jueves, 27 de febrero de 2020

Algunas reflexiones sobre el obtáculo que detiene la iniquidad

Les presentamos hoy un artículo del Dr. Rubén Peretó Díaz, profesor de filosofía medieval en la Universidad Nacional de Cuyo e investigador del CONICET, que versa sobre el obstáculo que detiene el misterio de iniquidad mencionado en una de las epístolas paulinas. Aunque el texto fue escrito en 2006 y a la luz de un reportaje sobre la degradación que tendrían durante la primera mitad del siglo XXI ciertos temas morales (respecto a la vida, monogamia, clonación, soberanía, etcétera), las reflexiones que contiene no han perdido su actualidad y, peor aún, se han visto confirmadas. Estos casi quince años han demostrado que la cultura occidental está llegando a su fin y el reinado del Anticristo se anuncia en el horizonte. 

El autor es conocido de nuestros lectores por haber sido uno de los conferenciantes del III Congreso Summorum Ponticium celebrado en Santiago de Chile, el cual organizado en 2017 con ocasión del décimo aniversario del motu proprio de ese nombre que liberalizó la liturgia de siempre. El artículo original está disponible aquí

 Luca Signorelli, El sermón y las obras del Anticristo (fresco, Catedral de Orvieto, 1501)
(Imagen: Wikipedia Commons)

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El Kajeton, el obstaculizante

Rubén Peretó Rivas

La preocupación del hombre de todas las épocas por conocer el futuro está atestiguada no sólo en las páginas de la historia, sino también en los numerosos textos y tradiciones proféticas surgidos de las culturas más antiguas y en todos los rincones de la tierra. La revelación cristiana misma dedica un libro entero, el Apokalipsis, a narrar los sucesos postreros, y podemos encontrar importantes referencias a los mismos en muchos de los otros escritos bíblicos. Tengamos presente, además, que tales observaciones provienen de la boca, en muchos casos, del mismos Verbo Encarnado y de prominentes autores inspirados , tales como los apóstoles Juan y Pablo, evangelistas y profetas del Antiguo Testamento. 

Dentro de estos textos de carácter profético se encuentra la segunda carta de San Pablo a los tesalonicenses. Esta epístola fue escrita por el Apóstol poco después del año 52, en Corinto, a una comunidad cristiana que él mismo había fundado en su segundo viaje, pero en la que no había podido permanecer mucho tiempo debido al rechazo de los judíos. El objetivo de la misma es, en realidad, aclarar algunos aspectos que había desarrollado en su primera carta, previniéndolos sobre ciertas personas que querían engañarlos sobre su contenido. En el capítulo 2, escribe: “Por lo que respecta a la Venida de Nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis alterar tan fácilmente en vuestro ánimo, ni os alarméis por alguna manifestación del Espíritu, por algunas palabras o por alguna carta presentada como nuestra, que os haga suponer que está inminente el Día del Señor. Que nadie os engañe de ninguna manera. Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición, el Adversario que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios. ¿No os acordáis que ya os dije esto cuando estuve entre vosotros? Vosotros sabéis qué es lo que ahora le retiene, para que se manifieste en su momento oportuno. Porque el misterio de iniquidad ya está actuando. Tan sólo con que sea quitado de en medio el que ahora le retiene, entonces se manifestará el Impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca, y aniquilará con la Manifestación de su Venida”.

¿Quién o qué es el que detiene o katejon? Han sido, y son aún, numerosas las interpretaciones al respecto. Nuestro trabajo consistirá en repasar las mismas y aportar datos recientes que permitirían la confirmación de una de ellas, que nos parece más adecuada. 

 Luca Signorelli, El Sermón y las obras del Anticristo (detalle)

1. El texto. 

Comenzaremos con un análisis más o menos detallado del texto paulino. En versión griega de ambos versículos el término katejon se utiliza dos veces en modos distintos: to katejon, en el versículo 6, y o katejoon en el versículo 7. En ambos casos se usa el participio presente, con pronombre neutro en el primer caso y con pronombre personal en el segundo, lo cual podría traducirse como “el obstáculo” y “el obstaculizante” respectivamente. 

La traducción del pasaje ha ofrecido siempre dificultades que provienen, sobre todo, del misterio que envuelve al mismo. Veamos de qué modo ha sido traducido en algunas lenguas. 

La versión latina de la Vulgata traduce: “Et nunc quid detineat scitis ut reveletur in suo tempore. Nam mysterium iam operatur iniquitatis tantum ut qui tenet nunc donec de medio”. En este caso se utiliza para el versículo 6 la forma verbal “detineat” compuesta por “de” y “teneo”, lo que podría ser traducido como mantener alejado, retener, impedir. En el versículo 7 leemos “qui tenet”, es decir, “quien detiene” o “quien retiene” o “quien sujeta”. 

La traducción inglesa de King James escribe: “And now ye know what withholdeth that he might be revealed in his time. For the mystery of iniquity doth already work: only he who now letteth will let, until he be taken out of the way”. En este caso aparece en primer lugar la palabra “withholdeth” que puede ser traducida como “retener”. Y luego, la expresión “he who letteth”. Este último término, “letteth”, proviene del inglés antiguo y la expresión podría traducirse como “quien detiene”, “quien obstruye” o “quien retiene”. 

La versión alemana de Konstantin Rösch dice: “Ihr wisst, was sein Hervortreten zu seiner Zeit noch aufhält. Schon ist das Geheimnis der Gesetzlosigkeit wirksam. Nur musserst der zurücktreten, der es aufhält”. La expresión que nos interesa es aquí, en ambos casos, “aufhalten” que puede ser traducida como parar, detener, pero también como “retardar”, lo cual aporta un matiz interesante al análisis. 

El texto francés utiliza también la expresión “retener”: “Vous savez aussi ce qui maintenant le retient, afin qu´il ne paraisse qu´en son temps. Car le mystère d´iniquité agit déjà; mais seulement jusqu´á ce que celui qui le retient encore paraisse au grand jour”. 

La versión italiana traduce: “E ora sapete ciò che impedisce la sua manifestazione, che avverrà nella sua ora. Il mistero dell'iniquità è già in atto, ma è necessario che sia tolto di mezzo chi finora lo trattiene”. En este caso hay una pequeña variación ya que en el versículo 6 se dice “aquello que impide”, y en el 7: “el que hasta ahora lo retiene” o “el que hasta ahora lo detiene”. 

Finalmente, veamos algunas versiones españolas. 

Más arriba citamos la correspondiente a la Biblia de Jerusalén quien utiliza en las dos oportunidades la expresión “detener”. La traducción de Nácar/Colunga dice: “Y ahora sabéis qué es lo que le contiene hasta que llegue el tiempo de manifestarse. Porque el misterio de iniquidad está ya en acción; sólo falta que el que le retiene sea apartado”. Es llamativo el concepto utilizado en el versículo 6: “contener”. En el siguiente, en cambio, utiliza la expresión habitual: “el que le retiene”. 

La difícil traducción de Torres Amat, que recoge Straubinger, dice: “Ya sabéis vosotros lo que ahora le detiene, hasta que sea manifestado en su tiempo. El hecho es que ya va obrando el misterio de iniquidad. Entre tanto, el que le detiene ahora, deténgalo hasta que sea quitado de en medio”. Aquí, en ambos casos, se utiliza el verbo “detener”. 

Por último, la original versión de Castellani expresa: “Y ahora conocéis el obstáculo de que él sea revelado en su propio tiempo –pues ya actúa el Misterio de Iniquidad solamente ahora el obstaculizante que detenga hasta ser quitado de en medio-...”[1]. 

En síntesis, las posibilidades que, en las distintas lenguas, poseemos para traducir el concepto griego de katejon son: detener, retener, sujetar, impedir, retardar, obstaculizar y contener. Todas ellas poseen un significado similar variando solamente en los matices, en los que no nos detendremos. Sin embargo, la idea que San Pablo ha querido transmitir al utilizar el término katejon queda suficientemente clara. 

Antes de pasar al siguiente punto, es importante destacar una expresión que aparece en el original griego y que resulta imposible de traducir con la riqueza que encierra el original. Nos referimos a kairós, es decir, “tiempo oportuno” o “tiempo de la salvación” y se distingue, de ese modo, de kronos, que es pura sucesión. La tradición bíblica posee un rico desarrollo de esta noción de tiempo. Haré aquí una breve referencia al mismo según el pensamiento paulino a fin de comprender más adecuadamente la intención del Apóstol al referirse al momento en el cual el obstáculo será quitado. 

El kairós se asocia, en primer lugar, al advenimiento de Cristo, el cual se dio en la plenitud de los tiempos, o en el tiempo oportuno. Por ejemplo, escribe Pablo a los corintios citando a Isaías: “En el tiempo oportuno (kairós) te escuché y en el día de la salvación te ayudé”. Este es el tiempo oportuno, este es el día de la salvación”[2]. El kairós suscita un tiempo nuevo, una situación que no se había producido hasta ahora, pues, al estar incardinado en la persona y obra de Cristo, los dones escatológicos y eternos se encuentran ya presentes entre nosotros. 

Al haber irrumpido Dios en la historia, lo eterno está presente en ella configurando una nueva época. El kairós es al mismo tiempo historia y eternidad, un tiempo con plenitud de sentido, pero a la vez fugaz y contingente, al que hay que estar atento cada vez que aparece. En el kairós neotestamentario desaparece la tensión griega entre idea e historia. Se trata de un tiempo de plenitud, con densidad eterna, mientras que la historia que los sucesivos kairoi van delineando, es historia de la salvación. Por lo tanto, la salvación es temporal e histórica. 

Este tiempo presente es el kairós, es el “tiempo oportuno” que, a la vez que constituye un anticipo de las promesas, aguarda a la vez la consumación, en una tensión dialéctica entre el “ya” y el “todavía no”. De este modo, el kairós no es kronos, puesto que pierde el sentido trágico de caducidad inexorable y se convierte en un tiempo de construcción y esperanza. Lo que convierte al tiempo en kairós, lo que lo hace oportuno, es la irrupción de Dios en él[3]. 

¿Podría entenderse, entonces, que el Obstáculo será quitado en el “momento oportuno”? ¿Cuándo será ese "tiempo oportuno"? Y, aún más, ¿por qué será oportuno? Estas preguntas son de difícil o imposible respuesta, pero es igualmente valioso hacerlas. Este trabajo intenta responder parcialmente a ellas.

 Sandro Boticelli, San Agustín en su celda (circa 1490, Galería Uffizi)

2. Las interpretaciones.

El katejon ha merecido el comentario de numerosos Padres y exégetas a lo largo de toda la historia cristiana. Los protestantes, en general, opinan que es el amor. El P. Bojorje afirma que es el amor a la verdad [4], otros que es San Miguel Arcángel[5] o el Espíritu Santo[6] y no falta la variación latinoamericanista que dice que es la práctica de la verdad y la justicia contra el imperialismo capitalista [7]. 

Sin embargo, la mayoría de los Padres y doctores se inclinan mayoritariamente por considerar que el Obstaculizante es el Imperio Romano. Tal parecería ser la opinión de San Agustín, aunque reconoce su perplejidad frente al tema. Escribe: “Yo confieso que de ningún modo entiendo lo que quiso decir. Sin embargo, no dejaré de insertar aquí las sospechas humanas que sobre esto he oído o leído. Algunos piensan que dijo esto del Imperio Romano y el apóstol San Pablo no lo quiso decir claramente, porque no le calumniasen e hiciesen cargo de que deseaba mal al Imperio Romano, el cual entendían que había de ser eterno”[8]. Y añade más adelante: “[...] se entiende que lo dice del mismo Imperio Romano, como si dijera: sólo resta que el que ahora reina, reine hasta que le quiten de en medio, esto es, hasta que le destruyan y acaben, y entonces se descubrirá aquel inicuo, por el cual ninguno duda que entiende el Anticristo”[9]. Entonces, pareciera que es esta la opinión por la que se inclina San Agustín: lo que impide la manifestación del Anticristo es el Imperio Romano y, cuando se refiere a quién lo impide, es el emperador, lo cual nos lleva a ver con claridad de qué modo esta unidad política era apreciada por los Padres: no sólo están viendo en ella al instrumento por el cual Dios impide la venida del mal, sino que hasta el mismo San Pablo buscaría evitar cualquier confusión con respecto a su posición favorable al Imperio. 

También Tomás de Aquino, al comentar este pasaje de la carta a los tesalonicenses, es favorable a la interpretación de San Agustín[10]. Esta exégesis mayoritaria y tradicional posee, sin embargo, una objeción: el Imperio Romano hace mucho que pasó y el Anticristo aún no se ha manifestado. Como bien lo explica Castellani, muchos de los cristianos de los primeros siglos consideraron próxima la venida del Inicuo cuando el Imperio comenzó a desmembrarse y a caer progresivamente. El mismo San Jerónimo se expresa en este sentido en una de sus cartas luego de enterarse del segundo saqueo de Roma por parte de los vándalos a comienzos del siglo V[11]. 

Pero podemos preguntarnos ¿pasó realmente el Imperio? O, al menos, ¿hasta cuándo se extendió? ¿Fueron realmente las invasiones bárbaras su fin? El cardenal Newman es muy claro al respecto cuando escribe en uno de sus sermones sobre los últimos tiempos: “En respuesta a esta objeción concederé que 'aquel lo retiene' o 'detiene', significa el poder de Roma, pues todos los antiguos escritores así lo han entendido [... ]. Desde el punto de vista profético, el Imperio Romano permanece aún hasta nuestros días. [...] Los reinos en los cuales el Imperio Romano iba a ser dividido son la continuación y terminación de ese mismo Imperio, el cual permanece, y en cierto sentido vive desde el punto de vista profético, cualquiera sea el modo en que resolvamos la cuestión histórica. En consecuencia, todavía no hemos visto el fin del Imperio Romano”[12]. 

Podemos interpretar fácilmente, sin forzar en absoluto los hechos que, como unidad política el Imperio subsistió hasta los inicios del siglo XX. Renovado por Carlomagno, el título de Emperador Romano es heredado por Lotario, su nieto, luego del tratado de Verdún en 843. Si bien el dominio efectivo del sacro emperador variará con el correr de los siglos, siempre conservará su primacía entre los soberanos occidentales. Como estructura político-territorial el imperio desaparece en 1806 cuando el emperador Francisco II es derrotado por Napoleón y deja de denominarse “Emperador Germánico”. Sin embargo, el título permanecerá en el Imperio austrohúngaro, siendo el mismo Francisco su primer emperador. El último será Carlos de Habsgurgo quien deberá entregar la corona cuando los aliados vencedores de la Primera Guerra Mundial decreten el fin del Imperio a instancias de la masonería y a pesar de la voluntad contraria de todos sus súbditos, como ha quedado definitivamente demostrado en la excelente obra de François Fejtó[13]. Carlos fue beatificado por Juan Pablo II en 2004. 

Pero dejando de lado el dato estrictamente histórico, el katejon no debe entenderse como el imperio en su sentido material. Tal como lo indican un gran número de intérpretes la referencia es al Orden Romano que se tradujo en la civilización occidental y que, en muchos sentidos podría ser identificado con el orden natural en tanto se funda en el respeto a las leyes básicas de éste tales como la religión, la familia, la autoridad, la propiedad, etcétera. 

El katejon sería la estructura interna que existió durante siglos en el Occidente cristiano, a pasar de todos los vaivenes históricos que lo azotaron. Sería la malla de contención que impediría la disolución de la sociedad en individualidades libradas a sus propios deseos. Sería el esqueleto que impide que la carne de un cuerpo se transforme en masa amorfa. Y la desaparición de esta estructura social básica es lo que precipitaría los acontecimientos escatológicos. 

 Ilustración de 1510 que representa el águila bicéfala del Sacro Imperio Romano Germánico

3. La actualidad.

A fin de evitar que este trabajo pueda ser estimado con pretensiones proféticas, considero oportuno recordar aquí un pasaje evangélico: “Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación”. Y les añadió una parábola: Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya echan brotes, al verlos, sabéis que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca”[14]. La idea es entonces mirar la higuera y ver si los brotes están ya naciendo. 

No se trata de hacer un repaso de una gran cantidad de pequeños o grandes signos que estamos acostumbrándonos ya a ver casi a diario y que, hace diez años atrás, nos hubieses parecido francamente apocalípticos. Para eso no hace falta una comunicación académica: basta con abrir el diario, alguna revista o encender el televisor. 

Mi intención es comentar un dossier aparecido en el número de diciembre de 2005 de la influyente revista Foreign Policy en cuya redacción intervinieron importantes personalidades del ámbito científico e intelectual de varias naciones[15]. La iniciativa fue reunir a distintos pensadores y especialistas, quienes especularon sobre las ideas, valores e instituciones que la humanidad considera eternos, y que nosotros podríamos identificar con el orden romano, y que en los próximos treinta años estarían condenados a desaparecer. Mencionaré, y me referiré, sólo aquellos que resultan significativos para nuestro trabajo: la sacralidad de la vida, la monogamia, la procreación natural, la soberanía y la jerarquía religiosa.

3.1. La sacralidad de la vida.  

El autor de este aspecto del dossier presagia que en 2035 “sólo un puñado de fundamentalistas religiosos seguirá defendiendo que toda vida humana es sacrosanta desde la concepción hasta la muerte”[16]. Basa su argumentación en el estado actual de la cuestión: por una parte, cada vez son más los países que destinan fondos públicos a investigaciones genéticas que tienen que ver directamente con la manipulación de la vida humana en sus comienzos, y a la presión que están recibiendo en este sentido aquellas naciones que pudiéndolo hacer no lo hacen, como el caso de Estados Unidos. 

Por otro lado, en 2035, ya será abundante y sólida la experiencia adquirida en los procesos eutanásicos aplicados en Holanda y Bélgica, lo cual apaciguará los temores en que los mismo ssean el primer paso hacia un nuevo holocausto. Con una población altamente envejecida producto de las bajas tasas de natalidad y mayores expectativas de vida, se pensará de un modo cada vez más “natural” acerca de la manera sobre cómo acabar con la propia vida, lo cual implicará fuertes presiones a los gobiernos para que acepten y legislen este tipo de prácticas. 

Al plantear el tema de la manipulación genética a fin de clonar nuevos seres humanos, lo cual es rechazado por los “fundamentalistas” en razón del misterio y de la sacralidad de la vida, el autor se basa en que en 2005 los investigadores surcoreanos demostraron que las células madres humanas pueden clonarse sustituyendo el núcleo de un óvulo fecundado por el núcleo de una célula corriente. Sin embargo, nuestro autor no tuvo en cuenta que, al parecer, algunos orientales no suelen ser muy serios en sus afirmaciones científicas o, en todo caso, sus estándares de sinceridad son diversos a los utilizados por la comunidad científica occidental. En efecto, a comienzos de enero de 2006, la Comisión de investigación de la Universidad de Seúl confirmó que el científico surcoreano Hwang Woo-suk falsificó sus experimentos sobre células madre publicados en 2005 y sobre clonación de embriones humanos de un año antes[17]. Reconocemos sin embargo, que este hecho no invalida lo afirmado; en todo caso podemos suponer un retraso en la profética fecha propuesta. 

3.2. La monogamia. 

El autor de este punto es el conocido y multifacético intelectual francés Jacques Attali, para quien la monogamia “no es más que un útil convencionalismo social”[18]. Son sólo las estructuras sociales las que han impedido que el hombre se enamore de varias personas al mismo tiempo, y esto ocurre por motivos estrictamente económicos: en la poligamia resulta muy difícil mantener una transmisión ordenada de la propiedad. Pero esta situación está cambiando debido a varios factores. En primer lugar, lo que el autor llama “mayores exigencias de transparencia de la sociedad contemporánea”, y que nosotros denominaríamos más bien el “descaro y desenfado de la sociedad contemporánea”, provocará que aparezcan libremente las múltiples parejas que antes se mantenían ocultas. 

Por otro lado, contribuirá también a la desaparición de la monogamia las libertades individuales llevadas al paroxismo (¿en nombre de qué o de quién se me prohíbe tener más de una pareja?) y el aumento de la esperanza de vida que convertirá en prácticamente imposible la fidelidad o el enamoramiento matrimonial durante tantas décadas. Un cuarto factor es el hecho de que los métodos anticonceptivos han debilitado los vínculos entre sexualidad, amor y reproducción, puesto que ya es posible el gozo casi absoluto del sexo sin los compromisos que implicaba el amor o los peligros que acarreaba la manía femenina de concebir. 

En conclusión, la sociedad, dentro de algunos años, no sólo aceptará, tal como lo hace hoy, las relaciones amorosas sucesivas, sino también el amor simultáneo. “Por fin reconoceremos que es humano querer a distintas personas al mismo tiempo”, concluye el autor[19]. 

Notemos que la desaparición de la monogamia tal como la propone Attali implica, sin más, la desaparición de la familia. No es necesario insistir aquí acerca de la centralidad de la familia, que es una de las instituciones fundamentales e insustituibles del orden romano. Pero tengamos en cuenta que tal destrucción no provendrá solamente a partir de ciertos cambios en la cultura y en las estructuras sociales, sino que, en ciertos aspectos, será coercitiva. Veamos si no lo dictaminado a inicios de 2006 por el Parlamento Europeo, quien aprobó una resolución que promueve decididamente la agenda homosexual, lésbica, bisexual y transexual y contempla posibles sanciones contra los Estados miembros que se opongan a ella. El texto considera como un derecho el “matrimonio” homosexual, la adopción de menores por parte de éstos, las manifestaciones como las del “Orgullo Gay” y promueve la educación de niños y jóvenes en la ideología y cultura “gay”. Así, juzga como uno de los “sucesos preocupantes” en Europa la “prohibición de manifestaciones por la igualdad o por el orgullo gay”, como es el caso de la legislación lituana y polaca. Ante ello, el Parlamento instó a los Estados miembros a “asegurar que se respeta efectivamente la libertad de manifestación”. El Parlamento hizo este mismo juicio respecto a “la introducción de modificaciones constitucionales para impedir o las uniones entre personas del mismo sexo”, como es el caso de Letonia y criticó que en algunos Estados miembros “las parejas del mismo sexo no gozan de todos los derechos y protección de que disfrutan los matrimonios heterosexuales”. Así, para “erradicar la homofobia y promover una cultura de libertad, tolerancia e igualdad” entre los ciudadanos y en la legislación de los Estados miembros, el Parlamento les instó a que “garanticen la protección de la comunidad LGBT” –lesbiana, gay, bisexual y transexual– frente a lo que considera “lenguaje de odio y violencia homofóbica”. Al respecto pidió a los Estados que “aseguren que las parejas del mismo sexo disfruten del mismo respeto, dignidad y protección que el resto de la sociedad”. Más adelante, el texto insta “a intensificar la lucha contra la homofobia mediante métodos educativos – tales como las campañas contra la homofobia en los centros escolares, en las universidades y en los medios de comunicación–, así como utilizando medios administrativos, judiciales y legislativos”. Finalmente, la Eurocámara pide a la Comisión Europea que inicie “procedimientos de infracción contra aquellos Estados miembros” que no se alineen con estas resoluciones. Numerosos europarlamentarios pidieron que las sanciones se extienda a aquellos países que se niegan a llamar “matrimonio” a la uniones homosexuales y que las mismas consistan, incluso, en la expulsión de la Unión Europea, propuesta realizada por el laborista británico Michael Cashman. 

3.3 La procreación natural. 

El motivo que llevaría a las sociedades a buscar otras formas de reproducción sería, nuevamente, estrictamente económico y de superviviencia social. Como bien nota el autor de este artículo, los países más desarrollados, fundamentalmente europeos, han fracasado en sus políticas tendientes a invertir las tasas negativas de crecimiento que registran. La opción que enfrentan para mantener el dinamismo económico de sus naciones es la inmigración, lo cual acarrea otro tipo de conflictos. La solución, entonces, pareciera que pasa por la ciencia y la tecnología. 

En un primer momento daría la impresión de que este planteamiento implica recurrir a la florida imaginación de los autores de libros de ciencia ficción. Sin embargo, hay avances científicos que suponen cercanos la utilización de artefactos que desnaturalizan completamente el procesos reproductivo humano y liberan a sus actores, en especial a las mujeres, de todas las molestias que implica el embarazo, permitiendo, además, la total manipulación del proceso por parte de los gobiernos a fin de producir humanos de acuerdo a las necesidades. 

Es especialmente significativo en este sentido la aparición del llamado “útero artificial”. Se trata de aparatos mecánicos que imitan las funciones del cuerpo materno para gestar bebés sin embarazo. En este proceso ectogenético se implantan en la máquina células que forman la mucosa de la matriz femenina y embriones humanos. Hasta el momento los embriones, adheridos a la pared del útero como si fuera el vientre materno, se han desarrollado normalmente hasta la sexta semana de gestación, momento en el cual los científicos han interrumpido el proceso[20]. 

Si bien jamás se le hubiese ocurrido a un cultor del derecho romano proponer como uno de los pilares de la civilización la naturalidad de la procreación y, por tanto, no podría ser considerado literalmente parte integrante del orden romano, sin embargo, creemos que este hecho se encuentra en la base misma de ese orden. Justamente, si el mérito de Roma fue establecer su entramado social sobre la base de las exigencias propias de la naturaleza humana, podríamos afirmar que lo más íntimamente natural del hombre es su concepción en la que no podemos encontrar ninguna fuerza social o cultural interviniente. En este aspecto no hay posibilidad de desnaturalizar la concepción humana a partir del recurso a los constructos culturales, como se hace habitualmente para otros casos, sino solamente es posible hacerlo apelando a la destrucción sin más del proceso natural. 

 La Visitación, Antipendio de Estrasburgo (detalle, circa 1410)

3.4 La soberanía.

El autor de este artículo postula que los estados nacionales no desaparecerán, pero que deberán compartir su soberanía con otros actores o soberanos, tales como las empresas, las organizaciones no gubernamentales, los grupos terroristas, los carteles de la droga, instituciones regionales y mundiales, bancos y fondos de pensiones privados. Todos estos elementos se convertirán en una fuerza de presión y de decisión imposibles de controlar y que, de hecho, se transformarán en una parte importante del poder. 

Ciertamente, la idea de pérdida de la soberanía es proporcional al aumento de la globalización o construcción de esa aldea global que ha borrado o minimizado las fronteras. No es un proceso nuevo, aunque se ha visto acelerado en los últimos años. Surge como fruto maduro de la modernidad y de la exaltación de la razón que la misma legó a la cultura occidental. A partir de la Revolución Francesa y de las guerras napoleónicas, es la razón la que decidirá las fronteras europeas con un total desprecio por la organización natural de sus pueblos. Por ejemplo, Napoleón disuelve el Sacro Imperio Romano Germánico y construye en su lugar la Confederación del Rin, o inventa la República Cisalpina. Y luego de su derrota, el Congreso de Viena y los congresos sucesivos continúan racionalizando las fronteras europeas según la inventiva de Metternich. Más cerca en el tiempo podríamos mencionar la Yugoslavia de Tito o las ex-colonias africanas convertidas en republiquetas de pacotilla. Más allá de la historia, de la cultura, de la religión o de la lengua, lo que va a primar en el trazado de los nuevos límites serán los intereses políticos o económicos. 

Tal como lo reconoce el autor en su artículo, no existirá la anarquía, sino que, en definitiva, el gobierno real estará en manos de una sinarquía capaz de controlar las decisiones planetarias. Ya en la actualidad vemos como los gobiernos aceptan las decisiones de la Organización Mundial del Comercio o de la Comunidad Económica Europea, porque, en conjunto, les beneficia un orden comercial internacional que esté regulado, aunque una norma concreta afecte el derecho de proteger las industrias nacionales. De este modo, los gobiernos resignan voluntariamente una parte importante de su soberanía. Ya nos lo afirmaba Calderón Bouchet en sus magistrales lecciones y en sus escritos al explicar el traspaso del poder de las monarquías tradicionales a las oligarquías financieras en los albores de la modernidad. 

Un hecho que por cierto coadyuva a este proceso es la desaparición, en la mayoría de los países, de las fuerzas armadas tradicionales, convertidas ahora en agrupaciones de mercenarios que optan a las mismas por estar descalificados para otro tipo de empleos. No sería, sin embargo, esto lo más grave. En la Edad Media los ejércitos estaban formados fundamentalmente por mercenarios. La leva militar es un invento más reciente. El problema radica en la desaparición de la institución militar que sí era parte fundante del orden romano. Se trataba de un elemento constitutivo de la organización social. Incluso el orden religioso cristiano se hacía cargo de esta situación cuando, por ejemplo, la liturgia bizantina de San Juan Crisóstomo incluía peticiones por los ejércitos nacionales en todas las celebraciones. Ser miembro de los cuadros superiores del ejército era un alto signo de distinción. En varios países europeos para ingresar a las academias militares era necesario presentar certificados de nobleza. En nuestro país, el Colegio Militar se abría a los segundones de las familias patricias, como bien lo detalla Jauretche, o bien “ennoblecía” a los aspirantes provenientes de otros estratos sociales[21]. Pero no se trataba solamente de pertenencias a determinados grupos, sino que el ejército era depositario de muchos valores tradicionales que hoy han sido arrasados por el desprestigio de la clase militar y la mercenarización de las mismas. 

3.5 La Iglesia. 

El dossier asegura que en pocos años desparecerá la jerarquía de la Iglesia, ya que la presión de los procesos democráticos terminará por socavar la anacrónica monarquía absoluta propia de la Iglesia católica. 

Considero que la crisis que golpea a la Iglesia es mucho más grave que el cuestionamiento de sus principios jerárquicos. Sabemos que, por promesa divina, la Iglesia se mantendrá hasta la Parusía. Lo que no sabemos, y no está prometido, es cómo permanecerá o en qué estado perseverarán sus miembros. En realidad, tenemos palabras proféticas que nos habla de sólo un “pequeño rebaño” o interrogantes acerca de si el Señor, en su segunda venida, encontrará fe sobre la tierra. 

Considero que es necesario analizar con madurez la crítica situación que atraviesa la Iglesia en la actualidad, evitando los extremismos integristas, pero también las “episcopolatrías” o “papolatrías” ingenuas. Simplemente llamaré la atención sobre un aspecto, a mi entender el más importante, de la crisis. 

Hoy nos encontramos con lo que podemos llamar una “Iglesia lenificada”, convertida en muchos casos en una ONG y, por cierto, la más poderosa de ellas en cuanto a la cantidad de miembros y de recursos que maneja. Uno de los síntomas más evidentes de tal situación es el lenguaje eclesial contemporáneo. Gran parte de los obispos utilizan de un modo casi exclusivo un lenguaje sociológico. Hoy ya no hablan de lo sobrenatural y de eternidad, sino que sus prédicas consisten en anunciar los perdidos paraísos terrenales. 

Y así, discurren en interminables críticas sociales, en continuos llamados de atención hacia los pobres, en organización de campañas solidarias, y en otras muchas actividades terrenales, buscando construir la sociedad perfecta. Pero no se escucha hablar del cielo -única ciudad perfecta posible-, ni del infierno, ni de la de eternidad. 

En muchas ocasiones, su rol silencioso en este mundo agotado en la nueva temporalidad se reduce a constituirse en una sucursal de las Naciones Unidas encargada de ordenar éticamente la temporalidad y, por tanto, es la abanderada de la no-violencia, de los derechos humanos, del encuentro fraternal y del diálogo. 

Vale la pena detenerse a analizar un poco más la profundidad de este cambio. En el anuncio existe un término a quo, quien anuncia, y un término ad quem, quien es anunciado. Dios que anuncia, y el hombre que se deja anunciar por Dios. Dios que desciende al hombre y lo diviniza. Dios que se hace hombre para hacer al hombre semejante a Dios. El diálogo en cambio, implica dos términos iguales, donde el principio de la acción es compartido. Entonces, no es ya Dios que desciende al hombre por medio de la Iglesia y lo diviniza, sino el hombre que asciende a Dios para ser divinizado. La acción pertenece al hombre, quien pasa de la actitud pasiva y contemplativa de ser divinizado, a la actitud activa de divinizarse. 

Y de este modo, entonces, el lenguaje apropiado para este diálogo continuo con el mundo es el de la sociología, pues el mundo ya no comprende o no acepta el lenguaje que habla de lo sobrenatural o que habla de eternidad. 

En definitiva, la perspectiva que la Iglesia católica desarrolló en las últimas décadas indica que, si no se producen los ajustes necesarios, terminará por disolverse en los ámbitos organizacionales propios de la temporalidad y, de ese modo, la predicción del dossier que comentamos se cumpliría cabalmente. 

 Icono griego de la Segunda Venida (circa 1700)


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Lejos de poseer pretensiones proféticas, esta contribución procura simplemente llamar la atención y leer con inteligencia cristiana algunos acontecimientos del mundo contemporáneo. No está en nosotros afirmar si el katejon ha sido ya retirado, si los tiempos de la gran tribulación están próximos, si vivimos en el kairós de la manifestación del Inicuo. Sí está en nosotros, en cambio, estar atentos a los signos de los tiempos, leer dentro de la realidad y prepararnos para los acontecimientos futuros. Actuar de otro modo no sería inteligente e, incluso, no sería evangélico.
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[1] En Castellani, L., El Apokalipsis de San JuanBuenos Aires, Dictio, 1974, pp. 151-152.

[2] II Cor. 6, 2. La cita es de Isaías 49, 8.

[3] Un amplio desarrollo de este tema puede verse en: Berciano, M., Superación del tiempo en el cristianismo, Naturaleza y Gracia, vol. XLVIII, núm. 1-2 (2001), pp. 167-200, y El concepto de kairós en Grecia, Diálogos, núm. 77 (2001), pp. 117-153. También hay un profundo e intenso desarrollo en Alby, J. C., Tiempo y acontecimiento en la antropología de Ireneo de Lyón, tesis doctoral dactilográfica presentada en la Universidad Católica de Santa Fe, pp. 225-281.

[4] Cfr. Borjorge, H., Presencia de Dios, conversión y apostasía

[5] Cfr. Straubinger, J., Comentarios al Nuevo Testamento, Buenos Aires, Guadalupe, 1950, p. 853.

[6] Cfr. “The Age of the Antichrist”. 

[7] Richard, P.Crítica teológica a la globalización neoliberal”, Pasos, núm. 71 (1997), pp. 31-34.

[8] San Agustín, La ciudad de Dios, l. XX, c. 19, 9. 

[9] San Agustín, La ciudad de Dios, l. XX, c. 10, 6.

[10 Cfr. Santo Tomás de Aquino, Super II ad Thessalonicenses, c. 2, lect. 2, 11. 

[11] Cfr. San Jerónimo, Epístola CXXI. La referencia a Castellani puede verse en El Apokalipsis..., cit., p. 152.

[12] Newman, J. H., Cuatro sermones sobre el Anticristo, trad. Carlos Baliña, Buenos Aires, Ediciones del Pórtico, 1999, pp. 23-24. 

[13] Cfr. Fejtó, F., Requiem per un impero defunto. La dissoluzione del mondo austro-ungarico, Mondadori, Milano, 1996. 

[14] Lc. 21, 25-31. 

[15] El dossier al que hacemos referencia puede consultarse en línea en Foreign Policy. En formato papel, y traducido al español y titulado Los nuevos dinosaurios”, fue reproducido parcialmente por Veintitrés Internacional, núm. 5 (diciembre de 2005), pp. 39-44. Las citas se harán a partir de esta referencia.

[16] Los nuevos dinosaurios”, cit., p. 40. 

[17] Cfr. Era falso un supuesto avance en clonación terapéutica, Diario La Nación, 29 de diciembre de 2005. 

[18] Los nuevos dinosaurios”, cit., p. 40. 

[19] “Los nuevos dinosaurios”, cit., p. 40.

[20] Cfr. Blanc, N., Adiós a las panzas, Veintitrés, núm. 391 (enero de 2006), pp. 82-86.

[21] Cfr. Jauretche, A., El medio pelo en la sociedad argentina. (Apuntes para una sociología nacional), Buenos Aires, Peña Lillo, 1992.

domingo, 23 de febrero de 2020

A vueltas con el rito amazónico

Un colaborador de esta bitácora, Atanasio, nos envía unas breves reflexiones acerca del Sínodo de la Amazonía y, en particular, sobre la idea que rondó durante éste de crear un rito propio para la Amazonía.
 
 Ídolo pagano (¿la Pachamama?) es ingresado en andas sobre una piragua de madera a la Basílica de San Pedro durante el Sínodo de la Amazonía
(Foto: Lifesitenews)

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¿Un nuevo rito para la Amazonía?

Atanasio

No entraremos aquí en el tema general de la inculturación, que es el lugar propio de la cuestión que abordamos, y que merece un tratamiento mucho más largo.

Nos quedaremos, simplemente, en la constatación de un hecho que sorprenderá a muchos, aunque no a todos: las autoridades de la Santa Sede, a más de 50 años de distancia de la “reforma” litúrgica, y a pesar de todo lo que han contribuido la sociología y la antropología a los estudios de la religión, y no obstante todos los torrentes de tinta que se han dedicado a estudiar dicha “reforma” -hecha, no “según” el Concilio, sino “después” de éste-, están todavía en el mismo lugar en que se encontraban en la década de 1960 en materia de comprensión de la liturgia. No se han movido ni un paso, ni hacia atrás ni hacia adelante. Permanecen fijas en el mismo punto, como si estuvieran ciegas a lo que pasa en el mundo, apegadas a las mismas periclitadas ideas, dando vueltas a los mismos eslóganes. La actitud ante la liturgia que sostienen es un ejemplo insuperable de ideología, es decir, de un conjunto simplificado de emociones (y quizá alguna que otra idea), cuyo propósito no es comprender la realidad sino tratar de configurarla según sus deseos.

Pero la realidad, por cierto, no es una bestia mansa que se deje ensillar por arreos y monturas ideológicas. Los 70 años de montura soviética impuesta a la Europa del Este, y el corcoveo consiguiente que la desbarató, lo demuestran con estupenda claridad. “No se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo”. Pero nada de eso les dice nada a los monsignori involucrados, para no remontarnos más alto: la Santa Sede añadirá, a la deuda que ya tiene con la Iglesia y la liturgia, una nueva factura. Es difícil saber hasta qué punto está dispuesto a seguir endeudándose; lo que sí es claro es que ya no le queda capital para enfrentar los nuevos gastos. La quiebra espiritual está a la vuelta de la esquina.

 Curioso atavío del Papa Francisco durante el Sínodo de la Amazonía

¿Diseño de nuevos ritos para la Amazonía? Pero, ¿es que los ritos pueden crearse por decreto administrativo de alguna potestad burocrática de la Iglesia? ¿Puede darse al Prefecto de la Congregación para el Culto Divino -o a quien fuere- la orden de componer unos nuevos ritos que reúnan tales o cuales características? 

Lo primero que revela el ánimo de mandar a confeccionar ritos es que no se tiene la menor idea de lo que un rito es, de cómo surgen los ritos en la vida humana, de cuál es la imbricación de los ritos en la vida colectiva, de cuál es el poder que la sociedad tiene sobre los ritos y cuál el que los ritos tienen sobre la sociedad. O sea, estamos en presencia del mismo clima intelectual que llevó a cabo la “reforma” litúrgica de la década de 1960. Como lo ha sugerido alguien, en aquella aciaga década, en que en el mundo secular predominaban la sociología y la antropología de raigambre funcionalista-estructural, se pensaba, tal como lo planteaba ese enfoque, que los ritos eran funcionales al tipo de estructura que tenía la sociedad. Podríamos ahondar en este punto, pero la verdad es que no vale la pena. Pensemos, solamente, en que, fundados en semejante base, los liturgistas, luego de constatar que la sociedad moderna era totalmente diversa de la sociedad anterior, llamémosla “pre-moderna”, decidieron “aggiornar” la liturgia para hacerla funcional a la nueva sociedad. No traeremos a colación los argumentos “pastorales”, vale decir, de política eclesiástica, de sobra conocidos y conocidamente erróneos. Pero hay que enfatizar que los reformistas, empapados de este clima sociológico-antropológico, parecen no haberse percatado (o no quisieron hacerlo) de que la liturgia que estaban “reformando” había nacido y se había formado en una sociedad, la de la antigüedad grecorromana, que se había prolongado incólume a lo largo de diversos cambios socio-estructurales (el feudalismo y la sociedad estatal moderna), sin necesidad de ser “puesta al día”, sin que los hombres que vivieron a lo largo de esos más de mil quinientos años de historia hubieran sentido que “no entendían” esa liturgia, que permanecía igual al paso de los siglos, ni los pastores hubieran creído que había que “aggiornar” los ritos según los “cambios estructurales” que experimentó la sociedad en ese largo período.

Encargar, como hace el Documento Final del Sínodo sobre la Amazonía, a un futuro “nuevo organismo de la Iglesia en la Amazonía” que constituya “una comisión competente” para “la elaboración de un rito amazónico” equivale a encargarle algo tan necio como “elaborar una nueva Tradición”. Quizá a la luz de este concepto de Tradición, tan íntima y esencialmente ligado al de rito, resulte más fácil comprender hasta qué punto el Sínodo de la Amazonía peca de una ignorancia en estas materias que, después de los más de cincuenta años transcurridos desde el Concilio, es inexcusable. ¿Crear una “Tradición” a pedido? El punto no resiste ni el análisis más simple: la Tradición, cualquier tradición, supone un desarrollo en el tiempo, algo que, en el tiempo, una generación entrega a las que le siguen. Cualquier cosa que no sea resultado de este proceso de entrega no es tradición. Cualquier tradición es, en otras palabras, producto de un crecimiento orgánico que exige tiempo, según el modo como cualquier organismo se desarrollo y crece en el mundo natural, donde nada crece a saltos. Una forma de vida, una cosa viva, que no sea resultado de este proceso, es un Frankestein, y tan terriblemente frágil y peligrosa como él.      

sábado, 15 de febrero de 2020

Ronald Knox y la Santa Misa

Ronald Knox (1888-1957) fue un sacerdote católico inglés, conocido tanto por sus libros de teología como por sus historias detectivescas (célebre es, por ejemplo, su décalogo para una novela de misterio). Se lo recuerda también como escritor de guiones y locutor de la BBC. 

 Ronald Knox

Hoy queremos ofrecer a nuestros lectores algunos fragmentos (en cursiva) de la biografía que Evelyn Waugh (1903-1966) publicó sobre su amigo Ronald Knox y que muestran la importancia que la liturgia tradicional acabó teniendo para este converso del anglicanismo. Se trata de un libro muy recomendable, del cual existen dos versiones en castellano: una publicada por Ediciones Palabra y otra hecha por Jack Tollers y disponible en línea en su sitio web. La biografía apareció en 1959 y "nos sumerge en la Inglaterra de la primera mitad del siglo XX con una atención por el detalle que no conspira contra el ritmo de la relación ni la profundidad de los asuntos tratados" (Jack Tollers). El gran mérito de Waugh es haber conseguido desvelar "el conflicto interior de lealtades que Ronald [Knox] y él compartieron y que fue la clave de su vida" (Paul Johnson).

Los dos abuelos de Ronald Knox fueron obispos de la Iglesia anglicana y su padre (Edmund Knox) alcanzó también el episcopado anglicano cuando su hijo contaba con siete años de edad. Recibió una esmerada educación protestante, asistiendo a Eton College. Ahí comenzó su proceso de conversión con la lectura de Luz invisible de Robert Hugh Benson (1871-1914), que lo enfrentó por primera vez con la Virgen María como figura central de devoción y con el sacerdocio como un estado cuya función es primordialmente sacramental y no administrativa. Por esa época, pasó las vacaciones de verano de 1904 en Europa continental, justo después de haber empezado a tratar a algunos niños provenientes de familias ritualistas y de leer The Ritual Reason Why, un libro didáctico que explicaba el sentido místico de los distintos ornamentos, vasos sagrados y sacramentales. Comenzó a recibir la comunión cada domingo, alternando la parroquia más próxima y la capilla del colegio. En A Spiritual Aeneid (1918), su autobiografía de conversión, explicaba que para para él todos los símbolos eran sagrados, y que era ritualista mucho antes de serlo de verdad. Pero hasta que se trasladó a Oxford, sólo había asistido a un servicio anglocatólico. De hecho, el testimonio de ese viaje de verano nos muestra a un joven Knox todavía distante de la magnificencia del ritual católico, cuando se comenzaba a vivir los primeros tiempos del Movimiento Litúrgico: 

Cuando estuvo durante dos semanas con su hermano en Alemania y Bélgica se regocijó grandemente con la arquitectura de las iglesias a las que estudió con toda atención, pero nunca fue a una Misa Solemne. Las excentricidades de la religión local no le afectaban más que las excentricidades de la dieta inglesa.

Knox continuó sus estudios en Balliol, uno de los colleges de Oxford. Ahí recibió la influencia de los tractarianos en Pusey House, un centro vinculado al anglocatolicismo. También comenzó a frecuentar a quienes eran coloquialmente conocidos como “los Padres Cowley”, la primera orden religiosa masculina de la Iglesia anglicana. Fue fundada en 1866 en el pueblo de Cowley, cerca de Oxford, con el nombre de Society of St. John the Evangelist por el sacerdote anglicano Richard Meux Benson (1824-1915). Los monjes hacen los tres votos de pobreza, obediencia y castidad, y cuenta con una tercera orden para laicos (The Fellowship of St.  John) que prosperó en todo el mundo de habla inglesa, contando actualmente con un millar de adherentes. Poco a poco, el mundo monástico comenzó a cautivar al joven Knox y a moverlo hacia su conversión, que acabaría consumada en la hoy cerrada abadía benedictina de Fort Augustus, en Escocia: 

Los domingos siempre concurría a las solemnes Misas del monasterio de los Padres Cowley [...], a menudo llevando amigos consigo con la esperanza de que el coro de canto llano, los encendidos sermones del Padre Waggett y el austero ritual, apenas más suntuoso que el de Pusey House, pero considerablemente menos elaborado que el de San Barnabas, los seduciría y sumaría a su propia manera de entender la religión. También iba allí cuatro veces al año para confesarse.

 (Foto: numendigital.com)

Al poco tiempo de graduarse en Oxford, Ronald Knox recibió las órdenes sagradas y se ordenó como sacerdote de la Iglesia de Inglaterra en 1912, siendo destinado como capellán de Trinity College, donde era fellow desde 1910. En esos tiempos ya había adoptado un estilo que preparaba su conversión al catolicismo y que se consumaría en 1917, tanto en su vestimenta como en los usos rituales. Ese mismo apego a una liturgia inmemorial fue lo que le hizo sentir con dolor los cambios que comenzaron a sucederse a partir del pontificado de Pío XII y que también afectaron a su biógrafo, el escritor Evelyn Waugh, fallecido antes de la promulgación del Misal romano reformado: 

Desde los tiempos de su diaconado Ronald había adoptado un traje eclesiástico para usar en Oxford, y a veces en Londres lo más próximo a aquellos que había visto en Brujas; sotana, medias de seda y zapatos con hebilla; a esto le agregó ahora lo que describió en una carta como “una nueva y afrentosa prenda hecha a medida, que se conoce como mantelletta”. Aquellos que sólo llegaron a conocerlo más adelante, cuando su ropa apenas si alcanzaba lo respetable, se enterarán con sorpresa de este toque de dandy que lo caracterizaba cuando más joven. “Querido Sling”, le escribió desde Manchester a F.F. Urquhart, “¿por casualidad conoces una tintorería católica en Oxford donde se supiera planchar la sobrepelliz como Dios manda, esto es, con pliegues de acordeón? Si así fuera, me gustaría entrar en tratos con ellos. Mi hermana me dice que en las tintorerías y lavanderías comunes no saben cómo hacerlo.

La sobrepelliz se usaba no sólo para el púlpito, sino también en la capilla de Trinity, cuando celebraba en el altar domingo por medio alternando con su Presidente, quien prefería la “posición norte” a igual que el padre de Ronald. En la calle Graham de Londres y en otros lugares de Oxford donde celebraba oficios de la residencia St. Stephen y un convento de monjas anglicanas usaba casulla y buena parte del oficio en palabras y formas del Ritual Romano. Muchos de sus amigos se solazaban con los modos litúrgicos del continente y Ronald se mofaba considerablemente de los usos litúrgicos de los evangelistas, bien que las observancias exteriores de la religión lo tenían más bien sin cuidado. Amaba a la Iglesia católica y, en su deferencia, observaba sus ceremonias y recurría a sus ornamentos por considerarlos sus galas especiales. Vivió para ver cómo la Iglesia católica llegó a abandonar muchas de esas rúbricas y rituales que él había observando siendo anglicano. Vio el relajamiento del ayuno eucarístico y la irrupción de los laicos en las celebraciones litúrgicas; vio cómo los arquitectos eclesiásticos le dieron la espalda al Mediterráneo para seguir las áridas y proletarias modas del norte. Algunos de sus sermones más tardíos (en particular la serie de Corpus Christi predicada en Maiden Lane) constituyen recriminaciones que se dirige a sí mismo por su sentimental pena al comprobar cómo cambiaba la faz externa de la Iglesia.

“El bebe no entiende inglés”, dijo una vez, con desacostumbrada vehemencia, cuando se le pidió que administrara un bautismo en lengua vernácula, “y el Diablo sí sabe latín”. Pero su fastidio era simplemente parte de su general conservadurismo. Nada tenía que ver con su religión, que se hallaba fundada en estudios bíblicos, teología ortodoxa y oración mental.

De hecho, todavía siendo anglicano participó en la Sociedad de los Santos Pedro y Pablo, una editorial de tendencia anglocatólica fundada en 1911 que consideraba que era posible acercar ritualmente la Iglesia anglicana a la liturgia romana del catolicismo. Para ellos, por ejemplo, Knox tradujo el rito de Semana Santa, abreviado en 1955 por Pío XII: 

Ayudó a traducir la liturgia para Semana Santa del Misal Romano (que llegó a ver abreviada, y a su modo de ver, empobrecida, por decreto del Papa). Casi cuarenta años después realizó otra traducción para los editores Burns, Oates y Washbourne, una versión diseñada para leer a dos columnas con el latín, no para ser cantada. ¡Cuánta libertad de espíritu y anchura de corazón adquirió a lo largo de ese período!

Ronald Knox se convirtió al catolicismo en 1917, en medio de la Primera Guerra Mundial, la cual le costó la vida a mucho de sus amigos y de los antiguos alumnos de Oxford a los que trató. Un año después fue ordenado sacerdote. Durante ese tiempo de preparación vivió en el Oratorio de Brompton, en Londres. Fue ahí donde comenzó a vivir de manera católica, siempre de la mano de la cuidada liturgia de los hijos de San Felipe Neri: 

Ronald se mudó al Oratorio el 26 de noviembre [de 1917] y fue registrado como “estudiante eclesiástico a cargo de su propia pensión”. Nunca hubo cuestión de que ingresara al noviciado oratoriano. Era pura y simplemente un huésped, bien que durante trece meses observó, en cuanto le fue posible, las reglas de la casa, oyendo Misa diariamente, partiendo a las ocho y media de la mañana, volviendo en cuanto terminaba su trabajo, participando del oficio de Vísperas, compartiendo la recreación de la comunidad y yéndose a dormir a eso de las diez. Resultó un período de muy necesario “tranquilo reposo, de luz y de paz”, sobre el que siempre echó luego una mirada de cordial gratitud.

 El Oratorio de Brompton (Londres)

Entre 1926 y 1939, Knox volvió a Oxford, esta vez como el capellán católico de la universidad. Ahí buscaba ser cayado de pastor antes que anzuelo de pescador, recordando que a él le habían confiado que los estudiantes católicos conservaran su fe en medio de un mundo adverso, cuando no descreído. Estaba lejos, entonces, de esos grupos que, con ocasión y sin ella, tratan de introducir temas piadosos, la mayoría de las veces produciendo el efecto contrario del que pretendían lograr, fundados en un proselitismo mal entendido. En la capellanía celebraba la primera Misa de cada domingo. La tercera y última era dicha por un dominico conforme a su rito propio, evidencia de la riqueza litúrgica de la que hoy no se puede gozar: 

Los domingos Ronald siempre dijo la primera Misa a las 08.15 horas. Había luego Misa de nueve para la gente del barrio, generalmente celebrada por algún jesuita. “Los alumnos no suelen ir a esa; sin que haya tenido parte en el asunto... A las 10.30 la Misa es celebrada por uno de los dominicos. Ahí se complica un poco, porque los dominicos insisten en una Misa extraña que exige un ayudante acostumbrado al ritual”.

Tras dejar Oxford, Ronald Knox se trasladó a Aldenham, propiedad de sus amigos Lord y Lady Acton. Durante la Segunda Guerra Mundial, ahí funcionó un colegio de niñas a cargo de las religiosas de la Asunción. Como capellán se hizo conocido por las prédicas que daba los domingos después de la Bendición con el Santísimo. Nadie quería perdérselas. De hecho, su éxito llevó a Knox a publicar los guiones corregidos. Fue así como en 1948 vio la luz The Mass in Slow Motion (La Misa en cámara lenta), que ha sido traducido también por Jack Tollers (disponible aquí para descarga), donde se recogen los sermones que dedicó al Santo Sacrificio. Un año después publicó The Creed in Slow Motion (El Credo en cámara lenta), del cual existe una versión castellana de la Editorial Rialp:

Pero no fue su calidad de dispensador de entretenimientos lo que más impresionó a las chicas de Aldenham. Sus prístinas mentes juveniles reconocían la santidad, y la amaban. Él les explicó los pasos de la liturgia de un modo que nunca se les había explicado aunque entendieron mucho más participando de las Misas que celebraba. En una oportunidad una chica dio en pasar por la capilla mientras él hacía su acción de gracias; se arrodilló completamente absorbido en oración, y luego la niña le contó a una de las monjas que pasar entre él y el altar era como “cortar a través de lo sobrenatural”. 

En 1957, Knox fue diagnosticado de un cáncer incurable. Pese a que fue examinado en el núm. 10 de Downing Street, que entonces habitaba su amigo de la infancia Harold Macmillan, al que había dado clases particulares de latín y griego, por el médico personal del Primer Ministro, no hubo tratamiento posible. Murió el 24 de agosto de ese mismo año. La Misa de exequias fue celebrada en la Catedral de Westminster por S.E.R. George Laurence Craven, obispo auxiliar de la arquidiócesis. La prédica estuvo a cargo del R. P. Martin D'Arcy SJ. Su cuerpo fue enterrado en el cementerio de St Andrew's Church, Mells.

 (Foto: Knoxbible.com)

Nota de la Redacción: Con algunas correcciones menores de estilo, los textos reproducidos están tomados de Waugh, E., La vida del Rvdo. Ronald Knox, trad. de Jack Tollers, ed. electrónica disponible para descarga, pp. 58, 85, 100-101, 105, 156, 206 y 270.