martes, 29 de junio de 2021
Un recuerdo del papa Benedicto XVI al cumplir 70 años de su ordenación sacerdotal
domingo, 27 de junio de 2021
Domingo V después de Pentecostés
El texto del Evangelio de hoy es el
siguiente (Mt 5, 20-24):
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Si vuestra justicia no es más cumplida que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a vuestros mayores: No matarás, y quien matare será condenado en juicio. Yo os digo aún más: quien quiera que tome ojeriza con su hermano, merecerá que el juez le condene. Y el que le llamare raca, merecerá que le condene la asamblea. Mas quien le llamare fatuo, será reo del fuego del infierno. Por tanto, si al tiempo de presentar tu ofrenda en el altar, allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí mismo tu ofrenda ante el altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y después volverás a presentar tu ofrenda”.
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Dice Jesús “pero Yo os digo aún más”: el Señor pide aún más; exige más todavía, más que lo que a nosotros nos parece suficiente o razonable o aceptable. El pide la perfección, es decir, que demos el máximo que nuestra naturaleza humana puede dar. “Sed perfectos, como vuestro Padre es perfecto” (Mt 5, 48): no nos pide ser como dioses, cosa imposible para nosotros y del todo absurda, sino que, así como Dios es perfecto según su naturaleza, así seamos nosotros perfectos según la nuestra. Y al hacer esto, el Señor no nos señala un mero ideal de comportamiento, como han planteado algunos textos recientes emanados del trono de San Pedro en relación con el matrimonio: no se trata de un ideal, algo que está más allá, a lo cual podemos acercarnos más o menos, de modo que quienes se acercan más son considerados mejores; no: no es un ideal puesto fuera del alcance humano: es un mandamiento. Y nadie manda hacer lo que no se puede hacer, porque ello no sería justo. A lo imposible no se está obligado, y Dios, que es la justicia misma, lo sabe mejor que nadie. Por tanto, el Señor no nos manda algo imposible de hacer, sino algo que está al alcance de nuestra naturaleza. Y esto no puede ser ofuscado por ninguna casuística, ni ningún “discernimiento” moral puede concluir en que el cumplimiento de un mandamiento de Dios no es obligatorio para nosotros, dadas determinadas circunstancias.
Y esto se explica porque, al mandarnos algo tomando en consideración las posibilidades de nuestra naturaleza, el Señor sabe perfectamente que, en su estado actual, nuestra naturaleza está herida. ¿Habrá alguien que lo sepa mejor que Él, que lo comprenda mejor que Él, que se hizo hombre y murió por remediar esa enfermedad natural congénita que hemos heredado con el pecado original? Y por eso, junto con mandarnos ser perfectos a pesar de estar nosotros heridos, nos ofrece la ayuda ilimitada de la gracia. La cual está ahí a disposición de quien la pida: es gracia, es gratis. “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mt 7, 7). El dicho popular nos enseña que “cuando Dios quiere dar, a la casa manda a dejar”. Y Santo Tomás de Aquino, respondiendo a su hermana que le preguntaba qué había que hacer para ser santo, o sea, perfecto, respondió con su habitual parquedad de palabras: “Querer”.
Sin embargo, ¿es capaz el hombre pecador, somos capaces nosotros de “querer”, cuando estamos sumergidos en la atroz profundidad de nuestros quereres pecaminosos, cuando estamos atrapados en la red de nuestros vicios, cuando la sola idea de acercarnos a Dios nos repugna, cuando nuestra voluntad está debilitada al máximo? San Agustín, con su gran humildad, cuenta que, durante el largo proceso de su conversión, solía decirle a Dios: “Señor, hazme casto, pero no todavía”. Así es de poderosa la fuerza que nos lleva hacia abajo, incluso cuando ya hemos divisado la luz allá arriba.
Con todo, ninguna fuerza maligna es más poderosa que Dios; la fuerza de Dios es mayor que la fuerza -insuperable, según parece decirnos nuestra amarga experiencia- de nuestra corrupción. Y por eso San Pablo nos dice que hasta el propio “querer” nosotros ser perfectos y cumplir el mandamiento, es algo que Dios pone en nosotros por su gracia gratuita: “Pues Dios es el que obra en vosotros el querer y el obrar, según su beneplácito” (Flp 2, 13). ¿Según su beneplácito? o sea, ¿según le parezca a Él bien? ¿O sea que podría Él querer dar la gracia para salvarse a este hombre y no a otro? Por cierto que no: como dice San Pablo, Él “quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Tm 2, 4).
Pero Dios no procede a salvarnos con su gracia así como quien obra un milagro instantáneo: nuestra salvación, gracias a su gracia, es un proceso, que puede ser muy largo, en que Él nos va moviendo gratuitamente, nos va dando el primer empujón para que, a continuación, nosotros empecemos a movernos: y nos sostiene, además, en cada paso que damos. Por eso San Agustín dice que “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. ¡Divino misterio de su Bondad!: Él quiere que nosotros merezcamos la salvación, imposible sin su gracia, a fin de premiar ese mérito. ¡Con qué divina delicadeza trata Dios nuestra voluntad, a la cual no subyuga ni siquiera para salvarnos! ¡Inmensidad de su Misericordia! Porque, al cabo, como dice San Bernardo, “mi mérito es tu Misericordia”.
Proceso de salvación que puede ser largo. Y para realizarlo, necesitamos paciencia con nosotros mismos; caer y saber levantarnos con su ayuda. No ceder el desánimo por nuestras recaídas. Y si nos abruma el peso de nuestros fracasos cotidianos, y nos entristece y amenaza con hacernos perder la esperanza, recordemos el consejo que nos da el Apóstol Santiago: “Tristatur aliquis vestris? Oret”: “¿Está triste alguno de vosotros? Que ore”(St 5, 13). ¿Cómo, pues, se supera el desaliento y se recupera la confianza en la gracia de Dios? Orando.
viernes, 25 de junio de 2021
Chile dona mosaico de la Virgen del Carmen al Vaticano
El 24 se junio se inauguró en los Jardines Vaticanos el mosaico de la Virgen del Carmen que donó el Estado de Chile, a través de su embajada ante la Santa Sede. La obra está hecha con 15.400 teselas confeccionadas con piedras autóctonas y bajo un clima de permanente oración por la paz en el país. En ella se representa a la Santísima Virgen María bajo su advocación del Carmen, Reina y Patrona de los chilenos, a quien cada año se honra con una procesión que recorre las calles del centro de la ciudad de Santiago. La ceremonia de bendición, a la que asistieron miembros de la comunidad chilena residente en Italia, fue presidida por el cardenal Giuseppe Bertello, Gobernador del Estado de la Ciudad del Vaticano, y estuvieron presentes también el cardenal Celestino Aós, OFM cap, Arzobispo de Santiago de Chile, quien bendijo la imagen sagrada, y el obispo auxiliar de dicha diócesis, monseñor Alberto Lorenzelli, SDB, además de Octavio Errázuriz Guilisasti, embajador de Chile ante la Santa Sede. Cabe recordar que el pasado 19 de junio nuestro arzobispo tomó posesión de la iglesia titular de su sede cardenalicia, la iglesia de los Santos Nereo y Aquileo, al sur de Roma.
Todo Chile está representado en el mosaico de la Virgen del Carmen, pues las teselas provienen de piedras que fueron recogidas a lo largo de todo el territorio del país. Sus ojos negros son de obsidiana procedente de Isla de Pascua, mientras que el cielo del trasfondo lleva finos trazos de lapislázuli. El lado derecho del manto de la Virgen deja ver el mapa con todas las regiones del territorio nacional, incluida la Antártica, plasmada con piedras traídas directamente desde ese confín del mundo. La obra posee una rica simbología que incluye, entre otros, signos de todos los pueblos originarios de Chile, como el Mapuche y el Rapanui, así como imágenes de la flora y fauna local, objetos tradicionales de la religiosidad popular y del folclore chileno. Tanto la Virgen como el niño miran de frente y tienen el escapulario carmelitano en sus manos, y ambos llevan una corona dorada.
miércoles, 23 de junio de 2021
Primera peregrinación tradicional al Santuario de Covadonga
Siguiendo el ejemplo de la peregrinación que cada año se organiza en Francia entre París y Chartres con ocasión de Pentecostés, en España está prevista la primera peregrinación tradicional para el mes de julio próximo. Cabe recordar que, dentro del mundo hispanoparlante, también existe una peregrinación en Argentina, que cada año concluye en el Santuario de Nuestra Señora de Luján.
La peregrinación tendrá lugar entre los días 24 y 26 de julio de 2021. El recorrido se extiende entre la ciudad de Oviedo y el Santuario de Covadonga, que se encuentran separados por una distancia de aproximadamente 100 km. Se trata de una peregrinación penitencial, que tendrá como característica fundamental la celebración diaria de la Santa Misa tradicional. Ella se ha organizado en capítulos que representan comunidades naturales (ciudad, provincia, parroquia, grupo juvenil, etcétera), y contará con la asistencia espiritual de sacerdotes durante toda la marcha para confesarse o recibir consejo espiritual. Durante las tres jornadas se mantendrá un ambiente de oración, con el rezo diario del Santo Rosario y lectura de meditaciones. Por la noche, en el campamento, habrá adoración eucarística. El capellán general es D. Rvdo. Sr. D. Íñigo Serrano Sagaseta de Ilúrdoz, perteneciente del Arzobispado de Pamplona y Tudela y actual párroco de las parroquias de Aibar, Ayesa, Eslava, Leache, Moriones y Sada.
La organización está a cargo de Nuestra Señora de la Cristiandad - España, una iniciativa de laicos católicos independientes que pretende imitar en todo lo posible las peregrinaciones de de la institución homónima francesa.
La peregrinación a Covadonga tendrá carácter anual, y cada año contará con un lema distinto. Este año, con ocasión del 150° aniversario de la declaración de san José como patrono de la Iglesia Universal, la organización ha querido poner la primera edición bajo su patrocinio y protección. En 2020, pues, la espiritualidad de la peregrinación girará en torno a la figura de dicho santo patriarca. «¡San José, patrono de la Iglesia, protégenos!», ha sido el lema escogido.
Covadonga tiene un hondo significado espiritual para España y se ha elegido, además, una fecha en torno a la festividad del apóstol Santiago, patrón de España. En dicho santuario se encuentra la Santa Cueva, que alberga la imagen de la Virgen de Covadonga, conocida cariñosamente por los asturianos como la "Santina". El nombre de Covadonga procede de la expresión latina Cova Dominica (que viene a significar "Cueva de la Señora"), la cual se ha ido transformando hasta llegar a la palabra actual: Covadonga. Según la tradición, la Santísima Virgen ayudó a los cristianos capitaneados por Don Pelayo, quien reinó entre 718 y 739. provocando un desprendimiento de rocas en la batalla de Covadonga (718 ó 722), que diezmó el ejército árabe. Esta victoria se considera como el inicio de la Reconquista y la reinstauración de los reyes cristianos en la Península, que acabará en 1492 con la anexión de Granada por los Reyes Católicos.
La inscripción se realiza a través de la página web de Nuestra Señora de la Cristiandad, rellenando un solo formulario por familia. Si bien el plazo de inscripción termina el 10 de julio, las plazas para pernoctar en los campamentos están limitadas a 600 peregrinos, por lo que recomendamos inscribirse cuanto antes. Para las familias con niños o personas con dificultades físicas, se puede optar por hacer un recorrido parcial equivalente a la mitad de la ruta. Además, existe la posibilidad de acudir como voluntarios (véase aquí más información), puesto que se necesita mucha ayuda en la organización. Aquellos que no puedan acudir físicamente quedan invitados a unirse en la oración como "ángeles de la guarda" y recibirán las meditaciones diarias en su correo electrónico (véase aquí más información). También aquellos que quieran hacerlo pueden ayudar realizando un donativo para sufragar los costos materiales de la organización (véase aquí más información).
Infocatólica ha publicado una entrevista a tres de los organizadores de esta primera peregrinación tradicional en España, cuya lectura recomendamos.
lunes, 21 de junio de 2021
Domingo IV después de Pentecostés
El texto del Evangelio de hoy es el
siguiente (Lc 5, 1-11):
“En aquel tiempo, hallándose Jesús junto al lago de Genesaret, las gentes se agolpaban en torno suyo, ansiosas de oír la palabra de Dios. En esto vio dos barcas a la orilla del lago, cuyos pescadores habían bajado, y estaban lavando las redes. Subiendo, pues, a una de ellas, que era de Simón, pidióle la desviase un poco de la orilla. Y sentándose dentro, predicaba desde la barca al numeroso gentío. Acabada la plática, dijo a Simón: Guía mar dentro, y echad vuestras redes para pescar. Replicóle Simón: Maestro, toda la noche hemos estado fatigándonos, y nada hemos cogido; no obstante, fiado en tu palabra, echaré la red. Y habiéndolo hecho, recogieron tan grande cantidad de peces, que la red se rompía. Por lo cual hicieron señas a sus compañeros de la otra barca, de que viniesen a ayudarlos. Vinieron luego, y llenaron con tantos peces las dos barcas, que poco faltó para que se hundiesen. Viendo esto Simón Pedro, echóse a los pies de Jesús, diciendo: ¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador! Y es que el asombro se había apoderado así de él como de todos los demás que con él estaban, en vista de la pesca que acababan de hacer; lo mismo sucedía a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, y compañeros de Simón. Entonces dijo Jesús a Simón: No temas; de hoy en adelante serás pescador de hombres. Y ellos, sacando las barcas a tierra, dejáronlo todo, y le siguieron”.
Dom Guéranger, en su magna obra El año litúrgico, propone el siguiente comentario para este texto del Evangelio.
“Los Evangelistas nos han conservado el recuerdo de dos pescas milagrosas hechas por los Apóstoles en presencia de su Maestro: una es la descrita por San Lucas, y que acaba de recordársenos; la otra aquélla cuyo profundo simbolismo nos invitaba a escrutar el discípulo amado, el Miércoles dé Pascua. En la primera, que se remonta a la vida mortal del Salvador, la red, lanzada al azar, se rompe por la multitud de peces cogidos, sin que el evangelista señale su número ni otras cualidades; en la segunda, el Señor resucitado señala a sus discípulos echar la red a la derecha de la barca y, sin romperse la red, ciento cincuenta y tres peces gruesos llegan a la orilla en que los aguarda Jesús. Ahora bien los Padres, unánimes en esto, explican estas dos pescas como figura de la Iglesia: la Iglesia en el tiempo primero, y más tarde en la eternidad. Ahora la Iglesia es multitud; reúne a todos, sin contar los buenos y malos; después de la Resurrección, sólo los buenos formarán la Iglesia, y su número será prefijado y señalado para siempre. El reino de los cielos, dice el Salvador, es semejante a una red lanzada al mar, rebosante de peces de todas las clases; cuando está llena se la retira para elegir los buenos y tirar los malos”.
¿Cuál es el significado de todo esto?
“Los pescadores de hombres han echado sus redes, dice San Agustín: han cogido esta multitud de cristianos que contemplamos con admiración; han llenado las dos barcas, figuras de los dos pueblos: el Judío y el Gentil. ¿Pero qué hemos oído? La multitud recarga en exceso las barcas y las pone en peligro de naufragio; del mismo modo, vemos que la turbamulta confusa de bautizados recarga hoy a la Iglesia. Muchos cristianos viven mal, vacilan y hacen retardarse a los buenos. Pero aún se portan peor los que rompen las redes con sus cismas y herejías, peces impacientes que no quieren someterse al yugo de la unidad, que no quieren venir al festín de Cristo, y se complacen en sí mismos, y pretextando que no pueden vivir con los malvados, rompen las mallas que los retienen en la estela apostólica, y perecen lejos de la ribera. ¡En cuántos lugares han roto de este modo la inmensa red de la salvación! No imitemos su demencia orgullosa. Si la gracia nos hace buenos, llevemos con paciencia la compañía de los malos en las aguas de este siglo. No nos arrastre su vista a vivir como ellos, ni a salir de la Iglesia; cercana está ya la ribera, donde sólo los de la derecha, sólo los buenos, serán admitidos y de donde los malos serán arrojados al abismo”.
Sabemos cuáles son las terribles cifras de quienes han abandonado, en los últimos sesenta años, el seno de la Iglesia. Muchos, como dice San Agustín, lo hacen pretextando que la corrupción al interior de Ella es excesiva y ellos no pueden tolerarla. Con esto, se proclaman, tácitamente, puros y santos, o más puros y santos que quienes quedan en la Iglesia pecadora. La soberbia aflora aquí, incontenible, y se olvida de que el Apóstol nos urge a que consideremos a los demás mejores que nosotros (“teneos unos a otros por superiores”, Flp 2, 3): porque, en efecto, cada uno de nosotros es un abismo de maldad y de dureza de corazón. Y siéndolo, el Diablo nos empuja, so pretexto de escándalo, a abandonar el único lugar donde nuestra alma enferma y pecadora puede ser salvada.
Pero muy frecuentemente, hay otros que, al optar por “irse”, no hacen sino ceder a su tibieza, a su falta de auténtica voluntad de cumplir la ley de Dios. Si en el caso de los primeros la soberbia predomina, en el de los segundos predomina “la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y el orgullo de la vida” (I Jn 2, 16). En el primer caso, no es extraño que la ignorancia, tanto de la historia de la Iglesia como del contenido de la fe, mueva a muchos a escandalizarse; en el segundo caso, el hombre se abandona en manos del mundo, de sus atractivos, de la propaganda anticristiana de las redes sociales y de la prensa, tanto escrita como televisiva: baja sus líneas de defensa y perece ante el ataque del mundo enemigo de Dios. ¡No permita Dios que nos encontremos ni entre los unos ni entre los otros, sino que perseveremos trabajando, con temor y temblor, por nuestra salvación, pues “Dios es el que obra en vosotros el querer y el obrar según su beneplácito” (Flp 2, 13)!
sábado, 19 de junio de 2021
Toma de posesión de su sede cardenalicia por S.E.R. Celestino Aós
En el consistorio celebrado el 28 de noviembre de 2020, S.E.R. Celestino Aós Braco OFM Cap., arzobispo de Santiago de Chile, fue creado cardenal de la Santa Iglesia Romana. El pasado 19 de junio tomó posesión de su sede como cardenal presbítero de los Santos Nereo y Aquileo, cuya iglesia se encuentra situada en el rione de Santa Saba, al sur de la ciudad de Roma.
Santos Nereo y Aquileo es un título cardenalicio que fue instituido por el papa Evaristo en torno al año 112 con el nombre de Fasciolae. Su titular de entonces, Epifanio, fue uno de los que asistieron al sínodo de Roma del 499. A partir del sínodo de 595, la sede cardenalicia recibe ya su nombre actual en memoria de los mártires Nereo y Aquileo, ajusticiados durante las persecuciones del siglo III y enterrados en las catacumbas de Domitila. En el pontificado de San Gregorio Magno (590-604) pasó a ser una diaconía, siéndole restituido el título presbiteral durante el siglo VIII. Según el catálogo de Pietro Mallio, redactado durante el pontificado de Alejandro III (1159-1181), el título se adjuntó a la Basílica de San Pablo Extramuros, donde los presbíteros decían la Santa Misa.
Les ofrecemos algunas fotografías de la toma de posesión de S.E.R. Celestino Aós, enviadas desde Roma por un colaborador.