martes, 30 de abril de 2019

20 años de la Pontifical del Cardenal Ratzinger en Weimar (30-IV-1999)

Quiséramos recordar hoy con una galería fotográfica el vigésimo aniversario de la Misa pontifical en el rito romano tradicional que el entonces Cardenal Joseph Ratzinger, a la sazón Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, celebrara en la ciudad alemana de Weimar el 30 de abril de 1999, la cual fue organizada por la asociación de fieles Pro Missa Tridentina, junto con Una Voce Deutschland uno de los dos capítulos oficiales de la Federación Internacional Una Voce (FIUV) en Alemania.

Hoy en día, a más de diez años del motu proprio Summorum Pontificum y habiéndose hecho a partir de su promulgación más frecuente la celebración de pontificales tradicionales (al menos en Europa y los Estados Unidos, y ocasionalmente en Chile), puede no parecer un gran acontecimiento, pero por cierto lo era en ese entonces, más en Alemania, donde el olvido y la represión de la liturgia tradicional eran particularmente intensos, sin importar las normas de 1984 emanadas de la Santa Sede que permitieron expresamente su celebración y que precedieron a Summorum Pontificum.

Teniendo ello en cuenta, así como la repercusión que tuvo el hecho en los círculos tradicionales e incluso en los medios de prensa alemanes, no cabe duda de que la pontifical de Weimar fue un hito clave en el camino a la liberación y normalización de la Misa tradicional en 2007, bajo el pontificado del mismo Cardenal Ratzinger/Benedicto XVI, a quien no cabe sino agradecerle su paternal cuidado respecto de los fieles cercanos a la Misa de siempre, persistentemente olvidados y despreciados por sus pastores, y el valor que tuvo para romper lo que era un verdadero tabú en Alemania y en muchos otros lugares del mundo.
 














Crédito de las fotografías: Pro Missa Tridentina

sábado, 27 de abril de 2019

Saberse la Misa entera

En España existe un sinnúmero de refranes populares que ponen en evidencia la tradición católica de Europa en general y de la Península Ibérica en particular, muchos de los cuales se resisten a desaparecer pese a la creciente descristianización de la sociedad, dando así la razón a Stendhal cuando decía que el español sería el último "tipo humano" que quedaría en Europa por su carácter intrínsecamente antimoderno, como el hidalgo justiciero que recorría los caminos de La Mancha. Precisamente ese componente de la identidad hispánica es una de las ideas que atraviesa el muy recomendable ensayo de Mauricio Wiesenthal intitulado La hispanibundia. Retrato español de familia (Barcelona, Acantilado, 2018).

Uno de esos refranes es aquella frase que dice "no saber de la Misa la media" y que se usa para indicar que alguien no entiende de lo que está hablando, bien por no tener conocimientos suficientes sobre el tema o bien porque no comprende completamente el asunto en cuestión. También puede referirse a que alguien no es capaz de desarrollar de manera satisfactoria un trabajo por desconocimiento de la materia.

El origen de esta expresión se remonta al siglo XVI. Por aquel entonces muchas eran las iglesias y capillas desperdigadas por los campos que había que atender y muy pocos los sacerdotes disponibles para llegar a todas y decir la Santa Misa. Fue por ello que comenzó a echarse mano de sacerdotes con una preparación deficiente. Cumple recordar que sólo tras el Concilio de Trento (1545-1563) se crearon los seminarios tal como se conocen en la actualidad, con un plan de formación de varios años y de enseñanza gradual de las verdades de la razón y la fe, pues anteriormente era muy común una clase de clérigos de aldea sin estudios, que tras recibir unas cuantas clases del párroco del lugar ya estaban listos para salir al mundo y decir Misa. Esos era prácticamente los únicos conocimientos religiosos que poseían, pues carecían de mayores nociones de filosofía, teología y latín, aprendiéndose el rito de memoria y recitando las fórmulas del ordinario de carrerilla.

Antonio Ortiz de Echagüe, La Misa de Narvaja (1900)
(Imagen: Euskonews)

Esa ignorancia provocó infinidad de situaciones en las que, cuando por algún motivo podían ser interrumpidos, los sacerdotes perdían el hilo o una mínima distracción les hacía quedar en blanco y no saber cómo continuar. De ahí nació la expresión "no se sabe de la Misa la media", en clara referencia a lo poco preparados que estaban estos clérigos para el servicio divino. Como nota curiosa, cabe destacar que estos sacerdotes también eran conocidos como "curas de Misa y olla", debido a que por su escasa preparación sólo tenían facultades para ofrecer el Santo Sacrificio y comer.

Pues bien, esta digresión permite dar un contexto al fragmento que hoy queremos compartir con nuestros lectores y que muestra cuán falsa es la afirmación usual que se hace para justificar la introducción de la Misa reformada, señalando que el antiguo rito romano no era conocido por los fieles y eso impedía su participación activa en los santos misterios que se estaban celebrando. Se trata de un breve texto tomado de la particular biografía que Rafael Gumucio escribió sobre su abuela y que se compone de distintos recuerdos personales acerca de Marta Rivas González, una mujer de izquierdas que supuso dar cohesión a su familia en medio de las dificultades personales e históricas que vivió ella y su país. 

Hija de Manuel Rivas Vicuña (1887-1937), el repetido ministro del Interior del parlamentarismo y primer representante de Chile ante la Sociedad de las Naciones, fue criada entre Santiago, París, Constantinopla, Lima y Roma. Con estudios de literatura francesa, fue profesora del Instituto Pedagógico de Santiago y del Colegio La Maisonette. En 1938 se casó con Rafael Agustín Gumucio Vives, uno de los fundadores de la Falange y posteriormente de la Democracia Cristiana, el Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU) y la Izquierda Cristiana, con quien se exiliaría en París tras el golpe de Estado de 1973. 

El fragmento está tomado del capítulo referido a la confesión que un día hizo con el P. José Aldunate SJ y que se volvió a repetir con frecuencia, demostrando el arraigo que la fe tenía en esta mujer. Ante la pregunta de para qué se iba a confesar si era atea, ella respondía afirmando cuán creyente asumía ser y su conocimiento de la Misa con la que había crecido. 

Qué voy a ser atea, no seas tonto tú. Me sé la Misa entera en latín. Mucho mejor que la beata de la Nena, a la que se le olvida todo.... Gloria Patri, Filio, et Spiritui Sancto. Sicut erat un principio, et nunc, et semper: et un saecula saeculoum. Amen...

Marta Rivas Vicuña
(Foto: The Clinic)

La respuesta de Marta Rivas González no puede ser más oportuna. El supuesto desconocimiento del ordinario de la Misa por parte de los fieles fue uno más de los muchos argumentos falaces que los reformadores difundieron para justificar la necesidad de contar con una Misa hecha según parámetros racionales y rezada en lengua vulgar, que permitieran al hombre moderno entender lo que estaba sucediendo sobre  el altar. Porque no se trataba de postrarse ante el misterio infinito de un Dios que muere por devolver la vida eterna a la criatura que se ha separado por el pecado, sino de ser capaz de comprender cabalmente cada una de sus partes. El problema estuvo en que la nueva Misa fue puesta en vigor justo cuando el paradigma moderno daba sus últimos estertores, para ceder paso a una nueva matriz filosófica y sociológica: la posmodernidad. He ahí uno de sus principales problemas. La Misa racionalista fue entregada a un hombre que se movía por el sentimiento antes que por la razón, siendo la verdad una pura cuestión de perspectiva. Las consecuencias que tiene el acercamiento sentimental a una Misa que ha perdido la expresividad de su sentido teológico están a la vista de cualquiera que quiera mirar la cuestión dejando de lado los prejuicios ideológicos o la ceguera autoimpuesta. Quizá por eso la Misa de siempre vuelve a "ponerse de moda": porque en ella se siente la sacralidad y el fiel se ve trasportado a los pies del Calvario. 

Nota de la Redacción: El texto está tomado de Gumucio, R., Mi abuela. Marta Rivas González, Santiago Editociones Universidad Diego Portales, 2a ed., 2014, p. 183.

martes, 23 de abril de 2019

George Saunders sobre la Misa

El escritor norteamericano George Saunders (*1958), hasta hace poco conocido sobre todo por sus cuentos y relatos, ha ganado mucha notoriedad con su primera novela, Lincoln in the Bardo (Lincoln en el Bardo), la cual ha sido objeto de elogios de la crítica e incluso se hizo merecedora  en 2017 del premio Man Booker, uno de los premios literarios de habla inglesa más importantes. La novela, protagonizada por el presidente norteamericano Abraham Lincoln (1809-1865), transcurre durante una noche en la que un acongojado Lincoln visita el cementerio donde había sido enterrado su hijo, William Wallace Lincoln (1850-1862). Numerosos elementos sobrenaturales tomados de la religión budista, a la cual Saunders es cercano, recorren la novela (ya en el título, siendo el Bardo en el budismo un estado intermedio entre la muerte y el renacimiento).

Saunders no siempre fue budista y, de hecho, creció como católico y fue educado en un colegio católico. En un artículo reciente publicado en el sitio First Things (el original, en inglés, puede leerse aquí), Joshua Hren cree advertir en la obra de Saunders algo que podría llamarse "catolicismo cultural", una suerte de relicto de la fe en la que creció y que luego abandonó, pero que todavía informa de algún modo su labor artística, pese a lo heterodoxas que puedan ser las actuales convicciones religiosas que defiende. 

Un punto del artículo que nos parece particularmente interesante es la influencia de la Misa católica en el desarrollo de Saunders como escritor, pasaje que hemos traducido y que les ofrecemos a continuación. La Misa que Saunders conoció de niño a comienzos de los Sesenta no era otro que el rito tradicional, si bien comenzaban a introducirse las primeras reformas que culminarían con la promulgación del rito reformado en 1969. El pasaje, pese a dejar en evidencia una comprensión errada de parte de Saunders de la naturaleza de la Misa católica, muestra algo que hemos sostenido muchas veces: el sentido de misterio y la belleza estética de la Misa tradicional son capaces de causar fascinación en artistas, escritores e intelectuales e influir en su obra de un modo que la liturgia reformada no es capaz de reproducir, lo cual actualmente reduce notablemente la posibilidad de un acercamiento más profundo a la Fe católica de parte de éstos.

 George Saunders
(Foto: David Shankbone/Wikimedia Commons)


*

"[...] Pese a que Saunders pueda haber abandonado formalmente la Iglesia, sus formas no lo abandonaron a él. Educado en colegios parroquiales en los Sesenta, hasta el día de hoy explica su necesidad de "misterio, metáfora y belleza" por "el poder de la Misa católica" que encontró en su niñez:

La Misa todavía se celebraba en latín... Allí pasaban cosas artísticas. Cada día el altar estaba decorado de modo diferente, en distintos colores, con ocasión de fiestas diversas, etcétera, y recuerdo estar verdaderamente interesado en eso, en el cuidado que se observaba en el despliegue visual. Y había cosas relativas a la Misa misma que eran un poderoso entrenamiento para un artista en ciernes. La Misa es una hermosa y gran metáfora, y algo que un niño podía aprender asistiendo a Misa una y otra vez era que el significado puede ser expresado...mediante la metáfora y la repetición y por medio de aquello que no se dice. 

Desgraciadamente, Saunders equipara erradamente la Misa y la metáfora. Como lo dijo alguna vez Flannery O'Connor [1] sobre la Eucaristía, "[s]i es un símbolo, al diablo con ella". Sin embargo, Saunders captura el sentido en el cual el Santo Sacrificio de la Misa —la liturgia puede convertirse en "fuente y cumbre" de la vida artística, una verdad que profundiza y no contradice la Misa como fuente y origen de la vida eterna [...]".  

Joshua Hren
First Things (25-III-2019)

[1] Nota de la Redacción: Flannery O'Connor (1925-1964) fue una destacada novelista y cuentista norteamericana, de profunda fe católica y que combinó su labor artística con una intensa actividad de apostolado como conferencista. Muerta prematuramente a causa del lupus que la aquejaba, su aclamada obra combina elementos de la escuela de escritores sureños de los EE.UU. conocida como Southern Gothic, a la cual habitualmente se la adscribe, con su perspectiva católica.

domingo, 21 de abril de 2019

Saludo de Pascua de Resurrección

Resurrexit, sicut dixit, alleluia.

La Asociación Litúrgica Magnificat les desea a todos sus miembros, amigos y benefactores, así como a los lectores de esta bitácora, una muy feliz y santa Pascua de Resurrección, y les recuerda que la Santa Misa se celebrará hoy en su horario normal de 12:30 horas en la Iglesia de Nuestra Señora de la Victoria (Avenida Bellavista 37, Recoleta; Metro L1/L5 Baquedano).

 Pietro Novelli, Resurrección de Cristo (s. XVII, Museo del Prado)

martes, 16 de abril de 2019

¿Cuánto podemos amar la Tradición?

Les ofrecemos hoy un artículo del Dr. Peter Kwasniewski, en el cual el autor rebate elocuentemente al Rvdo. Dwight Longenecker y su particular comprensión del apego a la Tradición como una suerte de via media entre el movimiento tradicionalista y el modernismo doctrinal y litúrgico.

El artículo fue publicado originalmente por OnePeterFive. La traducción ha sido preparada por la Redacción. 

 (Foto: OnePeterFive)

***

¿Podemos amar la Tradición demasiado?

Peter Kwasniewski

El Rvdo. Dwight Longenecker, infatigable bloguero, está otra vez con este asunto. En un nuevo artículo, publicado el 15 de marzo de 2019 y titulado "Tradition is the Democracy of the Dead" ["La Tradición es la democracia de los muertos"], nos asegura que es un amante de la Tradición, si bien no en exceso.

Dice con razón que uno debe ser o convertirse en católico por su tradición de 2.000 años, o más precisamente, su tradición de 4.000 años, ya que la ley, las profecías y el culto a Israel se cumplen en la Iglesia. Pero también dice que, dado que la Tradición no es estática y puede cambiar, debemos estar dispuestos movernos con los tiempos, de acuerdo con los dictados que emanan de Roma, y ​​no hacer un "ídolo" del pasado.

Pues bien, uno puede vivir sin temor a que la Roma de hoy corra el peligro de convertirse en un ídolo del pasado. Uno podría preferir temer que sea un ídolo del presente o del futuro.

Esta reducción demasiado fácil de los opositores a los idólatras, que es uno de los movimientos retóricos característicos utilizados por el papa Francisco y otros progresistas impacientes ante el análisis y la discusión y que desean continuar con la pastoral moderna, me recuerda lo que me gusta llamar "un corolario de la ley de Godwin": "A medida que la discusión se extiende, la probabilidad de una comparación de un defensor de la Tradición católica con un fariseo se acerca a 1". Quizá podríamos ampliar esta afirmación para decir "un fariseo o un idólatra". Este pequeño ajuste también hace que ella sea de carácter más interreligioso, una consideración de mucha importancia en esta era de declaraciones conjuntas de papas e imanes.

Además, esto hace que el corolario esté más en armonía con la "Hipótesis de Bergoglio". Este es sin duda un paso positivo en la construcción del nuevo paradigma. En mi formulación, esta hipótesis dice: 

Si hay una discrepancia entre la doctrina católica y el liberalismo europeo, entonces el primero necesita más "desarrollo" hasta que se armonice con el segundo. Si los católicos se resisten a la modernidad o a las reformas eclesiásticas modernas, son culpables de inseguridad nostálgica, rigidez temperamental, neo-pelagianismo farisaico y falta de caridad fraterna[1].

En su artículo, el Rvdo. Longenecker hace el movimiento clásico del anglicano Newman: querer estar en el dulce lugar que proporciona la via media. A diferencia de los revolucionarios, me encanta la Tradición; a diferencia de los tradicionalistas, no idolatro la Tradición como algo que no cambia.

El primer problema aquí es la caricatura. Los tradicionalistas reconocen plenamente que la liturgia se desarrolla con el tiempo. Sin embargo, al igual que con el desarrollo de la doctrina, ven el desarrollo como tendiente, en líneas generales, hacia una mayor amplitud y perfección. Esto significa que, así como no decidimos eliminar en algún momento el Credo de Nicea por el simple hecho de regresar al Credo de los Apóstoles, más antiguo y prístino, de la misma manera no eliminamos los desarrollos medieval y barroco de la liturgia en nuestra búsqueda de un culto cristiano más antiguo y prístino. Pío XII advirtió contra el espíritu de "anticuario", pero éste se convirtió poco después en uno de los dos gritos de batalla de los reformadores litúrgicos. El otro fue la adaptabilidad, por la que todo tenía que ser ajustado y proporcionado a la mentalidad del hombre moderno, quienquiera que fuese.

 Busto del Beato John Henry Newman en el Trinity College (Oxford, Inglaterra)

El segundo y mayor problema es que el católico Newman rechazó el enfoque de la via media cuando se dio cuenta de que, en algunas preguntas, la respuesta correcta se encontraba en la posición "extrema", no en la posición intermedia. Por ejemplo, en el momento de la crisis que supuso el arrianismo, existían (para simplificar las cosas) los arrianos, los semi-arianos y los niceanos. En todas las batallas políticas y consejos regionales, los semi-arrianos pudieron posicionarse como el centro razonable entre los extremistas que negaban la Divinidad del Hijo y los otros extremistas que combinaron al Hijo y al Padre al identificarlos como Dios. En esto, no hace falta decirlo, demostraron que no entendieron, o no quisieron comprender, la posición de San Atanasio y otros padres ortodoxos, quienes, aunque como una minoría asediada, sostuvieron la verdad y finalmente prevalecieron[2] .

Así ocurre también en nuestra situación actual. Los tradicionalistas sostienen que no hay nada "tradicional" en el Novus Ordo y el resto de los ritos litúrgicos impuestos por el papa Pablo de los años 1960 y 1970. Incluso cuando los reformadores decían estar “recuperando” elementos perdidos en la antigüedad, la forma en que lo hacían era distintivamente moderna: tomaron lo que estaba de acuerdo con su fantasía y filtraron fragmentos difíciles que podrían haber sido perturbadores o perturbadores para el público moderno. Y estos hombres dicen abiertamente en sus artículos y libros que esto era lo que estaban haciendo, de manera que no resulta necesario recurrir a la teoría de la conspiración. Además, amputaron y reprimieron libremente muchos rasgos extremadamente antiguos de la liturgia, como la Octava y el tiempo de Pentecostés, la Septuagésima, las Témporas y el leccionario sobre el que San Gregorio el Grande predicó a fines del siglo VI (¿esto sólo servía para los antiguos?), reemplazándolos con material innovador e hibridado creado por cerebros académicos. El constructivismo en esta magnitud y con este método no tiene precedentes en la historia de la Iglesia. Es imposible ver lo que podría ser "tradicional" con este enfoque o con sus resultados.

De esta manera, cuando el Rvdo. Longenecker dice: "Hago lo que puedo para rezar la Tradición, vivir la Tradición y adorar en la Tradición", esa afirmación sirve como un estudio perfecto en el arte de la equivocación. "Orar la Tradición" y "adorar en la Tradición" es orar y adorar en unión con todos los siglos del catolicismo, ya que ellos están unidos en la única tradición litúrgica romana que fue nuestra hasta 1969, y no pulsar el botón de reinicio eclesial como hicieron los entusiastas conciliares. Uno puede admirar los esfuerzos de los conservadores por hacer ingresar elementos tradicionales a través de la puerta trasera, siempre que el obispo local no mire con atención qué está ocurriendo y el clima del vecindario sea favorable, pero hay que tener la franqueza de admitir que éste es un intento desesperado y algo patético de volver a reunir los pedazos del viejo Zanco Panco (Humpty Dumpty) tras su caída. Afortunadamente, lo real y verdadero todavía está allí, esperando ser redescubierto, y hasta que un hombre lo haya redescubierto, no puede decir que haya "hecho lo que puede".

Resulta significativo que el Rvdo. Longenecker sostenga que las únicas cosas que no se pueden cambiar en la Iglesia son sus dogmas y proceda a identificar la esencia de la Misa como el milagro de la transubstanciación. El reduccionismo neoescolástico[3] ha sido un problema durante algún tiempo, pero es una pena verlo en el contexto de un artículo que se supone que trata de la Tradición católica. Las liturgias tradicionales se clasifican en familias rituales y subfamilias (latinas o bizantinas, eslavas o griegas, romanas, ambrosianas o mozárabes, etcétera) a partir del hecho no de si se produce la transubstanciación, que es algo que todos los ritos tienen en común, sino de su exacto contenido. Basta imaginar lo que supone decirle a un católico bizantino: “Al final del día, tu Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo y nuestro Novus Ordo son casi lo mismo, porque ambos hacen la única cosa esencial e inmutable: convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo".

Me temo que lo que estamos viendo es el resultado de hablar sobre asuntos tan graves sin el conocimiento necesario de los detalles. Es muy fácil decir "el rito romano permanece intacto" cuando lo único que uno está mirando es un esbozo del ordo de la Misa desde 30,000 pies de altura. Pero el demonio está en los detalles, y también los ángeles, cuyo papel se redujo considerablemente en el Novus Ordo. Los ritos litúrgicos no existen como esquemas o abstracciones, sino como codificaciones concretas de texto, música, rúbricas, ceremonial y un elenco de objetos de apoyo. Cuanto más se adentra uno en lo que realmente es el rito romano clásico: su antigua dirección hacia el Oriente, su calendario particular y su leccionario, sus más de mil oraciones, su conjunto de prefacios, su Canon monolítico, el rito primitivo del ofertorio medieval, etcétera, más se puede ver que el Novus Ordo se separa de forma abrupta y exhaustiva de ese venerable rito. Son, en verdad, dos liturgias diferentes que comparten algunos elementos comunes, algo así como si se dijese que la torre Eiffel comparte la verticalidad de una catedral gótica.

Por eso, resulta más que irónico que el Rvdo. Longenecker cite las famosos palabras de G.K. Chesterton: "Tradición significa dar un voto a la más oscura de todas las clases, nuestros antepasados. Es la democracia de los muertos", cuando la reforma litúrgica posconciliar fue, de todas las reformas que ha tenido la Iglesia en su historia, la más autocrática que sea imaginable en su desprecio por la voz colectiva de nuestros antepasados, y de democrática sólo tiene que procedió de la votación de "expertos" reunidos en una serie de comités que dividieron las partes de la liturgia en grupos de estudio, como si se tratase de equipos de programadores que prueban nuevos módulos de sistemas operativos[4].

En el pasaje más fino y lírico de su artículo, el Rvdo. Longenecker compara la Tradición católica con una antigua y gran mansión con amplios jardines:

A veces pienso que ser católico es como vivir en una gran casa antigua como la de Retorno a Brideshead [Brideshead Revisited]. Es una estructura ornamentada, antigua y venerable, llena de pasillos de recuerdos y callejones de Tradición. Las paredes están alineadas con los estandartes de batallas antiguas y los retratos de los antepasados ​​de gran reputación. El ático está lleno de antigüedades curiosas y preciosas y las cocinas y bodegas están atiborradas de buen vino, barricas de provisiones y paquetes de equipos para la batalla y para las tareas domésticas. Los jardines son exuberantes y extensos, algunos formales y fructíferos, algunos aún salvajes e indómitos. El modernista demolería tal casa y enviaría los contenidos a una subasta. Pero un católico debería decidir vivir allí, desempolvar y hacer brillar las antigüedades, limpiar las alfombras, pulir la plata, restaurar las pinturas, afilar las alabardas y bruñir la armadura ... y luego debe correr las cortinas para abrir las ventanas y dejar entrar el aire fresco y la luz de la mañana.

 Castillo Howard (North Yorkshire, Inglaterra), lugar de filmación de la serie (1981) y la película (2008) basadas en Retorno a Brideshead 

La última frase, un eco deliberado del famoso comentario de Juan XXIII sobre la neceidad de Iglesia de abrir sus ventanas y dejar entrar el aire del mundo (¿cómo está funcionando eso para usted, Iglesia posconciliar?), podría ser recuperada como un recordatorio de que sin el Espíritu Santo, sin la gracia de Dios, no podemos producir buenos frutos, sin importar cuán hermoso sea el árbol. El Rvdo. Longenecker sería el primero en aceptar, estoy seguro, que esta necesidad interior de ninguna manera sugiere que exista algún problema con la casa antigua y su contenido, que es la primera causa de que todas las cosas -el arquitecto y el primer decorador de interiores, por seguir con la comparación- sean puestas allí por Su Providencia.

Es irónico, de nuevo, que nuestro autor eligiese esta metáfora de la casa antigua y sus confines, ya que siempre ha sido la comparación favorita de los tradicionalistas cuando desean describir el resultado de veinte siglos de desarrollo gradual en la liturgia, atendida gentilmente por jardineros y conserjes. No hay duda alguna de que el arzobispo Bugnini y sus expertos colegas no tuvieron paciencia con esta vieja mansión. Querían demolerla y construir en su lugar apartamentos modernos y racionales. En sus propias palabras, Bugnini buscó "rejuvenecer la liturgia, 'liberarla' de las superestructuras que la agobiaron a lo largo de los siglos". Es por eso que el nuevo Misal está tan "racionalmente" ordenado, usando planos simples una y otra vez, frente a la variedad maravillosamente impredecible del viejo Misal[5].

El arzobispo Bugnini no fue el único liturgista que pensó en términos de imágenes arquitectónicas de demolición y reconstrucción. Basta traer a colación este pasaje del libro Demain la liturgie (1976) escrito por el P. Joseph Gelineau S.J., quien desempeñó un papel destacado en el Consilium:

Si las fórmulas cambian, se cambia el rito. Si se cambia un solo elemento, se modifica la significación del todo. Que aquellos que, como yo, hayan conocido y cantado una Misa en latín-gregoriano, lo recuerden si pueden. Que lo comparen con la Misa que ahora tenemos. No sólo las palabras, las melodías y algunos de los gestos son diferentes. A decir verdad, se trata una liturgia diferente de la Misa [c’esr une autre liturgie de la Messe]. Esto debe decirse sin ambigüedad: el rito romano, tal como lo conocíamos, ya no existe [le rite romaine tel que nous l’avons connu n’existe plus]. Ha sido destruido [Il est détruit]. Algunas paredes del antiguo edificio han caído, mientras que otras han cambiado su apariencia, y el resultado aparece hoy como una ruina o la subestructura parcial de un edificio diferente.

¿Podría la mención que hace el Rvdo. Longenecker a Retorno a Brideshead ser una sutil insinuación para los eruditos que, de hecho, él no ve enfrentado cara a cara con la reforma litúrgica? Es bien sabido que el autor de esta espléndida novela, Evelyn Waugh (1903–1966), se opuso ferozmente al desmantelamiento de la liturgia católica, intercambiando una correspondencia regular con el cardenal Heenan para ver si se podía hacer algo para detener la locura que estaba empezando a desangrar a las iglesias de sus congregaciones, y publicando artículos angustiados sobre el tema en diversas publicaciones periódicas (los lectores encontrarán todo esto en el libro A Bitter Trial: Evelyn Waugh y John Cardinal Heenan on the Liturgical Changes [Nota de la Redacción: en esta bitácora publicamos previamente una entrada sobre Waugh y su intercambio epistolar con el Cardenal Heenan]). A pesar de que le ahorraron la indignidad final de presenciar el Novus Ordo, ya que murió más de tres años y medio antes de que éste saliera de la línea de montaje, Waugh se sintió absolutamente horrorizado por los cambios que se habían hecho a la liturgia, que en ese momento habían alcanzando un punto no insignificante, aunque ciertamente no se había convertido en el gran maremoto de 1969.

 Evelyn Waugh en su estudio en su residencia particular, Combe Florey (1963)
(Foto: Art.com)

Entre los católicos que se preocupan profundamente por la liturgia sagrada (¿y por qué no deberían hacerlo, cuando el Concilio Vaticano II llama al "sacrificio eucarístico" la "fuente y culmen de toda la vida cristiana"?), es posible distinguir varias clases: la de aquellos que creen que los cambios posteriores al Concilio fueron demasiado lejos; la de aquellos que creen que dichos cambios no fueron lo suficientemente amplios y radicales; la aquellos que piensan que lo que sea que ocurrió en verdad sucedió, y que hoy hay que hacer las cosas lo mejor que se pueda con lo que se tiene; y la de aquellos que piensan que acercarse a la liturgia con la mentalidad de progreso y relevancia es la manera incorrecta de dejar que sea ella misma y haga lo que puede hacer y, además, un camino condenado a la autoparodia y la implosión cuanto más se desciende.

El tradicionalista toma esta última posición. Se basa, en primer lugar, en experiencias reales y repetidas de la belleza y las riquezas del clásico rito romano, en el que el texto y el ceremonial empobrecidos del nuevo rito se destacan claramente. No puede haber sustituto para la familiaridad. Nadie que no esté íntimamente familiarizado con el antiguo rito romano está en posición de hacer un comentario global sobre cómo se compara con su deliberado reemplazo. Es hora de que aquellos que tildan a sus compañeros católicos vinculados al usus antiquior de ser idólatras reales o potenciales bajen de sus altos caballos y caminen unos cuantos kilómetros en los mismos zapatos, al menos por caridad si no es por ninguna otra razón. Que conozcan el antiguo rito, no sólo la Misa, sino todos los ritos y bendiciones sacramentales que lo componen. Que vean sus cualidades de primera mano, y no desde la distancia.

Estas personas podrían sorprenderse de lo diferente que es la vista desde el suelo. De hecho, podrían llegar a ver que el peligro de la idolatría, en forma de una adulación incuestionable, quizá incluso no reconocida, de aggiornamento, es más real para aquellos que respaldan la construcción moderna del Consilium. Después de todo, fueron las actitudes y payasadas de los progresistas litúrgicos lo que Joseph Ratzinger comparó con el episodio del becerro de oro.

Sin saberlo él mismo, el Rvdo. Longenecker está listo para convertirse en un tradicionalista si simplemente descubre la aplicabilidad de sus palabras a toda la reforma litúrgica:

Uno de los resultados desastrosos del Concilio Vaticano II es que los liturgistas, el clero y los religiosos, tan celosos de hacer que la fe sea contemporánea y relevante, sintieron que podían hacerlo mejor no valorando y revitalizando las tradiciones de la Iglesia, sino demoliéndolas con celo revolucionario.

Amén. Ahora sólo use su lápiz corrector para eliminar algunos de los otros trozos engañosos del sermón.

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[1] Esta hipótesis se basa en una suposición más fundamental que llamo "El axioma de Maritain": "Dada la levadura de la filosofía griega, la ley romana, la profecía hebrea y el Evangelio cristiano, Europa desarrollará la mejor conciencia, el más amplio respeto por los derechos humanos y el estado de derecho más consistente que el mundo haya conocido". Este axioma es verdadero de manera descriptiva, en el contexto de la civilización católica. Falla de manera prescriptiva, puesto que el resultado no se garantiza simplemente a partir de la disponibilidad de los ingredientes. Sin embargo, se asume como la base de, por ejemplo, la postura del papa Francisco sobre la pena de muerte [Nota de la Redacción: véase lo dicho en esta entrada sobre este tema].

[2] He escrito en otra parte sobre "el uso y abuso de la via media".

[3] Este fenómeno se define y critica en dos artículos: "The Long Shadow of Neoscholastic Reductionism" ("La larga sombra del reduccionismo neoscolástico") y "Against Reducing the Mass to a Sacramental Delivery System" ("Contra la reducción de la Misa a un sistema de despacho sacramental") [Nota de la Redacción: el primero de esos artículos fue traducido y publicado aquí].

[4] Esta comparación, por cierto, fue hecha por el Rvdo. Thomas Reese en un artículo titulado "Reforming Catholic liturgy should be like updating software" ("Reformar la liturgia católica debería ser como actualizar un software"), en el que comparó la liturgia antigua con el DOS y la reformada con Windows: el Misal interino de 1965 es 1.0, el Misal de 1969 2.0, etcétera.

[5] Véase aquí para varios ejemplos.

sábado, 13 de abril de 2019

Las estaciones cuaresmales

Las estaciones cuaresmales consisten en una compleja liturgia católica, de carácter estacional, que se desarrolla en los días de Cuaresma en la diócesis de Roma (si bien existen y han existido intentos, con mayor o menor éxito, de llevarla a otras diócesis, como ocurría en el antiguo rito parisino). El nombre que recibe esta liturgia procede del latín statio, vocablo militar que significa "estar en guardia, velar", para significar que este modo de proceder era una manera de recordar al cristiano la necesidad de permanecer vigilantes en estos días. Así "hacer estación" o "estar de estación" llevaba implícita la necesidad penitencial de ayunar y de velar en la fe. 

 Juan XXIII preside la cuarta estación cuaresmal (12de marzo de 1961)

En principio se trataba de reunirse en un lugar conveniente para la liturgia cuaresmal presidida por el obispo de Roma, que honraría sucesivamente con su presencia las comunidades más significativas en la que se ejercía su jurisdicción litúrgica. Con el paso del tiempo, a esta práctica se fue añadiendo la costumbre de que los fieles se reunieran en un lugar fuera de la iglesia para dirigirse luego en procesión hacia ella, llevando, donde la hubiere, la reliquia de la “Vera Cruz”. La procesión simboliza el camino penitencial de la Cuaresma como tránsito hacia la Pascua. Era costumbre que la iglesia estacional estuviera engalanada y abierta al pueblo durante todo el día en que le correspondía su turno. 

Esta práctica, que se remonta a los siglos V y VI, pero con antecedentes en otros lugares de la Cristiandad, tuvo su origen en la antigua costumbre de los Papas de celebrar la Eucaristía asistidos por todos los presbíteros de Roma en una de las 43 basílicas estacionales de la ciudad de Roma; aunque el término “estación” se aplicaba ya desde el siglo II a la reunión de la comunidad los días de ayuno y oración (miércoles y viernes). De un primer momento histórico proceden las estaciones a las basílicas principales romanas, San Pedro, San Pablo, Santa María la Mayor, San Lorenzo y Santa Cruz de Jerusalén. En estos templos tenían lugar los oficios litúrgicos los domingos y las ferias importantes de la semana (miércoles, viernes y sábado). Al surgir esta costumbre, la elección de la basílica quedaba al arbitrio del Papa, pero pronto fue regulada según un orden fijo más estable, y explicitada en los libros litúrgicos. En un momento posterior, en el siglo V, se fueron incorporando más templos para cubrir todos los días de la semana, excepto los jueves. Del siglo VIII proceden las Misas estacionales de este último día. La observancia de las estaciones sufrió con el exilio de Aviñón y con los tiempos turbulentos que lo siguieron, evitando la participación en persona de los Papas, pero la costumbre experimentó un resurgimiento luego de las reformas tridentinas.  

En cuanto al desarrollo de las estaciones, cada día se reunía la comunidad en una iglesia menor (llamada collecta). El Papa salía desde el palacio de Letrán en procesión. Lo precedían los acólitos, luego los siete diáconos de Roma junto a sus subdiáconos, y finalmente el Papa montado a caballo. No se dirigía a la iglesia estacional, sino a la iglesia menor, ya referida, en donde lo esperaba la asamblea de los fieles. Al llegar, entraba a la sacristía y se revestía con el alba, la tunicela, la dalmática, la casulla, el palio y la mitra. Ya revestido, subía al altar y saludaba al pueblo. Luego decía “Oremus”. En ese momento el diácono pedía a todos que se arrodillaran (flectamus genua) y, tras un momento de oración en silencio, pedía que se incorporaran (levate). Cuando todos se habían puesto de pie, el Papa rezaba la oración colecta estacional. 

Cuando terminaba la oración colecta, el diácono mandaba iniciar la procesión (procedamus in pace, a lo que se respondía In nomine Christi). Entonces se iniciaba una procesión hacia la iglesia estacional. El subdiácono llevaba la cruz procesional, a la que seguía la férula papal. A la usanza imperial, avanzaba un turiferario y siete acólitos con candeleros. El Papa caminaba asistido por dos diáconos. Mientras tanto se entonaban himnos penitenciales. Cerca de la iglesia estacional el subdiácono que portaba la cruz iniciaba el canto de las Letanías de los Santos.

 Juan XXIII peregrinando hacia Santa Sabina
(Foto: Ceremonia y rúbrica de la Iglesia española)

Llegados a la iglesia estacional, el Santo Padre se dirigía al presbiterio y se cantaba el introito de la Misa. Al concluir, omitido el Kyrie porque ya se había cantado en las letanías, el Papa decía “Oremus”. Nuevamente el diácono pedía a los fieles arrodillarse por un momento, tras lo cual el Papa rezaba la oración colecta de la Misa. Luego la Misa continuaba como de costumbre hasta antes de la comunión.

Los sacerdotes que acudían a esta celebración recibían una partícula del pan consagrado por el Romano Pontífice. Este fragmento se llamaba fermentum. Esta partícula la llevan a sus iglesias para añadirla al pan que ellos consagraban o al cáliz (costumbre que es el origen de la partícula del Agnus Dei). Con este fermentum se significaba la unión de las demás Misas con la estación papal, y era un signo de comunión con el Santo Padre.

Como algunos fieles se retiraban de la iglesia antes de la comunión, el subdiácono anunciaba antes de dicho momento en dónde se celebraría la siguiente estación: "Crastina die veniente collecta erit in Ecclesia N., statio in Ecclesia N.", a lo que respondía la schola: "Deo gratias".

Tras la oración después de la comunión, el diácono pedía a todos los presentes que inclinaran la cabeza. Entonces el papa rezaba una oración sobre el pueblo. Luego, el diácono terminaba la celebración con el Ite Missa est.

 (Foto: Liturgia papal)

Si el Papa no podía presidir la estación, un acólito le llevaba un algodón mojado en el aceite de las lámparas de la iglesia estacional y le decía: “Hoy ha sido la estación en Santa Sabina, que te saluda”. El Santo Padre recibía el algodón y lo entregaba a su cubiculario, quien lo conservaba para rellenar la almohada fúnebre del pontífice.

Las oraciones y las lecturas hacían referencia a los santos y mártires relacionados con esos templos. A veces, la relación era sencilla de identificar; en otros casos, la referencia era muy sutil. Por ejemplo, el día en que se celebraba en la Iglesia de San Vital, que fue arrojado a una fosa, se leía la historia del patriarca José, que fue arrojado por sus hermanos a un pozo; en Santa Susana, mártir romana, se leía la historia de Susana en el libro de Daniel; en San Marcos, donde está la tumba de los santos Abdón y Senén, que llegaron a Roma desde Persia, se leía la historia de Naamán, que peregrinó desde Siria hasta Israel para encontrarse con el profeta Eliseo; en Santa Prudenciana, se leía un evangelio relacionado con san Pedro, que se alojó en su casa; etcétera. 

Al pasar de los años esta práctica fue cayendo en desuso, aunque la Iglesia de Roma siempre la conservó. Para el resto de la Iglesia (salvo intentos de revitalizar la práctica, como por ejemplo en Venecia, donde la costumbre fue introducida en 1917), progresivamente quedó  solamente como reminiscencia el hecho que en los misales se especificara la iglesia en la cual debía hacerse la estación ese determinado día de Cuaresma. Así, por ejemplo, para el Miércoles de Ceniza, cuya estación era celebrada en la Basílica de Santa Sabina, el misal decía: “Miércoles de Ceniza: Feria de primera clase. Estación en Santa Sabina”.

Las estaciones romanas se suspendieron en 1870, año en que los saboyanos insurgentes tomaron Roma y prohibieron los actos de culto fuera de los templos. Fueron restauradas, tras sesenta años, en 1931, gracias al ambiente favorable creado por los Pactos Lateranenses de 1929. Tras una fuerte decadencia en los años setenta del siglo XX, en que la mayoría del clero las consideró obsoletas, hoy se asiste en Roma a una progresiva recuperación. En 1993 el Oficio Litúrgico del Vicariato publicó nuevos textos y esquemas celebrativos. Incluso, desde 2010, en su difusión, se realizan convocatorias para colocar en los templos con fechas y horarios estacionales. En la actualidad, el Papa celebra una estación romana el Miércoles de Ceniza. Se reúnen la asamblea en la Iglesia de San Anselmo, y desde ahí parten a la Iglesia de Santa Sabina, en donde el Santo Padre celebra la Misa. En los demás días de Cuaresma, y en la Octava de Pascua, se celebran estaciones en las iglesias estacionales que corresponden a cada día. Suelen hacerse dos celebraciones al día: una en la mañana y otra en la tarde. Esta última se procura que sea presidida por el cardenal titular de la iglesia y, de no ser posible, por un obispo.

Hoy en día se está experimentando la promoción en zonas de la periferia de la urbe de iglesias estacionales vicarias, para los fieles a los que les es dificultoso por la distancia asistir a las tradicionales. De la misma manera se ha trasplantado esta costumbre fuera de Roma, por ejemplo en Chieti, por citar algún lugar de Italia, e incluso en algunas diócesis de Estados Unidos.

 (Foto: Liturgia papal)

Por último consignamos aquí el listado de estaciones cuaresmales (disponible en la página de la Santa Sede):

Miércoles de Ceniza Sta. Sabina, en el Aventino
Jueves S. Jorge al Velabro
Viernes Ss. Juan y Pablo, en el Celio
Sábado S. Agustín, en Campo Marzio
Domingo I de Cuaresma S. Juan de Letrán
Lunes S. Pedro en Cadenas, en Colle Oppio
Martes Sta. Anastasia (S. Teodoro), en el Palatino
Miércoles Sta. María la Mayor
Jueves S. Lorenzo, en Panisperna
Viernes Ss. XII Apóstoles, en el Foro de Trajano
Sábado S. Pedro en la Ciudad del Vaticano
Domingo II de Cuaresma Sta. María en Domenica alla Navicella
Lunes S. Clemente, junto al Coliseo
Martes Sta. Balbina, en el Aventino
Miércoles Sta. Cecilia, en Trastévere
Jueves Sta. María en Trastévere
Viernes S. Vital en Fovea (Via Nazionale)
Sábado Santos Marcelino y Pedro, en Letrán (Via Merulana)
Domingo III de Cuaresma S. Lorenzo extramuros
Lunes S. Marcos, en el Capitolio
Martes S. Prudenciana en el Viminal
Miércoles S. Sixto (Ss. Nereo y Aquiles)
Jueves Ss. Cosme y Damián in Via Sacra (Foros Imperiales)
Viernes S. Lorenzo en Lucina
Sábado Sta. Susana en las Termas de Diocleciano
Domingo IV de Cuaresma S. Cruz de Jerusalén
Lunes Los Cuatro Santos Coronados en el Celio
Martes S. Lorenzo en Dámaso
Miércoles S. Pablo Extramuros
Jueves Ss. Silvestre y Martín en el Monte
Viernes S. Eusebio en el Esquilino
Sábado S. Nicolás in Cárcere
Domingo  V de Cuaresma S. Pedro en la Ciudad del Vaticano
Lunes S. Crisógono en Trastevere
Martes S. Ciríaco (S. María en via Lata al Corso)
Miércoles S. Marcelo en el Corso
Jueves S. Apolinar en el Campo Marzio
Viernes S. Esteban en el Celio
Sábado S. Juan ante la Puerta Latina
Domingo de Ramos S. Juan de Letrán
Lunes Sta. Práxedes en el Esquilino
Martes Sta. Prisca all'Aventino
Miércoles Sta. María la Mayor
Jueves S. Pedro en la Ciudad del Vaticano (Misa Crismal) -S. Juan de Letrán (Misa in Coena Domini)
Viernes Sta. Cruz de Jerusalén (Liturgia de la Pasión del Señor)
Sábado S. Juan de Letrán (Vigilia Pascual)
Domingo de Pascua Sta. María la Mayor (Misa del día de Pascua de Resurrección).
Lunes del Ángel S. Pedro en la Ciudad del Vaticano
Martes S. Pablo extramuros
Miércoles S. Lorenzo extramuros
Jueves Ss. XII Apóstoles, en el Foro de Trajano
Viernes Sta. María de los Mártires, en Campo Marzio (Panteón)
Sábado S. Juan de Letrán
Domingo II de Pascua (in Albis) S. Pancracio

Respecto del listado anterior, cabe hacer notar que
antes de la reforma litúrgica (1969), existía un período de antecuaresma en la que ya se practicaba el rito estacional: el Tiempo de Septuagésima, tres semanas de transición entre las alegrías de la Navidad y la Epifanía y las austeridades cuaresmales. Sus iglesias estacionales indicaban una gradualidad ascendente: San Lorenzo Extramuros, San Pablo Extramuros y San Pedro del Vaticano.

Nota de la Redacción: La presente entrada ha sido preparada a partir de las siguientes fuentes de información: (i) la entrada de Wikipedia en español dedicada a las estaciones cuaresmales; (ii) la sección dedicada a la liturgia estacional romana cuaresmal en Ceremonia y rúbrica de la Iglesia española; (iii) las entradas que dedica la bitácora Principios católicos a la liturgia estacional y las iglesias estacionales; (iv) la entada sobre las Misas estacionales en el sitio Liturgia papal; (v) la entrada sobre el sentido y significado de las estaciones cuaresmales en la bitácora Antorcha de Cristo