Compartimos con nuestros lectores una valiosa entrevista concedida por el Profesor Robert Spaemann, a quien hemos dedicado ya varias entradas y de quien puede decirse sin asomo de duda que es uno de los más grandes filósofos católicos de la posguerra, y el más importante de lengua alemana, probablemente junto con Josef Pieper.
En la entrevista, el Profesor Spaemann se refiere a distintos temas litúrgicos, especialmente a la reforma litúrgica, el contraste entre la Misa tradicional y la reformada, a la práctica sacramental y al hoy candente asunto de la orientación litúrgica, entre otros temas.
La traducción del francés es de la Redacción y el original puede leerse aquí.
En la entrevista, el Profesor Spaemann se refiere a distintos temas litúrgicos, especialmente a la reforma litúrgica, el contraste entre la Misa tradicional y la reformada, a la práctica sacramental y al hoy candente asunto de la orientación litúrgica, entre otros temas.
La traducción del francés es de la Redacción y el original puede leerse aquí.
Robert Spaemann
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Robert Spaemann: “El problema más importante es el de la orientación del altar”
Berlinés
de origen, el profesor emérito de filosofía de la Universidad de Munich, Robert
Spaemann es miembro de la Academia Pontificia por la Vida. Especialista en el
pensamiento de Fénelon, autor de una famosa crítica de la utopía política y de
numerosas obras de moral (entre las cuales está Felicidad y benevolencia,
Presses Universitaires de France, 1997), es uno de los grandes amigos del Papa
emérito Benedicto XVI. Recientemente se ha destacado por una intervención muy
crítica de Amoris Laetitia. Aprovechamos estas vacaciones para ofrecer a ustedes las reflexiones sobre liturgia que ha confiado al P. Claude Barthe para la
compilación de entrevistas Reconstruir la liturgia, publicada por las
ediciones Francois-Xavier de Guibert en 1997, es decir, 10 años antes del motu proprio Summorum Pontificum. Spaemann aborda allí una cuestión, la de la
orientación de la celebración, que acaba de ser objeto de una vigorosa y clara
intervención por parte del Cardenal Sarah, ministro de liturgia del Papa
Francisco, a la cual volveremos en nuestras próximas cartas (cartas 554, 555, 556, 557 y 558).
- A menudo usted se ha
hecho eco del profundo descontento de los católicos insatisfechos por las
nuevas formas cultuales, y ha contribuido a que una cantidad de ellos, en
Alemania, cultiven hoy la liturgia tradicional.
Yo he subrayado que
bastantes de aquéllos que están descontentos con la situación que encuentran en
sus parroquias experimentan sentimientos ambivalentes cuando se les da la
posibilidad de asistir a la Misa tradicional. Entre ellos se puede distinguir
dos categorías: están lo que asisten a esta Misa por primera vez en su vida, y
los que la conocieron en su infancia. Los primeros tienen que volver varias
veces para acostumbrarse a la Misa tradicional, porque en un comienzo les
parece absolutamente extraña con su latín, su canon recitado en voz baja; pero
cuando perseveran, ya no pueden, desde entonces, prescindir de ella. Yo mismo
he tenido la siguiente experiencia: la Misa nueva, al comienzo, no me ha
chocado demasiado; pero luego, año tras año, comenzó a desagradarme cada vez
más. En cambio, con la Misa tradicional, ocurre exactamente al revés.
Pero lo que más me impacta es la reacción de las personas mayores, que tienen una especie de nostalgia de la antigua Misa. Las que vienen a una iglesia donde se la celebra reaccionan de dos maneras. Algunas están fascinadas y lloran de alegría; otras, al contrario, se sienten muy a disgusto y dicen: “¡No, no es posible, esto no se puede hacer!” […] Su reacción es decir: “¿Cómo es que estas personas siguen celebrando la Misa tradicional cuando somos nosotros quienes hemos tenido que pagar tal precio? Todo ha sido, entonces, inútil. Más valdría que hubiéramos seguido haciendo lo que ellos hacen ahora”. Y eso, no lo quieren aceptar. Puesto que han pagado el precio, quieren que las cosas cambien para todos.
Dicho esto, hay que reconocer, por cierto, que la Misa tradicional no es ella misma una forma definitiva. Se puede desear que ella experimente ciertos cambios: desear, por ejemplo, que alguna vez en la vida se pueda recibir la santa comunión bajo las dos especies. A mí me parece que una cosa así va en el sentido de lo que ha querido el Señor.
Pero lo que más me impacta es la reacción de las personas mayores, que tienen una especie de nostalgia de la antigua Misa. Las que vienen a una iglesia donde se la celebra reaccionan de dos maneras. Algunas están fascinadas y lloran de alegría; otras, al contrario, se sienten muy a disgusto y dicen: “¡No, no es posible, esto no se puede hacer!” […] Su reacción es decir: “¿Cómo es que estas personas siguen celebrando la Misa tradicional cuando somos nosotros quienes hemos tenido que pagar tal precio? Todo ha sido, entonces, inútil. Más valdría que hubiéramos seguido haciendo lo que ellos hacen ahora”. Y eso, no lo quieren aceptar. Puesto que han pagado el precio, quieren que las cosas cambien para todos.
Dicho esto, hay que reconocer, por cierto, que la Misa tradicional no es ella misma una forma definitiva. Se puede desear que ella experimente ciertos cambios: desear, por ejemplo, que alguna vez en la vida se pueda recibir la santa comunión bajo las dos especies. A mí me parece que una cosa así va en el sentido de lo que ha querido el Señor.
- ¿Qué sugeriría usted para comenzar a
modificar lo que les ha tocado, en materia litúrgica, a los fieles comunes y
corrientes?
Yo creo que el problema más importante
es el de la celebración versus populum. La Misa de cara al pueblo cambia muy
profundamente el modo de vivir lo que está teniendo lugar. Se sabe,
especialmente por los escritos de Mons. Klaus Gamber, que esta forma de
celebración jamás existió de este modo en la Iglesia [1]. En la Antigüedad,
ella tenía un sentido totalmente diferente. Al volverse de cara al pueblo, se
tiene hoy la impresión de que el sacerdote dice oraciones para hacernos a
nosotros orar, pero no se tiene la sensación de que él mismo ora. Yo no digo
que no ore.
Por lo demás, ocurre que algunos sacerdotes dicen la Misa coram populo orando visiblemente. Me acuerdo de Juan Pablo II: nunca se tuvo la impresión de que él se dirigiera al pueblo durante la Misa. Pero ello es algo difícil de lograr. He asistido a una procesión del Corpus Christi en la diócesis de Feldkirch, en Austria, presidida por el obispo, que es miembro del Opus Dei. Durante la detención en las estaciones, el obispo le daba la espalda a la custodia para decir las oraciones[2]. Yo me decía a mí mismo que si un niño viera aquello, no podría seguir creyendo que el Señor está presente en la santa hostia, porque él sabe muy bien, ese niñito, que cuando se le habla a alguien, no se le da la espalda. Cosas así son muy importantes. Puede que el niño estudie bien su catecismo, pero eso no sirve de nada si se le ofrece un espectáculo que lo contradice. Yo creo, pues, que lo primero que hay que hacer sería dar vuelta el altar. Eso me parece más importante que regresar al latín. Personalmente tengo muchas razones para preferir el latín, pero ésa no es la cuestión fundamental. Por mi parte, preferiría una Misa tradicional en alemán a una Misa nueva en latín.
Por lo demás, ocurre que algunos sacerdotes dicen la Misa coram populo orando visiblemente. Me acuerdo de Juan Pablo II: nunca se tuvo la impresión de que él se dirigiera al pueblo durante la Misa. Pero ello es algo difícil de lograr. He asistido a una procesión del Corpus Christi en la diócesis de Feldkirch, en Austria, presidida por el obispo, que es miembro del Opus Dei. Durante la detención en las estaciones, el obispo le daba la espalda a la custodia para decir las oraciones[2]. Yo me decía a mí mismo que si un niño viera aquello, no podría seguir creyendo que el Señor está presente en la santa hostia, porque él sabe muy bien, ese niñito, que cuando se le habla a alguien, no se le da la espalda. Cosas así son muy importantes. Puede que el niño estudie bien su catecismo, pero eso no sirve de nada si se le ofrece un espectáculo que lo contradice. Yo creo, pues, que lo primero que hay que hacer sería dar vuelta el altar. Eso me parece más importante que regresar al latín. Personalmente tengo muchas razones para preferir el latín, pero ésa no es la cuestión fundamental. Por mi parte, preferiría una Misa tradicional en alemán a una Misa nueva en latín.
[…]
- Usted decía, al comenzar, que la
liturgia tridentina no tiene de por sí una forma definitiva: podría haber
cambiado, y podrá cambiar.
Los cambios deben ser tan lentos y tan
imperceptibles que cada cual, al llegar al fin de su vida, tenga la impresión
de que sigue usando el mismo rito que en su infancia, aunque el rito haya
cambiado. No sé si usted conoce la carta en que el cardenal Newman cuenta su
primer viaje a Italia: entró una vez a la catedral de Milán y quedó impactado
por la cantidad de ceremonias que se realizaba al mismo tiempo: por un lado,
una pequeña procesión; Misas en los altares laterales; canónigos recitando el
oficio en el coro. Se tenía la impresión de que cada uno se dedicaba a sus
propios asuntos pero que, en el fondo, se trataba en todos ellos de lo mismo.
Newman quedó maravillado por esta forma de pluralidad, porque en Inglaterra,
donde la influencia protestante era más poderosa, todo el mundo tenía que hacer
lo mismo al mismo tiempo.
El Cardenal Newman (retrato de John Everett Millais)
- ¡La libertad católica! ¿Es usted entonces partidario de una participación diferenciada?
Creo, en efecto, que es importante que
haya diferentes posibilidades de participar en la Santa Misa. Y para comenzar,
me parece un escándalo ver que en todas las Misas comulgan todos los fieles,
porque es imposible suponer que cada uno de ellos pueda pensar que está en
estado de gracia y con las buenas disposiciones para comulgar. Cuando se hace
la pregunta hoy día de si se debería invitar a los protestantes a practicar la
intercomunión con nosotros, nadie habla jamás de la confesión para ellos [3].
Puede que alguien permanezca toda su vida en estado de gracia, pero no es algo
que se pueda suponer. Y es algo de lo
que nadie habla. Se debería poder asistir a la Misa sin comulgar. Y en esa
materia, me parece a mí, personalmente, que quienes estiman que pueden ir siempre
a comulgar, deberían algunas veces, por ejemplo, una vez al mes, abstenerse en
consideración a los otros, para que la abstención sea posible. Y si alguien me
objeta: “Necesito imperativamente recibir la comunión”, le contestaría:
“Comulgue el lunes”. Los que tienen verdaderamente necesidad de comulgar con
frecuencia asisten a Misa durante la semana. Si no van a Misa en la semana, no
pueden decir que tienen una absoluta necesidad de comulgar.
Es
necesario que se pueda participar más o participar menos en la Misa. Por
ejemplo, cerca de la puerta está el lugar del publicano. Y este lugar hay que
respetarlo, sin que quien lo ocupa se sienta obligado a decir nada, ni tampoco
obligado a escuchar lo que se dice por el micrófono. Conocí una joven no
católica que se sentía muy atraída por
la Iglesia. Pero cuando entraba en una iglesia y veía los micrófonos puestos
sobre el altar, se resistía a dar el paso. Y decía: “Si hay allí un micrófono,
es que no es algo serio, porque Dios no tiene necesidad de micrófonos para
oírme”. Es muy importante que se sepa que en la iglesia es a Dios a quien se
habla.
Sí:
hay una falta de libertad en la liturgia actual, y ello es incluso una de las
características de la Iglesia de hoy.
Notas:
[1]Gamber, Klaus, Tournés vers le Seigneur, [Vueltos hacia el
Señor], Editions Sainte-Madeleine, 1993. Mons Gamber y Joseph Ratzinger eran
profesores de la Universidad de Ratisbona en la época de la reforma litúrgica,
mal soportada por ambos.
[2] En el rito tradicional, el
celebrante no da la espalda a la custodia ni siquiera para las “salutaciones”
al pueblo (Dominus vobiscum, etcétera), sino que se pone de costado.
[3] Cosa permitida hoy por el canon 844 § 4 CIC, con ciertas condiciones. Dice esta norma: "Si hay peligro de muerte o, a juicio del Obispo diocesano o de la Conferencia Episcopal, urge otra necesidad grave, los ministros católicos pueden administrar lícitamente esos mismos sacramentos también a los demás cristianos que no están en comunión plena con la Iglesia católica, cuando éstos no puedan acudir a un ministro de su propia comunidad y lo pidan espontáneamente, con tal de que profesen la fe católica respecto a esos sacramentos y estén bien dispuestos".