La expresión “Misa gregoriana” no mienta la celebración
conforme a la forma extraordinaria del rito romano, ni una misa acompañada por canto gregoriano, sino una realidad diversa.
Con ese nombre se designa la serie de Misas que deben ser aplicadas por un
difunto durante todo un mes (treinta días) sin interrupción, con la sola
excepción del Viernes Santo.
San Gregorio Magno (miniatura del Registrum gregorii)
(Imagen: Wikimedia Commons)
Estas Misas tienen su origen en un acontecimiento que San
Gregorio Magno (540-604) refiere en sus Diálogos (IV, 55). Cuenta el gran Papa
y Doctor de la Iglesia que, siendo todavía abad de un monasterio, antes de ser
elevado al trono de Pedro (su elección se produjo en 590), había un monje llamado Justo, que ejercía
con su permiso la medicina. En una ocasión había aceptado sin su permiso una
moneda de tres escudos de oro, faltando gravemente así al voto de pobreza que
le imponía la Regla. Después se arrepintió y tanto le dolió este pecado que enfermó
y murió al poco tiempo, pero en paz con Dios. Sin embargo, San Gregorio, para
inculcar en sus religiosos un gran horror a este pecado, lo hizo sepultar fuera
de las tapias del cementerio, en un basural, donde también echó la moneda de
oro, haciendo repetir a los religiosos durante el entierro las palabras de San Pedro a Simón el mago: “Que
tu dinero perezca contigo” (Hch 8, 20). A los pocos días, San Gregorio pensó
que quizá había sido demasiado fuerte en su castigo y encargó al ecónomo
mandar decir treinta Misas seguidas, sin dejar de hacerlo ningún día, en sufragio por
el alma del difunto. El ecónomo obedeció y el mismo día que terminaron de
celebrar las treinta Misas, se apareció Justo a otro monje, Copioso, diciéndole
que subía al Cielo, libre de las penas del Purgatorio, por las treinta Misas
celebradas por él.
No han faltado autores que han buscado desacreditar esta
práctica. Así, por ejemplo, se ha dicho que mediante el relato precedente San
Gregorio probablemente sólo quiso enseñar la doctrina de los sufragios
aplicados a los difuntos, y que fue la ingenua mentalidad medieval la que cargó
el acento en la ininterrumpida sucesión de Misas. Pero la enseñanza permanente de la Iglesia ha
sido que “la celebración de la Misa en sufragio de las almas de los propios
difuntos es el modo cristiano de recordar y prolongar, en el Señor, la comunión
con cuantos han cruzado ya el umbral de la muerte” (Directorio de piedad
popular, núm. 255). Por eso, San Antonino de Florencia (1389-1489) sostuvo que,
si las treinta Misas se dicen seguidas, el efecto es que las almas del Purgatorio perciben antes sus frutos que si ellas se dicen de manera espaciada.
Porque no se debe olvidar que ya el Antiguo Testamento alaba la costumbre de
orar por los muertos para que sean absueltos de sus pecado (2 Mac 12, 38-46).
Ilustración de una Misa de Réquiem por A.W. Pugin
(Imagen: Modern Medievalism)
Como fuere, esta práctica piadosa se difundió con rapidez durante los siglos VIII y IX y pronto
los fieles comenzaron a solicitar la celebración de treinta Misas, en forma
consecutiva, con el fin de ayudar a sus difuntos a salir del Purgatorio. Esta
devoción provino del hecho de que la Iglesia siempre ha enseñado que orar por
los difuntos es una obra de misericordia y que, merced a la comunión de los
santos, los fieles podemos ayudar a quienes nos han precedido en el tránsito
hacia la otra vida mediante la oración, el sacrificio y, especialmente, por la
Santa Misa, que aplica el propio sacrificio de Cristo.
Por cierto, la Iglesia se ha preocupado por disciplinar las
condiciones requeridas para la celebración de las Misas gregorianas. La primera
de ellas es que las Misas se celebren en forma continua, sin interrupción (con
excepción del Viernes Santo) y que ellas se apliquen siempre por los mismos
difuntos. La segunda condición es que la secuencia de Misas no requiere que
todas ellas se celebraren por un mismo sacerdote, ni en un mismo altar, ni en menos
memoria de San Gregorio. La única condición es que la intención de cada una de
esas Misas sea pedir por el alma de un determinado difunto.
El Concilio Vaticano II trajo consigo importantes cambios en
la liturgia y las Misas gregorianas no fueron la excepción. Si bien muchos
fieles continuaron con la costumbre de orar por sus difuntos y las llamadas Ánimas
del Purgatorio durante treinta días, en algunas partes las iglesias comenzaron a
cerrar un día a la semana (generalmente, los lunes) para dar descanso al clero.
Ante la falta de continuidad de la celebración de la secuencia, que se veía
interrumpida cada semana, la tradición de las Misas gregorianas se fue perdiendo. Peor aún, en otros lugares despareció la importancia de ofrecer sufragios por los
difuntos a tal grado que sus familiares se conformaron con pedir por ellos en
pocas ocasiones (generalmente, en cuatro: el día de su sepultura, en el
novenario de la muerte, al cumplirse un mes y un año del fallecimiento).
Misa de Réquiem solemne ofrecida (2015) en una parroquia inglesa por el alma del Rey Ricardo III de Inglaterra
(Foto: Offerimus Tibi Domine)
Con todo, en la forma ordinaria no ha desaparecido
completamente la práctica de celebrar las Misas gregorianas. La Iglesia sólo ha
mitigado la obligación de la celebración ininterrumpida, según la declaración
Tricenario Gregoriano (24 de febrero de 1967). Si por un impedimento imprevisto
(como una enfermedad) o por otra causa razonable (como la celebración de una Misa
de funeral o de matrimonio), un sacerdote tuviere que interrumpir el treintanario,
“éste mantiene por disposición de la Iglesia los frutos de sufragios a él
atribuidos por la práctica de la Iglesia y la piedad de los fieles hasta el
momento presente, pero con la condición de completar lo antes posible la celebración
de las treinta Misas”.
Por cierto, dado que el sacerdote realiza una labor diaria, durante
treinta días, por un único difunto, se le suele dar una cantidad de dinero, que
recibe el nombre de estipendio. La familia colabora así con el servicio del
sacerdote y, eventualmente, la comunidad religiosa a la que pertenece, dando una
cantidad que suele estar fijada para evitar malentendidos. Si el sacerdote
no emplea ese dinero en su propio sustento, lo destina a obras de caridad.
La piedad tradicional recomienda asimismo otras prácticas
relacionadas con los difuntos (Directorio de piedad popular, núm. 260). Por ejemplo,
los sufragios frecuentes mediante limosnas y otras obras de misericordia,
ayunos, aplicación de indulgencias y sobre todo oraciones, como la recitación
del salmo De profundis, de la breve fórmula Requiem aeternam, que suele
acompañar con frecuencia al Ángelus, el santo Rosario, la bendición de la mesa
familiar.
Buenas tardes.
ResponderBorrarEn Santiago de Chile, dónde se pueden encargar las misas gregorianas?
gracias.
Puede escribirnos un correo electrónico a la cuenta dirección de la Asociación (magnificatunavocechile@gmail.com), de manera de ponerlo en contacto con el capellán para encargarla dichas Misas. También se pueden encargar en algunas comunidades tradicionales a través de Internet. Aquí un ejemplo (https://www.chemere.org/offrande-de-messes).
BorrarBuenas tardes.
ResponderBorrarEn Santiago de Chile, dónde se pueden encargar las misas gregorianas?
gracias.
Dónde se pueden en Santiago de Chile, encargar misas gregorianas ?
ResponderBorrarBuenas tardes en atlanta georgia tambien en esa pagina que mandaron ahi se puede tambien mandar a pedir las misas gregorianad
ResponderBorrarEntendemos que es posible pedir desde cualquier parte del mundo. Lo mejor es quizá ponerse en contacto con la Fraternidad de San Vicente Ferrer.
BorrarHola, ¿sería tan amable de darnos permiso a leer esta noticia para el canal ora et labora ahora, de youtube? Sin duda citaríamos la fuente. Sea lo que fuere, Dios los bendiga
ResponderBorrarMuchas gracias por escribirnos. No hay inconveniente en usar el material que publicamos si les es de utilidad.
BorrarMuchísimas gracias! Qué amabilidad! Dios bendiga y premie su santo celo!
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