domingo, 30 de octubre de 2016

Recapitulación sobre los ornamentos del sacerdote y los ornamentos litúrgicos

En varias entradas anteriores explicamos los distintos ornamentos con que se reviste el sacerdote para celebrar la Santa Misa. Lo primero que hace cuando entra a la sacristía es lavarse las manos. Enseguida comienza a colocarse, uno a uno, los distintos ornamentos sobre la sotana. El primero de ellos es el amito, luego el alba, que se ciñe con el cíngulo, encima de la cual se coloca la estola cruzada y, finalmente, por sobre todos ellos la casulla. Del brazo izquierdo cuelga el manípulo. La estola, el manípulo y la casulla son del color litúrgico correspondiente al día: verde, rojo, blanco, morado, negro, rosado o celeste. La postura de cada uno de estos ornamentos, así como el gesto del lavado de las manos, tiene una oración asociada. 

La siguiente ilustración ofrece una buena y didáctica recapitulación de los ornamentos del sacerdote y de los colores litúrgicos. 


Nota de la Redacción: La imagen ha sido tomada de la bitácora de la Sociedad Religiosa San Luis Rey de Francia

Actualización [28 de diciembre de 2016]: El Arzobispado de Valencia, a cargo del ex Prefecto del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos el cardenal Antonio Cañizares Llovera, acaba de publicar un libro intitulado Liturgia y Eucaristía, alma de una Iglesia evangelizadora, el que a través de 170 páginas y 100 fotografías busca explicar la liturgia de la misa del rito latino a unos fieles cada día menos formados, contribuyendo así a la nueva evangelización. El libro incluye textos del propio cardenal Cañizares y del Rvdo. Jaime Sancho Andreu, presidente de la Comisión Diocesana de Liturgia y Patrimonio. Véase aquí el reportaje publicado por Religión en libertad.

jueves, 27 de octubre de 2016

50 años de Magnificat: conferencia de Christopher Ferrara (segunda parte)

Les presentamos a continuación a nuestros lectores la segunda entrega del texto de la conferencia de Christopher Ferrara en el II Congreso Summorum Pontificum de Santiago, el que tuvo lugar en agosto pasado.

 Christopher Ferrara


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VIRUS EN EL CUERPO DE CRISTO: UN OBSTÁCULO PARA LA RESTAURACIÓN ECLESIAL (II)

Christopher Ferrara
 

I.              LA EXPANSIÓN DEL ECUMENISMO

Consideremos el ecumenismo, en primer lugar. No hay duda de que este virus verbal entró en la Iglesia desde afuera, como lo admitió francamente el Papa Juan Pablo II. En su encíclica Ut Unum Sint, Su Santidad advirtió que “el movimiento ecuménico comenzó de hecho en las Iglesias y Comunidades Eclesiales de la Reforma” alrededor de 1920[1]. En otras palabras, el “ecumenismo” nació en las sectas protestantes, no en la Iglesia católica, y siendo como es un “movimiento”, diferente de una doctrina, obviamente no tiene raíces en el Magisterio perenne. Muy por el contrario, en 1928 Pío XI promulgó Mortalium Animos a fin de declarar la oposición de la Iglesia a todo involucramiento con este nuevo movimiento de origen protestante. El Papa Pío XI pronunció su condena después de considerar debidamente (con evidente desprecio) las pretensiones de un “anhelo de unidad” con el cual el nuevo movimiento quiso enganchar a los católicos:

Esta actividad es promovida muy activamente en muchos lugares como para ganar para sí la adhesión de una cantidad de fieles, y aun se enseñorea de la mente de muchos verdaderos católicos y los seduce con la esperanza de realizar una unión que fuera conforme a los deseos de la Santa Madre Iglesia, quien en verdad no tiene en su corazón más que deseos de llamar a sus hijos errantes y conducirlos de regreso a su seno. Pero, en realidad, bajo estas atrayentes palabras y encantos yace oculto un gravísimo error, por el cual se destruye totalmente los fundamentos de la fe católica… Y aquí es oportuno profundizar y refutar cierta falsa opinión, de la que depende toda esta cuestión, así como también ese complejo movimiento por el que los no-católicos buscan llevar a cabo la unión de las iglesias cristianas. Porque los autores que favorecen estas ideas están acostumbrados a traer a colación, en innumerables ocasiones, estas palabras de Cristo: “Que todos sean uno… Y no habrá más que un solo rebaño y un solo pastor”, las cuales, sin embargo, tienen el significado de que Cristo Jesús expresa meramente un deseo y una oración, a la cual le falta todavía ser cumplida… Aunque se puede encontrar muchos no-católicos que predican a voces la comunión fraternal en Cristo, no se encontrará ninguno al que se le ocurra simplemente someterse y obedecer al Vicario de Jesucristo… Porque si, como declaran continuamente, anhelan unirse a Nos y a los nuestros, ¿por qué no se apresuran a entrar en la Iglesia, la Madre y Maestra de todos los fieles de Cristo?”[2].

Pío XI se dio cuenta de que los proto-ecumenistas protestantes explotaban cínicamente la oración de Nuestro Señor (que recibió su cumplimiento, de hecho, hace 2000 años, con la fundación de su Iglesia), a fin de inducir a la Iglesia a abrirse a un movimiento no-católico cuyos efectos sólo podían ser nocivos para los fieles. Activando el sistema inmunológico de la Iglesia, Pío XI rechazó vigorosamente el virus del ecumenismo, reafirmando la enseñanza continua de la Iglesia sobre el único modo aceptable de lograr la verdadera unidad cristiana: “Por tanto, venerables hermanos, está claro por qué esta Sede Aspostólica no ha permitido jamás a sus súbditos tomar parte en las asambleas de los no-católicos, porque la unión de los cristianos sólo puede ser promovida alentando el regreso a la única Iglesia verdadera de aquellos que se han separado de ella, puesto que en el pasado desgraciadamente la abandonaron… Vuelvan, pues, a su Padre común, quien, olvidando los insultos acumulados sobre la Sede Apostólica, los recibirá del modo más amoroso…”[3].

 S.S. Pío XI

Esta enseñanza fue reiterada enfáticamente en la admonición de 1949 del Santo Oficio de Pío XII acerca del “movimiento ecuménico”. La admonición instruía a los obispos que, en toda discusión “ecuménica” que pudieran autorizar, se debía presentar a los interlocutores protestantes la “verdad católica” y “la enseñanza de las Encíclicas del Romano Pontífice sobre el regreso de los disidentes a la Iglesia”[4]. La doctrina católica sobre el regreso de los disidentes fue enfatizada de nuevo por el propio Pío XII el 20 de diciembre de 1949, apenas trece años antes de la apertura del Vaticano II: “Deberá proponerse y exponerse total e íntegramente la doctrina católica: lo que la Iglesia católica enseña sobre la verdadera naturaleza y los medios de la justificación, sobre la constitución de la Iglesia, sobre la primacía de jurisdicción del Romano Pontífice, sobre la única unión verdadera que se cumple con el regreso de los disidentes a la única verdadera Iglesia de Cristo, no podrá en modo alguno ser silenciado o cubierto con palabras ambiguas”[5].

Un notable hecho histórico es que, en obediencia a esta enseñanza constante, los obispos de los Países Bajos publicaron una carta pastoral en 1948, sólo catorce años antes del Vaticano II, explicando que los católicos no podían asistir a un congreso ecuménico en Ámsterdam “porque la división entre los cristianos no puede acabar sino de un modo, por el retorno a la Iglesia, por el retorno a esa unidad que ha permanecido intacta en Ella…”. Los obispos holandeses advirtieron que tales congresos no podían producir nada valioso porque “los disidentes están tan alejados de la Iglesia y son tan extraños a Ella que ya no comprenden su lenguaje”, y porque si la Iglesia participara en congresos con los disidentes “por ese mismo hecho Ella estaría concediendo que la unidad que Cristo ha querido no ha permanecido en Ella y que, estrictamente hablando, la Iglesia de Cristo no existe”, referencia directa a la enseñanza de Mortalium Animos[6]. En lugar de congresos ecuménicos y oración común con los disidentes, los obispos holandeses prescribieron “una Misa votiva por el término del cisma”.

Hoy, cerca de setenta años después, la jerarquía holandesa es la más liberal del mundo y el catolicismo está casi muerto en los Países Bajos. Hoy es inconcebible que la jerarquía holandesa, o cualquier otra jerarquía nacional, pudiera afirmar la enseñanza sobre el regreso de los disidentes al único camino hacia la unidad cristiana. De hecho, el Papa actual lo rechaza, si bien en declaraciones no oficiales hechas privadamente o a reporteros de periódicos. Por ejemplo, Catholic World Report narra la siguiente conversación entre el Papa Francisco y el ex “obispo” anglicano Tony Palmer, que perteneció a una secta anglicana separada que se proponía ordenar mujeres:

El Papa Francisco me detuvo en más de una ocasión cuando usé la expresión “regresar al hogar en la Iglesia católica”. Me dijo, “No use esa expresión”. Me dijo: “Nadie está volviendo a casa. Uds. están viajando hacia nosotros y nosotros estamos viajando hacia Uds., y nos vamos a encontrar en el medio. Nos vamos a encontrar en el camino en la medida que nos buscamos mutuamente”[7].

¿Qué habríamos de encontrar en “el medio” a que se refiere Francisco? Por cierto, es imposible decirlo. Esta declaración es, para decirlo francamente, absurda, ya que no hay un terreno “medio” entre la Iglesia que Cristo fundó y la asociación meramente humana a la que Palmer perteneció antes de morir, súbitamente, en un accidente de moto –después de que Francisco le hubo aconsejado no convertirse ni entrar en la Iglesia católica. Pero ¿cómo es que incluso un Papa puede hablar y actuar de esta manera? Sostengo que estamos siendo testigos de los efectos finales de la inyección de un virus verbal –el virus del ecumenismo- en el torrente sanguíneo de la Iglesia.

 S.S. Francisco en compañía de Tony Palmer

Siguiendo con nuestra analogía, se puede ver que el virus del ecumenismo entra en la Iglesia por una brecha en su sistema inmunológico, a saber, el Concilio Vaticano II. Se puede incluso señalar el momento histórico preciso en que el Concilio abrió esa brecha, que fue aprovechada de inmediato. El 13 de octubre de 1962 –tercer día del Concilio y aniversario del milagro del sol en Fátima- los Padres Conciliares se reunieron a fin de votar sobre la composición de las comisiones conciliares que habían de revisar los esquemas preparatorios del Concilio. De un modo típico del sistema inmunológico de la Iglesia, tres años se habían dedicado a los esquemas preparatorios, luego del súbito anuncio del Concilio por el Papa Juan. El resultado fue un conjunto de documentos escritos en la forma tradicional escolástica, precisa (el esquema sobre la liturgia fue la única excepción, como veremos). De acuerdo con las normas procesales del Concilio, la reunión del 13 de octubre debía limitarse a votar por los candidatos que había propuesto la curia para conformar las comisiones, aunque cada Padre tenía la libertad de escribir sus propias preferencias. Violando las normas de procedimiento, el Cardenal Aquiles Liénart se apoderó del micrófono y comenzó a leer una declaración exigiendo consultas entre los electores y las conferencias nacionales de obispos antes de cualquier votación. Se pospuso la votación y se intimidó al Papa Juan para que aceptara la redacción de listas completamente nuevas de candidatos, después de un período adecuado para las maniobras de los conciliares liberales. Los obispos liberales de los países del Rin finalmente triunfaron en llenar las comisiones con sus candidatos, logrando mayorías o cuasi mayorías en todas las comisiones claves una vez que se realizó la elección. Como observó el P. Ralph Wiltgen: “Después de esta elección, no fue difícil darse cuenta de qué grupo estaba suficientemente organizado como para tomar el control del Concilio Vaticano Segundo. El Rin había comenzado a fluir hacia el Tíber”[8].

Como la informó el diario francés Figaro,  la captura del micrófono por Liénart “había cambiado el curso del Concilio y hecho historia”[9]. Momentos después, al abandonar el aula del Concilio, un obispo holandés le gritó a un sacerdote amigo: “Esa fue nuestra primera victoria”[10]. Romano Amerio escribe que “fue uno de esos puntos en que la historia se concentra en un instante, por lo cual se producen grandes consecuencias”[11]. Que aquel no pudo haber sido un momento feliz para la Iglesia se prueba por la exultación de los modernistas a propósito de las consecuencias de la acción de Liénart. Por ejemplo, Hans Küng declaró que “lo que había sido alguna vez el sueño de un grupo de avant garde en la Iglesia, se había extendido y permeado la entera atmósfera de la Iglesia gracias al Concilio”. Incluso el Cardenal Ratzinger alabó “la fuerte reacción contra el espíritu que latía en los trabajos preparatorios”, y “el carácter realmente epocal de la primera sesión del Concilio”, declarando que la consecuencia, es decir, la ausencia de aprobación de cualquier texto en la primera sesión, era “un resultado genuinamente positivo, grande y asombroso”[12].

 Edward Schillebeeckx

Casi inmediatamente después se descartó los esquemas preparatorios del Concilio, con la única excepción del esquema sobre la liturgia, que el ultramodernista P. Schillebeeckx había calificado de “un trabajo admirable”[13]. Este esquema se convirtió al cabo en la constitución del Concilio sobre liturgia, Sacrosanctum Concilium, cuyas desastrosas volteretas han sido posteriormente explotadas con desastrosos efectos. Y aunque parezca increíble, la maniobra de Liénart –en apariencia impulsiva pero, en realidad, cuidadosamente planificada[14]- terminó dejando al Concilio Vaticano Segundo sin preparación escrita alguna. Como se sabe, los esquemas preparatorios fueron enteramente reemplazados por formulaciones más “pastorales”, redactadas en su mayor parte por las mismas personas que habían estado (en palabras de Mons. Bandas) en las “listas negras” de la sospecha durante el reinado de Pío XII, incluyendo a Schillebeeckx, Rahner, Congar y Murray. Las ambigüedades de estos documentos –los virus verbales que contienen- siguen atormentando a la Iglesia hasta el día de hoy. Como observó Mons. George A. Kelly: “Los documentos del Concilio contienen suficientes ambigüedades fundamentales como para hacer comprensibles las dificultades postconciliares”[15]. El ecumenismo es, ciertamente, una de esas ambigüedades fundamentales.

De este modo, los “estériles” esquemas preparatorios fueron arrojados a la basura y reemplazados por documentos sazonados con virus verbales, de los cuales el principal fue “ecumenismo”. El documento conciliar Unitatis Redintegratio (UR) está repleto de referencias a este término, que no define jamás sino que sólo describe como un “movimiento, alentado por la gracia del Espíritu Santo, para la restauración de la unidad entre los cristianos”. La cuestión que inmediatamente surge es la siguiente: dado que antes del Vaticano II la Iglesia enseñó constantemente que el único camino para la unidad cristiana era el regreso de los disidentes a la única Iglesia verdadera, ¿qué es, exactamente, lo que añade a este cuadro el “movimiento ecuménico”? UR no da una respuesta clara a esta pregunta, sino que anuncia simplemente que los católicos deberán abrazar este mal definido “movimiento”, a pesar de haber sido condenado por Pío XI sólo treinta y cuatro años antes como una amenaza a “los fundamentos de la fe católica”.





[1] Ut Unum Sint, n. 65.
[2] Mortalium Animos, n. 4, 5 y 7.
[3] Ibíd. N 7, 10 y 11.
[4] AAS 42-142.
[5] “Sobre el movimiento ecuménico”, 20 de diciembre de 1949.
[6] Carta pastoral de los obispos holandeses, 31 de julio de 1948.
[7] “Francis, Ecumenism and the Common Witness to Christ”, Catholic World Report, 5 de septiembre de 2014.
[8] Wiltgen, The Rhine Flows into the Tiber, p. 19.
[9] 9 de diciembre de 1976, citado por Amerio, Iota Unum, p. 85.
[10] Wiltgen, The Rhine Flows into the Tiber, p. 17.
[11] Amerio, Iota Unum, p. 85.
[12] Wiltgen, The Rhine Flows into the Tiber, p. 59. Normalmente se usan habitualmente, incluso por quienes se considera teológicamente conservadores, palabras como “asombroso”, “sorprendente”, para referirse al Concilio. El Cardenal Ratzinger, por ejemplo, ha escrito del Concilio: “Después de todas las sorpresas que habían surgido en el ámbito propiamente teológico, reinó una sensación de euforia y al mismo tiempo de frustración. Euforia, porque pareció que nada era imposible para este Concilio, que tenía la fuerza para doblegar actitudes que se había enraizado profundamente desde hacía siglos…”.  Principles of Catholic Theology, pp. 380-81. El que las “sorpresas” teológicas son extrañas al perenne Magisterio católico es algo que no ofrece dificultades para la mentalidad que he denominado “neocatólica”.
[13] Wiltgen, The Rhine Flows into the Tiber, p. 23.
[14] El libro del P. Wiltgen revela cómo el Cardenal Liénart y el Cardenal Frings de Alemania planearon una estrategia para interrumpir el tema de aquella reunión y evitar la votación sobre los candidatos de la curia. Ibid., p. 16.
[15] Mons. George A. Kelly, The Battle for the American Church (Garden City, New York: Image Books, 1981, p. 20).

martes, 25 de octubre de 2016

Consejos para los monaguillos y sus padres

Ofrecemos a nuestros lectores un artículo de un sacerdote norteamericano con diez consejos para los monaguillos y sus padres, los que pueden ser de gran utilidad para darle a este importante ministerio su verdadero sentido y la dignidad que debe acompañar al servicio del altar donde se renueva incruentamente el Sacrificio de Nuestro Señor en la Cruz.

La traducción es del sitio Religión en Libertad,con algunas adaptaciones de la Redacción. El original (en inglés) puede leerse aquí.


Felix Freiherr von Ende, Ministrantes en oración (c. 1888)
 
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10 cosas que deberías decir a tus monaguillos... con copia también para sus padres

Dwight Longenecker

Dwight Longenecker es sacerdote católico y capellán de un colegio en Estados Unidos. Se crió en una familia y un colegio evangélicos fundamentalistas. En Inglaterra se hizo pastor anglicano. Fue recibido en la Iglesia Católica y de vuelta a Estados Unidos fue ordenado sacerdote católico. Su blog en inglés es Standing On My Head, muy leído y popular. Traducimos para ReL su artículo "Diez cosas que deberías decir a tus monaguillos".

Los monaguillos son REALMENTE importantes [mayúsculas del autor, N.d.T.],  pero demasiado a menudo no saben porqué lo son. Esta es la razón por la que a veces llegan tarde o ni siquiera se presentan. A veces no parecen estar orgullosos de su función porque tal vez nadie les ha dicho la razón de su importancia.

Por lo tanto, si ayudas con los monaguillos, si tienes hijos que son monaguillos o si piensas que los monaguillos de tu parroquia deberían tener un aspecto impecable, aprende estas diez cosas para decírselas a tus monaguillos.

Esta es la idea: imprime esta entrada de blog y dásela a la persona que forma a los monaguillos o haz copias para los niños y sus padres…

Te sorprenderá lo que cambia la celebración cuando los monaguillos son de primera.

Estas son las diez cosas que hay que decirles:

1. No eres necesario
¡Hala! Este no parece el mejor modo de empezar, pero es verdad. El sacerdote puede hacer todo lo que tú haces en la Misa. Esto significa que tú estás haciendo en la liturgia algo que es MÁS que útil. Lee los restantes nueve puntos para saber el qué.

2. Eres un testigo silencioso
En cuanto llegues a la iglesia, - veinte minutos antes de que empiece la Misa -, ponte tu sotana y empieza a preparar las cosas para la Misa. Con ello estarás diciendo a todo el que está en la iglesia: «Mirad, es importante llegar temprano. Es importante preparar la Misa con respeto. Es importante hacerlo con tiempo y cuidadosamente». Recuerda, la gente está mirando todo lo que haces. Les encanta ver cómo lo haces, por lo que hazlo con reverencia y con cuidado.

3. Las acciones hablan más alto que las palabras 
Tienes que estar bien vestido para la misa. No hace falta que te pongas ropa elegante porque la sotana la cubrirá, pero lo que la gente vea debe estar bien. Ponte calzado negro. ¿Deportivas? ¿Deportivas fosforescentes? ¿Botas marrones? ¿Chancletas? ¡Anda ya! ¡Eres mejor que esto! Nada sobre tu apariencia tiene que llamar la atención. Todo lo que hagáis tiene que llevar la atención al altar, no a los monaguillos. Niños, peinaros. Y por favor, limpiaros la cara para eliminar esos restos de desayuno…

4. El lenguaje corporal habla en voz alta 
Cuando te dispongas para la Misa muévete más lentamente. En la procesión, muévete con majestuosidad. Vivimos de manera muy rápida y para oír a Dios tenemos que estar en silencio y para ir al mismo paso que Dios tenemos que movernos más lentamente. Dios pasea tranquilamente, se toma las cosas con calma. Está aquí para siempre, por lo que mantén una buena postura y muévete bien y con lentitud. No corras nunca. Lo creas o no, esto ayuda a la gente a entrar en la celebración con la mentalidad adecuada, de manera respetuosa.


5. La procesión es más que el hecho de entrar caminando en la iglesia 
La procesión, en sí, es una antigua ceremonia religiosa. Al entrar en la iglesia estás guiando a todos a la presencia de Dios. Esto se remonta al Antiguo Testamento, cuando solían subir en procesión por la colina hasta Jerusalén y el Templo de Dios. La procesión eres tú guiando al pueblo de Dios a través de la tierra salvaje hasta la Tierra Prometida. La procesión es el triunfo real del rey entrando en la ciudad. Por lo tanto, la procesión tiene que hacerse majestuosamente, con solemnidad y dignidad. No corras con torpeza hasta tu sitio.

¡Siente el orgullo de ser un monaguillo en el altar del rey! Cuando lleves la cruz en la cabeza de la procesión, llévala con solemnidad porque le estás diciendo a los fieles: «Mirad, todos estamos llamados a coger nuestra cruz y seguir a Cristo. Este es nuestro estandarte para la batalla. ¡Este es nuestro signo de llamada!». Por lo tanto, lleva la cruz silenciosa y solemnemente como un soldado en un desfile.

6. Ser el que sujeta un cirio o un libro es más de lo que piensas 
¿Eres el que llevas el cirio? Estás diciendo: «Todos llevamos en nuestros corazones la luz de Cristo que hemos recibido en el Bautismo. Somos las luces en la oscuridad, las estrellas brillantes del universo». Los cirios acompañan a la cruz y al Evangelio porque el Evangelio y la cruz traen la luz al mundo. ¿Sujetas o llevas el libro? Representas a los evangelistas y a los apóstoles que llevaron la palabra de Dios al mundo. También nos recuerdas que estamos llamados a llevar la Buena Nueva del amor de Dios a todo el mundo.

7. Sois los ángeles ante el Trono 
En el momento del Santo, Santo, Santo debéis ir a los escalones que conducen al altar y arrodillaros para la oración de la consagración. En este momento representáis a los ángeles de Dios que se inclinan ante el trono de Dios en adoración.

Dije esto una vez a mis monaguillos cuando los estaba formando y una de las madres dijo: «¡Usted bromea!». Ella bromeaba, pero esto dice claramente que vosotros, chicos normales y comunes, representáis a los ángeles ante el trono de Dios. Arrodillaos en la consagración. Tocad la campanilla con cuidado y belleza. El modo como vosotros adoréis en este momento elevará los corazones y las mentes de toda la gente. Si sois respetuosos, si estáis en silencio, todo ello con sinceridad, ayudaréis a todos a entrar más profundamente en la belleza de lo sagrado.

El padre Dwight Longenecker con algunos de sus monaguillos

8. Servid el altar con actos rituales 
Haced una reverencia ante el altar. Haced una pequeña reverencia al sacerdote y al diácono después de que hayan cogido los elementos y se hayan lavado las manos. Estos pequeños actos rituales ayudan a la gente a entrar en una actitud ritual. Lo ritual trasciende nuestras propias personalidades y nos hace más grandes que nuestras pequeñas vidas ordinarias.

Cuando servís en el altar de una manera ritual estáis ayudando a elevar los corazones y las mentes de todos. Realizad las acciones con solemnidad y dignidad. Este lenguaje visual ayuda a elevar la mente de las personas a Dios. Ni siquiera se dan cuenta. ¿Es genial, verdad?

9. Siente orgullo por lo que haces 
Sé fiel a tus tareas porque Dios te es fiel a ti. Presta atención a los detalles porque Dios está en los detalles. Convierte tus acciones en oraciones porque todo lleva a Dios si nosotros lo permitimos. Lo que estás haciendo es un servicio a Dios y abrirá tu corazón y te acercará a Él incluso cuando no te des cuenta de ello. Si te sientes orgulloso por servir bien en el altar, te sorprenderás al ver cómo esto empieza a afectar a toda tu vida. Pronto te sentirás orgulloso de tu aspecto, de tu trabajo en el colegio, tu deporte y tus amigos.

10. Eres muy necesario 
¿Dije que no eras necesario? Lo que quería decir es que eres MÁS que necesario: eres vital porque estás realizando no sólo un papel funcional, sino un papel simbólico, y el simbolismo es el lenguaje de la adoración.

Tus acciones en la Misa son mucho más simbólicas de lo que tú piensas y el modo como sirvas en la Misa acercará a la gente a Dios.

Eres más que necesario porque la belleza es más que necesaria y lo que estás haciendo es bello.

Hay demasiada poca belleza en nuestro mundo brutal, y al dedicar tu tiempo a hacer algo bello por Dios está haciendo del mundo un lugar mejor. ¡No te avergüences de esto y no subestimes tu importancia!

(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)

Crédito de las ilustraciones: la primera imagen está tomada de Wikimedia Commons; la segunda. del sitio One Peter Five; la tercera acompaña la traducción de ReL.

Nota de la Redacción [23 de noviembre de 2016]: Ha aparecido el sitio Romanitas Press, que contiene interesante información sobre adiestramiento litúrgico, consultoría, publicaciones y recursos relativos al rito romano tradicional. 

domingo, 23 de octubre de 2016

Los ornamentos e insignias de los obispos (V):la palmatoria y el canon pontifical

En una entrada anterior decíamos que los ornamentos e insignias que caracterizan al obispo cuando celebra pontificalmente la Santa Misa son el calzado litúrgico, la cruz pectoral, la dalmática y la tunicela, las quirotecas, el solideo, la mitra, el báculo y el gremial. Continuamos ahora con la revisión de dos accesorios de dicha manera de celebrar: la palmatoria y el canon pontifical 

La palmatoria es un objeto en forma de platillo y provisto de asa en el borde, ideado para sostener una vela en un soporte cilíndrico hueco.


Palmatoria de la catedral de Cádiz (España)

Los prelados usan palmatoria toda la Misa, al lado del misal. No debe confundirse ésta con el tercer cirio o cirio del Sanctus (en México lo llaman "tercerilla") del que hablan las rúbricas (Rubricarum Instructum, núm. 530). Incluso tras la reforma de San Juan XXIII hay una referencia a ese uso permitiendo que continúe. En Inglaterra, la costumbre era poner un cirio en la credencia, y en Italia se solía situar un candelero adosado a la pared cerca de ella, o bien cerca del altar, o incluso junto a la grada del lado de la epístola. Sólo en el ámbito hispanoamericano se usa el cirio con palmatoria, que estrictamente es un privilegio prelaticio, aunque aquí se extendió a todos los sacerdotes.

Antes de la reforma litúrgica y actualmente en las Misas que se celebran según la forma extraordinaria, esta tercera vela se enciende en la credencia tras el Sanctus y se deja sobre el altar del lado izquierdo, paralela al corporal y no muy lejos de él.

Después se lleva para la comunión acompañando al Santísimo, a menos que haya ceroferarios; si hay dos monaguillos, el de la izquierda lleva la palmatoria; si sólo sirve uno, con la derecha sostiene la bandeja de comunión y con la izquierda coge el mango de la palmatoria, colocando el extremo sobre el ángulo del brazo derecho.

 Palmatoria neogótica perteneciente al Cardenal Saliège

El canon pontifical (Canon Missae Pontificalis) es un libreto que reemplaza las sacras en la Misa pontifical. A veces lo sostiene uno de los monaguillos o descansan apoyado sobre el altar.

 Canon missae pontificalis

Nota de la Redacción: Las fotos fueron tomadas del sitio Ceremonia y Rúbrica de la Iglesia española.

jueves, 20 de octubre de 2016

50 años de Magnificat: conferencia de Christopher Ferrara (primera parte)

El II Congreso Summorum Pontificum de Santiago de Chile, que tuvo lugar el pasado mes de agosto, contó, según lo informáramos en su oportunidad, con la distinguida presencia del Sr. Christopher Ferrara, destacado abogado católico norteamericano y colaborador del periódico digital The Remnant. Creemos interesante para nuestros lectores la conferencia que dictó en esa ocasión, la que debido a su extensión publicaremos en varias entregas.

 Christopher Ferrara durante su conferencia

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VIRUS EN EL CUERPO DE CRISTO:
UN OBSTÁCULO PARA LA RESTAURACIÓN ECLESIAL [1]

Christopher Ferrara

I.              INTRODUCCIÓN

El tema de esta conferencia es la restauración eclesial. Sobre la necesidad de restauración parece no haber ya desacuerdo entre nosotros, como no lo hay tampoco respecto de que la recuperación de la integridad litúrgica de la Iglesia es central en el proceso de restauración. Por primera vez en su historia la Iglesia se ha visto sometida a una serie de desastrosas “reformas” litúrgicas que resultaron ser, como lo ha dicho tan reconocidamente bien Klaus Gamber, “mucho más radicales que cualquiera de los cambios litúrgicos llevados a cabo por Lutero… sobre todo los cambios fundamentales que se hizo a la liturgia de la Misa”[2].

Pero no pensemos que una restauración de la tradición litúrgica latina, aun cuando ocurriera de modo general en la Iglesia, a diferencia de lo que hoy ocurre en unos pocos oasis de sanidad litúrgica, constituiría una restauración de la comunidad eclesial en su totalidad. Nada de eso. Después de cincuenta años de la crisis eclesial que el Cardenal Ratzinger describió como un “continuo proceso de descomposición”[3], y cuando el actual Romano Pontífice propone con toda seriedad conmemorar precisamente a Lutero y su rebelión contra el papado –que algunos denominan “Reforma”-, debiera resultar obvio para cualquier observador razonable, como ya lo ha sido para muchos no católicos, que la crisis es mucho más profunda incluso que lo que ocurre con la liturgia.

Lo que hemos presenciado en el último medio siglo es no solamente una revolución litúrgica sino una revolución en el pensamiento mismo de la Iglesia en su aspecto humano, una especie de explosivo acontecimiento lingüístico que ha abrumado a su vocabulario tradicional y, con él, a su modo global de presentar la Fe tanto ad intra como ad extra.  Este asombroso proceso –que empequeñece, se podría decir, a la revolución litúrgica y sus efectos- es el foco de mi conferencia.

Comenzaré diciendo que el hecho histórico de que, durante el Concilio Vaticano II y después de él, la búsqueda de nuevos caminos para “hablar al mundo”, ha producido en la Iglesia una perplejizante colección  de neologismos y frases cliché que carecen absolutamente de la clásica precisión de la doctrina católica: “colegialidad”, “diálogo”, “diálogo con el mundo”, “diálogo interreligioso”, “ecumenismo”, “emprendimiento ecuménico”, “diálogo ecuménico”, “comunión parcial”, “comunión imperfecta”, “diversidad reconciliada”, “Iglesia del Nuevo Adviento”, “nueva primavera del Vaticano II”, “nuevo Pentecostés”, “nueva Evangelización”, “civilización del amor”, “purificación de la memoria”, “paternidad responsable”, “solidaridad”, “globalización de la solidaridad”, “espíritu de Asís”, “lo que nos une es mayor que lo que nos divide”, y otras cosas por el estilo. Durante el actual Pontificado se ha introducido otro atado de novedades lingüísticas: “acompañamiento”, “discernimiento”, “familias heridas”, “el tiempo es mayor que el espacio”, “Iglesia como poliedro”, “Dios de las sorpresas”, etc.

Nunca antes en su historia la actividad de la Iglesia había llegado a ser dirigida por eslóganes y expresiones de modo que no están presentes en parte alguna del Magisterio perenne. En consecuencia, nunca el mensaje de la Iglesia había sido tan incierto, como incluso el Sínodo de los Obispos Europeos se vio forzado a reconocer hace diecisiete años[4]. ¿Cómo hay que entender este fenómeno?

 Encuentro ecuménico de Asís de 1986

II.           LA ANALOGÍA DEL VIRUS EN RELACIÓN CON “ECUMENISMO” Y EL “DIÁLOGO”

El Stedman’s Medical Dictionary define la palabra “virus” como “un agente infeccioso que carece de metabolismo independiente y es incapaz de crecimiento o reproducción separado de las células vivas”. Es decir, un virus no es en sí mismo una cosa viva, sino una mera partícula de ARN o ADN. Esta partícula no puede reproducirse a menos que encuentre una célula viva cuyo mecanismo pueda usar para hacer copias de sí mismo. Un virus tiene información suficiente sólo para reproducirse si encuentra células que pueda infectar y poner a su servicio. De hecho, el único objetivo de un virus es hacer copias de sí mismo.

Análogamente, pues, yo diría que ciertos “virus” verbales han infectado el Cuerpo Místico de Cristo. Estos virus son pseudo-conceptos, que, como los virus reales, tienen un contenido informacional mínimo. Tal como los virus planean entre la vida y la no-vida, estos pseudo-conceptos planean entre el significado y el no-significado. Parece que significan algo, pero si se los examina de cerca no tienen un significado real. Tal como los virus son partículas de RNA o DNA más bien que células completas, así también estos pseudo-conceptos son partículas de una idea que no alcanzan a ser un concepto abstracto inteligible. Estos pseudo-conceptos virales en el Cuerpo Místico de Cristo, igual que los virus reales, sólo existen para reproducirse, cosa que hacen infectando los conceptos genuinos que tienen significados precisos, es decir, las enseñanzas perennes del Magisterio.

Voy a examinar aquí dos de estos virus verbales, los dos que me parece que han tenido los efectos más devastadores en la Iglesia: “ecumenismo” y “diálogo”. Ambos son característicos del actual Pontificado.

Lo que me propongo sugerir es que, mediante la introducción de “ecumenismo”, “diálogo” y varios otros pseudo-conceptos “virales” en el Cuerpo Místico, Satanás ha encontrado el modo de confundir, dividir y causar caos en el elemento humano de la Iglesia, sin que la Iglesia haya impuesto jamás un auténtico error de doctrina, cosa que es imposible. Todo lo contrario: los pseudo-conceptos en cuestión no pueden ser llamados errores doctrinales como tales, porque no se los puede reducir a proposiciones cuyas palabras pudieran contradecir alguna doctrina católica en existencia. De hecho, los términos “ecumenismo” y “diálogo” no contienen en sí nada que contradiga la enseñanza previa de la Iglesia: tal como los virus reales, estos términos permanecen inertes hasta que entran en contacto con algo que puedan infectar. Esta es la razón por la que los tradicionalistas pueden ser acusados de “disentir” del ecumenismo, pero sus acusadores son incapaces de articular con precisión qué es, exactamente, lo que en esta noción requiere nuestro asentimiento. Y ello es así porque esta noción no implica ninguna doctrina católica inteligible.

 Ilustración tomada de Father Z's Blog

Esto se demuestra fácilmente. Cualquier doctrina católica calza perfectamente en el esquema de frase “X significa que…”, en el cual X es esa doctrina católica. Así, la Inmaculada Concepción  significa que, desde el primer momento de su concepción la Santísima Virgen María fue preservada de toda mancha de pecado original. Del mismo modo, la transubstanciación significa que, al momento de la Consagración, la sustancia del pan y del vino es, en su totalidad, milagrosamente convertida en la sustancia de Cristo, Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de modo que no queda nada del pan y del vino sino sólo sus apariencias.

Si aplicamos nuestro esquema de frase al “ecumenismo”, sin embargo, nos topamos de inmediato con un callejón sin salida intelectual. La frase “ecumenismo significa que” no puede ser completada, tal como no puede completarse la frase “elefante significa que”. El ecumenismo, como un elefante, no puede ser definido como un concepto abstracto, sino que sólo puede ser descrito o mostrado, como en la frase “eso es un elefante”. El ecumenismo, como el elefante, es una cosa o, más bien, una colección de cosas conocidas como “actividades ecuménicas”. El ecumenismo es algo, ciertamente, tal como un elefante es algo. El ecumenismo es, según dicen, “un movimiento en pro de la unidad cristiana”. Pero los movimientos son, por su naturaleza misma, cosas contingentes y en perpetua mutación, y no se puede obligar a ningún católico a creer en un “movimiento” como si fuera una doctrina católica definible.

Lo anterior vale también respecto del “diálogo”. El diálogo no es una doctrina católica, sino el nombre que se da a un conjunto de actividades, a una serie de interminables conversaciones con diversos no-católicos que, hasta el momento, no han conducido a ninguna parte ni producido nada de valor, en tanto que ha llevado a los católicos a descender por la vía del compromiso.

 El Papa Francisco durante un encuentro ecuménico

Satanás entiende, mejor que otra creatura alguna, que el Magisterio no puede jamás enseñar el error. Pero, ¿qué pasa si los miembros humanos de la Iglesia pudieran ser inducidos a abrazar no-doctrinas y no-enseñanzas que causan confusión y división acerca del significado de las doctrinas propiamente tales del Magisterio? Estoy convencido de que esto es precisamente lo que ha ocurrido en la Iglesia postconciliar: los “virus” verbales han invadido el Cuerpo Místico, disfrazándose de doctrinas católicas a las que se espera que adhiramos. Y, con todo, nos damos cuenta de que no podemos prestarles adhesión, porque no tienen contenido doctrinal alguno, no son enseñanzas específicas que nos obliguen a prestar asentimiento a ninguna proposición definida. Aunque estos virus han sido capaces de infectar muchas células individuales del Cuerpo Místico, es decir, a miembros individuales de la Iglesia, no han podido alterar en realidad el Depósito de la Fe, porque tenemos la garantía divina de que la Iglesia jamás puede, oficialmente, enseñar el error.  

Si exploramos esta analogía un poco más, advertimos que un virus tiene ciertas características parecidas a los pseudo-conceptos con los que parece que estamos enfrentados en esta época postconciliar. Primero, el virus aparece de improviso, desde fuera del cuerpo, es decir, es extraño al cuerpo. Segundo, puede entrar con éxito al cuerpo sólo si hay una brecha que se le abre en el sistema inmunológico. Tercero, una vez que el virus entra, no añade nada a la vida del cuerpo, sino que causa sólo desorden y debilidad, haciendo incapaz al cuerpo para emprender actividades normales y vigorosas. Estos tres elementos están presentes en los virus verbales del “ecumenismo” y el “diálogo”.




[1] Esta conferencia en la adaptación de un artículo del autor que apareció primeramente en la revista The Latin Mass y posteriormente como un capítulo con el que el autor contribuyó al libro, escrito por varios autores, The Great Facade: the Regime of Novelty in the Catholic Church from Vatican II to the Francis Revolution (Angelico Press, 2015 [2002], 2ª. edición).
[2] Klaus Gamber, The Reform of the Roman Liturgy (New York: Una Voce Press and The Foundation for Catholic Reform, 1993, p. 43.
[3] L’Osservatore Romano, noviembre 9, 1984, texto conocido después como el Informe Ratzinger.
[4] El arzobispo Varela, para tomar un caso, reconoció que “La descomunal tarea evangelizadora y educativa de las órdenes religiosas… ha desaparecido totalmente en ciertas áreas o sectores. Sin duda, las razones de esta alarmante situación son numerosas y complejas. Sin embargo, lo que es cierto es que sus raíces más profundas se encuentran en la secularización al interior de la Iglesia, es decir, en el progresivo abandono de la Verdad de la fe en nuestras propias vidas y en nuestros deberes pastorales”. Ver “Sínodo Europeo: Los obispos comienzan a admitir la existencia de una crisis postconciliar”, UnaVoce.org.