesario reconocer este status “profesional”, y respetarlo y promoverlo de
modo práctico. En relación con esto, sinceramente esperamos que la Iglesia siga
trabajando contra ciertas obvias y sutiles formas de clericalismo, de modo que
el laicado pueda contribuir plenamente en áreas donde la ordenación no es
necesaria.
4. Debiera insistirse en que las catedrales y
basílicas posean mayores estándares en relación con el repertorio y las
competencias musicales. En cada diócesis el obispo debiera contratar al menos
un director musical profesional y/o un organista que se guíen por instrucciones
claras en lo relativo al fomento de la música litúrgica de excelencia en la
catedral o basílica, y que constituyan un claro ejemplo de cómo combinar obras
de la gran tradición con nuevas y apropiadas composiciones. Creemos que para
esto hay un sólido principio en Sacrosanctum
Concilium 23: “no se introduzcan innovaciones si no lo exige una utilidad verdadera y cierta de la Iglesia, y sólo después de haber tenido la precaución de que las nuevas formas se desarrollen, por decirlo así, orgánicamente a partir de las ya existentes” (SC 23).
5. Queremos sugerir que en
cada basílica y catedral se fomente la celebración de una Misa semanal en latín
(en cualquiera de las dos formas del Rito Romano), de manera de preservar el
vínculo que tenemos con nuestro pasado litúrgico, cultural, artístico y
teológico. El hecho de que hoy muchos jóvenes estén redescubriendo la belleza
del latín en la liturgia es, ciertamente, un signo de los tiempos, y nos urge a
olvidar las luchas del pasado y buscar un enfoque más “católico” que se
alimente de todos los siglos de culto
católico. Con la actual disponibilidad de libros, folletos y recursos online,
no habrá de ser difícil facilitar la participación activa de quienes deseen
asistir a una liturgia en latín. Además, debiera fomentarse que cada parroquia
celebre todos los domingos una Misa íntegramente cantada.
6. Para los obispos
debiera ser una prioridad la educación litúrgica y musical del clero. Este
tiene la responsabilidad de aprender y practicar las melodías litúrgicas,
puesto que, de acuerdo con Musicam Sacram
y otros documentos, debiera poder cantar las oraciones de la liturgia y no,
simplemente, recitar las palabras. Por eso, en los seminarios y universidades
debiera familiarizarse con la gran tradición de música sagrada de la Iglesia y
apreciarla, en armonía con el Magisterio y con el saludable principio de Mt.
13, 52: “Todo escriba instruido en el reino de los cielos es como un hombre,
amo de su casa, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas”.
7. Antiguamente los
editores católicos tuvieron un gran papel en la difusión de buenos ejemplos de
música sagrada, antigua y nueva. Hoy esos mismos editores, aun perteneciendo a
algunas diócesis o instituciones religiosas, difunden a menudo, por
consideraciones puramente comerciales, música inapropiada para la liturgia.
Muchos católicos fieles piensan que lo que los principales editores ofrecen
está de acuerdo con la doctrina de la Iglesia Católica en lo referente a
liturgia y música, en circunstancias de que ello frecuentemente no es así. Los
editores católicos debieran tener como objetivo principal la educación de los
fieles en la sana doctrina católica y en las buenas prácticas litúrgicas, y no
el ganar dinero.
8. También es fundamental
educar a los liturgistas. Así como los músicos necesitan comprender lo
fundamental de la historia y la teología de la liturgia, así también los
liturgistas deben ser educados en canto gregoriano, polifonía y en toda la
tradición musical de la Iglesia, para que puedan discernir lo bueno de lo malo.
Conclusión
En su encíclica Lumen Fidei el papa Francisco nos ha recordado cómo la fe vincula pasado,
presente y futuro:
“en cuanto respuesta a la palabra que la precede, la fe
de Abraham será siempre un acto de memoria. Sin embargo, esta memoria no se
queda en el pasado, sino que, siendo memoria de una promesa, es capaz de abrir al
futuro, de iluminar los pasos a lo largo del camino. De este modo, la fe, en
cuanto memoria del futuro, memoria futuri,
está estrechamente ligada con la esperanza” (LF
10).
Este recuerdo, esta memoria, este tesoro que es nuestra
tradición católica no es algo solamente del pasado, sino que es una fuerza
vital en el presente, y siempre será un legado de belleza para las generaciones
futuras. “Cantad al Señor, porque ha hecho proezas; ¡que sean conocidas en toda
la tierra! ¡Exulta y grita de júbilo, tú que habitas en Sión, que es grande en
medio de ti el Santo de Israel!” (Is.
12, 5).
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Actualización [31 de agosto de 2017]: Haciendo frente a distintos ritmos musicales y modas que han llegado de forma creciente a algunas iglesias, S.E.R. Héctor Aguer, Arzobispo de La Plata (Argentina), ha recordado en los últimos días que sólo la música sacra o sagrada es “propia de la celebración litúrgica y adecuada a ella”. A su juicio, la pérdida de la música sagrada de los templos ocurre porque “algunos sacerdotes piensan que ya no hay más distinción, discriminación entre sagrado y profano, entonces en la Iglesia puede entrar perfectamente el ritmo que se escucha en la plaza principal de La Plata o en cualquier sitio”. Véase en Aciprensa el artículo completo.
Esta muy buena la carta. Es una pena el estado musical/ cultural de la Iglesia actual, por lo menos en Chile, en Austria puede ser distinto , me imagino. Hay que seguir luchando pa que esto cambie. Saludos y felicitaciones.
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